PRIMERA PARTE 1999

1

En la tarde de aquel jueves de marzo, la lluvia caía sin parar y el pueblo estaba velado por unas deprimentes nubes grises y bajas. Stuart Gratton, de espaldas a la calle, estaba sentado a una pequeña mesa junto al amplio ventanal de la librería; cada tanto se volvía para echar un vistazo fuera, al lento movimiento de los coches y camiones y a los peatones de mirada esquiva que pasaban entre los charcos con los paraguas encajados sobre los hombros.

En la mesa, ante él, había una copa casi vacía y, junto a ésta, una botella pequeña de vino del Rin, medio llena. Al lado de la botella, en una fina copa de champaña, una única rosa roja se mantenía muy erguida en el agua. A la derecha de Gratton se veía una pila de ejemplares en cartoné de su másreciente libro, The Exhausted Rage, un reportaje que relataba las experiencias de algunos de los hombres que habían participado en la Operación Barbarroja, la invasión de la Unión Soviética llevada a cabo por el ejército alemán en 1941. A la izquierda del escritor, en el borde de la mesa, había dos pilas más pequeñas de ejemplares de otros dos de sus libros, ambos reeditados en rústica al mismo tiempo que el nuevo de tapa dura. Uno de los títulos era The Last Day of War, el libro que, publicado en 1981, había consolidado la reputación de su autor y que se reimprimía regularmente desde entonces. El otro se llamaba The Silver Dragons, un reportaje escrito a partir de los relatos de los soldados y aviadores que habían combatido en la guerra chino-norteamericana a mediados de la década de 1940.

El bolígrafo de Gratton descansaba sobre la mesa junto a la mano del autor.

El gerente de la librería, un hombre atento y claramente incómodo cuyo nombre apenas recordaba Gratton —tal vez fuera Rayner—, estaba de pie junto a él cuando había comenzado la sesión de firma de ejemplares, hacía media hora, pero unos minutos después lo llamaron para que atendiera alguna cuestión. Ahora, Gratton podía verlo en el otro extremo de la librería, aparentemente ocupado con algún problema relacionado con la caja registradora o el ordenador. El responsable de área de su editor, quien se suponía que debía acompañar a Gratton para ayudarlo durante la sesión de firmas, había llamado desde su teléfono móvil para decir que había habido un accidente en la M1 y que llegaría tarde. La librería, situada en una calle lateral pero cerca de la sede central y de las grandes tiendas de Buxton, no estaba muy concurrida. De vez en cuando, llegaban algunas personas bajo la lluvia, miraban curiosamente al escritor y el póster pegado en la pared junto a él en el que se anunciaba la sesión de firmas, pero ninguno de ellos parecía interesado en comprar sus libros. Incluso, uno o dos de ellos se alejaron incómodosal darse cuenta de que él estaba sentado allí.

No había sido así cuando había comenzado a firmar: dos o tres personas habían estado esperándolo, entre ellos un amigo suyo, Doug Robinson, quien, generosamente, había conducido desde su casa en Sheffield para darle apoyo moral. Doug, diciendo que debía reemplazar su viejo y gastado ejemplar, incluso había comprado uno de los libros encuadernados en rústica. Agradecido, Gratton se lo había firmado; lo mismo había hecho con los títulos que habían comprado los otros clientes, pero todos se habían marchado ya. Doug y él habían acordado encontrarse más tarde en el bar The Thistle, dos puertas más abajo en la misma calle. Rayner, el gerente, le había pedido que firmara algunos ejemplares adicionales, para tener en stock, y tres o cuatro más para enviar por correo a algunos clientes que los habían pedido hacía algún tiempo, pero eso había sido todo. Seguramente, en alguna parte, la gente debía de estar comprando sus libros; su obra tenía buenas ventas. En su campo, Gratton estaba considerado como uno de los principales autores. Sin embargo, pocos de sus lectores parecían haberse dado cita en Buxton en esa lúgubre tarde de lluvia.

Gratton estaba lamentando haberse prestado una vez más a una sesión de firmas. Él ya había acometido similar tarea en el pasado, así que debería haber sabido lo que iba a pasar. Lo que empeoraba las cosas esta vez era el hecho de que había acortado un viaje de investigación en el extranjero para llegar a tiempo al compromiso. En el largo vuelo a través del Atlántico había pasado por varios husos horarios, por lo que, además, estaba cansado por la falta de sueño y se sentía agobiado por el trabajo atrasado que se había ido acumulando mientras estaba fuera. En el humor introspectivo en que se hallaba, de repente recordó a su esposa Wendy, que había muerto hacía dos años. A ella le gustaba aquella librería y acostumbraba comprar allí la mayor parte de sus libros. Él casi no se había acercado a la tienda desde que ella murió. Obviamente, durante ese tiempo había habido algunos cambios: nuevas estanterías y vitrinas, iluminación más brillante, algunas mesas y sillas en las que los clientes podían sentarse a leer.

Cuando todavía faltaban veinte minutos para que acabara oficialmente la sesión de firmas, Gratton vio a una mujer que entraba en la librería; llevaba un gran sobre acolchado bajo el brazo. Echó una rápida mirada a todo el local, vio a Gratton sentado a la mesa y empezó a caminar directamente hacia él. Durante un momento, se miraron el uno al otro. Tanto el pelo como su ropa, lo mismo que el sobre acolchado, estaban empapados por la lluvia. Gratton tuvo la ilusoria sensación de que había visto antes a esa mujer, de que ya se habían encontrado en alguna parte.

—Por favor, quisiera comprar uno de éstos —dijo ella mientras se inclinaba para coger un ejemplar de The Last Day of War. Algunas gotas de agua cayeron sobre la mesa—. ¿Lo pago aquí mismo?

—No, deberá llevarlo a la caja —respondió Gratton, sorprendido gratamente al verse por fin haciendo algo—. ¿Le gustaría que se lo firmase?

—Sí, por favor. Usted es Stuart Gratton, ¿no es así?

—Así es —dijo, abriendo el libro y empezando a escribir en la portada.

—Antes de morir, mi padre era uno de sus más ávidos lectores —dijo ella de corrido, mientras él continuaba firmando—. Él pensaba que, al registrar esas experiencias, usted estaba haciendo un trabajo importante.

—¿Le gustaría que le dedicara el libro? Quiero decir, ¿con su nombre?

—No... sólo la firma, por favor. —Ella torció el cuello para ver qué escribía, después dijo—: En realidad, he venido a verle en relación con mi padre. —Hizo un gesto en dirección al póster en la pared junto a él—. Hace unos días estuve en esta tienda y me enteré de que usted iba a venir. Vivo en Bakewell, por lo tanto no debía perder esta oportunidad.

Gratton terminó poniendo la fecha en el libro. Entregó el ejemplar a la mujer.

—Muchas gracias —dijo él.

—Papá también estuvo en la guerra —dijo ella, siempre hablando con rapidez—. Escribió sobre sus experiencias en unos cuadernos de notas, y yo me preguntaba si usted podría estar interesado... —Hizo un gesto indicando el sobre acolchado que había llevado.

—No estoy en condiciones de conseguir que publiquen sus notas —dijo Gratton.

—No se trata de eso. Pensaba que usted podría estar interesado en leerlas. He visto su anuncio.

—¿Dónde lo vio?

—Me lo envió un viejo compañero de armas de mi padre. Él lo había encontrado en una revista llamada RAF Flypast.

—Su padre se llamaba Sawyer, ¿no es cierto?

—Sí, eso es. Yo también me llamo Sawyer. Es mi nombre de soltera. Vi su anuncio y pensé que las notas de mi padre podían ser lo que usted estaba buscando.

—¿Y durante la guerra estuvo en el Mando de Bombardeo?

—Sí, justamente. —Empujó el gran sobre en dirección a él—. Mire, debo decirle que yo no he leído las notas. Nunca he podido descifrar su letra manuscrita. Él no hablaba mucho de su trabajo pero se pasaba horas en su habitación, escribiendo sin cesar. Se retiró hace muchísimo tiempo y vivió solo durante varios años, pero al final se vino a vivir conmigo y mi marido. Estuvo con nosotros los últimos dos años y medio de su vida. Siempre estaba escribiendo sus cuadernos de notas. En realidad nunca le presté mucha atención porque su actividad hacía que no lo tuviera encima de mí continuamente. Tal vez usted haya tenido alguna experiencia similar...

—No. Nada parecido. Mis padres murieron hace algunos años.

—Bueno, papá me dijo una vez que pondría todo por escrito, su vida entera, el tiempo que había pasado en la Fuerza Aérea, todo lo que había hecho. Eso era otro inconveniente para mí. La mayor parte de lo que escribió trata sobre la guerra, y ese tema nunca me interesó. Pero entonces me enviaron su anuncio..., así que, bueno, aquí estoy.

Gratton miró el mojado sobre acolchado que descansaba sobre la mesa.

—¿Son los originales? —preguntó.

—No. Los originales son dos docenas de cuadernos escolares, de esos corrientes. Están desparramados en su viejo dormitorio, juntando polvo. Podría dejarle los originales si los necesitara, pero lo que le he traído son fotocopias. Pensé que si resultaba que el material no le era útil, siempre podría reciclar las hojas de papel.

—Bueno, gracias... humm...

—Angela Chipperton. Señora Angela Chipperton. ¿Cree que papá es el hombre por el que usted se interesaba?

—Es imposible saberlo hasta que haya leído lo que escribió. Tengo cierta curiosidad acerca de un tema con el que me encontré. Como usted sin duda sabe, Sawyer es un apellido frecuente. Ya he recibido diez o doce respuestas a mi anuncio, pero he estado fuera y todavía no he podido ocuparme de ellas. Leeré las memorias de su padre tan pronto como pueda. ¿Ha escrito una dirección para que pueda ponerme en contacto con usted?

—He incluido una carta de presentación con mi dirección.

—Le estoy sinceramente agradecido, señora Chipperton —dijo Gratton, y se puso de pie.

—Lamento preguntarle esto —dijo ella mientras se daban la mano—, pero hay alguna posibilidad de que... quiero decir, si el material resulta útil para publicar y hay alguna posibilidad de pago, ¿podría yo...?

—Leeré el manuscrito y le haré saber lo que pienso. Pero, en realidad, las memorias de guerra no tienen mucho mercado en estos días, a menosque hayan sido escritas por una persona famosa.

—Verá, cuando vi su anuncio me pregunté si podría ser éste el caso. Para mí, él no era más que papá, pero pienso que tal vez pudo estar involucrado en algo importante durante la guerra.

—No lo creo. Nunca he visto referencias a nadie llamado Sawyer en los trabajos conocidos sobre la guerra. Pienso que él debió de ser sólo un aviador más. Por eso he publicado un anuncio, para tener información, para ver qué puedo encontrar. Es posible que aquí no haya nada. Y, por supuesto, que su padre no sea la persona que busco. Pero si encontrara algo importante, puede estar segura de que se lo haré saber.

Después de esto, ella se marchó rápidamente, y Gratton reanudó su guardia ante la ventana de la librería.

2

Al día siguiente, Gratton descubrió que el sobre acolchado de la señora Chipperton contenía más de trescientas hojas sin numerar, fotocopiadas, como ella había dicho, de cuadernos escolares pautados. En las fotocopias, las pautas impresas en el papel habían salido con una intensidad casi igual a la de las palabras escritas, algo que prometía unas cuantas horas de ardua lectura, un riesgo profesional que corren los investigadores de historias populares. La letra era pequeña y al menos parte de ella era regular y clara, pero había varios pasajes en los que se volvía desastrada y era apenas legible. El deficiente fotocopiado de otras partes del trabajo hacía pensar que habían sido hechas conlápiz. Gratton echó un vistazo a algunas de las páginas y luego las devolvió al sobre acolchado. Cogió la carta de presentación y la puso en su archivo de correspondencia. Ella vivía en Bakewell, un pequeño pueblo de Derbyshire al otro lado de Buxton, en la carretera de Chesterfield.

Hasta aquel momento, Gratton había sabido de la existencia de más o menos una docena de oficiales y soldados llamados Sawyer que habían participado enoperaciones aéreas contra blancos alemanes en el Mando de Bombardeo de la RAF durante la década de 1940. Casi todos esos hombres ya habían muerto, y unos pocos de ellos habían dejado alguna carta o fotografía que daban testimonio de sus experiencias. Gratton ya había podido eliminar la mayor parte de esos testimonios. El resto necesitaba ser investigado más minuciosamente. El escrito del padre de la señora Chipperton parecía prometedor, pero la mera extensión del texto era desalentadora.

Gratton puso el sobre acolchado sobre la pila junto a su escritorio. Más tarde leería todo el material. La mayor parte de él, que le había sido enviado en respuesta al anuncio sobre la indagación Sawyer, le estaba esperando a su regreso del extranjero, un trabajo adicional que debería haber previsto. Esta vez, su viaje había sido largo y provechoso; había conseguido varias entrevistas y una buena cantidad de material de archivo, aunque para eso había sido necesario viajar bastante: primero a Colonia, Frankfurt y Leipzig; después, de Alemania a Bielorrusia y Ucrania —Brest, Kiev y Odessa—; luego hacia el norte, a Suecia; finalmente, diez tensos días en Estados Unidos, visitando Washington DC, Chicago, St. Louis, acosado por suspicaces agentes cada vez que subía a un tren transcontinental o, cuando cogió un avión para un breve vuelo interno, al pasar por un aeropuerto. Para los visitantes extranjeros, era cada vez más difícil viajar dentro de Estados Unidos, en parte debido a las restricciones generales, pero sobre todo por la extendida desconfianza que despertaba cualquier persona llegada desde Europa. Para Gratton éste era otro riesgo profesional que debía asumir, pero los grandes retrasos ocasionados por las autoridades aduaneras y de inmigración norteamericanas cada vez que se entraba o salía de Estados Unidos se habían convertido en una importante molestia. Aparte de las cada vez más dificultosas condiciones de viaje, sus investigaciones implicaban la coincidencia de sus itinerarios con los más usuales entre los jubilados, cada día más numerosos, y sus viudas e hijos adultos.

Sin embargo, también era gratificante comprobar cuán necesario continuaba siendo su trabajo. Además de la montaña de cartas y paquetes que le esperaba en el vestíbulo a suregreso, había varios cientos de correos electrónicos acumulados en la bandeja de entrada de su servidor y una buena cantidad de mensajes en el contestador telefónico. Muchos de esos mensajes sonaban irritados debido a que las personas que los habían dejado no habían podido contactar con él por su teléfono móvil: según cómo se mirara, era una ventaja que los móviles europeos todavía fueran inútiles en Estados Unidos, mientras la desregulación continuaba en debate.

Contento de estar en casa y libre para trabajar una vez más, Gratton dedicó dos días a poner sus cosas en orden. Etiquetó y fichó las cintas más recientes, luego las empaquetó para enviarlas a la agencia de transcripción. Mientras hacía esto, volvió a ver el enorme manuscrito de Sawyer. Se sentía tentado de leerlo por lo que había vislumbrado de lo detallado de ciertos pasajes. A largo plazo, ahorraría tiempo si encargaba a algún profesional que se ocupara de transcribir el escrito; la agencia con la que trabajaba tenía a alguien especializado en descifrar documentos hológrafos. Después de haber pensado en esa alternativa ya no había vuelta atrás. Escribió a la señora Chipperton y le pidió que le mandara los cuadernos originales. Incluyó en el sobre un documento formal de derechos de publicación, que le permitía encargar la realización de la transcripción y, en caso de que fuera necesario, la eventual utilización de citas extraídas del original.

Todo esto le hizo pensar otra vez en el problema Sawyer. En su cuarta mañana en casa, se sentó ante el ordenador y, con mucho cuidado, redactó una carta para uno de sus antiguos entrevistados.

3

Capitán retirado Samuel D. Levy

Apartado de correos 273

Antananarivo (República de Masada)


Querido capitán Levy:

Espero que se acuerde de mí. Hace unos ocho años lo entrevisté sobre sus experiencias mientras volaba con la Fuerza Aérea de Estados Unidos en las campañas de 1942-1943 en China y Manchuria. Usted tuvo la amabilidad de dedicarme varias horas de su tiempo. De aquellas conversaciones pude extraer un excelente material sobre las misiones de bombardeo en las que usted participó: los ataques aéreos contra los bastiones japoneses de Nanking y Chiang. Utilicé la mayor parte de ese material en mi historia de la campaña llamada The Silver Dragons: the 9th US Army Air Force in China. Recuerdo que en su momento pedí a mis editores que le enviaran un ejemplar de regalo del libro. Desde entonces nunca he vuelto a saber nada de usted así que, en caso de que no hubiera recibido aquel ejemplar, le envío aquí uno de una reciente reedición en rústica. Al igual que en las anteriores ediciones, suentrevista aparece destacada en los primeros capítulos.

Ahora permítame que vaya al grano.

Últimamente me he interesado por la vida y la carrera de un hombre que participó en la guerra. Se trata del teniente aviador Sawyer (no conozco su nombre de pila, ni siquiera sus iniciales). Al señor Sawyer le rodea cierto misterio. Lo descubrí leyendo a Winston Churchill. Vi un primer indicio del enigma en el segundo tomo de las memorias de guerra de Churchill, Su hora más gloriosa, aquí le envío también una fotocopia del documento pertinente. Es del Apéndice B del volumen, que contiene las notas y comunicaciones del gabinete Churchill durante el período. Esta nota, enviada a varios miembros del gabinete de guerra, está fechada el 30 de abril de 1941. Churchill describe a Sawyer como un objetor de conciencia que al mismo tiempo era un piloto en activo de bombardeo de la Real Fuerza Aérea. Esta circunstancia le pareció curiosa, y lo mismo me pasó a mí. Lo que también me interesó de este fragmento es el hecho de que nunca tropecé con el nombre de Sawyer en ninguna de mis investigaciones. Tampoco Churchill vuelve a referirse a este misterio.

A partir de Churchill, puedo deducir que, en 1941, Sawyer servía como oficial en la RAF; probablemente también antes de entonces, y posiblemente después. Esta información hizo sonar una lejana campana, lo que me hizo repasar el material de entrevistas con ex miembros de la RAF que tenía en mi archivo. Efectivamente, en una de las cintas que grabé con usted encontré una referencia a un hombre llamado Sawyer. Usted hablaba de su formación profesional, antes de irse a Estados Unidos para unirse al Ala Commonwealth de la USAAF para la invasión norteamericana de las islas en poder de Japón. Eso debió de ser en el verano de 1941, cuando la mayor parte de ex pilotos de la RAF firmaron contrato con los norteamericanos.

Por lo tanto me pareció probable que en abril usted aún estuviera sirviendo en la RAF, lo cual es una coincidencia que no puedo pasar por alto. Del contexto que surge de la grabación, parecería como si el Sawyer que usted conoció en Inglaterra fuera un oficial, tal vez un piloto, pero no queda claro si él formaba parte de su tripulación. Me gustaría mucho saber si el Sawyer que usted conoció es el mismo por el que Churchill se interesó brevemente. Si fuera así, ¿conoció usted bien a Sawyer? ¿Qué recuerdos tiene de él?

Estoy seguro de que está usted muy ocupado y por lo tanto no espero que conteste extensamente a esta carta. Si la historia de Sawyer reviste suficiente interés, intentaría conseguir un contrato con mi editor para publicar un libro sobre él. Si esto llegara a suceder y a usted le pareciera bien, yo podría viajar a Madagascar especialmente para este asunto; lo visitaría y grabaría en cinta sus palabras como la vez anterior.

Apenas estoy empezando a investigar sobre el señor Sawyer, por lo que supongo que habrá muchas otras pistas que explorar. La posibilidad de que haya una conexión entre usted y él es bastante remota. Debe de haber muchos miembros de la RAF con el mismo nombre. He publicado unos cuantos anuncios en las habituales revistas de especialistas y veteranos. Las respuestas más importantes, doce hasta ahora, son de antiguos miembros de la RAF o de sus familiares. Sin embargo, los hechos de su vida superan al parecer el ámbito de la RAF, por eso me gustaría mucho conocer cualquier dato que usted pudiera facilitarme.

Espero que a la llegada de esta carta se encuentre usted bien de salud y activo, y que continúe disfrutando de su retiro en esa encantadora casa que tuve el privilegio de visitar la última vez. Espero con gran interés recibir alguna noticia suya.


Atentamente,

Stuart Gratton

4

Stuart Gratton había nacido a última hora de la tarde del 10 de mayo de 1941. Fue un nacimiento prematuro, unas tres semanas antes de lo previsto; sin embargo, su alumbramiento fue normal. Se crió en los años de la posguerra, una época de considerable cambio social y político en Gran Bretaña, pero, dado que durante la mayor parte de aquellos años él era un niño que iba a la escuela, apenas se dio cuenta de lo que estaba sucediendo en el ancho mundo.

Para él, la guerra contra Alemania era un acontecimiento que afectaba a la generación de sus padres, algo que vinculaba a la gente de esa edad de una forma que él en realidad nunca llegó a entender mientras fue pequeño. Desde su punto de vista, el legado más interesante y obvio de la guerra era la enorme cantidad de daños materiales que los bombardeos de los alemanes habían producido en la mayor parte de las ciudades más grandes de Inglaterra. A lo largo de su niñez, fue testigo de los programas de reconstrucción y restauración de edificios públicos pero, de todos modos, grandes sectores de la ciudad de Manchester cercanos al sitio donde se crió Gratton permanecieron destruidos durante muchos años. Incluso en la pequeña aldea —sin ninguna importancia estratégica— donde vivía, las huellas de la guerra perduraron durante largo tiempo. A unoscuatrocientos metros de la casa familiar había un espacio en ruinas en el que él y sus amigos jugaban cada día. Conocían el sitio por el nombre de «la base de artillería», una enorme zona de estructuras de hormigón armado y refugios subterráneos —ahora completamente en ruinas— que en tiempos del conflicto había sido el emplazamiento de una batería de cañones antiaéreos.

Sólo años después, cuando la conciencia adulta de Gratton empezó a despertar, comenzó a crecer su interés por los acontecimientos de la guerra. El principio fue la coincidencia histórica de la fecha de su nacimiento. Para muchos historiadores, el 10 de mayo de 1941 era la fecha culminante de la guerra, el día en que terminaron las hostilidades en tierra, a pesar de que el armisticio se firmó unos días después. Ciertamente, su madre consideraba que su nacimiento había sido un hecho significativo y cada año, cuando se acercaba la fecha, contaba sus recuerdos de la guerra.

Al acabar la escuela y la universidad, Gratton se dedicó a la enseñanza, como profesor de historia, y se desempeñó con creciente entusiasmo en esta disciplina pero, con el tiempo, su interés por el trabajo en el aula fue menguando. Se casó en 1969 y durante algunos años él y su mujer, Wendy, otra profesora, vivieron en una serie de pisos alquilados cercanos a sus respectivos institutos. En la década de 1970 tuvieron dos hijos. Para llegar a fin de mes, Gratton empezó a escribir libros sobre historia popular y oral, concentrándose al principio en los recuerdos que la gente tenía del bombardeo de Londres de 1940-1941. Lo que le impresionaba de ese período de la guerra era el natural estoicismo de los ingleses, que, habiendo vivido las noticias de los desastres militares y la terrible experiencia del bombardeo de civiles, todavía saboreaban tristemente sus traumáticos recuerdos años después de acabado el conflicto. En los setenta, la vida del inglés corriente se había transformado gracias al boom de la posguerra; con todo, los supervivientes de esos días negros parecían considerarlos aún como una experiencia definitoria.

A pesar de que sus primeros libros se vendieron razonablemente bien, en especial en las localidades donde habían sucedido los hechos relatados, nunca fueron algo más que una aportación mínima a los recursos de la familia. En los setenta, en un intento de ampliar sus intereses, Gratton escribió una historia completa de la guerra que enfrentó a chinos y norteamericanos y sobre cómo la sucesión de aparentes éxitos militares contra Mao, tras la ocupación de Japón, había conducido al estancamiento económico y social de Estados Unidos. La profunda recesión norteamericana era un problema en la época que él describía en su libro, como continuaba siéndolo todavía. Esa obra recibió comentarios respetuosos y se ganó un hueco en el estante de los libros de referencia de la mayor parte de las bibliotecas del Reino Unido pero, una vez más, poco contribuyó a cambiar las finanzas de la familia Gratton.

En 1981, falleció Harry, el padre adoptivo de Gratton, dejándole la casa donde todavía vivía, una mansión campestre, construida en ladrillo, en una aldea a las afueras de Macclesfield. Ese mismo año, Gratton publicó el libro que, a la vez que consagraría su nombre, transformaría sus finanzas: The Last Day of War.

En la introducción del libro, Gratton argumentaba que la guerra entre Inglaterra y Alemania había durado exactamente un año, desde el 10 de mayo de 1940 hasta el mismo día de 1941. A pesar de que Inglaterra y Francia habían declarado la guerra a Alemania en septiembre de 1939, no hubo ningún enfrentamiento serio hasta el mayo siguiente. Hasta ese momento apenas hubo escaramuzas, algunas de ellas graves y destructivas, pero que en sí mismas no representaban una guerra total. Era la época que el senador norteamericano partidario del aislacionismo llamado William E. Borah apodó «la falsa guerra».

El 10 de mayo de 1940 tuvieron lugar tres acontecimientos importantes. El primero, la invasión alemana de los Países Bajos y Francia, lo que forzaría al ejército inglés a abandonar territorio francés. El segundo fue el primer bombardeo de civiles, en la ciudad universitaria alemana de Freiburg-im-Breisgau. A pesar de que el ataque resultó ser accidental, fue la señal para el comienzo de una serie de incursiones de represalia que finalmente conducirían al bombardeo de saturación de ciudades de ambos lados. Y en tercer lugar, el 10 de mayo de 1940, dimitió el primer ministro británico, Neville Chamberlain, y su puesto fue ocupado por Winston Churchill.

Exactamente un año después, Gran Bretaña seguía estando sola frente a Alemania, pero la guerra se había convertido en algo completamente diferente y más complejo.

Hacia 1941, Alemania estaba en el pináculo de su poderío militar. Las tropas alemanas ocupaban la mayor parte de Europa y con su aliado francés de Vichy dominaba una enorme extensión de África y Oriente Medio. Alemania también controlaba los Balcanes, incluyendo Bulgaria, Yugoslavia y la mayor parte de Grecia. Los primeros judíos polacos habían sido trasladados a guetos en Varsovia y otras grandes ciudades. Italia había entrado en la guerra al lado de Alemania. Pese a su neutralidad, Estados Unidos suministraba barcos, aviones y armas a los ingleses. La Unión Soviética había formado una alianza con Alemania. Japón, igualmente aliado de Alemania, estaba embarcado en una guerra en China y Manchuria y estaba gravemente debilitado por las sanciones petroleras impuestas por Estados Unidos.

En la noche del 10 de mayo de 1941, tanto Inglaterra como Alemania llevaron a cabo devastadores bombardeos contra su respectivo adversario. La RAF asoló Hamburgo y Berlín, causando enormes daños en ambas ciudades, particularmente en Hamburgo. Al mismo tiempo, la Luftwaffe realizó el ataque más destructivo de la guerra, con cerca de setecientos aviones dejando caer bombas explosivas de gran poder y cargas incendiarias en vastas zonas de Londres. Pero ocultos a la mirada de la mayoría de la gente, ocultos incluso a la historia, varios pequeños acontecimientos se estaban produciendo aquella noche. Uno de ellos fue el nacimiento de Stuart Gratton, en la mismísima casa de Cheshire que ahora él había vuelto a ocupar.

Movido inicialmente por la curiosidad y después por la intuición de que podía escribir un buen libro, Gratton se dispuso a descubrir qué estuvieron haciendo algunas personas aquel día.

5

El 10 de mayo de 1941, el oficial piloto Leonard Cheshire, distinguido dos veces en acción, estaba en el Atlántico Norte, a bordo de un carguero noruego que navegaba en convoy entre Liverpool y Montreal. Cheshire servía como piloto en el Mando de Bombardeo de la RAF pero, al acabar su primer turno de misiones, se ofreció voluntario para pilotar sobre el Atlántico hasta Inglaterra los aviones norteamericanos de bombardeo que Estados Unidos dejaba en préstamo y arriendo. Esa noche, él estaba jugando a los naipes con otros voluntarios. Cheshire le contó a Stuart Gratton que, después de la partida, había subido a cubierta para tomar un poco de aire fresco y pasar varios minutos acodado sobre la borda, contemplando la masa oscura del barco más cercano, que navegaba en un rumbo paralelo a unos pocos cientos de metros. En la cubierta del otro barco también había alguien: Cheshire vio al hombre cuando encendía un cigarrillo, produciendo un súbito destello de luz que —él estaba convencido— podría haber sido detectado por un avión o barco enemigos desde considerable distancia. (Cheshire contó a Gratton que debido al armisticio se había quedado en Estados Unidos hasta el final de aquel verano. Colaboró en la organización del Ala Commonwealth de la USAAF, en la que las tripulaciones desmovilizadas de la RAF fueron animadas a aportar su experiencia de combate, que sería muy útil en las incursiones preventivas contra el expansionismo japonés. Aunque se sentía tentado a unirse a la Fuerza Aérea norteamericana, Cheshire prefirió regresar a Inglaterra para participar en la Operación Macabeo, la evacuación a Madagascar de judíos europeos que los ingleses realizaron por aire y por mar. Durante la larga y peligrosa operación, actuó como piloto y como administrador. Cuando en 1949 volvió a la vida civil, puso en marcha algunas casas de caridad para veteranos y otros excombatientes con enfermedades graves.)

John Hitchens era operador de telégrafos del Servicio Postal inglés; vivía en el norte de Inglaterra. El 10 de mayo tomó un tren a Londres para ver un partido de fútbol. En 1939, al declararse la guerra, la disputa de la Copa de la Asociación de Fútbol había sido suspendida. Sin embargo, hacia 1941 se reanudaron algunas competiciones. Ese día, en Wembley, se jugaba la final de la Copa de la Liga de Fútbol de Guerra. Se enfrentaban el Arsenal y el Preston North End. Más de sesenta mil aficionados presenciaron el encuentro, que terminó con empate a 1. La mayoría del público era de Londres, pero los que habían viajado para ver el partido pudieron coger sus trenes de regreso al caer la tarde. Hitchens iba en uno de los últimos trenes que abandonó la estación de Euston; recuerda haber oído las sirenas mientras el tren arrancaba. (Entre 1942 y 1945, John Hitchens trabajó en Europa Oriental, en la reparación y mantenimiento de las redes telefónicas después de la Operación Barbarroja. En 1945 regresó a Gran Bretaña y se jubiló del Servicio Postal en 1967.)

El doctor Joseph Goebbels, ministro de Propaganda e Información del Reich, pasó el día en su oficina de Berlín. Estableció nuevas penas para la escucha ilegal de las transmisiones de la BBC. Recibió las últimas cifras de pérdidas de barcos, en las que quedaba constancia de que, en abril, los ingleses habían perdido medio millón de toneladas. Intensificó sus esfuerzos destinados a las transmisiones de radio dirigidas a Irak. Clausuró el servicio alemán de radio para Sudáfrica. Al caer la tarde, el doctor Goebbels regresó a su casa de Lanke. Recibió la visita de gente del mundo del cine y juntos vieron un noticiario inglés reciente; todos estuvieron de acuerdo en que era «malo y de ninguna manera comparable con los nuestros». Luego vieron dos películas en color, una alemana y la otra norteamericana. Le siguió una discusión sobre los problemas relacionados con la producción cinematográfica, que fue interrumpida por las sirenas que advertían de un ataque aéreo. (El doctor Goebbels ocupó su puesto hasta 1943. En 1944 publicó el primero de sus Diarios; los siguientes aparecieron a razón de uno por año. Más tarde se convirtió en un notable realizador cinematográfico y columnista de periódicos. En 1972, se retiró de la vida pública.)

El condecorado teniente Guy Gibson prestaba servicio en West Mailing, una base de la RAF en Kent. La noche en cuestión, él y su oficial de navegación, el sargento Richard James, volaban a bordo de un Bristol Beaufighter, en misión de patrulla de combate sobre Londres. Había comenzado un fortísimo ataque de la Luftwaffe. Él y el sargento James vieron dos bombarderos Heinkel 111 e intentaron atacarlos, pero el cañón del Beaufighter se encasquilló. Gibson regresó a la base, hizo que revisaran sus armas y volvió a la misión de patrulla. Esa noche no hubo más incidentes. (Hacia el final de la guerra, Gibson también participó en la Operación Macabeo. Pilotó más vuelos de evacuación que cualquier otro voluntario. Estuvo involucrado en el incidente de Toulouse, en el que el avión que él pilotaba, y que transportaba a más de cincuenta judíos alemanes a Madagascar, fue uno de los varios aparatos de la formación atacados por cazas franceses pilotados por miembros del Frente Nacional. Recibió varias condecoraciones civiles por la valentía e iniciativa demostradas en esa ocasión. Más tarde, Gibson se dedicó a la ingeniería eléctrica y posteriormente entró en política con motivo de las elecciones generales de 1951. Fue elegido miembro del Partido Conservador en representación de West Bedfordshire y fue ayudante del ministro del Interior en el gabinete de R. A. Butler. En 1968, Gibson recibió el título de sir. En los primeros años de la década de 1970, sir Guy lideró la campaña conservadora contra la incorporación de Gran Bretaña a la Unión Europea. En 1976, después de perder su escaño en el Parlamento en las elecciones generales, volvió al mundo de los negocios.)

Pierre Charrier, miembro de las fuerzas de la Francia Libre con base en Londres, participó en la fiesta de Juana de Arco en el cuartel de Wellington; era la primera vez que se celebraba fuera de Francia. Los festejos finalizaron en la catedral de Westminster, y monsieur Charrier todavía estaba allí cuando empezaron a caer las primeras bombas de la noche. Aunque fuertemente impresionado por lo que estaba viviendo, regresó sano y salvo a su alojamiento en Westbourne Road. (Monsieur Charrier volvió a París a finales de 1941, donde ocupó un puesto gubernamental en la reconstrucción de posguerra. Más tarde, fue comisario europeo.)

Philip Harrison, subsecretario de la embajada de Inglaterra en Chungking, estaba trabajando en su oficina cuando el edificio fue atacado por aviones japoneses. A pesar de que Harrison no resultó herido en el ataque, el embajador, sir Archibald Clark Kerr, y varios miembros de su equipo recibieron algunos cortes y contusiones menores. El edificio sufrió daños estructurales pero, poco tiempo después, una vez realizadas algunas reparaciones, se reanudó el trabajo de la embajada. (El señor Harrison continuó su carrera diplomática hasta 1965, cuando se retiró. Estuvo a cargo de la embajada del Reino Unido en Estados Unidos durante la presidencia de Adlai Stevenson, entre 1957 y 1960. Harrison murió en 1966; su hija fue entrevistada por Stuart Gratton.)

Kurt Hofmann era piloto de pruebas civil de la empresa Messerschmitt en un pequeño aeródromo en el este de Alemania. El 10 de mayo de 1940, rodeado del más extremo secreto, Hofmann pilotó, en su primer vuelo, un nuevo y revolucionario tipo de avión. Era un caza experimental impulsado por una turbina de retropropulsión. Antes de aterrizar felizmente, el prototipo Messerschmitt Me-163 voló a 995 kilómetros por hora. El avión fue de uso generalizado en el frente ruso desde finales de 1943 hasta el cese de hostilidades, convirtiéndose en el caza-bombardero de ataque a blancos en tierra estándar de la Luftwaffe. Se comprobó que era superior no sólo a los primeros cazas a reacción rusos Mig-15 sino también al Lockheed Sabre que entró en servicio al mismo tiempo en la USAAF. (Más tarde, Kurt Hofmann ingresó en la Luftwaffe, donde voló con el Me-163 durante varios meses. Fue derribado y herido en 1944. Después de que el Tratado de los Urales pusiera punto final a las hostilidades, regresó a Alemania y ocupó el puesto de director técnico de la aerolínea civil Lufthansa.)

El subteniente Mike Janson formaba parte de la oficialidad del destructor Bulldog, de la Royal Navy. El barco navegaba por el Atlántico Norte, de regreso a Liverpool, transportando en su caja de seguridad una máquina codificadora Enigma junto con los procedimientos y las claves Offizier. Esta presa de valor incalculable había sido capturada el día anterior en el submarino U-110 por el teniente David Balme, jefe del grupo de abordaje del Bulldog, después de que éste y la cañonera Broadway atacaran y dejaran fuera de combate al submarino alemán. A pesar de que Mike Janson no había formado parte del grupo de abordaje, era el oficial de guardia cuando el U-110 fue detectado por primera vez. El submarino se hundió mientras era remolcado por los ingleses. La incautación de la Enigma fue un punto de inflexión en el esfuerzo destinado a interceptar y descodificar las órdenes cifradas del Alto Mando alemán. (Después de la guerra, Mike Janson continuó prestando brillantes servicios en la Royal Navy de tiempos de paz hasta que en 1960 se retiró con el grado de almirante.)

La RAF estuvo muy activa sobre Europa en la noche del 10 al 11 de mayo de 1941. Cinco Bristol Blenheim atacaron varios barcos de carga frente a La Pallice, al oeste de Francia. Ningún barco fue alcanzado, y no se perdió ningún avión. (El sargento Andy Martin era el navegante de uno de los Blenheim. Él describió amargamente la misión a Stuart Gratton; se quejó de la larga duración del vuelo y la aparente falta de propósito o efecto del ataque.) Los astilleros, las centrales eléctricas y la zona céntrica de la ciudad portuaria de Hamburgo fueron atacados por una fuerza combinada de ciento diecinueve bombarderos. Treinta y una personas resultaron muertas y cerca de mil fueron heridas. Se produjeron incendios en varias partes de la ciudad, que destruyeron los almacenes Köster, un gran banco y la Bolsa de Hamburgo. Cuatro aviones ingleses no volvieron a su base. (En el momento de la incursión aérea, Wolfgang Merck era bombero de Hamburgo; él describe aquella noche como de una gran confusión y actividad pero, a la mañana siguiente, las autoridades descubrieron que los daños permanentes producidos por el bombardeo no eran tan graves como se había temido durante el ataque.) Otros veintitrés aviones de la RAF volaron hasta Berlín y causaron daños en amplias zonas. Tres aparatos no pudieron regresar. (Hanna Wenke, que en 1941 era una niña, dijo que pasó una noche calurosa e incómoda en un refugio junto al edificio de apartamentos de sus padres; sin embargo, al día siguiente no había daños aparentes en el suburbio berlinés donde ella vivía.) Además del esfuerzo principal de bombardeo, se enviaron otros veinticinco bombarderos de la RAF en misiones de menor importancia, incluido el lanzamiento de minas marinas en el Kattegat. No se registraron pérdidas.

En la noche del 10 al 11 de mayo, el sargento de policía Terry Collins estaba en servicio de guardia de incendios en el Parlamento, con la responsabilidad particular, junto con otros miembros de la policía de Westminster, de velar por la seguridad de la Victoria Tower. Después del anochecer, la Luftwaffe lanzó el que sería el mayor bombardeo sobre Londres. Apartándose de la práctica habitual de concentrarlos en las zonas industriales y los muelles del East End, los aviones alemanes se distribuyeron ampliamente sobre toda la ciudad y dejaron pocas zonas a salvo de los ataques. El más sistemático se llevó a cabo en el West End y los barrios circundantes, distritos que hasta entonces habían quedado indemnes. Esa noche murieron más de mil cuatrocientos londinenses y otros mil ochocientos resultaron heridos. Más de sesenta mil viviendas fueron destruidas o dañadas. Muchos edificios importantes y monumentos famosos quedaron devastados. La sala de debates de la Cámara de los Comunes fue destruida por las explosiones y el fuego. La BBC recibió un impacto directo, pero se las arregló para continuar sus transmisiones durante el ataque y después de él. La abadía de Westminster fue alcanzada por al menos quince artefactos incendiarios. El palacio de Buckingham fue dañado. Sobre el British Museum cayeron varias bombas. El Big Ben recibió el impacto de una bomba que afectó al carillón pero no al reloj. Se incendiaron tiendas y oficinas a lo largo de todo Oxford Street. Los conductos de gas, las cloacas y la red telefónica resultaron seriamente dañados. La Victoria Tower, de la que el sargento Collins era responsable, estaba a la sazón rodeada de andamios y protecciones para someterla a reparaciones y a una limpieza a fondo. La presencia de tantas tablas de madera junto a la estructura exterior de la torre representaba un serio riesgo de incendio. Poco después de medianoche, una lluvia de cargas incendiarias cayó en sus inmediaciones. La mayor parte de las que cayeron sobre la calle fueron neutralizadas rápidamente, pero una que quedó alojada en el andamiaje, muy cerca de la parte más alta de la torre, continuó ardiendo. El sargento Collins cogió un pesado saco de arena y trepó por las escaleras de los andamios y plataformas para llegar hasta el fuego. Después de una subida extenuante, el sargento logró extinguir rápidamente el fuego con la arena y volvió a bajar. (Collins contó a Stuart Gratton que no había vuelto a pensar en su acción hasta un año después, cuando recibió la George Cross. Para entonces, se había trasladado al territorio bajo mandato británico de Madagascar, donde supervisó la seguridad de los civiles durante la transición. Permaneció en Madagascar durante los levantamientos de la lucha por la independencia. En 1962, cuando fue proclamada la República de Masada, el comisario Collins, junto con otros funcionarios y diplomáticos ingleses, fue forzado a regresar a Inglaterra.)

Antes de que cayera la tarde del 10 de mayo, Rudolf Hess, lugarteniente de Hitler, despegó del aeródromo de la fábrica Messerschmitt de Augsburg, Baviera, en un bimotor Me-110D. Comisionado y autorizado por Hitler, llevaba consigo un plan de paz entre Inglaterra y Alemania, que debía ser entregado personalmente a Winston Churchill. Aterrizó en Holanda para repostar. Poco después de haber vuelto a despegar, su aparato fue interceptado por aviones de combate alemanes, que primero intentaron hacerlo aterrizar y luego trataron de destruirlo con fuego de ametralladoras. Hess consiguió deshacerse de ellos y enfiló hacia el mar del Norte. Los aviones atacantes fueron tras él durante un rato pero acabaron desistiendo y regresaron a su base. Otros cazas alemanes con base en la ocupada Dinamarca despegaron también en un intento de interceptar el avión de Hess. Todos volvieron a su base, y sus pilotos declararon que el avión perseguido había sido derribado sobre el mar; sin embargo, a pesar de las vívidas descripciones y corroboraciones mutuas de sus relatos, ninguno de los aviadores pudo aportar una prueba concluyente. (Hess completó su misión de paz.)

Entonces, más tarde, aparece el teniente Sawyer, del Mando de Bombardeo de la RAF. Churchill dijo que Sawyer estaba registrado como objetor de conciencia y al mismo tiempo era un piloto de bombardero en activo. El memorando de Churchill a su equipo departamental exigía que se aclararan estos términos. No hay registrada ninguna respuesta oficial. Cerca de sesenta años después, Stuart Gratton, de familia de tradición pacifista, se dio cuenta de que ahí había una historia. ¿De qué se trataba? Sobre todo, ¿qué podía haber estado haciendo Sawyer el 10 de mayo de 1941?

Загрузка...