QUINTA PARTE Su bienaventurado destino

34

Foster alzó la cabeza del trabajo que tenía entre manos.

—¡Hijo!

—¿Señor?

—Ese joven por el que te interesabas está disponible ya. Los marcianos lo han soltado.

Digby pareció desconcertado.

—Lo siento. ¿Hay alguna joven criatura hacia la cual tengo alguna Obligación?

Foster sonrió angélicamente. Los milagros nunca eran necesarios…, en Verdad, el pseudoconcepto «milagro» era en sí mismo una contradicción. Pero esos jóvenes tenían que aprenderlo siempre por su cuenta.

—No importa —dijo en tono amable—. Es un trabajo menor, me encargaré yo mismo de él. Y… por favor, hijo…

—¿Señor?

—Llámame «Fos», por favor…, las ceremonias están muy bien ahí fuera, pero no son necesarias en el estudio. Y recuérdame que no te llame «hijo» después de esto; tu hoja de servicios durante el período de prueba provisional es estupenda. ¿Por qué nombre deseas que se te llame?

Su ayudante parpadeó.

—¿Tengo otro nombre?

—Miles de ellos. ¿Alguna preferencia?

—Oh, la verdad es que no recuerdo en este preciso eón.

—Bien…, ¿no te gustaría que te llamasen «Digby»?

—Oh, sí. Es un nombre bonito. Gracias.

—No tienes por qué agradecérmelo. Te lo has ganado.

El Arcángel Foster volvió a su tarea, sin olvidar la misión secundaria que había asumido. Consideró brevemente cómo podría retirar aquel cáliz de la pequeña Patricia…, luego se reprendió a sí mismo por aquel pensamiento tan poco profesional, casi humano. La misericordia no era posible en un ángel; la compasión angélica no dejaba sitio para ella.

Los Ancianos de Marte habían llegado a una elegante solución experimental de su problema estético más importante, y lo habían dejado a un lado durante unos cuantos «treses llenos» a fin de dejar que generase nuevos problemas. Entonces, sin prisas pero de inmediato y casi distraídamente, recogieron los informes de lo que había aprendido acerca de su propio pueblo el extraño polluelo al que habían enviado de regreso a su mundo, tras haberlo cuidado y hecho crecer, puesto que ya no era de interés para sus propósitos.

Tomaron colectivamente los datos que había acumulado y, con un vistazo de prueba a aquella solución experimental, empezaron a pensar en la conveniencia de promover una encuesta que condujese a una investigación de los parámetros estéticos implicados en la posible necesidad artística de destruir la Tierra. Pero haría falta necesariamente mucha espera antes de que la plenitud permitiera asimilar una decisión.

El Daibutsu de Kamakura volvió a verse inundado por una ola gigantesca, como consecuencia de una alteración sísmica a unos 280 kilómetros de Honshu. La ola mató a más de trece mil personas, y alojó a un niño pequeño en lo alto del interior de una imagen del Buda, donde fue finalmente hallado y socorrido por los monjes supervivientes. Aquel niño vivió noventa y siete años terrestres después del desastre que barrió a toda su familia, y no dejó descendencia alguna ni hizo nada notable, excepto ganarse una reputación que llegó hasta Yokohama por su continuo hipo.

Cynthia Duchess ingresó en un convento con todos los beneficios de la moderna publicidad, y salió de él sin la menor fanfarria al cabo de tres días. El ex secretario general Douglas sufrió una apoplejía menor que le dejó casi inútil la mano izquierda, pero eso no redujo su habilidad para conservar los fondos que le habían sido confiados. La Lunar Enterprises, Ltd. publicó un folleto sobre una emisión de acciones de su empresa subsidiaria, la Ares Chandler Corporation. La nave exploradora Mary Jane Smith, dotada con el impulsor Lyle, se posó en Plutón. Fraser, Colorado, informó que estaba padeciendo el mes de febrero más frío de sus anales históricos.

El obispo Oxtongue, en el Templo de la Nueva Gran Avenida en Kansas City, predicó sobre el texto de Mateo 24:24: «Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, con grandes señales y prodigios, hasta hacer errar, por si fuera poco, a los elegidos». Tuvo mucho cuidado en dejar bien sentado que su diatriba no se refería a mormones, cristianos científicos, católicos romanos ni fosteritas. Sobre todo no a estos últimos, ni a ninguno de sus peregrinos compañeros de viaje, cuya buena labor tenía más importancia —en último análisis— que las inconsecuentes diferencias en credo o ritual. Se aplicaba única y exclusivamente a los advenedizos heréticos que seducían a los fieles contribuyentes para alejarlos de la fe de sus padres.

En una lujuriante ciudad residencial subtropical en la parte sur de la misma nación, tres querellantes presentaron una denuncia acusando de libertinaje público a un pastor, tres de sus ayudantes y Fulano de Tal, Mengana de Cual, etcétera…, además de acusaciones de dirigir un burdel y contribuir a la corrupción de menores. El fiscal del condado no tenía al principio el menor interés en proseguir la causa, sobre la base de la información que tenía archivada de una docena de casos anteriores similares…, en los que los testigos querellantes nunca se habían presentado al proceso. Señaló esto, y su portavoz dijo:

—Lo sabemos. Esta vez se le respaldará a fondo. El obispo supremo Short está decidido a que este Anticristo deje de prosperar.

El ministerio fiscal no estaba interesado en los Anticristos, pero había unas elecciones primarias en perspectiva.

—Bien, pero recuerde que no puedo hacer mucho sin respaldo.

—Lo tendrá.

Más hacia el norte, el doctor Jubal Harshaw no se enteró de inmediato de este incidente y sus consecuencias, pero tuvo noticia de demasiados otros para su paz mental. Contra sus propias reglas había sucumbido a la más insidiosa de las drogas: las noticias. Hasta entonces había contenido su vicio; se había limitado a suscribirse a un servicio de recortes de prensa centrado exclusivamente en los epígrafes «Hombre de Marte», «V. M. Smith», «Iglesia de Todos los Mundos» y «Ben Cax-ton»…, pero el mono se le estaba subiendo a la espalda. En dos ocasiones últimamente se había visto obligado a mantener una dura lucha consigo mismo para vencer el impulso de ordenar a Larry que instalase la caja de parloteos en su estudio. Maldita sea, ¿por qué no se molestaban aquellos chicos en grabarle alguna carta de vez en cuando, en vez de dejarle que se interrogara y se preocupara?

—¡Primera!

Oyó entrar a Anne, pero siguió con la vista clavada en la nieve y la piscina vacía al otro lado de la ventana.

—Anne —dijo al fin, sin volverse—, alquílanos un pequeño atolón tropical y pon en venta este mausoleo.

—Sí, jefe. ¿Alguna otra cosa?

—Pero asegúrate de dejarlo todo bien atado para un alquiler a largo plazo antes de devolver este lugar salvaje a los indios; no soporto los hoteles. ¿Cuánto tiempo hace que no escribo nada de pago?

—Cuarenta y tres días.

—¿Lo ves? Que esto te sirva de lección. Empieza: «Canción fúnebre de un muchacho de los bosques».

Las profundidades del añorado invierno son hielo en mi corazón;

los jirones de los acuerdos rotos yacen pesados sobre mi alma.

Los fantasmas de los perdidos éxtasis aún nos mantienen separados;

los sordos vientos de amargura flotan sobre nosotros.

Las cicatrices y los tendones rotos, las ramas arrancadas de cuajo,

el doliente pozo del hambre y el pulsar del hueso dislocado,

mis ardientes ojos llenos de arena mientras la luz disminuye dentro,

no añaden nada al tormento de yacer aquí solo…

Las rielantes llamas de la fiebre resaltan tu bendito rostro;

mis rotos tímpanos envían el eco de tu voz a mi cabeza.

No temo la oscuridad que avanza a buen paso;

sólo temo perderte cuando ya esté muerto.

—Ya está —dijo secamente—. Fírmalo «Louisa M. Alcott» y haz que la agencia lo mande a la revista Ib-getherness.

—Jefe, ¿es ésta su idea de un «escrito de pago»?

—¿Eh? Por supuesto que no. No ahora. Pero valdrá algo más adelante, así que archívalo, y mi albacea literario podrá sacarle partido en mis honras fúnebres. Eso es lo malo de todas las búsquedas artísticas: las mejores obras rinden dividendos cuando ya no puede cobrarlos el que las ha creado. La vida literaria… ¡mierda!… no consiste más que en acariciar el gato hasta que ronronee.

—¡Pobre Jubal! Nadie siente piedad por él, así que no le queda más remedio que compadecerse de sí mismo.

—Y encima sarcasmos. No es extraño que trabaje poco.

—Nada de sarcasmos, jefe. Sólo el que lo usa sabe dónde le aprieta el zapato.

—Mis disculpas. De acuerdo, aquí va un escrito de pago. Empieza. Título: «Despedida».

Hay amnesia en un nudo corredizo y alivio en el hacha,

Pero el sencillo veneno relajará tus nervios.

Hay rapidez en un pistoletazo y sopor en el potro,

Pero una buena dosis de veneno te ahorrará lo más duro.

Hallarás descanso en la silla eléctrica, o el gas te traerá la paz;

Pero el farmacéutico de la esquina puede darte esa paz en un sobrecito.

Hay refugio en el cementerio de la iglesia, si estás cansado de enfrentarte a los hechos…

Y el camino más suave es el veneno recetado por un médico amable.

Coro:

Tras un ¡hugh! y un gemido, y un estertor,

La Muerte llega en silencio, o tal vez aullando…

Pero lo más agradable para acabar con tus días

es el brindis de una copa, de mano de un amigo.


—Jubal —dijo Anne con tono preocupado—, ¿le duele el estómago?

—Siempre.

—¿Éste lo archivo también?

—No. Éste es para el New Yorker. El seudónimo habitual.

—Lo rechazarán.

—Lo comprarán. Es morboso, lo comprarán.

—Y, además, le pasa algo a la métrica.

—¡Pues claro que le pasa algo! Uno ha de dar al editor algo distinto, o se sentirá frustrado. Después de que lo ha paladeado un poco, se da cuenta que le satisface el sabor, así que lo compra. Mira, querida, yo ya le estaba dando esquinazo con éxito a todo trabajo honrado antes de que tú nacieras…, así que no trates de enseñarle a tu abuelo cómo se baten los huevos. ¿O preferirías que yo cuidara a Abby mientras tú escribes? ¡Hey! Es la hora de dar de comer a Abigail, ¿no? Y tú no eres «primera», Dorcas es «primera». Lo recuerdo.

—A Abby no le hará ningún daño esperar un poco. Dorcas está acostada. Mareos matutinos.

—Tonterías. Si está embarazada, ¿por qué no me deja hacer la prueba? Anne, puedo oler un embarazo veinte días antes que un conejo, y tú lo sabes. Voy a tener que mostrarme firme con esa chica.

—¡Déjela en la cama, Jubal! Le asusta la posibilidad de que no haya prendido…, y quiere convencerse de que sí, durante tanto tiempo como sea posible. ¿Sabe usted algo de mujeres?

—Hum. Ahora que pienso en ello…, no. Nada. De acuerdo, no la molestaré. Pero, ¿por qué no trajiste a tu bebé ángel y la alimentaste aquí? Tienes libres las dos manos cuando tomas dictado.

—En primer lugar, me alegro de no haberlo hecho: hubiera podido entender algo de lo que usted decía…

—Así que ahora soy una mala influencia, ¿eh?

—Es demasiado pequeña para ver el jarabe de caramelo blando que hay debajo, jefe. Pero la auténtica razón es que usted no hace nada si la traigo conmigo; se dedica a jugar con ella.

—¿Puedes imaginar un mejor medio de enriquecer las horas vacías?

—Jubal, aprecio el hecho de que sea usted un tonto con mi hija; yo también creo que es una niña encantadora. Pero se pasa usted todo el tiempo jugando con ella… o dormitando. Eso no es bueno.

—¿Falta mucho para que tengamos que recurrir a la beneficencia pública?

—No se trata de eso. Si no produce historias, se estriñe espiritualmente. La cosa ha llegado al punto de que Dorcas, Larry y yo nos mordemos las uñas…, y cuando usted grita: «¡Primera!» se nos escapa un suspiro de alivio. Sólo que últimamente es una falsa alarma.

—Si hay dinero en el banco para pagar las facturas, ¿por qué tenéis que preocuparos?

—¿Por qué se preocupa usted, jefe?

Jubal consideró aquello. ¿Debía explicárselo? Cualquier posible duda acerca de la paternidad de la niña había quedado solventada en su mente por el nombre que se le impuso; Anne había vacilado entre «Abigail» y «Zenobia»…, y al final cargó a la pobre niña con los dos. Anne nunca mencionó el significado de esos nombres, presumiblemente porque ignoraba que Jubal los conocía.

Anne continuó, con firmeza:

—No engaña usted a nadie excepto a sí mismo, Jubal. Dorcas, Larry y yo sabemos que Mike puede cuidar de sí mismo, y usted debería saberlo también. Pero está tan frenético que…

—¿Frenético yo?

—…Larry puso el estéreo en su habitación, y siempre ha habido uno de nosotros viendo las noticias, todas las emisiones. No porque nosotros estemos preocupados…, excepto por usted. Pero cuando Mike aparece en las noticias, y por supuesto lo hace con frecuencia; todavía sigue siendo el Hombre de Marte…, lo sabemos mucho antes de que esos tontos recortes le lleguen a usted a las manos. Me gustaría que dejase de leerlos.

—¿Qué sabes tú de los recortes? Me tomé un sinfín de molestias para evitar que os enterarais.

—Jefe —dijo ella con voz cansada—, alguien ha de encargarse de la basura. ¿Acaso piensa que Larry no sabe leer?

—Vaya… Esa maldita trituradora de desperdicios no ha funcionado bien desde que Duque se marchó. ¡Maldita sea, nada lo hace!

—Todo lo que tiene que hacer es mandarle aviso a Mike de que quiere que Duque vuelva…, y Duque se presentará al instante.

—Sabes que no puedo hacer eso —le confundió el hecho de que lo que ella había dicho era casi con toda seguridad cierto…, y el pensamiento fue seguido por una repentina y amarga sospecha—. ¡Anne! ¿Estás aquí porque Mike te dijo que te quedaras?

La chica respondió casi de inmediato:

—Estoy aquí porque quiero estar aquí.

—Hum. No estoy seguro de que sea una respuesta aceptable.

—Jubal, a veces desearía que fuese usted lo bastante pequeño como para poder tumbarle sobre mis rodillas y darle unos azotes. ¿Me permite acabar lo que estaba diciendo?

—Tienes la palabra.

¿Estaría alguno de ellos aquí en otras circunstancias? ¿Se habría casado Miriam con Stinky y se habría ido a Beirut, si Mike no lo hubiera aprobado? El nombre de «Fátima Michele» podía ser un reconocimiento de la fe que había adoptado —además del deseo de su esposo de cumplimentar a su mejor amigo—, o podía ser una clave tan explícita como el doble nombre de la niña Abby. Una que señalaba que Mike era algo más que el padrino de la hija del doctor y la señora Mahmoud. Si era así, ¿llevaba Stinky su cornamenta sin saberlo? ¿O aceptaba la situación con el mismo sereno orgullo con que se suponía lo había hecho José?

Hum. Pero había que llegar a la conclusión de que Stinky conocía con toda certeza el calendario de su hurí; la hermandad de agua no permitía siquiera omisiones diplomáticas en un asunto tan importante… si de hecho era importante, cosa que el médico y agnóstico Jubal dudaba. Pero para ellos sí lo sería…

—No me está escuchando.

—Lo siento. Me distraje.

…y basta ya, viejo malicioso… ¡Deja de ver extraños significados a los nombres que las madres ponen a sus hijos! Luego la emprenderás con la numerología…, después con la astrología…, luego con el espiritismo…, hasta que tu senilidad haya progresado tanto, que todo lo que te quede sea un tratamiento bajo custodia, y la razón se te ofusque tanto que te resulte imposible descorporizarte con dignidad. Ve al cajón cerrado con la llave nueve del archivo de la clínica, clave «Leteo»…, y usa al menos dos granos para estar seguro, aunque uno es más que suficiente…

—No hay ninguna necesidad de que lea esos recortes, porque nosotros sabemos todas las noticias públicas relativas a Mike antes que usted, y Ben nos ha hecho una promesa de agua de informarnos de inmediato de todas las noticias privadas que necesitemos saber. Y Mike, por supuesto, lo sabe. Pero, Jubal, nada puede lastimar a Mike. Si tan sólo hubiese visitado usted el Nido, como hemos hecho nosotros tres, lo sabría.

—Nunca he sido invitado.

—Tampoco nosotros recibimos invitación alguna; simplemente fuimos. Nadie necesita invitación para entrar en su propia casa…, del mismo modo que ellos no necesitan invitaciones para venir aquí. Lo único que hace usted es poner excusas, Jubal, y muy pobres…, porque Ben le animó a ir, y tanto Dawn como Duque se lo dijeron también.

—Mike no me ha invitado.

—Jefe, ese Nido nos pertenece tanto a usted y a mí como a Mike. Mike es el primero entre iguales…, como usted aquí. ¿No es éste el hogar de Abby?

—Da la casualidad —dijo Jubal con voz llana— que la escritura está ya a su nombre…, con un inquilinato vitalicio para mí. No tenía intención de decírtelo, pero no se pierde nada conque lo sepas.

Jubal había cambiado su testamento, sabiendo que Mike hacía ahora innecesario preocuparse por ninguno de sus hermanos de agua. Pero, puesto que no estaba seguro del status «acuoso» exacto de aquel polluelo —salvo que normalmente estaba mojado—, estableció nuevas disposiciones testamentarias a favor de la niña y a favor de los descendientes, si los había, de algunos otros.

—Jubal…, va a hacerme llorar. Y casi ha logrado que olvide lo que estaba diciendo. Y debo decirlo. Mike nunca le meterá prisa, usted lo sabe. Asimilo que el muchacho está aguardando la plenitud…, y asimilo que usted hace lo mismo.

—Hum… Asimilo que hablas correctamente.

—De acuerdo. Creo que hoy se encuentra especialmente melancólico porque han vuelto a arrestar a Mike. Pero eso ha sucedido muchas…

—¿Arrestado? ¡No sé nada de eso! Maldita sea, muchacha… —añadió.

—¡Jubal, Jubal! Ben no ha llamado; eso es todo lo que necesitamos saber. Ya sabe cuántas veces han arrestado a Mike: en el Ejército, cuando estaba con la feria, en otros lugares, media docena de veces mientras predicaba. Nunca hace daño a nadie; simplemente les deja hacer. Nunca han podido acusarle de nada, y sale en libertad tan pronto como desea…, de inmediato, si así lo quiere.

—¿De qué le acusan esta vez?

—Oh, las tonterías habituales: escándalo público, violación de menores, conspiración para defraudar, mantenimiento de un burdel, contribución a la delincuencia de menores, conspiración para eludir las leyes sobre vagancia del estado…

—¿Eh?

—Eso implica la escuela de sus polluelos. Su permiso para dirigir una escuela parroquial fue cancelado; los chicos aún no han vuelto a la escuela pública. No importa, Jubal; nada de eso importa. Lo único en lo que ha violado técnicamente la ley…, y usted también, jefe querido…, no puede demostrarse de ninguna forma. Jubal, si hubiese visto usted alguna vez el Templo y el Nido, sabría que ninguna organización policíaca, ni siquiera los bomberos, es capaz de meter la nariz allí. Por lo tanto, tranquilícese. Después de mucha publicidad, las acusaciones serán retiradas…, y las multitudes en los servicios externos serán más numerosas que nunca.

—¡Hum! Anne, ¿prepara el propio Mike esas persecuciones?

La joven pareció sorprendida, una expresión muy poco habitual en ella.

—Bueno, nunca se me ha ocurrido esa posibilidad, Jubal. Mike no sabe mentir, como usted sabe muy bien.

—¿Implica todo eso alguna mentira? Supongamos que se limita a poner en circulación rumores perfectamente verídicos. Cosas que no pueden demostrarse ante los tribunales.

—¿Piensa que Mike sería capaz de hacer eso?

—No lo sé. Pero sé que la manera más astuta de mentir es contar la cantidad exacta de verdad en el momento adecuado…, y luego callarse. No sería la primera vez que una persecución de este tipo ha sido llevada a los tribunales por su valor en los titulares de los periódicos. De acuerdo, olvidaré el asunto de mi mente a menos que Mike no pueda manejarlo. ¿Sigues siendo «primera»?

—Si contiene usted sus impulsos de hacerle monerías a Abby debajo de la barbilla, y decirle cuchi-cuchi y hacer ruidos similares no comerciales, iré a buscarla. De otro modo, será mejor que levante a Dorcas.

—Trae a Abby. Me esforzaré honradamente en emitir ruidos comerciales…, una cosa nueva, conocida como chico-encuentra-chica.

—¡Vaya, eso sí que es bueno, jefe! Me pregunto cómo nadie ha pensado nunca antes un argumento así. Un segundo… —salió apresuradamente.

Jubal se controló: menos de un minuto de ruidos y demostraciones no comerciales, sólo lo justo para despertar la celestial sonrisa de Abigail, hoyuelos incluidos; luego Anne se echó hacia atrás y dejó que la niña se alimentara.

—Título —empezó Jubal—: «Las chicas son como los chicos, sólo que más así». Principio: «Henry M. Haversham IV había sido educado esmeradamente. Estaba convencido de que sólo existían dos clases de chicas: las que tenían presencia y las que no la tenían. Prefería enormemente las de esta última clase, sobre todo si se mantenían a distancia. Punto y aparte. No le habían presentado a la damita que cayó en su regazo, y no le pareció que un desastre común fuera el equivalente a una presentación formal…». ¿Qué diablos quieres? ¿No ves que estoy trabajando?

—Jefe… —jadeó Larry.

—Sal por esa puerta, ciérrala a tus espaldas y…

—Jefe… ¡La iglesia de Mike ha sido incendiada!


Emprendieron una marcha desordenada hacia el cuarto de Larry, con Jubal medio cuerpo detrás de él al llegar a la esquina, y Anne con cinco kilos de niña a cuestas acercándose rápidamente, pese a la carga extra. Dorcas cerraba la marcha y llegó la última a la puerta; el estrépito la había despertado.

— … en la medianoche pasada. Están viendo ustedes lo que fue la entrada principal del templo del culto, tal como quedó inmediatamente después de la explosión. Aquí su periodista local de la New World Networks, con su noticiario de media mañana. Permanezcan sintonizados a este canal para posterior información. Y, ahora, unos minutos de nuestro patrocinador local…

La escena de destrucción se fundió en la pantalla y cambió a una jovial ama de casa que se acercaba a la cámara.

—¡Maldita sea! Larry, desconecta ese artilugio y llévalo al estudio. Anne…, no, Dorcas. Telefonea a Ben.

Anne protestó:

—Sabe usted perfectamente que el Templo nunca ha tenido teléfono. ¿Cómo puede llamar?

—Entonces que alguien vaya para allí y…, no, por supuesto que no; en el Templo no habrá nadie… Llama al jefe de policía local. No, al fiscal del distrito. ¿La última noticia que tuviste de Mike era que estaba en la cárcel?

—Exacto.

—Espero que aún siga allí…, y los demás también.

—Yo también lo espero. Dorcas, toma a Abby; yo telefonearé.

Pero cuando regresaron al estudio, el teléfono indicaba que había una llamada con petición de codificación. Jubal maldijo y estableció la comunicación, decidido a enviar al infierno a quienquiera que estuviese ocupando la frecuencia.

Era Ben Caxton.

—Hola, Jubal.

—¡Ben! ¿Cómo demonios está la situación?

—Ya veo que se han enterado de la noticia. Por eso llamo, para tranquilizarles. Todo está bajo control, no se preocupen.

—¿Qué hay del incendio? ¿Ha resultado alguien herido?

—Ningún daño. Mike me ha indicado que se lo diga…

—¿Ningún daño? Acabo de ver las imágenes; parece más bien una total…

—Oh, eso… —Ben se encogió de hombros—. Por favor, Jubal, escuche y déjeme hablar. Tengo que hacer otras cosas, y más llamadas después de ésta. No es usted la única persona que necesita que la tranquilicen. Pero Mike me dijo que le llamase el primero.

—Oh… muy bien, señor. Guardaré silencio.

—No ha habido ningún herido, nadie se ha chamuscado siquiera. Oh, un par de millones de pérdida en daños a la propiedad, la mayor parte sin asegurar. Nichevó[16]. El lugar ya estaba colmado de experiencias; Mike planeaba abandonarlo pronto. Sí, el edificio era a prueba de incendios, pero cualquier cosa se puede quemar con la suficiente gasolina y dinamita.

—Trabajo de incendiarios, ¿eh?

—Por favor, Jubal. Han arrestado a ocho de nosotros…, todos los que pudieron atrapar del Noveno Círculo, con vulgares órdenes de detención firmadas en su mayoría por un tal Don Nadie. Mike nos sacó a todos en un par de horas, excepto él mismo. Aún sigue en chirona…

—¡Iré ahora mismo!

—Tómeselo con calma. Mike dice que venga si quiere, pero que no es imprescindible que lo haga. Son sus palabras. Y estoy de acuerdo con ellas. Sería sólo un viaje de placer. Prendieron fuego al Templo anoche, cuando estaba vacío, con todo anulado debido a los arrestos…, es decir, todo vacío excepto el Nido. Todos los que estábamos en la ciudad, salvo Mike, nos hallábamos reunidos en el Templo Íntimo, celebrando un Compartir el Agua especial en su honor, cuando se produjo la explosión y estalló el incendio. Así que nos hemos trasladado a un Nido de emergencia.

—A juzgar por el aspecto, tuvieron suerte de poder salir.

—Nos aislaron por completo, Jubal. Todos estamos muertos…

— ¿Qué?

—Todos figuramos en la lista de muertos o desaparecidos, según las autoridades. Verá, nadie abandonó el edificio después de que se iniciara el holocausto…, por ninguna de las salidas conocidas.

—Hum… ¿un «agujero para sacerdotes»?

—Jubal, Mike tiene métodos muy especiales para cosas así…, y no voy a hablar de ellos por teléfono, ni siquiera con la señal codificada.

—¿Dice que Mike estuvo en la cárcel?

—Y yo. El aún sigue allí.

—Pero…

—Ya es suficiente. Si viene, no se dirija al Templo. Está kaputt[17]. Nuestra organización está desmantelada. Nos hallamos diseminados por toda la ciudad. Usted podría decir que esta vez nos han ganado, supongo. No voy a decirle dónde nos encontramos…, y no llamo desde nuestro alojamiento. Si viene, aunque no veo la utilidad de que lo haga, ya que no puede hacer nada…, limítese a hacerlo como si se tratara de un viaje normal a la ciudad…, y nosotros le encontraremos.

—Pero…

—Eso es todo. Adiós. Anne, Dorcas, Larry…, y usted también, Jubal, y la niña. Compartid el agua. Tú eres Dios.

La pantalla quedó en blanco. Jubal maldijo.

—¡Lo sabía! ¡Lo supe todo el tiempo! Eso es lo que pasa cuando uno se mete con la religión. Dorcas, consígueme un taxi. Anne… no, acaba de dar de comer a la niña. Larry, prepárame una maleta pequeña. Anne, quiero llevarme la mayor parte del dinero en efectivo que tengamos aquí; Larry puede ir mañana al banco y reponer las reservas.

—Pero, jefe —protestó Larry—, nos iremos todos contigo.

—Claro que sí —añadió Anne, crispadamente.

—Cállate, Anne. Y tú cierra el pico, Dorcas. Éste no es el momento adecuado para conceder el voto a las mujeres. La ciudad se halla en estos momentos en la línea de fuego, y puede ocurrir cualquier cosa. Larry, tú te quedarás aquí y protegerás a las dos mujeres y a la niña. Olvida lo de ir al banco; no necesitaréis dinero en efectivo porque ninguno de vosotros se va a mover de casa hasta que yo vuelva. Alguien está jugando rudo, y entre esta casa y esa Iglesia existe la suficiente relación como para que las cosas también se pongan feas aquí. Larry, manten las luces encendidas durante toda la noche, conecta la verja, y no vaciles en disparar. Y no dudes en enviar a todo el mundo al refugio si es necesario; será mejor que pongas ya allí la cuna de Abby. Y ahora a lo nuestro: tengo que cambiarme de ropa.


Treinta minutos más tarde Jubal estaba solo en su suite, por elección propia. Larry le avisó:

—¡Jefe! El taxi está tomando tierra.

—Ahora mismo bajo —respondió.

Volvió la cabeza para echar una última mirada a la «Cariátide caída». Se le llenaron los ojos de lágrimas. Murmuró en voz baja:

—Lo intentaste, ¿verdad, muchacha? Pero esa piedra era demasiado pesada para cualquiera…

Acarició suavemente una mano de la contraída figura, dio media vuelta y salió.

35

Jubal tuvo un mal viaje. El taxi era automático, e hizo exactamente lo que él esperaba siempre de las máquinas: sufrió una avería en el aire y acudió a su base de mantenimiento en vez de seguir sus órdenes. Jubal acabó en Nueva York, mucho más lejos de su destino que antes. Allí descubrió que llegaría antes utilizando los medios de transporte regulares que contratando cualquier chárter disponible. De todos modos, llegó varias horas más tarde de lo que había esperado, tras pasar el tiempo alternando con desconocidos —cosa que detestaba— y contemplando el estéreo —cosa que detestaba sólo un poco menos—.

Pero le informó de algo. Contempló una aparición pública del obispo supremo Short, proclamando la conveniencia de emprender una guerra santa contra el Anticristo —es decir, Mike—, y vio demasiadas imágenes de lo que era sin lugar a dudas un edificio completamente en ruinas. No pudo comprender cómo era posible que alguien hubiese escapado de allí con vida. Au-gustus Greaves, en su tono más solemne de locutor engolado, comentó con alarma todo el asunto…, pero hizo notar que, en todas las peleas de vecindario, uno de los antagonistas es siempre el provocador, y que, según su criterio, expresado con voz de comadreja, la mayor culpa de lo ocurrido era del llamado Hombre de Marte.

Por fin Jubal se encontró en la plataforma de aterrizaje de una azotea municipal, sudando bajo sus ropas de invierno —en absoluto correctas para el brillante sol que caía sobre su cabeza—; observó que las palmeras seguían dando la impresión de pequeños plumeros inadecuados para quitar el polvo y miró fríamente el mar, al tiempo que pensaba que era una sucia masa inestable de agua, contaminada con pieles de pomelo y excrementos humanos —pese a que no podía comprobarlo dada la distancia—, y se preguntó qué hacer a continuación.

Un hombre con gorra de uniforme se le acercó.

—¿Taxi, señor?

—Oh, sí, creo que sí —en el peor de los casos podía ir a un hotel, llamar a la prensa y conceder una entrevista que informara públicamente de su posición; a veces era una ventaja ser conocido.

—Por aquí, señor… —el taxista le condujo por entre la gente hasta un vapuleado taxi Yellow. Mientras colocaba la maleta detrás de Jubal, dijo, con voz queda—. Le ofrezco el agua.

—¿Eh? Nunca tengas sed.

—Usted es Dios.

El taxista cerró la portezuela y subió a su compartimiento.

Se posaron en una plataforma de aterrizaje privada con espacio para cuatro coches, en un ala de un enorme hotel junto a la playa; la plataforma de aterrizaje del hotel estaba en otra ala. El taxista puso el aparato en automático para que aparcara por sí mismo, tomó la maleta de Jubal y le escoltó dentro.

—No puede entrar por el vestíbulo de esta planta —explicó, en un tono normal de conversación—, porque está lleno de cobras de bastante mal temperamento. Si decide bajar a la calle, asegúrese de preguntar a alguien primero, a mí o a cualquiera. Me llamo Tim.

—Yo soy Jubal Harshaw.

—Lo sé, hermano Jubal. Por aquí. Mire dónde pisa… —entraron en una suite de gran lujo, y Jubal fue conducido a un dormitorio con baño—. Todo esto es suyo —indicó Tim; depositó en el suelo la maleta de Jubal y se retiró.

En una mesita auxiliar encontró agua, vasos, cubitos de hielo y una botella de coñac, abierta pero sin empezar; no le sorprendió descubrir que era su marca preferida. Se mezcló rápidamente una copa, dio un sorbo y suspiró; luego se quitó la pesada chaqueta de invierno.

Entró una mujer con una bandeja de bocadillos. Llevaba un vestido sencillo y sin adornos, que Jubal interpretó como el uniforme de doncella del hotel, puesto que era completamente distinto de los habituales pantaloncitos cortos, pañuelos enrollados en torno del cuerpo, corpinos escotados, sarongs y otras prendas de llamativos colores, que exhiben más que ocultan y que caracterizan la indumentaria de las mujeres en los lugares turísticos. Pero la doncella, o lo que fuera, sonrió y dijo:

—Beba profundamente y calme siempre su sed, hermano nuestro… —depositó la bandeja, entró en el cuarto de baño, abrió el grifo de la bañera y empezó a verificar las cosas en el dormitorio y en el baño—. ¿Hay alguna otra cosa que necesite, Jubal?

—¿Yo? Oh, no, todo está bien. Me asearé un poco y… ¿Está Ben Caxton por aquí?

—Sí. Pero dijo que a usted le gustaría tomar un baño y ponerse cómodo primero. Si necesita alguna cosa, simplemente pídala. A cualquiera. O pregunte por mí; soy Patty.

—¡Oh! La Vida del Arcángel Foster.

La mujer hizo un mohín y, de pronto, pareció mucho más hermosa y joven que la casi cuarentona que Jubal había supuesto.

—Sí.

—Me encantaría verla en algún momento. Me interesa el arte religioso.

—¿Quiere ahora? No, asimilo que prefiere bañarse. A menos que desee algo de ayuda en su baño…

Jubal recordó que su muy tatuada amiga japonesa había trabajado en unos baños en su adolescencia, y que le hubiera hecho —en realidad le había hecho, muchas veces— el mismo ofrecimiento. Pero Patty no era japonesa, y él lo que deseaba era simplemente quitarse el sudor y los olores del viaje, y ponerse una ropa más acorde con este clima.

—No, gracias, Patty. Pero me gustaría contemplar esos dibujos, cuando a usted le parezca bien.

—En cualquier momento. No hay prisa —se fue, sin apresurarse pero moviéndose en silencio y con agilidad.

Jubal se enjabonó y enjuagó, y refrenó los deseos de sus cansados músculos de demorarse en el agua caliente; deseaba ver a Ben y averiguar exactamente cómo estaban las cosas. Poco después, revisaba lo que Larry le había puesto en su maleta y gruñía, irritado, al descubrir que no había ni un solo par de pantalones de verano. Eligió unas sandalias, unos pantalones cortos y una camisa de colores brillantes: el conjunto le proporcionaba el aspecto de un emú salpicado de pintura, y acentuaba la delgadez y el vello de sus piernas. Pero Jubal había dejado de preocuparse por su apariencia hacía varias décadas; se sentía cómodo, de modo que eso serviría, al menos hasta que necesitara salir a la calle… o ir a los tribunales. La asociación de abogados de allí, ¿tendría reciprocidad con la de Pensilvania? No podía recordarlo. Bueno, siempre era posible actuar juntamente con otro abogado que tuviera las acreditaciones necesarias.

Halló su camino hasta una gran sala de estar, bastante confortable pero con todo el aire impersonal de las estancias de hotel. Había varias personas reunidas allí, contemplando el mayor tanque de estereovisión que Jubal había visto en su vida fuera de un teatro. Una de ellas alzó la cabeza, y exclamó:

—Hola, Jubal —y avanzó hacia él.

—Hola, Ben. ¿Cuál es la situación? ¿Sigue Mike todavía en la cárcel?

—Oh, no; salió poco después de que yo hablara con usted.

—Entonces habrá sido citado. ¿Se ha dictado ya fecha para la encuesta preliminar?

Ben sonrió.

—Las cosas no van por ahí, Jubal. Técnicamente, Mike es un fugitivo de la justicia. No le han soltado. Escapó.

Jubal expresó claramente su disgusto.

—Ésa es la peor tontería que ha podido cometer. Ahora el caso será ocho veces más difícil.

—Jubal, ya le dije que no se preocupara. El resto de nosotros somos presuntos fallecidos, y Mike simplemente desapareció. Estamos acabados en esta ciudad, pero eso no importa en lo más mínimo. Iremos a otro sitio.

—Conseguirán su extradición.

—No tema. No lo harán.

—Bueno, ¿dónde está? Quiero hablar con él.

—Oh, está aquí mismo, un par de habitaciones más abajo de la suya. Pero se ha retraído para meditar. Dejó dicho que le comunicáramos, cuando usted llegara, que no emprendiese ninguna acción…, ninguna. Puede hablar con él ahora mismo si insiste; Jill le llamará para que salga de su retraimiento. Pero no se lo recomiendo. No hay prisa.

Jubal pensó en todo aquello. Admitió que se sentía ansioso por hablar con Mike, para saber exactamente cómo estaban las cosas —y para darle una buena reprimenda por el lío en que se había metido—, pero admitió también que molestar a Mike cuando se hallaba en trance era casi con toda seguridad peor que molestar al propio Jubal cuando dictaba una historia. El muchacho salía siempre por sí mismo de su autohipnosis cuando había «asimilado la totalidad», fuera eso lo que fuese…, y si no lo lograba, tenía que volver de nuevo a ello. Así que tratar de despertarle era tan inútil como molestar a un oso en plena hibernación.

—De acuerdo, esperaré. Pero quiero hablar con él apenas se despierte.

—Lo hará. Y ahora relájese y siéntase feliz. Deje que todos los inconvenientes del viaje salgan de su sistema.

Le empujó hacia el grupo que estaba alrededor del tanque estéreo. Anne alzó la vista.

—Hola, jefe —se hizo a un lado para dejarle sitio—. Siéntese.

Jubal se le acercó.

—¿Puedo preguntarte qué diablos estás haciendo aquí?

—Lo mismo que usted: nada. Viendo la estéreo. Jubal, por favor, no se ponga pesado porque no hicimos lo que nos dijo. Pertenecemos a este lugar tanto como usted. No hubiera debido decirnos que no viniéramos, pero en aquel momento estaba usted demasiado trastornado para que nos pusiéramos a discutir. Así que relájese y mire lo que dicen de nosotros. El sheriff acaba de anunciar que está decidido a expulsar de la urbe a todas las rameras, es decir, a nosotras… —sonrió—. Nunca he sido expulsada de ninguna ciudad. Puede que sea interesante… ¿Ponen a las rameras en un vagón de ferrocarril, o me veré obligada a caminar?

—No creo que haya ningún protocolo establecido sobre la materia. ¿Vinisteis todos?

—Sí, pero no se preocupe. Jed McClintock se ha quedado durmiendo en la casa. Larry y yo llegamos a un acuerdo hace un año con los chicos McClintock para que uno de ellos hiciera eso si era necesario, sólo por si acaso. Saben cómo funciona el horno, dónde están los interruptores y todo lo demás; las cosas están en orden.

—¡Hum! Estoy empezando a pensar que allí yo no era más que un huésped…

—¿Esperaba alguna otra cosa, jefe? Quería de nosotros que gobernásemos la casa sin molestarle para nada. Eso hemos hecho, siempre. Pero es una vergüenza que no se tranquilizara y nos dejara venir con usted. Nosotros llegamos aquí hace más de dos horas; debe de haber tenido usted algún problema por el camino.

—Así fue. Un viaje terrible. Anne, una vez de regreso en casa, no pienso volver a poner un pie fuera de la finca en toda mi vida; desconectaré el teléfono y reventaré a martillazos la caja de parloteos.

—Sí, jefe.

—Y esta vez lo digo en serio —contempló la gigantesca caja de parloteos frente a él—. ¿Es que esos anuncios se van a prolongar eternamente? ¿Dónde está mi ahijada? ¡No me digas que la dejaste a merced de los idiotas hijos de McClintock!

—Oh, claro que no. Está aquí. Hasta tiene su propia niñera, gracias a Dios.

—Quiero verla.

—Patty se la enseñará. Me tiene un poco irritada…, se portó como una perfecta bestiecilla durante todo el viaje. ¡Patty, querida! Jubal quiere ver a Abby.

La mujer tatuada efectuó uno de sus rápidos cruces de la estancia, sin prisa. Por todo lo que Jubal podía ver, era la única de entre todos los presentes que estaba haciendo algo, y parecía estar en todas partes a la vez.

—Desde luego, Jubal. No tengo nada que hacer. Venga por aquí.

Jubal tuvo que trotar para alcanzarla.

—Tengo a las niñas en mi cuarto —explicó ella por el camino—, a fin de que Cariñito pueda vigilarlas.

Jubal se sorprendió ligeramente, un momento más tarde, al comprobar lo que Patricia quería decir con aquello. La boa estaba encima de una de las dobles camas, con el cuerpo enroscado de modo que formaba un nido rectangular. Un doble nido, ya que la cola de la serpiente dividía en dos el rectángulo, formando dos huecos del tamaño de sendas cunas, cada uno de ellos con su correspondiente mantita infantil y cada uno de ellos conteniendo un bebé.

El ofidio niñera alzó la cabeza con aire interrogador cuando se acercaron. Patty le dedicó una caricia.

—Todo está bien, querida. Papá Jubal desea verlas. Hágale alguna caricia y deje que le asimile, así le conocerá la próxima vez.

Primero Jubal le hizo unos cuantos mimos a su niña favorita cuando ésta gorgoteó y pataleó alegremente, luego acarició a la serpiente. Decidió que era el más hermoso ejemplar de boidae que había visto nunca, así como el mayor. Más largo, estimó, que cualquier otra boa constrictora en cautividad. Las listas de su piel se marcaban con claridad, y los brillantes colores de la cola eran realmente llamativos. Envidió a Patty su animalito, digno de cualquier primer premio, y lamentó no disponer de tiempo para trabar amistad con él.

La serpiente frotó su cabeza contra la mano de Jubal, igual que hubiera hecho un gato. Patty cogió a Abby y dijo:

—Tal como pensaba. Cariñito, ¿por qué no me avisaste? —luego explicó, mientras empezaba a cambiar pañales—. Me cuenta enseguida si alguna de ellas se enreda en la ropa o necesita ayuda, puesto que no puede hacer mucho por sí misma para ayudarlas, excepto empujarlas para que vuelvan a la cama si tratan de gatear fuera y pueden caer. Pero no parece asimilar que un bebé mojado tiene que ser cambiado… Cariñito no ve que haya nada malo en ello. Ni tampoco Abby.

—Lo sé. La llamamos la «Vieja Puntual». ¿Quién es el otro bombón?

—¿Eh? Oh, ésa es Fátima Michele. Creí que lo sabía.

—¿Están aquí? ¡Pensé que estaban en Beirut!

—Bueno, creo que vinieron de alguno de esos sitios extranjeros. No sé exactamente de dónde. Quizá Maryam me lo dijo, pero no significaba nada para mí; nunca he estado en parte alguna. No es que importe, tampoco; asimilo que todos los sitios son semejantes, sólo otras personas. Tome, ¿quiere sostener a Abigail Zenobia mientras yo compruebo a Fátima?

Jubal lo hizo, y le aseguró que era la niña más hermosa del mundo; poco después, le aseguraba lo mismo a Fátima. Fue completamente sincero en ambas ocasiones, y las niñas le creyeron. Jubal había dicho lo mismo en incontables ocasiones empezando en la administración Hardim, y siempre lo había dicho con sinceridad, y siempre le habían creído. Abandonó de mala gana el dormitorio, tras hacerle unos cuantas caricias más a Cariñito y decirle lo mismo que a las niñas, con idéntica sinceridad.

Al salir se tropezaron con la madre de Fátima.

—¡Jefe, querido! —le dio un beso, y unas palmaditas en la barriga—. Ya veo que le mantienen bien alimentado.

—Un poco. He estado besuqueando a tu hija. Es un ángel de muñequita, Miriam.

—Sí, es una niña encantadora, ¿eh? Vamos a venderla en Río…, conseguiremos buen precio por ella.

—¿No es mejor el mercado en Yemen?

—Stinky dice que no. Tenemos que venderla para hacer sitio… —llevó la mano de Jubal a su vientre—. ¿No nota el bulto? Stinky y yo estamos fabricando un chico ahora; no tenemos tiempo para las hijas.

—Maryam —reprochó Patricia, sonriente—. Ésa no es forma de hablar.

—Lo siento, Patty. No hablaría así si fuese tu hija. Tía Patty es una dama, y asimilo que yo no.

—Yo también asimilo que no lo eres, pequeña diablilla —aseveró Jubal—. Pero si Fátima está en venta, te ofrezco el doble de lo que pueda dar el mejor postor.

—Tendrá que cerrar el trato con tía Patty; a mí sólo me dejan verla ocasionalmente.

—Y tú no has engordado, así que puede que desees conservarla contigo. Aunque, hum…, podría ser.

—Lo es. Mike ha asimilado muy cuidadosamente, y le ha dicho a Stinky que ha fabricado un muchacho.

—¿Cómo puede asimilar Mike una cosa así? Imposible. Ni siquiera yo estoy seguro de que hayas quedado embarazada.

—Oh, claro que lo está, Jubal —confirmó Patricia.

Miriam le miró serenamente.

—El escéptico de siempre, ¿eh, jefe? Mike lo asimiló mientras Stinky y yo estábamos aún en Beirut, antes incluso de que nosotros estuviéramos seguros de que había prendido. Mike nos telefoneó. Stinky dijo en la universidad que nos tomábamos un año sabático para efectuar trabajo de campo…, o que renunciaba a su puesto. Y aquí estamos.

—¿Haciendo qué?

—Trabajando. Trabajo mucho más de lo que nunca me hizo trabajar usted, jefe… Mi marido es un negrero.

—¿Haciendo qué?

—Están escribiendo un diccionario marciano —intervino Patty.

—¿Marciano-inglés? Eso debe de ser más bien difícil…

—¡Oh, no, no, no! —Miriam pareció casi sorprendida—. Eso no sería difícil, sería imposible. Un diccionario marciano en marciano. Nunca ha habido ninguno antes; los marcianos no necesitan tales cosas. Oh, mi contribución es puramente de oficina; paso a máquina lo que hacen ellos. Mike y Stinky…, sobre todo Stinky, preparan un alfabeto fonético marciano de ochenta y un caracteres. Disponemos de una fonoescritora IBM adaptada a esos caracteres, tanto mayúsculas como minúsculas… Jefe, querido, estoy estropeada como secretaria; ahora escribo al tacto por el sistema marciano. ¿Me querrá de todos modos, cuando usted grite: «¡Primera!», y yo no valga para nada? De todos modos, aún sé cocinar…, y me han dicho que poseo otros talentos.

—Aprenderé a dictar en marciano.

—Lo hará, en cuanto Mike y Stinky le den un buen repaso. Lo asimilo. ¿Verdad, Patty?

—Hablas correctamente, hermana.

Regresaron a la sala de estar, y Caxton acudió a su encuentro; sugirió encontrar algún lugar más tranquilo, lejos de la enorme caja de parloteos, y condujo a Jubal por un pasillo hasta otra sala de estar.

—Parece que tienen ocupada la mayor parte de este piso.

—Todo él —asintió Ben—. Cuatro suites: la secretarial, la presidencial, la residencial y la del propietario, abiertas unas a otras y sólo accesibles a través de nuestra propia plataforma de aterrizaje…, excepto un vestíbulo que no es muy seguro sin ayuda. ¿Le advirtieron al respecto?

—Sí.

—No necesitamos mucho espacio en estos momentos, pero acaso nos haga falta en el futuro; está llegando más gente.

—Ben, ¿cómo pueden ocultarse de los polis de esta manera tan abierta? El personal del hotel les denunciará…

—Oh, hay formas. El personal del hotel no sube aquí. Verá, Mike es el propietario del hotel.

—Me atrevería a decir que eso es mucho peor todavía.

—No, es mucho mejor, a menos que nuestro valeroso jefe de policía tenga al señor Douglas en su nómina, cosa que dudo. Mike pasó la propiedad a través de una cadena de cuatro eslabones de hombres de paja…, y Douglas nunca se mete en los procedimientos de Mike. Desde que Os Kilgallen se hizo cargo de mi columna, Douglas dejó de aborrecerme, supongo; pero tampoco quiere entregarme el control, así que hace lo que Mike quiere. El hotel es una inversión sólida; hace dinero…, pero el propietario, según el registro, es un miembro clandestino de nuestro Noveno Círculo. De modo que si el propietario desea habitar esta planta para la temporada, el gerente no hace preguntas sobre cómo y por qué o cuántos huéspedes va a albergar, o quién entra y sale: le gusta su trabajo, y Mike le paga más de lo que vale realmente el puesto. Es un buen escondite, por el momento. Hasta que Mike asimile adónde podemos ir a continuación.

—Suena como si Mike hubiera anticipado la necesidad de un escondite.

—Oh, estoy seguro de que sí. Hace casi dos semanas Mike evacuó a todos los polluelos del nido, excepto Maryam y su bebé. Maryam es imprescindible para el trabajo que está haciendo. Mike envió a las familias con hijos a otras ciudades…, sitios donde piensa abrir templos, me parece…, y cuando llegó el momento había menos de una docena de personas que trasladar. No hubo problemas.

—Pero, tal como fueron las cosas, tengo entendido que tuvieron bastante trabajo para salvar el pellejo… —Jubal se preguntó cómo habrían tenido tiempo de buscar sus ropas, teniendo en cuenta que probablemente no iban vestidos—. ¿Perdieron todo el contenido del Nido? ¿Todas sus pertenencias personales?

—Oh, no, nada que realmente deseáramos. Cosas como las cintas de lenguaje de Stinky y una fonoescritora especial que utiliza Maryam…, incluso ese horrible cuadro de usted que merecería estar en el museo de Madame Tussaud. Y Mike tomó nuestras ropas y algo de dinero, que estaban a mano.

—¿Dice que Mike hizo eso? —objetó Jubal—. Tenía entendido que estaba en la cárcel cuando se inició el fuego.

—Oh, estaba y no estaba. Su cuerpo estaba en la cárcel, contraído y en pleno retraimiento. Pero en realidad, él se encontraba con nosotros. ¿Comprende?

—Hum. No, no asimilo.

—Afinidad. Se hallaba principalmente dentro de la cabeza de Jill, pero todos nos encontrábamos unidos íntimamente. Jubal, no puedo explicárselo; tiene que vivirlo. Cuando se produjo la explosión, él nos trasladó aquí. Luego regresó y salvó las otras cosas, menos importantes, que valieran la pena.

Jubal frunció el entrecejo. Caxton dijo, impaciente:

—Teleportación, por supuesto. ¿Por qué le parece tan difícil de asimilar, Jubal? Usted mismo me recomendó que viniera aquí y mantuviera los ojos abiertos, y supiera reconocer un milagro cuando viera uno. Le obedecí, y ahí estaban. Sólo que no son milagros, del mismo modo que la radio tampoco es un milagro. ¿Asimila usted la radio? ¿O la estereovisión? ¿O los ordenadores electrónicos?

—¿Yo? No.

—Ni yo. Nunca he estudiado electrónica. Pero estoy seguro de que podría, si dispusiera del tiempo y las ganas de aprender el lenguaje de la electrónica. Creo que no es milagroso; es únicamente complejo. La teleportación es sencilla también, una vez aprendes el lenguaje; es el lenguaje lo que resulta difícil.

—Ben, ¿puede usted teleportar cosas?

—¿Yo? Oh, no, no enseñan eso en el parvulario. Soy diácono por cortesía, simplemente porque soy un «Primer Llamado» y por eso estoy en el Noveno Círculo, pero mis progresos se limitan al Cuarto Círculo, camino del Quinto. Apenas estoy empezando a conseguir el control de mi propio cuerpo. Patty es la única de nosotros que recurre a la teleportación con cierta regularidad…, y no estoy seguro de que lo haga sin el apoyo de Mike. Oh, Mike afirma que es perfectamente capaz de hacerlo, pero Patty es una persona tan ingenua y humilde que siente que su genio depende absolutamente de Mike. Cosa que no necesita en absoluto.

»Jubal, asimilo esto: en realidad no necesitamos a Mike. Oh, no estoy intentando desprestigiarle; no me interprete mal. Pero usted podría haber sido el Hombre de Marte. O incluso yo. Mike es como el primer hombre que descubrió el fuego. El fuego estaba allí durante todo el tiempo…, y una vez que él demostró que podía usarse, todo el mundo pudo utilizarlo… Al menos, cualquiera con el suficiente sentido común como para no quemarse los dedos. ¿Me sigue?

—Asimilo, algo al menos.

—Mike es nuestro Prometeo… pero recuérdelo, Prometeo no era Dios. Mike no deja de subrayar eso. Usted es Dios, yo soy Dios, él es Dios…, todo eso se asimila. Mike es un hombre, igual que todos nosotros, aunque sabe más cosas. Un hombre muy superior, de acuerdo; un hombre inferior, instruido en las cosas que saben los marcianos, podría haberse erigido en un dios de pacotilla. Mike está por encima de esa tentación. Es un Prometeo…, pero eso es todo.

Jubal dijo lentamente:

—Según recuerdo, Prometeo pagó un precio muy alto por proporcionar el don del fuego a la raza humana[18].

—¡No crea que Mike no lo está pagando también! Lo paga con veinticuatro horas diarias de trabajo, siete días a la semana, tratando de enseñarnos a unos pocos a jugar con cerillas sin quemarnos los dedos. Jill y Patty insistieron e insistieron sobre Mike, hasta convencerle por puro agotamiento de que debía tomarse una noche de descanso a la semana, mucho antes de que yo me uniese al grupo —sonrió—. Pero uno no puede detener a Mike. Esta ciudad está repleta de casinos, sin duda ya lo sabe, y la mayoría de ellos hacen trampas, puesto que aquí el juego es ilegal. Normalmente Mike se pasa la noche jugando en los juegos amañados…, y ganando. Acumula diez, veinte, treinta mil dólares por noche. Intentaron cazarle, intentaron matarle, intentaron lanzar sobre él matones y rufianes, pero nada funcionó. Todo lo que consiguieron fue aumentar su reputación como el tipo más afortunado de la ciudad, cosa que atrajo más gente aún al Templo; deseaban ver al hombre que siempre ganaba.

»Así que intentaron mantenerle fuera de los juegos, y eso fue otro error. Los mecanismos de las máquinas tragaperras se soldaban hasta formar un sólido bloque, las ruedas de las ruletas se negaban a girar, los dados no salían de sus cubiletes. Finalmente llegaron a un acuerdo con él: le pidieron educadamente que dejara de jugar una vez hubiera ganado unos cuantos billetes grandes. Por las buenas, Mike siempre atiende a razones, si se le pide educadamente.

Caxton hizo una pausa, luego añadió:

—Por supuesto, ahora es un nuevo bloque de poder el que tenemos enfrentado a nosotros. No sólo los fosteritas y algunas de las demás Iglesias, sino el sindicato del juego y la maquinaria política de la ciudad. Opino que ese trabajo en el Templo fue hecho por profesionales traídos de fuera de la zona; dudo mucho que los escuadrones de combate fosteritas tengan algo que ver con la explosión.

Mientras hablaban había entrado y salido gente, se habían formado grupos y algunos se habían reunido con Jubal y Ben. Jubal descubrió en ellos una sensación de lo más inusual, una relajada tranquilidad sin prisas que, al mismo tiempo, era una tensión dinámica. Nadie parecía excitado ni apresurado; sin embargo, todo lo que hacían parecía tener un propósito, incluso gestos aparentemente tan accidentales e impremeditados como los de encontrarse unos a otros y saludarse con un beso o unas palabras…, o a veces no. Jubal empezó a tener la sensación de que todos aquellos movimientos habían sido planificados por un maestro coreógrafo, aunque evidentemente no era así.

La quietud y la creciente tirantez…, o más bien la «expectación», decidió; aquella gente no estaba tensa de un modo que pudiera calificarse de morboso. A Jubal le recordaban algo que había conocido en el pasado. Cirugía, con un maestro trabajando: nada de ruidos, nada de movimientos inútiles. Un poco.

Entonces lo recordó. En una ocasión, muchos años antes, cuando el hombre utilizaba cohetes gigantescos impulsados por combustibles químicos para la primitiva exploración del espacio desde el tercer planeta, había asistido a una cuenta regresiva en un blocao. Recordó ahora: las mismas voces bajas, la misma actividad relajada, muy diversa pero coordinada, idéntica expectación exultante y creciente a medida que la cuenta se arrimaba a cero. Tuvo la certeza de que estaban «aguardando la plenitud», eso era seguro. Pero, ¿de qué? ¿Por qué se sentían tan felices? Su Templo y todo lo que habían edificado acababa de ser destruido, y sin embargo parecían chiquillos en Nochebuena.

Jubal había observado de pasada, al llegar, que el nudismo que tanto alterara a Ben en su primera y abortada visita al Nido no parecía practicarse como norma general en este Nido sustituto, pese a que estaban lo bastante aislados como para poder hacerlo. Cuando hizo acto de presencia, Jubal no lo notó enseguida; se había adaptado ya tanto a aquel ambiente de familia unida que el ir o no ir vestido carecía de importancia.

Cuando se dio cuenta, no lo apreció en forma de piel, sino de la más densa y hermosa cascada de cabello negro que jamás hubiera visto, y que adornaba a una mujer que había entrado, hablado con alguien, lanzado a Ben un beso, mirado gravemente a Jubal y salido. Jubal la siguió con los ojos, apreciando aquella ondulante masa de plumaje de medianoche. Sólo después de que la mujer hubo desaparecido se dio cuenta de que todo su atuendo estribaba en aquella regia gloria…, y entonces se dio cuenta también de que no era la única del grupo de hermanos que iba de esa manera.

Ben observó la dirección de su mirada.

—Es Ruth —le dijo—. La nueva suma sacerdotisa. Ella y su esposo han estado fuera, en la otra costa…, preparando un templo subsidiario, creo. Me alegro de que hayan vuelto. Está empezando a parecer que toda la familia ha vuelto a casa, como en esas comidas de Navidad pasadas de moda.

—Tiene una hermosa cabellera. Me hubiera gustado que se quedara.

—Entonces, ¿por qué no la llamó?

—¿Eh?

—Es casi seguro que Ruth halló alguna excusa para entrar aquí con el único fin de echarle un vistazo a usted; supongo que acaban de llegar. ¿No se ha dado cuenta de que casi nos han dejado solos, excepto unos cuantos que se han sentado unos momentos con nosotros, no han dicho casi nada y luego se han marchado?

—Bueno…, sí.

Jubal se había dado cuenta de ello no sin cierta decepción, ya que se había estado preparando, después de todo lo que había oído, para eludir en lo posible toda intimidad indebida…, y había descubierto que acababa de tropezar con un escalón superior que no estaba allí. Había sido tratado con hospitalidad y cortesía, pero era más la cortesía de un gato que la de un perro abiertamente cariñoso.

—Todos están terriblemente interesados en el hecho de que está usted aquí, y desean verle…, pero le temen.

—¿A mí?

—Oh, ya se lo dije el verano pasado. Es usted una venerable tradición de la Iglesia, no del todo real para ellos, y un poco mayor que de tamaño natural. Mike les ha dicho que es usted el único ser humano que conoce de quien puede decir que «asimila en toda su plenitud» sin verse obligado a aprender marciano primero. La mayoría de ellos sospechan que puede leer usted sus mentes con la misma perfección que lo hace Mike.

—Oh… ¡Vaya estupidez! Espero que los haya sacado usted de su error.

—¿Quién soy yo para destruir un mito? Quizá pueda leer usted las mentes…, y en ese caso estoy seguro de que no me lo diría. Le temen sólo un poco: saben que devora niños para desayunar y que, cuando ruge, tiembla el suelo. Cualquiera de ellos se sentiría encantado si le llamase, pero no quieren obligarle a aceptar su presencia. Saben que hasta Mike es todo oídos y dice «señor» cuando usted habla.

Jubal desdeñó toda la idea con una corta y explosiva palabra.

—Desde luego —admitió Ben—. Incluso Mike tiene puntos débiles; ya le dije que sólo era humano. Pero así son las cosas. Se ha convertido usted en el santo patrón de esta Iglesia, y no le queda más remedio que enfrentarse a las consecuencias.

—Bueno…, por fin entra alguien a quien conozco. ¡Jill! ¡Dése la vuelta, querida!

La mujer se volvió, vacilante.

—Soy Dawn. Pero… gracias.

Se acercó, de todos modos, y Jubal pensó por un instante que iba a besarle en la boca…, y decidió no rechazarlo. Pero, o bien ella no tenía esa intención, o cambió de idea. Se dejó caer sobre una rodilla, cogió su mano y fue ésta lo que besó.

—Padre Jubal. Le damos la bienvenida y bebemos profundamente de usted.

Jubal retiró bruscamente la mano.

—¡Oh, por el amor del Cielo, chiquilla! Levántese y tome asiento. Compartamos el agua.

—Sí, padre Jubal.

—Hum. Llámeme Jubal a secas…, y haga correr la voz de que no me gusta ser tratado como un leproso. Estoy en el seno de mi familia, espero.

—Lo está…, Jubal.

—Así que espero ser llamado Jubal y que se me trate como a un hermano de agua…, ni más ni menos. El primero que me mire con respeto se quedará castigado después de clase. ¿Asimilado?

—Sí, Jubal —dijo ella modestamente—. Ya se lo he transmitido.

—¿Eh?

—Lo que Dawn quiere decir —explicó Ben— es que se lo ha dicho a Patty probablemente, y que Patty lo está comunicando a todos los que pueden oírla…, por el oído interno…, y que éstos se lo están diciendo a los que aún están un poco sordos, como yo.

—Exacto —asintió Dawn—, excepto que se lo he dicho a Jill. Patty ha salido a buscar algo que desea Mike. Jubal, ¿ha estado viendo la estereovisión? Es excitante.

—¿Eh? No.

—¿Te refieres al jaleo en la cárcel, Dawn?

—Sí, Ben.

—Todavía no hemos hablado de eso…, y a Jubal no le gusta la estéreo. Jubal, Mike no se limitó a abrir un boquete y venir a casa cuando lo creyó conveniente; les dejó un dilema para que pudieran sentarse encima. Ahí estaba, arrestado por todo lo imaginable excepto sodomizar la Estatua de la Libertad, con «Bocazas» Short denunciándole como el Anticristo el mismo día. Así que les dio a masticar unos cuantos milagros. Hizo desaparecer todos los barrotes y puertas de la cárcel del condado antes de marcharse, e hizo lo mismo con la prisión estatal justo en las afueras de la ciudad, por si no lo habían entendido. Desarmó a todas las fuerzas de la policía de la ciudad, condado y estado. En parte para mantenerlos ocupados e interesados, y en parte simplemente porque Mike desprecia la idea de mantener encerrado a un hombre, sea por la razón que fuere. Asimila en ello una gran incorrección.

—Eso encaja —admitió Jubal—. Mike es gentil, siempre. Le lastima que alguien esté encerrado. Estoy de acuerdo con él.

Ben agitó la cabeza.

—Mike no es gentil, Jubal. Matar a un hombre no le preocuparía en lo más mínimo. Pero es el anarquista definitivo. Encerrar a un hombre es una incorrección. Libertad para uno mismo, y absoluta responsabilidad personal para uno mismo. «Tú eres Dios».

—¿Dónde reside el conflicto, señor? Matar a un hombre puede ser necesario. Pero confinarlo es una ofensa contra su integridad, y la de uno mismo.

Ben se le quedó mirando.

—Asimilo que Mike tiene razón. Absorbe usted en su totalidad…, a su modo. A mí me falta mucho; todavía estoy aprendiendo. ¿Cómo se lo están tomando en la ciudad, Dawn? —añadió.

La muchacha rió suavemente.

—Como un enjambre de abejas enfurecidas. El alcalde se ha visto atrapado, y echa espuma por la boca. Ha solicitado la ayuda del estado y de la Federación, y se la han concedido; hemos visto aterrizar montones de transportes de tropas. Pero a medida que salen de los vehículos, Mike los va despojando no sólo de sus armas, sino también de sus zapatos…, y tan pronto como el transporte queda vacío, Mike lo hace desaparecer también.

—Absorbo que Mike permanecerá retraído hasta que se cansen y se den por vencidos —dijo Ben—. Tantos detalles pueden ocuparle una eternidad.

Dawn pareció pensativa.

—No, no lo creo así, Ben. Por supuesto que así sería si tuviera que hacerlo yo, aunque sólo fuera una décima parte. Pero asimilo que Michael puede hacerlo mientras conduce una bicicleta, manteniendo el equilibrio con la cabeza en el sillín.

—Hum. No lo sé, yo todavía no hago más que chapuzas… —Ben se puso en pie—. A veces vosotros los milagreros me dais un poco de dolor de cabeza, chica de azúcar. Me voy a ver ese tanque unos momentos —se demoró un instante para besarla—. Tú encárgate de entretener a papá Jubal; le gustan las niñas pequeñas.

Caxton se marchó de la sala, y un paquete de cigarrillos que había sobre la mesita de café se alzó en el aire, le siguió y fue a introducirse en uno de sus bolsillos.

—¿Quién hizo eso? —preguntó Jubal—. ¿Usted o Ben?

—Ben. Yo no fumo, a menos que el hombre con el que estoy desee fumar. Pero él siempre olvida los cigarrillos; le persiguen por todo el Nido.

—Hum… No es tan chapuzas como quiere dar a entender.

—Ben adelanta mucho, y más rápidamente de lo que confiesa. Es una persona verdaderamente santa…, pero odia admitirlo. Es tímido.

—Hum. Dawn, es usted la Dawn Ardent que conocí en el Tabernáculo de Foster hace dos años y medio, ¿verdad?

—¡Oh, lo recuerda! —le miró como si Jubal le hubiera ofrecido una piruleta.

—Por supuesto que lo recuerdo. Pero estaba un poco desconcertado. Ha cambiado usted algo. Para mejor. Parece mucho más hermosa.

—Eso se debe a que soy más hermosa —dijo ella, simplemente—. Me confundió usted con Gillian. Y ella es más hermosa también.

—¿Dónde está esa niña? Todavía no la he visto, y albergaba la esperanza de verla enseguida.

—Está trabajando —Dawn hizo una pausa—. Pero ya se lo he dicho, y me ha contestado que ahora viene… —volvió a hacer otra pausa—. Y yo tengo que sustituirla. Si me dispensa…

—Oh, por supuesto. Adelante, chiquilla.

—No hay prisa —dijo, pero se levantó y salió de la estancia casi de inmediato, mientras el doctor Mahmoud se sentaba.

Jubal le miró hoscamente.

—Al menos hubiera podido tener la cortesía de hacerme saber que estaba usted en este país, en vez de dejar que conociese a mi ahijada gracias a los buenos oficios de una serpiente.

—Oh, Jubal, usted siempre tiene mucha prisa.

—Señor mío, cuando uno tiene mi edad… —Jubal se vio interrumpido por unas manos que se posaron sobre sus ojos. Una voz muy recordada preguntó:

—¿Adivina quién soy?

—¿Belcebú?

—Inténtelo de nuevo.

—¿Lady Macbeth?

—Se acerca. Tercera oportunidad, o tendrá que pagar prenda.

—Gillian, olvide eso, dése la vuelta y siéntese a mi lado.

—Sí, padre.

—Y deje de llamarme «padre» en cualquier parte excepto en casa. Señor, como le estaba diciendo, cuando uno tiene mi edad, ha de apresurarse a hacer ciertas cosas. Cada amanecer es una joya preciosa…, puesto que es posible que nunca se vea seguido por el ocaso. El mundo puede terminar en cualquier momento.

Mahmoud le sonrió.

—Jubal, ¿acaso tiene la impresión de que, si deja de darle usted a la manivela, el mundo interrumpiría sus giros?

—Es muy posible, señor…, desde mi punto de vista —Miriam se les unió en silencio y se sentó en el lado libre de Jubal; éste pasó un brazo en torno de ella—. Claro que también es posible que no desee volver a ver de nuevo su feo semblante…, ni siquiera el rostro, algo más aceptable, de mi antigua secretaria.

—Jefe, ¿está acumulando puntaje para un puntapié en el estómago? —susurró Miriam—. Soy exquisitamente guapa, y lo digo con la máxima autoridad.

—Silencio. Las nuevas ahijadas constituyen otra categoría. Por culpa de tu omisión al no remitirme ni una simple tarjeta postal, pude haberme perdido la oportunidad de ver a Fátima Michele. En cuyo caso, mi espíritu habría vuelto para atormentarte.

—En cuyo caso —señaló Miriam—, podría haberle echado un vistazo a Micky al mismo tiempo…, y limpiado toda la zanahoria extraviada en su pelo. Un cuadro de lo más desagradable.

—Hablaba metafóricamente.

—Yo no. La niña es terrible comiendo.

—¿Por qué hablaba usted metafóricamente, jefe? —intervino Jill suavemente.

—¿Eh? El concepto de «espíritu» es uno que no considero necesario, más allá de la figura retórica.

—Es algo más que una figura retórica —insistió Jill.

—Hum…, es posible. Pero prefiero encontrarme las niñas pequeñas en carne y hueso, incluida mi propia persona.

—Pero eso es lo que yo estaba diciendo, Jubal —indicó el doctor Mahmoud—. No va usted a morir; ni siquiera está cerca de ello. Mike lo ha asimilado. Afirma que le quedan a usted muchos años por delante.

Jubal negó con la cabeza.

—Hace años ya que establecí un límite de tres cifras. No más.

—¿Qué tres cifras, jefe? —preguntó Miriam inocentemente—. ¿Las tres usadas por Matusalén?

Jubal sacudió a la muchacha por los hombros.

—¡No seas obscena!

—Stinky dice que las mujeres deben ser obscenas, pero sordas.

—Tu marido habla correctamente. El día en que mi maquinaria muestre tres cifras en su cuentakilómetros me descorporizaré, ya sea al estilo marciano, ya sea por mis propios y toscos medios. No podéis arrebatarme eso. Ir a las duchas es la mejor parte del juego.

—Asimilo que habla correctamente, Jubal —dijo Jill despacio—, en eso de que es la mejor parte del juego. Pero no se precipite al calcular su hora final. Su plenitud no se ha producido todavía. Allie le hizo un horóscopo precisamente la semana pasada.

—¿Un horóscopo? ¡Oh, Dios mío! ¿Quién es «Allie»? ¿Y cómo se ha atrevido a hacerme un horóscopo? ¡Quiero verla! Que alguien la traiga aquí, la enviaré a la Oficina de Asuntos Mejores en que Ocuparse.

—Temo que no va a poder hacerlo en estos momentos —indicó Mahmoud—, puesto que está colaborando en nuestro diccionario. En cuanto a quién es, se trata de Madame Alexandra Vesant.

Jubal se irguió en su asiento y pareció complacido.

—¿Becky? ¿También ella se encuentra en esta casa de locos? Hubiera debido adivinarlo. ¿Dónde está?

—Sí, Becky. Aunque la llamamos «Allie» porque ya tenemos otra Becky. Pero tendrá que esperar. Y no se tome a broma sus horóscopos, Jubal: tiene la Visión.

—Oh… tonterías, Stinky. La astrología no pasa de ser una estupidez, y usted lo sabe.

—Desde luego que sí. Incluso Allie lo sabe. Y un gran porcentaje de los astrólogos son burdos fraudes. No obstante, Allie la practica de una forma más diligente de lo que solía hacer cuando trabajaba para el público, ya que ahora emplea la aritmética y la astronomía marcianas, mucho más completas que las nuestras. Pero es su instrumento para asimilar. Podría mirar un remanso de agua, o una bola de cristal, o examinar las entrañas de un pollo; el medio que utiliza para ponerse en situación no importa, y Mike le aconsejó que continuara usando los símbolos a los que estaba acostumbrada. El detalle estriba en que Allie posee la Visión.

—¿Qué demonios quiere decir con eso de «la Visión», Stinky?

—La habilidad de asimilar más del universo que esa pequeña parte sobre la que está uno sentado en este momento. Mike la posee a través de años de disciplina marciana; Allie era una semiadepta no entrenada. El hecho de que utilizara un símbolo tan carente de significado como la astrología no tiene nada que ver con el asunto. Un rosario carece también de significado…, hablo de un rosario musulmán, por supuesto; no estoy criticando a nuestros competidores del otro lado de la calle… —Mahmoud metió una mano en su bolsillo, sacó un rosario y empezó a manosearlo—. Si ayuda a que su sombrero dé la vuelta sobre sí mismo durante una partida de póquer, entonces sirve de algo. Es irrelevante el hecho de que el sombrero no posea poderes mágicos y no pueda asimilar.

Jubal observó el objeto islámico de meditación y aventuró una pregunta que había dudado en formular antes:

—Entonces, ¿debo tomar eso como que continúa usted siendo uno de los Fieles? Pensé que tal vez se había unido a la Iglesia de Mike desde el principio.

Mahmoud apartó a un lado las cuentas del rosario.

—Tengo las dos cosas.

—¿Eh? Stinky, son incompatibles. O de otro modo, no asimilo ninguna de los dos.

Mahmoud agitó la cabeza.

—Sólo en la superficie. Puede usted decir, supongo, que Maryam adoptó mi religión y yo adopté la suya; nos consolidamos. Pero Jubal, mi querido hermano, sigo siendo esclavo de Dios, sometido a Su voluntad…, y, no obstante, puedo decir: «Tú eres Dios, yo soy Dios, todo lo que asimila es Dios». El profeta no afirmó nunca que fuera el último de los profetas, ni proclamó que había dicho todo lo que se tenía que decir…, sólo los fanáticos después de él insistieron en esas dos engañosas falacias.

»El sometimiento a la voluntad de Dios no es convertirse en un robot ciego, incapaz de elegir libremente y así de pecar; el Corán no dice eso. La sumisión puede incluir, incluye, de hecho, profundas responsabilidades respecto a la forma en la cual yo, y cada uno de nosotros, configura el universo. Nos corresponde a nosotros convertirlo en un jardín celestial…, o arrancar todo y destruirlo —sonrió—. «Con la ayuda de Dios todas las cosas son posibles», si puedo tomar esa frase prestada por un momento…, excepto lo único imposible: Dios no puede escapar de Sí mismo. No puede abdicar de Su propia responsabilidad absoluta; debe mantenerse sometido a Su propia voluntad, eternamente. El Islam permanece; Él no puede cargarle la responsabilidad a nadie. Es Suya…, mía…, de usted…, de Mike.

Jubal dejó escapar un suspiro.

—Stinky, la teología siempre me produce malestar. ¿Dónde está Becky? ¿No puede dejar a un lado su trabajo en el diccionario y decirle hola a un viejo amigo? Sólo la he visto una vez en veintitantos años; eso es demasiado tiempo.

—La verá. Pero ahora no puede interrumpir su trabajo, está dictando. Permítame explicarle la técnica, a fin de que no insista. Hasta ahora he pasado una parte de cada día en comunicación con Mike…, sólo unos breves momentos, aunque parece una jornada de ocho horas. Luego dicto de inmediato a la cinta todo cuanto Mike me ha vertido. A partir de esas cintas otras personas, entrenadas en fonética marciana pero no necesariamente estudiantes avanzados, efectúan transcripciones fonéticas con todo detalle. Luego Maryam las mecanografía utilizando una máquina especial…, y esta copia maestra es la que Mike o yo corregimos a mano. Yo preferiría que lo hiciera siempre Mike, pero su tiempo está a tope.

»Pero nuestro esquema se ha visto alterado ahora, y Mike asimila que tiene que enviarnos a Maryam y a mí lejos, a algún Shangri-La para que terminemos la tarea…, o, más correctamente, ha asimilado que nosotros asimilaremos esa necesidad. Así que Mike está completando meses y años de cintas a fin de que podamos llevárnoslas y traducir sin prisas su contenido a una fonética que los humanos puedan aprender a leer. Aparte eso, tenemos montones de cintas de conferencias de Mike en marciano, que será imprescindible transcribir cuando el diccionario esté concluido…, conferencias que comprendimos en su momento con su ayuda, pero que más tarde necesitarán ser impresas, con el diccionario.

»Me veo obligado a suponer que Maryam y yo tendremos que marcharnos pronto porque, ocupado como está con un centenar de otras cosas, Mike ha cambiado el método. Hay aquí ocho dormitorios equipados con grabadoras. Aquellos de nosotros que pueden hacerlo mejor…, Patty, Jill, yo mismo, Maryam, su amiga Allie, algunos otros…, nos turnamos en esas estancias. Mike nos pone en un corto trance y vierte el lenguaje: definiciones, locuciones, conceptos, dentro de nosotros, en unos pocos momentos que representan horas…, luego nosotros dictamos de inmediato lo que ha sido vertido en nosotros, de una forma exacta, mientras aún está fresco en nuestras mentes. Pero eso no puede hacerlo cualquiera, ni siquiera del Templo Íntimo. Se requiere un acento afinado y la aptitud de unirse a la relación del trance y descargar luego los resultados. Sam, por ejemplo, lo tiene todo, salvo el acento claro…, se las arregla, Dios sabe cómo, para hablar marciano con acento del Bronx. No se le puede utilizar; originaría incontables errores. Y eso es lo que Allie está haciendo ahora…, dictar. Se encuentra aún en el estado de semitrance necesario para un recuerdo total y, si se la interrumpe, olvidará todo lo que no se haya registrado.

—Asimilo —aceptó Jubal—, aunque la imagen de Becky Vesey como adepta a lo marciano me estremece un poco. De todos modos, en su tiempo fue una de las mejores mentalistas del negocio del espectáculo; era capaz de efectuar lecturas que hacían que hasta el último primo se saliera de sus zapatos…, y perdiera el contenido de su billetera. Oiga, Stinky, si va a ser enviado lejos en busca de paz y tranquilidad para desarrollar todos esos datos, ¿por qué usted y Maryam no vienen a casa? Hay sitio de sobra en los dormitorios y estudios de la nueva ala.

—Quizá lo hagamos. La espera aún es.

—Cariño —dijo Miriam, ansiosa—, es una solución que me encantaría…, si Mike nos empuja fuera del Nido.

—Si asimilamos la necesidad de alejarnos del Nido, querrás decir.

—Viene a ser lo mismo, como muy bien asimilas.

—Hablas correctamente, querida. Pero, ¿cuándo se come en esta casa? —reprochó Stinky—. Tengo en mi interior una urgencia que lo es todo menos marciana. El servicio era mejor en el otro Nido.

—No esperarás que Patty trabaje en el dichoso diccionario, se ocupe de que todo el mundo esté a gusto, haga recados para Mike, y además tenga la comida en la mesa en el instante en que a ti se te ocurra sentir hambre, querido. Jubal, Stinky nunca terminará su sacerdocio…, es esclavo de su estómago.

—Bueno, yo también.

—Y vosotras chicas podíais ir a echar una mano a Patty —añadió el esposo de Miriam.

—Eso suena como una insinuación muy vulgar. Sabes perfectamente, querido, que hacemos todo lo que ella nos deja…, y que Tony no permite a casi nadie entrar en su cocina…, ni siquiera en esta cocina… —se puso en pie—. Vamos, Jubal, veamos qué se guisa. Tony se sentirá muy halagado si usted visita sus dominios.

Jubal fue con ella, se sintió un poco desconcertado al ver que se usaba la telequinesia en la preparación de la comida y conoció a Tony. Éste frunció el entrecejo hasta que supo la identidad de la visita, luego le mostró orgullosamente su centro de trabajo…, entre una diatriba de insultos —escupidos en una mezcla de inglés e italiano— dirigidos a los canallas que habían destruido «su» cocina en el Nido. Mientras les atendía, una cuchara, sin ayuda de mano alguna, removía la salsa del spaguetti que se preparaba en una pequeña olla.

Poco después, Jubal se negaba a ocupar un asiento en la cabecera de una larga mesa y elegía un sitio a un lado. Patty se sentaba en un extremo; la silla de la cabecera siguió vacante…, aunque Jubal tuvo la extraña sensación —que se esforzó en reprimir— de que el Hombre de Marte estaba allí sentado, y que todo el mundo podía verle menos él.

Frente a Jubal, al otro lado de la mesa, estaba el doctor Nelson.

Jubal se dio cuenta de que sólo se habría sorprendido si el doctor Nelson no hubiese estado presente. Le saludó con una inclinación de cabeza y dijo:

—Hola, Sven.

—Hola, doctor. Compartamos el agua.

—Nunca tenga sed. ¿Qué hace usted por aquí? ¿Pertenece al cuadro médico?

Nelson negó con la cabeza.

—Estudio medicina.

—Vaya. ¿Y aprende algo?

—He aprendido que la medicina no es necesaria.

—De habérmelo preguntado, yo se lo habría dicho. ¿Ha visto a Van?

—Debería llegar a última hora de esta noche o mañaña por la mañana temprano. Su nave aterrizó hoy.

—¿Siempre viene aquí? —inquirió Jubal.

—Llámelo un estudiante con prórroga. No dispone de mucho tiempo para pasar aquí.

—Bueno, me alegrará verle. Hace como año y medio que no le echo la vista encima.

Jubal trabó conversación con el hombre que tenía a su derecha mientras Nelson hablaba con Dorcas, que estaba a su izquierda. Jubal captó la misma punzante expectación en la mesa que había notado antes, sólo que reforzada. Sia embargo, era algo a lo que no podía ponerle el dedo encima; sólo parecía una familia tranquila cenando en relajada intimidad. En un momento determinado un vaso de agua empezó a dar la vuelta a la mesa pero, si era un ritual con palabras en él, éstas eran pronunciadas en voz demasiado baja como para ser oídas. Cuando llegó a Jubal, éste tomó un sorbo y lo pasó a la muchacha sentada a su izquierda, con ojos un poco desorbitados y demasiado acomplejada para charlar con él…, y le dijo en voz baja:

—Le ofrezco el agua.

—Gracias por el agua, pa…, Jubal —consiguió responder ella.

Ésas fueron casi las únicas palabras que pudo arrancarle. Cuando el vaso completó su circuito y llegó al asiento vacío de la cabecera de la mesa, quedaba quizá un centímetro de agua en su interior. El vaso se alzó solo, se inclinó, el agua desapareció de él, y el recipiente de cristal volvió a posarse sobre el mantel. Jubal decidió, correctamente, que había tomado parte en un grupo de «Compartir el Agua» del Templo íntimo…, y probablemente en su honor…, aunque por ninguna parte apareció la orgiástica bacanal que había supuesto acompañaría una tal bienvenida de un hermano. ¿Era porque se hallaban en un entorno extraño? ¿O acaso había imaginado todo aquello de acuerdo con sus gustos?

¿O simplemente los otros lo habían suprimido como deferencia hacia él?

Esto último parecía la tesis más probable…, y descubrió que se sentía vejado por ello. Por supuesto —se dijo—, le alegraba el que le ahorrasen la necesidad de rechazar una invitación a algo que ciertamente no deseaba…, que no hubiera deseado a ninguna edad, dados sus gustos personales. Pero maldita sea, venía a ser lo mismo que: «No menciones para nada el patinaje sobre hielo, porque la abuelita es demasiado anciana y frágil y no sería educado. Hilda, propón que juguemos a las damas y todos aplaudiremos la idea…, a la abuelita le gusta jugar a las damas. Ya iremos a patinar en otra ocasión. ¿De acuerdo, chicos?».

Jubal se resintió ante aquella respetuosa consideración, si se trataba de eso; casi hubiera preferido ir a patinar, aunque hubiese tenido que pagarlo con una fractura de cadera.

Pero decidió olvidar el asunto, alejarlo por completo de su mente, cosa que hizo con la ayuda del comensal de su derecha, que era tan charlatán como silenciosa la muchacha de su izquierda. Jubal supo que se llamaba Sam, y al poco tiempo sabía que Sam era un hombre de amplia y profunda erudición, un rasgo que Jubal valoraba en cualquiera cuando era algo más que mero recitado de loro…, y asimiló que en Sam lo era.

—Este retroceso sólo es aparente —le aseguró Sam—. El huevo estaba a punto de romper la cáscara y ahora nos extenderemos. Por supuesto, hemos tenido problemas y seguiremos teniendo problemas…, porque ninguna sociedad, no importa lo liberales que parezcan ser sus leyes, está dispuesta a permitir que se desafíen impunemente sus conceptos básicos. Y nosotros lo desafiamos todo, desde la santidad de la propiedad hasta la santidad del matrimonio.

—¿La propiedad también?

—La propiedad tal como funciona hoy. Hasta ahora, Michael no ha hecho más que enfrentarse a unos cuantos tahúres timadores. Pero, ¿qué sucederá cuando sean miles, decenas de miles, centenares de miles y más, las personas que no puedan ser detenidas ni siquiera por las cajas fuertes de los bancos y que sólo dispongan de su autodisciplina para impedirles apoderarse de cualquier cosa que deseen? A decir verdad, esa disciplina es más fuerte que cualquier freno legal, pero ningún banquero puede asimilar ese detalle hasta que él mismo recorra el espinoso camino que conduce a esa disciplina, en cuyo caso… dejará de ser banquero. ¿Qué le ocurrirá al mercado de valores cuando los iluminados conozcan la ruta que ha de seguir el rebaño, y los agentes de cambio y bolsa no?

—¿Usted la conoce?

Sam negó con la cabeza.

—No tengo ningún interés. Pero Saúl, aquí…, ese joven Hebe robusto; es mi primo…, ha asimilado un poco, junto con Allie. Michael les ha recomendado prudencia al respecto, nada de grandes alharacas, así que utilizan una docena de cuentas pantalla…, pero sigue existiendo el hecho de que cualquiera de los disciplinados puede ganar cualquier suma de dinero en cualquier empresa, bienes raíces, acciones, carreras de caballos, juego, nombre usted lo que quiera…, cuando compiten con los semidespiertos. No, no creo que el dinero y las propiedades desaparezcan; Michael asegura que ambos conceptos son útiles…, pero afirmo que van a sufrir un vuelco, hasta el punto que la gente tendrá que aprender nuevas reglas (y eso significa aprenderlas de la manera más dura, como nosotros) o verse desplazada irremediablemente. ¿Qué le ocurrirá a la Lunar Enterprises cuando el medio de transporte corriente entre aquí y Luna City sea la teleportación?

—¿Debo comprar? ¿O vender?

—Pregunte a Saúl. Puede seguir utilizando la actual corporación, o puede llevarla a la bancarrota. O puede dejar las cosas tal como están durante un siglo o dos. Pero, aparte los banqueros y los corredores de bolsa, considere cualquier otra ocupación. ¿Cómo va a dar lecciones una maestra a unos chiquillos que saben más que ella y no se callarán cuando cometa algún error en sus enseñanzas? ¿Qué será de los médicos y dentistas cuando todo el mundo esté siempre sano? ¿Qué pasará con las industrias textiles y del vestido y los grandes imperios de la moda cuando la ropa ya no sea realmente necesaria y las mujeres pierdan gran parte de su interés en los nuevos modelos (aunque nunca lo perderán del todo), y a nadie le importe en absoluto que le vean con el culo al aire? ¿Qué forma adoptará «el problema agrícola» cuando pueda decírseles a las malas hierbas que no crezcan y las cosechas se recojan sin beneficios para la Cosechera Internacional o la John Deere? Diga simplemente un nombre: cambiará hasta el punto de hacerlo irreconocible cuando sea aplicada la disciplina. Tome por ejemplo el cambio que sacudirá tanto la santidad del matrimonio, en su forma actual, como la santidad de la propiedad. Jubal, ¿tiene usted alguna idea de cuánto dinero gasta anualmente este país en drogas anticonceptivas y dispositivos semejantes?

—Tengo cierta idea, Sam. Casi mil millones de dólares sólo en anticonceptivos orales este último año fiscal…, y aproximadamente la mitad más en remedios patentados, curalotodos y panaceas tan útiles como el almidón de maíz.

—Oh, sí, es usted médico.

—Sólo de pasada. Pero soy una mente curiosa.

—De cualquier forma, ¿qué será de esa gran industria…, y de las discordantes protestas de los moralistas…, cuando una mujer pueda concebir solamente cuando decida hacerlo con un acto de volición, cuando además sea inmune a las enfermedades, le importe únicamente la aprobación de los de su misma clase…, y su orientación esté tan cambiada que desee las relaciones sexuales con una vehemencia que Cleopatra jamás pudo soñar, pero que cualquier hombre que pretenda violarla caiga fulminado instantáneamente si ella así lo asimila, sin que llegue a saber nunca qué es lo que le ha golpeado? ¿Cuando las mujeres se vean libres de culpa y temor, pero invulnerables excepto por decisión propia? Demonios, la industria farmacéutica será una baja sin importancia; ¿qué otras industrias, leyes, instituciones, actitudes, prejuicios y demás estupideces tendrán que abandonarse?

—No asimilo en su totalidad —confesó Jubal—. Todo esto se refiere a un tema por el que he sentido muy poco interés personal desde hace tiempo.

—De todos modos, una institución no resultará dañada: el matrimonio.

—¿De veras?

—Puede asegurarlo. En vez de ello se verá purificada, fortalecida y dotada con una nueva resistencia. ¿Resistencia? ¡Éxtasis! ¿Ve esa muchacha de ahí abajo, la de la larga cabellera negra?

—Sí. Me deleité en su belleza hace un momento.

—Ella sabe que es hermosa, y ha dejado crecer su belleza un par de palmos más desde que nos unimos a la Iglesia. Es mi esposa. Hace poco más de un año, vivíamos juntos y nos llevábamos como perro y gato. Ella era celosa, y yo desatento. Hastiado. Demonios, ambos estábamos hastiados, y lo único que nos mantenía bajo el mismo techo eran nuestros chicos…, y su carácter dominante; me daba cuenta de que nunca me dejaría marchar sin provocar un enorme escándalo. De todas formas, yo tampoco tenía valor, a mi edad, para intentar la aventura de un nuevo matrimonio. Así que me desviaba hacia caminos torcidos, cuando se me presentaba la ocasión de salir bien librado. Un profesor universitario tiene muchas tentaciones, pero pocas oportunidades seguras, y Ruth se manifestaba sosegadamente amargada. A veces, no tan sosegadamente. Y entonces nos unimos a la Iglesia… —Sam sonrió con aire feliz—. Y me enamoré de mi propia esposa. ¡La amiguita número uno!

Las palabras de Sam habían sido pronunciadas en voz baja, una conversación íntima entre él y Jubal, cubierta por el ruido general de la comida y la alegre compañía. Su esposa estaba a cierta distancia de ellos. Pero levantó la cabeza y dijo con voz clara:

—Eso es una exageración, Jubal. Creo que soy la número seis.

—¡Sal de mi mente, hermosa! —protestó su esposo—. Esto es una conversación entre hombres. Presta a Larry toda tu atención —cogió un panecillo y se lo arrojó.

Ella lo detuvo en mitad de su trayectoria y se lo arrojó de vuelta mientras seguía hablando; Sam lo atrapó al vuelo y lo untó con mantequilla.

—Le estoy dando a Larry toda la atención que desea…, hasta más tarde, quizá. Jubal, ese bruto no me dejó terminar. ¡El puesto número seis es maravilloso! Porque mi nombre ni siquiera figuraba en esa lista cuando ingresamos en la Iglesia. Jamás alcancé una posición tan alta como un número seis con Sam durante los últimos veinte años —concluyó, y volvió a dedicar su atención a Larry.

—La cuestión —dijo Sam en voz baja— es que ahora somos dos compañeros, mucho más compenetrados y unidos de lo que estuvimos incluso en el mejor período de nuestro matrimonio; y lo hemos logrado a través del entrenamiento, que culminó con el compartir y el acercarse con otros que tenían el mismo entrenamiento que nosotros. Todos formamos parejas dentro de un grupo más grande…, normalmente, pero no necesariamente, con nuestras anteriores esposas. Pero a veces no es así; y si no lo es, entonces el reajuste se produce de una forma indolora y se crea una relación mejor, más cálida y más cercana que nunca entre la que podríamos llamar pareja «divorciada», tanto en la cama como fuera de ella. No se pierde nada y se gana todo. Demonios, ese emparejamiento ni siquiera es necesario que se produzca entre hombre y mujer. Ahí tiene a Dawn y a Jill, por ejemplo; trabajan juntas como un perfecto equipo de acróbatas.

—Hum…, creo —dijo Jubal, pensativo— que había llegado a pensar que ambas eran esposas de Mike.

—No más de lo que lo son de cualquiera de nosotros. O que Mike es esposo de todo el resto. Mike ha estado excesivamente atareado, o lo había estado, hasta que el Templo ardió, como para hacer algo más que asegurarse de que se compartía con todos. Si alguien es la esposa de Mike— añadió Sam—, ésa es Patty, aunque Patty también está siempre tan ocupada que la relación es más espiritual que física. En realidad, se podría decir que tanto Mike como Patty son los menos utilizados a la hora de sacudir el colchón.

Patty no estaba tan lejos como Ruth, pero estaba lejos de todos modos. Alzó la vista y dijo:

—Querido Sam, no me siento mal utilizada.

—¿Eh? —Sam dudó unos instantes, luego anunció, en tono alto y amargado—. Lo único malo que tiene esta Iglesia es que un hombre se ve totalmente privado de intimidad…

Eso provocó un verdadero bombardeo de comida en su dirección por parte del elemento femenino. Lo paró y devolvió todos los proyectiles sin alzar siquiera la mano…, hasta que al parecer la complejidad de todo ello fue demasiado para él y un plato lleno de espaguetis le alcanzó en pleno rostro…, arrojado, observó Jubal, por Dorcas.

Durante un momento Sam presentó todo el espeluznante aspecto de la víctima de un terrible choque automovilístico. Luego, de pronto, su cara quedó completamente limpia, e incluso desaparecieron las salpicaduras de salsa que habían manchado la camisa de Jubal.

—No le des más a Dorcas, Tony. Los ha malgastado, pese a lo buenos que estaban; ahora déjala que pase hambre.

—Hay muchos más en la cocina —respondió Tony—. Los spaguetti te favorecen, Sam. Y la salsa ha quedado estupenda, ¿eh?

El plato de Dorcas surcó el aire hacia la cocina y regresó, lleno de nuevo. Jubal decidió que Dorcas no le había estado ocultando sus talentos: el plato estaba mucho más lleno de lo que ella misma hubiera elegido; él conocía su apetito.

—Sí, la salsa ha quedado estupenda —reconoció Sam—. Conseguí aprovechar un poco que me cayó en la boca. ¿De qué está hecha? ¿O no debo preguntar?

—De carne picada de policía —contestó Tony.

Nadie se echó a reír. Por un incómodo instante Jubal se preguntó si la broma sería realmente una broma. Luego recordó que sus hermanos de agua sonreían a menudo, pero rara vez soltaban una carcajada…, y, además, tal vez la carne de policía fuese una comida sana. Pero la salsa no podía estar hecha de carne de «cerdo», o sabría realmente a cerdo. Su sabor era decididamente de ternera.

Cambió de tema.

—Lo que más me gusta de esta religión…

—¿Es una religión? —inquirió Sam.

—Bueno, Iglesia. La llamaré Iglesia. Usted lo hizo.

—Es una Iglesia —admitió Sam—. Cumple todas las funciones de una Iglesia, y su cuasi teología encaja bastante bien con la de algunas religiones reales, debo admitirlo. Me metí en ella porque era un ateo convencido…, y ahora soy sumo sacerdote y no sé dónde estoy.

—Tenía entendido que había dicho que era usted judío.

—Lo soy. De una larga estirpe de rabinos. Así que desemboqué en el ateísmo. Y míreme ahora. Pero mi primo Saúl y mi esposa eran judíos religiosos. Hable con Saúl; descubrirá que eso no representa ninguna desventaja. Más bien una ayuda, puesto que Ruth, una vez franqueada la primera barrera, progresó mucho más deprisa que yo; fue sacerdotisa bastante antes de que yo alcanzara el sacerdocio. Pero es que Ruth es del tipo espiritual; piensa con sus gónadas. Yo tuve que hacerlo por el camino más penoso, entre los oídos.

—La disciplina —repitió Jubal—. Eso es lo que me gusta más de todo ello. La fe en la que me educaron no requería que nadie supiera nada. Tan sólo confesar tus pecados y ser salvado, y ahí estabas, a salvo en los brazos de Jesús. Un hombre podía ser demasiado estúpido incluso para sacarse el sombrero cada vez que saludaba, y sin embargo podía presumirse conclusivamente que era uno de los elegidos de Dios y tenía garantizada una eternidad de bendiciones por el simple hecho de haberse «convertido». Podía o no volverse un estudioso de la Biblia; ni siquiera eso era necesario, y ciertamente no tenía que saber, ni intentar saber nada más. Esta iglesia no acepta la «conversión», tal como yo lo asimilo…

—Asimila correctamente.

—Aquí, pues, una persona puede empezar impulsada por el simple deseo de aprender, y luego seguir adelante con un estudio más profundo. Asimilo que eso es saludable en sí mismo.

—Más que saludable —estuvo de acuerdo Sam—, indispensable. No se puede profundizar en los conceptos si no se conoce el lenguaje, y la disciplina resultante es un cuerno de la abundancia. Está plena de beneficios, desde cómo vivir sin tener que luchar hasta cómo complacer a tu esposa, y todos ellos derivados de la lógica conceptual: de comprender quién eres, por qué estás aquí, de qué modo funcionas…, y comportándote en consecuencia. La felicidad es funcionar de la forma en que un ser humano está organizado para funcionar…, pero las palabras en inglés no son más que mera tautología, cosas huecas. ¿He mencionado ya que tenía cáncer cuando vine aquí?

—¿Eh? No, no lo hizo.

—Yo mismo lo ignoraba. Michael lo asimiló, y me envió fuera para el habitual examen por rayos X y todo lo demás, a fin de que yo estuviese seguro. Luego empezamos a trabajar en ello juntos. La «fe» cura. Un milagro. La clínica lo calificó de «remisión espontánea», lo cual equivale, asimilo, a que «me puse bien».

Jubal asintió.

—El ambiguo lenguaje profesional. Algunos cánceres desaparecen, no sabemos por qué.

—Yo sé por qué desapareció éste. Por aquel entonces empezaba a controlar mi propio cuerpo. Reparé el daño con la ayuda de Mike. Ahora puedo hacerlo sin su ayuda. ¿Quiere oír cómo deja de latir un corazón?

—Gracias, ya lo he observado en Mike, muchas veces. Mi estimado colega, el cirujano Nelson, no estaría sentado delante de nosotros si lo que está explicando usted fuese «fe que cura». Es el control voluntario del organismo. Asimilo.

—Perdón. Todos sabemos que lo hace. Lo sabemos.

—Hum. No me gusta llamar a Mike embustero, porque no lo es. Pero el muchacho se muestra algo parcial en lo que a mí respecta…

Sam negó con la cabeza.

—He estado hablando con usted durante toda la cena. Deseaba comprobarlo por mí mismo, pese a lo que Mike dijo. Asimila. Me pregunto qué nuevas cosas podría revelarnos si se molestase en aprender el lenguaje.

—Ninguna. No soy más que un viejo con poco que contribuir a nada.

—Insisto en reservarme mi opinión. Todos los demás Primeros Llamados han tenido que enzarzarse con el lenguaje para conseguir algún auténtico progreso. Incluso los tres que estaban con usted tuvieron que ser sometidos a un riguroso entrenamiento, mantenidos en trance durante la mayor parte de los pocos días y las escasas ocasiones en que los tuvimos entre nosotros. Todos menos usted…, y usted realmente no lo necesita. A menos que desee poder quitarse los spaguetti de la cara sin recurrir a la servilleta, cosa en la que asimilo no está interesado de todos modos.

—Sólo para observarlo.

La mayoría de los otros habían ido abandonando ya la mesa, discretamente y sin ceremonias de ninguna clase, cuando desearon hacerlo. Ruth se les acercó y se detuvo junto a ellos.

—¿Van a pasarse ustedes dos toda la noche ahí sentados? ¿O deberemos retirarlos junto con los platos?

—Estoy tiranizado. Vamos, Jubal —Sam se levantó para besar a su esposa.

Se detuvieron sólo un instante en la sala de estar con el estéreotanque.

—¿Alguna novedad? —preguntó Sam.

—El procurador del condado —dijo alguien— no ha parado de hacer discursos en un intento de demostrar que todos los desastres de hoy son obra nuestra…, sin admitir que no tiene ni la menor idea de cómo se produjeron.

—Pobre tipo. Ha estado mordiendo una pata de palo y le duelen los dientes.

Siguieron su camino y encontraron una estancia más tranquila. Sam dijo:

—Estuve diciendo que todos esos problemas eran algo que había que esperar…, y empeorarán aún más antes de que consigamos el suficiente dominio sobre la opinión pública como para ser tolerados. Pero Mike no tiene prisa. Así que cerramos la Iglesia de Todos los Mundos. Está cerrada. Nos mudamos a otro sitio y abrimos la Congregación de la Fe Única…, y somos echados de nuevo a patadas. Entonces reabrimos en alguna otra parte como el Templo de la Gran Pirámide, que atraerá hacia nosotros un rebaño de mujeres estúpidas, gordas y vanidosas, algunas de las cuales terminarán con su obesidad y su estupidez.

»Y cuando tengamos a la Asociación Médica y la abogacía local y los periódicos y los principales políticos mordiéndonos los talones…, bueno, entonces abriremos la Hermandad del Bautismo en alguna otra parte. Y cada una de ellas significará un sólido progreso, un núcleo duro y resistente de miembros disciplinados a los que no se podrá lastimar. Mike empezó aquí hace apenas dos años, inseguro de sí mismo y con sólo la cortés ayuda de tres sacerdotisas poco entrenadas. Ahora poseemos un Nido sólido…, más un lote de peregrinos bastante adelantados con los que entraremos en contacto más tarde y dejaremos que se reúnan con nosotros. Y algún día…, algún día seremos demasiado fuertes para que puedan perseguirnos.

—Bien —asintió Jubal—, puede funcionar. Jesús consiguió una buena publicidad con sólo doce discípulos.

Sam sonrió, feliz.

—Un muchacho judío. Gracias por mencionarle. Es la más importante historia de un éxito en mi tribu, y todos la conocemos, aunque muchos no hablemos nunca de Él. Pero fue un muchacho judío que se portó bien, y me siento orgulloso de Él, puesto que yo también soy judío. Observe, por favor, que Jesús no intentó tenerlo todo terminado para el miércoles próximo. Fue paciente. Estableció una sólida organización y la dejó crecer. Mike también es paciente. La paciencia tiene tanto de disciplina que ni siquiera es paciencia; es algo automático. No hay que estrujarse el cerebro. Nunca hay que estrujarse el cerebro.

—Una sólida actitud en cualquier momento.

—No se trata de ninguna actitud; es el funcionamiento de la disciplina. Jubal, asimilo que está cansado. ¿Quiere que le descansemos? ¿O prefiere ir a la cama? Si no quiere ir, nuestros hermanos le mantendrán despierto toda la noche, dándole conversación. Ya sabe que la mayoría de nosotros no dormimos mucho.

Jubal bostezó.

—Prefiero un buen baño, largo y caliente, seguido de ocho horas de sueño. Visitaré a nuestros hermanos mañana, y en días sucesivos.

—En muchos días sucesivos —confirmó Sam.

Jubal encontró su habitación, e inmediatamente Patty se le reunió, insistió en abrirle el grifo de la bañera, prepararle la cama sin siquiera tocar la ropa, disponer todo lo necesario para las bebidas —con cubitos de hielo frescos— junto a ella, mezclar un combinado y colocar el vaso en el estante junto a la bañera. Jubal no intentó darle prisa; ella había llegado exhibiendo todos sus dibujos. Sabía lo suficiente respecto al síndrome que podía conducir a un tatuaje total como para estar completamente seguro de que, si no les prestaba atención y pedía que se le permitiera examinarlos, ella se sentiría muy dolida, aunque intentara ocultarlo.

Tampoco mostró ni experimentó nada de la agitación que había sentido Ben en una situación anterior semejante. Se quitó la ropa que llevaba, sin concederle la menor importancia…, y descubrió, con retorcido orgullo, que no le importaba en absoluto quedarse desnudo frente a alguien, pese a que habían transcurrido muchos años desde la última vez que permitió que otra persona le viera así. Tampoco pareció importarle gran cosa a Patty, que se limitó a comprobar que todo estaba bien en la bañera antes de dejarle meter en el agua.

Luego se quedó y le explicó los dibujos, uno por uno y en la secuencia correlativa en que había que contemplarlos. Jubal se mostró adecuadamente asombrado y apropiadamente halagador, aunque completamente impersonal como crítico de arte. Pero se trataba indiscutiblemente —reconoció para sí— de la obra de mayor calidad hecha con una aguja de tatuar que hubiera visto nunca. Hacía que los dibujos de su amiga japonesa resultaran como una alfombra barata al lado de la más fina Princess Bokhara.

—Han cambiado un poco —le dijo Patty—. Tome la escena del sagrado nacimiento, por ejemplo; esa pared del fondo empieza a parecer combada…, y la cama casi tiene el aspecto de una camilla de hospital. Pero estoy segura de que a George no le importa. Desde que se marchó al Cielo, ninguna aguja ha tocado mi piel. Y si se produce algún cambio milagroso, estoy segura de que lo sabe y de que, de algún modo, él tiene algo que ver con ello.

Jubal decidió que Patty era un poco tonta pero decididamente encantadora; en general, prefería a las personas tontas; «la sal de la tierra» le dejaba frío. No demasiado tonta, se corrigió; Patty había dejado que se desvistiera él mismo, luego había puesto sus ropas dentro del armario sin acercarse demasiado a ellas. Era probablemente una clara prueba de que uno no necesitaba ser demasiado listo, fuera eso lo que fuese, para beneficiarse de aquella notable disciplina marciana que al parecer el muchacho podía enseñar a cualquiera.

Finalmente se dio cuenta de que ella se preparaba para irse y le sugirió que lo hiciera, pidiéndole que diese en su nombre un beso de buenas noches a sus ahijadas; a él se le había olvidado hacerlo.

—Estaba exhausto, Patty.

Ella asintió.

—Tengo que ir a trabajar en el diccionario —se inclinó sobre él y le besó, cálida pero rápidamente—. Llevaré ese beso a sus bebés.

—Y hágale una caricia a Cariñito.

—Sí, claro. Ella le asimila, Jubal. Sabe que a usted le gustan las serpientes.

—Estupendo. Compartamos el agua, hermano.

—Usted es Dios, Jubal.

Se retiró. Jubal se arrellanó en la bañera, y se sorprendió al darse cuenta de que no estaba en absoluto cansado y que los huesos habían dejado de dolerle. Patty era un tónico…, irradiaba serena felicidad. Le hubiera gustado no tener dudas…, luego admitió que no deseaba ser otra cosa que él mismo, viejo y excéntrico y autocomplaciente.

Por último se enjabonó y se duchó, y decidió afeitarse para no tener que hacerlo antes del desayuno. Tras tomarse su tiempo cerró por dentro la puerta de su habitación, apagó la luz del techo y se metió en la cama. Miró a su alrededor en busca de algo para leer, pero descubrió que no había nada. Se irritó por ello, porque era adicto a su vicio por encima de todo lo demás y no deseaba salir de nuevo y asustar a alguien. Bebió un poco y apagó la luz de la cabecera.

No se durmió de inmediato. Su agradable charla con Patty parecía haberle desvelado y relajado. Aún estaba despierto cuando entró Dawn.

—¿Quién anda ahí? —preguntó en voz alta.

—Soy Dawn, Jubal.

—No es posible que ya haya amanecido —murmuró, interpretando mal el nombre de la muchacha[19]—; apenas acabo de meterme en la cama… ¡Oh!

—Sí, Jubal, soy yo.

—Maldita sea, creí que había cerrado esa puerta por dentro. Chiquilla, salga de aquí ahora mismo… ¡Hey! Salga de esta cama. ¡Fuera!

—Sí, Jubal. Lo haré. Pero antes quiero decirle algo.

—¿Qué?

—Hace mucho tiempo que le quiero. Casi tanto como Jill.

—¿Eh, qué demonios…? Déjese de decir tonterías y saque su trasero por esa puerta.

—Lo haré, Jubal —susurró ella con humildad—. Pero antes quiero que escuche algo. Algo sobre las mujeres.

—No quiero oír nada ahora. Dígamelo por la mañana.

—Ahora, Jubal.

Suspiró.

—Está bien, hable. Pero quédese donde está.

—Jubal… mi bienamado hermano. Los hombres se preocupan mucho por la apariencia de las mujeres. Así que tratamos de estar hermosas, y eso es correcto. Como usted sabe, yo me dedicaba al strip-tease. Eso era correcto también, para permitir que los hombres disfrutasen de la hermosura que yo era para ellos. También era correcto para mí saber que ellos necesitaban lo que yo podía ofrecerles.

»Pero, Jubal, las mujeres no somos hombres. A nosotras nos importa lo que un hombre es. Puede tratarse de algo tan tonto como: «es rico». O puede ser: ¿se ocupará de mis hijos y será bueno con ellos? O, a veces, puede ser incluso: ¿es bueno? Usted es bueno, Jubal. Pero la belleza que vemos en usted no es la belleza que usted ve en nosotras. Es usted hermoso, Jubal.

—¡Por el amor de Dios!

—Creo que habla correctamente. Usted es Dios y yo soy Dios…, y le necesito. Le ofrezco el agua. ¿Quiere que la compartamos y nos acerquemos?

—Hum. Mire, jovencita, si entiendo lo que me está ofreciendo…

—Asimila, Jubal. Compartir todo lo que tenemos. Nosotros mismos. Nuestro propio ser.

—Eso pensé. Querida, usted tiene mucho que compartir…, pero yo… Bueno, ha llegado usted con algunos años de retraso. Lo lamento sinceramente, créame. Gracias. Muy profundamente. Ahora márchese y deje dormir a un viejo.

—Dormirá, cuando la espera se haya llenado. Jubal…, yo podría prestarle vigor. Pero asimilo claramente que no es necesario.

Maldita sea…, ¡que no era necesario!

—No, Dawn. Gracias, querida.

Ella se puso de rodillas y se inclinó sobre él.

—Sólo una palabra más, entonces. Jill me aconsejó que, si se resistía, me pusiese a llorar. ¿Debo dejar que mis lágrimas inunden su pecho? ¿Y compartir agua con usted de esa manera?

—Cuando la vea, voy a darle a Jill una buena azotaina…

—Sí, Jubal. Comenzaré a llorar.

No produjo ningún sonido pero, al cabo de tan sólo uno o dos segundos, una gruesa lágrima golpeó contra su pecho…, fue seguida rápidamente por otra…, y por otra…, y muchas más. La muchacha sollozó, casi en silencio.

Jubal maldijo, tendió las manos hacia ella…, y colaboró con lo inevitable.

36

Jubal se despertó alerta, descansado y feliz. Se dio cuenta de que se sentía mucho mejor antes del desayuno de lo que se había sentido en años. Desde hacía mucho, mucho tiempo, pasaba el negro período entre el instante de abrir los ojos y la primera taza de café consolándose a sí mismo con el pensamiento de que a la mañana siguiente la cosa resultaría un poco más fácil.

Esta mañana se sorprendió a sí mismo al descubrirse silbando. Al darse cuenta se interrumpió, lo olvidó y empezó de nuevo.

Se vio a sí mismo en el espejo, esbozó una sonrisa sesgada, luego sonrió más ampliamente.

—Eres un viejo chivo incorregible. En cualquier momento vendrán a buscarte.

Observó un pelo blanco de su pecho, lo arrancó, sin preocuparse de los muchos más que había allí tan blancos como el primero, y siguió preparándose para hacer frente al mundo.

Cuando salió, Jill estaba junto a su puerta. ¿Accidentalmente? No, ya no creía en las «coincidencias» en aquel lugar; todo estaba organizado como un ordenador. La muchacha se arrojó directamente a sus brazos.

—¡Oh, le queremos tanto! Usted es Dios.

Jubal devolvió el beso con el mismo calor con que lo había recibido, mientras asimilaba que sería hipócrita no hacerlo así…, y descubrió que besar a Jill difería de besar a Dawn de una manera inconfundible, pero que estaba más allá de toda posible descripción.

Finalmente la apartó, sin dejarla marchar.

—Mesalina en pañales… Me preparó usted una trampa.

—Jubal, querido… ¡estuvo usted maravilloso!

—Hum. ¿Cómo diablos supo que yo aún era capaz?

Jill le lanzó una mirada que rezumaba franca inocencia.

—Oh, vamos, Jubal, he estado segura de ello desde el primer día que Mike y yo llegamos a su casa. Verá, incluso entonces, mientras estaba dormido en trance, Mike podía ver a su alrededor, en un radio bastante amplio, y a veces miraba en el interior de usted, en busca de la respuesta a una pregunta o algo, para comprobar si estaba usted dormido.

—¡Pero yo dormía solo! Siempre.

—Sí, querido. Pero no es eso lo que quería decir. Siempre he tenido que explicarle a Mike cosas que no entendía.

—Uf —Jubal decidió no seguir ahondando en el tema—. Bueno, no importa. No tuvo que prepararme esa trampa.

—Asimilo que, en el fondo de su corazón, no siente lo que está diciendo, Jubal…, y usted asimila que hablo correctamente. Hubiéramos debido tenerle en el Nido desde un principio. Le necesitamos. Puesto que es tan tímido y tan humilde en su corrección, hicimos lo que debía hacerse para darle la bienvenida sin lastimar sus sentimientos. Y no los hemos lastimado, como usted mismo asimila.

—¿Qué significa ese «nosotros»?

—Fue un Compartir el Agua del Nido en pleno, como usted seguro que asimila: estaba allí. Mike interrumpió lo que estaba haciendo y se despertó para asistir también, y asimiló con usted y nos mantuvo a todos juntos.

Jubal se apresuró a abandonar también aquel tema.

—Así que Mike se ha despertado por fin, ¿eh? Por eso brillan tanto esos ojos.

—Sólo en parte. Por supuesto, siempre nos sentimos contentos cuando Mike no se halla retraído, es una alegría. Pero de todos modos nunca se encuentra lejos. Jubal, asimilo que no ha asimilado usted la plenitud de nuestra forma de Compartir el Agua. Pero la espera se llenará. Al principio ni el propio Mike lo asimilaba; pensaba que sólo era un medio para la aceleración ovípara, como en Marte.

—Bueno…, ése es el propósito primario, el más evidente: bebés. Lo cual hace que sea un comportamiento más bien estúpido por parte de una persona como yo, por ejemplo, que a mi edad no alberga la menor intención ni deseo de promover tal incremento.

Ella agitó la cabeza.

—Los bebés son el resultado evidente, pero en absoluto el propósito primario. Los bebés dan significado al futuro, y eso es una gran corrección. Pero sólo tres o cuatro o una docena de veces se produce la aceleración de un bebé en la vida de una mujer, de entre los miles de veces que puede compartir…, y ésa es la finalidad primaria de que lo hagamos tan a menudo, cuando necesitaríamos hacerlo muy de tarde en tarde si fuera sólo para reproducirnos. Es el compartir y el acercarse, para siempre y siempre. Jubal, Mike asimiló esto porque en Marte las dos cosas, la aceleración ovípara y el acercamiento, son dos funciones separadas por completo, y asimiló también que nuestro sistema es mejor. Y para él es un motivo de felicidad no haber eclosionado marciano, sino humano…, ¡y que haya mujeres!

Jubal la miró atentamente.

—Chiquilla, ¿está usted embarazada?

—Sí, Jubal. Asimilé al fin que la espera había terminado y que era libre de quedar embarazada. La mayor parte de las mujeres del Nido no necesitan esperar, pero Dawn y yo hemos tenido mucho trabajo. Pero cuando asimilamos la inminencia de este punto crítico culminante me di cuenta de que dispondríamos de tiempo después de él, y puede ver que lo tendremos. Mike no reconstruirá el Templo de la noche a la mañana, así que las sumas sacerdotisas no estarán tan atareadas y podrán gestar. La espera siempre se llena.

Jubal extrajo de entre aquel revoltijo de palabras el hecho central, o la creencia de Jill relativa a tal posibilidad. Bueno, sin duda había tenido todas las oportunidades necesarias y más. Decidió mantener su atención sobre el asunto e intentar llevarse a Jill a casa para que pasase allí el embarazo. Los métodos de superhombre que tenía Mike estaban muy bien, pero no se perdería nada con tener a mano el mejor instrumental y técnicas. Perder a Jill por culpa de la eclampsia o cualquier otro contratiempo era algo que no estaba dispuesto a dejar que ocurriese, aunque tuviera que ponerse duro con los chicos.

Pensó en otra posibilidad…, pero decidió no mencionarla.

—¿Dónde está Dawn? ¿Y dónde está Mike? La casa parece espantosamente tranquila.

No había aparecido nadie por el pasillo donde estaban y no había oído ningún tipo de voces…, y, sin embargo, aquella extraña sensación expectante y feliz era incluso más fuerte que el día anterior. Cabía esperar una cierta relajación después de la ceremonia en la que, aparentemente, había participado sin saberlo, pero el lugar estaba más cargado que nunca. De pronto recordó lo que había sentido cuando era muy pequeño, mientras aguardaba que pasase el desfile de su primer circo, cuando alguien exclamó: «¡Ahí vienen los elefantes!».

Jubal tuvo la sensación de que, puesto que había crecido un poco, podría ver los elefantes por encima de la multitud. Pero no había ninguna multitud.

—Dawn me ha dicho que le dé un beso en su nombre: estará ocupada durante las tres próximas horas. Y Mike está muy ocupado también; ha vuelto a retraerse.

—Oh.

—No se sienta tan decepcionado; pronto quedará libre. Está haciendo un esfuerzo especial para poder ponerse a su disposición…, y para que todos nosotros quedemos libres también. Duque se ha pasado toda la noche recorriendo la ciudad en busca de grabadoras de cinta de alta velocidad, que son las que utilizamos para el diccionario, y ahora todo el mundo capacitado para ello se encuentra trabajando en los símbolos fonéticos marcianos. Luego Mike habrá acabado, y podrá dedicarse a las visitas.

»Dawn acaba de empezar una sesión de dictado; yo terminé la mía hace un momento y vine para darle los buenos días…, pero ahora tengo que volver a cumplir con la última parte de mi tarea, así que estaré ausente un poco más de tiempo que Dawn. Y aquí está el beso de Dawn…, el primero era mío —Jill le rodeó el cuello con los brazos y aplicó ávidamente su boca contra la de él; finalmente exclamó—. ¡Dios mío! ¿Por qué aguardamos tanto tiempo? ¡Volveré enseguida!

Jubal encontró a unas cuantas personas en el comedor. Duque alzó la vista, sonrió, agitó una mano y siguió comiendo con ganas. No parecía haber pasado la noche en blanco… y en realidad eran dos noches las que había estado sin pegar ojo.

Becky Vesey miró a su alrededor cuando Duque agitó la mano; lo vio y le dijo alegremente:

—¡Hola, viejo chivo! —cogió a Jubal de una oreja, tiró de él hacia abajo y susurró—. Te he conocido desde siempre, pero…, ¿por qué no acudiste a consolarme cuando falleció el Profesor? —y añadió en voz alta—. Siéntate aquí a mi lado y te meteremos un poco de comida en la barriga, mientras me cuentas qué diabólicas conspiraciones has estado tramando últimamente.

—Sólo un momento, Becky… —Jubal rodeó la mesa—. Hola, capitán. ¿Tuvo buen viaje?

—Sin complicaciones. Un paseo tranquilo. Me parece que no conoce usted a la señora Van Tromp. Querida, te presento al padre fundador de toda esta gran hazaña, el único y exclusivo Jubal Harshaw. Dos hubieran sido demasiado.

La esposa del capitán era una mujer alta y sencilla, con los ojos tranquilos de quien ha contemplado el Sendero de la Viudez. Se puso en pie y besó a Jubal.

—Usted es Dios.

—Oh, usted es Dios.

Jubal decidió que sería mejor que se olvidara del ritual. Demonios, si lo decía las suficientes veces, podía perder el resto de los tornillos que le quedaban y creerlo… Selló esta decisión con un amistoso abrazo al capitán y un beso a su esposa. Luego se dijo que la señora Van Tromp incluso podía enseñar a Jill algo sobre el arte de besar. La mujer… —¿cómo lo había descrito Anne una vez?— concedía al acto toda su atención; no estaba en ninguna otra parte.

—Supongo, Van —dijo—, que no debería sorprenderme de hallarle aquí.

—Bueno —repuso el astronauta—, un hombre que va y viene de Marte tendría que estar en condiciones de parlamentar con los nativos, ¿no cree?

—Sólo alguna conferencia de vez en cuando, ¿eh?

—Hay otros aspectos —Van Tromp tendió la mano hacia una tostada; ésta cooperó—. Buena comida, buena compañía.

—Hum, sí.

—Jubal —llamó Madame Vesant—, ¡la sopa está a punto!

Harshaw volvió a su sitio y encontró frente a sí huevos, zumo de naranja y otras cosas sabiamente elegidas. Becky le palmeó en la pierna.

—Una estupenda reunión de fieles, muchacho.

—¡Mujer, vuelve a tus horóscopos!

—Eso me recuerda una cosa, querido. Necesito saber el momento exacto de tu nacimiento.

—Oh, nací en tres días sucesivos, a distintas horas. Era un chico demasiado grande; tuvieron que manejarme por secciones.

La respuesta de Becky fue rudamente decidida:

—Lo averiguaré.

—El juzgado se incendió cuando yo tenía tres años. No podrás.

—Hay medios. ¿Te apuestas algo?

—Sigue maquinando cosas en contra mía, y descubrirás que no eres demasiado crecida para escapar de unos azotes. ¿Qué ha sido de tu vida, muchacha?

—¿Qué opinas tú? ¿Tengo buen aspecto?

—Saludable. Un poquito ancho en la parte trasera. Te has retocado el cabello.

—En absoluto. Dejé de teñirme hace meses. Tú sí que deberías hacerlo, compañero, para librarte de esas canas. Sustitúyelas con un buen césped.

—Becky, me niego a ser más joven por ninguna razón. He alcanzado la decrepitud por la senda penosa, y me propongo disfrutarla. Deja de parlotear y permite que un hombre coma tranquilo.

—De acuerdo, viejo chivo.


Jubal estaba a punto de abandonar el comedor cuando entró el Hombre de Marte.

—¡Padre! ¡Oh, Jubal! —Mike le abrazó y le besó.

Jubal se deshizo suavemente del abrazo.

—Compórtese de acuerdo con su edad, hijo. Siéntese y disfrute de su desayuno. Me sentaré con usted.

—No he venido aquí a desayunar, he venido a verle. Buscaremos un lugar tranquilo y charlaremos.

—Está bien.

Fueron a la sala de estar de una de las suites. Mike tiraba de la mano de Jubal como un chiquillo excitado dando la bienvenida a su abuelo favorito. Eligió un amplio y cómodo sillón para Jubal y se dejó caer en un sofá que había delante y próximo a él. Aquella habitación daba hacia el ala que tenía la plataforma privada de aterrizaje; unas altas puertas vidrieras daban acceso a ella. Jubal se levantó para cambiar el sillón de sitio de forma que la luz no le diera directamente en la cara cuando miraba a su hijo adoptivo; no se sorprendió mucho, pero sí se irritó ligeramente, cuando el pesado sillón se movió como si su masa no fuera superior a la del balón de un niño; sus manos solamente tuvieron que guiarlo.

Había dos hombres y una mujer en la habitación cuando llegaron. Se marcharon al poco rato, severa, pausada y discretamente. Después de eso quedaron a solas, excepto que a ambos les fueron servidas sendas raciones del coñac favorito de Jubal…, a mano, con gran complacencia de éste. Estaba completamente dispuesto a admitir que el control remoto que poseía aquella gente sobre los objetos ahorraba esfuerzos y probablemente dinero —ciertamente en lavandería: su camisa manchada de spaguetti quedó en una fracción de segundo tan limpia como si se la hubiera acabado de poner—, y evidentemente era un método preferible a la ceguera automática de los aparatos mecánicos. Sin embargo, Jubal no estaba acostumbrado al telecontrol realizado sin cables ni corriente; era algo que le asombraba, del mismo modo que los coches sin caballos alteraron a los caballos decentes y respetables en la época en que nació.

Duque sirvió el coñac.

—Hola, Caníbal —dijo Mike—. Gracias. ¿Eres el nuevo mayordomo?

—De nada, Monstruo. Alguien tiene que hacerlo, y tienes a todos los cerebros de esta casa esclavizados ante los micrófonos.

—Bueno, habrán terminado dentro de un par de horas, así que podrás volver a tu inútil y lasciva existencia. El trabajo está terminado, Caníbal. Cero. Treinta. Fin.

—¿Ya está todo ese maldito lenguaje marciano metido en un puño? Monstruo, será mejor que te examine en busca de condensadores fundidos.

—¡Oh, no, no! Sólo los conocimientos primarios que tengo de él. Que tenía, quiero decir; mi cerebro es ahora un saco vacío. Pero los hombres de frente ancha y despejada como Stinky volverán a Marte durante todo un siglo para empaparse de lo que yo nunca aprendí. Ya he terminado mi trabajo: unas seis semanas de tiempo subjetivo hasta las cinco de esta mañana, o cuando fuera el momento en que terminamos la reunión, y ahora las personas robustas y firmes podrán terminarlo, mientras yo puedo ver a Jubal sin nada en mi mente —Mike se estiró y bostezó—. Siento una sensación agradable. Concluir un trabajo siempre causa bienestar.

—Antes de que termine el día estarás metido en alguna otra cosa. Jefe, este monstruo marciano no puede tomarlo o dejarlo. Puedo asegurarle que ésta es la primera vez que se relaja un poco y no hace nada desde hace más de dos meses. Debería apuntarse a los «Trabajólicos Anónimos». O debería visitarnos usted más a menudo. Es una influencia benéfica sobre él.

—Dios evite que sea nunca una influencia benéfica sobre nadie.

—Sal de aquí, Caníbal, y deja de decir mentiras sobre mí.

—Mentiras, y un cuerno. Me has convertido en un sincero compulsivo: siempre digo la verdad…, y eso es un gran inconveniente en algunos de los lugares que frecuento…

Duque se marchó. Mike alzó su vaso.

—Compartamos el agua, hermano mío padre Jubal.

—Beba profundamente, hijo.

—Usted es Dios.

—Tranquilo, Mike. Paso por eso con los demás, y respondo educadamente. Pero no me venga con ésas. Le conozco desde que «no era más que un huevo».

—De acuerdo, Jubal.

—Eso está mejor. ¿Cuándo empezó a beber por las mañanas? Siga haciendo eso a su edad y pronto habrá arruinado su estómago. No vivirá para convertirse en un viejo borrachín feliz como yo.

Mike contempló su vaso medio vacío.

—Bebo cuando es un acercamiento hacerlo. El licor no me produce ningún efecto; ni a mí ni a la mayoría de nosotros, a menos que lo deseemos. Una vez dejé que surtiese efecto sin detenerlo, hasta que llegué a perder el sentido. Fue una extraña sensación. Ninguna corrección en ello, asimilo. Sólo una forma de descorporizarse por un tiempo, sin llegar a hacerlo del todo. Puedo conseguir un efecto similar retrayéndome, sólo que mucho mejor y sin ningún daño que tenga que ser reparado después.

—Y más económico, al menos.

—De acuerdo, pero la factura de licores no es casi nada. De hecho, mantener todo el Templo no costaba más de lo que le cuesta a usted mantener nuestra casa. Excepto la inversión inicial y reemplazar alguna que otra cosa, café y pastelillos era casi lo único; nosotros mismos nos procurábamos nuestra diversión. Éramos felices. Necesitábamos tan poco que a veces me preguntaba qué hacer con los ingresos que llegaban.

—Entonces, ¿por qué organizaba colectas?

—¿Eh? Uno tiene que cobrar algo, Jubal. Los primos no prestan ninguna atención a lo que se les ofrece gratis.

—Lo sabía. Sólo me preguntaba si usted lo sabía también.

—Oh, sí. Asimilo a los primos, Jubal. Al principio intenté predicar gratis, sólo por el placer de hacerlo. Tenía todo el dinero que necesitaba, así que pensé que era lo correcto. No dio resultado. Nosotros los seres humanos tendremos que hacer considerables progresos antes de poder aceptar las cosas gratuitas y valorarlas. Normalmente no les doy nada gratis hasta que alcanzan el Sexto Círculo. Para entonces ya están en condiciones de aceptar…, y aceptar es mucho más difícil que dar.

—Hum. Hijo, creo que tal vez debería escribir un libro sobre psicología humana.

—Ya lo hice. Pero está en marciano; Stinky tiene las cintas —Mike miró de nuevo su vaso, dio un lento sorbo—. Nos hemos acostumbrado a tomar algo de licor. Unos cuantos de nosotros: Saúl, Sven, yo, algunos más…, nos gusta. Y he aprendido que puedo permitir que surta sólo un poco de efecto; lo interrumpo en ese punto, y así obtengo un acercamiento eufórico muy parecido al trance, pero sin tener que retraerme. Los daños menores son fáciles de reparar —dio otro sorbo—. Eso es lo que estoy haciendo esta mañana: dejar que me inunde un suave resplandor interno y sentirme feliz a su lado.

Jubal lo estudió atentamente.

—Hijo, no está bebiendo únicamente para mostrarse social; algo le bulle en la cabeza.

—Sí.

—¿Quiere hablarme de ello?

—Sí, padre, siempre es una gran corrección estar con usted, aunque no me turbe nada. Pero es usted el único ser humano con el que puedo hablar y saber que asimila, y no sentirme abrumado por ello. Jill siempre asimila, pero si se trata de algo que me duele, a ella le duele todavía más. Con Dawn ocurre lo mismo. Patty…, bien, Patty puede alejar de mí cualquier angustia, pero a cambio de quedarme con ella. Las tres resultan heridas con demasiada facilidad para que yo pueda correr el riesgo de compartir plenamente con ellas alguna cosa que no asimile y que desee compartir.

Mike parecía muy pensativo.

—La confesión es algo necesario —continuó—. Los católicos lo saben, la tienen…, y poseen todo un cuerpo de hombres fuertes para recibirla. Los fosteritas tienen confesiones en grupo, donde las palabras pasan de unos a otros y pierden virulencia. Necesito introducir la confesión en esta Iglesia, como parte de las purificaciones iniciales… Oh, ya la tenemos ahora, pero espontánea, cuando el peregrino ya no la necesita. Necesitamos hombres fuertes para eso. El pecado rara vez está relacionado con la auténtica incorrección…, pero «pecado» es lo que el pecador asimila como tal, y cuando uno asimila con el pecador, el pecado puede doler. Lo sé.

»La corrección no es suficiente —continuó, ahora inquieto—, la corrección nunca es suficiente. Ése fue uno de mis primeros errores, porque entre los marcianos corrección y sabiduría son la misma cosa, idéntica. Pero no sucede así entre nosotros. Tome a Jill. Su corrección era perfecta cuando la conocí; pero pese a todo, estaba confusa interiormente, y casi la destruí, y me destruí a mí mismo también, porque yo estaba tan confuso como ella…, hasta que pusimos las cosas en claro. Su infinita paciencia (un rasgo nada común en este planeta) fue lo que nos salvó, mientras yo aprendía a ser humano y ella aprendía lo que yo sabía.

»Pero la corrección sola nunca es suficiente. Se requiere también una dura y fría sabiduría para que la corrección alcance la corrección —sonrió, y su rostro se iluminó—. Y es por eso por lo que le necesito, padre, tanto como le amo. Necesito confesarme con usted.

Jubal se agitó.

—¡Oh, por el amor de Dios! Mike, no convierta esto en una producción. Simplemente dígame qué le corroe por dentro. Encontraremos una salida.

—Sí, padre.

Pero Mike no prosiguió. Por último, Jubal dijo:

—¿Se siente derrotado a causa de la destrucción del Templo? No se lo reprocharía. Pero no está vencido, puede construir uno de nuevo.

—Oh, no, eso no tiene la menor importancia.

—¿Eh?

—Ese templo era un diario con todas las páginas ya escritas. Había sonado la hora de empezar uno nuevo, antes que escribir encima y estropear las páginas ya llenas. El fuego no puede destruir las experiencias vividas en él, y desde el punto de vista estrictamente publicitario y de la política práctica de la Iglesia, ser arrojados de una forma tan espectacular puede ayudar, a la larga. No, Jubal, el último par de días han sido simplemente una pausa agradable en una ajetreada rutina. No ha representado daño alguno —su expresión cambió—. Pero… Padre, últimamente he averiguado que soy un espía.

—¿Qué quiere decir, hijo? Explíquese.

—De los Ancianos. Me enviaron aquí para espiar a nuestro pueblo.

Jubal meditó aquello. Finalmente dijo:

—Mike, sé que es usted inteligente. Posee a todas luces poderes de los que yo carezco, y que no había visto nunca. Pero un hombre puede ser un genio y pese a todo sufrir ilusiones.

—Lo sé. Déjeme que se lo explique, y luego decidirá si estoy loco o no. Ya sabe cómo funcionan los satélites de vigilancia que utilizan las Fuerzas de Seguridad.

—No.

—No me refiero a los detalles técnicos que interesarían a Duque; me refiero al esquema general. Circulan en órbita en torno del globo, recogiendo datos y almacenándolos. En un momento determinado se acciona el «Ojo en el Cielo», y el mecanismo emite todo lo que ha captado. Eso es lo que han hecho conmigo. Le supongo enterado de que en el Nido utilizamos lo que se llama telepatía.

—Me he visto obligado a creerlo.

—Lo hacemos. Pero esta conversación es privada, y, además, nadie de nosotros intentaría nunca leerle; no estoy seguro de que pudiéramos tampoco. Incluso anoche el enlace se efectuó a través de la mente de Dawn, no de la suya.

—Bueno, no deja de ser un consuelo.

—Hum, quiero volver sobre ello más tarde. Soy tan sólo un huevo en este arte; los Ancianos son los maestros. Se mantuvieron en contacto conmigo, pero me dejaron a mis propios medios; me ignoraron totalmente. Luego me activaron, y todo lo que yo había visto y oído, hecho, sentido y asimilado brotó de mí y se convirtió en parte de sus registros permanentes. No quiero decir que borrasen las experiencias de mi mente; simplemente pasaron la cinta, por decirlo así, y sacaron una copia. Pero me di cuenta de la activación…, y todo hubo terminado antes de que tuviese tiempo de hacer nada por impedirlo. Luego me soltaron, y eliminaron la conexión; ni siquiera pude protestar.

—Bueno…, me parece que te utilizaron de un modo más bien despreciable.

—No según sus estándares. Ni yo habría puesto objeción alguna, me habría ofrecido alegremente voluntario…, si lo hubiera sabido antes de abandonar Marte. Pero no quisieron que lo supiese; deseaban que viera y asimilara sin interferencias.

—Iba a añadir —indicó Jubal— que, si ahora está libre de esa condenable invasión de su intimidad, ¿qué daño se ha producido? Opino que, si hubieras llevado un marciano auténtico junto a tu codo durante esos dos últimos años y medio, no se habría producido más daño que el de atraer todas las miradas.

Mike estaba profundamente serio.

—Jubal, escuche una historia. Escúchela hasta el final —y le explicó la destrucción del desaparecido Quinto Planeta del sistema solar, cuyas ruinas eran los asteroides—. ¿Y bien, Jubal?

—Eso me recuerda un poco los mitos acerca del Diluvio.

—No, Jubal. Nadie en la Tierra está completamente seguro acerca del Diluvio. En cambio, están seguros de la destrucción de Pompeya y Herculano.

—Oh, sí. Ésos son hechos históricos establecidos.

—Jubal, la destrucción del Quinto Planeta por los Ancianos es tan históricamente segura como la erupción del Vesubio…, y está registrada con muchos más detalles. Nada de mitos. Hechos.

—Oh, de acuerdo. ¿Debo entender que temes que los Ancianos de Marte decidan darle a este planeta el mismo tratamiento? Me perdonarás si confieso que me resulta un poco difícil tragármelo.

—Pero, Jubal, no les costaría nada a los Ancianos hacerlo. Lo único que se necesita es un cierto conocimiento fundamental de la física, saber cómo está unida la materia…, y el mismo tipo de control que me ha visto usar una y otra vez. Tan sólo se necesita asimilar primero lo que se desea manipular. Yo puedo hacerlo ahora, sin ninguna ayuda. Se elige un fragmento cerca del núcleo del planeta de digamos unos ciento cincuenta kilómetros de diámetro. Es mucho mayor de lo necesario, pero deseamos hacerlo de una manera rápida y sin dolor, aunque sólo sea para complacer a Jill. Se calcula el tamaño y el lugar, luego se asimila cuidadosamente cómo unir las partículas… —su rostro perdió toda expresión y sus globos oculares giraron hacia arriba.

—¡Hey! —intervino Harshaw—. ¡Ya basta! Ignoro si puede hacerlo o no, ¡pero no quiero que lo intente!

El rostro del Hombre de Marte recobró la normalidad.

—Oh, no lo haría nunca. Para mí sería una gran incorrección; soy humano.

—¿Pero no para ellos?

—No. Los Ancianos pueden asimilarlo como una plétora de belleza. No sé. Oh, poseo la disciplina para hacerlo, pero no la voluntad. Jill podría hacerlo también…, es decir, podría contemplar el método exacto. Pero nunca desearía hacerlo; también es humana, y éste es su planeta. La esencia de la disciplina es primero la autoconsciencia, luego el autocontrol. Para cuando un humano estuviese físicamente en condiciones de destruir este planeta mediante este método, en vez de cosas tan torpes como las bombas de cobalto…, no le sería posible albergar la volición necesaria, lo asimilo plenamente. Se descorporizaría. Y eso pondría fin a cualquier amenaza. Nuestros Ancianos no vagan por aquí del mismo modo que lo hacen en Marte.

—Hum…, hijo, ya que estamos buscando murciélagos en su campanario, acláreme otra cosa. Siempre habla usted de esos «Ancianos» con la misma naturalidad con que yo hablaría del perro del vecino…, pero a mí los espíritus me resultan difíciles de engullir. ¿Qué aspecto tiene un «Anciano»?

—Bueno, exactamente el mismo que cualquier otro marciano…, excepto que hay mucha más variedad en la apariencia de los marcianos adultos que la que hay entre nosotros.

—Entonces, ¿cómo se sabe que no son más que marcianos adultos? ¿Se escurren por las paredes o algo así?

—Cualquier marciano puede hacer eso. Yo mismo lo hice ayer.

—Oh… ¿Resplandecen, o algo?

—No. Uno los ve, los oye, los palpa…, todo. Es como una imagen en un tanque estéreo, sólo que perfecta y colocada de forma directa en la mente de uno. Pero… Mire, Jubal, todo este asunto sería una cuestión estúpida en Marte, aunque comprendo que aquí no lo es. Pero si estás presente en la descorporización… en la muerte de un amigo, y luego ayudas a comer su cuerpo…, y entonces ves su espíritu, hablas con él, le tocas, todo…, ¿no creería uno después en los espíritus?

—Bueno… O eso, o creerá que ha perdido el juicio.

—Está bien. Aquí podría ser una alucinación, si asimilo correctamente que nosotros no nos quedamos aquí cuando nos descorporizamos. Pero, en el caso de Marte, la alucinación tendría que ser toda un planeta con una civilización intensa y muy compleja abocado a una alucinación masiva…, o de otro modo la explicación más sencilla es la correcta: la que me enseñaron y la que toda mi experiencia me impulsa a creer. Porque, en Marte, los «espíritus» constituyen de lejos la parte más potente, importante y numerosa de la población. Los que aún están con vida, los corpóreos, son los desbastadores de los bosques y los extractores del agua, los sirvientes de los Ancianos.

Jubal asintió.

—De acuerdo. Nunca me echo atrás cuando hay que cortar una rebanada con la navaja de Occam[20]. Aunque esto es una contradicción a mi propia experiencia, lo cierto es que mi experiencia se limita a este planeta…, es provinciana. De acuerdo, hijo, ¿está asustado por la idea de que puedan destruirnos?

Mike negó con la cabeza.

—No de un modo especial. Creo…, no se trata de asimilación, sino de una simple hipótesis…, que pueden hacer una de estas dos cosas: o destruirnos, o intentar conquistarnos culturalmente, transformarnos a su propia imagen.

—Pero, ¿no le preocupa la posibilidad de que nos hagan saltar en pedazos? Eso es un punto de vista más bien distanciado, incluso para mí.

—No. Oh, creo que pueden decidir hacerlo. Verá, según sus estándares, nosotros somos unos seres sucios y tarados…, las cosas que nos hacemos los unos a los otros, la forma en que no conseguimos comprendernos recíprocamente, nuestra imposibilidad casi absoluta de asimilar entre nosotros, nuestras guerras y epidemias y hambrunas y crueldades…, todo eso es una absoluta locura para ellos. Lo . Así que pienso que es muy probable que decidan terminar con nosotros por piedad. Esto no es más que una suposición mía; y no soy un Anciano. Pero, Jubal, si se deciden a hacerlo, transcurrirán… —Mike se detuvo y meditó largo rato—…un mínimo absoluto de quinientos años, más probablemente cinco mil, antes de que hagan algo.

—Eso es mucho tiempo para que un jurado tome su decisión.

—Jubal, la mayor diferencia entre nuestras dos razas es que los marcianos nunca se apresuran…, mientras que los humanos siempre lo hacen. Ellos preferirán siempre meditar sobre algo un siglo más de la cuenta, o media docena, sólo para asegurarse de que asimilan en toda su plenitud.

—En tal caso, hijo, sugiero que no se preocupe por ello. Si dentro de quinientos o mil años la raza humara no es capaz de manejar a sus vecinos, entonces ni usted ni yo podremos hacer nada. Sin embargo, sospecho que sí podrán hacer algo.

—Eso asimilo, aunque no en su plenitud. Pero ya le he dicho que no estaba preocupado por eso. La otra posibilidad me inquieta más: la de que se trasladen aquí e intenten remodelarnos. Jubal, no pueden hacerlo. Cualquier intento de hacer que nos comportemos como los marcianos acabará con nosotros con la misma seguridad, pero con mucho dolor. Será una gran incorrección.

Jubal se tomó su tiempo para contestar.

—Pero, hijo, ¿no es eso precisamente lo que usted ha estado intentando hacer?

Mike no pareció muy feliz.

—Sí y no. Eso es lo que pretendí al principio. Pero no es lo que intento hacer ahora. Padre, ya sé que se sintió decepcionado conmigo cuando inicié esto.

—Era asunto suyo, hijo.

—Sí. Exclusivamente mío. Debo asimilar y decidir a cada punto crítico culminante yo solo. Y lo mismo debe hacer usted…, y cada uno de nosotros. Usted es Dios.

—No acepto el nombramiento.

—No puede rechazarlo. Usted es Dios y yo soy Dios, y todo lo que asimila es Dios, y yo soy todo lo que he sido, visto, sentido o experimentado en toda mi vida. Soy todo lo que asimilo. Padre, vi la horrible forma en que estaba este planeta y asimilé, aunque no plenamente, que podía cambiarlo. Lo que tenía que enseñar no podía aprenderse en las escuelas y las universidades; me vi obligado a introducirlo en ia ciudad disfrazado como una religión, cosa que no es, e inducir a los primos a saborearlo a través de despertarles su curiosidad y su deseo de diversión. En parte la cosa funcionó exactamente como yo esperaba; la disciplina y el conocimiento estaban al alcance de los demás tanto como lo estaban de mí, que había sido criado en un nido marciano. Nuestros hermanos se llevaban bien juntos; ya lo ha visto, lo ha compartido: viven en paz y felicidad, sin amarguras ni celos.

»Esto sólo ya fue un triunfo, que demostró que estaba en lo cierto. El mayor don de que disponemos es la relación hombre-mujer; puede que el amor físico-romántico sea algo único de este planeta. No lo sé. De ser así, el universo es un lugar mucho más pobre de lo que podría ser…, y asimilo nebulosamente que nosotros-que-somos-Dios debemos conservar este precioso invento y difundirlo. La mezcla, la unión real de dos cuerpos físicos, con la simultánea fusión de las almas en un éxtasis compartido de amor, dando y recibiendo y deleitándose mutuamente… Bueno, no hay nada en Marte comparable a eso, y es la fuente de todo lo que hace que este planeta sea un lugar tan intenso y maravilloso; lo asimilo en toda su plenitud. Y hasta que una persona, hombre o mujer, haya disfrutado de ese tesoro, y se haya bañado en la bendición mutua de tener las mentes enlazadas de un modo tan íntimo como los cuerpos, esa persona seguirá siendo tan virginal y estando tan sola como si nunca hubiese copulado.

»Pero asimilo que usted lo ha hecho; su misma reluctancia a arriesgar una cosa insignificante lo demuestra…, y, de cualquier forma, lo sé de forma directa. Usted asimila. Siempre lo ha hecho. Y sin necesidad del lenguaje de la asimilación. Dawn nos explicó que profundizó usted tanto en su mente como en su cuerpo.

—Hum…, creo que la dama exagera.

—Es imposible para Dawn hablar sobre esto de una manera que no sea la correcta. Y perdóneme…, pero nosotros estábamos allí. En la mente de ella, pero no en la suya…, y usted estaba con nosotros, compartiendo…

Jubal se refrenó de decir que las únicas veces en las que había sentido débilmente que podía leer las mentes fueron precisamente en esa situación…, y aun entonces no en pensamientos, sino en emociones. Tan sólo lamentaba, sin amargura, no haber sido medio siglo más joven…, en cuyo caso sabía que Dawn habría quitado el «señorita» de delante de su nombre y él se habría arriesgado a otro matrimonio, a pesar de sus cicatrices. Y tampoco habría renunciado a la noche anterior ni por todos los años que pudieran quedarle de vida. En esencia, Mike tenía toda la razón.

—Adelante, señor; continúe.

—Eso es lo que debería ser. Pero he ido asimilando poco a poco que raras veces lo era. En su lugar, casi siempre existía la indiferencia, y actos ejecutados de manera mecánica: violación y seducción como un juego no mejor que el de la ruleta, pero con menos posibilidades. Prostitución y celibato, voluntario o forzoso, y miedo y culpa, odio y violencia, y niños educados en la creencia de que el sexo era algo «malo» y «vergonzoso», un acto «animal», y algo que debía ocultarse y de lo que siempre había que desconfiar. Y a esa relación amorosamente perfecta, hombre-mujer, se le daba completamente la vuelta, lo de dentro fuera, y era exhibida como algo horrible.

»Y todas y cada una de esas cosas incorrectas son corolario de los celos. Jubal, no podía creerlo. Aún sigo sin asimilar los celos en toda su plenitud; me parecen una demencia, una terrible incorrección. Cuando aprendí por primera vez lo que era el éxtasis, mi primer pensamiento fue que deseaba compartirlo, compartirlo de inmediato con todos mis hermanos de agua…, directamente con mis hermanos femeninos e indirectamente mediante la invitación a compartir con mis hermanos masculinos. Si se me hubiera ocurrido la idea de intentar mantener para mí solo las delicias de esta fuente inagotable, me habría horrorizado. Pero era incapaz de pensar en eso. Y en perfecto corolario, no sentí el más leve deseo de gozar de ese milagro con nadie a quien no amara ya, y en quien confiara. Jubal, soy físicamente incapaz de intentar el amor con una mujer que no haya compartido el agua conmigo. Y esto reza para todo el Nido. Es una impotencia psíquica, a menos que el espíritu se fusione como se fusiona la carne.

Jubal estaba escuchando y pensando tristemente que aquél era un espléndido sistema —para los ángeles—, cuando un aerocoche aterrizó en la plataforma privada, diagonalmente frente a ellos. Volvió un poco la cabeza para ver y, cuando los patines de aterrizaje rozaron el suelo, el vehículo se desvaneció: dejó de estar allí.

—¿Dificultades? —preguntó.

—Ninguna —negó Mike—. Empiezan a sospechar que estamos aquí…, que estoy aquí, más bien; creen que todos los demás están muertos. Los del Templo Íntimo, quiero decir. No molestan especialmente a los de los otros círculos…, y muchos de ellos han abandonado la ciudad hasta que se calmen las cosas… —sonrió—. Podríamos obtener un buen precio por estas habitaciones de hotel; la ciudad rebosa de visitantes más allá de su capacidad con las tropas de choque del obispo Short.

—Y bien, ¿no es el momento de enviar la familia a algún otro lado?

—Jubal, no se preocupe por ello. Ese coche no ha tenido la menor posibilidad de enviar un informe, ni siquiera por radio. Estoy manteniendo una firme vigilancia. No existe ningún problema, ahora que Jill ha superado sus conceptos erróneos acerca de la «incorrección» de descorporizar personas que tienen la incorrección en ellas. Solía verme obligado a utilizar todo tipo de recursos complicados para protegernos. Pero Jill sabe ya que sólo actúo cuando he asimilado hasta la plenitud —el Hombre de Marte esbozó una sonrisa juvenil—. Anoche me ayudó en una tarea de poda…, y no era la primera vez que lo hacía.

—¿Qué clase de tarea?

—Oh, sólo una secuela de la fuga de la cárcel. Unos cuantos individuos de los que estaban también encerrados y a los que no podía dejarse sueltos por ahí; eran perversos. Así que tuve que desembarazarme de ellos antes de eliminar los barrotes y las puertas. Pero, durante meses, he estado asimilando lentamente toda esta ciudad, y algunos de los peores no estaban en la cárcel. Así que me mantuve a la espera, redactando una lista, asegurándome hasta la plenitud en cada caso.

»Y ahora que nos marchamos de esta ciudad…, ellos dejarán de vivir aquí también. Eliminados. Necesitaban ser descorporizados y enviados de vuelta al pie de la línea, para que vuelvan a intentarlo. Incidentalmente, ésa fue la asimilación que cambió la actitud de Jill, de los escrúpulos a la aprobación entusiasta: cuando asimiló por fin que es absolutamente imposible matar a un hombre…, que todo lo que estábamos haciendo se parecía mucho a la decisión de un arbitro que expulsa del campo a un jugador por «dureza innecesaria» en el juego.

—¿No teme atribuirse el papel de Dios, muchacho?

Mike sonrió con desvergonzada jovialidad.

Soy Dios. Usted es Dios…, y cualquier necio al que extirpo, es Dios también. Jubal, se dice que Dios observa a cada gorrión que cae. Y así es. Pero la forma más aproximada en que puede expresarse esta idea en nuestro idioma, es decir que Dios no puede evitar darse cuenta de la caída del gorrión porque el gorrión es Dios. Y cuando un gato atrapa a un gorrión, ambos son Dios, y realizan los pensamientos de Dios.

Otro aerocoche fue a aterrizar, y se desvaneció antes de tocar el suelo.

—¿A cuántos jugadores expulsó anoche del campo?

—Oh, a unos cuantos. Alrededor de cuatrocientos cincuenta, supongo; no los conté. Ésta es una ciudad grande, ¿sabe? Pero por un tiempo va a ser también una ciudad inusualmente decente. No es una cura definitiva, por supuesto…, no hay ninguna cura, excepto adquirir una férrea disciplina —Mike pareció desdichado—. Y ése es un tema sobre el que debo interrogarle, padre. Temo haberme confundido con la gente que me ha seguido. Con todos nuestros hermanos.

—¿En qué sentido, Mike?

—Son demasiado optimistas. Han visto lo bien que ha ido todo para nosotros; todos han comprobado lo felices que son, lo fuertes y sanos que se sienten, lo profundamente que se aman unos a otros. Y ahora creen asimilar que sólo es cuestión de tiempo el que toda la raza humana alcance idéntica beatitud. Oh, no mañana; algunos de ellos asimilan que tendrán que transcurrir dos mil años antes de que empiece a cristalizar un experimento así. Pero consideran que finalmente ocurrirá. Y al principio yo opinaba así también. Incluso les incité a creerlo.

»Pero, Jubal, había pasado por alto un punto clave: los humanos no son marcianos. Cometí este error una y otra vez…, me corregí…, y aún sigo cometiéndolo. Lo que funciona perfectamente para los marcianos no funciona necesariamente con los humanos. Oh, la lógica conceptual que sólo puede expresarse en marciano sirve para ambas razas. La lógica es invariable…, pero los datos difieren. Así que los resultados son diferentes.

»No consigo comprender por qué, si la gente tenía hambre, algunas personas no se ofrecieron voluntarias para ser sacrificadas y que el resto pudiera comer. En Marte esto es algo obvio…, y es un honor. Tampoco logro entender por qué los bebés son tan mimados. En Marte, nuestras dos pequeñas serían simplemente arrojadas a la intemperie para que muriesen o sobrevivieran…, y en Marte nueve de cada diez ninfas mueren en su primera temporada. Mi lógica era correcta, pero me había equivocado en los datos: aquí los bebés no compiten pero los adultos sí; en Marte los adultos no compiten en absoluto, la competencia está reservada a la primera niñez. Pero, de una forma u otra, la competencia y la eliminación tienen que producirse…, ya que de otro modo la raza iniciaría su decadencia.

»Pero, tanto si me equivocaba como si no al tratar de eliminar la competencia en ambos extremos, últimamente he empezado a asimilar que la raza Humana no va a permitirme hacerlo, sea lo que fuere.

Duque asomó la cabeza en la habitación.

—Mike, ¿has echado un vistazo fuera? Hay una muchedumbre concentrándose alrededor del hotel.

—Lo sé —asintió Mike—. Diles a los demás que la espera aún no se ha llenado.

Se dirigió a Jubal.

— La frase «tú eres Dios» no es un mensaje de alegría y esperanza, Jubal. Es un desafío…, y una suposición atrevida y desvergonzada de responsabilidad personal… —su expresión se hizo triste—. Pero rara vez exijo que se acepte. Unos cuantos, muy pocos…, sólo los que están aquí con nosotros hoy, nuestros hermanos…, me han comprendido y han aceptado lo amargo y lo dulce, se han puesto en pie y lo han bebido…, lo han asimilado. Los demás, los centenares y miles de otros, insisten en considerarlo como un premio sin competición, una «conversión», o lo ignoran enteramente. No importa lo que les haya dicho; han insistido en pensar en Dios como algo fuera de ellos mismos. Algo que anhela tomar en brazos a todo imbécil indolente, llevárselo al pecho y consolarlo. La idea de que el esfuerzo tiene que ser suyo…, y de que todos los problemas que tienen son obra suya…, es algo que no quieren o no pueden albergar.

El Hombre de Marte agitó la cabeza.

—Y mis fracasos son tan superiores en número respecto a mis éxitos que estoy empezando a preguntarme si la asimilación completa no me mostrará que sigo un camino equivocado: que esta raza debe vivir escindida, odiándose los unos a los otros, luchando eternamente entre sí, constantemente infelices y en guerra incluso consigo mismos…, sólo para que se produzca el proceso de eliminación que toda raza debe sufrir. Dígame, padre. Debe decírmelo.

—Mike, ¿qué demonios le induce a creer que soy infalible?

—Quizá no lo sea. Pero cada vez que he necesitado saber algo, usted fue capaz de explicármelo…, y la plenitud demostró siempre que había hablado correctamente.

—¡Maldita sea, me niego a esta apoteosis! Pero comprendo una cosa, hijo. Usted fue quien instó siempre a todo el mundo a que no se apresurara… «La espera se llenará», decía.

—Eso es correcto.

—Ahora está violando su propia regla primaria. Ha esperado sólo un poco…, muy poco según los estándares marcianos, calculo…, y ya quiere arrojar la toalla. Ha demostrado que su sistema puede funcionar para un grupo pequeño, cosa que me alegra confirmar; nunca había visto personas tan felices, sanas y alegres. Eso debería ser suficiente para el poco tiempo en que lo ha realizado. Vuelva cuando haya multiplicado por mil este número, con todos trabajando y felices y no celosos, y hablaremos de nuevo del asunto. ¿Le parece razonable?

—Habla correctamente, padre.

—Pero todavía no he terminado. Le ha estado preocupando el hecho de que, si había fracasado en conseguir más del noventa y nueve por ciento de los éxitos, era porque la raza no podía seguir adelante sin sus actuales perversidades, y entonces habría que hacer una selección. Pero… maldita sea, muchacho, ya ha estado haciendo esa selección…, mejor dicho, los fracasos han estado haciendo la selección por usted, dejando afuera las personas que no le han escuchado. ¿Había planeado eliminar el dinero y la propiedad?

—¡Oh, no! Dentro del Nido no los necesitábamos, pero…

—No los necesita ninguna familia que funcione como es debido. La suya solamente es más grande. Pero afuera son necesarios, para tratar con las demás personas. Sam me dijo que nuestros hermanos, en vez de olvidarse del mundo, se habían mostrado más hábiles que nunca con el dinero. ¿Es eso cierto?

—Oh, sí. Hacer dinero es una tarea sencilla, una vez lo has asimilado.

—Muchacho, acaba de añadir una nueva bienaventuranza: «Bienaventurados los ricos de espíritu, porque ellos amasarán la pasta». ¿Cómo se las apaña nuestra gente en otros campos? ¿Mejor o peor que la media?

—Oh, mejor, por supuesto; es algo que ni siquiera necesita asimilar. Verá, Jubal, esto no es una fe; la disciplina es, sencillamente, un método para funcionar eficazmente en cualquier actividad que uno elija.

—Ahí tiene su respuesta, hijo. Si todo lo que dice es verdad…, y no estoy juzgando; sólo pregunto, y usted contesta…, entonces ésa es toda la competición que necesita, y se trata de una carrera ganada por anticipado. Si tan sólo un diez por ciento de la población es capaz de entender la noticia, entonces todo lo que hay que hacer es mostrárselo…, y en cosa de unas cuantas generaciones todos los estúpidos habrán muerto, y los que gocen de su disciplina heredarán la Tierra. Cuando esto ocurra, dentro de mil años o dentro de diez mil…, entonces habrá llegado el momento de preocuparse por crear una nueva valla, para hacer que salten más alto. Pero no tiene que descorazonarse porque sólo un puñado de hombres se hayan convertido en ángeles de la noche a la mañana. Personalmente, nunca me atreví a pensar que lo consiguiese ni siquiera uno. Simplemente creí que no iba a hacer usted más que el ridículo al pretender convertirse en predicador.

Mike suspiró y sonrió.

—Empezaba a temer que lo hubiera hecho; me preocupaba la idea de haberles fallado a mis hermanos.

—Me gustaría que lo hubiese denominado «halitosis cósmica» o algo parecido. Pero el nombre es lo de menos. Si uno posee la verdad, puede demostrarla. Muéstresela a la gente. Si sólo habla, no probará nada.

El Hombre de Marte se puso en pie.

—Me ha presentado las cosas con claridad, padre. Ahora estoy preparado. Asimilo la plenitud. —miró hacia la puerta—. Sí, Patty, te he oído. La espera ha terminado.

—Sí, Michael.

37

Jubal y el Hombre de Marte entraron lentamente en la sala de estar con el gran tanque estéreo. Al parecer, el Nido en pleno se había reunido allí para observarlo. Mostraba una densa y turbulenta multitud, apenas contenida por la policía. Mike lo miró también y pareció serenamente feliz.

—Vienen. Ahora es la plenitud.

La sensación de éxtasis expectante que Jubal había sentido crecer desde su llegada aumentó de modo considerable, aunque nadie en la sala se movió.

—Es un auditorio numerosísimo, cariño —admitió Jill.

—Y a punto de entrar —añadió Patty.

—Será mejor que me vista para la ocasión —comentó Mike—. ¿Tienes algo de ropa por aquí, Patty?

—Enseguida, Michael.

—Hijo, esa muchedumbre me parece más bien fea —intervino Jubal—. ¿Está seguro de que ha llegado el momento de enfrentarse a ella?

—Oh, por supuesto —dijo Mike—. Han venido para verme…, así que ahora mismo bajaré para ir a su encuentro.

Hizo una pausa mientras algunas prendas de vestir le cubrían el rostro, en su descenso por su cuerpo. Estaba siendo vestido a velocidad de vértigo, con la innecesaria ayuda de varias mujeres…, innecesaria, porque cada prenda parecía conocer perfectamente su camino y cómo ajustarse allá donde debía.

—Esta misión tiene sus obligaciones, al igual que sus privilegios: la estrella ha de aparecer para el espectáculo, ¿me asimila? Los primos la esperan.

—Mike sabe lo que está haciendo, jefe —indicó Duque.

—Bien…, pero desconfío de las masas humanas.

—Esa multitud está compuesta principalmente por buscadores de curiosidades, siempre es así. Oh, hay unos cuantos fosteritas y varios resentidos…, pero Mike puede dominar cualquier multitud. Ya lo verá. ¿No es cierto, Mike?

—Exacto, Caníbal. Atrae un auditorio, luego ofrécele un espectáculo. ¿Dónde está mi sombrero? No puedo salir al sol del mediodía sin sombrero… —un costoso jipijapa, con su vistosa banda de colores, se deslizó y se posó sobre su cabeza; lo inclinó airosamente—. ¡Ya está! ¿Tengo buen aspecto?

Iba vestido con su traje de calle de costumbre, el que utilizaba en los servicios exteriores: bien cortado, meticulosamente planchado, de color blanco, con zapatos a juego, camisa blanca como la nieve y pañuelo lujosamente deslumbrante.

—Todo lo que le falta es un maletín —dijo Ben.

—¿Asimilas que lo necesito? Patty, ¿debo llevar uno?

Jill se adelantó un paso hacia él.

—Ben estaba bromeando, querido. Tu apariencia es perfecta —le enderezó la corbata y le besó…, y Jubal se sintió besado—. Ve a hablarles.

—Sí. Ha sonado la hora de alzar el telón. ¿Anne? ¿Duque?

—Listos, Mike.

Anne se había puesto su toga de testigo honesto —que le llegaba hasta los pies— e iba revestida de dignidad; Duque era exactamente todo lo contrario: se había vestido desmañadamente, con un cigarrillo encendido colgando de la comisura de sus labios, un viejo sombrero echado hacia atrás con una tarjeta en la banda que decía «PRENSA», y al hombro una serie de cámaras y equipo fotográfico.

Echaron a andar hacia la puerta del vestíbulo común a las cuatro suites del ático. Sólo les siguió Jubal; todos los otros, treinta personas o más, siguieron frente al estéreo. Mike se detuvo un instante al llegar a la puerta. Había una mesita auxiliar allí, con una jarra de agua y algunos vasos, un frutero con fruta y un cuchillo.

—Será mejor que no pase usted de aquí —aconsejó a Jubal—, o Patty tendrá que escoltarle de vuelta por entre sus animalitos.

Mike se sirvió un vaso de agua y bebió parte de él.

—Predicar da sed —dijo.

Tendió el vaso a Anne, luego cogió el cuchillo de fruta y cortó un trozo de una manzana. Jubal tuvo la impresión de que Mike se había cortado un dedo…, pero su atención se vio distraída cuando Duque le pasó el vaso. La mano de Mike no sangraba y, de cualquier modo, Jubal se había acostumbrado ya a los juegos de manos. Aceptó el vaso y bebió un sorbo, y se dio cuenta de que su garganta también estaba muy seca.

Mike aferró su brazo y le sonrió.

—Olvide sus temores. Esto sólo durará unos minutos. Nos veremos luego, padre.

Avanzaron por entre las cobras que guardaban el vestíbulo y la puerta se cerró tras ellos. Jubal regresó a la sala donde estaban los demás, aún con el vaso en la mano. Alguien se lo retiró; no se dio cuenta, con la mirada fija en las imágenes del enorme tanque.

La gente parecía más densa ahora, se agitaba nerviosa, y lo único que la mantenía a raya eran los policías, armados con porras. Se oían algunos gritos aislados, pero principalmente el murmullo general y localizado de la multitud.

Alguien dijo:

—¿Dónde están ahora, Patty?

—Acaban de bajar por el tubo. Michael va un poco adelantado, Duque se ha detenido para esperar a Anne. Ahora entran en el vestíbulo. Han reconocido a Michael, están tomando fotos.

La escena en el tanque cambió a un primer plano de la enorme cabeza y hombros de un locutor de aspecto animado y jovial.

— Aquí los equipos móviles de la NWNW, la New World Network, transmitiendo en directo desde el lugar donde arde la noticia… Les saluda su reportero Happy Holliday. Acabamos de enterarnos de que el falso mesías, antes conocido como el Hombre de Marte, está saliendo de su escondrijo en la habitación de un hotel aquí en el hermoso St. Petersburg, la Ciudad Que Lo Tiene Todo Para Hacerle A Uno Cantar. Al parecer, Smith está a punto de entregarse a las autoridades. Escapó ayer de la cárcel, utilizando poderosos explosivos que le fueron pasados subrepticiamente por sus fanáticos seguidores. Pero el firme cerco establecido por la policía alrededor de esta ciudad parece que ha sido demasiado para él. No tenemos aún noticias concretas…, repito, no tenemos aún noticias concretas…, así que sigan sintonizando este canal. Y ahora, unas palabras de nuestro patrocinador local, que les ofrece esta visión en directo del hecho clave de los últimos acontecimientos…

— Gracias, Happy Holliday. ¡Y gracias a ustedes, buena gente que nos están viendo a través de la NWNW! ¿Cuál es el precio del Paraíso? ¡Asombrosamente bajo! Vengan a ver con sus propios ojos los Campos Elíseos, recientemente abiertos para hogar de una restringida clientela. Tierras arrancadas a las cálidas aguas del glorioso Golfo, y cada parcela garantizada como mínimo a medio metro por encima del nivel más alto del mar, y no hace falta más que una pequeña entrada para… Oh, más tarde, amigos…, ¡telefoneen al Gulf nueve, dos, ocho, dos, ocho!

— ¡Y gracias a ti, Jack Morris, y a los promotores de los Campos Elíseos! ¡Creo que tenemos algo, amigos! ¡Sí, señor, creo que…!

—Están saliendo por la puerta principal —informó Patty quedamente—. La multitud todavía no ha visto a Michael.

—Quizá todavía no… pero pronto —siguió el relator—. Están contemplando ustedes la entrada principal del magnífico Hotel Sans Souci, joya del Golfo, cuya gerencia no es en modo alguno responsable de lo que haya hecho el fugitivo al que se persigue… La dirección del establecimiento ha colaborado con las autoridades desde un principio, según declaró hace poco el jefe de policía Davis. Y mientras aguardamos el desarrollo de los acontecimientos, les daré a ustedes unos cuantos detalles de la extraña carrera de ese monstruo medio humano, criado en Marte…

La escena en directo fue sustituida por un montaje rápido de imágenes procedentes de documentales. El lanzamiento de la Envoy, años antes; la Champion ascendiendo por el espacio, silenciosa y sin esfuerzo bajo el impulsor Lyle; marcianos moviéndose por Marte; el regreso triunfal de la Champion; una escena de la entrevista falsificada con el falso Hombre de Marte —«¿Qué opinas de las muchachas de la Tierra?»… «Jesús…»—; una breve toma de la conferencia en el Palacio Ejecutivo; y la muy divulgada concesión de un doctorado en filosofía, todo ello sazonado con rápidos comentarios.

—¿Ves algo, Patty?

—Michael está en lo alto de la escalera. Tiene a la gente al menos a cien metros de distancia, mantenida por la policía fuera de los terrenos del hotel. Duque ha tomado unas fotografías, y Mike aguarda ahora para darle tiempo a que cambie los objetivos. No hay prisa.

Happy Holliday apareció de nuevo, mientras el tanque ofrecía un barrido sobre la multitud.

— Comprenderán, amigos, que ésta es una magnífica comunidad, hoy en una situación única. Han estado sucediendo cosas extrañas, y a esta gente no le gustan las bromas. Sus leyes han sido burladas, sus fuerzas de seguridad tratadas con desprecio, y la población está legítimamente enfurecida. Los fanáticos seguidores de ese presunto Anticristo no se han detenido ante nada para crear disturbios, en un fútil intento por conseguir que su líder escapase de la red de la justicia que se cerraba a su alrededor. Puede suceder cualquier cosa…, ¡cualquier cosa!

Su voz subió de tono:

— ¡Sí, ahora está saliendo…, avanza hacia la gente! —la escena cambió, tomada ahora desde un ángulo frontal; Mike caminaba directamente hacia la cámara. Anne y Duque estaban detrás, rezagándose paulatinamente—. ¡Eso es! ¡Eso es! ¡Esto es la apoteosis!

Mike seguía andando, sin prisas, hacia la multitud, hasta que su figura llenó por completo el estereotanque, alcanzando su tamaño natural, como si estuviese en la estancia entre sus hermanos de agua. Se detuvo al llegar al borde del césped de la parte delantera del hotel, a pocos pasos de la multitud.

—¿Me llamabais?

Le respondieron con un gruñido hosco.

El cielo contenía algunas nubes dispersas; en aquel instante el sol salió de detrás de una, y un rayo de dorada luz incidió sobre Mike.

Sus ropas se desvanecieron. Permaneció erguido ante ellos, con su dorada juventud, vestido solamente con su propia belleza…, una belleza que angustió a Jubal y le hizo pensar que Miguel Ángel, en su vejez, habría descendido de su alto andamiaje para perpetuar aquella escena para las generaciones venideras. Mike dijo suavemente:

—Miradme. Soy un hijo del hombre.

La escena se vio interrumpida por una cuña publicitaria de diez segundos, una hilera de bailarinas de can-can que cantaba:

Vamos, señoras, laven su ropa

con las burbujas más olorosas!

¡Jabón «Amante» cuida sus manos…

y a la postre les da regalos!

El tanque se llenó de espuma entre juveniles risas femeninas, la escena se fundió y apareció de nuevo el reportaje en directo.

—¡Dios te maldiga! —medio ladrillo alcanzó a Mike en las costillas. Volvió la cabeza hacia su agresor.

—Pero si tú mismo eres Dios. Sólo tú mismo puedes maldecir…, y nunca podrás escapar de ti mismo.

—¡Blasfemo! —una piedra se estrelló contra su frente, encima del ojo izquierdo; brotó la sangre.

El Hombre de Marte dijo en tono tranquilo:

—Combatiéndome a mí os combatís a vosotros mismos, porque vosotros sois Dios…, yo soy Dios…, y todo lo que asimila es Dios; no hay otro.

Más piedras le golpearon, desde varias direcciones; Mike empezó a sangrar por distintos lugares.

—Escuchad la verdad. No necesitáis odiar, no necesitáis luchar, no necesitáis tener miedo. Os ofrezco el agua de vida… —de pronto, un vaso de agua apareció en su mano, destelló al sol—…y podéis compartirla siempre que os plazca…, y caminar juntos en paz, amor y felicidad.

Una piedra alcanzó el vaso y lo hizo añicos. Otra se estrelló contra la boca de Mike.

Les sonrió a través de sus labios partidos y ensangrentados, mirando directamente a la cámara, con una expresión de anhelante ternura en el rostro. A causa de algún efecto de los rayos solares y la estereovisión, un halo dorado se formó en torno de su cabeza.

—¡Oh, hermanos míos, os amo tanto! Bebed profundamente. Compartid y acercaos sin fin. Vosotros sois Dios.

Jubal susurró aquellas palabras, repitiéndolas para sí mismo. La escena cedió paso a una cuña de cinco segundos:

— ¡Cueva Cabuenga! El club nocturno con la auténtica niebla de Los Ángeles, importada a diario. Seis danzarinas exóticas.

—¡Linchadle! ¡Pasad una cuerda de cáñamo por el cuello de ese bastardo!

Una escopeta de pesado calibre disparó a escasa distancia de él, y el brazo derecho de Smith fue arrancado a la altura del codo y cayó. Descendió flotando suavemente hasta la fresca hierba del suelo y quedó allí como descansando, la abierta mano curvada hacia arriba como invitando a los hombres a acercarse.

—Dispárale el otro cañón, Shortie…, ¡y apunta desde más cerca!

La multitud rió y aplaudió. Un ladrillo aplastó la nariz de Mike, y más piedras le proporcionaron una corona de sangre.

—La Verdad es simple, pero el Camino del hombre es duro. Lo primero que tenéis que aprender es a controlar vuestro yo. El resto se os dará por añadidura. Bienaventurado el que se conoce y se domina, porque el mundo es suyo y el amor, la dicha y la paz le seguirán allá donde vaya.

Resonó otra detonación de escopeta, seguida por dos disparos más. Uno de ellos, un proyectil del cuarenta y cinco, alcanzó a Mike encima del corazón, astillando la sexta costilla cerca del esternón y abriendo una enorme herida; el escopetazo y la otra bala atravesaron su tibia izquierda, quince centímetros por debajo de la rótula, y el peroné, fracturado y blanco, asomó, destacando sobre la tonalidad amarilla y roja de la herida.

Mike se tambaleó ligeramente y se echó a reír, y siguió hablando, con palabras claras y lentas.

—Vosotros sois Dios. Si sabéis eso, el Camino estará abierto ante vosotros.

—Maldito seas…, ¡deja ya de pronunciar el Nombre de Dios en vano!… ¡Vamos, acabemos con él de una vez!

La muchedumbre se abalanzó hacia delante, acaudillada por un tipo valiente que enarbolaba un palo; cayeron sobre Mike con piedras y puños, y cuando se desplomó al suelo, con los pies. El Hombre de Marte siguió hablándoles mientras le pateaban las costillas y aplastaban su dorado cuerpo, le rompían los huesos y le arrancaban una oreja. Por fin alguien propuso:

—¡Retiraos para que pueda rociarle con gasolina!

La multitud se abrió un poco ante aquella advertencia, y la cámara hizo un zoom para tomar un plano de su cara y hombros. El Hombre de Marte sonrió a sus hermanos y dijo una vez más, en voz baja y clara:

—Os amo.

Un saltamontes incauto aterrizó zumbando sobre la hierba, a pocos centímetros de su rostro; Mike volvió la cabeza y contempló al insecto, que se le había quedado mirando.

—Tú eres Dios —dijo alegremente, y se descorporizó.

38

Llamas y ondulantes volutas de humo se elevaron y llenaron el tanque.

—¡Santo Dios! —exclamó Patty, reverente—. ¡Es la mejor apoteosis que se haya hecho jamás!

—Sí —admitió Becky con aire crítico—; ni el propio Profesor soñó nunca con algo que superara eso.

Van Tromp dijo muy quedamente, como si hablara para sí mismo:

—Con estilo. Hábil y con estilo…, el muchacho acabó con estilo.

Jubal volvió la cabeza a su alrededor y observó a sus hermanos. ¿Él era el único dominado por la emoción? Jill y Dawn permanecían sentadas, cada una con el brazo alrededor de la otra…, pero siempre estaban así cuando se hallaban juntas; ninguna de las dos parecía alterada. Incluso Dorcas se mantenía tranquila y con los ojos secos.

El infierno en el tanque se cortó, para dejar paso a un sonriente Happy Holliday, que dijo:

— Y ahora, amigos, dediquemos unos instantes a los Campos Elíseos, que tan graciosamente nos han cedido su espacio… —Patty desconectó el aparato.

—Anne y Duque regresan —indicó—. Les acompañaré a cruzar el vestíbulo y luego almorzaremos.

Se dirigió hacia allá. Jubal la detuvo.

—Patty, ¿sabía usted lo que iba a hacer Mike?

Pareció confusa.

—¿Eh? Oh, claro que no, Jubal. Era necesario esperar la plenitud. Ninguno de nosotros lo sabía. —se dio la vuelta y salió.

—Jubal… —Jill le estaba mirando—. Jubal, nuestro querido padre…, por favor, haga un alto y asimile la plenitud. Mike no está muerto. No puede haber muerto, cuando no se puede matar a nadie. Ni puede estar lejos de nosotros, que siempre le hemos asimilado. «Tú eres Dios».

—«Tú eres Dios» —repitió él, torpemente.

—Eso está mejor. Venga a sentarse con Dawn y conmigo…, entre las dos.

—No. No, déjeme solo.

Se dirigió ciegamente a su habitación, entró, cerró la puerta con llave a sus espaldas y se inclinó pesadamente hacia adelante, sujetando con ambas manos los pies de la cama. «¡Hijo mío, oh, hijo mío! ¡Yo habría muerto por ti! Tenías tanto por lo que vivir…, y un viejo estúpido al que respetabas demasiado tuvo que soltar sus insensatos ladridos e impulsarte a un absurdo e inútil martirio». Si Mike les hubiese dado algo grande, como la estereovisión o el bingo… Pero sólo les había ofrecido la Verdad. O una parte de la Verdad. ¿Y a quién le interesa la Verdad? Se echó a reír entre sollozos.

Al cabo de un rato interrumpió ambas cosas: los amargos sollozos y las risas angustiadas, y rebuscó a tientas en su maletín de viaje. Llevaba consigo todo lo necesario; había guardado en su estuche de tocador una buena dosis desde que el ataque al corazón de Joe Douglas le había recordado que toda la carne es hierba.

Bueno, ahora había llegado su propio ataque, y no podía asimilarlo. Se recetó tres tabletas para garantizarse rapidez y seguridad, las hizo bajar con un poco de agua y se apresuró a tenderse en la cama. El dolor no tardó en desaparecer.

Desde una gran distancia, la voz llegó a sus oídos:

—Jubal…

—Estoy descansando. Que nadie me moleste.

—¡Jubal! Por favor, padre…

—Oh… ¿Sí, Mike? ¿Qué ocurre?

—¡Despierte! Todavía no se ha producido la plenitud. Vamos, deje que le ayude.

Jubal suspiró.

—De acuerdo, Mike.

Aceptó la ayuda ofrecida, se dejó conducir al baño, dejó que su cabeza fuera sujetada mientras vomitaba, aceptó el vaso de agua y se enjuagó la boca.

—¿Ya está bien ahora?

—Perfectamente, hijo. Gracias.

—Entonces iré a atender unos asuntos que tengo pendientes. Le quiero, padre. Usted es Dios.

—Le quiero, Mike. Usted es Dios.

Jubal permaneció un poco más en la habitación, poniéndose presentable, cambiándose de ropa y tomando un trago pequeño de coñac para eliminar el sabor ligeramente amargo que aún tenía en su estómago. Luego fue a reunirse con los demás.

Patty estaba sola en el salón con la caja de parloteos, que estaba apagada. Alzó la vista cuando él entró.

—¿Almorzará algo, Jubal?

—Sí, gracias.

Ella se le acercó.

—Eso está bien. Me temo que la mayoría se han limitado a comer un poco y han salido zumbando de aquí. Pero todos los que ya se han ido han dejado un beso para usted. Se los entrego, en bloque.

Se las arregló para transmitir todo el cariño delegado a ella cimentado con el suyo propio; Jubal se dio cuenta de que aquel beso le dejaba fortalecido, con la serena aceptación de ella compartida, sin que quedase en su ánimo el más leve poso de amargura.

—Vamos a la cocina —dijo Patty—. Tony se ha marchado, así que la mayor parte de los demás están allí. No es que los gruñidos de Tony mantuviesen a la gente alejada de la cocina, pero… —se interrumpió, y dobló el cuello para intentar mirarse la parte baja de su espalda—. ¿No ha cambiado un poco la escena final? ¿Como si se hubiera ahumado algo, quizá?

Jubal asintió solemnemente y dijo que así lo creía. No podía ver ningún cambio apreciable en el dibujo…, pero no era cosa de ponerse a discutir con la idiosincrasia de Patty. Ella asintió.

—Lo esperaba. Puedo ver perfectamente a mi alrededor…, excepto la parte de atrás de mí misma. Aún necesito un espejo doble para observar mi espalda con claridad. Mike dice que mi Visión incluirá eso cuando llegue el momento. Bien, no importa.

En la cocina había quizá una docena de personas, sentadas a la mesa y en otros lugares; Duque estaba ante el hornillo, removiendo algo en una cacerola pequeña.

—Hola, jefe. He pedido un autobús de veinte plazas. Es el mayor que puede posarse en nuestra pequeña plataforma de aterrizaje…, y lo necesitamos de ese tamaño si queremos llevarnos también los pañales y los animalitos de Patty. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. ¿Van a venir todos a casa?

Si faltaban habitaciones las chicas podían dormir juntas, preparar camas en el salón y en algunos otros sitios…, y de todos modos, aquella multitud podía distribuirse por parejas. Ahora que pensaba en ello, incluso podía concederse el lujo de no dormir solo; había tomado la decisión de no resistirse. Resultaba agradable tener un cuerpo cálido en el otro lado de la cama, aunque sus intenciones no fuesen activas. ¡Por Dios, había olvidado lo agradable que era! Acercarse…

—No todos. Tim llevará el autobús, nos dejará allí, y luego regresará a Texas por una temporada. El capitán, Beatrix y Sven se quedarán en Nueva Jersey.

Sam alzó la vista de la mesa.

—Ruth y yo tenemos que regresar junto a nuestros chicos. Y Saúl nos acompañará.

—¿No pueden quedarse antes un par de días en mi casa?

—Bueno, tal vez. Lo hablaré con Ruth.

—Jefe —preguntó Duque—, ¿cuándo podremos llenar la piscina?

—Bueno, hasta ahora nunca la habíamos llenado antes de abril…, pero con los nuevos calentadores supongo que la podemos llenar en cualquier época. Sin embargo —añadió—, el tiempo no invita aún; ayer todavía había nieve en el suelo.

—Jefe, permítame que le dé una pista. Este grupo puede caminar con nieve hasta la cadera de una jirafa y no notarlo…, y si quieren, pueden nadar. Además, hay formas mucho más baratas de impedir que el agua se congele que esos grandes calentadores de petróleo.

—Jubal…

—¿Sí, Ruth?

—Nos quedaremos un día, o tal vez más. Los chicos no me echarán de menos…, y de todos modos, no ardo en deseos de mostrarme maternal precisamente, sin Patty cerca para llamarlos al orden. Jubal, se dará usted cuenta de que nunca me ha visto tal como soy hasta que me vea en la piscina, con la cabellera flotando en la superficie del agua…, y el aspecto de la señora Que Hace lo Que Uno Quisiera Que Hiciese.

—Es un compromiso. Digan, ¿dónde están el Cabeza Cuadrada y el Holandés? Beatrix nunca ha estado en casa…, no pueden tener tanta prisa.

—Se lo comunicaré, jefe.

—Patty, ¿podrán sus serpientes soportar durante una temporada un sótano cálido y limpio, hasta que encontremos algo mejor? No me refiero a Cariñito, por supuesto; ella es una persona. Pero no creo que las cobras deban andar sueltas por la casa.

—Claro, Jubal.

—Hum… —Harshaw miró a su alrededor—. Dawn, ¿sabe taquigrafía?

—No la necesita —intervino Anne—. No más que…

—Entiendo. Debí haberme dado cuenta. ¿Escribe a máquina?

—Aprenderé, si usted lo desea —repuso Dawn.

—Considérese contratada…, hasta que surja alguna plaza vacante de suma sacerdotisa en algún sitio. Jill, ¿olvidamos a alguien?

—No, jefe. Excepto que los que ya se han marchado se considerarán libres de acampar en cualquier momento en su finca. Y lo harán.

—Lo daba por supuesto. Nido número dos, cuando y como sea necesario —se acercó al hornillo y echó un vistazo al interior de la cacerola cuyo contenido removía Duque. Había una pequeña cantidad de caldo—. Hum… ¿Mike?

—Sí —Duque sacó una cucharada y lo probó—. Le falta un poco de sal.

—Sí, Mike siempre necesitaba algo de condimento… —Jubal se hizo cargo de la cuchara y probó a su vez el caldo. Duque tenía razón: el sabor era más bien dulzón; no le vendría mal un poquito de sal—. Pero asimilémoslo tal como está. ¿Quién queda por compartir?

—Sólo usted. Tony me dejó aquí con instrucciones estrictas para que lo removiese a mano, añadiera agua si era necesario y le esperase. No debía dejar que se evaporarse todo y quemara la cacerola.

—Entonces saca un par de tazas. Lo compartiremos y asimilaremos juntos.

—Ahora mismo, jefe… —dos tazas surcaron el aire y se posaron junto al hornillo, al lado de la cacerola—. Esto es una broma a cuenta de Mike; siempre andaba diciendo que me sobreviviría y que iba a servirme a mí en la comida de Acción de Gracias. O tal vez la broma sea a cuenta mía…, porque habíamos hecho una apuesta y ahora no puedo cobrarla.

—Has ganado sólo por negligencia. Repártelo bien.

Duque lo hizo así. Jubal alzó su taza.

—¡Compartamos!

—Acerquémonos siempre.

Bebieron el caldo despacio, prolongándolo, saboreándolo, glorificando, abrigando y absorbiendo a su donante. No sin sorpresa, Jubal descubrió que, si bien se veía abrumado por la emoción, se trataba de una relajada felicidad que no provocaba lágrimas. Pensó en el torpe y extraño cachorrillo que era su hijo cuando lo vio por primera vez… tan deseoso de complacer, tan ingenuo en sus pequeños errores…, y qué orgulloso poder había desarrollado, sin llegar a perder su angélica inocencia. «Por fin te asimilo, hijo…, ¡y no cambiaría ni una sola línea!»

Patty le tenía preparado el almuerzo. Jubal se sentó a la mesa y comió con apetito, con la sensación de que habían transcurrido días desde su último desayuno. Sam hablaba:

—Le estaba contando a Saúl que no asimilo ninguna necesidad de cambiar los planes. Sigamos como antes. Si uno dispone de la mercancía adecuada, el negocio sigue desarrollándose y prosperando, aunque el fundador de la firma haya pasado a mejor vida.

—No estoy en desacuerdo —objetó Saúl—. Ruth y tú encontraréis otro templo…, y los demás también. Pero necesitamos tomarnos un cierto tiempo para acumular capital. No se trata de revivir un puesto callejero en una esquina, ni nada que podamos montar en una tienda que se haya quedado vacía; requiere instalaciones y equipo. Y eso significa dinero…, sin contar los gastos tales como enviar a Stinky y Maryam a Marte, para que pasen allí uno o dos años…, y eso es fundamental.

—¡De acuerdo! ¿Quién lo discute? Esperemos la plenitud…, y entonces adelante.

—El dinero no es problema —dijo Jubal de pronto.

—¿Qué quiere decir, Jubal?

—Como abogado no debería contar esto…, pero, como hermano de agua, hago lo que asimilo. Un momento… Anne.

—Sí, jefe.

—Compra ese terreno. El lugar donde lapidaron a Mike. Será mejor que adquieras todo el terreno en un radio de unos treinta metros alrededor.

—Jefe, ese sitio es un parque público. Un radio de treinta metros incluirá algún trozo de calle y una parte de los terrenos del hotel.

—No discutas.

—No discutía. Sólo le señalaba los hechos.

—Lo siento. Venderán. Volverán a trazar esa calle. Demonios, si se les retuerce el brazo adecuadamente, incluso donarán los terrenos…, mediante una buena llave administrada a través de Joe Douglas, supongo. Y haremos que Douglas reclame al depósito los restos mortales que queden cuando esos devoracadáveres hayan terminado con él, y lo enterraremos aquí mismo, en este lugar, digamos dentro de un año…, con toda la ciudad llorando y los policías que no le protegieron hoy tiesos en posición de firmes.

¿Qué se le podía poner encima? ¿La «Cariátide caída»? No, Mike había sido lo bastante fuerte como para sostener su pilar. La «Sirenita» quedaría mejor…, pero no lo entenderían. Tal vez una estatua del propio Mike, justo en el momento en que dijo: «Miradme. Soy un hijo del hombre». Si Duque no tomó una fotografía de aquel instante, la New World sí…, y tal vez hubiese algún hermano ya, o lo habría en el futuro, con el talento de Rodin para modelar con exactitud la figura, sin estropear la obra con fantasías inadecuadas.

— Lo enterraremos aquí —prosiguió Jubal—, sin ninguna protección, y dejaremos que los gusanos y la suave lluvia lo asimilen. Asimilo que a Mike le gustaría. Anne, quiero hablar con Joe Douglas tan pronto como lleguemos a casa.

—Sí, jefe. Asimilamos con usted.

—Ahora pasemos a otra cosa… —les habló del testamento de Mike—. Así que pueden ver que cada uno de ustedes es por lo menos millonario. Hace tiempo que no calculo las riquezas de Mike, pero estoy seguro de que hay mucho más de un millón para cada uno, incluso después de descontados los impuestos. No hay ninguna cláusula restrictiva…, pero asimilo que todos emplearán lo que sea necesario en erigir templos y adquirir cosas similares. Aunque nada impide a nadie comprar yates, si lo desea.

»¡Ah, sí! Joe Douglas seguirá siendo el administrador de cualquiera que decida dejar el capital para que siga rindiendo sus dividendos, con su mismo sueldo…, aunque asimilo que Joe no durará mucho, en cuyo momento la administración pasará a manos de Ben Caxton. ¿Ben?

Caxton se encogió de hombros.

—Puede ir a mi nombre. Pero asimilo que contrataré los servicios de un auténtico hombre de negocios, un tipo llamado Saúl.

—Arreglado entonces. Habrá que esperar algún tiempo, pero nadie se atreverá a intentar seriamente la impugnación del testamento; Mike lo dejó todo muy bien atado. Ya lo verán. ¿Cuánto tardaremos en salir de aquí? ¿Se ha pagado ya la cuenta?

—Jubal —dijo Ben en voz baja—. Somos los dueños de este hotel.


Poco después estaban en el aire, sin sufrir ningún contratiempo por parte de la policía; la ciudad se había apaciguado con la misma rapidez con que se había inflamado. Jubal se sentó en la parte delantera con Stinky Mahmoud, relajado… Notó que no estaba cansado, no se sentía infeliz, ni siquiera le preocupaba la idea de regresar a su refugio. Hablaron de los planes de Mahmoud de ir a Marte y aprender más profundamente el lenguaje…, después, se enteró Jubal complacido, de completar el diccionario, tarea que Mahmoud esperaba realizar en cuestión de un año más de revisión fonética.

Jubal refunfuñó:

—Supongo que me veré obligado a aprender yo también esa maldita jerigonza, aunque sólo sea para enterarme de lo que se dice a mi alrededor.

—Como usted asimile, hermano.

—¡Bien, maldita sea, no pienso hacerlo siguiendo un programa de lecciones y horas de clase regulares! Trabajaré como me parezca, como siempre he hecho.

Mahmoud guardó silencio unos instantes.

—Jubal, en el Templo utilizábamos clases y programas porque atendíamos a grupos. Pero algunos discípulos recibían atención especial.

—Eso es lo que voy a necesitar.

—Anne, por ejemplo, está muchísimo más adelantada de lo que dice. Con su memoria de recuerdo total aprendió marciano en un abrir y cerrar de ojos, en concordancia directa con Mike.

—Bueno, yo carezco de esa clase de memoria, y Mike no está disponible.

—No, pero Anne sí. Y, por testarudo que sea usted, Dawn puede ponerle en concordancia con Anne, si usted la deja. En cuyo caso no será necesario que Dawn le dé la segunda lección; Anne podrá encargarse de todo. Estará pensando usted en marciano al cabo de unos días, según el calendario…, y mucho antes si utiliza la frecuencia de tiempo subjetiva, pero…, ¿a quién le importa? —Mahmoud le miró de reojo—. Disfrutará con los ejercicios de precalentamiento.

Jubal se erizó.

—Es usted un árabe ruin, diabólico y lascivo, y además me robó una de mis mejores secretarias.

—Por lo cual me siento en deuda eterna con usted. Pero no la perdió del todo; le dará lecciones también. Insistirá en ello.

—Oh, vaya a buscar otro asiento. Quiero pensar.

Un poco más tarde gritó:

—¡Primera!

Dorcas avanzó y se sentó a su lado, con el equipo estéreo preparado. Jubal la miró antes de iniciar el trabajo.

—Chiquilla, pareces más feliz que de costumbre. Estás radiante.

Dorcas dijo, soñadora:

—He decidido llamarle «Dennis».

Jubal asintió.

—Apropiado. Muy apropiado —apropiadísimo, aunque la muchacha se sintiera algo confusa acerca de la paternidad del niño, pensó para sí mismo—. ¿Crees que estás en condiciones de trabajar?

—¡Oh, sí! Me siento grande.

—Empiezo. Estereodrama. Borrador. Título provisional: «Un marciano llamado Smith». Entrada: acercamiento sobre Marte, utilizando filmación de archivo o imágenes concatenadas, secuencia continua, luego fundido a maqueta del punto real donde se posó la Envoy. Nave a media distancia. Animación de marcianos, típicos, con fauna disponible o refotografiada de archivo. Corte a primer plano: interior de la nave. Paciente femenina tendida…

39

El veredicto que debía dictarse respecto al tercer planeta del sistema solar nunca fue puesto en duda. Los Ancianos del cuarto planeta no eran omniscientes y, a su modo, resultaban tan provincianos como los humanos. Asimilando según sus propios valores locales, incluso con la ayuda de una lógica enormemente superior, llegaron a la certeza —a su debido tiempo— de que captaban una «incorrección» incurable en los atareados, inquietos y pendencieros seres del tercer planeta, una incorrección que requeriría selección y eliminación, una vez hubieran sido asimilados, apreciados y aborrecidos.

Pero, para cuando llegara el momento en que dieran el lento rodeo que enfocaría de nuevo su atención hacia el asunto, resultaría altamente improbable, casi imposible, que los Ancianos fueran capaces de destruir aquella raza compleja hasta lo inimaginable. Era una posibilidad tan remota, que todos aquellos relacionados con el tercer planeta ni siquiera perdieron una milésima de eón en pensar en ella.

Desde luego, Foster no lo hizo.

—¡Digby!

Su ayudante alzó la vista.

—¿Sí, Foster?

—Voy a estar fuera unos cuantos eones en una misión especial. Quiero presentarte a tu nuevo supervisor —Foster volvió la cabeza y dijo—. Mike, aquí tienes al Arcángel Digby, tu ayudante. Sabe dónde está todo aquí en el estudio, y descubrirás que es magnífico capataz para cualquier cosa que concibas.

—Oh, nos llevaremos bien —aseguró el Arcángel Michael, y preguntó a Digby—. ¿No nos hemos visto antes en alguna parte?

—No que yo recuerde —respondió Digby—. Por supuesto, uno ha estado en tantos sitios en tantas ocasiones… —se encogió de hombros.

—No importa. Tú eres Dios.

—Tú eres Dios —respondió Digby.

—Ahorraos las formalidades, por favor —dijo Foster—. Os he dejado un montón de trabajo, y no disponéis de toda la eternidad para ocuparos de él. Cierto, «Tú eres Dios», pero…, ¿quién no lo es?

Se fue, y Mike se echó hacia atrás su halo y puso manos a la obra. Podía ver una enorme cantidad de cambios que deseaba hacer…


FIN
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