Empezaré esta presentación comentando una idea que me ha parecido sugerente e interesante. La expone Gary K. Wolfe, uno de los más autorizados comentaristas de la revista Locus, al introducir su reseña sobre LA RADIO DE DARWIN de Greg Bear, la interesante novela que hoy presentamos.
Wolfe viene a decir que, en las últimas décadas, la ciencia ficción ha desarrollado una curiosa relación con el thriller tecnológico de la literatura general (mainstream) y del cine. Por una parte, comenta Wolfe, los escritores de best-sellers, desde Ira Levin a Michael Crichton, han aprendido a tomar prestado de la ciencia ficción alguno de sus temas centrales, reducirlos a su esencia, y usarlos para propulsar un melodrama frenético de busca y captura, repleto de suspense, conformando así un thriller de gran éxito en el que obtener pingües beneficios gracias a los derechos subsidiarios para cine, televisión, merchandising y un largo etcétera.
Dice Wolfe que el truco consiste en que el contenido de ciencia ficción de esos thrillers debe ser mínimo y ha de poder quedar reducido a sólo dos palabras: «Hitler clonado», «meteoro gigante», «dinosaurios clonados», «bicho espacial», etc. Éstos son sus ejemplos, y, evidentemente, nos recuerdan famosas películas de gran éxito como LOS NIÑOS DEL BRASIL, METEORO, PARQUE JURÁSICO O ALIEN.
Pero en la buena literatura de ciencia ficción, dice Wolfe, los mejores autores, que han dominado el arte del ritmo narrativo y la adecuada caracterización de personajes que corresponden a un buen thriller, quedan tan enamorados de esas ideas especulativas que difícilmente permiten que se reduzcan a la regla de las «dos palabras». Los buenos autores de la mejor ciencia ficción profundizan en las complejidades del nuevo asunto que, sin duda, para una mente despierta y alerta, no se reducen a la anécdota que desencadena la trama y mantiene la acción. Quizá por eso, añado yo, la buena ciencia ficción, no esquemática y reflexiva, tiene menos éxito popular que el cine que no teme usar ideas de ciencia ficción, siempre y cuando pueda reducirlas y simplificarlas en esa curiosa ley de las «dos palabras» que formula Wolfe. Por desgracia, la complejidad, aún cuando satisfaga a una mente curiosa, no necesariamente ha de resultar popular.
En realidad, ya nos decía hace años el bueno de Isaac Asimov que la literatura de ciencia ficción es la que estudia la «respuesta humana a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología», y ésa es la base misma de la capacidad especulativa del género, lo que algunos han denominado el «condicional contrafáctico», ese intento de responder al «qué sucedería si…» de tantas y tantas hipótesis que la ciencia ficción ha imaginado a lo largo de su trayectoria. El problema (si es que de eso se trata…) es que la buena ciencia ficción se complace en ahondar en esas ideas y extrapolaciones, no las reduce a un esquema simplista de dos palabras, y se adentra con valentía en el ignoto territorio inexplorado que acaba de abrirse. No todos son capaces de seguir ese discurso, y demasiados acaban prefiriendo la versión vulgarizada que ofrecen algunos autores de best-sellers que se conforman con esquemas como «Hitler clonado», «meteoro gigante», «dinosaurios clonados», «bicho espacial» y poca cosa más.
Sin embargo, hay algo que Wolfe olvida añadir y que me parece esencial para comprender esa distancia casi abismal entre el thriller del best-séller al uso y el de la buena ciencia ficción.
Es curioso constatar el gusto que algunos de esos autores de best-sellers (y el mundillo de Hollywood en particular) parecen tener por la catástrofe y el terror. Esos best-sellers con la idea central sacada de la ciencia ficción pero reducida a «dos palabras» aportan siempre una misma visión apocalíptica de la ciencia y la tecnología. Se trata de una visión pesimista, cuando no de desconfianza. Orson Scott Card suele recordar la paradoja de que el bueno de Luke Skywalker desconectara a R2D2 (y la tecnología que el simpático robot representa) al final de LA GUERRA DE LAS GALAXIAS, para abandonarse a la magia, ya que no otra cosa es la Fuerza. Tal como señala Scott Card, no parece la mejor recomendación para los jóvenes que han de vivir en el tecnificado mundo del futuro…
En una curiosa paradoja, la gente que confía casi ciegamente en el uso de la última tecnología para sus televisores, teléfonos móviles, automóviles y ordenadores parece obtener un sorprendente goce masoquista al descubrir que los nuevos avances tecnológicos provocan peligros sin cuento. Unos peligros que, por lo visto, residen en una determinada «tecnología», pero no en la que se usa: teléfonos móviles, ordenadores, automóviles, y un largo etcétera.
Y ese peligro indiscriminado, ese temor genérico a la ciencia y la tecnología, pero no a la que se usa, es el que ofrecen esos autores de best-sellers como Levin y Crichton que Wolfe citaba. Todos sabemos que, por ejemplo, Hollywood nunca se aprendió las Tres Leyes de la Robótica de Asimov, una ignorancia que permitió la aparición de los Terminators, Matrix y otras pesadillas tecnológicas de la misma ralea. La buena ciencia ficción escrita resulta, afortunadamente, mucho más sutil.
Y no es que la tecnociencia moderna, con sus grandes posibilidades para alterar no sólo el medio ambiente que nos rodea sino también la esencia del ser humano, no pueda generar peligros nuevos y ominosos, pero la respuesta honesta posiblemente no sea ni la catástrofe de los best-sellers al uso ni la confianza ciega de otros autores (que también los hay) que sólo saben ensalzar sin análisis crítico alguno las maravillas tecnocientíficas.
La buena ciencia ficción analiza con seriedad las amplias posibilidades que se abren ante nuevas realizaciones tecnológicas y nuevos conocimientos científicos, y lo hace con honestidad y seriedad, con la ayuda de conocimientos válidos y sin caer en terrores sin cuento ni alabanzas injustificadas.
El mundo es complejo, mucho más de lo que imaginan a veces los autores de best-sellers o los guionistas de Hollywood. En la buena ciencia ficción, un thriller resulta algo más variado y complejo que el best-séller al uso o la película repleta de efectos especiales. Es algo del todo necesario para atender la diversidad de un mundo que, por sí mismo, no es en absoluto simple y al que, además, el imaginativo autor de ciencia ficción añade nuevas posibilidades fruto de su especulación. Eso hace el buen thriller tecnológico en la ciencia ficción y a ese grupo narrativo pertenece LA RADIO DE DARWIN que hoy presentamos.
Volviendo a Gary K. Wolfe, bueno será recordar aquí que ese reputado comentarista de la revista más influyente en la ciencia ficción mundial, tras haber citado otras dos recientes novelas de ciencia ficción (ninguna de ellas publicada en NOVA, por cierto), acababa su introducción diciendo:
LA RADIO DE DARWIN de Bear es la mejor novela de las tres, y uno de los más inteligentes y originales thrillers de los últimos años.
[…]. La principal diferencia radica en que Bear es capaz de basar su trabajo en la investigación actual sobre la evolución, el genoma humano y, muy en particular, los retrovirus endógenos humanos (remanentes de antiguas infecciones), que pueden constituir una parte significativa de ese genoma. Su idea básica es que algo en el medio ambiente o incluso en la estructura social puede disparar la manifestación de uno de esos virus antiguos en una forma transmisible y que, prosiguiendo con esa misma hipótesis, esas manifestaciones pueden estar relacionadas con los mecanismos de la evolución. Bear es también lo bastante inteligente para mantener la mayor parte de esa especulación en un segundo término en una novela de suspense que pulsa un montón de «botones» contemporáneos que incluyen el «hombre de hielo» de los Alpes, la crisis del orden social en lo que había sido la Unión Soviética, las enfermedades de transmisión sexual y el siempre fiable trabajo detectivesco de los Centros de Control de Enfermedades, que se han convertido para los thrillers de tema médico en lo que fuera Scotland Yard para las novelas de misterio y asesinatos.
Como se observa, un mundo de gran complejidad, en absoluto susceptible de ser reducido a esas «dos palabras» de la regla de lo que, según Wolfe, gusta a Hollywood para rodar un film de éxito o a ciertos autores para construir un best-séller con apariencia de ciencia ficción.
LA RADIO DE DARWIN es buena ciencia ficción, de la mejor, y tras haber sido finalista del premio Hugo de 2000, ha obtenido además el aval de la Asociación Norteamericana de Escritores de Ciencia Ficción (SFWA: Science Fiction Writers of America), que la ha considerado la mejor novela de ciencia ficción del año 2000. Eso es lo que significa el Premio Nebula 2000 votado entre los miembros de la SFWA, de forma parecida a como se decide el Oscar cinematográfico por los miembros de la Academia.
En realidad, no es nada sorprendente en un autor como Greg Bear, al que nuestros lectores conocen ya por varios títulos publicados en NOVA. Sin olvidar FUNDACIÓN Y CAOS (1998, NOVA, número 124), su participación en la nueva Trilogía de la Fundación asimoviana a la que aporta nuevas y sugerentes ideas, nuestros lectores conocen también la reflexión de Bear sobre la inteligencia artificial, la nanotecnología, las diversas técnicas de psicoterapia y, sobre todo, sus consecuencias sociales, analizadas en esas dos excepcionales novelas que son REINA DE LOS ÁNGELES (1990, NOVA ciencia ficción, número 54) y / [ALT 47] (1997, NOVA número 138).
Con MARTE SE MUEVE (1993, NOVA ciencia ficción, número 79), indiscutiblemente una de las mejores entre las recientes novelas sobre Marte (y con una brillante aplicación de la nanotecnología…), Bear obtuvo ya el premio Nebula 1994 y, tras la edición de esa novela en España, el premio español Ignotus de 1996, nuestro equivalente al Hugo estadounidense.
Sin embargo, LA RADIO DE DARWIN emparenta mejor con los temas de tipo biológico que formaban parte de MÚSICA EN LA SANGRE (1985) y, sobre todo, con la especulación en torno a otros mecanismos evolutivos como ocurría en LEGADO (1995, NOVA éxito, número 10), en torno a un mundo cuya biología permite la herencia de los rasgos adquiridos. LEGADO formaba parte de una trilogía que completan EON (1985, NOVA ciencia ficción, número 90) y ETERNIDAD (1988, NOVA éxito, número 12), sobre un nuevo mundo-universo descubierto en un asteroide hueco que se acerca a la Tierra.
Tal como en LEGADO Bear era capaz de imaginar un planeta sometido a una evolución lamarkiana y no darwinista, en LA RADIO DE DARWIN Bear discute nuevas posibilidades en torno a la teoría de la evolución. Aunque Darwin creía que se trataba de un proceso gradual, hoy en día se barajan otras hipótesis, como la sugerencia, hecha por Stephen J. Gould y otros, sobre si es posible que se produzcan cambios repentinos en un intervalo de tiempo increíblemente corto.
Amparado en esa idea genérica, Bear enfrenta al Homo sapiens sapiens con una de sus mayores crisis como especie ante un reto que puede haber permanecido dormido en nuestros genes casi desde el origen de la humanidad.
LA RADIO DE DARWIN es, pues, una intrigante especulación a partir de los actuales conocimientos biológicos y antropológicos, un ingenioso y bien tramado thriller que cuestiona casi todas nuestras creencias sobre los orígenes del ser humano y su posible destino.
Tres hechos, que al principio parecen inconexos, acabarán convergiendo para sugerir una novedad devastadora y sacudir los cimientos de la ciencia: la conspiración para ocultar los cadáveres de dos mujeres y sus hijos en Rusia, el descubrimiento inesperado en los Alpes de los cuerpos congelados de una familia prehistórica, y una misteriosa enfermedad que sólo afecta a mujeres gestantes e interrumpe sus embarazos.
Kaye Lang, una bióloga molecular especialista en retrovirus, y Christopher Dicken, epidemiólogo del Servicio de Inteligencia de Epidemias, temen que algo que ha permanecido dormido en nuestros genes durante millones de años pueda haber empezado a despertar. Ellos dos, junto al antropólogo Mitch Rafelson, parecen ser los únicos capaces de resolver un rompecabezas evolutivo que puede determinar el futuro de la especie humana… si ese futuro sigue existiendo.
Y todo ello en el seno de una peripecia humana general pero que remite a la misma aventura de la ciencia, al enfrentamiento de viejos y nuevos paradigmas del conocimiento.
Mucho hay en esta interesante novela de Greg Bear, pero voy a dejarles con una nueva cita de Locus, esta vez de Rusell Letson (sí, de nuevo de forma excepcional, Locus publicó no uno sino dos comentarios sobre LA RADIO DE DARWIN, algo que no suele hacer más que en casos muy especiales).
Dice Rusell Letson a propósito de LA RADIO DE DARWIN:
Se advierte una misma línea de pensamiento en bastantes de las obras de Bear, desde MÚSICA EN LA SANGRE, pasando por REINA DE LOS ÁNGELES y hasta este libro: una búsqueda de las conexiones interiores y entre diversos sistemas a lo largo de la escala desde lo nervioso a lo ecológico, y una actitud de esperanza respecto de las transformaciones que tal vez nos aguardan. Y como en esos otros libros, la mayor satisfacción de la obra de Bear procede de su integración de las Grandes Ideas con otros aspectos humanos más «apegados a la tierra». […] Bear pertenece al pequeño grupo de escritores en el género que pueden abordar tanto la complejidad del material intelectual como la solidez y la profundidad necesarias para que una «novela de ideas» se convierta en una novela real.
Nada más. Sólo una recomendación: lean, reflexionen y diviértanse. Tal y como están los tiempos, les aseguro que no es poca cosa…
MIQUEL BARCELÓ