CUARTA PARTE Su escandalosa carrera

30

El primer cargamento mixto de colonos permanentes llegó a Marte; seis de los diecisiete supervivientes del grupo de los veintitrés originales regresaron a la Tierra. Más colonos en perspectiva se entrenaban en Perú, a cinco mil metros de altura. El presidente de Argentina se trasladó una noche a Montevideo, cargado con dos maletas llenas con lo que pudo meter en ellas; el nuevo presidente inició los trámites de extradición ante el Tribunal Supremo, a fin de obligarle a regresar o, por lo menos, recuperar las dos maletas. Los ritos póstumos para Alice Douglas se celebraron privadamente en la Catedral Nacional con asistencia de menos de dos mil personas, y los comentaristas y locutores de la estéreo fueron unánimes en alabar la digna resignación y fortaleza de ánimo con que el secretario general había aceptado tan terrible pérdida. Un potro de tres años llamado Inflación, cargado con cincuenta y cinco kilos, ganó el Derby de Kentucky y pagó cincuenta y cuatro a uno, y dos huéspedes del Colony Airotel en Louisville, Kentucky, se descorporizaron, el uno voluntariamente, el otro por un fallo cardíaco.

Otra edición pirata de la biografía (no autorizada) El diablo y el reverendo Foster apareció simultáneamente en todas las librerías de Estados Unidos. Al anochecer del mismo día todos los ejemplares habían sido quemados y las planchas destruidas, además de producirse como represalia diversos daños incidentales en bienes inmuebles, más una cierta cantidad de destrozos, mutilaciones y asaltos. Se rumoreaba que el Museo Británico poseía una copia de la primera edición —lo cual era falso—, y la Biblioteca Vaticana otra —lo cual era cierto, aunque la obra sólo estaba disponible para los estudiantes eclesiásticos—.

En la legislatura de Tennessee se presentó de nuevo un proyecto de ley solicitando que pi fuese exactamente igual a tres; fue defendido por el comité de educación y moral públicas, pasó sin objeciones por la Cámara Baja, y murió en comité en la Cámara Alta. Un grupo de fun-damentalistas intereclesiales abrió oficinas en Van Buren, Arkansas, con el fin de recaudar fondos para enviar misioneros a los marcianos; el doctor Jubal Harshaw les envió alegremente un espléndido donativo, pero tomó la precaución de remitirlo con el nombre —y la dirección— del director del Nuevo Humanista, un fanático ateo y su amigo más íntimo.

Aparte esto, el doctor Harshaw tenía pocos motivos por los que sentirse satisfecho: llegaban demasiadas noticias relativas a Mike últimamente, y todas ellas eran deprimentes. Recordaba con añoranza las ocasionales visitas a casa de Jill y Mike, y se sentía muy interesado por los progresos del Hombre de Marte, sobre todo después de que desarrollara un cierto sentido del humor. Pero ahora acudían a su casa cada vez con menos frecuencia, y a Jubal no le gustaban mucho las últimas novedades.

No se alteró en absoluto cuando Mike fue expulsado del seminario de la Unión Teológica y sometido a una encarnizada persecución intelectual por parte de un grupo de furiosos teólogos, algunos de los cuales estaban frenéticos porque creían en Dios y otros porque no creían…, pero todos parecían unidos en detestar al Hombre de Marte. Jubal evaluaba honestamente que cualquier cosa que pudiera pasarle a un teólogo —excepto romperle todos los huesos en el potro— no era otra cosa que lo que él mismo se había buscado, y la experiencia resultaría edificante para el muchacho; la próxima vez lo haría mejor.

Tampoco se sintió preocupado cuando Mike —con la ayuda de Douglas— se alistó bajo un nombre supuesto en las Fuerzas Armadas de la Federación. Tenía la absoluta certeza —gracias a su conocimiento privado— de que ningún sargento sería capaz de poner a Mike en ningún aprieto serio, y por otro lado no le preocupaba en absoluto lo que pudiera ocurrirles a los sargentos u otros rangos militares; era un viejo e implacable reaccionario. Jubal había quemado su honorable licencia y todo lo que iba con ella el día en que Estados Unidos dejaron de tener sus propias Fuerzas Armadas.

En realidad, a Jubal le habían sorprendido los escasos destrozos creados por Mike como «soldado Jones» y lo mucho que aguantó en las filas: casi tres semanas. Coronó su carrera militar el día que, en el coloquio subsiguiente a una conferencia de orientación, afirmó y sostuvo la absoluta inutilidad del empleo de la fuerza y la violencia —con algunos comentarios adicionales acerca de lo deseable de reducir el exceso de población mediante el canibalismo—; luego se ofreció voluntario como conejillo de Indias frente a cualquier arma de cualquier naturaleza, a fin de demostrar que la fuerza no sólo era innecesaria, sino también literalmente imposible cuando se pretendía emplear contra una persona autodisciplinada. No aceptaron su ofrecimiento, y le expulsaron a patadas.

Pero había habido un poco más que eso. Douglas permitió a Jubal echar un vistazo a un informe supersecreto de alto nivel, accesible sólo a contadísimas personas del más alto rango, tras advertirle que nadie, ni siquiera el jefe supremo del Estado Mayor, sabía que el «soldado Jones» era el Hombre de Marte. Jubal se limitó a ojear los testimonios del expediente, en su mayor parte informes contradictorios de testigos oculares relativos a lo sucedido en diversas ocasiones mientras «Jones» era «entrenado» en el manejo de diversas armas; lo único asombroso para Jubal fue que algunos testigos tuvieran el valor y la confianza suficientes como para declarar bajo juramento que habían visto desaparecer las armas. «Jones» también aparecía tres veces en el informe por haber perdido armas de propiedad de la Federación.

Pero el final del informe era todo lo que a Jubal le interesaba leer meticulosamente para recordar: «Conclusión: El sujeto es un hipnotista natural de extremado talento y, como tal, podría ser concebiblemente útil en los Servicios de Información, aunque es por completo incompetente para cualquier cuerpo de combate. De todos modos, su bajo cociente intelectual (rozando la imbecilidad), su extremadamente baja clasificación general, y sus tendencias paranoicas (ilusiones de grandeza) hacen poco aconsejable explotar su talento de idiot-savant[8]. Recomendación: Licencia inmediata por ineptitud, sin pensión ni beneficio alguno».

Estas pequeñas travesuras eran buenas para el muchacho, y Jubal había disfrutado enormemente con la poco gloriosa carrera de Mike como soldado, puesto que Jill había pasado todo aquel tiempo en la casa. Cuando Mike apareció para pasar unos pocos días después de haber sido licenciado, no pareció dolido por ello: alardeó ante Jubal de que había obedecido con exactitud los deseos de Jill y no había hecho desaparecer a nadie, sólo unas pocas cosas muertas. Aunque, según asimilaba Mike, había habido varias ocasiones en las que hubiera podido hacer que la Tierra fuese un mejor lugar, si Jill no fuera tan pusilánime. Jubal no lo discutió; él también tenía una larga lista, aunque inactiva, de «mejor estarían muertos».

Pero al parecer Mike se las había arreglado para encontrar allí también diversiones. Durante el desfile de su último día como soldado, el comandante general y todo su estado mayor perdieron de pronto sus pantalones mientras el pelotón de Mike pasaba revista…, y el sargento mayor de la compañía de Mike cayó de bruces cuando sus zapatos se congelaron momentáneamente y se quedaron pegados al suelo. Jubal decidió que, al adquirir su sentido del humor, Mike había desarrollado también un gusto atroz por las bromas pesadas, pero… qué demonios. El muchacho estaba pasando por una adolescencia retardada; necesitaba liberarse de algunos traumas. Jubal recordó con placer un incidente en la Facultad de Medicina en el que intervinieron un cadáver y el decano. Jubal se había puesto guantes de goma para la ocasión, ¡y también aquello fue digno de presenciarse!

La forma única de crecer que tenía Mike era absolutamente correcta; Mike era único. Pero aquella última ocurrencia: «Reverendo doctor Valentine M. Smith, en servicio activo, doctor en Teología, bachiller en Filosofía, fundador y pastor de la Iglesia de Todos los Mundos»… ¡Mierda! Ya era bastante malo que el muchacho hubiese decidido convertirse en un san Fulano cualquiera, en vez de dejar en paz las almas del prójimo, como debería hacer un caballero. Pero, encima, todos aquellos diplomas oficiosos que había añadido a su nombre… Jubal sintió deseos de vomitar.

Lo peor de todo era que Mike le dijo que había tenido la idea a partir de algo que había oído decir a Jubal sobre qué era una Iglesia y lo que podía hacer. Jubal se vio obligado a admitir que sí, que tal vez había dicho algo acerca de eso, pero que no lo recordaba; era un parco consuelo el que el muchacho supiera lo suficiente de leyes como para haber llegado a la misma conclusión por sí mismo de todos modos.

Pero Jubal tenía que admitir que Mike había preparado la operación con mucha astucia: algunos meses de residencia en un insignificante y muy pobre —en todos los sentidos— instituto sectario, un grado de bachiller obtenido mediante examen, una «llamada» a desempeñar su ministerio seguida por la ordenación en aquella reconocida pero insignificante secta, una disertación doctoral sobre religión comparada que era una maravilla de erudición, al tiempo que esquivaba toda auténtica conclusión —Mike se la había llevado a Jubal para que efectuara una crítica literaria, y Jubal había añadido por reflejo condicionado algunas palabras elusivas—, el premio del «merecido» doctorado, coincidente con una donación —anónima— para la famélica escuela, el segundo doctorado —honorífico— por sus «contribuciones al conocimiento interplanetario» de una universidad que hubiera debido pensarse dos veces las cosas antes de hacerlas, cuando Mike les hizo saber que ése era su precio por participar como atracción en una conferencia sobre estudios del sistema solar. El único y exclusivo Hombre de Marte lo había rechazado todo hasta entonces, desde el Cal-Tech[9] hasta el instituto del Kaiser Guillermo; no podía culparse a la Universidad de Harvard de haber picado el anzuelo.

Bueno, ahora probablemente debían estar tan colorados como su bandera, pensó cínicamente Jubal. Mike permaneció luego unas pocas semanas actuando como capellán adjutor en la iglesia que había sido su alma mater. Luego rompió con la secta a través del correspondiente cisma, y fundó su propia Iglesia, completamente kosher, legalmente hermética, tan venerable en sus precedentes como Martín Lutero…, y tan nauseabunda como la basura de la semana pasada.

Jubal fue extraído de sus lúgubres meditaciones por Miriam.

—¡Jefe! ¡Tenemos compañía!

Jubal alzó la vista para ver un aerocoche que estaba a punto de tomar tierra, y se dijo que no se había dado cuenta de la bendición que era una patrulla de los Servicios Especiales hasta que las que montaban guardia en torno de su casa se hubieron retirado.

—Larry, tráeme la escopeta…, me juré a mí mismo que acribillaría al imbécil que volviera a posarse sobre los macizos de rosas.

—Está tomando tierra sobre el césped, jefe.

—Bueno, entonces dile que pruebe otra vez. Le abatiremos en la siguiente pasada.

—Parece que es Ben Caxton.

—No lo parece, lo es. Así que le dejaremos vivir por esta vez. ¡Hola Ben! ¿Qué va a tomar?

—Nada, a esta hora temprana del día sólo me hace falta su mala influencia profesional. Necesito hablar con usted, Jubal.

—Ya lo está haciendo. Dorcas, trae a Ben un vaso de leche caliente; está enfermo.

—Sin mucha soda —corrigió Caxton—, y la leche de esa botella con los tres hoyuelos[10]. Una charla en privado, Jubal.

—Muy bien, subamos a mi estudio…, aunque si se cree capaz de ocultar algo a los chicos de aquí, hágame saber su método.

Después de que Ben terminase de saludar adecuadamente a los miembros de la familia —y sin miedo al intercambio de microbios en tres de los casos—, se dirigieron escaleras arriba.

—¿Qué es esto? —dijo Ben—. ¿Me he perdido?

—Oh, así que no había visto las reformas, ¿eh? Una nueva ala al norte, lo cual nos da dos habitaciones y otro baño en la planta baja…, y aquí arriba mi galería.

—¡Hay suficientes estatuas para llenar un cementerio!

—Por favor, Ben. Estatua es lo que se erige a los políticos fallecidos en las esquinas de los bulevares. Esto que ve son «esculturas». Y, por favor, hable en tonos bajos y reverentes si no quiere que me ponga violento…, porque aquí tenemos réplicas exactas de algunas de las esculturas más maravillosas que este asqueroso planeta ha producido.

—Bueno, esa cosa horrible creo haberla visto antes, pero…, ¿cuándo adquirió el resto de todo este lastre?

Jubal le ignoró y le habló con suavidad a la copia de La bella Heaulmiére:

—No le escuches, ma petite chére…, es un bárbaro y no sabe hacerlo mejor —alargó la mano hacia la estropeada mejilla de la escultura, luego tocó con suavidad uno de sus mermados senos—. Me hago cargo de lo que sientes…, pero no va a durar mucho. Paciencia, querida.

Se volvió hacia Caxton y dijo secamente:

—Ben, no sé lo que se trae usted en mente, pero tendrá que esperar mientras le doy una lección acerca de cómo han de mirarse las esculturas… aunque es probable que resulte tan inútil como intentar enseñar a un perro a apreciar un violín. Pero ha sido grosero con una dama, y no estoy dispuesto a tolerarlo.

—¿Eh? No sea tonto, Jubal; usted sí es grosero con las damas… con las vivas, por lo menos una docena de veces al día. Y ya sabe a quiénes me refiero.

—¡Anne! —gritó Jubal—. ¡Sube! ¡Con la toga puesta!

—Sabe usted que yo nunca sería grosero con la vieja que sirvió de modelo para eso. Nunca. Lo que no puedo comprender es que un individuo que se hace llamar artista tenga la osadía de hacer posar desnuda a la bisabuela de alguien…, ni que usted tenga el mal gusto de querer tal esperpento en su casa.

Anne llegó con la toga puesta, no dijo nada. Jubal le preguntó:

—Anne, ¿he sido grosero alguna vez contigo? ¿O con alguna de las chicas?

—Eso es pedir una opinión.

—Eso es precisamente lo que te pido. Tu opinión. No estás ante el tribunal.

—Nunca ha sido usted grosero con ninguna de nosotras, Jubal.

—¿Recuerdas alguna ocasión en la que me haya portado intencionadamente de una forma grosera con alguna dama?

—Le he visto portarse intencionadamente grosero con una mujer. Pero nunca le he visto ser grosero con una dama.

—Eso es todo. No, una opinión más. ¿Qué piensas de este bronce?

Anne observó atentamente la obra maestra de Rodin, luego dijo despacio:

—Cuando lo vi por primera vez, pensé que era horrible. Pero he llegado a la conclusión de que puede que sea el objeto más hermoso que hayan visto mis ojos.

—Gracias, eso es todo —la muchacha se fue—. ¿Quiere que discutamos el asunto, Ben?

—¿Eh? Cuando discuto con Anne, el traje se me pone del revés… —Ben contempló la escultura—. Pero no acabo de captarlo.

—Está bien. Atiéndame. Cualquiera puede mirar a una chica guapa y ver una chica guapa. Pero un artista es capaz de mirar a una chica preciosa y ver en ella a la anciana en que llegará a convertirse. Y un artista mejor puede mirar a una vieja y ver la chica preciosa que fue en su juventud. Pero un gran artista, un maestro, y eso es lo que fue Auguste Rodin, puede mirar a una vieja, retratarla exactamente tal como es en aquel momento…, y obligar al que contemple su obra a ver en ella la jovencita preciosa que fue la anciana. Y más que eso: puede conseguir que cualquier persona con la sensibilidad de un armadillo, o incluso usted, vea que esa chica encantadora aún está viva, en absoluto vieja y fea, sino simplemente aprisionada dentro de ese cuerpo arruinado. El gran artista es capaz de hacerle sentir a uno la tranquila e infinita tragedia de una muchacha que nació para no envejecer en su corazón más allá de los dieciocho años…, al margen de lo que las despiadadas horas le hicieron a su cuerpo. Mírela, Ben. Envejecer no nos importa a usted o a mí; nunca nacimos para ser admirados…, pero a ella sí. ¡Contémplela!

Ben miró la escultura. Finalmente, Jubal dijo con voz hosca:

—Está bien, suénese la nariz y seqúese los ojos…, ella acepta sus disculpas. Vamos a sentarnos. Ya es suficiente para una sola lección.

—No —respondió Caxton—. Quiero saber sobre esas otras. ¿Qué me dice de ésa de aquí? No me inquieta tanto; ya veo que es una muchacha. Pero, ¿por qué está retorcida como un ocho?

Jubal miró la copia de la Cariátide caída bajo el peso de su piedra y sonrió.

—Llámelo un tour de force en empatía, Ben. No espero que sea capaz de apreciar las formas y masas que hacen que esa figura sea mucho más que un «ocho»…, pero puede apreciar lo que Rodin está diciendo en ella. Ben, ¿qué extrae la gente del hecho de mirar un crucifijo?

—Ya sabe usted lo mucho que voy a la iglesia.

—«Lo poco», querrá decir. Sin embargo, tiene que saber que, como artesanía, las pinturas y esculturas de la Crucifixión son normalmente atroces… y las pinturas, las más realistas utilizadas a menudo en las iglesias, suelen ser las peores: la sangre chorrea como ketchup, y ese ex carpintero es reflejado como si fuese un afeminado…, lo cual no era así, si hay que creer lo que dicen los Evangelios. Jesús fue un hombre robusto, probablemente musculoso y con una buena salud. Pero, pese a las casi siempre lamentablemente torpes representaciones de la Crucifixión, para la mayoría de las personas una imagen deficiente es tan efectiva como otra buena. No ven los defectos; todo lo que ven es un símbolo que les inspira las más profundas emociones: les recuerda la Agonía y el Sacrificio de Dios.

—Jubal, creí que no era usted cristiano.

—¿Y qué tiene que ver con esto? ¿Acaso eso me deja ciego y sordo a la más fundamental emoción humana? Estoy diciendo que el crucifijo de yeso más torpemente pintado o la más barata postal del Nacimiento pueden ser un símbolo suficiente poderoso para evocar en el corazón del hombre emociones tan fuertes, que muchos han muerto por ellas y muchos más viven para ellas. Así que la habilidad artesanal y el juicio artístico con el que se juzga ese símbolo es irrelevante. Y aquí tenemos ahora otro símbolo emocional…, trabajado con un arte y una habilidad exquisitos.

»Ben, durante casi tres mil años, los arquitectos diseñaron edificios con columnas en forma de figuras femeninas. Se convirtió en una costumbre tan generalizada, que lo hacían de una forma tan indiferente como un niño pequeño pisa una hormiga. Después de todos esos siglos, fue necesario un Rodin para hacer ver que ése era un trabajo excesivamente pesado para una chica. Pero no se limitó a decir: «Mirad, estúpidos, si debéis diseñarlo así, al menos poned recias figuras de hombres». No, lo mostró…, y generalizó el símbolo. He aquí a esa pobre cariátide que lo ha intentado, y ha fracasado, derrumbada bajo el peso de su carga. Es una buena chica. Observe su cara. Seria, infeliz a causa de su fracaso, pero sin echarle la culpa a nadie, ni siquiera a los dioses…, y aún sigue esforzándose en sostener el peso, después de haberse derrumbado bajo él.

»Pero constituye algo más que buen arte denunciando un arte muy malo: es un símbolo para toda mujer que haya intentado alguna vez llevar sobre sus hombros una carga demasiado pesada, más de la mitad de la población femenina de este planeta, viva y muerta, calculo. Y no sólo mujeres: el símbolo es asexual. Se refiere a cada hombre y a cada mujer que haya vivido y se haya pasado la vida haciendo gala de fortaleza de ánimo, sin emitir queja alguna, y cuyo valor no ha sido jamás detectado hasta que se han derrumbado, vencidos por el peso de su carga. Es el valor, Ben, y la victoria.

—¿Victoria?

—Victoria en la derrota; no hay triunfo mayor. Ella no se da por vencida, Ben; sigue intentando alzar esa piedra, después de que la ha aplastado. Ella es un padre de familia yendo a su aburrido trabajo mientras el cáncer devora dolorosamente sus entrañas, a fin de poder llevar a casa un nuevo cheque de la paga para sus chicos. Es una niña de doce años tratando de cuidar a sus hermanitos pequeños porque mamá se ha ido al Cielo. Es la telefonista de una central que se mantiene en su puesto mientras el humo la asfixia y las llamas avanzan y le cortan la retirada. Es todos esos héroes desconocidos que no pueden hacer otra cosa, excepto no abandonar nunca. Vamos. Salude cuando pase por delante de ella y venga a ver mi Sirenita.

Ben obedeció al pie de la letra; si Jubal se sorprendió, no hizo comentario alguno.

—Ahora ésta —dijo—. Es la única que Mike no me regaló. Pero no hay necesidad de decirle a Mike por qué la adquirí…, aparte el hecho evidente de que es una de las más deliciosas composiciones que han sido concebidas y orgullosamente ejecutadas por los ojos y las manos del hombre.

—Es cierto, sí. No necesita explicación, al menos para mí… ¡Es preciosa!

—Sí. Y eso es una excusa en sí mismo, como ocurre con los gatitos y las mariposas. Pero hay en ella más que eso…, y me recuerda a Mike. No es del todo una sirena, ¿ve? Y no es del todo un ser humano. Está sentada en tierra firme, donde ha elegido estar…, y contempla eternamente el mar, llena de nostalgia y siempre solitaria por todo lo que ha dejado atrás. ¿Conoces la historia?

—Hans Christian Andersen.

—Sí. Está sentada en el puerto de Kjeibenhavn, Copenhague era su ciudad natal…, y representa a todo aquel que alguna vez se ha enfrentado a una elección difícil. No lamenta su elección, pero tiene que pagar por ella; toda elección ha de pagarse. El precio de la suya no es sólo una nostalgia sin fin. Está condenada a no ser nunca humana del todo; cuando utiliza sus tiernamente adquiridos pies, cada paso es sobre cuchillos afilados. Ben, creo que Mike anda siempre sobre cuchillos, pero no es necesario que le diga que yo se lo he contado. No creo que él conozca la historia. Al menos, no creo que sepa que yo la relaciono con él.

—No se lo diré —Ben contempló la réplica—. Prefiero mirarla a ella y no pensar en los cuchillos.

—Es un pequeño encanto, ¿verdad? ¿No le gustaría llevársela a la cama? Probablemente sería tan sugestiva como una foca, y casi igual de escurridiza.

—¡Maldita sea! Es usted un viejo malvado, Jubal.

—Y cada año que pasa me siento más y más diabólico. Hum…, no miraremos a las demás; tres esculturas en una hora es más que suficiente. Por lo general, una por día es mi ración normal.

—Me parece bien. Tengo la impresión de haber bebido tres copas de más con el estómago vacío. Jubal, ¿por qué no tiene todo esto en un sitio donde la gente pueda verlo?

—Porque el mundo se ha vuelto excéntrico, y el arte contemporáneo siempre refleja el espíritu de su época. Rodin creó sus obras más importantes a finales del siglo XIX, y Hans Christian Andersen se le adelantó sólo por unos pocos años. Rodin murió a principios del siglo XX, justo cuando el mundo empezaba a levantar su tapadera…, y el arte con él.

»Los sucesores de Rodin se percataron de las cosas sorprendentes que él había hecho con luces y sombras y masas y composiciones, y copiaron esa parte. Lo que no consiguieron ver fue que el maestro contaba una historia y dejaba desnudo el corazón humano. En vez de ello, se dedicaron al «diseño», y se manifestaron desdeñosos hacia la pintura o escultura que contaba una historia. Con ánimo burlón, calificaron tales obras de «literarias», una palabra sucia. Se dedicaron a la búsqueda y creación de abstracciones, sin dignarse a pintar o tallar nada que tuviera la menor semejanza con el mundo humano.

Jubal se encogió de hombros.

—Los dibujos abstractos están bien como linóleo, o papel decorativo para las habitaciones. Pero el arte es el proceso de evocación de la misericordia y el terror, y eso no es abstracto en absoluto, sino muy humano. Lo que hacen los supuestos artistas modernos es una especie de masturbación pseudointelectual no emotiva, mientras que el arte creativo es más parecido a las relaciones sexuales, puesto que a través de él el artista debe seducir, provocar las emociones de su audiencia, cada vez. Esos muchachos que no se dignan hacerlo así, o quizá no sepan, pierden por supuesto el favor del público. De no ser gratificados con interminables subvenciones, se morirían de hambre o haría mucho tiempo que habrían debido ponerse a trabajar. Porque una persona corriente no compra un «arte» que le deja insensible: si lo hace y paga por él, es para desgravarlo en sus impuestos o algo por el estilo.

—¿Sabe una cosa? Siempre me he preguntado por qué la pintura o la escultura me importaban un comino, pero pensaba que era algo que me faltaba a mí, como el daltonismo.

—Hum. Uno ha de aprender a contemplar el arte, del mismo modo que uno ha de saber francés para leer un libro impreso en francés. Pero, en general, a los artistas les corresponde utilizar un lenguaje que todo el mundo pueda entender, no ocultarlo debajo de algún código privado, como Pepys y su diario. La mayoría de esos bufones ni siquiera quieren emplear el lenguaje que usted y yo sabemos o estamos en condiciones de aprender; prefieren burlarse de nosotros y mostrarse complacidos de sí mismos porque «no conseguimos» adivinar el punto al que se dirigen. Si es que van a alguna parte… La oscuridad es normalmente el refugio de la incompetencia. Ben, ¿usted me llamaría artista a mí?

—¿Eh? Bueno, nunca había pensado en ello. Escribe bastante bien.

—Gracias. «Artista» es una palabra que procuro evitar, por las mismas razones que odio que me llamen «doctor». Pero soy un artista, aunque menor. Admito que la mayor parte de mi producción sólo sirve para ser leída una vez, y ni siquiera eso para las personas ajetreadas que ya saben lo poco que tengo que decir. Pero soy un artista honesto, porque lo que escribo va destinado conscientemente a cierta clientela; llega al lector y cala en él, posiblemente con lástima y terror…, o, si no, en el peor de los casos, lo distrae del tedio de sus horas con un guiño o una buena idea. Pero nunca le escondo nada expresándome en un lenguaje particular, ni busco el elogio de otros escritores hacia mi «técnica» u otras tonterías.

»El único elogio que me interesa es el sonido del dinero que paga el cliente al comprar mis relatos, un dinero que me llega a mí porque yo he llegado a él. O eso, o nada. Apoyo para las artes…, ¡merde! ¡Un artista subvencionado por el Gobierno es una puta incompetente! Maldita sea, ha pulsado usted uno de mis botones. Déjeme llenarle su vaso y dígame qué bulle en su cabeza.

—Hum. Jubal, soy desgraciado.

—¿Eso es una noticia, acaso?

—No. Pero han caído sobre mí una nueva serie de complicaciones —Ben frunció el entrecejo—. Supongo que no hubiera debido venir aquí. No necesito cargarle a usted con más peso. No estoy seguro de querer hablar de ellas…

—De acuerdo. Pero, puesto que está aquí, puede aprovechar para escuchar las mías.

—¿Usted tiene complicaciones? Jubal, siempre he pensado que era usted el único hombre capaz de dominar todas las situaciones desde todos los ángulos.

—Hum… en algún momento tendré que hablarle de mi vida matrimonial. Pero sí, estoy en apuros ahora. Algunos de ellos son evidentes. Duque se ha marchado. ¿Lo sabía, o no?

—Sí, lo sabía.

—Larry es un buen jardinero…, pero la mitad de los artilugios que mantienen en funcionamiento toda esta cabaña de troncos se están cayendo a pedazos. No sé cómo reemplazar a Duque. Los buenos mecánicos para todo escasean…, y los capaces de encajar con esta casa, ser un miembro más de la familia en todos los sentidos, son casi inexistentes. Voy renqueando gracias a los chapuceros que vienen de la ciudad: cada visita es una molestia, todos los que vienen a reparar algo llevan el latrocinio en el alma, y la mayor parte de ellos son incapaces de utilizar el destornillador sin cortarse las manos. Yo también soy incapaz, así que me encuentro a su merced. Tengo que contratar ayuda. O trasladarme a la ciudad, Dios no lo permita.

—Se me parte el corazón, Jubal.

—Olvide los sarcasmos, eso es sólo el principio. Los mecánicos y los jardineros son convenientes, pero para mí las secretarias son esenciales. Dos de las mías están embarazadas, y la tercera va a casarse.

Caxton se quedó atónito. Jubal gruñó:

—Oh, no se crea que son historias de salida de colegio. Las chicas son presumidas como ellas solas…, no hay nada secreto en ello. Seguro que en estos momentos están irritadas conmigo porque le he traído aquí arriba enseguida, sin darles tiempo de fanfarronear ante usted. Así que sea gentil y ponga cara de sorpresa cuando se lo digan.

—Hum, ¿cuál es la que se prepara para el matrimonio?

—¿No es evidente? El novio feliz es ese refugiado de una tormenta de arena, nuestro estimado hermano de agua de habla suave, Stinky Mahmoud. Le dije llanamente que van a tener que vivir aquí mientras permanezcan en este país. El muy bastardo se limitó a reírse y dijo que cómo podía ser de otro modo…, tras lo cual señaló que hacía mucho tiempo ya que le habían invitado a vivir permanentemente aquí —Jubal soltó un bufido—. No sería tan malo, si él simplemente quisiese hacerlo. Así incluso podría conseguir algún trabajo de ella. Quizá.

—Es muy probable que lo consiguiera. A ella le gusta trabajar. ¿Y las otras dos están embarazadas?

—Más altas que una cometa. Estoy poniendo al día mis conocimientos de obstetricia porque ambas dicen que quieren tenerlos en casa. ¡Lo que van a hacerle un par de crios pequeños a mis hábitos de trabajo! Peor que unos gatitos. Pero, ¿por qué supone usted que ninguna de esas turgentes barrigas pertenece a la novia?

—Oh… Bueno, supongo que porque me parece que Stinky es más convencional que eso…, o quizá más cauteloso.

—A Stinky le tendría sin cuidado. Ben, en los ochenta o noventa años que llevo estudiando el tema, intentando seguir los meandros de sus pequeñas mentes retorcidas, lo único que he averiguado con certeza es que, cuando una muchacha se descarría, simplemente se descarría. Todo lo que un hombre puede hacer es cooperar con lo inevitable.

Ben pensó a regañadientes en las veces en que había tenido que recurrir a la velocidad de sus pies…, y en las otras veces en las que no había sido lo bastante rápido.

—Sí, tiene razón. Bueno, ¿cuál es la que no se va a casar ni ha hecho nada? ¿Miriam? ¿O Anne?

—Alto, no he dicho tampoco que la novia estuviese embarazada…, y de todos modos usted parece creer que la esposa en perspectiva es Dorcas. No ha tenido los ojos abiertos. Es Miriam la que está estudiando árabe como loca, para poder hacerlo bien.

—¿Eh? ¡Bueno, ni que fuera un babuino bizco!

—Evidentemente, lo es.

—Pero Miriam siempre estaba metiéndose con Stinky…

—Y pensar que han confiado en usted para darle una columna periodística sindicada. ¿Ha observado alguna vez a un grupo de chicas estudiantes de sexto grado?

—Sí, pero… Dorcas lo hizo todo, excepto interpretar la danza de las bayaderas.

—Así es el natural de Dorcas, su comportamiento normal con todos los hombres. También lo usó con usted…, aunque supongo que usted estaba demasiado preocupado en otro lado como para darse cuenta. No importa. Tan sólo asegúrese, cuando Miriam le enseñe su anillo del tamaño de un huevo de roc[11], de que manifiesta la debida sorpresa. Y que me maldiga si le he dicho algo de lo otro, así que asegúrese de mostrarse sorprendido también. Tan sólo recuerde que se sienten muy complacidas con ello…, razón por la cual le he traído aquí antes, a fin de que no cometiera el error de pensar que ellas se consideran «atrapadas». No lo están. Nunca lo han estado. Son presumidas. —Jubal suspiró—. Pero yo no. Me estoy volviendo demasiado viejo para disfrutar oyendo los pasos de unos piececitos…, pero no quiero perder los servicios de unas secretarias perfectas, y de unas chicas a las que aprecio, como bien sabe, por ningún motivo, si puedo inducirlas de algún modo a quedarse. Sin embargo, debo decir que esta casa se ha desorganizado mucho desde que Jill le puso la zancadilla a Mike. No es que se lo reproche…, ni creo que usted lo haga tampoco.

—No, no lo hago, pero… Jubal, déjeme decirlo claramente: ¿tiene usted la impresión de que fue Jill la que instó a Mike a que la cortejara?

—¿Eh? —Jubal pareció sorprendido, luego pensó en aquello, y tuvo que reconocerse que nunca había llegado a saberlo…, que simplemente lo había supuesto, a partir del hecho de que, cuando llegó el momento de tomar una decisión, Jill había sido la que se había marchado con Mike—. ¿Quién fue, entonces?

—«No seas fisgón, muchacho», como usted mismo diría. Si ella desea decírselo, se lo dirá. Sin embargo, Jill me dijo…, me quitó la idea de la cabeza cuando llegué a la misma conclusión que usted —Ben meditó unos instantes—. Tal como yo lo entiendo, el hecho de cuál de los dos se anotó el primer tanto fue más o menos cuestión de azar.

—Hum…, sí. Creo que tiene razón.

—Jill también opina lo mismo. Excepto que ella piensa que Mike tuvo una enorme suerte al seducirla, o al dejarse seducir (si empleo el verbo correcto), por la persona más adecuada para echar a andar con buen pie. Lo cual puede darle una pista, si sabe cómo funciona la mente de Jill.

—Demonios, ni siquiera sé cómo funciona la mía…, y en cuanto a Jill, nunca hubiera esperado que le diera por predicar, no importa lo fuerte que la golpeara el amor; lo que equivale a confesar que tampoco sé cómo funciona su mente.

—Jill no predica mucho; ya llegaremos a eso. Jubal, ¿qué está mirando en el calendario?

—¿Eh?

—Sé lo que está pensando. Cree que lo hizo Mike…, en ambos casos. O está comprobando si sus visitas a casa encajan con alguno de los dos.

Jubal se puso a la defensiva.

—¿Por qué dice esto, Ben? Yo no he dicho nada que pueda inducirle a suponer tal cosa.

—Un cuerno no lo ha dicho. Dijo que eran presumidas, las dos. Conozco demasiado bien el efecto de ese maldito superhombre sobre las mujeres.

—Alto, hijo: es nuestro hermano de agua.

—Lo sé… —dijo Ben con tono ecuánime—, y yo también le aprecio. Si alguna vez decidiera hacerme homosexual, Mike sería mi única elección. Pero ésa es una razón más para comprender el por qué se muestran presumidas.

Jubal miró su vaso.

—Quizá simplemente tengan esperanzas. Ben, me parece que su nombre debería figurar en la lista de sospechosos, antes incluso que el de Mike.

—¡Jubal, ha perdido usted la cabeza!

—Tómeselo con calma. Nadie está intentando casarle con nadie, se lo prometo… Vaya, ni siquiera he pintado de blanco mi escopeta. Aunque no soy curioso y nunca he comprobado el contenido de ninguna cama de esta casa, y créame, por los mil millones de nombres de Dios, que siempre he mantenido la creencia de que lo mejor es no meter las narices en los asuntos del prójimo…, no por eso, aunque tal vez haya perdido la cabeza, una «última hipótesis» más de una vez este último par de años, dejo de tener una vista y un oído normales. Y si una banda de música desfila a través de mi casa tocando en fortissimo, termino por darme cuenta de ello. Ha dormido usted bajo este techo docenas de veces. Dígame, ¿durmió, al menos una de esas noches, solo?

—¡Oh, viejo bribón! Eh… dormí solo la primera noche que pasé aquí.

—Dorcas debió perderse la cena aquella noche. No, recuerdo que estaba usted bajo los efectos de un fuerte sedante…, no cuenta. ¿Alguna otra noche? ¿Sólo una?

—Su pregunta es irrelevante, capciosa y fuera de lugar para mí.

—Ésa es una respuesta adecuada, supongo. Pero, por favor, observe que los dormitorios que he añadido están lo más lejos posible del mío. La construcción a prueba de ruidos nunca es perfecta.

—Jubal, me parece que su nombre debería estar más arriba que el mío en esa lista.

— ¿Qué?

—Sin mencionar a Larry y a Duque. Jubal, casi todo el mundo que le conoce supone que tiene usted aquí el harén más fantástico imaginable desde que los sultanes quedaron fuera del negocio. Oh, no me interprete mal…, le envidian. Pero creen también que es usted un viejo chivo lujurioso.

Jubal tamborileó en el brazo de su sillón antes de responder.

—Ben, normalmente no me importan las impertinencias de los jóvenes. Como sabe usted muy bien, las animo. Pero en algunos asuntos insisto en que se traten con respeto mis años. Éste es uno de ellos.

—Lo siento —dijo Ben, tenso—. Pensé que, si usted tenía derecho a meterse con mi vida sexual, no le importaría el que yo fuese igualmente franco con la suya.

—¡No, no, no, Ben!… No me ha entendido. Su pregunta era en toda regla y no tocaba ningún tema al que yo no le hubiera invitado. A lo que me refiero es a que exijo a las chicas que me traten respetuosamente…, sobre todo en lo que a este asunto se refiere.

—Oh…

—Como ya le he indicado, soy viejo…, completamente viejo. Ya que estamos solos, me siento feliz de decirle que aún me siento lascivo. Pero mi lascivia no me domina, y no soy un macho cabrío. Prefiero la dignidad y el autorrespeto a entregarme a pasatiempos que, créame, ya disfruté en gran medida en su tiempo y no necesito repetir. Ben, un hombre de mi edad, que parece un desecho humano en sus estadios más depresivos, puede atraer lo suficiente a una joven como para llevarla a la cama…, y posiblemente animarla un poco y darle las gracias por el cumplido; pero no hay que llamarse a engaño. Sólo lo podrá hacer gracias a tres medios: primero, dinero…, o segundo, su equivalente en testamentos o cesión de bienes o algo parecido y… Una pausa para una pregunta: ¿Imagina a cualquiera de esas tres chicas…, esas cuatro, déjeme incluir a Jill…, acostándose con un hombre por alguna de esas dos razones?

—No. Categóricamente no…, ninguna de ellas.

—Gracias, señor. Me asocio sólo con damas; veo que lo reconoce. El tercer incentivo es el más femenino de todos. Una muchacha joven y dulce puede, y a veces lo hace, llevar a la cama a una reliquia de hombre porque le tiene cariño, siente lástima por él y desea proporcionarle un poco de felicidad. ¿Tendría aplicación esa razón aquí?

—Hum. Sí, Jubal, creo que es posible. Con cualquiera de ellas cuatro.

—También yo lo creo. Aunque odiaría malditamente que alguna de ellas sintiera lástima por mí. Pero esa tercera razón, que cualquiera de esas cuatro damas tal vez encontrase suficiente, no es suficiente motivación para mí. No la aceptaría. Tengo mi dignidad, señor…, y espero conservar la razón el tiempo suficiente como para extinguirme por mí mismo si alguna vez parezco a punto de cometer ese desliz. Así que, por favor, borre mi nombre de la lista.

Caxton sonrió.

—De acuerdo, viejo carcamal quisquilloso. Espero que yo, cuando tenga su edad, no sea tan difícil de tentar.

Jubal esbozó una sonrisa.

—Créame, es mejor sentir la tentación y resistir, que no resistirse y verse decepcionado. Volvamos ahora a Duque y Larry: no sé nada, ni me importa. Siempre que alguien viene aquí, para vivir y trabajar como un miembro más de la familia, dejo bien claro que esto no es una fábrica donde se explota a los obreros ni un prostíbulo, sino un hogar. Como tal, combina la anarquía y la tiranía sin el menor asomo de democracia, lo mismo que en cualquier familia bien gobernada; es decir, que todo el mundo puede hacer lo que le plazca excepto cuando yo doy órdenes, las cuales nadie tiene derecho a discutir.

»Pero mi tiranía nunca se ha extendido a la vida amorosa. Todos los muchachos que viven aquí han elegido siempre mantener sus asuntos privados razonablemente privados. Por lo menos —Jubal sonrió tristemente— hasta que la influencia marciana hizo que las cosas se escaparan un poco de las manos…, lo cual le incluye también a usted, mi querido hermano de agua. Pero Duque y Larry han sido más contenidos, en uno u otro sentido. Quizá no hayan parado de arrastrar a las chicas detrás de todos los matorrales. Pero, si es así, yo no lo he visto, y nunca se han oído los gritos.

Ben pensó en añadir algo a la relación de los hechos, pero decidió dejarlo.

—Entonces usted cree que ha sido Mike.

Jubal frunció el entrecejo.

—Sí. Creo que ha sido Mike. Esa parte no tiene nada que objetar: ya le dicho que las chicas se muestran presumidamente alegres…, y yo no estoy en la ruina. Además hay que tener en cuenta el hecho de que puedo sangrarle a Mike cualquier cantidad que quiera sin necesidad de decírselo a ellas. A los niños no les faltará nada. Pero, Ben, lo que me preocupa es el propio Mike. Mucho.

—Y a mí, Jubal.

—También me preocupa Jill. Hubiera debido nombrar a Jill.

—Oh…, Jubal, Jill no es el problema…, excepto para mí, personalmente. Y ésa es mi mala suerte. No le guardo rencor. Es Mike.

—Maldita sea, ¿por qué no puede ese muchacho volver a casa y olvidar ese obsceno aporrear el púlpito?

—Hum…, Jubal, eso no es todo lo que está haciendo —Ben hizo una pausa, luego añadió—. Acabo de regresar de allí.

—¿Eh? ¿Por qué no lo dijo?

Ben suspiró.

—Primero quiso hablar usted de arte, luego quiso contarme sus penas, después chismorrear un poco. ¿Qué oportunidad he tenido?

—Oh…, de acuerdo. Tiene la palabra.

—Volvía de cubrir la conferencia de Ciudad del Cabo; estrujé un día en mi agenda y les visité. Lo que vi me asustó terriblemente…, tanto que de vuelta me detuve en Washington sólo el tiempo suficiente para dejar preparadas unas cuantas columnas y luego vine directo hasta aquí. Jubal, ¿no puede hacer que Douglas cierre el grifo de esta operación?

Jubal negó con la cabeza.

—En primer lugar, no lo haría. Lo que Mike haga con su vida es asunto exclusivamente suyo.

—Lo haría si hubiese visto lo que yo vi.

—¡No yo! Pero, en segundo lugar, no puedo. Ni Douglas tampoco.

—Jubal, usted sabe muy bien que Mike aceptaría cualquier decisión que usted tomase acerca de su dinero. Es probable que ni siquiera lo entendiese…, y ciertamente no lo cuestionaría.

—¡Oh, por supuesto que lo entendería! Ben, recientemente Mike hizo testamento; lo redactó él mismo, sin ayuda de ningún abogado, y me lo envió para que se lo criticara. Debo decir que era uno de los documentos más legalmente astutos que haya visto nunca. Reconocía que poseía más riquezas de las que sus herederos podían llegar a gastar, así que usaba la mitad de su dinero para respaldar la otra mitad…, y todo ello ligado de tal modo que cualquiera que intentara impugnar el testamento se pondría en contra de sí mismo. Es un documento terriblemente cínico al respecto, y está lleno de trampas no sólo contra posibles reclamantes de la herencia de sus padres legales y de sus padres naturales (sabe que es bastardo, aunque ignoro cómo lo averiguó), sino también contra cualquier miembro de la tripulación de la Envoy.

»Además, incluye una forma de lo más hábil para rechazar ante los tribunales a cualquier supuesto heredero desconocido que se presente con ánimo litigante y una buena reclamación prima facie… Y todo ello ligado de tal modo, que cualquiera sentiría tentaciones de derribar al Gobierno antes que de impugnar el testamento. Además, demostraba que sabía exactamente las acciones, bonos, obligaciones y propiedades que poseía. No pude encontrar nada que criticar… —incluidas, pensó Jubal, sus disposiciones a tu favor, hermano mío—. Luego se tomó la molestia de depositar originales holográficos en varios lugares…, y copias en media docena de cerebros de testigos honestos de confianza. ¡Así que no me diga que puedo tomar decisiones respecto a su dinero sin que él sepa lo que he hecho!

Ben pareció malhumorado.

—Me gustaría que pudiese.

—Pero no puedo. Sin embargo, eso no es más que el principio. Aunque pudiera, tampoco serviría de nada. Mike no ha sacado ni un dólar de su cuenta de gastos en el plazo de casi un año. Lo sé, porque Douglas me llamó para preguntarme si no creía que la mayor parte de su saldo debería ser reinvertido. Mike no se había molestado en contestar a sus cartas. Le dije que eso era su problema…, pero que, si yo fuera mayordomo, seguiría siempre las últimas instrucciones de mi amo.

—¿Ninguna retirada de fondos? Jubal, está gastando enormes cantidades.

—Quizá esa alborotadora Iglesia suya dé beneficios.

—Eso es lo más extraño del asunto. La Iglesia de Todos los Mundos no es en realidad una Iglesia.

—¿Qué es, entonces?

—Oh, primariamente es una escuela de idiomas.

—Repítame lo que dijo.

—Para enseñar la lengua marciana.

—Bueno, no hay nada malo en eso. Aunque en tal caso, no debería llamarla Iglesia.

—Bueno, supongo que es una Iglesia, dentro de la definición legal.

—Mire, Ben… si se quiere, una pista de patinaje es una Iglesia. Para ello sólo hace falta que cualquier secta alegue que patinar resulta básico para su fe y una parte indispensable de su adoración. Ni siquiera haría falta llegar tan lejos…, simplemente bastaría con afirmar que el patinaje representa una función deseable aunque no esencial paralela a lo que es la música religiosa en la mayoría de las Iglesias. Si se puede cantar a mayor gloria de Dios, también puede patinarse con idéntico fin. Créame, esto no es nuevo siquiera. Hay templos en Malasia que no son, para el profano, más que albergues en los que se da hospedaje y manutención a serpientes…, pero el propio Tribunal Supremo los considera «Iglesias» tan dignas de protección como nuestras propias sectas.

—Bueno, Mike también cría serpientes, además de enseñar el marciano. Pero, Jubal, ¿no hay nada ilegal?

—Hum. Eso es un caso delicado. Hay algunas restricciones menores, concedido. Normalmente, una Iglesia no puede cobrar por leer el porvenir o invocar los espíritus de los muertos…, pero puede aceptar ofrendas… y luego dejar que la costumbre haga que las «ofrendas» se conviertan de hecho en unos honorarios. Los sacrificios humanos son ilegales en todas partes, pero estoy completamente seguro de que se practican en muchos lugares del mundo…, y probablemente aquí mismo, en esta antigua «tierra de la libertad y hogar de los valientes». La forma de hacer bajo la pantalla de la religión cualquier cosa que de otro modo sería suprimida, consiste en hacerla en el sanctasanctórum y mantener fuera a los gentiles. ¿A qué vienen sus temores, Ben? ¿Acaso Mike está haciendo algo que pueda conducirle a la cárcel o a la horca?

—Hum, no sé. Probablemente no.

—Bueno, si es cauteloso… Los fosteritas han demostrado cómo salirse con bien de casi cualquier cosa. Ciertamente de muchas más de las que motivaron que Joseph Smith fuera linchado.

—De hecho, Mike ha copiado muchas cosas de los fosteritas. Esa parte es la que me preocupa.

—Pero, ¿qué es exactamente lo que le preocupa?

—Oh, Jubal, éste tiene que ser un asunto de «hermano de agua».

—De acuerdo, había supuesto eso. Estoy preparado para enfrentarme a las tenazas al rojo vivo y al potro si es necesario. ¿Debo llevar veneno en una muela ahuecada?

—Hum, se supone que los miembros del círculo interior son capaces de descorporizarse siempre que quieran…, no hace falta veneno.

—Lo siento, Ben. Nunca he llegado tan lejos. No importa. Conozco otros métodos adecuados para poner en práctica la única defensa final contra el tercer grado. Le escucho.

—Cualquiera puede descorporizarse a voluntad, ellos me lo han dicho…, con sólo aprender antes el marciano. No importa. Jubal, ya le he indicado que Mike cría serpientes. Me refiero a ello en sentido tanto figurado como literal…, aquel lugar es un pozo de serpientes. Asqueroso.

»Pero déjeme describírselo. El templo de Mike es un lugar enorme, casi un laberinto. Un gran auditorio para las reuniones públicas, otro más pequeño para las asambleas por invitación, diversas salas de menor tamaño…, y alojamientos, un montón de alojamientos. Jill me envió un radiograma diciéndome dónde debía ir, así que aterricé por la parte de la entrada a los alojamientos, que da a la calle de atrás del templo. Los alojamientos están encima del auditorio principal, y son el lugar más privado en el que uno puede alojarse sin dejar de vivir en la ciudad.

Jubal asintió.

—Tiene sentido. Tanto si tus actos son legales como si son ilegales, los vecinos escandalosos son siempre nefastos.

—En este caso la idea fue muy buena. Un par de puertas exteriores me permitieron el acceso. Primero fui registrado por algún dispositivo detector, aunque no localicé cámara alguna. Franqueé otras dos puertas automáticas y una que hubiera detenido la incursión de todo un pelotón de los Servicios Especiales…, y llegué a un tubo impulsor. Jubal, no era un tubo impulsor normal. No lo controlaba el pasajero, sino alguien que no estaba a la vista. Otra prueba más de que deseaban intimidad y estaban dispuestos a conseguirla: una incursión de los Servicios Especiales hubiera necesitado equipo especial de escalada para subir por allí. No había escaleras en ninguna parte. Tampoco daba la sensación de moverse como un tubo impulsor normal…, francamente, yo los evito siempre que puedo; me producen náuseas.

—Yo nunca he utilizado ninguno, y jamás los utilizaré —dijo Jubal con firmeza.

—Ése no le hubiera importado. Era como flotar hacia arriba de una forma tan suave como una pluma.

—No yo, Ben. Desconfío de las máquinas. Muerden. Sin embargo —añadió—, debo admitir que la madre de Mike fue uno de los mejores ingenieros de todos los tiempos y su padre, su auténtico padre, un piloto número uno y un competente ingeniero, o mejor…, y ambos en el nivel de genios. Si Mike ha mejorado los tubos impulsores hasta adaptarlos para los humanos, no debería sorprenderme.

—Es posible. Subí hasta lo más alto y fui depositado sin tener que mover un dedo ni depender de las redes de seguridad…, a decir verdad no vi ninguna. Crucé nuevas puertas automáticas que se abrieron para mí, y desemboqué en una enorme sala de estar. ¡Enorme! Con un mobiliario extraño y más bien austero. Y aún hay quien opina que usted tiene aquí una casa rara, Jubal.

—No puedo imaginar por qué. Sólo es sencilla y cómoda.

—Bueno, comparada con esa cosa extraña que tiene Mike, esta casa no es más que la Escuela Particular para Señoritas Refinadas de Tía Jane. Apenas había entrado allí cuando vi lo primero, y no pude creerlo. Una chica, tatuada desde la barbilla hasta la punta de los pies…, y sin ninguna otra maldita cosa encima. Demonios, ni siquiera una hoja de parra…, y estaba tatuada por todas partes. ¡Algo fantástico!

—Es usted un patán metropolitano, Ben —dijo Jubal tranquilamente—. Hace años conocí a una dama tatuada. Una muchacha encantadora. Intensa en algunos aspectos. Pero dulce.

—Bueno… —concedió Ben—, sólo le estaba dando mi primera impresión. Esa chica también es estupenda, una vez uno se ajusta al suplemento gráfico…, y al hecho de que siempre va con una serpiente encima. En realidad es ella quien las cría, no Mike.

Jubal agitó la cabeza.

—Me pregunto si por casualidad no será la misma mujer. Las mujeres cubiertas de tatuajes suelen ser más bien escasas estos días. Pero la dama que conocí, hará ahora treinta años…, demasiado mayor para ser ésa, supongo…, sufría el habitual y vulgar pánico a las serpientes, en exceso, incluso. Sin embargo, a mí me encantan las serpientes. Siento curiosidad por conocer a su amiga; espero poder hacerlo.

—Lo hará cuando visite a Mike. Ella es una especie de mayordomo suyo…, y una sacerdotisa, si me perdona la expresión. Su nombre es Patricia…, pero la llaman «Pat» o «Patty».

—¡Ah, sí! Jill me ha hablado de ella; la tiene en gran estima. Sin embargo, nunca me mencionó los tatuajes. Probablemente no creyó que fuera importante. O quizá no era asunto mío.

—Pues tiene poco más o menos la edad adecuada para ser esa amiga suya. Cuando dije «chica» le estaba dando mi primera impresión. A primera vista aparenta tener veintitantos años; pero ella asegura que ésa es la edad de su hijo mayor. Sea como sea, la verdad es que acudió al trote a mi encuentro, toda ella una gran sonrisa, me echó los brazos al cuello y me besó. «Tú eres Ben, lo sé. ¡Bienvenido, hermano! ¡Te ofrezco agua!»

»Usted ya me conoce, Jubal. Llevo en el periodismo ya no sé cuántos años, y he rodado por todos lados. Pero nunca había sido besado por una chica totalmente desconocida, vestida sólo con tatuajes…, y que estaba decidida a ser tan amigable y afectuosa como un cachorrillo de collie. Me sentí azorado.

—Pobre Ben. Me sangra el corazón.

—¡Maldita sea, a usted le habría ocurrido exactamente lo mismo!

—No. Recuerde, yo ya conocí a una dama tatuada. Los tatuajes hacen que se sientan completamente vestidas…, y casi se resienten de tener que ponerse ropa encima. O al menos, así era por lo que se refiere a mi amiga Sedako. Era japonesa. Claro que los japoneses no tienen la misma conciencia del cuerpo que tenemos nosotros.

—Bueno —murmuró Ben—, Pat no tiene tampoco exactamente conciencia de su cuerpo…, sólo de sus tatuajes. Cuando muera quiere que la disequen, desnuda, como homenaje a George.

—¿George?

—Perdón. Su esposo. Está en el cielo, para mi alivio…, aunque ella habla de él como si el hombre acabara de salir a tomar una cerveza. Mientras, ella se comportaba como si esperase que se armara algo en cualquier momento. Pero, en esencia, Pat es una dama…, y no permitió que mi azoramiento durase mucho…

31

Patricia rodeó con sus brazos a Ben Caxton y le estampó el beso completo de hermandad antes de que él supiera lo que se le había venido encima. De inmediato ella se dio cuenta de su turbación, y también se sorprendió. Michael le había dicho que le esperase, había estampado en su mente el rostro de Ben y le había explicado que Ben era un hermano completo, del Nido Interior, y ella sabía que el acercamiento entre Jill y Caxton era de segundo nivel, después del de Jill y Michael. Éste era necesariamente del primero, puesto que Michael era la fuente y el manantial de todo su conocimiento del agua de la vida.

Pero era algo innato en Patricia el sentir un deseo infinito de hacer a las personas tan felices como ella, así que frenó la marcha. Invitó a Ben a librarse de su ropa, pero sin apremiarle. Sólo para pedirle que se quitase los zapatos, con la explicación de que el Nido era amable con los pies descalzos; el corolario no formulado era que los zapatos de calle no eran amables con el Nido, que estaba tan suave y limpio como únicamente los poderes de Mike eran capaces de conseguir, como Ben podía ver por sí mismo.

Aparte de eso, se limitó a mostrarle el lugar donde podía dejar colgada cualquier prenda que considerara quitarse, y se apresuró a prepararle una copa. No le preguntó sus preferencias; las sabía por Jill. Simplemente supuso que esta vez él elegiría un martini doble antes que un escocés con soda; el pobre muchacho parecía cansado. Cuando regresó con las bebidas, Ben estaba descalzo y se había quitado la chaqueta.

—Hermano, que nunca tengas sed.

—Compartamos el agua —asintió él, y bebió—. Pero en esto hay un mínimo de agua.

—La suficiente —respondió ella—. Mike dice que el agua puede estar por completo sólo en el pensamiento; es el compartir lo que cuenta. Asimilo que habla correctamente.

—Asimilo. Y esto es justamente lo que necesito. Gracias, Patty.

—Lo nuestro es tuyo y lo tuyo es nuestro. Nos alegramos de tenerte sano y salvo en casa. En estos momentos los demás están asistiendo a los servicios, o atendiendo a la enseñanza. Pero no hay prisa; vendrán cuando la espera se haya colmado. ¿Te gustaría echar un vistazo a tu nido?

Aún desconcertado pero interesado, Ben se dejó guiar por la mujer. Algunos lugares eran más bien comunes: una cocina enorme con una barra en un extremo…, más bien escasa de utensilios y con el mismo tipo de suelo amable-con-los-pies que todos los demás sitios, pero notable por el único aspecto de su tamaño; una biblioteca aún mejor surtida que la de Jubal; cuartos de baño amplios y lujosos; dormitorios…

Ben decidió que debían de ser dormitorios, aunque no contenían cama alguna, sino tan sólo suelos, que eran más blandos y suaves que en los demás sitios. Patty los llamó «niditos», y le mostró el que solía utilizar ella para dormir.

Contenía sus serpientes.

Uno de sus lados había sido acondicionado para albergarlas cómodamente. Ben dominó su desagrado hacia las serpientes hasta que llegó a las cobras.

—No hay ningún peligro —le aseguró la mujer—. Al principio poníamos un cristal delante de ellas. Pero Michael les ha enseñado que no deben cruzar esta línea.

—Creo que confiaría más en el cristal.

—De acuerdo, Ben.

En un tiempo notablemente breve volvió a colocar la barrera de vidrio, delante y arriba. Caxton se sintió aliviado cuando se fueron de allí, aunque llegó a acariciar a Cariñito cuando ella le invitó a hacerlo. Antes de regresar a la enorme sala de estar, Pat le mostró otra habitación. Era grande, circular, con el suelo tan mullido como el de los dormitorios, y sin ningún mueble. En el centro había una piscina redonda.

—Éste es el Templo Íntimo, donde recibimos a los nuevos hermanos que entran en el Nido —avanzó un poco e introdujo un pie en el agua—. ¿Quieres compartir el agua y acrecentar el acercamiento? ¿O prefieres limitarte a nadar?

—Oh, ahora no.

—La espera es —asintió Pat.

Volvieron a la sala de estar, y Patricia fue a buscarle otra copa. Ben se acomodó en un grande y cómodo sofá…, luego se levantó casi de inmediato. El sitio era demasiado caluroso para él, aquella primera copa le estaba haciendo sudar, y reclinarse en un asiento que se ajustaba demasiado a los contornos de su cuerpo aumentaba aún más el calor. Decidió que era una maldita tontería seguir vestido como lo haría en Washington. Además, Patty seguía sin nada encima excepto tinta de tatuaje, y una serpiente toro que se había enrollado alrededor de sus hombros durante la última parte de la visita, un reptil que le hubiera quitado toda tentación si no hubiera resultado evidente desde un principio que Patty no intentaba ser provocativa.

Se comprometió hasta el extremo de quedarse en calzoncillos, y colgó el resto de su ropa en el vestíbulo. Mientras lo hacía, vio un cartel impreso en la parte interior de la puerta por la que había entrado: «Recuerda que debes vestirte».

Decidió que, en aquella extraña casa, aquel gentil aviso podía ser necesario para cualquier distraído. Luego observó algo más que se le había pasado por alto al entrar, ya que su atención se había visto atraída de inmediato por la decorada Patty. A ambos lados de la puerta había dos grandes cuencos del tamaño de pequeños toneles…, llenos de dinero.

Más que llenos… Los billetes de la Federación, de distintas denominaciones, desbordaban los cuencos y se derramaban por el suelo.

Estaba contemplando aquella improbabilidad cuando regresó Patricia.

—Aquí está tu bebida, hermano Ben. Acerquémonos en la Felicidad.

—Hum, gracias —sus ojos regresaron al dinero.

Patricia siguió la dirección de su mirada.

—Debes pensar que como ama de casa soy una calamidad, Ben…, y lo soy. Michael hace que todo resulte tan sencillo, la limpieza y lo demás, que a menudo olvido las cosas —se agachó, recogió el dinero que había en el suelo y lo metió en el cuenco menos lleno.

—Patty, ¿qué demonios es eso?

—¿Eh? Oh, lo tenemos aquí porque ésta es la puerta que da a la calle. Si alguno de nosotros sale del Nido…, yo misma lo hago casi a diario para ir a comprar comida…, puede necesitar dinero. Por eso lo ponemos aquí, donde a uno no se le olvide coger un poco.

—¿Quieres decir…, así, sin más ni más? ¿Coger un puñado y salir?

—Vaya, por supuesto, querido. Oh, ya sé lo que quieres decir. Pero aquí nunca hay nadie excepto nosotros. Ningún visitante, nunca. Si alguno de nosotros tiene amigos fuera…, todos nosotros los tenemos, por supuesto…, la parte de abajo está llena de hermosas habitaciones, del tipo al que están acostumbrados los de fuera, donde podemos encontrarnos con ellos. Este dinero no puede tentar a ninguna persona de carácter débil.

—¡Hey! Yo soy bastante débil…

Ella rió quedamente ante el chiste.

—¿Cómo puede tentarte lo que ya es tuyo? Tú formas parte del Nido.

—Hum…, supongo que sí. Pero, ¿qué me dices de los ladrones?

Trató de calcular cuánto dinero contendrían aquellos cuencos. La mayor parte de aquellos billetes parecían ser grandes… Demonios, en el suelo había uno con tres ceros que a Patty se le había pasado por alto.

—Entró uno, la semana pasada.

—¿De veras? ¿Cuánto robó?

—Oh, nada. Michael lo alejó.

—¿Llamó a los polis?

—¡Oh, no, no! Michael nunca entregaría a nadie a los polis. Asimilo que sería una incorrección. Michael se limitó a… —se encogió de hombros— alejarle. Luego Duque reparó el agujero del tragaluz en el cuarto donde está el jardín…, ¿te lo enseñé? Es estupendo, con el suelo de hierba. Pero recuerdo que tú también tienes un suelo de hierba, Jill me lo dijo. Allí fue donde Michael vio uno por primera vez. ¿Está toda tu casa así?

—Sólo la sala de estar.

—Si alguna vez voy a Washington, ¿me dejarás pasear por él? ¿Tenderme sobre la hierba? Por favor…

—Claro que sí, Patty. Oh…, es tuyo.

—Lo sé, querido. Pero no está en el Nido, y Michael nos ha enseñado que es bueno preguntar, aunque sepamos que la respuesta es sí. Me tenderé en el suelo y sentiré la hierba contra mí, y me colmará de felicidad el encontrarme en el «nidito» de mi hermano…

—Serás más que bienvenida, Patty —Ben miró los tatuajes a la vista, pensó que le importaba un comino lo que pensaran sus vecinos…, pero confió en que dejara atrás las serpientes—. ¿Cuándo quieres ir?

—No lo sé. Cuando la espera se colme. Quizá lo sepa Michael.

—Bueno, avísame si puedes, para estar en la ciudad cuando vayas. Si no, Jill conoce siempre el código de mi puerta…, lo cambio de tanto en tanto. Patty, ¿no lleva nadie la cuenta de este dinero?

—¿Para qué, Ben?

—Oh, la gente acostumbra hacerlo.

—Bueno, nosotros no. Simplemente sírvete cuando salgas…, luego depositas lo que te haya quedado cuando vuelvas a casa, si te acuerdas. Michael me dijo que los mantuviera siempre llenos. Si el nivel baja, le pido un poco más.

Ben dejó a un lado el asunto, aturdido por la simplicidad del arreglo. Tenía ya una cierta idea —del propio Mike y de segunda mano de Jill y Jubal— del comunismo carente de dinero de la cultura marciana; podía ver que Mike había establecido allí una avanzadilla de ese sistema…, y aquellos cuencos señalaban el punto de transición por el que uno pasaba de la economía marciana a la terrestre. Se preguntó si Patty sabía que todo aquello era falso, un disfraz mantenido gracias a la enorme fortuna de Mike. Decidió no preguntarlo.

—Patty, ¿cuántas personas hay en el Nido?

Experimentó un ligero conato de preocupación acerca de que estaba adquiriendo demasiados hermanos con quienes compartir sin su consentimiento, pero rechazó la idea como ridícula; después de todo, ¿por qué iba a querer exprimirle ninguno de ellos? Aparte tenderse en su alfombra de hierba, él no tenía ollas de oro a cada lado de su puerta.

—Veamos…, casi veinte, contando los hermanos novicios que aún no piensan realmente en marciano y no han recibido las órdenes.

—¿Tú has sido ordenada, Patty?

—Oh, sí. Pero casi toda mi labor consiste en enseñar. Doy clases de marciano a los que empiezan, y ayudo a los hermanos novicios y cosas así. Y Dawn y yo… Dawn y Jill son las dos sumas sacerdotisas. Dawn y yo somos fosteritas bastante conocidas, especialmente Dawn, así que trabajamos juntas en la tarea de demostrar a los demás fosteritas que la Iglesia de Todos los Mundos no está en conflicto con la Fe, del mismo modo que ser anabaptista no le impide a un hombre formar en las filas de los masones… —le mostró a Ben el beso de Foster, le explicó su significado, y luego le mostró el milagroso compañero puesto allí por Mike—. Todos ellos saben lo que representa el beso de Foster y lo difícil que es ganárselo…, y han presenciado algunos de los milagros de Mike, y muchos están maduros para hacer el esfuerzo de ascender hacia el círculo superior.

—¿Es un esfuerzo?

—Naturalmente que lo es, Ben…, para ellos. En tu caso y en el mío, y en el de Jill, y en el de unos pocos más (tú los conoces a todos), la cosa fue sencilla porque Michael nos llamó directamente a la hermandad. Pero, a los otros, Michael empieza por enseñarles primero la disciplina: no una fe, sino un sistema para comprender la fe mediante el trabajo. Lo cual significa que han de empezar por aprender marciano. Eso no es fácil; yo tampoco soy perfecta en ello. Pero trabajar y aprender es pura felicidad. Has preguntado por el tamaño del Nido; déjame ver: Duque, Jill, Michael…, dos fosteritas, Dawn y yo, un judío circunciso y su esposa y cuatro hijos…

—¿Niños en el Nido?

—Oh, más de una docena. No aquí, sino en el nido de los polluelos, justo fuera de aquí; nadie podría meditar con chiquillos gritando y alborotando alrededor. ¿Quieres verlo?

—Hum… después.

—Una pareja católica no casada, con un niño pequeño…, excomulgados, lamento decirlo; su párroco se enteró del asunto. Michael tuvo que proporcionarles una ayuda especial; fue un golpe terrible para ellos, y tan absolutamente innecesario… Se levantaban temprano cada domingo para ir a misa como de costumbre, pero los niños hablan. Una familia mormona del nuevo cisma…, eso hace tres más, y sus chicos. El resto son la mezcla habitual de protestantes, y un ateo…, es decir, uno que creía que era ateo hasta que Michael le abrió los ojos. Vino con ánimo de burlarse; se quedó para aprender, y dentro de poco tiempo será sacerdote.

»Esto hace, hum, diecinueve adultos. Estoy casi segura de que ésa es la cifra correcta, aunque resulta difícil de decir, puesto que rara vez se encuentran todos en el Nido al mismo tiempo, excepto para nuestros propios servicios en el Templo Íntimo. El Nido se ha construido para albergar a ochenta y uno…, es decir un «tres lleno», o tres veces tres multiplicado por sí mismo…, pero Michael dice que habrá mucha espera antes de que se necesite un nido mayor, y que para entonces ya habremos construido otros más. Ben, ¿te gustaría presenciar un servicio externo y ver cómo lo lleva Mike, en vez de escucharme a mí decir tonterías? Michael estará predicando ahora.

—Oh, sí, me encantaría, si no es demasiado trastorno.

—Podrías ir por ti mismo. Pero me gustará ir contigo…, y no tengo ninguna otra cosa que hacer en estos momentos. Espera un segundo, querido, mientras me pongo decente.


—Jubal, volvió al cabo de un par de minutos cubierta por una túnica, no muy distinta de la toga de testigo de Anne pero con un corte diferente, con mangas en alas de ángel, cuello alto y la marca registrada que utiliza Mike para la Iglesia de Todos los Mundos: nueve círculos concéntricos y un sol convencionalizado, bordados encima del corazón. Ese atuendo era una túnica de sacerdotisa, su vestimenta; Jill y las otras sacerdotisas vestían del mismo modo, excepto que la de Pat era opaca, de densa seda sintética, y el cuello era lo suficientemente alto como para cubrir sus dibujos. También se había puesto medias de malla densa, o quizá calcetines, y llevaba unas sandalias en la mano.

»Aquellas prendas la cambiaban por completo, Jubal. La investían de una gran dignidad. Su rostro es muy agradable, y pude darme cuenta de que era considerablemente mayor de lo que había supuesto en un principio, aunque no la diferencia de veinte años que ella asegura. Posee una piel exquisita, y pensé que era una vergüenza haberla estropeado con todos aquellos tatuajes.

»Yo me había vuelto a vestir. Me pidió solamente que siguiera descalzo por el momento, porque no iríamos por el camino por el que yo había llegado. Me condujo a través del Nido hasta salir a un pasillo; nos detuvimos allí el tiempo suficiente para calzarnos y luego descendimos un par de pisos por una rampa hasta alcanzar una galería. Era una especie de anfiteatro que dominaba el auditorio principal. Mike estaba de pie en un estrado. No había púlpito ni altar. Sólo era una sala de conferencias, con un gran símbolo de Todos los Mundos pintado en la pared detrás de él. Había una sacerdotisa con Mike en el estrado y, a aquella distancia pensé que era Jill, pero no lo era; se trataba de otra mujer que se le parece un poco y es casi tan hermosa como ella. La otra suma sacerdotisa, Dawn Ardent.

—¿Qué nombre ha dicho? —interrumpió Jubal.

—Dawn Ardent…, nacida Higgins, si quiere ser tan exigente.

—La conozco.

—Ya sé que la conoce, pretendido chivo retirado. Ella pierde la chaveta por usted.

Jubal negó con la cabeza.

—Aquí hay algún error. La «Dawn Ardent» a la que me refiero apenas intercambió unas palabras conmigo, hará cosa de dos años. No es posible que se acuerde de mí.

—Le recuerda. Compra todos sus bodrios comerciales baratos en cinta, bajo todos los seudónimos que ha sido capaz de rastrear. Se va a dormir con ellos, normalmente, y le proporcionan sueños felices. O eso dice ella. Además, no hay la menor duda de que sabe quién es usted. Esa gran sala de estar, y el Nido propiamente dicho, tiene sólo una pieza de adorno, si me disculpa la palabra: una fotografía a tamaño natural, en color, de su cabeza. Da la impresión de que le hubieran decapitado, y su rostro exhibe una sonrisa espantosa. Se trata de una instantánea que Duque le tomó a escondidas.

—¡Maldito mocoso!

—Jill se lo pidió, a espaldas de usted.

—¡Dos mocosos, entonces!

—Señor, habla usted de la mujer a la que quiero…, aunque no soy el único dentro de esa distinción. Fue Mike quien la convenció. Agárrese, Jubal: es usted el santo patrón de la Iglesia de Todos los Mundos.

Jubal puso cara de horror.

—¡No pueden hacerme eso!

—Ya lo han hecho. Pero no se preocupe; no es oficial, y no se ha hecho público. Pero Mike le atribuye a usted todo el mérito, dentro del Nido y sólo entre los hermanos de agua, de haber instigado todo el espectáculo. Dice que le explicó tan bien las cosas que finalmente fue capaz de imaginar cómo adaptar la teología marciana a la idiosincrasia de los humanos.

Jubal pareció a punto de vomitar. Ben siguió:

—Me temo que no puede evitarlo. Pero, además, Dawn opina que es usted hermoso. Aparte esa absurda peculiaridad, sin embargo, es una mujer inteligente…, y absolutamente encantadora. Pero me estoy desviando del tema. Mike nos vio enseguida, saludó con la mano y dijo: «¡Hola, Ben! Luego nos vemos…», y siguió su plática.

»Jubal, no voy a intentar citarle; hubiera debido usted oírle. No parecía un sermón, y no llevaba ropas místicas…, sólo un traje de lino sintético blanco, elegante y bien cortado. Sonaba como un maldito vendedor de coches usados, de los buenos. Soltaba chistes y explicaba parábolas…, nada de ello puritano precisamente, pero nada tampoco realmente obsceno. Su esencia era una especie de panteísmo. Una de las parábolas era aquel viejo cuento de la lombriz que, mientras está cavando, tropieza con otra y exclama: «¡Oh, qué hermosa eres! ¡Qué encantadora! ¿Quieres casarte conmigo?» Y la otra responde: «No seas tonta, ¿no ves que soy tu otra punta?». ¿No lo había oído antes?

—¿Oírlo? ¡Yo lo escribí!

—No me había dado cuenta de que fuera tan viejo. Mike le saca mucho partido. Su idea es que, cuando alguien se encuentra con otro ser asimilante… Bien, él no dice «asimilante» en este punto…, cualquier otro ser vivo, hombre, mujer o gato extraviado, lo que hace uno es encontrarse con su «otra punta», y el universo es sólo algo pequeño que zurramos entre todos la otra noche para entretenernos y luego acordamos olvidar la broma. Todo ello planteado de una forma muy recubierta de azúcar, y con un extremo cuidado de no pisarles los pies a los competidores.

Jubal asintió y se mostró huraño.

—Solipsismo y panteísmo. Unidos pueden explicarlo todo. Cancelan cualquier hecho inconveniente, reconcilian todas las teorías e incluyen todas las realidades e ilusiones que uno quiera nombrar. El problema es que sólo son algodón de azúcar: todo gusto y ninguna sustancia, y tan insatisfactorios como resolver un relato diciendo: «…y entonces el niño cayó de la cama y despertó; sólo era un sueño».

—No la tome conmigo sobre esto; tómela con Mike. Pero créame, hacía que sonara convincente. Una vez se interrumpió y dijo: «Debéis estar aburridos de tanta charla…», y le gritaron: «¡No!»… Se lo digo, los tenía realmente en un puño. Pero alegó que su voz estaba cansada y que, de todos modos, dentro de una Iglesia tenía que haber milagros y aquello era una Iglesia, aunque no tuviera ninguna hipoteca. «Dawn, tráeme la caja de los milagros». Y entonces hizo un asombroso juego de manos… ¿Sabía que actuó de mago en una feria?

—Supe que había estado en una. Pero nunca me aclaró la naturaleza exacta de su vergüenza.

—Es todo un mago prestidigitador; hizo trucos que me dejaron confuso. Claro que no hubiera importado aunque les hubiera hecho tan sólo los trucos con las cartas que aprenden los niños; los tenía en el bolsillo. Finalmente se detuvo y dijo, como disculpándose: «Se espera que el Hombre de Marte haga maravillas…, así que realizo algunos milagros en cada reunión. No puedo evitar ser el Hombre de Marte; es algo que me ocurrió. Pero los milagros pueden ocurriros a vosotros también, si los deseáis. No obstante, para poder ver algo más que estos milagros de vía estrecha, tenéis que entrar en el Círculo. Me entrevistaré luego con aquellos que quieran aprender de veras. Que pasen las tarjetas».

Ben se aclaró la garganta.

— Patty me explicó lo que Mike estaba haciendo realmente: «Esta muchedumbre no son más que primos, querido…, personas que han venido atraídas por la curiosidad o quizá impulsadas por algunos de los nuestros que ya alcanzaron uno de los círculos internos». Jubal, Mike tiene la cosa organizada en nueve círculos, como los grados de iniciación de una logia…, y a nadie se le dice que hay otro círculo más interior hasta que ha madurado lo suficiente como para ingresar en él. «Ésta es la presentación que hace Mike del asunto», me dijo Patty, «y la hace tan fácilmente como respirar, mientras sondea al mismo tiempo a los asistentes y los evalúa, se mete dentro de sus cabezas y decide cuáles de ellos son posibles candidatos. Quizá uno de cada diez. Por eso se extiende tanto. Duque está detrás de aquella verja, y Michael le dice a qué primos evaluar, dónde se sientan y todo lo demás. Michael le transmite esa información…, y despide a los que no le interesan. Dawn se encarga de esa parte, después de recibir el diagrama de los asientos de Duque».

—¿Cómo arreglan eso? —preguntó Harshaw.

—No lo vi, Jubal. ¿Importa? Hay una docena de medios para separar del rebaño a los que les interesan, siempre que Mike sepa quiénes son y haya elaborado alguna forma de señalárselo a Duque. Patty afirma que es clarividente y lo dice con el rostro muy serio. Y… ¿sabe?, yo no descartaría esa posibilidad. Pero inmediatamente después pasaron la colecta. Mike ni siquiera lo hizo al estilo habitual de las iglesias, con música suave y dignos monaguillos. Dijo que nadie creería que aquello era un servicio religioso si no había colecta…, así que la incluía, pero con una diferencia. Uno podía poner o coger dinero…, cada cual a su gusto.

Y así, Dios me ayude, pasaron una colección de cestitos ya llenos de dinero. Mike no dejaba de decirles que esto era lo que había dejado la última congregación que se había ido, así que cada cual se sirviera, en el caso de estar sin un centavo o hambriento y lo necesitara. Pero que si consideraban que debían dar algo, que lo diesen. Que compartieran con los demás. Simplemente que hicieran una cosa o la otra…, que pusieran algo o cogieran algo. Cuando lo vi, pensé que había descubierto un sistema más para desembarazarse de parte del dinero que le sobra.

—No estoy seguro de que pierda dinero en eso —dijo Jubal, pensativo—. Ese truco, adecuadamente planteado, debería dar como resultado que más gente diera más…, con sólo unos pocos tomando algo. Y probablemente muy pocos. Diría que es muy difícil que alguien meta la mano y coja dinero cuando la gente a ambos lados está dándolo…, a menos que lo necesite realmente.

—No lo sé, Jubal…, pero entiendo que se muestran tan indiferentes hacia esas colectas como hacia ese montón de billetes en los cuencos de arriba. Pero Patty me arrancó rápidamente de allí cuando Mike pasó el servicio a sus sumas sacerdotisas. Fui llevado a un auditorio mucho más pequeño, donde acababan de iniciarse los servicios para el séptimo círculo interior…, gente que llevaba ya varios meses como mínimo perteneciendo allí y había hecho progresos. Si es que eso eran progresos…

»Jubal, Mike fue directamente de un sitio a otro, y yo no pude ajustarme al cambio. Esa reunión externa era mitad conferencia popular y mitad puro entretenimiento…, pero en este otro auditorio se celebraba un rito casi vudú. Esta vez Mike se había puesto una túnica; parecía más alto, ascético y vehemente; hubiera podido jurar que le fulguraban los ojos. El lugar estaba débilmente iluminado, y había una música lánguida que, sin embargo, hacía que uno sintiera deseos de bailar. Esta vez Patty y yo tomamos asiento en un diván que había condenadamente cerca de una cama. Soy incapaz de decir en qué consistía exactamente el servicio. Mike les cantaba en marciano, ellos le respondían en marciano…, excepto el estribillo: «¡Tú eres Dios! ¡Tú eres Dios!», que despertaba siempre el eco de alguna palabra marciana que me provocaría dolor de garganta si tratase de pronunciarla.

Jubal emitió un sonido chasqueante.

—¿Era eso? —preguntó.

—¿Eh? Sí, creo que sí…, teniendo en cuenta su horrible acento. Jubal… ¿Me ha puesto usted el anzuelo? ¿Ya sabía todo eso? ¿Ha intentado sonsacarme?

—No. Stinky me la enseñó. Él dice que es herejía de la peor especie. Según como él lo ve, quiero decir; a mí no me importa un rábano. Es la palabra marciana que Mike traduce por «Tú eres Dios». Pero nuestro hermano Mahmoud asegura que ni siquiera se aproxima a una posibilidad de traducción. Es el universo proclamando su autoconsciencia…, o el «peccavium» con una total ausencia de contrición…, o una docena de cosas más, todas ellas intraducibies. Stinky confiesa que no sólo no puede traducirse, sino que él en realidad no la comprende, ni siquiera en marciano…, excepto que es una mala palabra, la peor posible en su opinión, y mucho más cerca del desafío de Satanás que de la bendición de un Dios benévolo. Adelante. ¿Eso fue todo? ¿Sólo un puñado de fanáticos gritándose unos a otros en marciano?

—Oh… Jubal, no gritaban, y no me pareció nada fanático. En algunos momentos sus voces apenas pasaban del susurro; la sala estaba casi en silencio. Luego aumentaban ligeramente de volumen, un poco, pero no mucho. Mantenían una especie de ritmo, una pauta, como una cantata, como si llevaran ensayándolo mucho tiempo…, y, sin embargo, no tuve la impresión de que lo hubiesen ensayado; más bien parecía como si todos fueran una sola persona, entonando para sí misma lo que sentía en ese momento. Jubal, usted ha visto cómo se animan los fosteritas…

—Demasiado, lamento decirlo.

—Bien, esto no era en absoluto la misma clase de frenesí; todo se desarrollaba con calma y sencillez, como cuando a uno le va venciendo el sueño. Era algo intenso, de acuerdo, y se acentuaba de una manera uniforme, pero… Jubal, ¿ha asistido alguna vez a una sesión espiritista?

—Sí. He probado todo lo que he podido, Ben.

—Entonces ya sabe cómo puede ir aumentando la tensión sin que nadie se mueva o diga una palabra. Se parecía mucho más a eso que a una conmemoración a gritos, o al más relajado de los servicios religiosos. Pero no era suave; entrañaba un hervor terrible.

—La palabra técnica es «apolíneo».

—¿Eh?

—En contraposición a «dionisíaco». Y ambas son más bien procusteanas[12], lamento decirlo. La gente tiende a simplificar el término «apolíneo» como suave, tranquilo y frío. Pero apolíneo y dionisíaco son dos caras de una misma moneda: una monja de rodillas en su celda, completamente inmóvil y con los músculos faciales relajados, puede hallarse en un éxtasis religioso más frenético que cualquier sacerdotisa de Pan Príapo celebrando el equinoccio primaveral. El éxtasis está en el cráneo, no en la realización de un programa de ejercicios… —Jubal frunció el entrecejo—. Otro error común consiste en identificar apolíneo con «bueno»…, simplemente porque nuestras sectas más respetables son apolíneas en sus ritos y preceptos. Mero prejuicio local. Prosiga.

—Bien…, de todos modos las cosas no eran allí tan tranquilas como una monja en sus devociones. No se limitaban a permanecer sentados y dejar que Mike les entretuviera; iban de un lado para otro, cambiaban de asientos, y no había duda de que se estaban besuqueando. Sólo besuqueando, creo, aunque la luz era escasa y resultaba difícil ver de uno a otro banco. Una muchacha se dirigió hacia nosotros, pero Patty le hizo alguna seña de que nos dejara, así que simplemente nos besó y se marchó —sonrió—. Fue un buen beso, de todos modos, aunque no se entretuvo con él. Yo era la única persona que no llevaba túnica; me sentía tan llamativo como un traje espacial en un salón de baile. Pero ella no pareció darse cuenta.

»Todo el asunto parecía lo más natural del mundo…, y, sin embargo, estaba tan coordinado como los músculos de una bailarina. Mike se mantenía ocupado; a veces allá delante, otras vagando entre los demás. En un momento determinado me dio un apretón en el hombro y besó a Patty, sin prisa pero sin pausa. No me habló. Detrás del lugar que ocupaba cuando parecía presidir la reunión había una especie de artilugio parecido a un espejo mágico, o posiblemente un gran tanque estéreo; lo empleaba para sus «milagros». Aunque en este círculo nunca usó esa palabra, al menos en inglés. Jubal, todas las Iglesias prometen milagros, pero siempre son música celestial ayer y música celestial mañana; nunca música celestial hoy.

—Hay excepciones —le interrumpió Jubal de nuevo—. Muchos de ellos son realizados como un asunto de rutina…, exempli gratia entre muchos: los cristianos científicos y los católicos romanos.

—¿Católicos? ¿Se refiere a Lourdes?

—El ejemplo incluía Lourdes, por todo lo que vale. Pero me refería al milagro de la transustanciación[13], al que apela cada sacerdote católico al menos una vez al día.

—Hum… Bueno, no puedo juzgar algo tan sutil como un milagro. En cuanto a los cristianos científicos, no pienso discutir; si me rompo una pierna, prefiero avisar a un matasanos.

—Entonces mire dónde pone los pies —gruñó Jubal—. No me moleste con sus fracturas.

—Nunca se me ocurriría. No quiero a ningún condiscípulo de William Harvey.

—Harvey podía reducir una fractura. Prosiga.

—Sí, ¿pero qué me dice de sus condiscípulos? Jubal, esas cosas que cita como milagros tal vez lo sean…, pero los que Mike ofrece son ostentosos, el tipo de cosas que cualquier cliente que haya pagado podría ver. O es un experto ilusionista, alguien que haría parecer torpe al fabuloso Houdini… o un asombroso hipnotizador.

—Puede que sea ambas cosas.

—O ha maniobrado los cables del circuito cerrado de la estereovisión hasta el punto de que simplemente no pueda distinguirse de la realidad por sus efectos especiales. O «apaga y vámonos, querida».

—¿Cómo es posible que se niegue a aceptar usted los auténticos milagros, Ben?

—Los he incluido en el «apaga y vámonos». No es una teoría que me guste. Sea cual sea el sistema que usara, fue una buena función. Las luces se encendieron detrás de él, y allí estaba un león de negra melena, en una pose tan mayestática y tranquila como un guardián de bronce en la escalinata de una biblioteca, mientras un par de corderitos jugueteaban a su alrededor. El león se limitó a parpadear y bostezar. Desde luego, en Hollywood son capaces de filmar esos efectos cada día…, pero parecía real, tanto que tuve la impresión de que olía al león; sin embargo, eso también pudo estar falsificado.

—¿Por qué insiste en la falsificación?

—¡Maldita sea, trato de juzgar imparcialmente!

—Entonces no se eche tan atrás, que está a punto de caerse de espaldas. Procure emular a Anne.

—Yo no soy Anne. En aquel momento me abstuve de juzgar; no hice más que reclinarme en mi asiento y disfrutar del espectáculo. Ni siquiera me irritó el que no pudiera comprender la mayor parte de lo que se decía; tenía la sensación de que pese a todo captaba su música. Mike ejecutó un sinfín de milagros…, o números de ilusionismo. Levitaciones, y cosas así. No me sentí crítico. Estaba dispuesto a disfrutar de aquello como si fuera un buen espectáculo. Patty se dirigió hacia el extremo del auditorio después de susurrarme que yo continuase donde estaba.

»—Michael acaba de decirles que todo aquel que no se sienta preparado para ingresar en el círculo siguiente deberá retirarse ahora —me informó.

»—Entonces será mejor que me marche yo también —le dije.

»—Oh, no, querido —me contestó—. Tú perteneces al Noveno Círculo…, ya lo sabes. Sigue ahí sentado, vuelvo enseguida —y se fue.

»No creo que nadie se marchara. Aquel grupo estaba formado por miembros del Séptimo Círculo que estaban a punto de ascender. Casi sin que me diera cuenta, las luces volvieron a encenderse…, ¡y allí estaba Jill!

»Jubal, definitivamente, aquello no parecía estereovisión. Jill se me quedó mirando y me sonrió. Oh, ya sé, si un actor contempla directamente la cámara, sus ojos se encuentran con los tuyos, no importa dónde estés sentado. Pero si Mike había arreglado aquello también, debería patentar el sistema. Jill llevaba un atuendo de lo más extraño: de sacerdotisa, supongo, pero no como los otros. Mike empezó a decir algo, para ella y para nosotros, parcialmente en inglés; algo sobre la Madre de Todos, la unidad de muchos, y empezó a llamarla con una serie de nombres… Y con cada nombre, su vestido cambiaba.


Ben Caxton se puso rápidamente alerta cuando las luces se encendieron detrás del sumo sacerdote y vio a Jill Boardman allí de pie, por encima y detrás del sacerdote. Parpadeó y se aseguró que no había sido engañado por la luz y la distancia. ¡Era Jill! Le miraba directamente y le sonreía. Medio escuchó la invocación mientras pensaba que había estado convencido de que el espacio que había detrás del Hombre de Marte era seguramente un tanque estéreo, o algún artilugio parecido. Pero casi podría jurar que era capaz de avanzar unos cuantos pasos y pellizcarla.

Estuvo tentado de hacerlo, pero se recordó que sería una sucia faena que arruinaría el espectáculo de Mike. Lo mejor era aguardar a que Jill estuviese libre.

—¡Cibeles!

…y el atuendo de Jill cambió bruscamente.

—¡Isis!

…de nuevo.

—¡Gea!… ¡Devi!… ¡Ishtar!… ¡Maryam!

—¡Madre Eva! ¡Mater Deum Magna! Amorosa y amada. Vida imperecedera…

Caxton dejó de escuchar las palabras…, porque Jill fue de pronto la Madre Eva, revestida sólo con su propia gloria. La luz se diseminó, y vio que ella estaba relajadamente de pie en un Jardín, al lado de un árbol en el que había enroscada una gran serpiente.

Jill sonrió a todos, se volvió un poco, alargó la mano y acarició la cabeza de la serpiente… Luego se volvió de espaldas y abrió los brazos a todos ellos.

El primero de los candidatos avanzó para entrar en el Jardín.

Patty regresó y tocó a Caxton en el hombro.

—Ya estoy de vuelta. Ven conmigo, querido.

Caxton se mostró reluctante. Deseaba quedarse y beber de la gloriosa visión de Jill…, deseaba hacer más que eso; deseaba unirse a la procesión e ir adonde ella fuese. Pero se puso en pie y se dirigió hacia la salida con Patricia. Volvió la cabeza, y vio a Mike a punto de abrazar y besar a la primera mujer de la fila. Se volvió para seguir a Patricia, y eso le impidió ver que la túnica de la candidata se desvanecía cuando Mike la besó…, y tampoco vio lo que sucedió a continuación, cuando Jill besó al primer candidato masculino para su elevación al Octavo Círculo…, y la túnica de éste desapareció también.

—Iremos dando una vuelta —explicó Patty— para darles tiempo a salir de aquí y entrar en el Templo del Octavo Círculo. Oh, no haría ningún daño interrumpirles; pero luego Michael tendría que perder tiempo volviendo a ponerlos en la debida disposición de ánimo…, ¡y trabaja tanto ya!

—¿Adónde vamos ahora?

—A recoger a Cariñito. Luego volveremos al Nido, a menos que quieras tomar parte en la iniciación del Octavo Círculo. Puedes hacerlo, ¿sabes?, puesto que perteneces al Noveno Círculo. Pero todavía no has aprendido marciano; te parecería todo muy confuso.

—Bueno…, me gustaría ver a Jill. ¿Cuándo estará libre?

—Oh, sí: me indicó que te dijera que luego subirá a verte. Por aquí, Ben.

Se abrió una puerta, y Ben se encontró en el jardín que había visto antes. La serpiente todavía estaba enroscada en el árbol; alzó la cabeza cuando ellos se le acercaron.

—¡Ven, aquí, preciosa! —dijo Patricia—. Eres la buena chica de mamá… —desenroscó con suavidad a la boa y la introdujo en un cesto, con la cola por delante—. Duque la trae por mí, pero yo tengo que enrollarla y decirle que no se marche del árbol. Has tenido suerte, Ben; una transición del Séptimo al Octavo no ocurre muy a menudo…, Michael no la celebra hasta que no hay suficientes candidatos para acumular y mantener la disposición de ánimo necesaria. Incluso hubo un tiempo en el que utilizábamos gente del Círculo Íntimo para ayudar a los primeros candidatos a pasar de nivel.

Ben llevó por Patty el cesto con Cariñito hasta que alcanzaron el nivel superior, y así supo que una serpiente de cuatro metros es toda una carga: el cesto tenía asas de hierro, y las necesitaba. Tan pronto como llegaron arriba, Patricia se detuvo.

—Déjala en el suelo, Ben —se quitó la túnica y se la tendió, luego sacó la serpiente y se la enrolló en torno del cuerpo—. Ésta es la recompensa de Cariñito por haber sido buena chica; siempre espera abrazarse a mamá. Tengo que dar una clase dentro de un momento, así que la llevaré hasta el último segundo. No es correcto decepcionar a una serpiente; son como niños pequeños. Son incapaces de asimilar en toda su amplitud, excepto que Cariñito asimila a mamá…, y a Michael, por supuesto.

Recorrieron unos cincuenta metros hasta la entrada del Nido propiamente dicho, y a su puerta Patricia dejó que Ben le quitara sus sandalias después de hacer lo mismo con sus propios zapatos. Ben se preguntó cómo podía mantenerse en equilibrio sobre un solo pie bajo tal carga…, y observó asimismo que en algún momento se había quitado también sus medias o calcetines…, sin duda cuando estaba fuera, arreglando la aparición de Cariñito en el escenario.

Entraron, y ella fue con él, aún envuelta en la gran serpiente, mientras Ben volvía a quedarse en calzoncillos…, y dudaba mientras lo hacía, tratando de decidir si debía desprenderse de ellos también. Había visto ya lo suficiente como para tener la razonable certeza de que llevar encima ropa —alguna ropa— dentro del Nido, era algo tan fuera de esas convenciones —y posiblemente tan grosero— como salir a una pista de baile con botas claveteadas. El amable aviso sobre la puerta de salida, el hecho de que en el Nido no había ventanas de ninguna clase, su confort como de seno materno, la falta de atuendo de Patricia, más el hecho de haberle sugerido —aunque no insistido— que la imitase… Todo señalaba hacia un inconfundible esquema de nudismo doméstico entre personas que eran al menos nominalmente sus propios «hermanos de agua», aunque no conociera a la mayoría de ellos.

Había hallado otras confirmaciones además de Patricia. No había tomado mucho como modelo su conducta, bajo la vaga sensación de que una dama tatuada podía muy bien tener extrañas costumbres respecto a la forma de vestir. Pero al entrar en la sala de estar se cruzaron con un hombre que se encaminaba en la otra dirección, hacia los baños y los «niditos»…, y Patricia le ganaba al menos por una serpiente y un montón de dibujos. Les saludó con un «tú eres Dios» y continuó su camino, al parecer tan acostumbrado a aquello como la propia Patricia. Pero —se recordó Ben— su «hermano» no había parecido tampoco sorprendido de que Ben fuera vestido.

En la sala de estar había más pruebas. Un cuerpo echado boca abajo en un sofá al otro lado de la estancia: una mujer, le pareció a Ben, aunque no quiso volver a mirar después de que una rápida ojeada le confirmara que también iba desnuda.

Ben Caxton se había considerado siempre bastante liberal respecto a tales cosas. Consideraba simplemente una cosa sensata el nadar sin bañador. Sabía que muchas familias iban tranquilamente desnudas por el interior de sus hogares…, y ésta era una familia, más o menos, aunque él no había sido educado en esas costumbres. En una ocasión había dejado que una chica le invitara a un campo nudista, y no se había sentido particularmente turbado luego de los primeros cinco minutos o así; simplemente lo había considerado como una forma estúpida de buscarse un montón de problemas para gozar de los dudosos placeres de las plantas urticantes, los arañazos y la insolación general que lo habían mantenido en cama durante todo un día luego.

Pero ahora se encontraba equilibrado en una perfecta indecisión, incapaz de tomar una resolución entre la probable cortesía de quitarse su simbólica hoja de parra… y la más fuerte probabilidad —la certeza, decidió— de que, si lo hacía así y entraban desconocidos convenientemente vestidos y seguían así, ¡se sentiría como un maldito estúpido! Demonios, incluso era posible que se ruborizara…


—¿Qué hubiera hecho usted, Jubal? —preguntó.

Harshaw alzó las cejas.

—¿Pretende que me muestre impresionado, Ben? He visto cuerpos humanos desnudos, profesionalmente y bajo otros aspectos, durante la mayor parte de un siglo. A menudo es agradable a la vista, con frecuencia resulta deprimente…, y nunca es significativo de por sí. Todo depende del valor subjetivo que le agregue el que lo contempla. Asimilo que Mike gobierna su casa siguiendo las líneas nudistas. ¿Debo lanzar gritos de júbilo, o ponerme a llorar? Ninguna de las dos cosas. Me deja indiferente.

—Maldita sea, Jubal, es muy fácil para usted permanecer sentado aquí y mostrarse olímpico acerca de ello: nunca se encontró enfrentado a la elección. Pero jamás le he visto a usted quitarse los pantalones en compañía.

—Ni es muy probable que me vea hacerlo. «Otros tiempos, otras costumbres». Pero asimilo que no se sentía usted motivado por la modestia. Sufría el miedo morboso de parecer ridículo…, una fobia muy conocida que tiene un largo nombre pseudogriego con el cual no tengo intención de aburrirle.

—¡Tonterías! Simplemente, no estaba seguro de que fuese educado hacerlo.

—Tonterías usted, señor. Sabía muy bien que era educado, pero temía parecer tonto. O posiblemente le asustaba la idea de ser atrapado inadvertidamente en pleno reflejo galante. Pero me parece asimilar que Mike tenía una razón para instituir tal costumbre en su casa; Mike siempre tiene razones para todo lo que hace, aunque algunas de ellas me parezcan extrañas.

—Oh, sí. Tenía sus razones. Jill me las dijo.


Ben Caxton estaba de pie en el vestíbulo, de espaldas a la sala de estar y con las manos en sus calzoncillos, tras decirse, no muy firmemente, que lo mejor que podía hacer era lanzarse de cabeza y ver lo que pasaba…, cuando unos brazos se cerraron cariñosamente en torno de su cintura desde su espalda.

—¡Ben, encanto! ¡Qué maravilloso tenerte aquí!

Se volvió, y Jill estuvo en sus brazos; su boca cálida y ansiosa se aplastó contra la de él…, y Ben se sintió muy feliz de no haber terminado de desnudarse. Porque ella ya no era «Madre Eva»; ahora llevaba una de las largas y envolventes túnicas de sacerdotisa. No obstante, se dio cuenta con gran satisfacción de que tenía entre sus brazos a una muchacha llena de vitalidad, cálida y ondulante; su atuendo sacerdotal no era un mayor impedimento del que hubiera sido una delgada bata, y sus sentidos —tanto táctiles como cinestésicos— le dijeron que el resto era Jill.

—¡Vaya! —dijo Jill, interrumpiendo por fin el beso—. Te he echado de menos, viejo bruto. Tú eres Dios.

—Tú eres Dios —concedió él—. Jill, estás más hermosa que nunca.

—Sí —admitió ella—. Y te lo debo a ti. No sabes el estremecimiento de felicidad que me recorrió cuando te vi en la apoteosis.

—¿La apoteosis?

—Jill se refiere —intervino Patricia— a la parte final del servicio, en el que ella es la Madre de Todos, Mater Deum Magna. Muchachos, debo apresurarme.

—Nunca te apresures, Patty cariño.

—Debo darme prisa, y así no tendré que apresurarme. Ben, tengo que poner en su cama a Cariñito y bajar a dar mi clase; así que dame el beso de buenas noches ahora, ¿quieres?

Ben se encontró dándole el beso de buenas noches a una mujer con una serpiente gigante enrollada en su cuerpo, y decidió que podía pensar en mejores formas de hacerlo…, digamos llevando una armadura completa. Pero intentó ignorar a Cariñito y trató a Patty como merecía ser tratada.

Jill besó a Pat y dijo:

—Párate y dile a Mike que aguarde hasta que yo llegue allí, por favor.

—Lo hará de todos modos. Buenas noches, queridos —se marchó, sin precipitaciones.

—Ben, ¿no es una ovejita?

—Ciertamente que lo es. Aunque confieso que al principio me desconcertó.

—Asimilo. Pero no es porque esté tatuada ni por sus serpientes, lo sé. Patty te dejó turbado, deja turbado a todo el mundo, porque nunca tiene dudas; siempre hace automáticamente lo que se tiene que hacer. Se parece mucho a Mike. Está mucho más adelantada que cualquiera de nosotros. Debería ser suma sacerdotisa, pero no quiere aceptar el nombramiento porque sus tatuajes dificultarían el cumplimiento de algunas de sus tareas, y como mínimo serían una distracción para los demás…, y no desea quitárselos.

—¿Cómo podría quitarse tantos dibujos? ¿Con un cuchillo de desollar? La mataría.

—Nada de eso, querido. Mike podría borrárselos por completo, sin dejar huella y sin lastimarla en absoluto. Créeme, querido: podría hacerlo. Pero él asimila que ella cree que no le pertenecen; que no es más que su custodio…, y asimila con ella al respecto. Ven, sentémonos. Dawn preparará la cena para los tres en un momento. Tengo que comer mientras dure la visita, o no podré hacerlo hasta mañana. Eso parece decir muy poco en favor de la dirección, con toda la eternidad por delante… Pero no sabía cuándo te presentarías, y resulta que has llegado en uno de los días más atareados. Pero dime qué opinas de lo que has visto. Dawn me ha contado que asististe también a un servicio de aspirantes.

—Sí.

—¿Y bien?

—Mike —dijo Caxton despacio— sería capaz de venderles zapatos a las serpientes.

—Estoy completamente segura de que podría. Pero nunca lo haría porque sería algo incorrecto…, las serpientes no los necesitan. ¿Qué ocurre, Ben? Asimilo que algo te preocupa.

—No —repuso él—. No se trata de nada sobre lo que pueda poner el dedo. Oh, no soy muy partidario de las Iglesias…, pero tampoco estoy en contra de ellas exactamente. Y por supuesto, no de ésta. Supongo que lo único que ocurre es que no asimilo.

—Te lo volveré a preguntar dentro de una o dos semanas. No hay prisa.

—No estaré aquí dentro de una semana.

—Tienes columnas en conserva, ¿no? —no era una pregunta.

—Tres, preparadas recientemente. Pero no debería quedarme ni siquiera tanto tiempo.

—Creo que sí lo harás. Luego puedes telefonear algunas más…, probablemente acerca de la Iglesia. Para entonces creo que habrás asimilado que debes permanecer aquí más tiempo.

—Me parece que no.

—La espera es, hasta llenarla. ¿Sabes que esto no es una Iglesia?

—Bueno, Patty me dijo algo por el estilo.

—Digamos más bien que no es una religión. Es una Iglesia, en todos los sentidos legales y morales…, y supongo que nuestro Nido es un monasterio. Pero no tratamos de acercar a la gente a Dios; eso es una contradicción en sí misma, ni siquiera puedes expresarla en marciano. No intentamos salvar almas, porque las almas no pueden perderse. No pretendemos convencer a la gente de que tengan fe. Lo que ofrecemos no es fe sino verdad…, una verdad que todos pueden verificar; no les animamos a que crean en ella. Una verdad para propósitos prácticos, para el aquí-y-ahora, una verdad tan prosaica como una tabla de planchar y tan útil como una hogaza de pan…, tan práctica que puede hacer que la guerra y el hambre, la violencia y el odio sean tan innecesarios como…, bueno, como las ropas aquí en el Nido.

»Pero primero tienen que aprender el idioma marciano. Ése es el único problema: encontrar seres lo bastante honestos como para creer en lo que ven, y deseosos de trabajar duro. Es un trabajo duro aprender el lenguaje que puede enseñárseles. Un compositor no podría escribir una sinfonía en inglés…, y este tipo de sinfonía no puede escribirse en inglés, como no puede hacerse con la Quinta de Beethoven…

»Pero Mike nunca tiene prisa —sonrió Jill—. Día tras día criba a cientos de personas; encuentra unas pocas docenas, y de entre ésas un número aún menor ingresan en el Nido, y aquí las entrena más profundamente. Y algún día Mike nos tendrá a algunos de nosotros tan completamente entrenados que podremos salir y empezar otros nidos, y entonces todo será como la bola de nieve rodando por la ladera. Pero no hay prisa. Ninguno de nosotros, ni siquiera los del Nido, está realmente entrenado. ¿No es así, querida?

Ben alzó la vista, ligeramente sobresaltado, al oír las cuatro últimas palabras de Jill…, y entonces se sobresaltó realmente cuando descubrió inclinada sobre él para ofrecerle una bandeja a una mujer en la que reconoció demasiado tarde a la otra suma sacerdotisa…, Dawn, sí, eso era. Su sorpresa no se vio reducida por el hecho de que iba vestida al mismo estilo que Patricia, menos los tatuajes.

Pero Dawn no se sobresaltó. Sonrió y dijo:

—Tu cena, hermano Ben. Tú eres Dios.

—Oh, tú eres Dios. Gracias.

Estaba más allá de sentirse sorprendido cuando ella se inclinó y le besó, luego llevó bandejas para Jill y para sí, se sentó al otro lado de él y empezó a comer. Ben estuvo dispuesto a conceder que —si no era Dios— Dawn tenía los mejores atributos asociados con la divinidad; casi lamentó que no se hubiera sentado frente a él…, hubiera podido verla sin que su contemplación resultase demasiado evidente.

—No —admitió Dawn, entre bocado y bocado—, todavía no estamos entrenadas. Pero la espera se llenará.

—Así es el tamaño de las cosas, Ben —continuó Jill—. Por ejemplo, de vez en cuando me tomo un respiro para comer. Pero Mike no ha probado bocado desde hace más de veinticuatro horas, y no lo hará hasta que los demás dejen de necesitarle; has venido en un día muy atareado a causa de este grupo que efectúa la transición al Octavo Círculo. Luego, cuando haya terminado con ello, se atiborrará como un cerdo, y después volverá a aguantar todo el tiempo que sea necesario sin comer. Aparte eso, Dawn y yo nos cansamos…, ¿no es así, dulzura?

—Claro que sí. Pero ahora no estoy cansada, Gillian. Deja que me ocupe de ese servicio y quédate con Ben. Dame la túnica.

—En esa cabecita puntiaguda tuya ha entrado algo de locura, cariño…, y mamá da azotes. Ben, ella lleva en servicio ininterrumpido casi tanto tiempo como Mike. Ambas podemos resistir mucho esfuerzo…, pero comemos cuando tenemos hambre, y a veces necesitamos dormir. Hablando de túnicas, Dawn, ésta era la última en desvanecerse en el Séptimo Templo. Tendré que decirle a Patty que encargue unas cuantas docenas más.

—Ya lo ha hecho.

—Debí suponerlo. Ésta parece un poco apretada… —Jill onduló dentro de su túnica de una manera que turbó a Ben más que la perfecta y desnuda piel de Dawn—. ¿No será que estamos engordando?

—Creo que sí, un poco. Pero no importa.

—Más bien ayuda, querrás decir. Estábamos demasiado delgadas. Ben, ¿te has dado cuenta de que Dawn y yo tenemos la misma figura? Estatura, busto, cintura, caderas, peso, todo…, por no citar el color de la piel. Éramos casi iguales cuando nos conocimos…, luego Mike colaboró un poco y acabamos por ser idénticas, y nos mantenemos así. Incluso nuestros rostros se parecen cada vez más…, pero no lo planeamos de este modo. Eso es consecuencia de hacer las mismas cosas y pensar las mismas cosas. Ponte en pie y deja que Ben te eche un vistazo, querida.

Dawn apartó su plato a un lado y obedeció, adoptando una pose que a Ben le recordó extrañamente a Jill. Hablar de semejanza estaba más que justificado; y entonces comprendió que aquélla era la pose exacta que había adoptado Jill cuando apareció revelada como Madre Eva.

Invitado a mirar, lo hizo. Jill dijo, con la boca llena:

—¿Lo ves, Ben? Ésa soy yo.

Dawn le sonrió.

—Hay la diferencia del filo de una navaja, Gillian.

—Bah. Estás siendo demasiado meticuloso. Casi lamento que nunca podamos llegar a tener la misma cara. Resulta muy cómodo, Ben, el que Dawn y yo nos parezcamos tanto. Necesitamos dos sumas sacerdotisas; es todo lo que podemos hacer para estar a la altura de Mike. Podemos cambiarnos de una a otra justo en medio de un servicio…, y a veces lo hacemos. Además —añadió—, Dawn puede comprar vestidos que a mí me sientan bien. Eso me ahorra la molestia de tener que ir de tiendas. Cuando llevamos ropa.

—No estaba seguro —dijo Ben lentamente— de que utilizaseis vestidos. Excepto estos uniformes de sacerdotisa.

Jill pareció sorprendida.

—¿Cómo podríamos salir a bailar con esto? Llevamos trajes de noche, como todo el mundo. El baile es nuestra forma favorita de no convertirnos en unas bellas durmientes, ¿no es así, querida? Siéntate y acaba de cenar, Dawn; Ben ya nos ha mirado bastante por el momento. Oye, en ese grupo de transición hay un hombre que es un perfecto bailarín, y esta ciudad está repleta de buenos clubes nocturnos… Dawn y yo nos hemos alternado sacándolo un montón de noches seguidas; hemos mantenido al pobre tipo tan atareado, que luego hemos tenido que ayudarle a permanecer despierto durante las clases de idioma. Pero todo irá bien para él; en cuanto alcance el Octavo Círculo no necesitará dormir demasiado. ¿Qué te hace pensar que no nos vestimos nunca, querido?

—Oh… —Ben se dio cuenta del lío en el que se había metido.

Jill se le quedó mirando con los ojos muy abiertos, empezó a reír quedamente…, se cortó de inmediato, y de pronto Ben se dio cuenta de que no había oído reír a nadie de aquella gente…, sólo los «primos» en el servicio exterior.

—Entiendo. Pero, querido, no he tenido tiempo de cambiarme. Llevo esta túnica porque siempre tengo que estar hablando y actuando. De haber asimilado que eso te turbaba, me habría cambiado de ropa antes de venir a saludarte, aunque no estoy segura de que tuviera otra a mano en estos momentos. Nos hemos acostumbrado a vestirnos o no según lo que estamos haciendo, y es posible que simplemente olvidase que esta túnica tal vez no sea apropiada para la ocasión, según las reglas de la cortesía. Encanto, tú puedes llevar puestos esos calzoncillos o quitártelos…, según te parezca bien a ti.

—Hum.

—No te sientas violento por ello, de ninguna de las dos maneras —Jill sonrió e hizo un mohín—. Esto me recuerda la primera vez que Mike fue a una playa pública, pero a la inversa. ¿Te acuerdas, Dawn?

—¡No lo olvidaré nunca!

—Ben, ya sabes cómo es Mike acerca de la ropa. Simplemente no la comprende. Tuve que enseñarle todo. No podía ver ninguna utilidad para la ropa, ni siquiera como protección, hasta que asimiló, con enorme sorpresa, que no éramos tan invulnerables a los cambios atmosféricos como él. La modestia…, ese tipo de modestia, no es un concepto marciano, no puede serlo. En realidad él es tan modesto, en el auténtico sentido del término, que hasta duele. Y sólo más tarde asimiló Mike que las prendas de vestir pueden ser ornamentos, después de que empezáramos a experimentar con varias formas de vestir nuestros actos.

»Pero aunque Mike siempre está dispuesto a hacer lo que yo le diga, tanto si lo asimila como si no, no puede imaginar cuántos millones de cosas insignificantes resultan propias y exclusivas del ser humano. Nos pasamos veinte o treinta años aprendiéndolas; Mike tuvo que hacerlo casi de la noche a la mañana. Aún quedan lagunas, incluso ahora. Hace cosas sin darse cuenta de que no es así como las hacen los seres humanos. Todos procuramos enseñarle…, en especial Dawn y yo. Todos excepto Patty, que está convencida de que cuanto hace Michael tiene que ser perfecto. Entre otras muchas cosas, él sigue sin asimilar la naturaleza de vestirse. Asimila en su mayor parte que las ropas son la incorrección que separa a la gente, que se interponen en la forma en que el amor permite el acercamiento. Últimamente ha llegado a comprender que en muchos momentos uno desea y necesita esa barrera contra los desconocidos. Pero, durante mucho tiempo, Mike sólo se vistió cuando yo le pedí que lo hiciera, y cuando le dije que debía hacerlo.

»Y una vez olvidé pedírselo. Estábamos en la Baja California. Fue precisamente por aquella época cuando conocimos (en realidad nos encontramos de nuevo) a Dawn; Mike y yo llegamos por la noche a uno de esos grandes hoteles de moda junto a la playa, y él estaba tan ansioso por asimilar el océano, mojarse de pies a cabeza, que a la mañana siguiente me dejó dormir y bajó solo, dispuesto a enfrentarse por sí mismo con el mar por primera vez. Y yo no pensé que Mike no sabía nada acerca de trajes de baño.

»Oh, debía de haberlos visto; pero no sabía para qué eran, o en todo caso tenía alguna idea más bien nebulosa o equivocada. Ciertamente, no sabía que se suponía que uno debía llevarlos en el agua…, la idea era casi sacrílega. Y ya conoces las rígidas reglas de Jubal acerca de mantener limpia la piscina; estoy segura de que nunca ha visto un traje dentro de ella. Recuerdo una noche que un montón de gente fue arrojada a ella completamente vestida; pero fue cuando Jubal había decidido ya vaciarla y limpiarla de inmediato.

»¡Pobre Mike! Llegó a la playa, se quitó su bata y se dirigió al agua…, con todo el aspecto de un Dios griego, y tan ajeno a ello como a los convencionalismos humanos. El tumulto que se organizó fue tan estrepitoso, que me desperté enseguida; agarré mis ropas y bajé justo a tiempo para impedir que lo llevaran a la cárcel… Regresamos a la habitación y él se pasó el resto del día en trance.

La expresión de Jill se volvió momentáneamente lejana.

—Y ahora también me necesita. Dame un beso de buenas noches, Ben; te veré por la mañana.

—¿Vas a estar ausente toda la noche?

—Probablemente. Es una clase de transición de proporciones más bien numerosas. Mike ha estado manteniéndolos ocupados durante la última media hora y más, mientras nosotras veníamos a saludarte. Pero todo está bien.

Se puso en pie, tiró de él suavemente para obligarle a levantarse también y se echó en sus brazos. Finalmente interrumpió el beso pero no el abrazo, y murmuró:

—Ben, querido, has estado tomando lecciones. ¡Uau!

—¿Yo? Te he sido absolutamente fiel…, a mi modo.

—Igual que yo…, de la misma manera. No me estaba quejando; simplemente creo que Dorcas te ha estado ayudando en la práctica del beso.

—Un poco, tal vez. Curiosa.

—Oh, oh, siempre soy curiosa. La clase puede esperar mientras me besas otra vez. Trataré de ser Dorcas.

—Procura ser tú misma.

—Lo seré de todas formas. Yo misma. Pero Mike asegura que Dorcas besa de una manera más completa, «asimila más el acto de besar»…, que nadie.

—Deja de parlotear.

Lo hizo, por un tiempo; luego suspiró.

—Clase de transición, ahí voy…, irradiando claridad como una luciérnaga. Cuida de él, Dawn.

—Lo haré.

—¡Y será mejor que le beses de inmediato y veas lo que quiero decir!

—Eso pretendo hacer.

—¡Adiós, muchachos! Ben, sé buen chico y haz lo que Dawn te diga.

Se marchó, sin apresurarse…, pero corriendo. Dawn se puso en pie, oprimió todo su cuerpo contra el de Ben y le rodeó con sus brazos.


Jubal alzó una ceja.

—Y ahora supongo que va a decirme que, en ese punto, se volvió usted gallina.

—Hum, no exactamente. Aunque estuve a punto, casi. A decir verdad, yo no tenía mucho que decir al respecto. Así que, eh… «cooperé con lo inevitable».

Jubal asintió.

—Ningún otro curso de acción posible. Estabas atrapado y no podías correr. En esa situación, lo mejor que un hombre puede hacer es intentar conseguir una paz negociada —añadió—. Pero lamento que las costumbres civilizadas de mi casa hayan causado que el muchacho cayera bajo las garras de la ley en las junglas de la Baja California.

—No creo que sea ya un muchacho, Jubal.

32

Ben Caxton se despertó sin saber dónde estaba ni qué hora era. Rodeado de oscuridad, en medio de un silencio absoluto, se hallaba tendido sobre algo blando. Pero no era una cama…, ¿dónde estaba?

Los acontecimientos de la noche anterior volvieron a él en una oleada. Lo último que recordaba claramente era estar tendido sobre el blando suelo del Templo Íntimo, hablando tranquila e íntimamente con Dawn. Ella le había llevado allí, se habían sumergido, compartido el agua, acercado…

Tanteó frenéticamente a su alrededor en la oscuridad, sin encontrar nada.

—¡Dawn!

Las luces aumentaron lentamente a una suave penumbra.

—Estoy aquí, Ben.

—¡Oh! Pensé que te habías ido.

—No quería despertarte —la muchacha vestía, ante la repentina e intensa decepción de Ben, su túnica oficial—. Debo iniciar el Servicio Exterior para Madrugadores. Gillian no ha vuelto todavía. Como ya sabes, era una clase muy numerosa.

Sus palabras trajeron de vuelta las cosas que ella le había dicho durante la noche. En aquel momento le habían trastornado, pese a sus suaves y completamente lógicas explicaciones…, y ella había tenido que tranquilizarle hasta que Ben descubrió, sorprendido, que estaba de acuerdo con ella. La cosa aún no estaba del todo clara en su mente, aún no la asimilaba…, pero sí, probablemente Jill estaba todavía atareada con los ritos propios de una suma sacerdotisa. Una tarea —o quizá un feliz deber— que Dawn se había ofrecido a desempeñar por ella. Ben se dijo con una punzada de pesar que realmente hubiera debido lamentar el que Jill rechazara el ofrecimiento, e insistiera en que Dawn necesitaba un muy merecido descanso.

Pero no lo lamentaba.

—Dawn… ¿tienes que marcharte? —se puso trabajosamente en pie, la rodeó con sus brazos.

—Debo hacerlo, Ben, querido…, querido Ben —se fundió de nuevo contra él.

—¿Ahora mismo? ¿Con tanta prisa?

—Nunca hay tanta prisa —repuso ella en voz baja.

De pronto la túnica ya no se interpuso entre ellos. Él estaba demasiado aturdido como para preguntarse qué había sido del trapo.

Se despertó por segunda vez, comprobó que la luz del «nidito» estaba encendida a una intensidad suave y se incorporó. Se desperezó, descubrió que se sentía estupendamente y miró a su alrededor en busca de sus calzoncillos. No estaban a la vista, y no había ninguna posibilidad de que estuvieran en algún lugar fuera de la vista. Trató de recordar dónde los había dejado…, y se dio cuenta de que ni siquiera tenía noción de habérselos quitado. Pero seguro que no los llevaba cuando se metió en el agua. Probablemente estarían junto a la piscina en el Templo Íntimo… Tomó nota mental de pasar por allí y recogerlos, salió y encontró un cuarto de baño.

Unos minutos más tarde, afeitado, duchado y fresco, recordó mirar en el Templo Íntimo, pero no vio allí sus calzoncillos. Decidió que alguien —Patty, quizá— los habría puesto cerca de la puerta de salida, donde al parecer todo el mundo dejaba sus ropas de calle. Al final los echó al diablo, y sonrió para sí al darse cuenta de que la noche anterior los había convertido en una cuestión de honor de vieja solterona. Allí en el Nido, los necesitaba tanto como una segunda cabeza.

Ahora que pensaba en ello, no tenía el menor rastro de resaca en la cabeza, pese a que recordaba que había bebido más de unas cuantas copas con Dawn. No se había emborrachado, pero ciertamente había bebido más de lo que se permitía a sí mismo; no era capaz de absorber tanto alcohol como Jubal sin pagar por ello.

A Dawn no parecía afectarle en absoluto el licor, y ésa debía de ser probablemente la causa por la que Ben se había excedido en su cuota habitual. Oh, Dawn… ¡Qué muchacha, qué muchacha! Ni siquiera pareció molestarse cuando, en un instante de confusión emocional, Ben la llamó «Jill»… Más bien pareció complacida.

No encontró a nadie en la amplia sala y se preguntó qué hora sería. No es que le importase un comino, excepto que su estómago le decía que hacía rato que había pasado la hora del desayuno. Se encaminó a la cocina para ver si lograba rebañar algo.

Un hombre que estaba dentro volvió la cabeza al oírle entrar.

—¡Ben!

—¡Vaya! ¡Hola, Duque!

Duque le obsequió con un abrazo de oso y unas cuantas palmadas en la espalda.

— —Dios mío, cuánto me alegro de verte. Tú eres Dios. ¿Cómo te gustan los huevos?

—Tú eres Dios. ¿Eres el cocinero?

—Sólo cuando no puedo encontrar a nadie que lo haga por mí. Tony se encarga casi siempre del trabajo. Pero todos hacemos un poco. Incluso Mike, a menos que Tony le sorprenda y le eche. Mike es el peor cocinero del mundo, con los ojos cerrados —siguió cascando huevos en un plato.

Ben se puso a trabajar.

—Ocúpate del café y las tostadas. ¿Hay salsa Worcestershire por aquí?

—Tú sólo pide, y Pat te lo proporciona. Aquí está —y añadió—. Fui a echarte un vistazo hará como media hora, pero aún estabas aserrando maderos. Desde que llegaste, uno de los dos ha estado siempre atareado y no hemos podido vernos…, hasta ahora.

—¿Qué haces aquí, Duque? Aparte de cocinar cuando no puedes evitarlo…

—Bueno, soy diácono…, y algún día seré sacerdote. Pero soy lento, aunque no es que importe. Estoy estudiando marciano; todo el mundo lo hace. Y soy el arreglatodo de esta casa, lo mismo que cuando estaba con Jubal.

—Hará falta todo un ejército para el mantenimiento de un sitio tan grande como éste.

—Ben, te sorprendería comprobar lo poco que se necesita, aparte de mantener vigiladas las cañerías. Alguna vez deberías ver el sistema único que tiene Mike de arreglar cualquier lavabo que se atasque; no tengo que trabajar gran cosa como fontanero…, y aparte las cañerías, nueve décimas partes de los artilugios del edificio se hallan aquí, en la cocina, y no son tantos como los que había en casa de Jubal.

—Tenía la impresión de que los templos necesitaban mecanismos complicados.

—Oh, no. Casi nada; algunos controles para las luces, eso es todo, y muy sencillos. En realidad —sonrió Duque—, uno de mis trabajos más importantes es el de no trabajar. Soy bombero.

—¿Eh?

—Auxiliar diplomado del servicio contra incendios, tras el correspondiente examen y título, por supuesto, además de inspector sanitario y de seguridad…, y ninguno de esos empleos requiere el menor trabajo. Pero eso significa que no debemos dejar pasar a un extraño a través de este lugar, y no lo hacemos. Asisten a los servicios externos, pero nunca más allá, a menos que Mike les conceda un salvoconducto.

Sirvieron la comida en los platos y se sentaron a una mesa.

—Vas a quedarte, ¿verdad, Ben? —preguntó Duque.

—No puedo, Duque.

—Hum…, había esperado que tuvieras más sentido común que yo. Yo también vine para una corta visita; luego volví a casa y estuve casi un mes como atontado, antes de decidirme a comunicarle a Jubal que me iba y que no regresaría más. No importa que te vayas ahora; volverás. Y no tomes ninguna decisión definitiva antes de Compartir el Agua esta noche.

—¿Compartir el Agua?

—¿No te habló Dawn de ello? ¿Ni Jill?

—Hum…, me parece que no.

—Entonces no lo hicieron. Oh, quizá debería dejar que te lo explicase el propio Mike. Pero no, los demás van a pasarse el día mencionándotelo. Supongo que asimilas lo que significa compartir el agua; eres uno de los Primeros Llamados.

—¿«Primeros Llamados»? Dawn empleó esa expresión.

—Somos ese puñado que nos convertimos en hermanos de agua de Mike sin aprender marciano. Normalmente los demás no comparten el agua ni disfrutan del acercamiento hasta haber pasado del Séptimo Círculo al Octavo…, y por entonces ya han empezado a pensar en marciano. Demonios, algunos de ellos saben más marciano que yo ahora, puesto que soy un «Primer Llamado» y empecé mis estudios cuando ya estaba en el Nido.

»Oh, en realidad no está prohibido…, nada está prohibido…, compartir el agua con alguien que no se encuentre preparado para el Octavo Círculo. Demonios, si deseara hacerlo, podría coger a una muchacha en cualquier bar, compartir el agua con ella, luego llevármela a la cama, y después traerla al Templo y hacer que iniciara su aprendizaje. Pero yo no lo haría. Ése es el detalle: jamás desearía hacer tal cosa. Ben, te haré una predicción llana y simple. Has rondado mucho…, supongo que te has metido en algunas camas de lo más extravagante, con algunas chicas de lo más extravagante…

—Hum. Sí, con algunas.

—Sé malditamente bien que sí. Pero, a partir de ahora, no volverás a meterte en tu vida en la cama con ninguna chica que no sea tu hermano de agua.

—Hum.

—Ya lo verás. Volvamos a hablar de ello dentro de un año, y entonces me dirás. Mike puede decidir que alguien está preparado para compartir el agua antes de que esa persona alcance siquiera el Séptimo Círculo. Tenemos aquí en el Nido a una pareja a la que Mike ofreció agua cuando acababan de entrar en el Tercer Círculo…, y ahora él es sacerdote y ella sacerdotisa: Sam y Ruth.

—No los conozco.

—Los conocerás. Esta noche, a más tardar. Pero Mike es el único que puede estar seguro, tan pronto, de algo así. Muy esporádicamente, Dawn, y a veces Patty, localizan a alguien apto para una promoción y un entrenamiento especiales, pero nunca antes del Tercer Círculo, y estoy completamente seguro de que siempre consultan con Mike antes de seguir adelante. No es que estén obligadas a hacerlo. Normalmente, sin embargo, la cosa se produce en el Octavo Círculo, donde se comparte el agua y se inicia el acercamiento. Luego, más pronto o más tarde, vienen el Noveno Círculo y el Nido en sí…, y ése es el servicio al que nos referimos al aludir a «Compartir el Agua», pese a que estamos compartiendo el agua todo el día. El Nido en pleno asiste a la ceremonia, y el nuevo hermano se convierte en parte integrante del Nido para siempre. En tu caso ya lo eres…, pero nunca habíamos celebrado la ceremonia para ti, así que esta noche se deja todo de lado para darte la bienvenida. Hicieron lo mismo en mi honor… —Duque miró a lo lejos, soñadoramente—. Ben, se trata de la sensación más maravillosa del mundo.

—Aún no sé qué es, Duque.

—Oh…, un sinfín de cosas. ¿Has estado alguna vez en un auténtico luau, de esos que a veces interrumpen los polis y suelen terminar en un par de divorcios?

—Bueno…, sí.

—Pues hermano, en comparación, ¡no son más que un picnic de escuela dominical! Ése es un aspecto del asunto. ¿Estuviste casado alguna vez?

—No.

Estás casado. Sólo que aún no lo sabes. A partir de esta noche, no habrá duda de ello en tu mente —volvió a mirar de nuevo a lo lejos, felizmente pensativo—. Ben, yo estuve casado antes…, y durante un corto tiempo fue bonito, pero luego se transformó en un constante infierno sobre ruedas. Esta vez me gusta, todo el tiempo. ¡Demonios, me encanta! Y mira, Ben, no pretendo decir que resulta divertido sólo porque me acuesto con un puñado de chicas exuberantes. Las quiero…, quiero a todos mis hermanos, de ambos sexos.

»Toma a Patty…, ¡y lo harás! Patty nos cuida como si fuese nuestra madre…, y no creo que ninguno de nosotros, hombre o mujer, piense que no lo necesita, aunque crea que ya es demasiado crecido para eso. Patty…, bien, Patty es simplemente estupenda. Me recuerda a Jubal…, ¡y ese viejo bastardo haría mejor dejándose caer por aquí y recibiendo la palabra! Mi punto de vista no es sólo que Patty sea femenina. Oh, no trato de esconder la cola y…

—¿Quién trata de esconder la cola? —interrumpió una intensa voz de contralto a sus espaldas.

Duque volvió la cabeza.

—Yo no, ¡elástica pecadora levantina! Acércate, muchacha, y besa a tu hermano Ben.

—Jamás me acusaron de tal cosa en la vida —negó la mujer mientras se deslizaba hacia ellos—. Empieza a retractarte antes de que alguien más empiece a decírmelo —besó a Ben cuidadosa y concienzudamente—. Tú eres Dios, hermano.

—Tú eres Dios. Comparte el agua.

—Nunca tengas sed. Y no hagas caso a lo que diga Duque; a juzgar por su forma de comportarse, debe de haberle dado a la botella ya en la cuna.

Se inclinó sobre Duque y lo besó de una manera todavía más completa, mientras el hombre le palmeaba sus amplios fundamentos. Ben observó que era bajita, regordeta, muy morena y con una mata de denso pelo entre azul y negro que le llegaba casi hasta la cintura.

—Duque, al levantarte, ¿no viste el ejemplar del Ladies' Home Journal? —tendió la mano más allá del hombro de Duque, le arrebató el tenedor y empezó a comerse sus huevos revueltos—. Hum…, están buenos. No los has preparado tú, Duque.

—Ben lo hizo. ¿Para qué iba yo a querer el Ladies' Home Journal?

—Ben, bate un par de docenas más del mismo modo, y yo los revolveré en las pausas. Hay un artículo que quiero enseñarle a Patty, querido.

—Muy bien —aceptó Ben, y se puso en pie para hacerlo.

—Vosotras dos no empecéis a albergar ideas raras con vista a redecorar esta pocilga, o me marcho. ¡Y dejad algunos de esos huevos para mí! ¿Crees que los hombres podemos realizar nuestro trabajo con sólo unas gachas?

—Vamos, vamos, Duque querido. Agua dividida es agua multiplicada. Como estaba diciendo, Ben, las lamentaciones de Duque nunca significan nada: siempre y cuando tenga mujeres suficientes para dos hombres y comida para tres, es un perfecto corderito… —introdujo un tenedor cargado de comida en la boca de Duque—. Deja de hacer muecas, hermano; yo me encargaré de prepararte el segundo desayuno. ¿O será el tercero para ti?

—Ni siquiera es el primero aún; tú te lo has comido. Ruth, le estaba contando a Ben cómo Sam y tú saltasteis con pértiga desde el Tercero hasta el Noveno Círculo. Creo que está un poco intranquilo acerca del Compartir el Agua de esta noche.

Ella engulló el último bocado que quedaba en el plato de Duque, luego se apartó de la mesa e inició los preparativos para ponerse a cocinar.

—Duque, te enviaré algo que no serán gachas. Ahora tómate el café y lárgate. Ben, también yo estaba preocupada cuando llegó mi momento…, pero no tienes por qué preocuparte, querido, porque Michael no comete errores. Perteneces aquí, o no estarías aquí ahora. ¿Piensas quedarte?

—Oh, no puedo. ¿Preparada para el primer lote?

—Échalos. Entonces, ya volverás. Y algún día te quedarás. Duque dice la verdad. Sam y yo saltamos con pértiga…, y casi fue demasiado rápido para una decorosa ama de casa de mediana edad.

—¿De mediana edad?

—Ben, una de las bonificaciones de la disciplina consiste en que, al mismo tiempo que endereza tu alma, también endereza tu cuerpo. Ésa es una cuestión en la que los cristianos científicos también están en lo cierto. ¿Has visto algún frasco de medicinas en alguno de los cuartos de baño?

—Eh… No.

—No hay ninguno. ¿A cuántas personas has besado?

—A varias, al menos.

—En mi calidad de sacerdotisa, yo beso a más que a «varias», créeme. Pero no oirás ni un estornudo en todo el Nido. Yo solía ser una mujer enfermiza, de esas que nunca están bien del todo y son propensas a las «quejas femeninas» —sonrió—. Ahora soy más femenina que nunca, pero peso diez kilos menos, me siento varios años más joven y no tengo nada de qué quejarme… Disfruto siendo mujer. Como Duque trató de adularme: «una pecadora levantina», e incuestionablemente mucho más elástica que antes. Siempre me siento en la posición de loto cuando doy clase, mientras que antes todo lo que podía hacer era inclinarme un poco hacia delante y volver a levantarme, toda mareos y punzadas.

»Pero eso ocurrió aprisa —prosiguió Ruth—. Sam era profesor de lenguas orientales en la universidad de aquí, la ciudad universitaria me refiero. Empezó a acudir al Templo porque era un medio, el único medio, de aprender marciano. Su motivación era estrictamente profesional; la Iglesia le tenía completamente sin cuidado. Y yo le acompañaba para no quitarle el ojo de encima; había oído rumores y era una esposa celosa, mucho más posesiva que la media.

»Y así llegamos al Tercer Círculo, con Sam aprendiendo con rapidez y yo esforzándome en el estudio porque no deseaba perderle de vista. Y entonces, ¡bum!, se produjo el milagro. De pronto empezamos a pensar en marciano, un poco. Michael lo observó y nos hizo quedar una noche después del servicio, y con Gillian nos dieron el agua. Después de eso supe que yo era todas las cosas que despreciaba en las otras mujeres, que debía despreciar a mi marido por dejarme ser así, y le odié por lo que había hecho. Todo ello en inglés, con las peores partes en hebreo. Así que lloré todo el día y gemí y me convertí en un apestoso estorbo para Sam…, y no pude esperar a volver para compartir más agua y acercarme otra vez esa noche.

»Luego las cosas fueron resultando más fáciles, pero no demasiado fáciles, ya que nos veíamos empujados a atravesar los círculos lo más aprisa posible; Michael sabía que necesitábamos ayuda y quiso meternos en la seguridad y la paz del Nido. Así que cuando llegó el momento de nuestro Compartir el Agua, yo todavía era incapaz de disciplinarme a mí misma sin una ayuda constante. Sabía que deseaba ser recibida en el Nido…, una vez empiezas, ya no hay forma de dar la vuelta…, pero no estaba segura de poder fusionarme con otras siete personas. Llevaba encima un susto de muerte; por el camino casi supliqué a Sam que diésemos media vuelta y regresáramos a casa.

Ruth dejó de hablar y alzó la cabeza; no sonreía pero su expresión era beatífica, parecía un ángel rollizo, con una cuchara de batir en la mano.

—Entonces entramos en el Templo Íntimo, y un foco me iluminó, y nuestras ropas desaparecieron…, y todos estaban en la piscina, y nos llamaron en marciano para que fuésemos a compartir con ellos el agua de vida…, ¡y me dejé caer en ella y me sumergí, y no he vuelto a salir desde entonces! Ni tampoco quiero hacerlo. No te inquietes, Ben, aprenderás el lenguaje y adquirirás la disciplina, y tendrás una ayuda encantadora de todos nosotros durante cada paso del proceso. Deja de preocuparte y salta esta noche a esa piscina; extenderé mis brazos para cogerte. Todos nosotros te tenderemos nuestros brazos, dándote la bienvenida a casa.

»Ahora llévale este plato a Duque y dile que yo he dicho que era un cerdo…, pero un cerdo encantador. Y coge este plato para ti…, ¡oh, por supuesto que puedes comértelo todo! Dame un beso y vete; Ruthie tiene trabajo que hacer.

Ben entregó el beso, el mensaje y el plato, luego descubrió que le quedaba algo de apetito…, pero de todos modos no se concentró en la comida puesto que encontró a Jill tendida, aparentemente dormida, en uno de los amplios y mullidos divanes. Se sentó frente a ella, gozando de la dulce visión de su rostro y pensando que Dawn y Jill se parecían mucho más aún de lo que había supuesto la noche anterior.

Levantó la cabeza del plato y vio que ella había abierto los ojos y le estaba sonriendo.

—Tú eres Dios, querido…, y eso huele bien.

—Y tú tienes un aspecto magnífico. Pero no quise despertarte… —se aproximó a ella y tomó asiento a su lado, le puso un poco de revoltillo en la boca—. Mi propia obra culinaria, con la ayuda de Ruth.

—Entiendo. Y buena, también. Duque me dijo que permaneciera alejada de la cocina porque Ruthie estaba dándote una conferencia buena para tu alma. No me has despertado; sólo estaba haciéndome la perezosa, esperando a que salieses. No he dormido en toda la noche.

—¿Ni un poco?

—Ni siquiera entorné los párpados. Pero no estoy cansada; me siento grandiosa. Sólo tengo un poco de hambre. Es una sugerencia.

Así que él le fue dando de comer. Jill le dejó hacer, sin moverse, sin utilizar sus propias manos.

—¿Tú has dormido algo? —preguntó ella al cabo de un rato.

—Oh, un poco.

—¿Lo suficiente? No, no has dormido lo suficiente. Pero, ¿de cuánto sueño ha disfrutado Dawn? ¿Dos horas?

—Oh, más que eso, estoy seguro.

—Entonces se encontrará perfectamente. Dos horas de sueño nos hacen tanto bien como antes ocho. Sabía que ibas a pasar una noche deliciosa, que ibais a pasarla los dos…, pero me preocupaba la idea de que Dawn no descansara lo suficiente.

—Bueno, fue una noche maravillosa —admitió Ben—, aunque, eh… me sorprendió un poco la manera en que la empujaste hacia mí.

—Querrás decir que te sobresaltó. Te conozco, Ben, quizá más de lo que tú mismo te conoces. Ayer llegaste rezumando celos. Creo que ahora han desaparecido, ¿no es así?

Él la miró.

—Eso creo.

—Eso está bien. También yo tuve una noche alegre y maravillosa, y libre de preocupaciones, puesto que te sabía en buenas manos. Las mejores…, mucho mejores que las mías.

—¡Oh, no!

—¿De veras? Asimilo que aún quedan unos cuantos celos…, pero esta noche acabaremos con ellos, lavándolos con agua.

Se sentó, tendió la mano hacia el extremo del diván…, y Caxton tuvo la impresión de que el paquete de cigarrillos en la mesilla de al lado saltaba los últimos centímetros hasta la mano de ella.

—Parece que tú también has aprendido algunos juegos de manos.

Ella pareció momentáneamente desconcertada, luego sonrió.

—Oh, sí, algunos. Pero nada importante. Trucos de salón. Citando a mi maestro: «sólo soy un huevo».

—¿Cómo lo hiciste?

—Bueno, simplemente le silbé en marciano. Primero tienes que asimilar la cosa, luego asimilar lo que quieres que haga… ¡Mike! —agitó la mano—. ¡Estamos aquí, querido!

—Ya voy.

El Hombre de Marte avanzó directamente hacia Ben, tiró de él y le obligó a ponerse en pie.

—¡Déjame que te contemple, Ben! ¡Qué alegría verte!

—También a mí me alegra verte a ti. Y estar aquí.

—Y vamos a tener que retorcerte el brazo para mantenerte aquí. ¿Qué es eso de tres días? ¡Tres días!

—Soy un hombre que trabaja, Mike.

—Eso ya lo veremos. Todas las chicas están excitadas, preparándose para tu Bienvenida de esta noche. Valdría más que dejaran los servicios y las clases por todo el resto del día; tampoco van a hacer nada.

—Patty ya ha hecho un reajuste del programa —indicó Jill a Mike—. No quiso molestarte con ello. Dawn, Ruth y Sam se encargarán de lo necesario. Patty decidió saltarse la matineé externa…, así que has terminado por hoy.

—Esas son buenas noticias.

Mike se sentó, hizo que Jill apoyara la cabeza en sus rodillas, tiró de Ben para que volviera a sentarse a su otro lado, pasó un brazo en torno de él y suspiró. Iba vestido como Ben le había visto en la reunión externa, con un elegante traje tropical, al que sólo le faltaban los zapatos.

—Ben, no te dediques nunca a la predicación. Me paso los días y las noches yendo de un lado para otro, diciéndole a la gente que no debe apresurarse nunca. A ti, a Jill y a Jubal os debo más que a nadie de este planeta… Y sin embargo, estás aquí desde ayer por la tarde y ésta es la primera vez que puedo decirte hola. ¿Cómo te encuentras? Parece que estás bien. De hecho, Dawn me ha dicho que estás bien.

Ben se ruborizó.

—Me encuentro perfectamente.

—Eso es bueno. Porque, créeme, las tribus de la colina estarán inquietas esta noche. Pero yo asimilaré cerca y te sostendré. Estarás más fresco al final de la fiesta que al principio…, ¿no lo crees así, Hermanito?

—Sí —admitió Jill—. Ben, no lo creerás hasta que lo haya hecho, pero Mike puede proporcionarte fortaleza…, fortaleza física, no sólo apoyo moral. Yo sólo puedo prestarte un poco. Pero Mike puede hacerlo de veras.

—Jill puede hacer mucho —Mike la acarició—. Hermanito es una torre de fortaleza para todo el mundo. Desde luego, anoche lo fue —le dirigió una sonrisa a Jill, luego cantó:

Jamás encontrarás una chica como Jill,

ni una entre mil millones.

De todas las chicas voluntariosas

¡la más voluntariosa es nuestra Gillian!

¿… no es cierto, Hermanito?

—Bah —repuso Jill, evidentemente complacida, al tiempo que cogía la mano de Mike y la apretaba—. Dawn es exactamente como yo… y bastante más voluntariosa.

—Quizá. Pero tú estás aquí…, y Dawn está en el piso de abajo, entrevistando a los posibles candidatos. Está ocupada, y tú no. Eso es una importante diferencia, ¿no es así, Ben?

—Es posible.

Caxton empezaba a notar la conducta de Mike y Jill algo embarazosa, pese a la tranquila y relajada atmósfera de la estancia. Deseó que dejaran de juguetear, o al menos le proporcionasen una excusa para marcharse. Pero en vez de ello Mike siguió acariciando a Jill con una mano, mientras sujetaba a Ben por la cintura con el otro brazo…, y Ben se vio obligado a admitir que Jill le animaba antes que al contrario. Mike dijo, muy serio:

—Ben, una noche como esta última, ayudando a un grupo a dar el gran salto al Octavo Círculo…, me deja terriblemente conectado. Permíteme que te diga algo que forma parte de las lecciones para el Sexto. Nosotros los humanos poseemos algo que mi antiguo pueblo jamás soñó. No puede. Y debo confesarte lo precioso que es, lo especialmente precioso que sé que es…, porque he sabido lo que es el no tenerlo. Se trata de la bendición que supone ser macho y hembra. Hombre y Mujer los creó Él…, el mayor tesoro jamás inventado por Nosotros-Que-Somos-Dios. ¿Correcto, Jill?

—Hermosamente correcto, Mike…, y Ben sabe que es verdad. Pero haz una canción para Dawn también, querido.

—De acuerdo…

Ardiente es nuestra encantadora Dawn;

Ben lo asimiló en su mirada…

Compra nuevos vestidos cada mañana,

¡pero nunca se compra bragas!

Jill rió y se retorció en las rodillas de Mike.

—¿Se la has cantado ya?

—Sí, y me obsequió con un gran ¡hurra! del Bronx…, acompañado de un beso para Ben. Dime, ¿no hay nadie en la cocina esta mañana? Acabo de recordar que no he comido nada en los dos últimos días. O en los dos últimos años, quizá; no estoy seguro.

—Creo que está Ruth —dijo Ben, soltándose del brazo que lo sujetaba y poniéndose en pie—. Iré a ver.

—Duque puede hacerlo. ¡Hey, Duque! Mira a ver si puedes encontrar a alguien capaz de prepararme un montón de tortas de trigo tan alto como tú, y un barrilito de jarabe de arce.

—¡Ahora mismo, Mike! —respondió Duque.

Ben Caxton dudó, ya camino de la cocina, sin una excusa que le valiera para marcharse con el pretexto de hacer alguna gestión. Pensó en alguna otra disculpa y miró hacia atrás por encima del hombro…


—Jubal —dijo Caxton, muy serio—, no le hubiera contado esto en absoluto…, si no fuera imprescindible para explicarle cómo me siento respecto a todo el asunto, y por qué estoy preocupado por ellos…, por todos ellos, Duque y Mike y Jill, así como el resto de las víctimas de Mike. Aquella mañana yo mismo me había quedado medio convencido, y había llegado a pensar que todo estaba bien…, extraño como un demonio en algunos aspectos, pero delicioso. El propio Mike me había fascinado; su nueva personalidad es absolutamente poderosa. Autoritario y a la vez persuasivo como un supervendedor, y muy convincente. Pero luego él…, o los dos…, me dejaron más bien azarado, así que aproveché aquella ocasión para levantarme del diván.

«Entonces me volví para mirarles…, y no pude creer lo que veían mis ojos. No me había vuelto en otra dirección ni cinco segundos, y Mike se las había arreglado para librarse de todas sus ropas…, y, Dios me ayude, lo estaban haciendo, mientras yo y otros tres o cuatro en la habitación mirábamos…, ¡tan osadamente como unos monos en el zoo!

»Jubal, me impresioné tanto que casi vomité el desayuno.

33

—¿Y bien? —inquirió Jubal—. ¿Qué hizo usted? ¿Aplaudir?

—Y un infierno. Me largué de inmediato de allí. Fui corriendo a la puerta de salida, agarré mis ropas y mis zapatos, olvidé mi maleta y no volví por ella, hice caso omiso del letrero, salí y me precipité a ese tubo impulsor con mi ropa en los brazos. ¡Vaya! Me fui sin siquiera decirles adiós.

—Una actitud más bien brusca.

—Me sentía brusco. Tenía que irme. De hecho, me fui tan aprisa que casi estuve a punto de matarme. Ya sabe cómo son los tubos impulsores normales…

—No, no lo sé.

—Bueno, a menos que aprietes el botón correspondiente para subir o bajar hasta un cierto nivel, simplemente te hundes con suavidad, como a través de melaza fría. Pero yo no me hundí, yo caí…, y estaba a unos seis pisos de altura. Pero justo cuando ya pensaba que había cometido mi último error, algo me atrapó. No una red de seguridad, sino un campo de alguna especie. Ni siquiera reboté. Pero Mike necesita pulir un poco ese artilugio, o poner en su lugar un tubo de impulso normal.

—Yo me limito a las escaleras y, cuando es inevitable, a los ascensores —dijo Jubal.

—Bueno, yo no me había dado cuenta de que aquél pudiera ser tan arriesgado. Pero el único inspector de seguridad allí es Duque…, y para Duque todo lo que dice Mike es el Evangelio. Jubal, todo ese lugar se encamina al desastre. Están todos hipnotizados por un solo hombre…, que no está en sus cabales. ¿Qué se puede hacer al respecto?

Jubal proyectó los labios hacia delante y luego frunció el entrecejo.

—Veamos primero si lo ha analizado bien. ¿Exactamente qué aspectos de la situación le parecen inquietantes?

—¿Eh? ¡Todo el asunto!

—¿De veras? En realidad, ¿no fue sólo una cosa? Y ésa cosa es un acto esencialmente inofensivo que ambos sabemos que no es nada nuevo…, y que fue, puedo suponer de una forma bastante definitiva, realizado inicialmente en esta casa o sobre estos terrenos hará un par de años. Entonces yo no puse ninguna objeción…, ni usted tampoco, cuando supo de él, fuera cuando fuese. De hecho, tuve la sensación de que usted mismo había participado en otras ocasiones en ese mismo acto con la misma joven dama…, y ella es una dama, pese a lo que cuenta usted ahora. Usted ni negó mi suposición, ni actuó ofendido por ella. Para decirlo claramente, hijo…, ¿qué es lo que le remuerde las tripas?

—Bueno, por el amor de Dios, Jubal… ¿Lo aceptaría usted, en su propia sala de estar?

—Decididamente no…, a menos que lo hubiera hecho, si ha tenido lugar tan clandestinamente, de noche tal vez, de modo que nadie se haya dado cuenta. En cuyo caso hubiera sido, o ha sido quizá, algo que no me ha despellejado la nariz. Pero el asunto es que no fue en mi sala de estar, ni presumo que haya roto las reglas de la sala de estar de ninguna otra persona. Fue en casa de Mike…, y con su esposa, según la ley común o cualquier otra; no hace falta ahondar en el asunto. Así que, ¿qué me importa eso a mí? ¿O a usted, de hecho? Si entra usted en la casa de un hombre, acepta las reglas de su hospitalidad. Ésa es una ley universal del comportamiento civilizado.

—¿Quiere decir que no lo encuentra ofensivo?

—Oh, acaba de plantear usted un tema completamente distinto. La exhibición pública de la lujuria es algo que considero muy desagradable, ya sea como participante o como espectador; pero asimilo que esto refleja mi educación primaria, nada más. Una minoría muy grande de la humanidad, posiblemente una mayoría, no comparte mis gustos sobre esta materia. Decididamente no…, porque la orgía posee una historia larga y amplísima, aunque no sea de mi agrado. Pero, ¿ofensiva?… Mi querido señor, sólo puedo considerar ofensivo lo que me ofende éticamente. Las cuestiones éticas están sujetas a la lógica; pero éste es un asunto de gusto y cabe aplicarle el viejo dicho: de gustibus non est disputandum[14].

—¿Opina usted que una copulación en público es un simple «asunto de gusto»?

—Exactamente. Respecto a lo cual admito que mi propio gusto, arraigado en mis enseñanzas primarias, reforzado por algo así como tres generaciones de hábito, y ahora, creo, calcificado más allá de toda posibilidad de cambio, no es más sagrado que el muy diferente gusto de Nerón. Menos sagrado aún, puesto que Nerón era un dios; yo no lo soy.

—Bueno, que me condenen…

—Probablemente, a su debido tiempo…, si es posible la condenación. Pero, Ben, eso no fue en público.

—¿Eh?

—Usted mismo lo ha dicho. Describió ese grupo como un matrimonio plural…, un grupo teógamo, para ser precisos. No fue público, sino enteramente privado. «No hay nadie aquí excepto nosotros los dioses». Así que, ¿cómo podía alguien sentirse ofendido?

—¡Yo me sentí ofendido!

—Eso fue porque su propia apoteosis fue menos completa que la de ellos. Me temo que le juzgaron por encima de sus posibilidades; les llevó usted a una conclusión errónea. Usted mismo les invitó a ello.

—¿Yo? Jubal, no hice nada de eso.

—«Tommy le pegó a mi muñeca…, yo le pegué en la cabeza con ella». El momento adecuado para echarse atrás fue cuando llegó, porque vio usted de inmediato que sus costumbres y actitudes no eran las propias. Pero se quedó allí…, y gozó de los favores de una diosa…, y se comportó como un dios con ella. En pocas palabras, captó el panorama, y ellos se dieron cuenta. Me parece que el error de Mike fue simplemente aceptar su hipocresía, tomándola por moneda de curso legal. Pero él tiene la debilidad, muy propia de los dioses, de no dudar nunca de sus «hermanos de agua». Incluso Júpiter cae en ello, y su debilidad…, ¿o es una fuerza?…, procede de su educación primaria; no puede evitarlo. No, Ben; Mike se comportó con una absoluta propiedad; la ofensa contra los buenos modales reside en la conducta de usted.

—Maldita sea, Jubal, está retorciendo de nuevo las cosas. Hice lo que tenía que hacer…, ¡estaba a punto de vomitar sobre su alfombra!

—Así que ahora alega que fue un movimiento reflejo. De acuerdo; sin embargo, cualquiera con una edad emocional por encima de los doce años hubiera encajado las mandíbulas, se hubiera ausentado discretamente al lavabo, con el peligro máximo de que se le obstruyeran los senos nasales, en vez de lanzarse presa del pánico hacia la puerta de la calle…, y hubiera regresado después, cuando el espectáculo hubiese terminado, con una excusa más o menos aceptable.

—Eso no hubiera sido suficiente. ¡Le digo que tuve que marcharme!

—Lo sé. Pero eso no fue reflejo. El reflejo puede vaciarle a uno el estómago, pero no puede impulsarle los pies hacia un camino determinado, moverle los brazos para recoger su ropa, llevarle a través de algunas puertas y hacerle saltar por un agujero sin mirar antes. Eso es pánico, Ben. ¿Por qué le dominó el pánico?

Caxton tardó largo rato en contestar. Luego suspiró y dijo:

—Supongo que fue eso, ahora que lo dice. Soy un puritano.

Jubal negó con la cabeza.

—Su comportamiento fue momentáneamente puritano, pero no por motivaciones puritanas. Usted no es un puritano, Ben. Un puritano es una persona que cree que sus propias reglas de decencia son leyes naturales. Usted se halla casi completamente libre de ese frecuente mal. Usted se acomoda, al menos con pasable urbanidad, a muchas cosas que no encajan con su código del decoro…, mientras que un puritano se habría sentido afrentado ya por aquella deliciosa dama tatuada y se hubiera ido pisando fuerte. Profundice más. ¿Quiere algún indicio?

—Hum, quizá fuera lo mejor. Todo lo que sé es que me siento confuso e infeliz respecto a toda la situación…, ¡por mí y también por Mike, Jubal!…, y es por eso por lo que me tomé un día libre para verle a usted.

—Muy bien. Establezcamos una cuestión hipotética para que usted la evalúe. Mencionó a una dama llamada Ruth a la que conoció de pasada…, un beso de hermandad y una conversación de unos pocos minutos, nada más.

—Sí.

—Supongamos que los actores en el salón hubieran sido Ruth y Mike. Que Gillian no hubiese estado presente. ¿Se habría sentido desagradablemente ofendido?

—¿Eh? ¡Demonios, sí, me habría sentido desagradablemente ofendido!

—¿Desagradablemente hasta qué punto? ¿Hasta la náusea? ¿Hasta el pánico y la huida?

Caxton adoptó una expresión pensativa, luego avergonzada.

—Supongo que no. Me habría sentido igualmente ofendido, sí. Pero supongo que simplemente me habría ido a la cocina o algo así…, y luego habría hallado alguna excusa para marcharme. Todavía me sigo sintiendo como un estúpido por haber salido de aquel modo.

—¿Hubiera buscado realmente una excusa para marcharse? ¿O hubiera esperado expectante su propia fiesta de «bienvenida a casa» de aquella noche?

—Bueno… —Caxton meditó unos instantes—. En realidad no pensé en nada de eso cuando ocurrió. Me sentía curioso, lo admito…, pero no estaba completamente decidido.

—Muy bien. Ahora ya tiene usted su motivación.

—¿De veras?

—Dígala usted mismo, Ben. Sáquela de donde está escondida y mírela…, y descubra cómo desea enfrentarse a ella.

Caxton se mordisqueó el labio y adoptó una expresión de infelicidad.

—De acuerdo. Me habría trastornado un poco si hubiera sido Ruth…, pero realmente no me habría sentido ofendido. Demonios, con sólo ojear los titulares de los periódicos uno puede sentirse ofendido por cualquier cosa, pero… Bueno, usted mismo lo expresó muy bien: algo que corta muy profundo acerca del bien y del mal. Maldita sea, si hubiera sido Ruth, quizá incluso habría echado una mirada…, aunque sigo pensando que habría abandonado la habitación. Esas cosas tendrían que ser…, o al menos yo creo que tendrían que ser… privadas —hizo una pausa—. Fue porque se trataba de Jill. Me sentí herido… y celoso.

—Al menos es usted sincero, Ben.

—Jubal, hubiera jurado que no estaba celoso. Sabía que había perdido…, y lo había aceptado. Fueron las circunstancias, Jubal. No me interprete mal ahora. Seguiría queriendo a Jill aunque fuera una puta de dos dólares, cosa que no es. Ese harén de manos unidas me trastorna malditamente. Pero, según sus propias luces, Jill es altamente moral.

Jubal asintió.

—Lo sé. Estoy seguro de que Gillian es incapaz de ser corrompida. Posee una invencible inocencia que le hace imposible el ser inmoral —frunció el entrecejo—. Ben, nos acercamos a las raíces de su problema. Me temo que usted…, y yo también, debo admitirlo…, carece de la angélica inocencia necesaria para practicar la moralidad perfecta bajo la que viven esas personas.

Ben pareció sorprendido.

—Jubal, ¿cree que lo que están haciendo es moral? ¿Todo eso, propio de monos en el zoo, y lo demás? Todo lo que quiero decir, es que Jill ignora realmente que lo que hace está mal. Mike ha conseguido hechizarla… y hasta el propio Mike, tampoco sabe que está actuando mal. Él es el Hombre de Marte, no tuvo un punto de partida honesto. Todo lo nuestro resulta extraño para él…, probablemente nunca ha llegado a asimilarlo.

Jubal pareció turbado.

—Acaba de suscitar una cuestión difícil, Ben. Pero le daré una respuesta directa. Sí, creo que lo que hace esa gente…, todo el Nido, no sólo nuestros chicos…, es moral. Tal como usted me lo describió. No he tenido oportunidad de examinar los detalles, pero sí lo creo. Orgías en grupo, abiertos y desvergonzados cambios de parejas…, su forma comunal de vivir y su código anarquista…, todo. Y muy especialmente, su desinteresada dedicación a ofrecer su perfecta moralidad a los demás.

—Jubal, me deja absolutamente abrumado —Caxton se rascó la cabeza y frunció el entrecejo—. Si ése es su criterio, ¿por qué no se ha unido a ellos? Será bienvenido; le desean a su lado, le están esperando. Le organizarán un jubileo… Dawn aguarda ansiosamente poder besarle los pies y servirle en todas las formas que usted le permita; y no estoy exagerando.

Jubal negó con la cabeza.

—No. Si eso hubiera sido hace cincuenta años, lo hubiera hecho. Pero… ¿ahora? Ben, hermano mío, el potencial para tamaña inocencia ha desaparecido hace mucho tiempo de mí, y no me estoy refiriendo a la potencia sexual, así que borre esa sonrisa cínica de su rostro. Quiero decir que llevo muchos años revoleándome en el fango de mi propia maldad y desesperanza para que ahora su agua de vida me limpie y me haga inocente de nuevo. Si es que alguna vez fui inocente.

—Mike cree que posee usted esa «inocencia», así es como él también la llama, totalmente y ahora. Dawn me lo dijo, hablando extraoficialmente.

—Entonces Mike me hace un gran honor; no debería desilusionarle. Mike ve su propio reflejo. Yo soy, por profesión, un espejo.

—Jubal… Lo que es, es un gallina.

—¡Exactamente, señor! Lo que más me preocupa es si esos inocentes pueden hacer que su esquema encaje en un mundo malvado. ¡Oh, se ha intentado antes!…, y cada vez el mundo los ha arrojado a un lado como ácido. Algo de los primitivos cristianos: anarquía, comunismo, matrimonio de grupo…, vaya, incluso ese beso de hermandad, posee un fuerte aroma de cristianismo primitivo. Puede que sea de ahí de donde lo cogió Mike, puesto que todas las formas que utiliza son abiertamente sincréticas, en especial ese ritual de la Madre Tierra —frunció el entrecejo—. Si recogió eso del cristianismo primitivo, y no sólo por la oportunidad de besar a las chicas, lo cual le encanta, lo sé…, entonces cabría esperar que los hombres besaran a los hombres también.

—Lo ha adivinado…, lo hacen. Pero no es un gesto homosexual. Fui atrapado una vez en ello; después conseguí eludirlo.

—¿De veras? Encaja. La Colonia Oneida era muy parecida al «Nido» de Mike. Consiguió durar bastante, pero con una escasa densidad de población, no como un enclave en una ciudad residencial. Ha habido muchas otras, todas con la misma triste historia: una planificación para compartir en forma perfecta y un amor perfecto, gloriosas esperanzas y altos ideales…, todo ello seguido por persecución y el fracaso final… —suspiró—. Me preocupó Mike antes; ahora estoy preocupado por todos ellos.

—¿Usted preocupado? ¿Cómo cree que me siento yo? Jubal, no puedo aceptar su teoría de la dulzura y la luz. ¡Lo que están haciendo es erróneo!

—¿De veras? Ben, es ese último incidente lo que no ha conseguido digerir usted.

—Hum…, quizá. No del todo.

—En su mayor parte. Ben, la ética del sexo es un problema espinoso, porque cada uno de nosotros ha de hallar una solución pragmática compatible con un ridículo, completamente impracticable y nocivo código público: la llamada «moralidad». La mayoría de nosotros sabemos, o sospechamos, que ese código público está equivocado, y lo violamos. Pero pagamos nuestro tributo aparentando estar de acuerdo en público y sintiéndonos culpables por quebrantarlo en privado. Queramos o no, ese código nos gobierna, nos pone alrededor del cuello un albatros muerto y pestilente. Usted piensa en sí mismo como un alma libre, lo sé, y también rompe ese código nocivo. Pero enfrentado a un problema de ética sexual nuevo para usted, lo sitúa inconscientemente delante del mismo código judeo-cristiano que usted conscientemente rechaza obedecer. Todo ello de una forma tan automática que empieza a sentir arcadas, y pese a todo llega a la conclusión, y sigue creyéndolo, de que sus reflejos demuestran que usted está «en lo cierto» y los demás «se equivocan». ¡Uf! El utilizar su estómago para probar la culpabilidad no es más que otra variante del juicio de Dios. Todo lo que su estómago puede reflejar son los prejuicios que le inculcaron antes de que tuviese uso de razón.

—¿Y qué me dice de su estómago?

—El mío es tan estúpido como el suyo…, pero no le permito que gobierne mi cerebro. Al menos, puedo ver la hermosura del intento de Mike de proyectar una ética humana ideal, y aplaudo su reconocimiento de que un código así debe estar fundado en un comportamiento sexual ideal, aunque exija cambios tan radicales en las costumbres sexuales como para asustar a la mayoría de la gente, incluido usted. Por eso le admiro… Debería proponerlo como miembro de la Sociedad Filosófica. La mayor parte de los filósofos morales suponen, consciente o inconscientemente, que nuestro código sexual cultural es esencialmente correcto: familia, monogamia, continencia, el postulado de intimidad que tanto le trastornó a usted, restricción de las relaciones sexuales al lecho matrimonial, etcétera. Una vez estipulado nuestro código cultural como un conjunto, juguetearon con los detalles…, ¡hasta insignificancias tales como discutir si el pecho femenino era o no una visión «obscena»! Pero sus debates principales se refirieron a cómo el animal humano podía ser inducido o forzado a obedecer este código, ignorando imperturbablemente las altas posibilidades de que los corazones rotos y las tragedias que presenciaban a su alrededor tuvieran su origen en el propio código antes que en el fracaso en respetarlo.

»Y ahora llega el Hombre de Marte, examina ese código sacrosanto…, y lo rechaza in toto[15]. No capto exactamente cuál es el código sexual de Mike, pero resulta claro, por lo poco que me ha dicho usted, que viola las leyes de todas las naciones importantes de la Tierra y ultrajará la «honesta forma de pensar» de los que observan las normas de todas las principales religiones…, y de muchos agnósticos y ateos también. Y, sin embargo, ese pobre muchacho…

—Jubal, se lo repito…, no es ningún muchacho, es un hombre.

—¿Es un hombre? Me lo pregunto. Ese pobre sucedáneo marciano está diciendo, según su informe, que el sexo es una forma de ser felices juntos. Hasta aquí estoy de acuerdo con Mike: el sexo debería ser un medio hacia la felicidad. Lo peor acerca del sexo es que lo utilizamos para hacernos daño los unos a los otros. Jamás debería hacer daño; sólo debería traer felicidad o, por lo menos, placer. No hay ninguna buena razón por la cual debería ser menos que eso.

»E1 código dice: No desearás la mujer de tu prójimo. ¿Y el resultado? Castidad reluctante, adulterio, celos, amargas peleas familiares, golpes y a veces asesinatos, hogares deshechos y niños traumatizados…, pequeñas insinuaciones furtivas en los bailes de los clubes de campo y lugares así, que degradan tanto a la mujer como al hombre, se consumen o no. ¿Se obedeció alguna vez esa prohibición? Me refiero al mandamiento de «no desear». Me lo pregunto. Si un hombre me jurara sobre un montón de sus propias Biblias que se había abstenido de desear la mujer de su prójimo porque el código se lo prohibía, me atrevería a suponer que es un tipo que se engaña a sí mismo, o un subnormal sexual. Cualquier hombre lo bastante viril como para procrear ha codiciado muchas, muchas mujeres, tanto si ha hecho algún avance al respecto como si no lo ha hecho.

»Y ahora llega Mike y dice: No es necesario que desees a mi mujer. ¡Ámala! Su amor no conoce límites, todos lo tenemos todo por ganar, y nada que perder excepto el miedo y el pecado, el odio y los celos. Esta proposición es tan ingenua que resulta increíble. Por todo lo que yo recuerdo, sólo la precivilización de los esquimales fue alguna vez tan ingenua…, y sus miembros estaban tan aislados del resto de nosotros que casi podrían ser calificados como «hombres de Marte». Sin embargo, pronto les transmitimos nuestras virtudes y ahora, en vez de su alegre compartir, tienen la misma castidad y el mismo adulterio que el resto de nosotros. Me pregunto qué salieron ganando. ¿Qué piensa usted, Ben?

—No tengo ningún interés en ser esquimal, gracias.

—Ni yo. El pescado podrido me produce bilis.

—Bueno, sí…, pero yo pensaba en el agua y el jabón. Supongo que soy decadente.

—También yo, Ben. Nací en una casa con menos cañerías que un iglú, y no quiero repetir mi infancia. Aunque supongo que las narices endurecidas por el hedor de la grasa de ballena podrida no se sentirán molestas por el olor de los cuerpos humanos sin lavar. Pero, de todos modos, y pese a su curiosa cocina y sus lamentables posesiones, los esquimales han sido siempre considerados el pueblo más feliz de la Tierra. Jamás podremos estar seguros de por qué eran felices, pero sí podemos afirmar absolutamente que cualquier desdicha que sufrieran no estaba causada por los celos sexuales. Se prestaban sus esposas los unos a los otros, tanto por conveniencia como simplemente para divertirse, y eso no les hacía desgraciados.

»Uno se siente tentado a pensar: ¿quién es más lunático? ¿Mike y los esquimales, o el resto de nosotros? No podemos juzgar por el hecho de que usted y yo no tenemos estómago para practicar ese deporte de grupo; nuestros gustos canalizados son irrelevantes. Pero eche un vistazo a este malhumorado mundo que le rodea y luego dígame: los discípulos de Mike, ¿parecen más felices o más desgraciados que las demás personas?

—Hablé sólo con más o menos una tercera parte de ellos, Jubal, pero…, sí, son felices. Tan felices que me parecieron atolondrados. Pero no confío en ello. Tiene que haber una trampa en alguna parte.

—Hum…, quizá la trampa fuera usted mismo.

—¿Cómo?

—Estaba pensando que es una pena que sus gustos se hayan visto canalizados siendo tan joven. Ahí estaba, lloviendo sopa a su alrededor…, y usted atrapado sin una cuchara. Incluso tres días de lo que le estaban ofreciendo, a lo que le estaban incitando…, hubieran sido algo que atesorar cuando alcanzase mi edad. ¡Y usted, joven idiota, permite que los celos le expulsen de allí! Créame, a sus años yo me habría convertido en esquimal a lo grande, agradecido de que se me ofreciera un permiso de libre circulación en vez de tener que asistir a la iglesia y estudiar marciano para calificarme. Me siento tan indirectamente vejado por su acción, que mi único consuelo es la hosca certidumbre de que lamentará lo que ha hecho. La edad no proporciona sabiduría, Ben, pero sí perspectiva…, y la más triste perspectiva de todas es ver hasta muy lejos, muy lejos detrás de ti, las tentaciones que dejaste pasar por tu lado. Yo también tengo esos remordimientos, pero todos ellos juntos no son nada comparados con la terrible paliza de remordimientos que estoy felizmente seguro de que va a sufrir usted.

—¡Oh, por el amor de Dios, deje de restregármelo!

—¡Cielos, hombre! ¿O es un ratón? No le estoy restregando nada; sólo estoy intentando hacerle ver lo obvio. ¿Por qué está aquí sentado gimiéndole a un viejo, cuando lo que debería hacer es encaminarse inmediatamente al Nido, como una paloma que vuelve volando a su casa? ¡Antes de que los polis arrasen el lugar! Demonios, si yo tuviese aunque sólo fuesen veinte años menos, yo también me uniría a la Iglesia de Mike.

—Hábleme de eso, Jubal. ¿Qué opina realmente de la Iglesia de Mike?

—Usted me dijo que no era una Iglesia…, sólo una disciplina.

—Bueno…, sí y no. Se supone que está basada en la Verdad, con «V» mayúscula, tal como Mike la recibió de los Ancianos de Marte.

—Los Ancianos, ¿eh? Para mí siguen siendo pura basura.

—Mike cree en ellos.

—Ben, en una ocasión conocí a un fabricante que creía que consultaba con el fantasma de Alexander Hamilton todas sus decisiones de negocios. Lo único que demuestra eso es que él lo creía. Sin embargo… ¡Maldita sea!, ¿por qué tengo que convertirme siempre en el abogado del diablo?

—¿Qué es lo que le remuerde ahora?

—Ben, el más inmundo de los pecadores es el hipócrita que convierte la religión en un fraude organizado. Pero debemos dar al demonio lo que es suyo. Mike cree en esos Ancianos, y no está montando un fraude. Está enseñando la verdad tal como él la ve, aunque haya considerado conveniente tomar prestadas cosas de otras religiones para ilustrar sus enseñanzas. Ese rito de «La Madre de Todos», por muy poco que me guste, parece que tiene simplemente por misión ilustrar la universalidad del Principio Femenino, independientemente de nombre y forma. Lo cual es bastante honesto. En cuanto a sus Ancianos, por supuesto no sé si existen o no; simplemente considero difícil de tragar la idea de que todo planeta esté regido por una jerarquía de fantasmas. Por lo que se refiere a su credo del «Tú eres Dios», para mí no resulta más creíble o increíble que cualquier otro. Es posible que el día del Juicio Final, si llega, descubramos todos que ese espantajo del Dios del Congo era el Gran Jefe desde un principio.

»Todos los nombres se hallan aún en el sombrero, Ben. El hombre consciente de sí mismo ha sido creado de tal forma que no puede imaginar su propia extinción, y esto conduce automáticamente a una infinita invención de religiones. Mientras esta involuntaria convicción de inmortalidad no demuestre por algún medio que la inmortalidad es un hecho, las preguntas generadas por esta convicción son abrumadoramente importantes, podamos responderlas o no, o demostrar las respuestas que sospechamos. La naturaleza de la vida, cómo se introduce el ego en el cuerpo físico, el problema del ego en sí mismo y por qué cada ego parece ser el centro del universo, la finalidad de la vida, la finalidad del universo… Ésas son cuestiones importantes, Ben; nunca pueden ser triviales. La ciencia no puede, o no lo ha conseguido todavía, resolver ninguna de ellas…, ¿y quién soy yo para burlarme de las religiones por intentar resolverlas, aunque sus explicaciones no me parezcan convincentes?

»El viejo Espantajo todavía puede devorarme; no puedo echarlo a un lado porque no se hayan erigido en su honor fantásticas catedrales. Ni puedo desdeñar a un muchacho tocado por la divinidad, que capitanea un culto sexual en un ático completamente acolchado: puede ser el Mesías. La única opinión religiosa de la que me siento seguro es ésta: ¡la autoconsciencia no es sólo un puñado de aminoácidos chocando unos contra otros!

—¡Caramba! Jubal, hubiera debido ser usted predicador.

—Me lo perdí por el filo de una navaja, muchacho…, y le agradeceré que mantenga una lengua educada dentro de su cabeza. Le diré una palabra más en defensa de Mike, y luego lo arrojaré a merced del tribunal. Si es capaz de mostrarnos una forma mejor para gobernar este enmarañado planeta, su vida sexual queda vindicada de una forma automática, independientemente de los gustos suyos o míos. Los genios son notoriamente indiferentes a las costumbres sexuales de la cultura en que se hallan; promulgan sus propias leyes. Esto no es una opinión, fue demostrado por Armattoe allá en 1948. Y Mike es un genio; lo demuestra en más de una forma. En consecuencia, puede esperarse que haga caso omiso de la señora Gazmoñería y avance por el camino que crea más conveniente para él. Los genios se muestran justificablemente desdeñosos de las opiniones de sus inferiores.

»Y, desde el punto de vista teológico, la conducta sexual de Mike es tan kosher como un pescado en viernes, tan ortodoxa como Santa Claus. Predica que todas las criaturas vivas son colectivamente Dios; eso hace de él y sus discípulos los únicos dioses conscientes de sí mismos en este panteón…, lo cual les adjudica una tarjeta de afiliación al sindicato, según las reglas para la divinidad en este planeta. Estas reglas siempre permiten a los dioses disponer de una libertad sexual limitada sólo por su propio juicio; las reglas mortales nunca se aplican. ¿Leda y el Cisne? ¿Europa y el Toro? ¿Osiris, Isis y Horus? ¿Los increíbles juegos incestuosos de los dioses escandinavos? Eche una buena mirada a las relaciones familiares del Uno y Trino de la más ampliamente respetada religión occidental… Y no citaré las religiones orientales; ¡sus dioses hacen cosas que no toleraría un criador de visones!

»La única forma en que las extrañas interrelaciones de los distintos aspectos de lo que significa ser un monoteísta pueden reconciliarse con los preceptos de la religión, es aceptando que las reglas para la deidad en esos asuntos no son las mismas reglas que para los vulgares mortales. Por supuesto, la mayoría de la gente no piensa en ello; lo compartimentan en su mente y lo etiquetan: Sagrado — No molestar.

»Pero es preciso concederle a Mike la misma dispensa concedida a todos los demás dioses. Hay reglas para este juego: un dios único se divide al menos en dos partes: masculina y femenina, y procrea. No únicamente Jehová; todos lo hacen. Por el contrario, un grupo de dioses procrearán como conejos, sin que les importen mucho las formalidades humanas. Una vez ingresado Mike en el negocio de la divinidad, esas orgías de su grupo eran algo tan lógico y seguro como que el domingo sigue al sábado. Así que deje de utilizar los estándares de Podunk y juzgúelos solamente por la moral olímpica; creo que entonces descubrirá que han estado mostrando una sorprendente moderación. Además, Ben, este «acercamiento» a través de la unión sexual, esta unidad en la pluralidad y pluralidad de vuelta a la unidad, no puede tolerar la monogamia dentro del grupo divino. Cualquier emparejamiento que excluyera a los demás sería inmoral y obsceno, bajo el credo postulado. Y si ese congreso sexual compartido por todos es esencial para su credo, como asimilo que tiene que serlo, entonces, ¿por qué espera que escondan esta sagrada unión detrás de una puerta? Su insistencia de que deberían esconderse convertiría un rito sagrado, cosa que era, en algo obsceno, cosa que no era. Usted simplemente no comprendió lo que estaba sucediendo.

—Tal vez no —admitió Ben, hosco.

—Voy a ofrecerle un premio de tapa de cereal, como incentivo. Se preguntaba cómo consiguió Mike desembarazarse tan rápidamente de sus ropas. Se lo diré.

—¿Cómo?

—Fue un milagro.

—Oh, por el amor de Dios…

—Pudo serlo. Le apuesto mil dólares a que fue un milagro según las reglas usuales de los milagros…, y usted mismo decide el resultado. Vuelva y pregúntele a Mike cómo lo hizo. Pídale que le haga una demostración. Luego me envía el dinero.

—Demonios, Jubal… No quiero ganarle de esa forma.

—No lo hará. Poseo información de índole interna. ¿Apuesta o no?

—No, maldita sea. Jubal, vaya usted allí y vea de qué se trata. Yo no puedo volver…, no ahora.

—Le recibirán con los brazos abiertos, y ni siquiera le preguntarán por qué se marchó tan bruscamente. Van otros mil a esto también. Ben, estuvo usted allí menos de un día, unas quince horas…, y pasó más de la mitad del tiempo durmiendo y jugando a la pata coja con Dawn. ¿Les echó acaso una buena mirada? ¿Usó la meticulosa investigación que le dedica a alguien de la vida pública que huele mal, antes de crucificarlo en su columna?

—Pero…

—¿Lo hizo o no lo hizo?

—No, pero…

—¡Oh, por el amor de Dios, Ben! Afirma usted que está enamorado de Jill…, y, sin embargo, no le concede siquiera la misma consideración que le concede a un político deshonesto. Ni una décima parte del esfuerzo que ella hizo por ayudarle a usted cuando estaba secuestrado. ¿Dónde se hallaría usted ahora si esa muchacha no se hubiese preocupado por usted como lo hizo? ¡Criando malvas! La emprende con esos chicos por culpa de un poco de fornicación amistosa, pero…, ¿sabe lo que realmente me preocupa a mí?

— ¿Qué?

—Jesucristo fue crucificado por predicar sin permiso de la policía. Piense bien en eso.

Caxton se puso en pie.

—Me voy.

—Hágalo después del almuerzo.

—No. Ahora.


Veinticuatro horas más tarde, Ben envió a Jubal un giro telegráfico de dos mil dólares. Cuando, al cabo de una semana, Jubal no recibió ningún otro mensaje, remitió una comunicación a la oficina de Ben: «¿Qué diablos está haciendo?».

La respuesta tardó un poco en llegar: «Estudio marciano y las reglas de la pata coja. Fraternalmente suyo, Ben».

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