Margaret Weis & Tracy Hickman La Torre de Wayreth

Preámbulo

El Cántico del Dragón

[Michael Williams]

Escucha al sabio cuyo canto cae

como lluvia o lágrimas del cielo,

y limpia los años del polvo de tantas historias

del gran relato de la Dragonlance.

Porque en tiempos lejanos, olvidados por la memoria y la palabra,

en los primeros amaneceres del mundo,

cuando las tres lunas se levantaban del regazo del bosque,

los dragones, terribles y grandiosos,

llevaron la guerra al mundo de Krynn.

Pero en la oscuridad de los dragones,

en nuestros gritos ansiosos de luz,

en el rostro virgen de la luna negra que se alzaba,

brilló una luz en Solamnia,

un caballero de poder y de verdad,

que invocó a los mismos dioses

y forjó la legendaria Dragonlance, que atravesó el alma

de los dragones, y alejó la sombra de sus alas

de las relucientes costas de Krynn.

Así Huma, Caballero de Solamnia, el Iluminador, Primer Lancero,

siguió su luz hasta los pies de las montañas Khalkist,

hasta los pies pétreos de los dioses,

hasta el silencio sigiloso de su templo.

Invocó a los forjadores de lanzas, tomó

su poder indescriptible para aplastar la maldad indescriptible,

para rechazar la serpentina oscuridad

de vuelta a la profundidad de la garganta del dragón.

Paladine, el Gran Dios del Bien, brilló junto a Huma,

impulsó la lanza que sostenía su brazo derecho,

y Huma, iluminado por un millar de lunas,

desterró a la Reina de la Oscuridad,

desterró su ejército ensordecedor

al reino silencioso de la muerte, donde sus maldiciones

se abatieron sobre nada, y sobre la nada

en las profundidades de las tierras de luz.

Así acabó entre tormentas la Era de los Sueños

y nació la Era del Poder,

cuando Istar, reino de la luz y la verdad, se alzó al este,

donde los alminares de blanco y oro

apuntaban hacia el sol y su gloria,

anunciando la desaparición del mal,

e Istar, que mimó y acunó los largos veranos del bien,

brilló como una estrella

en el cielo blanco de los justos.

Pero en la intensidad de la luz del sol

el Príncipe de los Sacerdotes de Istar vio sombras.

Con la noche, los árboles se convertían en puñales, los arroyos

oscurecían y enturbiaban sus aguas bajo la callada luna.

Buscó en libros el camino de Huma,

en pergaminos, manuscritos y hechizos,

para también poder invocar a los dioses, poder encontrar

consuelo en sus fines sagrados,

poder borrar del mundo el pecado.

Entonces llegó un tiempo de oscuridad y muerte

porque los dioses abandonaron el mundo.

Una montaña de fuego cayó sobre Istar como un cometa,

la ciudad se resquebrajó bajo las llamas,

se alzaron montañas donde había fértiles valles,

los mares cubrieron las simas de las montañas,

los desiertos susurrantes ocuparon las tierras dejadas por el mar,

las calzadas de Krynn saltaron por los aires

y se convirtieron en los caminos de los muertos.

Así empezó la Era de la Desesperación.

Los senderos eran laberintos.

Los vientos y las tormentas de arena habitaban las cáscaras vacías de las ciudades,

las llanuras y las montañas se convirtieron en nuestro hogar.

Como los dioses antiguos perdieron su poder,

invocamos al cielo desnudo,

a su gris frío y disgregador para llegar a nuevos dioses.

El cielo está en calma, mudo, inmóvil.

Todavía tenemos que oír su respuesta.

Entonces al este, a la Ciudad Hundida

marcada por su pérdida de triste luz,

llegaron los Héroes, los Innnfellows, herederos de su pesar.

Abandonaron sus túneles y sus oscuros bosques,

la bajeza de sus llanuras, la humildad

de sus chozas en los valles,

las silenciosas granjas acosadas por los señores de la guerra y la oscuridad.

Llegaron al servicio de la luz,

de las llamas protectoras de la curación y la gracia.

Desde allí, perseguidos por los ejércitos,

por las legiones frías y centelleantes, llegaron

portando la lanza a los brazos de la ciudad destrozada.

Bajo la maleza y el canto de los pájaros,

bajo el vallenwood, bajo la eternidad,

bajo la misma oscuridad galopante,

un agujero en la negrura llamaba a la luz,

atraía toda la luz hacia el corazón de la luz,

hacia la plenitud de su brillo divino.


Astinus, cronista de la Historia de Krynn, escribe:

En el vigesimosexto día del mes de Mishamont, del año 352 DC, en la ciudad de Neraka, cae el Templo de Takhisis. La Reina Dragón desaparece del mundo. Sus ejércitos sufren la derrota.

Gran parte del mérito de tal victoria se les concede a los Héroes de la Lanza, quienes combatieron con valentía en nombre de las fuerzas de la luz. No obstante, la Historia no debe olvidar que la luz habría estado condenada al fracaso si un hombre no hubiese elegido caminar en la oscuridad.

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