TERCERA PARTE: Machina ex machina

26

Hasta ahora todo parece ir bien. Nuestro jugador ha vuelto a tener suerte, pero supongo que se habrán dado cuenta de que ya no es el mismo hombre de antes. ¡Ah, estos humanos!

Pero estoy decidido a ser consistente. Aún no les he dicho quién soy, y tampoco voy a hacerlo ahora. Puede que más tarde.

Quizá.

Y, de todas formas, ¿qué importa la identidad? Tengo mis dudas al respecto. Somos lo que hacemos, no lo que pensamos. Sólo las interacciones cuentan (no, aquí no hay ningún problema con el libre albedrío; el libre albedrío no es incompatible con el creer que tus acciones te definen). Y, de todas formas, ¿qué es el libre albedrío? Azar. El factor aleatorio. Si no eres predecible entonces, naturalmente, todo el problema se desvanece. ¡Qué frustrantes pueden llegar a ser las personas que son incapaces de comprenderlo!

Incluso un humano debería ser capaz de comprender lo que es obvio.

Lo que importa es el resultado, no la forma en que se consiga (a menos, naturalmente, que el proceso de conseguir el resultado consista en una serie de resultados). ¿Qué importa el que una mente esté compuesta por un montón de inmensas células animales viscosas y blandas que trabajan a la velocidad del sonido (¡en el aire!) o por una nanoespuma reluciente de reflectores y pautas de coherencia holográfica que funciona a la velocidad de la luz? (Y, por supuesto, será mejor que no intentemos pensar en la mente de una Mente.) Tanto la una como la otra son máquinas, organismos que cumplen la misma función.

Todo se reduce a la materia y al cambiar de sitio energía de una u otra clase.

Cambios de posición. Memoria. El elemento aleatorio que es el azar y al que se llama elección: todos son comunes denominadores.

Vuelvo a repetirlo para que quede claro. Eres lo que haces. Una mezcla de dinámica y (mala) conducta, ése es mi credo.

¿Gurgeh? Oh, sus sistemas de intercambio de datos están haciendo cosas raras. Piensa de una forma diferente a la que era habitual en él y su comportamiento se ha alterado. Es una persona distinta. Ha visto las peores salchichas que pueden salir de una picadora de carne llamada ciudad, se lo ha tomado como una especie de ofensa personal y quiere vengarse.

Y ahora vuelve a estar viajando por el espacio con la cabeza llena de reglas y conceptos del Azad, su cerebro adaptado y adaptándose a las pautas eternamente cambiantes de ese conjunto de reglas y posibilidades feroz, fascinante y capaz de abarcarlo todo, y está siendo trasladado al santuario más chirriantemente simbólico del Imperio. Ecronedal, el lugar de la ola de llamas en equilibrio milagroso, el Planeta de Fuego…

Debemos preguntarnos si nuestro héroe logrará salir triunfante y no sólo eso, también debemos preguntarnos si ese triunfo es posible o no. Y, de todas formas, ¿qué se consideraría como victoria en este caso?

¿Cuánto le falta por aprender? ¿Qué hará con semejantes conocimientos una vez los haya adquirido? Y, más importante aún, ¿qué harán ellos con él?

Tenemos que esperar y ver. El tiempo nos dará la respuesta a todas esas preguntas.

Maestro, puede continuar…

27

Ecronedal estaba a veinte años luz de Eá. Cuando llevaba recorrida la mitad del trayecto la Flota Imperial abandonó la zona de polvo que se encontraba entre el sistema de Eá y la dirección de la galaxia principal, y la gigantesca espiral se desplegó por el cielo como si fuera un millón de joyas atrapadas en un remolino.

Gurgeh tenía muchas ganas de llegar al Planeta de Fuego. Empezaba a tener la impresión de que el viaje no terminaría nunca, y la nave en que lo estaba haciendo no era muy espaciosa. Pasaba la mayor parte del tiempo en su camarote. Los burócratas, funcionarios imperiales y jugadores que viajaban en la nave le trataban con un nada disimulado desprecio y aparte de un par de breves viajes en lanzadera al crucero Invencible —el navío insignia imperial, para asistir a recepciones, Gurgeh prescindió por completo de la vida social.

El viaje de doce días transcurrió sin ninguna clase de incidentes y por fin llegaron a Ecronedal, un planeta que orbitaba una enana amarilla en un sistema de lo más ordinario. Ecronedal era un mundo habitable por los humanos que sólo poseía una peculiaridad digna de ser mencionada…

Que los planetas de rotación rápida tuvieran protuberancias ecuatoriales bastante marcadas no era algo demasiado raro, y las de Ecronedal eran comparativamente pequeñas, aunque habían bastado para producir un cinturón continental ininterrumpido situado más o menos entre los trópicos del planeta. El resto del globo estaba ocupado por dos grandes océanos cubiertos de hielo en los polos. Lo que resultaba único, tanto en la experiencia de la Cultura como en la del Imperio, era la muralla de fuego en perpetuo movimiento que se desplazaba sobre la masa de tierra continental.

Las llamas necesitaban la mitad de un año promedio para completar su recorrido del planeta. La muralla de fuego se deslizaba sobre la tierra rozando las aguas de los dos océanos con sus bordes e iba consumiendo las plantas que habían crecido exuberantemente sobre las cenizas del incendio anterior. El frente de la muralla formaba una línea recta casi perfecta. Todo el ecosistema terrestre había evolucionado alrededor de aquella conflagración perpetua. Algunas plantas sólo podían brotar abriéndose paso por una capa de cenizas que no se hubieran enfriado del todo después de que el calor hubiera activado sus semillas obligándolas a desarrollarse; otras florecían justo antes de la llegada de las llamas creciendo a toda velocidad en el breve intervalo de tiempo de que disponían antes de que las llamas cayeran sobre ellas y utilizaran las corrientes térmicas creadas por el fuego para que transportaran sus semillas hasta las capas superiores de la atmósfera, desde donde volverían a caer lentamente acudiendo a su cita con las cenizas. Todos los animales terrestres de Ecronedal estaban encuadrados en tres categorías: algunos se mantenían en continuo movimiento avanzando a una velocidad inalterable por delante del fuego, otros nadaban por sus fronteras oceánicas y un tercer grupo se escondía en cavernas, perforaba el suelo o sobrevivía en los lagos o los ríos utilizando una amplia gama de mecanismos.

Las aves sobrevolaban el planeta como si fueran un vendaval de plumas.

Durante once revoluciones el incendio apenas si llegaba a la categoría de un gran fuego de pradera. La revolución número doce alteraba espectacularmente su naturaleza.

El arbusto ceniciento era una planta bastante alta y de tallo muy delgado que crecía muy deprisa después de que sus semillas hubieran germinado. La planta no tardaba en desarrollar una base acorazada y parecía salir disparada hacia el cielo alcanzando una altura de diez metros o más en los doscientos días de que disponía antes de que las llamas volvieran a hacer acto de presencia, pero cuando aparecían el arbusto ceniciento no se consumía. La planta cerraba su extremo cubierto de hojas hasta que las llamas habían pasado y seguía creciendo sobre las cenizas. Once de aquellos bautismos entre las llamas y once Grandes Meses bastaban para que los arbustos cenicientos se convirtieran en árboles gigantescos cuya altura mínima estaba un poco por encima de los setenta metros. Después de eso su química interior producía la Estación del Oxígeno, que era seguida por la Incandescencia.

Y durante ese ciclo que se presentaba con una considerable brusquedad el fuego no caminaba, sino que echaba a correr. Dejaba de ser un incendio de pradera que abarcaba una gran extensión de terreno sin ser demasiado intenso y, en algunos puntos, siendo incluso desdeñable, para convertirse en un auténtico infierno. Los lagos desaparecían, los ríos se secaban, las rocas se desintegraban en aquel calor de horno. Los animales que habían evolucionado hasta desarrollar su sistema de esquivar o mantenerse por delante de las llamas de los Grandes Meses tenían que encontrar otro método de supervivencia. Había que correr lo bastante deprisa para acumular una ventaja tan considerable que permitiera no ser alcanzado por la Incandescencia; había que internarse en el océano o llegar a las escasas y casi siempre minúsculas islas cercanas a la costa o había que hibernar en las profundidades de los grandes sistemas cavernosos y los lechos de los ríos, lagos o fiordos más profundos. Las plantas también recurrían a nuevos sistemas de supervivencia, desde raíces más profundas hasta aumentar el grosor de las cáscaras que protegían sus semillas pasando por el alterar las semillas que viajarían en las corrientes termales preparándolas para vuelos más largos a mayor altura y el enfrentamiento posterior con el suelo calcinado que encontrarían en cuanto tomaran tierra.

El Gran Mes que seguía a la Incandescencia era indescriptible. La atmósfera estaba saturada de humo, cenizas y hollín, y el planeta se tambaleaba al borde de la catástrofe mientras las nubes de humo impedían el paso a los rayos del sol y la temperatura caía en picado. Las llamas seguían avanzando y se debilitaban hasta recobrar su intensidad habitual y la atmósfera se iba despejando poco a poco, los animales volvían a reproducirse, las plantas volvían a crecer y los viejos complejos de raíces hacían que los diminutos brotes de los arbustos cenicientos se fueran abriendo paso por entre las cenizas.

Los castillos imperiales de Ecronedal habían sido construidos para sobrevivir a los calores más terribles y los peores vientos que fuese capaz de producir la extraña ecología del planeta, y la mayor de aquellas fortalezas provistas de increíbles sistemas de riego y defensas contra el fuego, el Castillo Klaff, llevaba trescientos años sirviendo de marco a la última etapa de los juegos que, a ser posible, se desarrollaba coincidiendo con la Incandescencia.

La Flota Imperial llegó a Ecronedal a mediados de la Estación del Oxígeno. El navío insignia permaneció flotando sobre el planeta y las naves de guerra que lo escoltaban se dispersaron por los confines del sistema. Las naves que transportaban a los pasajeros permanecieron cerca del planeta hasta que el escuadrón de lanzaderas del Invencible hubo llevado a los jugadores, funcionarios de la corte, invitados y observadores hasta la superficie de Ecronedal y después emprendieron el viaje hacia un sistema cercano. Las lanzaderas hendieron la límpida atmósfera de Ecronedal y se posaron en el Castillo Klaff.

La fortaleza se encontraba sobre un promontorio rocoso situado junto a una hilera de colinas de piedra blanda muy desgastada por el tiempo desde las que se dominaba una gran llanura. Normalmente permitía contemplar una planicie cubierta de maleza que se extendía hasta perderse en el horizonte puntuada por las delgadas torres de los arbustos cenicientos en el estadio de crecimiento al que hubiesen llegado, pero ahora los arbustos cenicientos habían florecido y desarrollado ramas, y el dosel de hojas en continuo movimiento aleteaba sobre la planicie como si fuera un cielo repleto de nubes amarillas conectadas a la tierra, y los troncos de mayor tamaño se alzaban sobre el muro del castillo.

Cuando llegara la Incandescencia se deslizaría alrededor de la fortaleza como una ola de lividez llameante. Lo que salvaba al castillo de la incineración en esas ocasiones era el viaducto de dos kilómetros que iba de un depósito situado en las colinas hasta las murallas de Klaff, detrás de las que había un conjunto de cisternas gigantes y un complejo sistema de rociadores capaz de mantener a la fortaleza bajo una cortina de agua mientras el fuego pasaba junto a ella, aunque ni tan siquiera los rociadores podían eliminar la necesidad de cerrar y asegurar todas las puertas y ventanas. Si el sistema de rociado se averiaba existían unos refugios tallados en la roca a gran profundidad por debajo del castillo capaces de alojar a toda su población hasta que el fuego se hubiese alejado. Hasta el momento el agua siempre había conseguido salvar a la fortaleza, y el Castillo Klaff seguía siendo un oasis de sequedad amarillenta rodeado por la desolación que creaban las llamas.

La tradición exigía que el Emperador es decir, quien hubiera ganado la última partida estuviera en Klaff cuando llegaran las llamas. El Emperador salía de la fortaleza cuando éstas se habían extinguido y ascendía a través de la oscuridad y las nubes de humo hasta la negrura del espacio para atravesarla y llegar al centro de su Imperio. El cronometraje de la ceremonia no siempre había sido perfecto, y durante los siglos que llevaba de existencia hubo varias ocasiones en que el Emperador y su corte se vieron obligados a refugiarse en otro castillo e incluso un par de ellas en que no pudieron estar presentes en Ecronedal durante la Incandescencia. Pero esta vez los cálculos del Imperio eran correctos y parecía como si la Incandescencia que debía iniciarse a sólo doscientos kilómetros de la fortaleza, allí donde los arbustos cenicientos cambiaban bruscamente abandonando su tamaño y altura normal para convertirse en los árboles gigantescos que rodeaban el Castillo Klaff se presentaría más o menos a tiempo para proporcionar el telón de fondo adecuado a la coronación.


* * *

Gurgeh se sintió incómodo apenas hubieron aterrizado. Ea tenía un poquito menos de lo que los más bien arbitrarios criterios de la Cultura consideraban una masa promedio, por lo que su gravedad era un equivalente bastante aproximado a la fuerza producida por el Orbital de Chiark mediante la rotación y a la creada por la Factor limitativo y el Bribonzuelo mediante el uso de campos antigravitatorios. Pero Ecronedal tenía una vez y media la masa de Eá, y Gurgeh tenía la sensación de que su peso había aumentado de repente.

El castillo había sido equipado hacía mucho tiempo con ascensores de aceleración lenta, y resultaba bastante raro ver a alguien que no fuera un sirviente subiendo las escaleras, pero durante los primeros días del planeta bastante más cortos que los de Eá, Gurgeh tuvo dificultades para desplazarse incluso sobre una superficie plana.

Sus habitaciones daban a uno de los patios interiores del castillo. Gurgeh y Flere-Imsaho se instalaron en ellas la unidad no daba ninguna señal de sentirse afectada por la nueva gravedad, acompañados por el sirviente al que cada finalista tenía derecho. Después de su llegada Gurgeh expresó ciertas dudas sobre si era realmente necesario que le asignaran un sirviente («Sí había dicho la unidad, ¿qué clase de hombre puede necesitar dos sirvientes?»), pero se le explicó que era una tradición y un gran honor para el sirviente, y acabó accediendo.

La noche de su llegada hubo una fiesta no muy animada. Los asistentes no abandonaron sus asientos y se dedicaron a charlar sin demasiado entusiasmo. El cansancio del largo viaje y la salvaje gravedad que les oprimía hicieron que el tema principal de conversación fuese la hinchazón de tobillos. Gurgeh no estuvo mucho rato en la fiesta. Era la primera vez que veía a Nicosar desde el gran baile que había conmemorado el comienzo de los juegos. Las recepciones celebradas a bordo del Invencible no se habían visto honradas con la presencia imperial.

Procura no equivocarte esta vez dijo Flere-Imsaho cuando entraron en el gran salón del castillo.

El Emperador estaba sentado en un trono e iba dando la bienvenida a los invitados. Gurgeh se disponía a arrodillarse como todos los demás, pero Nicosar le vio, meneó un dedo cargado de anillos y señaló su propia rodilla con el dedo.

Nuestro amigo de una sola rodilla… No lo habréis olvidado, ¿verdad?

Gurgeh puso una rodilla en el suelo e inclinó la cabeza. Nicosar dejó escapar una leve carcajada. Hamin estaba sentado a la derecha del Emperador y Gurgeh le vio sonreír.

Gurgeh se sentó junto a una pared cerca de una vieja armadura. Sus ojos recorrieron el salón sin demasiado interés y acabaron posándose en un ápice que estaba de pie en un rincón hablando con el grupo de ápices uniformados sentados en taburetes que le rodeaba. Gurgeh frunció el ceño. El ápice se salía de lo corriente no sólo porque estaba de pie, sino porque parecía estar metido en un esqueleto de metal gris que arrugaba la tela de su uniforme de la Flota.

¿Quién es ése? preguntó Gurgeh volviéndose hacia Flere-Imsaho.

La unidad estaba suspendida entre su silla y la armadura pegada a la pared, y hasta sus zumbidos y chisporroteos parecían menos entusiásticos que de costumbre.

¿Quién es quién?

Ese ápice del… ¿exoesqueleto? ¿Es así como lo llamáis? El del rincón.

Es el Mariscal Estelar Yomonul. Durante los últimos juegos hizo una apuesta personal bendecida por Nicosar: si perdía tendría que pasar un Gran Año en prisión. Perdió, pero esperaba que Nicosar utilizaría el derecho de veto imperial cosa que puede hacer en todas las apuestas no corporales, porque el Emperador no querría perder los servicios de uno de sus mejores comandantes durante seis años. Nicosar utilizó el derecho de veto para librarle de la celda, pero le obligó a llevar puesto ese artefacto durante el mismo período de tiempo que habría pasado en prisión.

»La prisión portátil es protoconsciente. Posee varios sensores independientes, aparte de lo que se puede esperar en un exoesqueleto convencional, como la micropila y los miembros servoasistidos. Ha sido concebida con el objetivo de que Yomonul pueda cumplir sus deberes militares y de que se vea sometido a la disciplina de una prisión en todo lo demás. Sólo le permite ingerir los alimentos más simples, no le deja beber alcohol, le obliga a practicar un régimen de ejercicios físicos muy estricto, no le deja participar en las actividades sociales su presencia aquí esta noche indica que ha recibido alguna dispensa especial del Emperador, y no consiente que copule. Aparte de eso, tiene que escuchar los sermones de un capellán de prisión que le visita dos horas cada diez días.

Pobre tipo. Y por lo que veo parece que tampoco puede sentarse.

Bueno, supongo que le está bien empleado por intentar ser más listo que el Emperador dijo Flere-Imsaho. Pero su sentencia ya casi ha terminado.

¿No se la han reducido por buena conducta?

El Servicio Penal Imperial no hace rebajas, Gurgeh. Pero si te portas mal siempre pueden alargar tu sentencia.

Gurgeh meneó la cabeza y contempló al prisionero encerrado en su prisión individual.

El Imperio es un hueso duro de roer… ¿Eh, unidad?

Oh, desde luego… Pero si alguna vez intenta meterse con la Cultura descubrirá el auténtico significado de la palabra dureza.

Gurgeh se volvió hacia la máquina y la observó con cara de sorpresa. El aparatoso disfraz grisáceo y su proximidad al metal deslustrado de la vieja armadura hacían que Flere-Imsaho cobrara un aspecto de dureza amenazadora y casi siniestra.

Vaya, vaya… Parece que tienes la noche combativa, ¿eh?

Sí. Y creo que harías bien imitándome.

¿Piensas en los juegos? Estoy preparado.

Oye, ¿realmente vas a tomar parte en este montaje propagandístico?

¿Qué montaje propagandístico?

Sabes muy bien a qué me refiero. Ayudar al Departamento a inventarse la mentira de que has sido derrotado… Fingir que has perdido; conceder entrevistas y mentir.

Sí. ¿Por qué no? Eso me permitirá continuar jugando. Si no lo hiciera quizá intentaran impedirme seguir adelante.

¿Matándote?

Gurgeh se encogió de hombros.

Descalificándome.

¿Tan importante es el seguir jugando?

No mintió Gurgeh. Pero contar unas cuantas mentiras… Bueno, no me parece un precio demasiado elevado.

Ya dijo la máquina.

Gurgeh esperó a que añadiera algo más, pero Flere-Imsaho guardó silencio. Se marcharon de la fiesta un poco después. Gurgeh se levantó de la silla y fue hacia la puerta. No se acordó de que estaba prohibido abandonar la presencia imperial sin ponerse de cara al trono y hacer una reverencia, y la unidad tuvo que recordárselo.

28

Su primera partida en Ecronedal la que terminaría con el resultado oficial de su derrota pasara lo que pasase era otra partida de diez jugadores. Esta vez no hubo ni la más mínima señal de acción colectiva contra él, y cuatro jugadores le propusieron que se aliara con ellos para enfrentarse a los demás. Era la forma tradicional de juego en la modalidad de diez, aunque era la primera vez que Gurgeh participaba directamente en ella. Hasta entonces su único contacto con aquel sistema de juego había sido como objetivo de las alianzas formadas por los demás.

Gurgeh se encontró discutiendo las tácticas a seguir con dos almirantes de la Flota, un general estelar y un ministro imperial en lo que el Departamento garantizaba era una sala electrónica y ópticamente estéril situada en un ala del castillo. Las conversaciones sobre la partida duraron tres días, después de los cuales los azadianos juraron ante Dios y Gurgeh dio su palabra de que no romperían el acuerdo hasta que los otros cinco jugadores hubieran sido aniquilados o hasta que éstos les hubieran derrotado.

Las partidas menores terminaron con los dos bandos bastante igualados. Gurgeh descubrió que jugar en equipo tenía sus ventajas y sus desventajas. Hizo cuanto pudo para adaptarse y encajar en el estilo de juego de sus aliados. Después hubo más conversaciones y cuando terminaron empezó la batalla en el Tablero del Origen.

Gurgeh lo pasó en grande. Jugar formando parte de un equipo hacía que el juego resultara mucho más interesante, y Gurgeh empezó a sentir algo casi parecido al afecto hacia los ápices junto a los que jugaba. Se ayudaban los unos a los otros cuando tenían problemas, confiaban en los demás durante los ataques en grupo y lo normal era que jugasen como si sus fuerzas individuales realmente fuesen un solo contingente. Como personas sus camaradas no le parecían demasiado atractivos, pero como compañeros de juego no podía negar las emociones que sentía hacia ellos, y a medida que el juego avanzaba e iban logrando aniquilar a sus oponentes Gurgeh fue sintiendo que le invadía la tristeza, pues sabía que no tardarían en luchar los unos contra los otros.

Cuando llegó el momento y el último enemigo se hubo rendido una gran parte de lo que había sentido hasta entonces se esfumó de repente. Gurgeh descubrió que había sido víctima de un engaño parcial. Se había mantenido fiel a lo que consideraba el espíritu de su pacto, mientras que los demás se habían conformado con mantenerse fieles a la letra de éste. Nadie atacó hasta que las últimas piezas del otro equipo hubieron sido capturadas, pero cuando quedó claro que iban a ganar se produjeron unas cuantas maniobras muy sutiles y cada ápice intentó conquistar las posiciones que adquirirían más importancia cuando el pacto dejara de estar en vigor. Gurgeh no se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo hasta que ya era demasiado tarde para hacer algo al respecto, y cuando empezó la segunda parte del juego se dio cuenta de que los cuatro ápices le llevaban una considerable ventaja estratégica.

También se dio cuenta de que los dos almirantes habían llegado a un acuerdo de cooperación no oficial, lo cual no tenía nada de sorprendente. Sus fuerzas combinadas eran superiores a las de los otros tres.

Y, en cierta forma, fue precisamente la debilidad de Gurgeh lo que le salvó. Calculó sus movimientos para que no valiese la pena atacarle durante el mayor tiempo posible, y dejó que los otros cuatro fuesen luchando entre ellos. Atacó a los dos almirantes cuando sus efectivos se volvieron lo bastante numerosos para darles alguna posibilidad de controlar todo el tablero, pero escogió cuidadosamente el momento en que eran más vulnerables a su pequeña fuerza que a las bastante más temibles del general y el ministro.

La partida se mantuvo indecisa durante mucho tiempo, pero Gurgeh consiguió ir fortaleciendo gradualmente su posición y aunque fue el primer jugador eliminado del tablero había logrado acumular los puntos suficientes para tener la seguridad de que jugaría en el siguiente tablero. Tres miembros del equipo de cinco original acabaron quedando tan malparados que se vieron obligados a abandonar la competición.

El error que había cometido en el primer tablero le dejó tan debilitado que Gurgeh nunca logró recuperarse del todo, y no hizo muy buen papel en el Tablero de la Forma. Empezaba a tener la impresión de que el Imperio no necesitaría recurrir a la mentira de que le habían eliminado en la primera tanda.


* * *

Seguía hablando con la Factor limitativo usando a Flere-Imsaho como transmisor y a la pantalla de juegos que había en sus aposentos para ver las partidas.

Aparte de eso, tenía la sensación de que estaba empezando a adaptarse a la gravedad. Flere-Imsaho tuvo que recordarle que era una respuesta incluida en sus genes manipulados. El grosor de sus huesos estaba aumentando rápidamente y su musculatura se había expandido sin necesidad de que Gurgeh hiciera ningún ejercicio físico suplementario.

¿No te habías dado cuenta de que te estabas volviendo más corpulento? preguntó la unidad con voz algo exasperada mientras Gurgeh observaba su cuerpo en el espejo de la habitación.

Gurgeh meneó la cabeza.

Creía que estaba comiendo demasiado.

Muy observador por tu parte. Me pregunto qué otras cosas puedes hacer de las que no tienes ni la más mínima idea… ¿Es que no te enseñaron nada sobre tu propia biología?

El hombre se encogió de hombros.

Si lo hicieron se me ha olvidado.

También se fue adaptando al corto ciclo día-noche del planeta, y si las continuas quejas que llegaban a sus oídos podían ser creídas su proceso de adaptación fue mucho más rápido que el de los demás. La unidad le dijo que la inmensa mayoría de jugadores estaban utilizando drogas para adaptarse a las nuevas jornadas de Ecronedal, que sólo duraban tres cuartas partes de un día promedio.

¿Otra vez la manipulación genética? le preguntó una mañana Gurgeh mientras desayunaba.

Sí. Naturalmente.

No sabía que pudiéramos hacer todas esas cosas.

Está claro que no lo sabías dijo la unidad. Hombre, por todos los… La Cultura lleva once mil años viajando por el espacio. El que la mayoría de vosotros os hayáis instalado en ambientes idealizados hechos a medida no quiere decir que hayáis perdido vuestra capacidad de adaptación rápida a los cambios. Fuerza en la profundidad, redundancia, exceso de diseño… Ya conoces la filosofía de la Cultura, ¿no?

Gurgeh contempló a la máquina con el ceño fruncido. Movió la mano en un arco que abarcó las paredes de la habitación y terminó en una de sus orejas.

Flere-Imsaho osciló de un lado a otro en el encogimiento de hombros típico de la unidad.


* * *

La partida en el Tablero de la Forma terminó con Gurgeh en el quinto lugar de la clasificación. Empezó a jugar en el Tablero del Cambio sin ninguna esperanza de ganar, pero con una pequeña posibilidad de pasar a la ronda siguiente como Clasificado. Hacia el final de la partida estuvo realmente inspirado. Su familiaridad con el último de los tres tableros principales había llegado a ser tan grande que tenía la sensación de moverse en un terreno conocido donde no había secretos, y disfrutaba utilizando el simbolismo elemental que sustituía al emparejamiento y las tiradas de dados empleadas durante las fases anteriores. Gurgeh estaba convencido de que los azadianos no sabían moverse demasiado bien en el Tablero del Cambio. El Imperio no parecía comprenderlo y le prestaba muy poca atención.

Y lo consiguió. Uno de los almirantes ganó la partida y Gurgeh logró pasar a la ronda siguiente como Clasificado. El margen entre él y el otro almirante fue de un solo punto: 5.523 contra 5.522. Había estado a punto de quedar eliminado, y la única situación más apurada que se le ocurría era un empate con partida eliminatoria, pero cuando pensó en ello después comprendió que jamás había dudado de que conseguiría pasar a la ronda siguiente.

Has estado peligrosamente cerca de empezar a decir tonterías sobre el destino, Jernau Gurgeh comentó la unidad cuando Gurgeh intentó explicárselo.

Gurgeh estaba sentado en su habitación con la mano sobre la mesa que tenía delante y la unidad intentaba quitarle el brazalete Orbital de la muñeca. Gurgeh ya no podía pasárselo por la mano, y la expansión de su musculatura hacía que le apretara demasiado.

El destino dijo Gurgeh, y puso cara pensativa. Asintió con la cabeza. Sí, supongo que es una sensación bastante parecida.

¿Y qué vendrá a continuación? exclamó la máquina mientras utilizaba un campo para cortar el brazalete. ¿Dios? ¿Fantasmas? ¿El viaje temporal?

La unidad apartó el brazalete de su muñeca y volvió a unir el minúsculo Orbital en el punto por donde lo había cortado. El brazalete recuperó su forma circular.

Gurgeh sonrió.

El Imperio.

Cogió el brazalete, se levantó y fue hasta la ventana haciendo girar el Orbital entre sus dedos. Clavó la mirada en las losas que cubrían la superficie del patio.

«¿El Imperio? —pensó Flere-Imsaho.Espero que esté bromeando…»

Fue hacia Gurgeh y le convenció para que le dejara guardar el brazalete dentro de su disfraz. Dejarlo a la vista era demasiado peligroso. Siempre existía la posibilidad de que alguien comprendiera lo que representaba.


* * *

Su partida había terminado, y Gurgeh descubrió que eso le dejaba en libertad de seguir la partida de Nicosar. El Emperador estaba jugando en el salón de proa de la fortaleza; una inmensa estancia en forma de cuenco delimitada por muros de piedra gris y capaz de acoger a más de mil personas. El salón de proa serviría de marco a la última partida, aquella cuyo resultado decidiría quién se convertiría en Emperador. El salón se encontraba en el otro extremo del castillo y estaba encarado en la dirección por la que llegarían las llamas. Hileras de grandes ventanales cuyos postigos aún tardarían algún tiempo en quedar cerrados y asegurados permitían contemplar el mar de puntas amarillas de los arbustos cenicientos que se extendía debajo de la fortaleza.

Gurgeh estaba sentado en una de las galerías de observación viendo jugar al Emperador. Nicosar jugaba de una forma muy cautelosa. Iba acumulando ventaja tan lentamente como si el juego fuese una operación comercial en la que todo dependía de los porcentajes, aprovechaba el Tablero del Cambio al máximo para llevar a cabo intercambios beneficiosos y orquestaba los movimientos de los cuatro jugadores con que se había aliado. Gurgeh quedó muy impresionado. El estilo de Nicosar era tan sutil como engañoso. Sus movimientos lentos y meditados sólo mostraban una faceta del Emperador. El movimiento asombrosamente brillante y audaz surgía de la nada justo cuando era necesario para ser empleado allí donde tendría el efecto más devastador. La ocasional jugada brillante de un adversario siempre era como mínimo igualada, y normalmente mejorada.

Gurgeh empezó a sentir cierta simpatía por los adversarios de Nicosar. Incluso el jugar mal resultaba menos desmoralizador que la ocasional ráfaga de brillantez que siempre terminaba siendo aplastada.

Está sonriendo, Jernau Gurgeh.

Gurgeh había estado tan absorto en la partida que no había visto acercarse a Hamin. El viejo ápice se sentó junto a él moviéndose con mucha cautela. Los bultos visibles bajo su túnica indicaban que llevaba puesto un arnés antigravitatorio para contrarrestar parcialmente los efectos de la gravedad ecronedaliana.

Buenas tardes, Hamin.

Acabo de saber que ha conseguido clasificarse. Ha jugado muy bien.

Gracias. Sólo he conseguido clasificarme a efectos no oficiales, claro está.

Ah, sí. Oficialmente quedó el cuarto.

Qué generosidad tan inesperada.

Valoramos en lo que se merece el que accediera a cooperar con nosotros. ¿Seguirá ayudándonos?

Por supuesto. Basta con que me pongan delante de las cámaras.

Quizá mañana. Hamin asintió y se volvió hacia donde estaba Nicosar. El Emperador observaba su excelente posición en el Tablero del Cambio. Su oponente en la modalidad singular será Lo Tenyos Krowo, y le advierto que es un gran jugador. ¿Está totalmente seguro de que no quiere abandonar?

Totalmente. ¿Cree que he permitido que mutilaran a Bermoiya sólo para abandonar ahora porque la tensión empieza a ser excesiva?

Sí, claro… Comprendo su punto de vista, Gurgeh. Hamin suspiró sin apartar los ojos del Emperador y asintió con la cabeza. Y de todas formas sólo ha conseguido clasificarse por un margen de ventaja infinitesimal. Y Lo Tenyos Krowo es muy, muy bueno. Volvió a asentir. Sí… Puede que por fin haya encontrado su nivel, ¿eh?

El rostro lleno de arrugas se volvió hacia Gurgeh.

Es muy posible, rector.

Hamin asintió con expresión distraída y volvió a apartar la mirada de Gurgeh para posarla nuevamente en su Emperador.


* * *

A la mañana siguiente Gurgeh grabó algunos planos de falsos movimientos en el tablero. La partida que acababa de jugar fue reconstruida y Gurgeh hizo unos cuantos movimientos creíbles pero poco inspirados, y cometió un claro error. Los papeles de sus adversarios fueron interpretados por Hamin y dos catedráticos del Colegio de Candsev, y la habilidad con que imitaron los estilos de los ápices contra los que había estado jugando impresionó considerablemente a Gurgeh.

Gurgeh acabó el cuarto, tal y como había sido profetizado. Grabó una entrevista con el Servicio Imperial de Noticias en la que expresó lo mucho que lamentaba haber sido eliminado de la Cuarta Ronda y dejó bien claro cuánto agradecía haber tenido la oportunidad de jugar al Azad. Era una experiencia que sólo se podía dar una vez en la vida, estaría eternamente en deuda con el pueblo azadiano, el respeto que sentía hacia el genio del Emperador-Regente había aumentado inconmensurablemente aunque el respeto inicial que sentía hacia él ya era muy grande, pensaba quedarse para seguir el desarrollo de los juegos y transmitía sus más sinceros deseos de felicidad y prosperidad para el Emperador, su Imperio y todos sus habitantes y súbditos en lo que estaba seguro iba a ser un futuro muy brillante.

El equipo de grabación y Hamin parecieron quedar muy complacidos.

Tendría que haber sido actor, Jernau Gurgeh le dijo Hamin.

Gurgeh supuso que debía tratarse de un elogio.

29

Estaba contemplando el bosque de arbustos cenicientos. Los árboles medían sesenta metros de altura o más. La unidad le había explicado que en la etapa más rápida de su desarrollo crecían casi un cuarto de metro por día, y que absorbían tales cantidades de agua y materia del suelo que éste se desmoronaba alrededor de los troncos hundiéndose lo suficiente para revelar los niveles superiores del sistema de raíces que ardería durante la Incandescencia y necesitaría un Gran Año completo para volver a crecer.

Empezaba a anochecer y Gurgeh contempló el crepúsculo, la fugaz etapa de un día muy corto en que la veloz rotación del planeta hacía que la enana amarilla se hundiera detrás del horizonte. Gurgeh tragó una honda bocanada de aire. No había ningún olor a quemado. La atmósfera parecía estar totalmente despejada, y un par de planetas del sistema de Ecronedal brillaban en el cielo; pero Gurgeh sabía que el aire contenía el polvo suficiente para hacer permanentemente invisibles a la mayoría de estrellas del cielo y convertir la inmensa rueda de la galaxia en una borrosa mancha de luz mucho menos impresionante de lo que resultaba cuando se la veía después de haber dejado atrás la calina gaseosa que envolvía al planeta.

Estaba sentado en un jardincito cerca del punto más alto de la fortaleza y podía ver por encima de las copas de la mayoría de arbustos cenicientos. Su posición le colocaba al mismo nivel que las copas llenas de frutos de los árboles más altos. Las vainas que contenían los frutos tenían el tamaño de un niño hecho un ovillo, y estaban repletas de una mezcla de sustancias en la que predominaba el etanol. Cuando llegara la Incandescencia algunas caerían y algunas permanecerían en la copa de los árboles, pero todas arderían.

Gurgeh pensó en ello y sintió un escalofrío. Decían que faltaban unos setenta días. Cualquier persona que estuviera sentada donde se encontraba ahora cuando llegara el frente de llamas se asaría viva con rociadores o sin ellos. El calor irradiado por el frente bastaría para cocerte. El jardín en el que estaba sentado desaparecería; el banco metálico en el que se encontraba sería trasladado al interior del castillo y quedaría protegido por los gruesos muros de piedra y los postigos de metal y cristal antillamas. Los jardines situados en los patios interiores sobrevivirían, aunque terminarían cubiertos de cenizas transportadas por el viento. Las personas estarían a salvo en el castillo rociado de agua o en los refugios subterráneos…, a menos que fuesen lo bastante estúpidas para permitir que las llamas las sorprendieran fuera, naturalmente. Le habían dicho que eso ocurría de vez en cuando.

Vio a Flere-Imsaho flotando por encima de las copas de los árboles. La unidad venía hacia él. Le habían dado permiso para que fuese adonde le diera la gana siempre que avisara a las autoridades de su paradero y accediera a llevar adherido un monitor de posición. Estaba claro que Ecronedal no contenía ninguna instalación militar que el Imperio considerase especialmente delicada. La unidad no se había mostrado muy feliz con las condiciones, pero pensó que si permanecía encerrada en el castillo acabaría enloqueciendo y accedió. Esta había sido su primera expedición.

Jernau Gurgeh.

Hola, unidad. ¿Has estado observando a los pájaros?

No, he estado viendo peces voladores. Pensé que debía empezar con los océanos.

¿Piensas echar un vistazo al frente de fuego?

Todavía no. He oído comentar que tu próximo adversario será Lo Tenyos Krowo.

La partida empezará dentro de cuatro días. Dicen que es muy bueno.

Lo es. Y también es una de las personas que saben todo lo que hay que saber sobre la Cultura.

Gurgeh clavó los ojos en la máquina.

¿Qué?

En el Imperio siempre hay un mínimo de ocho personas que saben dónde se originó la Cultura, qué tamaño aproximado tiene y cuál es nuestro nivel de desarrollo tecnológico.

¿De veras? murmuró Gurgeh tensando las mandíbulas.

Durante los doscientos años últimos el Emperador, el jefe de la Inteligencia Naval y los seis mariscales estelares han estado informados del poder y las dimensiones alcanzadas por la Cultura. No quieren que nadie más tenga acceso a esos datos. Ha sido elección suya, no nuestra. Están asustados, y es muy comprensible que lo estén.

Unidad dijo Gurgeh en un tono de voz bastante alto, ¿se te ha ocurrido pensar que quizá esté un poco harto de que se me trate como a un niño? ¿Por qué diablos no me lo habéis dicho antes?

Jernau, queríamos facilitarte un poco las cosas, ¿comprendes? ¿Por qué complicar aún más la situación diciéndote que unas cuantas personas sabían todo eso cuando no había ninguna probabilidad real de que llegaras a tener más que un contacto brevísimo con ninguna de ellas? Francamente, si no hubieras llegado a una etapa del Azad en la que deberás enfrentarte a una de esas personas jamás te lo habría dicho. No era necesario que lo supieras. Créeme, estamos intentando ayudarte… Pensé que sería mejor advertirte por si Krowo decía algo durante la partida que te dejara lo bastante perplejo para afectar tu concentración.

Bueno, me encantaría que mis estados de ánimo os preocuparan tanto como mi concentración replicó Gurgeh.

Se puso en pie, fue hacia el parapeto y apoyó los codos en él.

Lo siento mucho dijo la unidad, pero a juzgar por su tono de voz no estaba nada contrita.

Gurgeh agitó una mano.

Olvídalo. Bien, entonces debo suponer que Krowo trabaja en la Inteligencia Naval y no en el Departamento de Intercambio Cultural, ¿verdad?

Correcto. Oficialmente su puesto no existe, pero en la corte todo el mundo sabe que el puesto siempre es adjudicado al jugador de más categoría y más de fiar.

Sí, ya me parecía algo extraño que un jugador tan bueno como dicen que es Krowo estuviera en Intercambio Cultural.

Bueno, Krowo lleva tres Grandes Años ocupando el puesto y algunas personas piensan que si realmente lo hubiera deseado habría podido convertirse en Emperador, pero prefiere seguir donde está actualmente. Será un adversario muy difícil.

Eso es lo que me dicen todos replicó Gurgeh. Frunció el ceño y se volvió hacia el último resplandor visible en el horizonte. ¿Qué es eso? preguntó. ¿Has oído eso?

El sonido se repitió. Era un grito prolongado y quejumbroso que venía desde muy lejos, y casi desaparecía bajo el continuo susurrar del dosel formado por los arbustos cenicientos. El sonido fue subiendo de nivel en un crescendo tan lento como aterrador y acabó extinguiéndose tras lo que pareció una eternidad. Gurgeh sintió su segundo escalofrío de la noche.

¿Qué ha sido eso? murmuró.

La unidad se acercó al parapeto.

¿El qué? ¿Esos gritos? preguntó.

¡Sí! dijo Gurgeh.

Aguzó el oído y volvió a captar aquel sonido casi imperceptible que flotaba en las suaves y cálidas ráfagas de la brisa, el sonido que emergía ondulando de la oscuridad para deslizarse sobre las susurrantes copas de los colosales arbustos cenicientos.

Animales dijo Flere-Imsaho. Los últimos rayos de luz que llegaban del oeste silueteaban los contornos de su disfraz convirtiéndolo en un manchón oscuro. Unos carnívoros de gran tamaño llamados troshaes. Tienen seis patas. Viste unos cuantos ejemplares del zoo personal del Emperador la noche del baile, ¿lo recuerdas?

Gurgeh asintió con expresión fascinada y siguió escuchando los gritos de aquellas bestias lejanas.

¿Cómo se las arreglan para escapar a la Incandescencia?

Los troshaes se pasan todo el Gran Mes anterior corriendo hasta llegar muy cerca del muro de llamas. Ésos a los que oyes gritar no podrían correr lo bastante deprisa para escapar ni aunque empezaran ahora mismo. Han sido capturados y encerrados en recintos de los que sólo saldrán para ser cazados. Por eso aullan así. Saben que las llamas se acercan y quieren escapar.

Gurgeh no dijo nada. Había vuelto la cabeza en la dirección de la que llegaban los gritos casi inaudibles de aquellos animales condenados.

Flere-Imsaho esperó en silencio durante un par de minutos, pero el hombre no se movió y no le hizo ninguna pregunta más. La máquina acabó apartándose del parapeto para volver a las habitaciones de Gurgeh. Antes de cruzar el umbral que daba acceso al castillo giró sobre sí misma para contemplar al hombre que seguía inmóvil aferrando el parapeto de piedra al final del jardincito. El hombre estaba levemente encorvado con la cabeza hacia adelante, y no movía ni un músculo. Ya era noche cerrada, y unos ojos humanos no habrían podido distinguir aquella silueta que parecía una estatua.

La unidad vaciló durante unos segundos y acabó desapareciendo en el interior de la fortaleza.


* * *

Gurgeh pensaba que el Azad no era la clase de juego en el que se podía disfrutar de un día libre, y mucho menos de veinte. Descubrir que sí lo era fue una gran desilusión para él.

Había estudiado minuciosamente muchas partidas anteriores de Lo Tenyos Krowo y tenía muchas ganas de enfrentarse al jefe de la Inteligencia Naval. El estilo del ápice era muy interesante y mucho más vistoso y ocasionalmente errático que el de ningún otro jugador de primera categoría. La partida tendría que haber sido un desafío en el que Gurgeh habría disfrutado considerablemente, pero no lo fue. Fue una experiencia horrible, incómoda e ignominiosa. El corpulento y al principio bastante jovial y aparentemente despreocupado ápice cometió unos cuantos errores de principiante casi increíbles y otros que fueron resultado de movimientos realmente inspirados e incluso brillantes, pero que acabaron resultando igualmente desastrosos. Gurgeh sabía que a veces te encontrabas con adversarios cuyo estilo te daba muchos más problemas de lo que habría sido lógico esperar, y también sabía que a veces hay partidas en las que todo va mal sin importar lo mucho que te esfuerces y lo brillantes y meditados que sean tu estrategia y tus movimientos. El jefe de la Inteligencia Naval parecía estar teniendo ambos problemas a la vez. El estilo de Gurgeh podría haber sido diseñado con el único fin de poner en apuros a Krowo, y la suerte del ápice fue tan escasa que casi habría podido considerarse inexistente.

Gurgeh acabó sintiendo una auténtica simpatía hacia Krowo, quien dejó bien claro que se preocupaba mucho más por la forma en que iba a ser derrotado que por la derrota en sí. El final de la partida hizo que los dos lanzaran un sincero suspiro de alivio.


* * *

Flere-Imsaho le observó jugar durante las etapas finales de la partida. Leía cada movimiento cuando aparecía en la pantalla y lo que veía no era tanto una partida de Azad como una operación quirúrgica. Gurgeh, el jugador el morat—, estaba haciendo pedazos a su adversario. Cierto, el ápice no estaba jugando muy bien, pero Gurgeh… Bueno, Gurgeh estaba jugando de una forma tan brillante como tranquila y despreocupada; y la despiadada falta de escrúpulos de su estilo también era nueva. La unidad había esperado que ocurriría algo parecido, pero aun así el verlo aparecer tan pronto y de una forma tan aparatosa le sorprendió. Flere-Imsaho fue descifrando las señales enviadas por el rostro y el cuerpo del hombre irritación, ira, compasión, pena, y cuando se volvió hacia la partida no encontró nada remotamente similar a esas emociones. Lo único que podía encontrar en ella era la furia precisa y ordenada de un jugador que manipulaba los tableros, las piezas, las cartas y las reglas como si fuesen los controles de una máquina omnipotente con la que estaba perfectamente familiarizado.

«Otro cambio», pensó. El hombre había sufrido una nueva alteración y se había internado un poquito más en las entrañas del juego y la sociedad. Le habían advertido de que aquello podía ocurrir. Una de las razones era que Gurgeh empleaba continuamente el eáquico. Flere-Imsaho siempre había tenido sus dudas sobre el grado de precisión con que se podía evaluar y definir la conducta humana, pero le habían informado de que si un habitante de la Cultura prescindía del marain durante un período de tiempo bastante prolongado y utilizaba otro lenguaje había muchas probabilidades de que cambiara. Actuaba de una forma distinta y empezaba a pensar en ese lenguaje, perdía la estructura interpretativa cuidadosamente equilibrada del lenguaje de la Cultura y olvidaba la sutileza de sus cambios de cadencia, tonalidad y ritmo para sustituirlo por un instrumento que casi siempre era mucho más tosco y menos preciso.

El marain era un lenguaje sintético diseñado para que su capacidad expresiva en la faceta fonética y filosófica fuese lo más amplia posible…, de hecho, todo lo amplia que el aparato vocal y el cerebro pan-humano podían tolerar. Flere-Imsaho sospechaba que el marain gozaba de un prestigio un tanto excesivo, pero las mentes que habían creado el marain eran mucho más agudas e inteligentes que la suya, y diez milenios después de su creación incluso las Mentes más superiores las que se movían en niveles intelectuales tan irrespirables y rarificados como los últimos estratos de una atmósfera planetaria seguían teniendo un gran concepto del lenguaje, por lo que suponía que estaba obligado a inclinarse ante su innegable superioridad. Una de las Mentes que tomó parte en su adiestramiento antes del viaje llegó al extremo de comparar el marain con el Azad. La hipérbole era realmente exagerada, pero Flere-Imsaho comprendió la parte de verdad que contenía.

El eáquico era un lenguaje corriente fruto del tiempo y la evolución repleto de presuposiciones profundamente enraizadas que sustituían la compasión por el sentimentalismo y la cooperación por la agresión. Si pasaba todas sus horas de vigilia hablándolo una personalidad comparativamente inocente y sensible como la de Gurgeh acabaría aceptando una parte del marco y la estructura éticas que se ocultaban detrás del lenguaje.

Y ésa era la razón de que el hombre hubiese empezado a jugar como uno de esos carnívoros cuyos gritos había estado escuchando, acechando por el tablero, montando trampas, diversiones y lugares para matar a la presa; surgiendo de la nada, persiguiendo, derribando, consumiendo, absorbiendo…

Flere-Imsaho se removió dentro de su disfraz como si se sintiera incómodo y desactivó la pantalla.


* * *

Gurgeh recibió una larga carta de Chamlis Amalk-Ney un día después de haber terminado su partida con Krowo. Se sentó en su habitación y contempló a la vieja unidad. Chamlis le mostró imágenes de Chiark mientras le iba dando las últimas noticias. La profesora Boruelal seguía en su retiro; Hafflis estaba embarazada. Olz Hap había emprendido un crucero con su primer amor, pero volvería antes de que terminara el año para seguir con sus actividades en la universidad. Chamlis continuaba trabajando en su libro de historia.

Gurgeh permaneció inmóvil escuchando y observando. Contacto había censurado la comunicación dejando en blanco aquellos fragmentos que Gurgeh supuso debían revelar que el paisaje de Chiark era Orbital y no planetario. La interferencia en su correo personal le molestó menos de lo que había imaginado.

La carta no le interesó demasiado. Todo aquello parecía tan lejano, tan irrelevante… La vieja unidad daba la impresión de ser más tozuda y chocheante que sabia o incluso afable, y las personas que se movían en la pantalla parecían blandas y estúpidas. Amalk-Ney le mostró imágenes de Ikroh, y Gurgeh descubrió que le irritaba el que la gente fuera allí de vez en cuando y se alojara en la casa durante unos días. ¿Quiénes se habían creído que eran?

Yay Meristinoux no aparecía en la carta. La joven acabó hartándose de Blask y de aquella maldita máquina llamada Preashipley, y se había marchado para proseguir su carrera como paisajista en [censurado]. Yay le enviaba sus más cariñosos recuerdos. Cuando se marchó ya había iniciado el cambio viral que acabaría convirtiéndola en un hombre.

Al final de la comunicación había una parte bastante extraña que parecía haber sido añadida después de que la señal principal hubiese quedado grabada. Las imágenes mostraban a Chamlis en el salón de Ikroh.

Gurgeh dijo la unidad, esto ha llegado hoy mismo en el correo general sin remite especificado formando parte de una remesa de Circunstancias Especiales. El punto de vista de la cámara se desplazó hasta el sitio donde si ningún intruso hubiera cambiado de sitio el mobiliario habría tenido que haber una mesa. La pantalla quedó en blanco. Nuestro pequeño amigo dijo Chamlis. Totalmente desprovisto de vida. Lo he examinado y he… [censurado] llamado a su equipo de vigilancia para que echaran un vistazo por aquí. Está muerto. Es un mero envoltorio sin mente dentro; como un cuerpo humano intacto al que le hubieran extirpado el cerebro sin dejar ningún rastro de que estaba allí. Hay una pequeña cavidad en el centro donde supongo que debía encontrarse su mente.

La imagen volvió de repente y el punto de vista de la cámara se desplazó hasta quedar nuevamente centrado en Chamlis.

Supongo que acabó accediendo a la reestructuración y que le han fabricado un cuerpo nuevo, pero sigue extrañándome que decidieran enviar el cuerpo antiguo aquí. Hazme saber qué quieres que haga con él. Escribe pronto. Espero que te encuentres bien y que tengas éxito en lo que estás haciendo, sea lo que sea. Mis más cariñosos sa…

Gurgeh desactivó la pantalla. Se puso en pie, fue hacia la ventana y contempló el patio que tenía debajo con el ceño fruncido.

Una sonrisa fue curvando lentamente las comisuras de sus labios. Dejó escapar una carcajada silenciosa, fue al intercomunicador y ordenó al sirviente que le trajera un poco de vino. Estaba llevándose la copa a los labios cuando Flere-Imsaho entró flotando por el hueco de la ventana. Volvía de otro safari entre la fauna del planeta, y el metal de sus placas estaba cubierto de polvo.

Pareces muy satisfecho de ti mismo dijo la unidad. ¿Por qué estás brindando?

Gurgeh clavó los ojos en las profundidades ambarinas del vino y sonrió.

Por los amigos ausentes dijo, y bebió un sorbo.

30

La próxima partida pertenecía a la modalidad de tres jugadores. Gurgeh se enfrentaría a Yomonul Lu Rahsp, el mariscal estelar aprisionado dentro del exoesqueleto, y a Lo Frag Traff, un joven coronel. Sabía que las reglas no escritas de los juegos exigía que los dos fuesen peores jugadores que Krowo, pero el jefe de la Inteligencia Naval había hecho un papel tan pésimo de hecho, tenía bastantes probabilidades de perder su puesto, que le costaba mucho creer que sus dos nuevos oponentes fueran a resultar más fáciles de vencer que el contrincante al que se había enfrentado en su última partida. De hecho Gurgeh esperaba todo lo contrario. Lo natural era que los dos militares se aliaran para aniquilarle.

Nicosar jugaría contra Vechesteder, el viejo mariscal estelar, y Jhilno, el ministro de defensa.

Gurgeh consagró los días que le quedaban al estudio del juego. Flere-Imsaho seguía con sus exploraciones. Le explicó que había visto como todo un segmento del frente de llamas era extinguido por una tempestad, y que cuando volvió a visitar aquella zona dos días después descubrió que las plantas llamadas yesqueros ya estaban volviendo a inflamar la seca vegetación que cubría el suelo. La unidad dijo que le había parecido un ejemplo impresionante del papel básico que jugaba el fuego en la ecología del planeta.

La corte se divertía cazando en el bosque durante las horas de luz y con hologramas o espectáculos en directo durante la noche.

Gurgeh descubrió que las diversiones le resultaban tan predecibles como tediosas. Las únicas que lograron interesarle un poco eran los duelos normalmente entre machos, celebrados en pozos rodeados por apretados círculos de jugadores y funcionarios imperiales que gritaban y hacían apuestas. Lo habitual era que los duelos no se libraran a muerte. Gurgeh sospechaba que de noche el castillo acogía diversiones de una naturaleza muy distinta que resultaban inevitablemente fatales para uno de los participantes como mínimo, y que su presencia en ellas no sólo no sería bienvenida sino que se esperaba que no llegara a conocer su existencia.

Pero aquello ya había dejado de preocuparle.


* * *

Lo Frag Traff era un ápice bastante joven con una cicatriz muy aparatosa que nacía en una ceja y recorría su mejilla hasta llegar muy cerca de la boca. Tenía un estilo de juego tan rápido como feroz, y su carrera en el Ejército Estelar del Imperio había destacado por esas mismas características. Su hazaña más famosa había sido la destrucción de la Biblioteca de Urutipaig. Traff estaba al mando de un pequeño contingente de soldados en una guerra contra una especie humanoide; la guerra en el espacio había entrado en una situación de tablas, pero una combinación de gran talento militar y algo de suerte hizo que Traff se encontrara en situación de amenazar la capital enemiga desde la superficie. El enemigo pidió la paz imponiendo como condición previa al tratado que su inmensa biblioteca conocida por todas las especies civilizadas de la Nube Menor, permaneciera intacta. Traff sabía que si rechazaba esa condición habría más combates, por lo que dio su palabra de honor de que no se destruiría una sola letra, pixel o microarchivo, y que todo el contenido de la biblioteca permanecería donde estaba.

Su mariscal estelar le había ordenado destruir la biblioteca. El mismísimo Nicosar había incluido esa destrucción en uno de los primeros edictos que promulgó después de subir al trono. Las razas vasallas debían comprender que incurrir en las iras del Emperador llevaba consigo un castigo tan espantoso como inevitable.

Al Imperio le importaba un comino que uno de sus leales soldados quebrantara un acuerdo con una insignificante pandilla de alienígenas, pero Traff sabía que dar tu palabra era algo sagrado. Si faltaba a su palabra de honor nadie volvería a confiar en él.

Traff ya había dado con una solución. Resolvió el problema listando por orden alfabético todas las palabras contenidas en la biblioteca y los pixeles de cada ilustración fueron clasificados por orden de color, intensidad y matiz. Los microarchivos originales fueron borrados y acogieron un volumen tras otro de «el», «es» y «uno»; las ilustraciones quedaron convertidas en campos de colores puros.

Hubo algunos disturbios, claro está, pero Traff ya controlaba la situación y explicó a los irritados y como se descubrió con el tiempo, literalmente suicidas guardianes de la biblioteca y al Tribunal Supremo del Imperio que había sido fiel a la palabra dada pues no había destruido ni tomado como botín una sola palabra, imagen o archivo.

A mediados de la partida en el Tablero del Origen Gurgeh se dio cuenta de algo que le sorprendió mucho: Yomonul y Traff no se habían aliado para aniquilarle, sino que estaban luchando ferozmente el uno contra el otro. Jugaban como si estuvieran convencidos de que Gurgeh ganaría la partida hicieran lo que hiciesen, y se peleaban por conseguir el segundo puesto. Gurgeh sabía que no se apreciaban demasiado. Yomonul representaba a la vieja guardia militar y Traff a la nueva ola de aventureros jóvenes y osados. Yomonul era un exponente de la estrategia basada en la negociación y el mínimo uso de la fuerza; Traff de los ataques devastadores. Yomonul mantenía opiniones liberales en lo tocante al trato con otras especies; Traff era un xenófobo. Habían estudiado en colegios tradicionalmente rivales, y sus estilos de juego mostraban de forma muy clara todas las diferencias que les separaban. El estilo de Yomonul era meticuloso y relajado, el de Traff era agresivo hasta el punto de rozar la imprudencia temeraria.

Sus actitudes hacia el Emperador también eran distintas. Yomonul tenía una opinión tan fría como práctica de lo que representaba el trono, mientras que la lealtad de Traff casi podía considerarse fanática, aunque iba bastante más dirigida a la persona de Nicosar que al trono en el que estaba sentado. Cada uno odiaba profundamente las creencias del otro.

Gurgeh estaba enterado de todo eso, pero no había esperado que le prestaran tan poca atención y se lanzaran el uno al cuello del otro. Volvió a sentirse levemente desilusionado y a tener la sensación de que le habían robado la partida con que tanto esperaba disfrutar. La única compensación fue que el salvajismo que impregnaba los movimientos de los dos militares enfrentados era algo digno de verse y no se podía negar que resultaba impresionante, aunque también un tanto inquietante. Todo aquel desperdicio de energías que sólo podía acabar en la autodestrucción… La partida resultó un paseo durante el que Gurgeh fue acumulando puntos tranquilamente mientras los dos militares luchaban entre sí. Iba a ganar, pero no pudo evitar la sensación de que sus adversarios estaban disfrutando mucho más que él. Pensaba que utilizarían la opción física, pero Nicosar prohibió que se empleara durante la partida. Sabía que los dos jugadores se odiaban con una intensidad casi patológica, y no quería correr el riesgo de que ese odio le privara de los servicios de ninguno de ellos.


* * *

Gurgeh estaba almorzando sin apartar los ojos de la pantalla incorporada a la mesa. Era el tercer día de partida en el Tablero del Origen. Aún faltaban unos minutos para el inicio de la siguiente sesión y Gurgeh estaba solo en la mesa viendo los noticiarios que mostraban lo bien que estaba jugando Lo Tenyos Krowo en su partida contra Yomonul y Traff. Quien se hubiera encargado de imitar el estilo del ápice Gurgeh sabía que Krowo se había negado a tener la más mínima relación con aquella superchería estaba haciendo un trabajo excelente. Todos los movimientos encajaban a la perfección con el estilo del jefe de la Inteligencia Naval. Gurgeh sonrió levemente.

¿Pensando en su próxima e inminente victoria, Jernau Gurgeh? preguntó Hamin mientras tomaba asiento delante de él.

Gurgeh hizo girar la pantalla.

Es un poco pronto para eso, ¿no le parece?

El viejo y calvo ápice observó la pantalla y sus labios se curvaron en una sonrisa casi imperceptible.

Hmmm. ¿Eso cree?

Hamin alargó el brazo y desactivó la pantalla.

Las cosas siempre pueden cambiar, Hamin.

Cierto, Gurgeh… Las cosas siempre pueden cambiar, pero creo que el curso de esta partida no sufrirá ninguna variación. Yomonul y Traff seguirán ignorándole y se atacarán el uno al otro. Acabará venciendo.

Bueno, entonces… dijo Gurgeh contemplando la superficie mate de la pantalla. Krowo tendrá que jugar con Nicosar, ¿no?

Sí, Krowo puede jugar con Nicosar. Podemos crear una partida que cubra esa eventualidad. Pero usted no debe jugar con el Emperador.

¿No debo? preguntó Gurgeh. Creía haber hecho todo lo que deseaban de mí. ¿Qué más puedo hacer?

Negarse a jugar con el Emperador.

Gurgeh clavó la mirada en las pupilas gris claro del viejo ápice. Cada ojo estaba rodeado por una red de arrugas muy finas. Los ojos de Hamin le devolvieron la mirada sin alterarse en lo más mínimo.

¿Cuál es el problema, Hamin? Ya no soy una amenaza.

Hamin alisó la suave tela de una de sus mangas.

¿Quiere que le confiese una cosa, Jernau Gurgeh? Odio las obsesiones. Son tan… tan cegadoras. Creo que es la palabra más adecuada, ¿no le parece? Hamin sonrió. Estoy empezando a preocuparme por mi Emperador, Gurgeh. Sé lo mucho que desea demostrar que merece estar sentado en el trono y que es digno del puesto que ha estado ocupando durante los últimos dos años. Creo que se conformará con eso, pero también sé que lo que realmente desea y lo que siempre ha deseado es jugar contra Molsce y ganar. Y, naturalmente, eso ya no es posible… El Emperador ha muerto, Jernau Gurgeh, larga vida al Emperador. Surge de entre las llamas y todo eso…, pero creo que cuando le mira ve al viejo Molsce y tiene la sensación de que usted es el adversario al que debe enfrentarse y al que ha de vencer. El alienígena, el hombre de la Cultura, el morat, el-que-juega… Y no estoy seguro de que sea una buena idea. No es necesario, ¿comprende? Estoy convencido de que perdería, pero… Como ya le he dicho, las obsesiones siempre consiguen ponerme nervioso. Sería mejor para todas las partes implicadas que nos hiciera saber lo más pronto posible que va a abandonar los juegos.

¿Y privar a Nicosar de la oportunidad de vencerme?

Su tono de voz indicaba tanto sorpresa como diversión.

Sí. Prefiero que siga teniendo la sensación de que aún le queda algo por demostrar ante los ojos del Imperio. Eso no le hará ningún daño.

Pensaré en ello dijo Gurgeh.

Hamin le observó en silencio durante unos momentos.

Espero que comprenda lo franco que he sido con usted, Jernau Gurgeh. Sería una lástima que tal honestidad no fuera reconocida…, y recompensada como se merece.

Gurgeh asintió.

Sí, estoy seguro de ello.

Un sirviente cruzó el umbral y anunció que la sesión estaba a punto de empezar.

Discúlpeme, rector dijo Gurgeh poniéndose en pie. Los ojos del viejo ápice siguieron sus movimientos. El deber me llama.

Obedezca su llamada dijo Hamin.

Gurgeh se quedó inmóvil durante unos momentos contemplando al viejo ápice marchito sentado al otro extremo de la mesa. Después giró sobre sí mismo y se marchó.

Hamin clavó los ojos en la pantalla desactivada que tenía delante como si estuviera absorto en una fascinante partida invisible que sólo él podía ver.


* * *

Gurgeh ganó tanto en el Tablero del Origen como en el Tablero de la Forma. La feroz lucha entre Traff y Yomonul siguió desarrollándose, y la ventaja tan pronto correspondía al uno como al otro. Traff llegó al Tablero del Cambio con una ligera ventaja sobre el otro ápice. Gurgeh les llevaba una delantera tan grande que era prácticamente invulnerable, lo que le permitió relajarse dentro de su fortaleza y contemplar la guerra total librada a su alrededor hasta que el final de ésta le indicó que había llegado el momento de salir de sus inexpugnables posiciones para acabar con las agotadas fuerzas del vencedor. Parecía la única salida justa, aparte de que también era la más cómoda. Gurgeh dejó que los chicos se divirtieran hasta quedar agotados, impuso el orden y volvió a guardar los juguetes dentro de la caja.

Pero, naturalmente, aquello sólo era una pálida imitación de una auténtica partida de Azad.

¿Está complacido o se siente disgustado, señor Gurgeh?

El Mariscal Estelar Yomonul fue hacia Gurgeh y le hizo esa pregunta durante una pausa en el juego pedida por Traff para aclarar una duda sobre las reglas con su Adjudicador. Gurgeh estaba de pie pensando con los ojos clavados en el tablero y no había visto acercarse al ápice aprisionado dentro del exoesqueleto. Alzó los ojos poniendo cara de sorpresa y vio al mariscal estelar delante de él. Su rostro lleno de arrugas asomaba con una expresión levemente divertida por entre la jaula de titanio y acero al carbono que lo aprisionaba. Hasta aquel momento ninguno de los dos soldados le había prestado ni la más mínima atención.

¿Por haber quedado excluido de la auténtica partida? preguntó Gurgeh.

El ápice alzó un brazo rodeado de varillas metálicas y señaló el tablero.

Sí, y porque la victoria le resulte tan fácil. ¿Busca la victoria o el desafío?

La máscara esquelética del ápice se agitaba a cada movimiento de la mandíbula.

Preferiría disfrutar de ambas cosas admitió Gurgeh. Incluso he pensado en tomar parte como tercera fuerza o como aliado de un bando o de otro…, pero esto tiene todo el aspecto de ser una guerra personal, ¿verdad?

El ápice sonrió y la jaula que rodeaba su cabeza asintió lentamente como si supiera muy bien de qué estaba hablando.

Lo es dijo. Su situación actual es tan envidiable como segura. Si yo fuera usted no la cambiaría por otra.

¿Y usted? le preguntó Gurgeh. Parece estar llevando la peor parte, al menos por ahora.

Yomonul sonrió. La máscara-jaula ondulaba y se flexionaba siguiendo hasta el más leve de sus gestos.

Jamás lo había pasado tan bien, y aún me quedan unas cuantas sorpresas y trucos que harán sudar al jovencito. Pero me siento un poco culpable por permitir que siga adelante sin apenas ningún esfuerzo. Si se enfrenta a Nicosar y gana nos pondrá a todos en una situación muy incómoda.

Gurgeh expresó una cierta sorpresa.

¿Cree que podría vencerle?

No. Estar encerrado en aquella jaula de metal oscuro que amplificaba todos sus movimientos y expresiones hizo que el gesto del ápice resultara todavía más enfático. Cuando no le queda más remedio Nicosar siempre da lo mejor de sí mismo y si da lo mejor de sí mismo… Le vencerá. Siempre que no sea demasiado ambicioso, claro. No, estoy seguro de que le vencerá porque usted es una auténtica amenaza, y Nicosar siempre ha sabido respetar las amenazas y enfrentarse a ellas como se merecen. Pero… Ah… El mariscal estelar se dio la vuelta. Traff acababa de cruzar el tablero para mover un par de piezas, después de lo cual hizo una exagerada reverencia a Yomonul. El mariscal estelar se volvió hacia Gurgeh. Veo que ha llegado mi turno de jugar. Discúlpeme.

Yomonul volvió a su guerra privada.

Uno de los trucos a que se había referido quizá fuera el de conseguir que Traff creyera que su conversación con Gurgeh había tenido como objetivo conseguir la ayuda del hombre de la Cultura, pues durante los movimientos siguientes el joven soldado actuó como si esperara verse obligado a librar la guerra en dos frentes distintos.

Yomonul consiguió la ventaja que necesitaba y logró superar a Traff por un pequeño margen de puntos. Gurgeh ganó la partida y la oportunidad de enfrentarse a Nicosar. Hamin intentó hablar con él en el pasillo que daba acceso a la sala de juegos inmediatamente después de que hubiera obtenido la victoria, pero Gurgeh se limitó a sonreír y pasó de largo junto a él.

31

Los arbustos cenicientos se balanceaban lentamente a su alrededor. La brisa creaba leves susurros en el dosel dorado. La corte, los jugadores y sus séquitos estaban sentados en unos grádenos de madera casi tan grandes como un pequeño castillo. Delante de los grádenos había un claro en el bosque y un pasillo bastante angosto delimitado por dos empalizadas de troncos muy gruesos que medían cinco o más metros de altura. Las empalizadas formaban la parte central de una especie de corral que tenía la forma de un reloj de arena y estaba abierto al bosque por los dos extremos. Nicosar y los jugadores que ocupaban los primeros puestos de la clasificación estaban sentados en primera fila de la plataforma de madera, lo que les permitía dominar todo el embudo.

Detrás de los grádenos había toldos debajo de los que se estaba preparando la comida. El olor de la carne asada flotaba perezosamente sobre los espectadores y se perdía en el bosque.

Eso hará que se les llene la boca de espuma dijo el Mariscal Estelar Yomonul.

Se inclinó hacia Gurgeh acompañado por un zumbido de servomecanismos. Gurgeh y el mariscal estaban sentados el uno al lado del otro en la primera fila de la plataforma, a no mucha distancia del Emperador. Cada uno tenía delante un rifle de proyectiles de gran tamaño sostenido por un trípode.

¿El qué? preguntó Gurgeh.

El olor. Yomonul sonrió y movió una mano señalando los fuegos y parrillas que había detrás de ellos. Carne asada… El viento está llevando el olor en su dirección. Les volverá locos.

Oh, estupendo murmuró Flere-Imsaho junto a los pies de Gurgeh.

La unidad ya había intentado persuadirle de que no tomara parte en la cacería.

Gurgeh no le hizo caso y asintió.

Claro dijo.

Sopesó la culata del rifle. El arma era un modelo bastante antiguo de un solo tiro, y recargarlo exigía manejar un pasador metálico. Las estrías de cada cañón eran ligeramente distintas, por lo que cuando se extrajeran las balas de los animales las señales que habían dejado en ellas permitirían establecer una puntuación y adjudicar las cabezas y pieles.

¿Está seguro de que ha utilizado un arma semejante con anterioridad? preguntó Yomonul.

El ápice sonrió. Estaba de muy buen humor. Sólo le faltaban unas cuantas decenas de días para quedar libre del exoesqueleto, y el Emperador había dado permiso para que el régimen carcelario se suavizara hasta el final de la condena. Yomonul podía beber y comer lo que le diera la gana, y volvía a estar en condiciones de llevar una vida social.

Gurgeh asintió.

He disparado armas dijo.

Nunca había utilizado un arma de proyectiles, pero aún recordaba aquel día con Yay en el desierto, hacía ya varios años.

Apuesto a que nunca has disparado contra algo vivo dijo la unidad.

Yomonul golpeó suavemente las placas de la máquina con un pie recubierto de acero.

Silencio, cosa dijo.

Flere-Imsaho se fue inclinando lentamente hacia atrás hasta que su parte frontal apuntó a Gurgeh.

¿Cosa? dijo.

Estaba tan indignado que su voz parecía un cruce entre murmullo y graznido.

Gurgeh le guiñó un ojo y se llevó un dedo a los labios. Después intercambió una sonrisa con Yomonul.

La cacería era el nombre que los azadianos daban a aquella diversión dio comienzo con una fanfarria de trompetas y los aullidos lejanos de los troshaes. Una hilera de machos emergió del bosque y corrió a lo largo del embudo de madera golpeando los troncos con palos. El primer troshae no tardó en aparecer. Las sombras crearon franjas sobre sus flancos cuando entró en el claro y corrió hacia el embudo de madera. Las personas que rodeaban a Gurgeh empezaron a murmurar nerviosamente.

Buen tamaño dijo Yomonul en tono apreciativo.

La bestia de rayas negras y doradas movía velozmente sus seis patas avanzando por el embudo. Los chasquidos que sonaron alrededor de la plataforma de madera anunciaron que los espectadores se preparaban para disparar. Gurgeh alzó la culata de su rifle. El trípode al que estaba unido facilitaba su manejo en aquella potente gravedad, y también servía para limitar el campo de tiro; algo que Gurgeh estaba seguro debía tranquilizar bastante a los siempre vigilantes guardias personales del Emperador.

El troshae siguió corriendo por el embudo. Sus patas se movían sobre el terreno polvoriento a tal velocidad que parecían manchones borrosos. Los espectadores empezaron a disparar y la atmósfera se llenó de nubecillas de humo gris y vibró con el crujir de las detonaciones. Yomonul apuntó y disparó. Un coro de gritos rodeó a Gurgeh. Las armas callaron, pero aun así Gurgeh sintió cómo sus orejas se tensaban reduciendo las dimensiones del pabellón para amortiguar el estrépito. Disparó. El retroceso le pilló desprevenido y su proyectil debió pasar bastante por encima de la cabeza del animal.

Bajó los ojos hacia el embudo. El animal estaba gritando. Intentó saltar la valla del extremo más alejado, pero una granizada de proyectiles le hizo caer. El troshae logró avanzar unos metros más arrastrando tres patas y dejando un rastro de sangre detrás suyo. Gurgeh oyó otra detonación ahogada junto a él y la cabeza del carnívoro se desvió repentinamente a un lado. La gran bestia se derrumbó hecha un fardo. Los vítores hicieron vibrar el aire. Una puerta se abrió en la empalizada de troncos para dejar salir a unos cuantos machos que se apresuraron a retirar el cadáver. Yomonul se había puesto en pie y se inclinaba en todas direcciones agradeciendo los gritos y aplausos que elogiaban su puntería. El siguiente animal salió del bosque y empezó a correr por entre los muros de madera, y el mariscal se apresuró a sentarse con un estridente zumbido de los motores de su exoesqueleto.

El cuarto troshae fue seguido por un grupo de animales y la confusión permitió que uno de ellos lograra encaramarse sobre los troncos de la empalizada y cayera al otro lado. El animal empezó a perseguir a algunos de los machos que esperaban junto a los troncos. Un guardia situado al pie de la plataforma lo derribó con un solo disparo de su láser.

Hacia media mañana el centro del embudo estaba ocupado por un montón de cadáveres de troshaes y había un cierto peligro de que algunos animales pudieran trepar sobre los cuerpos de sus predecesores, por lo que se interrumpió la cacería el tiempo suficiente para que un grupo de machos se llevara los despojos ensangrentados y aún calientes usando ganchos, cadenas y un par de tractores. Alguien situado a la izquierda del Emperador disparó contra uno de los machos mientras estaban trabajando. Hubo algunos silbidos, y también algunos vítores proferidos por quienes ya estaban borrachos. El Emperador castigó al que había disparado imponiéndole una multa y dijo que quien le imitara se encontraría corriendo junto a los troshaes. Todo el mundo se rió.

Gurgeh, veo que no está disparando dijo Yomonul.

El mariscal estaba convencido de haber acabado con otros tres animales. Gurgeh empezaba a encontrar la cacería un poco estúpida, y casi había dejado de disparar. Supuso que no importaría mucho, ya que de todas formas ninguno de sus disparos anteriores había dado en el blanco.

Parece que no soy muy bueno en esto dijo.

¡Necesita práctica!

Yomonul rió y le dio una palmada en la espalda. El servomecanismo amplificó la potencia del golpe dado por el sonriente Mariscal Espacial y casi dejó sin aliento a Gurgeh.

Yomonul alzó la mano para indicar que su disparo había vuelto a dar en el blanco. Lanzó un grito de júbilo y le dio una patada a Flere-Imsaho.

¡Ve a por él! rió.

La unidad se alzó lentamente del suelo con la máxima dignidad de que fue capaz.

Jernau Gurgeh dijo, no pienso seguir aguantando esto por más tiempo. Vuelvo al castillo. ¿Te importa?

En absoluto.

Gracias. Que disfrutes con tus habilidades cinegéticas y tu soberbia puntería.

La unidad bajó un poco, se desplazó hacia un lado y no tardó en desaparecer detrás de los graderíos. Yomonul la tuvo en su punto de mira durante la mayor parte del trayecto.

¿Por qué ha dejado que se fuera? preguntó riendo.

Estoy mejor sin ella replicó Gurgeh.

Hicieron una pausa para almorzar. Nicosar felicitó a Yomonul por su magnífica demostración de puntería. Gurgeh pasó el almuerzo sentado junto al mariscal y cuando el palanquín de Nicosar fue llevado hasta su extremo de la mesa puso una rodilla en tierra. Yomonul replicó diciendo que el exoesqueleto le ayudaba a apuntar con más precisión. Nicosar dijo que era deseo del Emperador que el mariscal quedara liberado del artefacto después de la clausura oficial de los juegos. Nicosar lanzó una mirada de soslayo a Gurgeh, pero no dijo nada más. El palanquín anti-gravitatorio se alzó por sí solo y los guardias imperiales lo empujaron suavemente para que siguiera avanzando a lo largo de la hilera de invitados a la cacería.

Después del almuerzo todos volvieron a sus asientos para seguir con la cacería. Había otros animales que cazar y la primera parte de la corta tarde transcurrió rápidamente disparando contra ellos, pero los troshaes volvieron a aparecer pasado un rato. Hasta el momento sólo siete de los más de doscientos troshaes liberados de los recintos del bosque habían logrado recorrer todo el trayecto del embudo de madera llegando hasta el otro extremo para escapar entre los árboles, e incluso los que consiguieron huir estaban heridos y acabarían siendo atrapados por la Incandescencia.

Toda la extensión de tierra apisonada del tramo de embudo situado delante de los grádenos había quedado ennegrecida por la sangre de los troshaes. Gurgeh disparaba cada vez que los animales pasaban galopando por aquel tramo del recorrido empapado en sangre, pero alzaba el rifle lo suficiente para fallar el tiro e intentaba cerciorarse de que cada disparo suyo creaba un pequeño surtidor de polvo que brotaba delante de algún hocico mientras los troshaes heridos pasaban velozmente ante él jadeando y aullando. Descubrió que la cacería le resultaba más bien desagradable, pero no podía negar que la contagiosa excitación de los azadianos estaba empezando a tener cierto efecto sobre él. En cuanto a Yomonul, no cabía duda de que se lo estaba pasando en grande. Una hembra gigantesca emergió del bosque con sus dos crías corriendo junto a ella y el ápice se inclinó sobre la culata de su rifle.

Tiene que practicar más, Gurgue dijo. ¿O es que la caza no figura entre sus deportes?

La hembra y sus cachorros corrieron hacia el embudo de madera.

No nos gusta demasiado admitió Gurgeh.

Yomonul lanzó un gruñido, apuntó y disparó. Uno de los cachorros cayó al suelo. La hembra se detuvo, giró sobre sí misma y fue hacia él. El otro cachorro siguió corriendo durante unos metros y lanzó un maullido ahogado al sentir el impacto de las balas.

Yomonul recargó su arma.

Me ha sorprendido verle aquí dijo.

La hembra acababa de recibir una bala en una de las patas traseras. Gurgeh vio cómo se apartaba del cachorro muerto lanzando un gruñido y reemprendía la carrera animando al cachorro herido con rugidos entrecortados.

Quería demostrarles que estas cosas no me impresionan dijo Gurgeh. Vio como el segundo cachorro alzaba la cabeza de pronto y se desplomaba a los pies de su madre. Y he cazado…

Iba a usar la palabra «Azad», que significaba tanto máquina como animal, cualquier organismo o sistema, y se volvió hacia Yomonul sonriendo levemente para decírselo, pero cuando sus ojos se posaron en el ápice se dio cuenta de que algo iba mal.

Yomonul estaba temblando. Permaneció inmóvil durante unos momentos apretando el arma con las manos y giró sobre su asiento hasta quedar de cara a Gurgeh. El rostro del mariscal se convulsionaba espasmódicamente dentro de su jaula metálica, tenía la piel blanca y cubierta de sudor y los ojos casi se le salían de las órbitas.

Gurgeh extendió el brazo y puso la mano sobre una de las varillas que rodeaban el antebrazo del Mariscal Estelar en un gesto instintivo cuya finalidad era ofrecerle algún punto de apoyo.

Fue como si algo se rompiera dentro del ápice. El arma de Yomonul trazó un arco tan violento que se desprendió del trípode que la sostenía. El grueso silenciador apuntó directamente a la frente de Gurgeh. Gurgeh tuvo una impresión tan fugaz como vivida del rostro de Yomonul. La mandíbula estaba muy tensa, la sangre goteaba por su mentón, los ojos no parecían capaces de ver nada y un tic hacía temblar salvajemente todo un lado de su cara. Gurgeh se agachó. El arma se disparó lanzando el proyectil por encima de su cabeza. Gurgeh cayó de su asiento y rodó sobre sí mismo dejando atrás el trípode de su arma mientras oía un grito de dolor.

Recibió una patada en la espalda antes de que pudiera levantarse. Giró sobre sí mismo para ver a Yomonul alzándose sobre él oscilando locamente a un lado y a otro contra el telón de fondo creado por los rostros pálidos y confusos que tenía detrás. El mariscal estaba luchando con el pasador del arma e intentaba recargarla. Uno de sus pies volvió a salir disparado hacia adelante y chocó con las costillas de Gurgeh, quien se echó hacia atrás intentando absorber el golpe y cayó de la plataforma.

Vio tablones de madera y arbustos cenicientos que giraban a toda velocidad, y un instante después su cuerpo chocó con uno de los machos encargados de llevarse los animales muertos. Los dos cayeron al suelo y el impacto les dejó sin aliento. Gurgeh alzó los ojos y vio a Yomonul de pie sobre la plataforma levantando el rifle y apuntándole con él. Los rayos de sol hacían brillar el metal grisáceo del exoesqueleto. Dos ápices aparecieron detrás de Yomonul y extendieron los brazos para inmovilizarle. Yomonul hizo girar los brazos sin ni tan siquiera mirar hacia atrás. Una mano se estrelló contra el pecho de un ápice y el rifle se incrustó en el rostro del otro. Los dos se derrumbaron. Los brazos envueltos en varillas de acero se movieron increíblemente deprisa volviendo a su posición original y Yomonul alzó una vez más el arma para apuntar a Gurgeh.

Gurgeh ya estaba en pie y saltando hacia adelante para esquivar el proyectil. El disparo dio en el aún aturdido macho que había estado yaciendo debajo de él. Gurgeh corrió tambaleándose hacia las puertas de madera que daban acceso a la zona situada debajo de los grádenos. Yomonul bajó de un salto y aterrizó entre Gurgeh y las puertas. Los espectadores no paraban de gritar. El Mariscal Estelar recargó su arma un segundo antes de que sus pies tocaran el suelo, y su exoesqueleto absorbió sin ninguna dificultad la sacudida del impacto. Gurgeh giró sobre sí mismo tan deprisa que estuvo a punto de caer y sintió como las plantas de sus pies patinaban sobre la tierra empapada de sangre.

Echó a correr hacia el espacio que había entre la empalizada de troncos y el final de los graderíos. Un guardia uniformado que llevaba un arma de radiación se interpuso en su camino y alzó los ojos hacia la plataforma como si no supiera qué hacer. Gurgeh siguió corriendo hacia él y se agachó. El guardia extendió una mano y se dispuso a sacar el láser de la funda que colgaba de su hombro. Gurgeh aún se encontraba a un par de metros de él. Una expresión de sorpresa casi cómica se apoderó de su rostro de rasgos achatados, y un instante después Gurgeh vio como todo un lado de su pecho desaparecía en una explosión de sangre, tela y carne. El impacto del proyectil hizo que girara sobre sí mismo y le colocó en el camino de Gurgeh. El guardia cayó al suelo arrastrándole consigo.

Gurgeh volvió a rodar sobre sí mismo, logró pasar sobre el cadáver del guardia y quedó medio sentado. Yomonul estaba a diez metros de distancia y corría torpemente hacia él mientras recargaba su arma. El láser del guardia estaba junto a los pies de Gurgeh. Alargó la mano, lo cogió, alzó el cañón del arma hacia Yomonul y disparó.

El Mariscal Estelar se había agachado, pero Gurgeh llevaba toda una mañana disparando el rifle de proyectiles y se había acostumbrado a tomar en consideración el potente retroceso del arma. El haz del láser dio en el rostro de Yomonul y la cabeza del ápice quedó hecha añicos.

Yomonul no sólo no se detuvo, sino que ni tan siquiera redujo la velocidad. La silueta siguió corriendo incluso más rápido que antes. El cuello lanzaba chorros de sangre que se esparcían sobre la jaula ahora casi vacía que había contenido la cabeza, y las tiras de carne y los fragmentos de hueso visibles entre los barrotes metálicos ondulaban como si fuesen un horrendo conjunto de estandartes. El exoesqueleto se lanzó sobre él moviéndose mucho más deprisa y con menos vacilaciones que antes.

Alzó el rifle y el cañón apuntó a la cabeza de Gurgeh.

Gurgeh había quedado paralizado durante unos segundos. Empezó a levantar el láser y trató de incorporarse, pero ya era demasiado tarde. El exoesqueleto sin cabeza se encontraba a sólo tres metros de distancia. Gurgeh clavó los ojos en la negra boca del silenciador y comprendió que estaba muerto. Pero la grotesca silueta que había sido Yomonul vaciló, el cascarón vacío que había contenido la cabeza se alzó bruscamente hacia el cielo y el rifle tembló en sus manos.

Gurgeh sintió el impacto. «Pero el choque ha venido de atrás —pensó muy sorprendido mientras todo se volvía oscuro, de atrás, no de delante»… y la nada cayó sobre él.


* * *

Le dolía la espalda. Abrió los ojos. Una máquina marrón zumbaba interponiéndose entre su cabeza y la blancura del techo.

¿Gurgeh? preguntó la máquina.

Gurgeh tragó saliva y se lamió los labios.

¿Qué? dijo.

No sabía dónde estaba ni cuál era el nombre de aquella unidad. Sólo tenía una idea muy vaga de quién era él.

Gurgeh, soy yo… Flere-Imsaho. ¿Qué tal te encuentras?

Flear Imsah-ho… Aquel nombre significaba algo.

Me duele un poco la espalda dijo.

Tenía la esperanza de estar en un sitio donde nadie pudiera encontrarle. ¿Gurgue? ¿Gurgo? Debía de ser su nombre.

No me sorprende. Un troshae muy grande te embistió por detrás.

¿Un qué?

Olvídalo. Procura dormir.

… Dormir.

Le pesaban mucho los párpados. La unidad se fue volviendo borrosa y desapareció.


* * *

Le dolía la espalda. Abrió los ojos y vio un techo blanco. Miró a su alrededor buscando a Flere-Imsaho. Paredes de madera oscura. Ventana. Flere-Imsaho… Allí estaba. La unidad flotó hacia él.

Hola, Gurgeh.

Hola.

¿Recuerdas quién soy?

Sigue haciéndome preguntas estúpidas, Flere-Imsaho. ¿Voy a ponerme bien?

Estás lleno de morados, tienes una costilla rota y una conmoción cerebral no demasiado importante. Tendrías que estar en condiciones de levantarte dentro de uno o dos días.

Recuerdo haberte oído decir que… ¿Un troshae me embistió? ¿Lo he soñado?

No lo soñaste. Te dije que un troshae te había embestido. ¿Recuerdas algo de lo ocurrido?

Me caí de los graderios…, la plataforma dijo muy despacio intentando pensar en lo que había ocurrido. Yacía en una cama y le dolía la espalda. Se encontraba en su habitación del castillo y las luces estaban encendidas, así que probablemente era de noche. Sus pupilas se dilataron. ¡Yomonul me dio una patada y me hizo caer de la plataforma! gritó de repente. ¿Por qué?

Ahora ya no importa. Vuelve a dormir.

Gurgeh abrió la boca para seguir hablando, pero en cuanto la unidad se acercó unos cuantos centímetros más a la cama volvió a sentirse muy cansado y cerró los ojos. Sólo un momento, para que descansaran…


* * *

Gurgeh estaba de pie junto a la ventana contemplando el patio. El sirviente cogió la bandeja y Gurgeh oyó el tintineo de los vasos.

Sigue dijo sin mirar a la unidad.

El troshae logró trepar por la empalizada cuando todo el mundo sólo tenía ojos para ti y para Yomonul. Se te acercó por detrás y saltó. Chocó contigo y se lanzó contra el exoesqueleto antes de que pudiera hacer nada para impedirlo. Los guardias acabaron con el troshae mientras intentaba despedazar a Yomonul, y cuando le sacaron del exoesqueleto éste ya se había desactivado.

Gurgeh meneó la cabeza muy lentamente.

Lo único que recuerdo es que me dio una patada y me hizo caer de la plataforma. Se sentó en una silla junto a la ventana. La luz algo nebulosa de las últimas horas de la tarde hacía que la parte más alejada del patio brillara con un resplandor dorado. ¿Y dónde estabas tú mientras ocurría todo eso?

Volví al castillo para ver la cacería en uno de los canales imperiales. Siento haberme marchado, Jernau Gurgeh, pero ese ápice horrible no paraba de darme patadas y todo ese espectáculo obsceno era tan sangriento y repugnante que… Bueno, no tengo palabras para expresarlo.

Gurgeh agitó una mano.

No importa. Sigo estando vivo. Se llevó las manos a la cara. ¿Estás seguro de que fui yo quien disparó contra Yomonul?

¡Oh, sí! Lo grabaron todo. ¿Quieres ve…?

No. Gurgeh alzó una mano sin abrir los ojos. No, no quiero verlo.

No vi esa parte en vivo dijo Flere-Imsaho. Volví allí en cuanto Yomonul disparó su primer proyectil y mató a la persona que tenías al otro lado. Pero he visto la grabación. Sí, le mataste con el láser del guardia… Pero, naturalmente, lo único que conseguiste con ello fue que quien había asumido el control del exoesqueleto no tuviera que seguir venciendo la resistencia que oponía Yomonul. En cuanto Yomonul murió ese trasto empezó a moverse mucho más deprisa y de una forma menos errática. Yomonul debió hacer todo cuanto estaba en sus manos para detenerlo.

Gurgeh clavó la mirada en el suelo.

¿Estás seguro de todo lo que me has dicho?

Absolutamente. La unidad flotó hacia la pantalla mural. Oye, ¿por qué no te cercioras viendo…?

¡No! gritó Gurgeh.

Se puso en pie y se tambaleó de un lado a otro.

Permaneció en esa postura durante unos momentos y volvió a sentarse.

No dijo en un tono de voz bastante más bajo.

Cuando llegué allí la persona que estaba controlando el exoesqueleto ya se había esfumado. Logré obtener una lectura bastante breve en mis sensores de microondas durante el trayecto del castillo al lugar de la cacería, pero la señal se desvaneció antes de que pudiera localizar su origen. Creo que utilizaron alguna variedad de maser capaz de emitir ondas codificadas. Los guardias imperiales también captaron algo. Cuando te sacamos de allí ya habían empezado a registrar el bosque. Les convencí de que sabía qué estaba haciendo y te traje aquí. Han enviado un par de veces a un médico para que te echara un vistazo, pero eso ha sido todo. Es una suerte que llegara en ese momento, ¿sabes? Podrían haberte llevado a la enfermería para someterte a toda clase de pruebas desagradables… La unidad parecía algo perpleja. Por eso tengo la sensación de que no estamos ante una operación secreta montada por alguno de sus departamentos de seguridad. De haberlo sido habrían usado otros métodos mucho más discretos, y si la cosa hubiese salido mal lo habrían tenido todo listo para llevarte lo más deprisa posible a un hospital… No, fue demasiado desorganizado. Estoy seguro de que aquí está ocurriendo algo raro.

Gurgeh se llevó las manos a la espalda y volvió a reseguir cautelosamente los contornos de sus morados.

Ojalá pudiera recordarlo todo. Me gustaría recordar si quería matar a Yomonul dijo.

Le dolía el pecho. Se encontraba fatal.

Teniendo en cuenta que le mataste y que eres un pésimo tirador, supongo que la respuesta es no.

Gurgeh se volvió hacia la máquina.

Unidad… ¿No tienes nada que hacer?

No, la verdad es que no. Oh, por cierto… El Emperador desea verte cuando te encuentres bien.

Iré ahora dijo Gurgeh, y se fue levantando muy despacio.

¿Estás seguro? No creo que debas hacerlo. Tienes mal aspecto. Si estuviera en tu lugar me acostaría un rato. Por favor, siéntate. No estás preparado. ¿Y si está enfadado contigo porque mataste a Yomonul? Oh, supongo que será mejor que te acompañe…


* * *

Nicosar estaba sentado en un trono no muy grande y desprovisto de adornos situado delante de una larga hilera de ventanales multicolores. Los aposentos imperiales estaban impregnados por aquella luz polícroma. Los inmensos tapices bordados con hilos de oro y plata brillaban como tesoros en una caverna submarina. Los centinelas de rostro impasible montaban guardia junto a las paredes y alrededor del trono; los cortesanos y funcionarios iban apresuradamente de un lado a otro cargados de papeles y pantallas portátiles. Un funcionario de la Mayordomía Imperial acompañó a Gurgeh hasta el trono dejando a Flere-Imsaho al otro extremo de la sala bajo la mirada vigilante de dos guardias.

Siéntate, te lo ruego. Nicosar señaló un taburete situado delante de él. Gurgeh se sentó dejando escapar un suspiro de gratitud. Jernau Gurgeh… dijo el Emperador. Su tono de voz era tan tranquilo y controlado que apenas parecía brotar de una garganta humana. Te ofrecemos nuestras más sinceras disculpas por lo que ocurrió ayer. Nos alegra ver que tu recuperación ha sido tan rápida, aunque tenemos entendido que sigues estando algo dolorido. ¿Hay algo que desees?

Gracias, Alteza… No, nada.

Nos alegramos. Nicosar asintió lentamente con la cabeza. Seguía vistiendo totalmente de negro. La sobriedad de su atuendo, su escasa altura y lo corriente de sus rasgos contrastaban con las fabulosas pinceladas de color que se derramaban desde los ventanales y los suntuosos ropajes de los cortesanos. Naturalmente, sentimos muchísimo haber perdido la persona y los servicios de nuestro Mariscal Estelar Yomonul Lu Rahsp, especialmente en circunstancias tan trágicas, pero comprendemos que no te quedó más elección y que obraste en defensa propia. Es nuestra voluntad que no se emprenda ninguna clase de acción contra ti.

Gracias, Alteza.

Nicosar alzó una mano.

En cuanto a la persona que intentó acabar con tu vida, la persona que tomó el control del artefacto en el que estaba aprisionado nuestro mariscal estelar… Su identidad ha sido descubierta y se la ha sometido a interrogatorio. Nos duele profundamente haber descubierto que el líder de la conspiración no es otro que nuestro guía y mentor de toda la vida, el rector del Colegio de Candsev.

Ham… empezó a decir Gurgeh, pero se calló.

El rostro de Nicosar era un compendio de todos los matices que puede abarcar el disgusto. El nombre del viejo ápice murió en la garganta de Gurgeh.

Yo… dijo.

Nicosar volvió a alzar una mano.

Es nuestro deseo revelarte que Hamin Li Sirist, rector del Colegio de Candsev, ha sido sentenciado a muerte por el papel que jugó en la conspiración contra ti. Tenemos entendido que éste quizá no haya sido el único intento de acabar con tu vida. Si es así, se investigarán todas las circunstancias relevantes y los culpables serán llevados ante la justicia.

»Ciertas personas de la corte siguió diciendo Nicosar mientras contemplaba los anillos que adornaban sus manos han deseado proteger al Emperador mediante… acciones tan imprudentes como equivocadas. El Emperador no necesita ser protegido de un oponente que toma parte en el juego incluso si dicho adversario utiliza alguna clase de ayuda con la que nos negamos a contar. Nuestros súbditos han tenido que ser engañados en lo tocante a tu papel en esta etapa final de los juegos, pero el engaño se ha llevado a cabo por su bien, no por el nuestro. No necesitamos ser protegidos de verdades desagradables. El Emperador no conoce el miedo, sólo la discreción. Nada nos complacerá más que posponer la partida entre el Emperador-Regente y el hombre llamado Jernau Morat Gurgeh hasta que se sienta en condiciones de jugar.

Gurgeh descubrió que estaba esperando oír más palabras pronunciadas en aquel tono de voz tan lento y suave que casi parecía un canturreo, pero Nicosar siguió inmóvil en su trono, impasible y silencioso.

Os doy las gracias, Alteza dijo Gurgeh, pero preferiría que no hubiese ningún aplazamiento. Ahora ya casi estoy lo bastante bien para jugar, y aún faltan tres días para la fecha en que debe empezar la partida. Estoy seguro de que no será necesario retrasarla más.

Nicosar asintió lentamente.

Estamos complacidos, pero esperamos que si Jernau Gurgeh desea cambiar de parecer en este asunto antes de que la partida deba empezar no dudará en informar de ello al Departamento Imperial, el cual no tendrá ningún inconveniente en retrasar la fecha de inicio de la última etapa de los juegos hasta que Jernau Gurgeh se encuentre en plena forma y considere que está en condiciones de jugar al Azad dando lo mejor de sí mismo.

Vuelvo a daros las gracias, Alteza.

Nos complace que Jernau Gurgeh no sufriera heridas graves y haya podido asistir a esta audiencia dijo Nicosar.

Hizo una breve inclinación de cabeza a Gurgeh y se volvió hacia el cortesano, que estaba esperando impacientemente a un lado del trono.

Gurgeh se puso en pie, hizo una reverencia y fue alejándose del estrado sin dar la espalda a Nicosar.


* * *

Sólo tenías que dar cuatro pasos hacia atrás antes de darle la espalda dijo Flere-Imsaho. Por lo demás, lo hiciste estupendamente.

Volvían a estar en las habitaciones de Gurgeh.

Intentaré recordarlo la próxima vez dijo Gurgeh.

Bueno, por lo menos parece que no vas a tener problemas… Estuve fisgando un poco mientras mantenías tu pequeña charla con Nicosar. Los cortesanos suelen estar bastante bien informados, ¿sabes? Parece ser que encontraron a un ápice que intentaba escapar por el bosque después de haber abandonado el maser y los controles del exoesqueleto. Había tirado el arma que le dieron para que se defendiera, lo cual fue una suerte para él porque en realidad era una bomba, no un arma, y consiguieron capturarle con vida. Le sometieron a tortura, el ápice confesó e implicó a uno delos amigotes de Hamin, el cual intentó salvarse confesando; así que empezaron a ocuparse de Hamin y…

¿Quieres decir que le torturaron?

Sólo un poquito. Es viejo y tenían que mantenerle con vida para que se enfrentara al castigo que el Emperador decidiese para él, ¿comprendes? El ápice que se encargó de controlar el exoesqueleto y algunos implicados más han sido empalados, el tipo que intentó salvarse confesando está enjaulado en el bosque esperando la llegada de la Incandescencia y Hamin ha sido privado de las drogas antiagáticas que tomaba regularmente. Morirá dentro de cuarenta o cincuenta días.

Gurgeh meneó la cabeza.

Hamin… Nunca tuve la impresión de que le diera tanto miedo.

Bueno, no olvides que es muy mayor. A veces los viejos tienen ideas bastante raras.

¿Crees que ya no corro peligro?

Sí. El Emperador quiere que sigas con vida para poder aniquilarte en los tableros del Azad. Nadie se atreverá a hacerte daño. Puedes concentrarte en el juego. Y, de todas formas, yo cuidaré de ti.

Gurgeh contempló a la máquina que zumbaba suavemente con una cierta incredulidad.

No había detectado ni la más mínima huella de ironía en su voz.

32

Gurgeh y Nicosar empezaron a jugar la primera de las partidas menores tres días después. La etapa final de los juegos estaba envuelta en una atmósfera muy extraña. El Castillo Klaff había sido invadido por una curiosa sensación de anticlímax. Normalmente la última etapa de los juegos era la culminación de seis años de trabajos y preparativos que abarcaban a todo el Imperio; la apoteosis de todo lo que era y representaba el Azad. Esta vez la continuidad imperial ya había quedado decidida. Nicosar se había asegurado otro Gran Año de gobierno cuando venció a Vechesteder y Jhilno, pero en cuanto concernía al resto del Imperio aún tenía que jugar con Krowo para decidir quién se ceñiría la corona imperial. El que Gurgeh saliera vencedor no cambiaría las cosas, dejando aparte los daños que su victoria pudiese producir en el orgullo imperial. La corte y el Departamento tomarían buena nota de lo ocurrido y se asegurarían de no invitar a ningún otro alienígena decadente pero astuto y lleno de trucos para que tomara parte en los juegos sagrados.

Gurgeh sospechaba que muchas de las personas que seguían en la fortaleza habrían preferido abandonar Ecronedal y volver lo más deprisa posible a Eá, pero la ceremonia de la coronación y la confirmación religiosa eran dos actos de asistencia obligatoria y nadie saldría de Ecronedal hasta que el frente de llamas hubiera pasado y el Emperador hubiese surgido de entre las cenizas.

Probablemente los únicos que tenían ganas de empezar a jugar fuesen Gurgeh y Nicosar. Incluso los jugadores que asistirían a su enfrentamiento y los analistas habían perdido todo interés en el juego, lo cual era bastante lógico teniendo en cuenta que no podrían hablar sobre él, y se había llegado al extremo de prohibirles que lo comentaran entre ellos. Todas las partidas que Gurgeh había jugado después del momento en que se suponía quedó eliminado eran temas tabú. No existían. El Departamento de Juegos ya había empezado la ardua labor de inventar un enfrentamiento final entre Nicosar y Krowo que se utilizaría como versión oficial del final de los juegos. A juzgar por sus esfuerzos anteriores Gurgeh esperaba que el resultado sería plenamente convincente. Quizá le faltara la chispa indefinible del genio, pero serviría.

Ya no quedaba ningún cabo suelto por atar. El Imperio ya tenía nuevos mariscales estelares (aunque reemplazar a Yomonul exigiría llevar a cabo unas cuantas alteraciones en el escalafón), nuevos generales y almirantes, arzobispos, ministros y jueces. El rumbo del Imperio había sido fijado, y era considerablemente parecido al que habían marcado los últimos juegos. Nicosar seguiría con su política actual; las premisas de los ganadores indicaban muy poco descontento o ideas nuevas. Los cortesanos y funcionarios podían volver a respirar con tranquilidad sabiendo que nada cambiaría demasiado y que sus posiciones y carreras no corrían peligro. En vez de la tensión habitual que envolvía a la última etapa de los juegos la atmósfera era bastante más parecida a la que habría podido esperarse en un torneo de exhibición. Los únicos que se tomaban en serio las partidas futuras eran los dos contrincantes.

Nicosar impresionó a Gurgeh apenas empezó a mover las piezas. La estima y el respeto que sentía hacia él crecían a cada momento que pasaba. Cuanto más estudiaba el estilo del ápice más consciente era de que tenía delante a un adversario temible que dominaba todas las facetas del juego. Vencer a Nicosar exigiría algo más que suerte. Si quería vencerle Gurgeh necesitaría ser otra persona. En cuanto empezaron a jugar Gurgeh tuvo que concentrarse al máximo no en el objetivo de vencer al Emperador, sino en el de impedir que le aplastara.

Nicosar jugaba con bastante cautela durante casi todo el tiempo y de repente atacaba con una serie de movimientos tan brillante como fluida, que al principio daban la impresión de haber sido hechos por un loco con ciertas dotes para el juego, y que acababan revelándose como las jugadas maestras que eran realmente. Sus movimientos eran respuestas perfectas a las preguntas imposibles que planteaban.

Gurgeh hizo cuanto pudo para prever esas devastadoras fusiones de astucia y fuerza bruta y para dar con alguna réplica a ellas en cuanto se habían producido, pero hacia el final de las partidas menores unos treinta días antes de la llegada de las llamas Nicosar ya había conseguido acumular una considerable ventaja en piezas y cartas que le sería muy útil cuando empezaran a jugar en el primer tablero principal. Gurgeh empezó a sospechar que su única posibilidad de no ser derrotado era resistir lo mejor posible en los dos primeros tableros y albergar la esperanza de que el último le fuese más favorable.


* * *

Los arbustos cenicientos alzaban sus copas alrededor del castillo ondulando lentamente junto a las murallas como una marea dorada. Gurgeh estaba sentado en el mismo jardincito que había visitado otras ocasiones. Durante sus visitas anteriores había podido ver el horizonte por encima de los arbustos cenicientos; ahora el paisaje terminaba a sólo veinte metros, la distancia que le separaba de la primera copa cubierta de hojas amarillas. Los últimos rayos de sol proyectaban la sombra del castillo sobre el dosel de follaje. Las luces de la fortaleza se iban encendiendo a espaldas de Gurgeh.

Gurgeh contempló los troncos marrones de aquellos árboles gigantescos y meneó la cabeza. Había perdido la partida en el Tablero del Origen y estaba a punto de ser derrotado en el Tablero de la Forma.

Había algo que se le escapaba. Una faceta del estilo de Nicosar se le escurría entre los dedos. Lo sabía, estaba seguro de ello…, pero no lograba entender cuál podía ser esa faceta. Tenía la sospecha de que era algo muy simple, por muy compleja que pudiese llegar a ser su articulación y puesta en práctica sobre los tableros. Tendría que haberla localizado, analizado y evaluado hacía ya mucho tiempo dándole la vuelta para usarla en beneficio propio, pero había algo que se lo impedía, y Gurgeh estaba seguro de que ese algo estaba intrínsecamente relacionado con su misma forma de comprender el juego. Un aspecto de su estilo parecía haberse esfumado, y Gurgeh estaba empezando a pensar que el fuerte golpe en la cabeza recibido durante la cacería le había afectado más de lo que creyó al principio.

Pero la nave tampoco parecía tener idea de qué estaba haciendo mal. Los consejos que le daba siempre parecían lógicos y sólidos, pero apenas se enfrentaba al tablero Gurgeh descubría que no podía aplicar sus ideas. Si iba en contra de sus instintos y se obligaba a seguir las sugerencias transmitidas por la Factor limitativo acababa metido en una situación aún más apurada que antes. Cuando estabas en un tablero del Azad no había nada que pudiera causarte más problemas que el aplicar un estilo de juego en el que no creías.

Gurgeh se incorporó lentamente, estiró la espalda ahora ya casi no le dolía, y volvió a su habitación. Flere-Imsaho estaba flotando delante de la pantalla observando un diagrama holográfico bastante extraño.

¿Qué estás haciendo? preguntó Gurgeh mientras se dejaba caer en un diván.

La unidad giró sobre sí misma.

He encontrado una forma de anular los sistemas de vigilancia dijo en marain. Ahora podemos volver a hablar en marain. ¿No te parece estupendo?

Supongo que sí replicó Gurgeh en eáquico.

Cogió una pantalla portátil para enterarse de lo que estaba ocurriendo en el Imperio.

Bueno, lo mínimo que podrías hacer después de todo lo que me ha costado desactivar los sistemas es utilizar el lenguaje, ¿no crees? No ha sido nada fácil, ¿sabes? No estoy diseñado para este tipo de cosas. Tuve que hurgar en mis archivos sobre electrónica, óptica, campos de escucha y todo eso… Pensé que te complacería.

Me siento invadido por el éxtasis más absoluto e indecible que te puedas imaginar dijo Gurgeh articulando cuidadosamente las palabras en marain.

Volvió la mirada hacia la pantallita y ésta empezó a informarle de los nuevos nombramientos, el aplastamiento de una insurrección en un sistema muy lejano, el desarrollo de la partida entre Krowo y Nicosar la situación de Krowo no era tan mala como la de Gurgeh, la victoria que las tropas imperiales habían obtenido sobre una raza de monstruos y el aumento de sueldo para los machos que se enrolaran en el Ejército.

¿Qué es eso? preguntó lanzando una rápida mirada a la pantalla mural y el extraño toroide que giraba lentamente en ella.

¿No lo reconoces? replicó la unidad, modulando la voz para expresar sorpresa. Creía que lo reconocerías nada más verlo. Es un modelo de la Realidad.

La… Oh, sí. Gurgeh asintió y volvió a concentrar su atención en la pantallita. Un grupo de asteroides estaba siendo bombardeado por naves de guerra imperiales para acabar con la insurrección. Cuatro dimensiones y todo eso,¿no?

Gurgeh fue pasando rápidamente los subcanales para sintonizar los programas del juego. Algunas partidas de la segunda serie celebrada en Eá aún no habían terminado.

Bueno, en el caso de la Realidad propiamente dicha hay siete dimensiones relevantes. Una de esas líneas… ¿Me estás escuchando?

¿Hmmmm? Oh, sí.

Todas las partidas de Ea se encontraban en su fase final. Las partidas secundarias de Ecronedal aún estaban siendo analizadas.

… una de esas líneas de la Realidad representa a la totalidad de nuestro universo. Supongo que te han enseñado todo eso, ¿no?

Mm.

Gurgeh asintió con la cabeza. La teoría espacial, el hiperespacio, las hiperesferas y todas esas cosas nunca le habían interesado mucho. Esas disquisiciones no parecían tener mucha relación con su vida cotidiana así que… Bueno, ¿para qué devanarse los sesos pensando en ellas? Algunos juegos podían comprenderse mejor aplicando un marco tetradimensional, pero Gurgeh siempre se había concentrado en las reglas específicas de cada juego y las teorías generales sólo le importaban en cuanto se aplicaban a un juego determinado. Pulsó el botón que haría aparecer otra página en la pantallita… y se encontró con su propio rostro volviendo a expresar cómo lamentaba haber sido eliminado de los juegos, dando las gracias a todo el mundo por haberle tratado tan bien y deseando el mejor de los futuros posibles al pueblo y el Imperio de Azad. Un comentarista empezó a hablar imponiéndose a su voz y dijo que Gurgeh había sido eliminado en la segunda serie de Ecronedal. Gurgeh sonrió levemente y contempló cómo la realidad oficial de la que había aceptado formar parte iba siendo construida y se convertía en hechos incontrovertibles.

Apartó los ojos de la pantallita para lanzar un rápido vistazo al toroide y recordó algo que le había tenido perplejo hacía ya unos cuantos años.

¿Cuál es la diferencia entre el hiperespacio y el ultraespacio? preguntó mirando a la unidad. La nave me habló del ultraespacio en una ocasión y nunca logré entender qué demonios era eso.

La unidad intentó explicárselo utilizando el holomodelo de la Realidad para ilustrar sus explicaciones. Éstas fueron un tanto excesivas y abstrusas, como siempre, pero Gurgeh logró hacerse una cierta idea de lo que era el ultraespacio.

Flere-Imsaho le dio la noche parloteando continuamente en marain sobre una interminable serie de temas aparentemente inconexos. Al principio Gurgeh pensó que el lenguaje era innecesariamente complicado, pero no tardó en descubrir que le gustaba oírlo e incluso hablarlo, aunque la vocecita estridente de la unidad resultaba bastante desagradable. Flere-Imsaho sólo se calló cuando Gurgeh se puso en comunicación con la nave para llevar a cabo su análisis de la partida. Hablar en marain no impidió que fuera tan negativo y deprimente como de costumbre.

Disfrutó de su mejor noche de sueño desde el día de la cacería y, sin que hubiera ninguna razón aparente para ello, despertó con la vaga sensación de que aún tenía una posibilidad de invertir el rumbo de la partida.


* * *

Gurgeh necesitó casi toda la mañana para comprender el objetivo que se había fijado Nicosar, y cuando lo hubo conseguido la desmesurada ambición de esa meta hizo que contuviera el aliento.

El Emperador no se conformaba con aniquilar a Gurgeh, sino que quería vencer a toda la Cultura. No había ninguna otra descripción posible de la forma en que usaba las piezas, el territorio y las cartas. Nicosar había modelado su juego para que reflejara el Imperio y la totalidad del Azad.

Y después llegó otra revelación cuyo impacto sobre Gurgeh fue casi tan grande como el de la primera, una interpretación quizá la mejor de la forma en que había jugado hasta entonces. Su estilo de juego representaba a la Cultura. Cuando construía sus posiciones y desplegaba sus piezas Gurgeh solía crear algo parecido a la sociedad en que había nacido. La red o parrilla de fuerzas y relaciones que materializaba no contenía jerarquías obvias o liderazgos implícitos, y al principio su comportamiento siempre era pacífico.

En todas las partidas que había jugado los ataques iniciales llegaban del otro bando. Gurgeh solía pensar en el período anterior a los enfrentamientos decisivos como una etapa de preparativos para la batalla, pero aquella mañana se dio cuenta de que si hubiera estado solo en el tablero habría hecho más o menos lo mismo. Se habría ido extendiendo lentamente por los distintos territorios, consolidando su posición de una forma tranquila y gradual que no le exigiera demasiados esfuerzos o sacrificios…, y, naturalmente, eso no había ocurrido jamás. Siempre era atacado, y cuando se veía obligado a luchar desarrollaba ese conflicto con la misma diligencia que antes había empleado para desarrollar la disposición y el potencial de las piezas no amenazadas y el territorio que nadie le disputaba.

Todos los jugadores a los que se había enfrentado hasta el momento intentaron adaptarse en sus propios términos a ese estilo sin precedentes sin ni tan siquiera darse cuenta de lo que estaban haciendo, y ninguno de ellos lo había conseguido. Nicosar no estaba intentando adaptarse. El Emperador estaba utilizando el sistema diametralmente opuesto, y había convertido el tablero en su Imperio, incluyendo con la máxima exactitud posible todos los detalles estructurales permitidos por los límites de la definición que imponía el juego.

Gurgeh estaba asombrado. La brusca comprensión de lo que había ocurrido fue encendiéndose en su interior como un amanecer que aumenta de intensidad hasta convertirse en nova, como un hilillo de datos cuyo caudal se va incrementando hasta convertirse en arroyo, río, marea y tsunami. Su siguiente tanda de movimientos fue casi automática. Eran movimientos de reacción, no partes bien meditadas de su estrategia por muy limitada e inadecuada a la situación actual que ésta hubiera demostrado ser. Tenía la boca seca y le temblaban las manos.

Naturalmente. Esto era lo que se le había estado escapando, ésta era la faceta oculta tan clara, evidente y colocada ante los ojos de todo el mundo que resultaba perfectamente invisible. Era tan obvia que no podía ser comprendida ni expresada con palabras. Era tan sencilla, tan elegante, tan pasmosamente ambiciosa y al mismo tiempo tan fundamentalmente práctica, y encajaba tan bien con lo que Nicosar creía era el núcleo y el alma del juego…

Si esto era lo que había planeado desde el comienzo de los juegos, no le extrañaba que tuviera tantas ganas de enfrentarse al hombre de la Cultura.

Incluso los detalles sobre la Cultura y su tamaño y poderío reales que sólo eran conocidos por Nicosar y un puñado de personas más en todo el Imperio estaban allí, incluidos y expuestos en el tablero pero, probablemente, indescifrables para quienes no participaban en el secreto. El estilo con que Nicosar había concebido su tablero-Imperio era el del objeto completo mostrado en su totalidad, y las hipótesis sobre las fuerzas de su adversario quedaban expresadas en términos de fracciones de algo más grande.

Y, aparte de eso, el Emperador trataba a sus piezas y a las de su oponente con una implacable falta de escrúpulos que Gurgeh pensó resultaba curiosamente parecida a una burlona provocación. Su manejo de las piezas era otra táctica concebida para ponerle nervioso. El Emperador enviaba piezas a su destrucción con una especie de salvajismo despreocupado allí donde Gurgeh se habría replegado o contenido intentando hacer preparativos y consolidar sus posiciones para mejorarlas después. Nicosar sembraba la destrucción y el caos allí donde Gurgeh habría aceptado el rendirse y la conversión.

Había ciertos aspectos en los que apenas existían diferencias ningún jugador de categoría era capaz de desperdiciar piezas o enviarlas a la muerte por el puro placer de ver cómo eran aniquiladas, pero la implicación de que la brutalidad podía ser un método de juego perfectamente lícito estaba allí, como si fuera un sabor, una pestilencia o una niebla silenciosa suspendida sobre el tablero.

Gurgeh comprendió que su reacción había sido justamente la que Nicosar esperaba ver. Había intentado salvar piezas, hacer movimientos razonables, meditados y conservadores y, en cierto sentido, incluso había intentado ignorar la forma en que Nicosar empujaba despiadadamente sus piezas al matadero mientras iba arrancando fragmentos del territorio de su oponente como si fueran otras tantas tiras de carne ensangrentada. Gurgeh había estado intentando desesperadamente no usar el estilo de juego del Emperador. Nicosar estaba jugando una partida tosca, dura, dictatorial y no demasiado elegante, y había supuesto que una parte del hombre de la Cultura no querría tomar parte en ella. El desarrollo de la partida había demostrado que estaba en lo cierto.

Gurgeh empezó a examinar la situación y fue evaluando las posibilidades que le ofrecía mientras hacía unos cuantos movimientos de bloqueo no muy bien conectados entre sí para darse tiempo a pensar. El objetivo del juego era ganar, y Gurgeh lo había olvidado. No había nada más que importara; y tampoco había nada que dependiese del desenlace de la partida. La partida era irrelevante, por lo que se la podía modelar para que tuviera cualquier significado y la única barrera que debía salvar era la creada por sus propios sentimientos y emociones.

Tenía que replicar. Pero… ¿Cómo? ¿Convertirse en la Cultura? ¿Ser otro Imperio?

Ya estaba interpretando el papel de la Cultura, y los resultados eran realmente pésimos… ¿Y quién puede ser más imperialista que un Emperador?

Gurgeh siguió inmóvil junto al tablero, vestido con aquellas ropas que aún encontraba levemente ridículas y siendo vagamente consciente de cuanto le rodeaba. Intentó apartar sus pensamientos del juego durante unos momentos y contempló las inmensas nervaduras de piedra que recorrían la sala de proa del castillo, los enormes ventanales abiertos de par en par y el dosel amarillo de los arbustos cenicientos que había fuera; volvió la cabeza hacia las hileras de asientos medio vacías y recorrió con los ojos los grupos de guardias imperiales y funcionarios adjudicadores, las curvas negras que hacían pensar en cuernos del equipo electrónico de vigilancia e interferencia colocado sobre su cabeza y la amplia gama de ropas y adornos de la multitud que llenaba la gran estancia. Empezó a traducir todo eso en los pensamientos del juego; e intentó verlo como a través de la pantalla creada por una droga potentísima que distorsionara cuanto tenía delante de los ojos convirtiéndolo en analogías deformadas que encajaran con la presa en que había atrapado a su mente.

Pensó en espejos y en campos reversores, que daban una impresión perceptiblemente más real, aunque técnicamente fuesen mucho más artificiales. Sí, eso era. La escritura para ser leída en el espejo… La escritura invertida era la escritura corriente. Vio el toroide que representaba la Realidad irreal de Flere-Imsaho, se acordó de Chamlis Amalk-Ney y de cómo le había advertido sobre los peligros de la insidia y la falsedad; las cosas que no significaban nada y que tenían algún significado; las vibraciones y armonías de su pensamiento.

Click. Apagado / encendido. Como si fuera una máquina. Desplómate por el borde de la curva que indica los contornos de la catástrofe y no te preocupes por nada. Lo olvidó todo e hizo el primer movimiento que se le pasó por la cabeza.

Contempló el movimiento que acababa de hacer. No tenía nada que ver con ninguno de los que podría haber hecho Nicosar.

Era un movimiento arquetípico de la Cultura. Sintió un vacío en el estómago. Había albergado la débil esperanza de que vería algo distinto, algo mejor.

Volvió a mirar. Bueno, sí… Era un movimiento de la Cultura, pero al menos era un movimiento de ataque. Si seguía la dirección que indicaba tendría que prescindir de toda la estrategia cautelosa y conservadora por la que se había guiado hasta el momento, pero si deseaba tener aunque sólo fuese una pequeña posibilidad de no ser aplastado por Nicosar era lo único que podía hacer. Debía fingir que había mucho en juego, debía fingir que estaba luchando por toda la Cultura; tenía que luchar a muerte con la victoria como único objetivo ocurriera lo que ocurriese…

Por fin había encontrado una forma de jugar. Ya era algo.

Sabía que iba a perder, pero la partida ya no sería un paseo triunfal para Nicosar.

Fue remodelando gradualmente su plan de juego para reflejar la ética de aquella nueva Cultura militante, abandonando zonas enteras del tablero en las que el cambio no podía llevarse a cabo, retrocediendo, reagrupándose y reestructurando sus fuerzas allí donde era posible hacerlo; sacrificándolas donde no había más remedio y dejando detrás de él un desierto de caos y desolación allí donde era preciso. No intentó imitar la tosca pero devastadora mezcla de ataque-huida y regreso-invasión que empleaba Nicosar, pero fue modelando sus posiciones y sus piezas a imagen y semejanza de un poder que acabaría siendo capaz de enfrentarse a esos golpes terribles. No ahora, sino más tarde. Cuando estuviera preparado…

Y por fin empezó a conseguir algunos puntos. La partida seguía estando perdida, pero aún quedaba el Tablero del Cambio y una vez allí al menos estaría en condiciones de plantar cara a Nicosar en una situación de relativa igualdad.

Hubo un par de momentos en que estuvo lo bastante cerca del ápice para captar las expresiones de su rostro y lo que vio en él le convenció de que había tomado la decisión correcta, aunque se tratara de una decisión que el Emperador ya sospechaba. La expresión del ápice y su forma de manipular el tablero cambiaron para dar cabida a un nuevo elemento. Los movimientos con que Nicosar replicó a su cambio de estrategia indicaban que comprendía lo que estaba haciendo, e incluso mostraban un cierto respeto y la admisión de que el combate por fin había entrado en una fase más igualada.

Gurgeh tuvo la sensación de haberse convertido en un cable recorridopor alguna energía terrible. Era una nube colosal suspendida sobre el tablero que se preparaba para barrerlo con sus rayos, una ola inmensa que corría por el océano dirigiéndose hacia la costa dormida, un palpitar deenergía y materia fundida que emergía del corazón de un planeta…, un dios con el poder de crear y destruir lo que quisiera.

Había perdido el control de sus glándulas productoras de drogas. La mezcla de sustancias químicas que circulaba por sus venas y arterias había tomado el control y tenía la sensación de que su cerebro había quedado saturado por una sola idea tan obsesiva y poderosa como los delirios de lafiebre. Ganar, dominar, controlar… Las emociones eran un conjunto de ángulos que definían un deseo, la decisión absoluta a la que nada podía oponerse.

Las pausas en el juego y las horas que pasaba durmiendo carecían de importancia y habían quedado reducidos a meros intervalos en la vida real del tablero y el juego. Gurgeh seguía funcionando de una forma más o menos normal, hablaba con la unidad, con la nave o con otras personas, comía, dormía e iba de un lado a otro…, pero todo aquello no era nada. Era irrelevante y no tenía ninguna importancia. Todo lo que se encontrara fuera del juego era un mero decorado, un telón de fondo levantado para acogerlo.

Observó a las fuerzas rivales que se movían como las mareas sobre la inmensa superficie del tablero y comprendió que hablaban un lenguaje extraño y entonaban una canción extraña que era tanto un conjunto de armónicos perfectos como una encarnizada batalla por controlar la escritura de los temas. Lo que veía delante de él era muy parecido a un organismo colosal. Las piezas daban la impresión de moverse obedeciendo los dictados de una voluntad que no era la suya ni la del Emperador, sino una fuerza emanada del mismísimo juego, la expresión definitiva e insuperable de su esencia.

Gurgeh vio todo aquello y fue consciente de que Nicosar también lo «veía» pero dudaba de que alguien más se hubiese percatado de ello. Eran como una pareja de enamorados dentro de una habitación convertida en un nido inmenso, encerrados a solas ante los ojos de centenares de personas que les observaban pero que no podían descifrar aquello que estaban presenciando, y que jamás podrían tener ni la más mínima idea de lo oque ocurría entre ellos.

La partida en el Tablero de la Forma llegó a su fin. Gurgeh perdió, pero había logrado mejorar considerablemente su posición y la ventaja con que Nicosar empezaría a jugar en el Tablero del Cambio estaba muy lejos de ser decisiva.

Los dos oponentes se separaron en cuanto el acto hubo terminado. El final del drama aún tenía que iniciarse. Gurgeh abandonó el salón de proa exhausto, aturdido e increíblemente feliz, y durmió dos días seguidos. La unidad le despertó.


* * *

¿Gurgeh? ¿Estás despierto? ¿Piensas explicarte de una vez o no?

¿De qué estás hablando?

De ti y del juego. ¿Qué está pasando? Ni tan siquiera la nave ha conseguido comprender lo que ocurría en ese tablero.

La unidad estaba flotando sobre su rostro, una masa marrón y gris que emitía un leve zumbido. Gurgeh se frotó los ojos y parpadeó. Había amanecido hacía poco y faltaban diez días para la llegada de las llamas. Tenía la sensación de haber despertado de un sueño mucho más vivido y real que la realidad.

Bostezó y se irguió en la cama.

Así que según tú debería explicarme, ¿eh? ¿Crees que el dolor resulta doloroso? ¿Crees que una supernova es brillante?

Gurgeh se estiró y sonrió.

»Nicosar se lo está tomando de una forma impersonal dijo.

Saltó de la cama, fue hacia la ventana y salió al balcón. Flere-Imsaho emitió un ruidito de desaprobación y se apresuró a taparle con un albornoz.

Oye, si vas a seguir hablando en acertijos…

¿Qué acertijos? Gurgeh tragó una honda bocanada del fresco aire de la mañana mientras flexionaba los brazos y los hombros. Unidad, ¿no te parece que este viejo castillo es realmente soberbio? preguntó apoyándose en la barandilla de piedra y volviendo a tragar aire. Esta gente sí sabe cómo construir castillos, ¿eh?

Supongo que sí, pero Klaff no fue construido por el Imperio. Se lo arrebataron a otra especie humanoide que tenía la costumbre de celebrar una ceremonia similar a la que celebra el Imperio cuando corona a su Emperador. Pero no intentes cambiar de tema. Te he hecho una pregunta. ¿En qué consiste ese estilo de juego? Durante los últimos días te has mostrado muy vago al respecto y te has comportado de una forma bastante extraña. Me di cuenta de que te estabas concentrando al máximo y decidí dejarte en paz, pero tanto a mí como a la nave nos gustaría mucho saber qué está ocurriendo.

Nicosar ha adoptado el papel del Imperio, y eso condiciona su estilo de juego. No me ha quedado otra elección que convertirme en la Cultura, y por eso estoy jugando como lo hago. Es así de sencillo.

No lo parece.

Pero lo es. Piensa en ello como si fuese una especie de violación mutua y lo entenderás mejor.

Jernau Gurgeh, creo que deberías expresarte con más claridad.

Estoy… empezó a decir Gurgeh, se calló e intentó calmarse un poco. La exasperación que sentía hizo que su frente se llenara de arrugas. ¡No puedo expresarme más claramente, idiota! Y ahora, ¡por qué no haces algo útil y pides el desayuno!

Sí, amo dijo Flere-Imsaho con voz malhumorada.

La unidad desapareció dentro de la habitación. Gurgeh alzó los ojos y contempló el vacío azul del tablero celeste. Su mente ya estaba empezando a hacer planes para la partida en el Tablero del Cambio.


* * *

Durante los días que separaron la segunda partida de la tercera y última Flere-Imsaho no dejó de observar al hombre y fue viendo como su comportamiento se volvía cada vez más distraído y ausente. Apenas parecía oír nada de cuanto se le decía, y había que recordarle que necesitaba comer y dormir. En dos ocasiones le encontró sentado con los ojos clavados en la nada y el rostro contorsionado por una mueca de dolor, y la causa del dolor… Bueno, parecía increíble. La unidad llevó a cabo un examen a distancia mediante ultrasonidos y descubrió que la vejiga del hombre estaba tan llena que le faltaba poco para reventar. ¡Necesitaba que le recordaran que debía orinar! El hombre pasaba todas las horas del día con los ojos clavados en el vacío o estudiando febrilmente viejas partidas, y aunque cuando despertaba de sus cada vez más largos períodos de sueño permitía que su organismo estuviera libre de drogas durante unos minutos, las glándulas no tardaban en activarse… y, aparentemente, no dejaban de funcionar. La unidad utilizó su Efector para captar las ondas cerebrales del hombre y descubrió que el sueño no era tal, sino una especie de ensueño lúcido y controlado. Estaba claro que sus glándulas productoras de drogas funcionaban a toda marcha prácticamente las veinticuatro horas del día, y las señales del uso intensivo de las drogas no tardaron en ser más visibles en el cuerpo de Gurgeh que en el de su oponente, cosa que nunca había ocurrido antes.

¿Cómo podía jugar en un estado semejante? Si hubiera tenido la autoridad suficiente para tomar esa decisión Flere-Imsaho le habría impedido seguir jugando. Pero la unidad había recibido sus órdenes, y debía cumplirlas. Tenía un papel que interpretar, lo había interpretado y ahora lo único que podía hacer era esperar y ver qué ocurría.

33

El público que asistió al comienzo de la partida en el Tablero del Origen era bastante más numeroso que el que había presenciado las dos partidas anteriores. Los otros jugadores seguían intentando comprender qué estaba ocurriendo en aquella partida tan complicada como indescifrable, y querían ver lo que sucedería en el último tablero. El Emperador tenía una ventaja considerable, pero todo el mundo sabía que ése era el tablero donde el alienígena había jugado mejor.

Gurgeh volvió a sumergirse en el juego como si fuese un anfibio que se lanza a sus aguas favoritas. Durante los primeros movimientos se conformó con saborear la deliciosa sensación de volver a estar en su elemento preferido y la pura alegría del enfrentamiento, deleitándose con el mero acto de poner a prueba sus capacidades y recursos y la maravillosa tensión de preparar las piezas y las zonas. Después concentró toda su atención en algo mucho más serio: la caza y la construcción, la creación, el establecer conexiones, el destruir y el desgarrar… la búsqueda y la destrucción del enemigo.

El tablero volvió a albergar la totalidad de la Cultura y el Imperio. El decorado fue una creación conjunta; un soberbio y letal campo de batalla esculpido con los materiales proporcionados por las creencias de Nicosar y Gurgeh. El tablero era una obra de arte insuperablemente delicada y hermosa, la más perfecta encarnación imaginable de la vida y el espíritu de un depredador. Era una imagen surgida de sus mentes; un holograma hecho de pura coherencia que ardía como una ola de fuego inmovilizada sobre el tablero, un mapa impecable de los paisajes del pensamiento y la fe que había dentro de sus cabezas.

Gurgeh dio comienzo al lento movimiento que traería la derrota y la victoria unidas sin ni tan siquiera darse cuenta de lo que hacía. Los tableros del Azad jamás habían visto nada tan sutil, complejo y hermoso. Gurgeh creía que así era. No tardó en estar seguro de ello, y supo que acabaría convirtiendo aquel movimiento en una verdad irrefutable.

Y la partida siguió.

Descansos, días, noches, conversaciones, comidas… Todo aquello aparecía y se esfumaba en otra dimensión, todo era un objeto de un solo color, una imagen plana y granulosa. Gurgeh estaba en otro lugar. Otra dimensión, otra imagen… Su cráneo era un espacio vacío que albergaba otro tablero, y su yo exterior había quedado reducido a una pieza más que debía ser desplazada de un lugar a otro.

No hablaba con Nicosar, pero los dos conversaban y llevaban a cabo el intercambio de emociones y sentimientos de la textura más delicada imaginable a través de aquellas piezas que movían y que les movían a ellos. Era como una canción, una danza o un poema perfecto. El salón estaba abarrotado cada día y los espectadores contemplaban fascinados aquella creación fabulosamente compleja e incomprensible que iba tomando forma ante ellos. Todos intentaban leer aquel poema, ver lo que se ocultaba en las profundidades de aquella imagen en continuo movimiento, escuchar las notas de la sinfonía, acariciar la escultura viviente… y, gracias a ello, comprenderla.


* * *

«Sigue y sigue hasta que termina», pensó Gurgeh de repente. La banalidad de aquel pensamiento le sorprendió y, al mismo tiempo, se dio cuenta de que todo había terminado. El clímax estaba delante de sus ojos. La creación y la destrucción de la obra de arte se habían unido, y ya no se le podía añadir nada. Aún no había terminado, pero…

«Es el fin. Se acabó.» Sintió una tristeza terrible que se adueñó de él como si fuese una pieza del juego y le hizo tambalearse con tal violencia que estuvo a punto de caer sobre el tablero. Tuvo que volver a su taburete elevado y se instaló en él moviéndose tan cautelosamente como un anciano.

Oh… se oyó decir.

Miró a Nicosar, pero el Emperador aún no se había dado cuenta. Estaba contemplando las cartas de los elementos e intentaba decidir cómo alterar el terreno de la forma más beneficiosa antes de emprender su próximo avance.

Gurgeh no podía creerlo. La partida había terminado. ¿Es que no eran capaces de verlo? Sus ojos recorrieron los rostros de los funcionarios, los espectadores, los observadores y los Adjudicadores con una creciente desesperación. ¿Qué les ocurría? Volvió la cabeza hacia el tablero con la débil esperanza de que se le hubiera pasado por alto algo, de que hubiese cometido algún error y eso significara que Nicosar aún podía hacer algo para salvarse y que la danza perfecta duraría un poquito más. Y no pudo ver nada. El final había llegado y era irrevocable. Alzó los ojos hacia el reloj mural. Faltaba muy poco para que los Adjudicadores indicaran el final de la última sesión de aquella jornada. Ya había anochecido. Intentó recordar qué día era. Las llamas estaban a punto de llegar, ¿no? Quizá esta noche, o mañana… Quizá ya habían llegado. No, incluso él se habría dado cuenta. Los ventanales del salón de proa seguían teniendo los postigos abiertos y permitían contemplar las tinieblas en las que aguardaban los arbustos cenicientos cargados de frutos.

Se acabó se acabó se acabó. Su hermosa partida había terminado. Estaba muerta. Su partida… la obra de arte que era tanto suya como de Nicosar había terminado. «¡Nicosar, estúpido!» El Emperador había mordido el anzuelo y había caído en la trampa, había echado a correr por entre las empalizadas de troncos para ser hecho pedazos delante de la plataforma entre las tempestades de astillas creadas por los disparos.

Muchos Imperios del pasado habían caído ante los bárbaros, y muchos volverían a caer. Gurgeh lo sabía desde pequeño. Ese tipo de cosas estaban incluidas en el aprendizaje de los hijos de la Cultura. Los bárbaros invaden y son absorbidos. No siempre, claro… Algunos imperios se disuelven y dejan de existir, pero muchos logran absorber a sus invasores. Muchos imperios aceptan en su seno a los bárbaros y acaban venciendo a quienes les han conquistado. Pueden hacerles vivir como las personas a las que querían esclavizar. La arquitectura del sistema los engaña y los canaliza, los seduce y los transforma y exige de ellos todo cuanto no podían dar alterándoles y desarrollándoles poco a poco para que puedan darlo. El imperio sobrevive y los bárbaros sobreviven, pero el imperio ya no existe y los bárbaros… Bueno, los bárbaros han desaparecido.

La Cultura se había convertido en el Imperio y el Imperio había adoptado el papel de los bárbaros. Nicosar parecía estar a punto de alzarse con el triunfo. Sus piezas estaban por todas partes, adaptándose, conquistando, cambiando, preparándose para aniquilar a las piezas del enemigo… Pero el cambio traería consigo su muerte, no la del enemigo. Sus piezas no podían sobrevivir siendo como eran. ¿Acaso no resultaba obvio? Se convertirían en piezas de Gurgeh o en piezas neutrales, y la mano que administraría su renacimiento sería la de Gurgeh. Se acabó…

Empezó a sentir un cosquilleo detrás de la nariz y se reclinó en el respaldo del taburete abrumado por la tristeza mientras esperaba la llegada de las lágrimas.

Y las lágrimas no llegaron. Su cuerpo acababa de darle la reprimenda que se merecía por haber utilizado tan bien los elementos y haber consumido tal cantidad de agua. Ahogaría los ataques de Nicosar. El Emperador jugaba con el fuego, y sería extinguido. No habría lágrimas por él.

Algo fue desvaneciéndose de su interior, esfumándose y consumiéndose lentamente mientras aflojaba la presa en que le había encerrado. El frescor de la sala, una especie de perfume y el susurrar del dosel de hojas de los arbustos cenicientos más allá de los ventanales… Gurgeh podía oír los murmullos de los espectadores sentados en las galerías.

Miró a su alrededor y vio a Hamin en la fila de asientos reservados a los colegios. El ápice se encontraba en una fase de senilidad terriblemente avanzada. Parecía tener la mirada fija en el centro del tablero, y durante un momento de irracionalidad Gurgeh estuvo convencido de que el anciano ya llevaba algún tiempo muerto y que habían traído su cadáver marchito a la sala de juegos como si fuese una especie de trofeo, como si quisieran infligirle una última ignominia.

Oyó sonar el cuerno que indicaba el final del día y dos guardias imperiales surgieron de la nada para llevarse la silla de ruedas en que estaba sentado el ápice agonizante. La cabeza de piel reseca y llena de arrugas se volvió un instante en la dirección de Gurgeh y le miró.

Gurgeh tenía la sensación de haber estado muy lejos, como si acabara de volver de un viaje muy largo. Miró a Nicosar. El Emperador estaba hablando con dos de sus asesores y los Adjudicadores habían empezado a anotar las posiciones del cierre. Los espectadores ya se estaban poniendo en pie para abandonar las galerías y el rumor de las conversaciones había aumentado de intensidad. ¿Eran imaginaciones suyas o Nicosar parecía algo nervioso…, incluso preocupado? Quizá no lo fueran. Gurgeh sintió una repentina oleada de compasión por el Emperador, por todos los que le rodeaban y por todos los habitantes del universo.

Suspiró, y fue como si la última ráfaga de una tormenta increíble acabara de recorrer su cuerpo. Estiró los brazos y las piernas y bajó del taburete. Contempló el tablero. Sí, todo había terminado. Lo había conseguido. Aún quedaba mucho por hacer y aún ocurrirían muchas cosas, pero Nicosar perdería la partida. Podía escoger la forma en que sería derrotado. Caer hacia adelante y ser absorbido, retroceder y ser conquistado por la fuerza, dejarse dominar por la locura y destruirlo todo…, pero su Imperio del tablero estaba acabado.

Sus ojos se encontraron con los del Emperador durante una fracción de segundo. La expresión de su rostro le indicó que Nicosar aún no había comprendido del todo lo ocurrido, pero Gurgeh sabía que el ápice también era capaz de interpretar sus expresiones y que probablemente vería el cambio producido en él y captaría su insoportable sensación de victoria. Gurgeh bajó la vista para no seguir contemplando aquel espectáculo tan terrible, giró sobre sí mismo y abandonó el salón.

No hubo vítores ni felicitaciones. Nadie más podía ver la revelación que los ojos de Gurgeh habían contemplado en el tablero. Flere-Imsaho se mostró tan preocupado e irritante como de costumbre, pero la unidad tampoco se había dado cuenta de nada y siguió preguntándole cómo creía que iba la partida. Gurgeh mintió. La Factor limitativo pensaba que la situación pronto experimentaría un cambio radical. Gurgeh ni tan siquiera se tomó la molestia de explicarle que todo había terminado, pero quedó un poco desilusionado. Había esperado más de la nave.


* * *

Cenó a solas con la mente en blanco. Fue a nadar en la piscina que había en el último sótano del castillo y se sumergió dentro de aquel agujero tallado en el promontorio rocoso sobre el que había sido construida la fortaleza. Estaba solo. Todos los demás habían subido a las torres del castillo o a las murallas más altas o se habían marchado en las aeronaves para contemplar el resplandor lejano que iluminaba el confín oeste del cielo, allí donde acababa de empezar la Incandescencia.

Gurgeh nadó hasta sentirse cansado. Se secó, volvió a ponerse los pantalones, la camisa y la chaqueta delgada y fue a dar un paseo por la muralla del castillo.

El cielo estaba cubierto de nubes y la noche era muy oscura. Los enormes troncos de los arbustos cenicientos llegaban más arriba que los baluartes exteriores y ocultaban las luces lejanas de la Incandescencia. Los guardias imperiales patrullaban la fortaleza asegurándose de que nadie decidiera adelantar la llegada de las llamas. Gurgeh tuvo que demostrarles que no llevaba encima nada susceptible de producir una chispa o crear un fuego antes de que le dejaran salir del castillo. Los postigos ya estaban siendo comprobados y las pruebas del sistema de rociado habían dejado charcos en los patios y explanadas.

La vieja fortaleza estaba sumida en el silencio y el extraño estado anímico mezcla de temor religioso y expectación que la había invadido era tan tangible que incluso Gurgeh se dio cuenta del cambio. El ruido de las aeronaves que estaban sobrevolando la extensión de bosque empapada por los rociadores con rumbo al castillo le recordó que se suponía que todo el mundo debía estar dentro a medianoche, y empezó a volver sobre sus pasos absorbiendo la atmósfera de espera como si fuese algo precioso que no podía durar mucho y que quizá nunca volviera a repetirse.

No estaba cansado. La agradable fatiga de nadar en la piscina se había convertido en una especie de cosquilleo lejano, y cuando subió la escalera que llevaba a su habitación no se detuvo en ese piso sino que siguió adelante. El cuerno acababa de sonar anunciando la medianoche.

Gurgeh emergió a un baluarte situado bajo una torre de gran tamaño. El paseo de forma circular estaba oscuro y mojado. Se volvió hacia el oeste para contemplar la tenue claridad rojiza que iluminaba el cielo. La Incandescencia aún estaba muy lejos y quedaba por debajo del horizonte. Sus destellos se reflejaban en las nubes como si fueran un lívido crepúsculo artificial. Los reflejos no impidieron que Gurgeh fuese consciente de la inmensidad y el silencio de la noche que había caído sobre el castillo ahogando todos los ruidos. Encontró una puerta que daba acceso a la torre y subió por la escalera que llevaba hasta arriba. Se apoyó en el parapeto de piedra y volvió la cabeza hacia el norte y la hilera de colinas. Aguzó el oído y escuchó el lento gotear de un rociador que perdía agua en algún lugar debajo de él, y el apenas audible susurro de los arbustos cenicientos que se preparaban para enfrentarse a su destrucción. Las colinas eran invisibles. Gurgeh dejó de intentar verlas y se volvió de nuevo hacia la banda de color rojo oscuro que se curvaba de forma casi imperceptible por el oeste.

Oyó sonar un cuerno en algún lugar del castillo seguido de otro, y luego otro más. También oyó ruidos anormales; gritos lejanos y pasos que corrían, como si el castillo volviera a despertar. Gurgeh se preguntó qué estaría ocurriendo. Tiró de la delgada tela de su chaqueta intentando protegerse mejor el torso. Había empezado a soplar una ligera brisa del este, y Gurgeh fue repentinamente consciente de que la noche era bastante fresca.

La tristeza que había sentido durante el día aún no se había esfumado del todo. Se había convertido en algo menos obvio pero más básico, como si se hubiese escondido en las profundidades de su mente para fundirse con ella. Qué hermosa había sido la partida; cuánto había disfrutado moviendo las piezas, qué jubilosamente vivo se había sentido…, pero sólo porque intentaba provocar su cese, sólo porque estaba asegurándose de que esa alegría no duraría mucho tiempo. Se preguntó si Nicosar habría comprendido lo ocurrido, y pensó que por lo menos debía sospecharlo. Se sentó en un pequeño banco de piedra.

Y de repente comprendió que echaría de menos a Nicosar. Existían algunos aspectos en los que tenía la sensación de que el Emperador y él habían llegado a un grado de intimidad que Gurgeh nunca había conocido antes. El juego les había unido y había hecho que compartieran toda una gama de experiencias y sensaciones que Gurgeh no creía posibles en ningún otro tipo de relación.

Dejó escapar un suspiro, se levantó del banco y volvió al parapeto para contemplar el camino que había al pie de la torre. Vio a dos guardias imperiales cuyas siluetas apenas podían distinguirse gracias a la luz que brotaba por la puerta abierta. Sus pálidos rostros estaban vueltos hacia arriba y le observaban. Gurgeh no estaba seguro de si debía saludarles o no. Uno de los guardias alzó un brazo y un chorro de luz cayó sobre Gurgeh obligándole a protegerse los ojos. Una tercera silueta menos alta vestida con ropas oscuras en la que no se había fijado antes fue hacia la torre y cruzó el umbral. El haz de la linterna se desvaneció. Los dos guardias se colocaron uno a cada lado de la puerta.

Gurgeh oyó pasos dentro de la torre. Volvió a tomar asiento en el banco de piedra y esperó.

Buenas noches, Morat Gurgeh.

Era Nicosar. La oscura silueta del Emperador de Azad emergió de la oscuridad de la torre. Gurgeh vio que tenía los hombros algo encorvados.

Alteza…

Siéntate, Gurgeh dijo aquella voz tranquila y suave.

Nicosar fue hacia el banco y tomó asiento junto a Gurgeh. Su pálido rostro era como una luna indistinta que flotaba delante de él, y la débil claridad que brotaba del pozo de la escalera apenas si permitía distinguir sus rasgos. Gurgeh se preguntó si Nicosar podría verle. El rostro-luna se movió lentamente y acabó volviéndose hacia la mancha de color carmín que se iba esparciendo por el horizonte.

Ha habido un intento de acabar con mi vida, Gurgeh dijo el Emperador en voz baja.

Que ha… empezó a decir Gurgeh, y durante unos instantes no supo cómo reaccionar. Alteza, ¿estáis bien?

El rostro-luna volvió a girar hacia él.

Estoy ileso. El ápice alzó una mano. Por favor, deja de llamarme «Alteza». Estamos solos, y podemos olvidarnos del protocolo. Quería explicarte personalmente la razón de que el castillo haya quedado bajo la ley marcial. La Guardia Imperial lo vigila todo. No espero otro atentado, pero hay que tomar precauciones.

Pero ¿quién ha podido hacer algo semejante? ¿Quién sería capaz de atacaros?

Nicosar volvió la mirada hacia el norte y las colinas invisibles que se alzaban en esa dirección.

Creemos que los culpables quizá hayan intentado escapar por el viaducto que lleva a los lagos que alimentan el depósito de agua, así que he enviado unos cuantos guardias allí. La cabeza de Nicosar se volvió lentamente hacia el hombre y cuando siguió hablando lo hizo en un tono de voz aún más bajo que antes. Me has colocado en una situación muy interesante, Morat Gurgeh.

Yo… Gurgeh suspiró y clavó los ojos en sus pies. Sí. Alzó la mirada y contempló el círculo de blancura que flotaba ante él. Lo siento. Quiero decir que… Bueno, el final está muy cerca.

Se dio cuenta de que también había bajado el tono de voz, y descubrió que no podía mirar al Emperador a la cara.

Bien, ya veremos dijo el Emperador. ¿Quién sabe? Puede que mañana te dé una sorpresa.

Gurgeh se sobresaltó. La oscuridad le impedía ver la expresión de aquel rostro parecido a una mancha blanca que flotaba ante él, pero… ¿Estaría hablando en serio? El ápice tenía que haberse dado cuenta de que su posición era desesperada, ¿no? ¿Habría visto algo que se le había pasado por alto a Gurgeh? Gurgeh empezó a preocuparse. Quizá había estado demasiado seguro de sí mismo. Nadie más se había dado cuenta de que el final de la partida estaba muy próximo, ni tan siquiera la nave. ¿Y si se había equivocado? Sintió un deseo repentino y casi incontrolable de volver a ver el tablero, pero incluso la imagen imperfecta que seguía teniendo grabada en la mente era lo bastante precisa para mostrarle la situación de sus fortunas respectivas. La derrota de Nicosar aún estaba implícita, pero era inevitable. Gurgeh estaba seguro de que el Emperador no podría hacer nada para impedirlo. La partida había terminado. Tenía que haber terminado…

Gurgeh, quiero que respondas a una pregunta dijo Nicosar. El círculo blanco volvió a contemplarle. ¿Cuánto tiempo estuviste aprendiendo el juego?

Dijimos la verdad. Dos años. De una forma intensiva, pero…

No me mientas, Gurgeh. Mentir ahora ya no tiene objeto.

Nicosar, yo nunca… Nunca te mentiría.

El rostro-luna se movió lentamente de un lado a otro.

Como quieras. El Emperador guardó silencio durante unos momentos. Debes estar muy orgulloso de tu Cultura.

Pronunció la última palabra en un tono de repugnancia que Gurgeh quizá hubiera encontrado cómico si no fuera tan obviamente sincero.

¿Orgulloso? replicó. No lo sé. No la he creado. Da la casualidad de que nací en ella. Yo…

Vamos, Gurgeh… No te tomes las cosas tan al pie de la letra. Me refería al orgullo que se siente cuando formas parte de algo. El orgullo de representar a tu gente… ¿Vas a decirme que no sientes ese orgullo?

Yo… Un poco, quizá. Sí… Pero no he venido aquí como campeón de la Cultura, Nicosar. No represento nada ni nadie salvo a mí mismo. He venido a tomar parte en el juego, nada más.

Nada más… repitió Nicosar en un tono de voz tan bajo que Gurgeh apenas si pudo oírle. Bueno, supongo que debemos reconocer que has hecho un papel magnífico, ¿no?

Gurgeh deseó poder ver el rostro del ápice. ¿Le había temblado la voz? ¿Había estado a punto de quebrarse?

Gracias. Pero sólo me corresponde la mitad del mérito…, no, menos de la mitad, porque…

¡No quiero oír tus elogios!

Nicosar alzó velozmente una mano y golpeó a Gurgeh en la boca. Los gruesos anillos le desgarraron la mejilla y los labios.

Gurgeh estuvo a punto de caer hacia atrás. El golpe había sido tan potente e inesperado que le había dejado aturdido. Nicosar se levantó de un salto, fue hacia el parapeto y puso sus manos sobre las piedras. Sus dedos estaban tan tensos que parecían garras. Gurgeh alzó el brazo y sintió el calor de la sangre deslizándose por su rostro. Le temblaba la mano.

Me das asco, Morat Gurgeh dijo Nicosar como si hablara con el resplandor rojo del oeste. Tu ciega e insípida moralidad ni tan siquiera puede explicar el éxito que has obtenido, y tratas este juego-batalla como si fuese una danza estúpida. El juego es algo con lo que se debe luchar y a lo que se debe resistir, y tú has intentado seducirlo. Lo has pervertido. Has sustituido nuestro testimonio sagrado por tu asquerosa pornografía… has mancillado el juego… tú… sucio macho alienígena.

Gurgeh se pasó la mano por los labios ensangrentados. Estaba mareado y le daba vueltas la cabeza.

Quizá… quizá sea así como lo ves, Nicosar. Tragó saliva y algo de sangre espesa y salada con ella. No creo que estés siendo justo con…

¿Justo? gritó el Emperador. Dio unos pasos hacia Gurgeh y se interpuso entre él y el resplandor del incendio lejano. ¿Hay alguna razón por la que las cosas deban ser justas? ¿Crees que la vida es justa? Se inclinó sobre el banco de piedra, agarró a Gurgeh por el pelo y le sacudió la cabeza violentamente de un lado a otro. ¿Lo es? ¿Lo es?

Gurgeh dejó que el ápice le sacudiera sin oponer resistencia. El Emperador le soltó el pelo pasados unos momentos y extendió la mano delante de él como si acabara de tocar algo sucio y repugnante. Gurgeh se aclaró la garganta.

No, la vida no es justa. No es intrínsecamente justa.

El ápice giró sobre sí mismo y volvió a poner las manos sobre la curva de piedra del parapeto.

»Pero intentamos que lo sea siguió diciendo Gurgeh. Es un objetivo hacia el que podemos intentar dirigirnos. Puedes escoger entre ir hacia él o alejarte. Nosotros hemos escogido ir hacia él. Siento que eso haga que nos encuentres repulsivos.

«Repulsiva» apenas si es la palabra adecuada para describir lo que pienso de tu preciosa Cultura, Gurgeh. No estoy muy seguro de poseer las palabras que necesitaría para explicarte lo que pienso de tu… Cultura. No conocéis la gloria y el orgullo, no sabéis lo que es adorar algo que está muy por encima de vosotros. Oh, sí, tenéis mucho poder. Lo sé. Lo he visto, y sé lo que podéis hacer…, pero seguís siendo impotentes y siempre lo seréis. Las criaturas apacibles y patéticas, los que se asustan y se encogen sobre sí mismos… Sólo pueden durar un tiempo, y no importa lo terribles e impresionantes que sean las máquinas dentro de las que se ocultan. Al final acabaréis cayendo, y vuestra hermosa y reluciente maquinaria no podrá salvaros de ese destino. Los fuertes sobreviven. Eso es lo que nos enseña la vida, Gurgeh…, eso es lo que nos demuestra el juego. La lucha por la superviviencia, el combate para demostrar lo que vales… No son frases huecas. ¡Son la verdad!

Gurgeh vio como las pálidas manos del ápice se tensaban sobre la oscura superficie del parapeto. ¿Qué podía decirle? ¿Iban a discutir de metafísica aquí y ahora usando la herramienta imperfecta del lenguaje cuando habían pasado los últimos diez días diseñando la imagen más perfecta de sus filosofías y de su eterno conflicto que eran capaces de expresar fuera cual fuese la forma que utilizaran?

Y, de todas formas… ¿Qué argumentos podía emplear? ¿Que la inteligencia podía sobrepasar a la fuerza ciega de la evolución con su énfasis puesto en la mutación, el combate y la muerte, y que era capaz de llegar mucho más allá que ella? ¿Que la cooperación consciente siempre había sido y sería más eficiente que la competición entre fieras? ¿Que si fuese utilizado para articular, comunicar y definir el Azad podría llegar a ser mucho más que una mera batalla? Ya había hecho y dicho todo eso, y lo había expresado mejor de lo que podía expresarlo ahora con simples palabras.

No has vencido, Gurgeh murmuró Nicosar. Su voz se había vuelto tan ronca y áspera que casi parecía un graznido. Tú y tu especie nunca venceréis. Se dio la vuelta y le miró. Pobre macho patético… Juegas al Azad, pero no comprendes nada de todo lo que te rodea, ¿verdad?

Gurgeh captó en su tono de voz algo que casi parecía compasión.

Creo que ya has decidido que no lo comprendo replicó mirando fijamente a Nicosar.

El Emperador dejó escapar una carcajada y volvió la cabeza hacia los lejanos reflejos de aquel incendio que abarcaba todo un continente y que aún no había emergido por encima del horizonte. La risa fue debilitándose hasta acabar convertida en una especie de tos. Nicosar alzó una mano y la movió de un lado a otro.

Nunca lo comprenderéis. Lo único que conseguiréis será que os utilicen. Meneó la cabeza. Gurgeh apenas si pudo distinguir el gesto en la oscuridad. Regresa a tu habitación, morat. Te veré por la mañana. El rostro-luna se volvió hacia el horizonte y los reflejos rojizos del incendio que teñían la parte inferior de las nubes. El incendio ya debería haber llegado para entonces.

Gurgeh esperó unos momentos antes de levantarse del banco. Era como si ya se hubiese ido. El Emperador ya le había despedido y se había olvidado de él, y Gurgeh hasta tuvo la vaga impresión de que sus últimas palabras no iban dirigidas a Gurgeh.

Gurgeh se puso en pie sin hacer ningún ruido y volvió a la penumbra de la torre. Los dos guardias seguían inmóviles con expresión impasible, uno a cada lado de la puerta. Gurgeh alzó los ojos y vio a Nicosar inmóvil junto al parapeto. Sus pálidas manos seguían tensas sobre la fría piedra. Le observó en silencio durante unos momentos, giró sobre sí mismo y se alejó de la torre. Fue por los pasillos y salones repletos de guardias imperiales que estaban ordenando a todo el mundo que volviera a sus habitaciones mientras cerraban las puertas, se apostaban en las escaleras y los ascensores y encendían todas las luces para que el castillo sumido en el silencio ardiera como una luminaria blanca perdida en la noche, como una inmensa nave de piedra a la deriva en un mar negro y oro.

Gurgeh entró en su habitación. Flere-Imsaho flotaba delante de la pantalla pasando velozmente de un canal de noticias a otro. La unidad le preguntó qué estaba ocurriendo en el castillo y Gurgeh se lo explicó.

No creo que las cosas estén tan mal dijo la unidad acompañando sus palabras con la oscilación de un lado a otro que usaba como encogimiento de hombros. No están tocando marchas militares, pero no hay forma de comunicar con el exterior… ¿Qué le ha ocurrido a tu boca?

Me caí.

Mm-hmmm.

¿Podemos ponernos en contacto con la nave?

Claro.

Dile que vaya calentando los sistemas. Puede que la necesitemos.

Vaya, así que por fin te estás volviendo precavido… Muy bien.

Gurgeh se fue a la cama, pero no logró conciliar el sueño. Yació mucho rato inmóvil en la oscuridad escuchando el rugir del viento.

34

El ápice permaneció en lo alto de la torre durante varias horas observando el horizonte. Parecía incapaz de apartarse del parapeto de piedra, como si se hubiera convertido en una estatua o como si fuera un arbolillo negro y blanco que había brotado de una semilla errante. El viento que llegaba del este se fue haciendo más frío y tiró de las oscuras ropas de la figura inmóvil, aulló alrededor del castillo inundado de luces y se abrió paso por entre el dosel de arbustos cenicientos sacudiéndolo con un ruido que hacía pensar en el ir y venir de las olas.

El amanecer llegó poco a poco. Empezó iluminando las nubes y fue tiñendo el este con sus matices dorados. La negrura del oeste y la cinta de tierra que brillaba con un resplandor rojizo se encendieron con un repentino destello de luz blanca que fue seguido por el naranja y el amarillo. Los colores vacilaron y desaparecieron para volver enseguida, hacerse más definidos y extenderse a toda velocidad.

La silueta apoyada en el parapeto se apartó de aquella brecha que se iba ensanchando en el cielo rojo y negro, lanzó una rápida mirada al amanecer que tenía detrás y se tambaleó durante unos momentos como si estuviera atrapada entre las corrientes rivales de luz que fluían de cada extremo del horizonte.


* * *

Dos guardias fueron a la habitación. Abrieron la puerta y le dijeron a Gurgeh y a la máquina que se les esperaba en el salón de proa. Gurgeh ya se había puesto sus ropas de jugador. Los guardias le dijeron que el Emperador había decidido que la sesión se jugaría sin el atuendo ceremonial. Gurgeh miró a Flere-Imsaho y fue a cambiarse. Se puso una camisa limpia y los pantalones y la chaqueta que llevaba la noche anterior.

Vaya, parece que por fin tendré ocasión de verte jugar… Qué gran honor dijo Flere-Imsaho mientras iban hacia el salón.

Gurgeh no dijo nada. Los guardias escoltaban a grupos de personas procedentes de varias partes del castillo. Fuera, el viento aullaba detrás de las puertas y las ventanas cerradas.

Gurgeh no había querido desayunar. La nave había hablado con él aquella mañana para felicitarle. Por fin lo había comprendido. De hecho, creía que Nicosar aún tenía una escapatoria, pero sólo obtendría el empate y le aseguró que ningún cerebro humano era capaz de llevar a cabo la complicadísima serie de movimientos que exigiría. La nave también le dijo que todos sus sistemas ya estaban en situación de alerta y que acudiría a la velocidad máxima en cuanto viera que ocurría algo raro. La Factor limitativo estaba observándolo todo a través de los sentidos de Flere-Imsaho.

Entraron en el salón de proa del castillo. Nicosar ya estaba junto al Tablero del Cambio. El ápice vestía el uniforme de comandante en jefe de la Guardia Imperial, un conjunto de prendas severo y sutilmente amenazador con espada ceremonial incluida. Gurgeh pensó que debía estar bastante ridículo con su vieja chaqueta. El salón se encontraba atestado. Los últimos grupos de personas escoltados por los guardias que parecían estar por todas partes seguían sentándose en los grádenos. Nicosar ignoró a Gurgeh. El ápice estaba hablando con un oficial de la Guardia.

¡Hamin! exclamó Gurgeh.

Fue hacia el viejo ápice. Hamin estaba sentado en la primera fila de asientos. Su minúsculo cuerpo retorcido casi resultaba invisible entre la corpulencia de los dos guardias que le flanqueaban. Su rostro era un reseco pergamino amarillento. Uno de los guardias extendió la mano indicándole que no debía acercarse más. Gurgeh se detuvo delante del asiento y se acuclilló para contemplar los rasgos arrugados del viejo rector.

Hamin… ¿Puedes oírme?

Volvió a tener la absurda idea de que el ápice ya estaba muerto, pero un instante después vio moverse sus párpados. Hamin abrió un ojo y reveló un globo entre rojo y amarillento casi invisible bajo las secreciones cristalinas que lo cubrían. La marchita cabeza se movió unos centímetros.

Gurgeh…

El ojo se cerró y la cabeza se fue inclinando lentamente hasta tocar el pecho. Gurgeh sintió que una mano tiraba de su manga y se dejó conducir hasta el asiento que le esperaba junto al tablero.

Los ventanales del salón estaban cerrados y los paneles de cristal tintineaban en sus marcos metálicos, pero los postigos antifuego aún no habían sido cerrados. Las ráfagas del vendaval hacían oscilar los troncos de los arbustos cenicientos. El cielo estaba de un color gris plomo, y el ruido del viento creaba un extraño telón de fondo compuesto por silbidos y murmullos que acompañaba a las conversaciones en voz baja de los espectadores y los grupos de personas que aún no habían ocupado sus asientos.

¿No crees que ya deberían haber cerrado los postigos? preguntó Gurgeh volviéndose hacia la unidad.

Se instaló en su taburete elevado. Flere-Imsaho se colocó detrás de él envuelto en su aura de zumbidos y chasquidos. El Adjudicador y sus ayudantes estaban comprobando las posiciones de las piezas.

dijo Flere-Imsaho. Las llamas se encuentran a menos de dos horas de aquí. Claro que sólo hacen falta unos minutos para colocarlos en posición, pero… Normalmente no suelen esperar tanto. Si estuviera en tu lugar procuraría tener mucho cuidado, Gurgeh. Las reglas prohíben utilizar la opción física en esta etapa del juego, pero tengo la impresión de que aquí está ocurriendo algo raro. Es como una especie de presentimiento…

Gurgeh habría querido responder con una observación lo más cortante posible sobre los presentimientos de la unidad, pero tenía una extraña sensación de vacío en el estómago y también empezaba a sospechar que estaba ocurriendo algo raro. Volvió la cabeza hacia el banco en el que estaba sentado Hamin. El viejo ápice no se había movido, y seguía teniendo los ojos cerrados.

Y hay algo más dijo Flere-Imsaho.

¿Qué?

Unos aparatos que no estaban antes… Ahí, en el techo.

Gurgeh alzó la mirada intentando que su gesto no resultara demasiado obvio. Le pareció que las masas de equipo de vigilancia y los sistemas de contramedidas electrónicas tenían el mismo aspecto de siempre, pero nunca les había prestado mucha atención.

¿Qué clase de equipo? preguntó.

Equipo que mis sentidos encuentran inquietantemente opaco e imposible de inspeccionar, lo cual no debería ocurrir. Y ese coronel de la Guardia lleva encima un micro óptico de gran alcance.

¿Te refieres al oficial que está hablando con Nicosar?

Sí. Eso va contra las reglas, ¿no?

Se supone que sí.

¿Quieres comentarlo con el Adjudicador?

El Adjudicador estaba inmóvil junto al tablero flanqueado por dos guardias imperiales muy corpulentos. Parecía algo asustado, y sus rasgos estaban tensos. Cuando se volvió hacia él y le miró Gurgeh tuvo la impresión de que sus ojos no eran capaces de verle.

Tengo la sensación de que no serviría de nada murmuró Gurgeh.

Yo también. ¿Quieres que me ponga en comunicación con la nave y le diga que venga?

¿Puede llegar aquí antes que las llamas?

Sí, pero por muy poco.

Gurgeh no necesitó mucho tiempo para tomar una decisión.

Hazlo dijo.

Señal enviada. ¿Recuerdas las instrucciones que te di cuando te colocaste el implante?

Las tengo grabadas en la cabeza.

Estupendo dijo Flere-Imsaho en un tono de voz bastante preocupado. Un desplazamiento a gran velocidad en un ambiente de lo más hostil con alguna clase de efector que produce zonas grises incluido… Justo lo que necesitaba.

El salón estaba lleno. Los guardias cerraron las puertas. El Adjudicador lanzó una mirada llena de resentimiento e irritación al coronel de la Guardia que seguía hablando con Nicosar y el coronel movió la cabeza en un asentimiento casi imperceptible. El Adjudicador anunció la reanudación de la partida.

Nicosar hizo un par de movimientos que no parecían poseer ninguna lógica. Gurgeh no tenía ni idea de lo que pretendía conseguir con ellos. Debía estar intentando conseguir algo, pero… ¿El qué? Fuera el que fuese, su objetivo no parecía tener ninguna relación con el ganar la partida. Intentó atraer la atención de Nicosar, pero el ápice se negaba tozudamente a mirarle a los ojos. Gurgeh se pasó la mano por los labios y la mejilla, y sintió los cortes que le habían hecho los anillos. «Me he vuelto invisible», pensó.

La tormenta que rugía en el exterior hacía oscilar los arbustos cenicientos. Sus hojas se habían desplegado hasta alcanzar la máxima longitud posible, y las ráfagas de viento hacían que parecieran confundirse entre sí hasta formar una masa indistinta, un gigantesco organismo amarillo que temblaba y se agazapaba junto a las murallas del castillo. Gurgeh se dio cuenta de que los espectadores empezaban a removerse nerviosamente en sus asientos, hablaban en voz baja y lanzaban miradas de soslayo a las ventanas que seguían con los postigos abiertos. Los guardias se habían apostado en las salidas de la sala con las armas preparadas para disparar.

Nicosar hizo ciertos movimientos y colocó las cartas de los elementos en ciertas posiciones. Gurgeh seguía sin comprender qué pretendía lograr con ello. El ruido de la tormenta que hacía vibrar los cristales era tan intenso que apenas dejaba oír las voces de quienes se encontraban en el salón. El olor de las secreciones volátiles y la savia de los arbustos cenicientos estaba empezando a impregnar la atmósfera, y unos cuantos trocitos de hojas secas habían logrado entrar en el salón y estaban flotando en las corrientes de aire que recorrían aquel inmenso recinto.

Un resplandor anaranjado surgió de la nada y tiñó las nubes que flotaban en el cielo tan oscuro como la piedra del castillo que se extendía al otro lado de los ventanales. Gurgeh empezó a sudar. Fue al tablero, hizo algunos movimientos de réplica e intentó atraer la atención de Nicosar sin conseguirlo. Oyó un grito en la galena de observadores, pero el grito no tardó en ahogarse. Los guardias seguían inmóviles junto a las puertas y alrededor del tablero. El coronel con el que había estado hablando Nicosar no se apartaba del Emperador. Cuando volvió a su asiento Gurgeh miró al coronel y creyó ver lágrimas deslizándose por sus mejillas.

Nicosar había estado sentado. El Emperador se puso en pie, cogió cuatro cartas de elementos y fue hasta el centro del tablero.

Gurgeh quería gritar o levantarse de un salto. Quería hacer algo, lo que fuese, pero tenía la sensación de que unas raíces invisibles le habían unido al suelo dejándole paralizado. Los guardias se habían puesto un poco más tensos. Gurgeh clavó la mirada en las manos del Emperador y vio que estaban temblando. La tormenta golpeaba los troncos de los arbustos cenicientos haciéndolos oscilar con el salvaje desdén de un organismo consciente y enfurecido. Un haz de claridad anaranjada se deslizó sobre las copas de las plantas, se retorció durante unos segundos contra el telón oscuro que había detrás de él y fue desvaneciéndose poco a poco.

Oh, mierda santísima… murmuró Flere-Imsaho. Sólo faltan cinco minutos para que llegue.

¿Qué?

Gurgeh se volvió hacia la máquina.

Cinco minutos dijo la unidad, y se las arregló para producir una imitación muy realista del tragar saliva. Debería estar a casi una hora de distancia. No puede haberse movido tan deprisa… Tienen que haber creado un nuevo frente de llamas.

Gurgeh cerró los ojos. Podía sentir el bultito que había debajo de su lengua reseca como el papel.

¿Y la nave? preguntó volviendo a abrir los ojos.

La unidad tardó unos segundos en responder.

Imposible dijo con voz átona y resignada.

Nicosar se inclinó sobre el tablero. Colocó una carta de fuego sobre un símbolo de agua que cubría un pliegue de una zona elevada. El coronel de la Guardia giró la cabeza unos centímetros hacia un lado y Gurgeh vio moverse sus labios como si acabara de soplar para quitarse una motita de polvo del cuello del uniforme.

Nicosar se incorporó, miró a su alrededor y dio la impresión de aguzar el oído. Gurgeh pensó que no había nada que escuchar aparte de los rugidos de la tormenta.

Acabo de captar una emisión de infrasonidos dijo Flere-Imsaho. Ha sido una explosión a un kilómetro de aquí en dirección norte… El viaducto.

Gurgeh siguió con los ojos a Nicosar. El Emperador fue lentamente hasta otra posición del tablero y colocó una carta sobre la carta de Gurgeh que ocupaba la zona: fuego sobre agua. El coronel volvió a decir algo por el micrófono que llevaba en el hombro. El castillo tembló. Una serie de ondas expansivas recorrieron el salón haciéndolo vibrar.

Las piezas se tambalearon sobre el tablero. Los espectadores se pusieron en pie y empezaron a gritar. Los paneles de cristal se agrietaron en sus marcos y cayeron sobre las losas haciéndose añicos, dejando que la voz aullante de la tempestad entrara en el salón seguida por una estela de hojas. Una hilera de llamas apareció sobre las copas de los arbustos cenicientos y llenó de fuego la base de la negrura hirviente en que se había convertido el horizonte.

Nicosar colocó la siguiente carta de fuego, esta vez sobre una carta de tierra. El castillo pareció removerse bajo los pies de Gurgeh. El viento que entraba por las ventanas hizo rodar las piezas de menos peso igual que si fuese una invasión tan absurda como incontenible y tiró de las túnicas del Adjudicador y sus ayudantes. Los espectadores habían empezado a abandonar los grádenos y tropezaban los unos con los otros en un frenético intento de llegar a las salidas. Los guardias ya habían alzado sus armas.

El cielo estaba lleno de llamas.

Nicosar colocó la última carta de fuego sobre la de la Vida, el elemento-fantasma, y se volvió lentamente hacia Gurgeh.

Esto tiene peor aspecto a cada… ¡Greeeeeee!

La voz de Flere-Imsaho se convirtió en un chirrido estridente. Gurgeh giró sobre sí mismo y vio a la máquina vibrando en el aire envuelta por un aura de fuego verde.

Los guardias habían empezado a disparar. Las puertas del salón se abrieron de golpe y la multitud corrió hacia ellas, pero los guardias ya se habían dispersado por el tablero y hacían fuego a discreción contra las galerías de observación y los bancos. Los haces de las armas láser caían sobre el gentío que intentaba huir y derribaban a los ápices, machos y hembras que no paraban de gritar creando una tormenta de luces parpadeantes y detonaciones que hacían vibrar el aire.

¡Graaaaaaak! gritó Flere-Imsaho.

El metal de sus placas se había vuelto de un color rojo oscuro y estaba empezando a humear. Gurgeh no podía apartar los ojos de la unidad. Nicosar seguía inmóvil en el centro del tablero rodeado por sus guardias con la cabeza vuelta hacia Gurgeh. El Emperador sonreía.

Las llamas se alzaron sobre las copas de los arbustos cenicientos. Los últimos heridos salieron tambaleándose y tropezando por las puertas y el salón quedó vacío. Flere-Imsaho flotaba en el aire. La unidad estaba envuelta en un aura blanca, amarilla y naranja. Gurgeh la vio subir hacia el techo dejando caer gotitas de metal fundido que se esparcieron sobre el tablero. Una nube de llamas y humo surgió de la nada y la ocultó. Flere-Imsaho aceleró y cruzó el salón como empujada por una inmensa mano invisible. La unidad se estrelló contra la pared y estalló con un destello cegador. La onda expansiva fue tan potente que casi hizo caer a Gurgeh de su taburete.

Los guardias que rodeaban al Emperador salieron del tablero y empezaron a dispersarse por los bancos y galerías rematando a los heridos. Ninguno de ellos prestó atención a Gurgeh. Los ecos de los disparos entraban por las puertas que llevaban al resto del castillo, y los muertos yacían envueltos en sus atuendos multicolores como si fuesen una horrenda alfombra.

Nicosar fue lentamente hacia Gurgeh deteniéndose unos momentos para apartar algunas piezas de una patada. Gurgeh vio como uno de sus pies se posaba sobre el charquito de fuego provocado por una de las gotas de metal fundido que se habían desprendido de la carcasa de Flere-Imsaho y lo extinguía. El Emperador desenvainó su espada y la alzó con la tranquila lentitud que habría empleado para mover una pieza o coger una carta del juego.

Gurgeh se aferró a los brazos del asiento. El infierno aullaba en el cielo alrededor del castillo. Las hojas giraban en el salón como una diluvio reseco que no terminaría jamás. Nicosar se detuvo delante de Gurgeh. El Emperador sonreía.

¿Sorprendido? gritó para hacerse oír por encima del estrépito de la tormenta.

Gurgeh apenas podía hablar.

¿Qué has hecho? ¿Por qué? graznó pasados unos momentos.

Nicosar se encogió de hombros.

He convertido el juego en realidad, Gurgeh.

Sus ojos recorrieron el salón inspeccionando la carnicería. Estaban solos. Los guardias se habían dispersado por el castillo para matar a todo aquel con quien se encontraran.

Había cadáveres por todas partes. En el suelo del salón y en las galerías, caídos sobre los bancos, encogidos en los rincones, formando X macabras sobre las losas con sus ropas puntuadas por los agujeros negruzcos del láser… El humo brotaba de la madera y las ropas; el repugnante olor dulzón de la carne quemada flotaba en el aire.

Nicosar alzó la pesada espada de doble filo en su mano enguantada y la contempló con una sonrisa melancólica. Gurgeh sintió una punzada de dolor que le atravesó las entrañas. Le temblaban las manos. Notó un extraño sabor metálico en la boca y al principio pensó que era el implante intentando abrirse paso por entre la carne que lo ocultaba, como si hubiera decidido reaparecer por alguna razón que ni tan siquiera podía adivinar, pero no tardó en comprender que no era el implante y, por primera vez en su vida, conoció el sabor del miedo.

Nicosar dejó escapar un suspiro casi inaudible y se irguió delante de Gurgeh. Su cuerpo pareció crecer hasta ocultarle todo el salón y extendió lentamente el brazo acercando la espada al pecho de Gurgeh.

«¡Unidad!», pensó. Pero Flere-Imsaho era una mancha de hollín en la pared.

«¡Nave!» Pero el implante que llevaba debajo de la lengua guardó silencio, y la Factor limitativo aún estaba a varios años luz de distancia.

La punta de la espada bajó un poco y quedó a unos centímetros del vientre de Gurgeh. Después empezó a subir y pasó lentamente sobre el pecho de Gurgeh hasta llegar a su cuello. Nicosar abrió la boca como si se dispusiera a decir algo, pero meneó la cabeza con una expresión vagamente irritada y se lanzó hacia adelante.

Gurgeh tensó los músculos de las piernas y sus pies se incrustaron en el vientre del Emperador. Nicosar se dobló sobre sí mismo y Gurgeh salió despedido del taburete cayendo hacia atrás. La espada pasó silbando por encima de su cabeza.

Gurgeh siguió rodando mientras el taburete se estrellaba contra el suelo y se levantó de un salto. Nicosar estaba medio encogido sobre sí mismo, pero no había soltado la espada. El Emperador fue tambaleándose hacia Gurgeh moviendo la espada de un lado a otro como si estuvieran separados por una muralla de enemigos invisibles. Gurgeh echó a correr, primero a un lado y después a través del tablero en una dirección que le llevaría hasta las puertas del salón. El telón de llamas que se alzaba sobre las ondulantes copas de los arbustos cenicientos engulló las nubes de humo negro que se apelotonaban al otro lado de las ventanas. El calor se había convertido en algo físico, una presión sobre la piel y los ojos. Gurgeh puso un pie sobre una pieza que el vendaval había hecho salir del tablero, perdió el equilibrio y cayó.

Nicosar fue hacia él.

El equipo de vigilancia y contramedidas electrónicas emitió un zumbido que subió rápidamente de intensidad y se convirtió en un chirriar casi insoportable. El humo empezó a brotar de la maquinaria adosada al techo y una aureola de cegadores relámpagos azulados bailoteó locamente a su alrededor.

Nicosar no se había dado cuenta de nada. El Emperador saltó sobre Gurgeh, quien consiguió esquivar la embestida. La espada se incrustó en el tablero a unos centímetros de su cabeza. Gurgeh se incorporó y saltó sobre una de las pirámides. Nicosar se lanzó en pos de él pisoteando las cartas y esparciendo las piezas.

El equipo suspendido del techo estalló y cayó sobre el tablero envuelto en un diluvio de chispas. La masa de metal humeante se estrelló contra el centro del terreno multicolor a pocos metros de Gurgeh, quien se vio obligado a detenerse y dar la vuelta. Se encaró con Nicosar.

Algo blanco que se movía muy deprisa hendió el aire.

Nicosar alzó la espada por encima de su cabeza.

Un campo verde y amarillo se estrelló contra la hoja partiéndola en dos mitades. Nicosar sintió la súbita alteración en el peso de la espada, alzó los ojos hacia ella y la incredulidad se adueñó de sus rasgos. La mitad superior de la hoja colgaba en el aire suspendida del diminuto disco blanco que era Flere-Imsaho.

Ja, ja, ja.

La carcajada retumbó por todo el salón ahogando el rugir del viento.

Nicosar arrojó la empuñadura de la espada al rostro de Gurgeh. Un campo verde y amarillo la detuvo y la hizo volver por donde había venido. El Emperador se agachó con el tiempo justo de esquivarla. Nicosar se tambaleó sobre el tablero envuelto en una tempestad de humo y hojas que giraban locamente. Los arbustos cenicientos oscilaban de un lado a otro; el implacable avance del muro de llamas que se alzaba sobre sus copas creaba destellos de cegadora claridad blanca y amarilla que emergían por entre sus troncos.

¡Gurgeh! gritó Flere-Imsaho apareciendo de repente delante de su cara. Quédate lo más encogido posible y hazte una bola. ¡Ahora!

Gurgeh hizo lo que le decía. Se acuclilló sobre el suelo y se envolvió el cuerpo con los brazos. La unidad se puso encima de él y Gurgeh vio el resplandor neblinoso del campo energético con que le envolvió.

El muro de arbustos cenicientos se estaba desintegrando. Los chorros de llamas se abrían paso por entre los troncos haciéndolos temblar y arrancándolos del suelo. El calor era tan intenso que Gurgeh sintió como si su carne intentara encogerse hasta quedar pegada a los huesos del cráneo.

Una silueta apareció entre las llamas. Era Nicosar, y blandía una de las enormes pistolas láser con que iban armados los guardias. El Emperador se puso junto a las ventanas, alzó el arma con las dos manos y apuntó cuidadosamente el cañón hacia Gurgeh. Gurgeh contempló el hocico negro del arma. Sus ojos fueron recorriendo aquel cañón tan grueso como su pulgar y subieron hasta posarse en el rostro de Nicosar justo cuando el ápice apretaba el gatillo.

Y se encontró contemplando su propio rostro.

Vio sus rasgos distorsionados el tiempo suficiente para darse cuenta de que la expresión de Jernau Morat Gurgeh en el instante que habría podido ser el de su muerte no era especialmente impresionante. Gurgeh sólo logró detectar sorpresa, aturdimiento y una mueca de perplejidad que casi rozaba la estupidez. El campo espejo se esfumó un instante después y volvió a ver el rostro de Nicosar.

El ápice no se había movido ni un centímetro de su posición anterior, pero su cuerpo oscilaba lentamente de un lado a otro y también había otro cambio. Gurgeh se dio cuenta de que algo andaba mal. El cambio era muy obvio, pero no tenía ni idea de en qué podía consistir.

El Emperador se fue inclinando hacia atrás y sus ojos se clavaron en la zona de techo ennegrecido por el humo de la que se había desprendido el equipo electrónico. El vendaval que entraba por las ventanas se apoderó de él y Nicosar fue inclinándose muy despacio hacia adelante. El peso del arma que sostenía en sus manos enguantadas le fue haciendo perder el equilibrio, y su cuerpo se acercó gradualmente al tablero.

Y Gurgeh vio el agujero negro, por el que habría podido caber un pulgar, que había en el centro de la frente del ápice, y los hilillos de humo que brotaban de él.

El cuerpo de Nicosar se derrumbó sobre el tablero dispersando las piezas.

El fuego invadió el salón.

La presa formada por los arbustos cenicientos cedió ante las llamas y fue sustituida por una inmensa ola de luz cegadora a la que siguió un chorro de calor tan potente y devastador como el golpe de un martillo. El campo que rodeaba a Gurgeh se oscureció y la estancia y las llamas se fueron desvaneciendo. Oyó un extraño zumbido que parecía venir desde lo más profundo de su cabeza y se sintió repentinamente vacío, exhausto y confuso.

Después el mundo desapareció y no hubo nada, sólo oscuridad.

35

Gurgeh abrió los ojos.

Vio que se hallaba en un balcón debajo de un saliente de piedra. La parte del suelo sobre la que se encontraba estaba limpia, pero el resto del balcón había quedado cubierto por un centímetro de ceniza gris oscuro. Las piedras sobre las que yacía estaban calientes; el aire era fresco y había mucho humo.

Se sentía muy bien. El cansancio había desaparecido, y ya no le dolía la cabeza.

Logró sentarse en el suelo. Algo cayó de su pecho y rodó por encima de las losas limpias hasta detenerse sobre la ceniza gris. Gurgeh se inclinó sobre aquel objeto brillante y lo cogió. Era el brazalete Orbital. El adorno no había sufrido ningún daño y seguía ofreciendo su microscópico ciclo día-noche. Gurgeh lo guardó en un bolsillo de su chaqueta. Inspeccionó su chaqueta, su cabellera y sus cejas. No había quemaduras, y no tenía ni un pelo chamuscado.

El cielo se había vuelto de un color gris oscuro y el horizonte estaba negro. Gurgeh alzó la cabeza, vio un pequeño disco de color púrpura y comprendió que era el sol. Se puso en pie.

La ceniza gris estaba empezando a quedar cubierta por una capa de hollín negro que caía de la oscuridad del cielo como un negativo de la nieve. Gurgeh caminó lentamente sobre las losas deformadas por el calor hasta llegar al final del balcón. El parapeto se había desprendido y Gurgeh se detuvo a unos centímetros del abismo.

El paisaje había cambiado. El muro amarillo de arbustos cenicientos que se extendía más allá del primer baluarte de la fortaleza confundiéndose con el horizonte ya no estaba. Sólo había tierra, una inmensa llanura entre negra y marrón que parecía haber sido calcinada dentro de un horno inmenso y estaba cubierta por grietas y fisuras que la ceniza gris y la lluvia de hollín aún no habían tenido tiempo de rellenar. La llanura desolada se extendía hasta el horizonte. Algunas fisuras aún dejaban escapar hilillos de humo que trepaban hacia el cielo como si fuesen los fantasmas de los árboles hasta que las ráfagas de viento los deshacían. El baluarte estaba ennegrecido y algunos tramos se habían derrumbado dejando grandes brechas.

El castillo parecía tan maltrecho como si hubiese soportado un asedio muy prolongado. Unas cuantas torres se habían derrumbado y muchos apartamentos, edificios de oficinas y salones habían perdido el techo. Las ventanas calcinadas por las llamas sólo mostraban el vacío que había detrás de ellas. Gruesas columnas de humo brotaban perezosamente de las ruinas enroscándose sobre sí mismas como palos de bandera diseñados por un artista amante de las extravagancias hasta llegar a las cimas de las torres y baluartes que seguían en pie, donde el viento las atrapaba para convertirlas en banderas y estandartes.

Gurgeh caminó sobre la blanda nevada de hollín negro hasta llegar a los ventanales del salón. Sus pies no hacían ningún ruido. Los copos de hollín le hicieron estornudar, y le escocían los ojos. Entró en el salón.

Las piedras aún no se habían desprendido del calor de las llamas. El salón era como un gigantesco horno sumido en las tinieblas. Los restos deformados del tablero yacían entre las vigas y los cascotes. Su arco iris de colores había quedado reducido al gris y el negro, y los levantamientos y ondulaciones creados por las llamas habían despojado de todo sentido a la topografía cuidadosamente equilibrada de zonas altas y llanuras.

Los fragmentos de vigas y los agujeros en el suelo y las paredes indicaban el lugar donde habían estado las galerías de observación. El equipo electrónico de vigilancia y contramedidas que se había desprendido del techo era una masa de metal semiderretido que ocupaba todo el centro del tablero y hacía pensar en una torpe imitación de montaña cubierta de ampollas y burbujitas reventadas.

Gurgeh se volvió hacia la ventana junto a la que había estado Nicosar y cruzó la crujiente superficie del tablero. Se inclinó y las punzadas de dolor que atravesaron sus rodillas le hicieron lanzar un gruñido ahogado. Extendió la mano hacia el punto en que un remolino de la tempestad de fuego había acumulado un montoncito cónico de polvo junto al ángulo formado por la pared y una nervadura del techo. El montoncito de polvo casi rozaba el tablero, y cerca había una masa de metal ennegrecido en forma de L que podría haber sido cuanto quedaba de un láser.

La ceniza gris blanquecina estaba caliente y era muy suave al tacto. Gurgeh deslizó los dedos entre ella y encontró un trocito de metal en forma de C. El anillo a medio derretir aún conservaba los soportes que habían sostenido la joya, pero la piedra había desaparecido. El soporte parecía un cráter irregular pegado al metal. Gurgeh contempló el anillo en silencio durante unos momentos, sopló sobre él para quitarle la ceniza y lo hizo girar unas cuantas veces entre sus dedos. Después volvió a dejarlo sobre el montoncito de polvo. Se quedó inmóvil como si no supiera qué hacer y acabó metiendo la mano en el bolsillo de su chaqueta. Sacó el brazalete Orbital y lo colocó sobre el pequeño cono de polvo gris. Después se quitó los dos anillos detectores de venenos y los colocó junto al brazalete. Recogió un puñado de cenizas calientes con la palma de la mano y lo contempló en silencio.

Buenos días, Jernau Gurgeh.

Gurgeh giró sobre sí mismo, se puso en pie y metió la mano en el bolsillo de su chaqueta tan deprisa como si le hubieran sorprendido haciendo algo vergonzoso. El diminuto cuerpo blanco de Flere-Imsaho entró flotando por la ventana. La pequeñez de sus dimensiones, su limpieza y la exactitud de sus líneas resultaban extrañamente incongruentes en aquel reino de metales fundidos y madera calcinada. Un objeto gris que tendría el tamaño del dedo de un bebé salió despedido del suelo cerca de los pies de Gurgeh y flotó hacia la unidad. Gurgeh vio abrirse una escotilla en el inmaculado cuerpo de Flere-Imsaho y el mini proyectil desapareció dentro de ella. Una parte del cuerpo de la máquina giró suavemente sobre sí misma y se detuvo.

Hola dijo Gurgeh, y fue hacia la unidad. Sus ojos recorrieron lentamente las ruinas del salón y acabaron posándose en Flere-Imsaho. Bien… Espero que tendrás la amabilidad de contarme lo que ha ocurrido.

Siéntate, Gurgeh. Te lo contaré.

Gurgeh se sentó sobre un bloque de piedra que se había desprendido de la parte superior de una ventana. Alzó los ojos hacia el hueco que había dejado y lo contempló durante unos momentos con una expresión algo dubitativa.

No te preocupes dijo Flere-Imsaho. He comprobado el techo y puedo garantizarte que no corres ningún peligro.

Gurgeh puso las manos sobre las rodillas.

¿Y bien? preguntó.

Empecemos por el principio dijo la unidad. Deja que me presente. Me llamo Sprant Flere-Imsaho Wu-Handrahen Xato Trabiti, y jamás he trabajado como bibliotecario.

Gurgeh asintió. Había reconocido parte de la nomenclatura que tanto había impresionado al Cubo de Chiark hacía ya mucho tiempo. No dijo nada.

»Si hubiese sido una máquina bibliotecaria ahora estarías muerto. Aun suponiendo que Nicosar no te hubiese matado… Bueno, habrías muerto incinerado unos minutos después.

Oh, te aseguro que soy consciente de que te debo la vida dijo Gurgeh. Gracias. Su voz sonaba átona y cansada, y a juzgar por su tono no parecía especialmente agradecido. Pensé que habían acabado contigo. Creía que estabas muerto.

Faltó muy poco dijo la unidad. Esa exhibición de fuegos artificiales era real. Nicosar debió conseguir acceso a algún equivalente de nuestros efectores, lo cual quiere decir que el Imperio ha tenido alguna clase de contacto con otra civilización avanzada. He examinado lo que queda del equipo y podría haber sido fabricado por los homonda. La nave se llevará los restos para analizarlos con más calma.

¿Dónde se encuentra la nave? Creía que estaríamos dentro de ella, no que seguiríamos aquí abajo.

Llegó a toda velocidad media hora después de que las llamas alcanzasen el castillo. Podría habernos recuperado a los dos, pero supongo que debió pensar que estaríamos más seguros aquí. Aislarte del fuego no fue ningún problema y mantenerte inconsciente con mi efector también resultó bastante sencillo. La nave nos envió un par de unidades, siguió moviéndose a toda velocidad, frenó y giró sobre sí misma. Viene hacia aquí y llegará dentro de unos cinco minutos. Regresaremos dentro del módulo. Ya te dije que esa clase de desplazamientos pueden resultar algo arriesgados.

Gurgeh dejó escapar el aire por la nariz. El sonido resultante fue curiosamente parecido a una risa ahogada. Sus ojos volvieron a recorrer las ruinas del salón.

Sigo esperando dijo por fin volviéndose hacia la máquina.

Los guardias imperiales obedecieron las órdenes que les había dado Nicosar y se volvieron locos. Volaron el acueducto, las cisternas y los refugios y mataron a todo el que se les puso por delante. También intentaron apoderarse del Invencible. La tripulación se resistió, hubo un tiroteo y la nave acabó cayendo en algún lugar del océano norte. Fue una zambullida de lo más espectacular. El tsunami resultante barrió una buena cantidad de arbustos cenicientos en plena madurez, pero supongo que el fuego sabrá arreglárselas sin ellos. La noche anterior no hubo ningún intento de matar a Nicosar. Fue un truco para que todo el castillo y el juego quedaran bajo el control de unas fuerzas que cumplirían ciegamente cualquier orden que les diese el Emperador.

Pero… ¿Por qué? preguntó Gurgeh con voz cansada, y desplazó un trocito de metal fundido con la punta del pie. ¿Por qué les ordenó que mataran a todo el mundo?

Les dijo que era la única forma de vencer a la Cultura y de salvarle. Los guardias no sabían que Nicosar también estaba condenado a morir. Creían que tenía alguna forma de huir, pero puede que hubieran actuado de la misma forma aunque hubiesen sabido que moriría. Se les sometía a un entrenamiento muy riguroso, ¿sabes? Bueno, el caso es que obedecieron sus órdenes. La máquina emitió una leve risita. La mayoría de ellos, por lo menos… Algunos guardias dejaron intacto el refugio que se suponía debían volar y se encerraron en él con unas cuantas personas más, así que no eres un caso único. Ha habido otros supervivientes. Casi todos son de la servidumbre. Nicosar se aseguró de que la gente importante estuviera en el salón. Las unidades de la nave se encargan de vigilar a los supervivientes. Les mantendremos encerrados hasta que estés lo suficientemente lejos de aquí para no correr peligro. Tienen raciones suficientes para aguantar hasta que les rescaten.

Sigue.

¿Estás seguro de que te encuentras con fuerzas para oírlo todo ahora?

Limítate a decirme por qué ha ocurrido todo esto replicó Gurgeh, y suspiró.

Has sido utilizado, Jernau Gurgeh dijo la unidad con voz jovial. La verdad es que eras el representante de la Cultura y Nicosar era el representante del Imperio. Yo mismo hablé con el Emperador la noche antes de que empezarais a jugar y le dije que eras nuestro campeón. Si ganabas invadiríamos el Imperio, les aplastaríamos e impondríamos nuestro orden por la fuerza. Si Nicosar ganaba, nos mantendríamos alejados del Imperio todo el tiempo que estuviera sentado en el trono y un mínimo de diez Grandes Años pasara lo que pasase.

»Por eso hizo lo que hizo. Era algo más que una rabieta de jugador que no soporta la derrota, ¿comprendes? Había perdido su imperio. No tenía nada por lo que seguir viviendo, así que… ¿Por qué no desaparecer gloriosamente entre las llamas?

Lo que le dijiste… ¿Era cierto? preguntó Gurgeh. ¿Les habríamos invadido?

No tengo ni idea, Gurgeh dijo Flere-Imsaho. No tenía necesidad de saberlo, así que eso no figura en los datos e instrucciones que me dieron. No importa, ¿verdad? Nicosar creyó que le estaba diciendo la verdad.

Fue un tipo de presión ligeramente injusta, ¿no te parece? dijo Gurgeh. La sonrisa que dirigió a la máquina estaba totalmente desprovista de humor. Decirle a alguien que se está jugando algo tan importante la noche antes de que empiece la partida…

Poner nervioso a tu adversario es un truco tan antiguo como eficaz, y ya has visto que funcionó.

¿Y por qué no me dijo lo que se jugaba en la partida?

Adivina.

Porque la apuesta habría quedado anulada y nuestras naves habrían invadido el Imperio disparando contra todo lo que se moviera, ¿no?

¡Correcto!

Gurgeh meneó la cabeza, intentó quitarse el hollín de una manga y sólo consiguió crear una mancha negra.

¿Y realmente creíais que ganaría? preguntó alzando los ojos hacia la unidad. ¿Creíais que derrotaría a Nicosar? Antes de que llegara aquí… ¿Ya estabais convencidos de que ganaría?

Estábamos convencidos de que ganarías incluso antes de que salieras de Chiark, Gurgeh. Lo supimos apenas diste señales de que la cosa te interesaba. CE llevaba bastante tiempo buscando a alguien como tú. El Imperio estaba maduro desde hacía décadas. Necesitaba un buen tirón que lo hiciera caer, cierto, pero… Siempre había la posibilidad de que siguiera agarrado a la rama durante mucho tiempo. Una invasión «disparando contra todo lo que se mueva», tal y como tú lo has expresado, casi nunca es la solución correcta. Teníamos que desacreditar aquello en que se basaba el Imperio…, el Azad, el juego en sí. Era lo que había mantenido la cohesión de la estructura durante todos esos años, pero eso hacía que también fuese el punto más vulnerable. La unidad giró lentamente sobre sí misma y observó las ruinas del salón. Debo admitir que el resultado ha sido un poco más espectacular de lo que habíamos esperado, pero parece que todos los análisis sobre lo que podías hacer con el juego y los puntos débiles de Nicosar eran acertados. El respeto que siento hacia las grandes Mentes que utilizan a los pobres desgraciados como tú y como yo igual que si fuéramos las piezas de un juego aumenta a cada momento que pasa. Ah, sí, no cabe duda de que esas máquinas son muy listas…

¿Sabían que ganaría? preguntó Gurgeh.

Tenía el mentón apoyado en la mano, y su expresión de desconsuelo era casi cómica.

Vamos, Gurgeh… Ese tipo de cosas no pueden saberse nunca, ¿verdad? Pero debieron creer que tenías muchas posibilidades de conseguirlo. Pedí que me explicaran una parte de sus conjeturas durante el entrenamiento… Creían que eras el mejor jugador de toda la Cultura y que si lograban que te interesaras por el Azad y tomases parte en los juegos no habría ningún jugador del Imperio que pudiera hacer gran cosa para detenerte sin importar el tiempo que hubiesen pasado estudiando y practicando el juego. Te has pasado la vida aprendiendo juegos nuevos, Gurgeh. El Azad no puede contener una sola regla, movimiento, concepto o idea con el que no te hayas encontrado un mínimo de diez veces… Su única particularidad era el conjunto y la amplitud del juego. Esos tipos jamás tuvieron una posibilidad de vencer. Lo único que necesitabas era alguien que no te quitara la vista de encima y que te diera un suave empujoncito en la dirección correcta cuando llegase el momento adecuado. La unidad se inclinó unos centímetros hacia adelante en el equivalente a una pequeña reverencia. ¡Tu seguro servidor!

Toda mi vida dijo Gurgeh en voz baja. Sus ojos fueron más allá de la unidad y se posaron en el paisaje muerto que se veía por los ventanales. Sesenta años… ¿Cuánto tiempo hace que la Cultura sabía todo eso sobre el Imperio?

¿Sobre…? ¡Ah! Estás pensando que te hemos… Bueno, que te hemos creado para esta misión moldeándote como si fueras una especie de arma, ¿verdad? Puedes estar tranquilo. Si hiciéramos esa clase de cosas no necesitaríamos «mercenarios» de fuera como Shohobohaum Za para que se encargaran de hacer el auténtico trabajo sucio.

¿Za? preguntó Gurgeh.

No es su verdadero nombre. No ha nacido en la Cultura y, sí, es lo que tú llamarías un «mercenario». Es una suerte que lo sea, pues de lo contrario la policía secreta habría acabado contigo en cuanto saliste de esa carpa. ¿Recuerdas lo que me asusté y cómo salí disparado hacia los cielos? Acababa de liquidar a uno de tus atacantes con un haz de rayos X para que no pudieran registrarlo en sus cámaras. Za le rompió el cuello a otro; había oído rumores de que quizá hubiera jaleo. Supongo que dentro de un par de días estará al frente de algún grupo de guerrilleros en Ea.

La unidad osciló suavemente en el aire.

Veamos… ¿Qué más puedo contarte? Oh, sí. La Factor limitativo tampoco es tan inocente como aparenta. Desmontamos los efectores viejos mientras estábamos a bordo del Bribonzuelo, cierto, pero sólo para poder instalar otros. La Factor limitativo lleva dos efectores que ocupan dos de las tres protuberancias del morro. La que estaba vacía sirvió para engañar a todo el mundo, y usamos hologramas de protuberancias vacías para ocultar lo que había en los otros dos.

¡Pero yo estuve en las tres! protestó Gurgeh.

No. Estuviste en la misma protuberancia tres veces. La nave se limitó a hacer girar la estructura del pasillo, jugó un poco con el campo antigravitatorio e hizo que un par de unidades cambiaran algunas cosas de sitio mientras ibas de una protuberancia a otra…, o, mejor dicho, mientras ibas de un pasillo a otro y acababas en la misma. No hizo falta emplearlos, claro, pero si hubiéramos necesitado un poco de armamento pesado habría estado allí. Un plan sólido que cubra todas las eventualidades posibles hace que te sientas mucho más seguro, ¿no te parece?

Oh, sí dijo Gurgeh, y suspiró.

Se puso en pie y salió al balcón. La nieve-hollín negra seguía cayendo en silencio del cielo.

Hablando de la Factor limitativo, la vieja bruja acaba de llegar dijo Flere-Imsaho con voz jovial. El módulo ya viene hacia aquí. Estarás a bordo dentro de un par de minutos. Podrás darte un buen baño y quitarte la ropa sucia. ¿Estás listo para la partida?

Gurgeh clavó los ojos en el suelo y movió un pie empujando un montoncito de hollín y cenizas a lo largo de las losas.

No hay mucho equipaje que recoger, ¿verdad?

No, desde luego. Estaba tan ocupado intentando impedir que te asaras que no pude ir a buscar tus cosas y, de todas formas, lo único que parece importarte es esa horrible chaqueta vieja que llevas puesta. ¿Encontraste tu brazalete? Lo dejé encima de tu pecho cuando fui a explorar.

Sí, gracias dijo Gurgeh. Volvió la cabeza hacia la negra desolación de la llanura que se extendía hasta confundirse con la línea oscura del horizonte. Miró hacia arriba. El módulo emergió de entre las masas marrones que cubrían el cielo dejando detrás suyo una estela de vapor. Gracias repitió.

El módulo fue descendiendo hasta casi rozar el suelo y empezó a deslizarse sobre el desierto calcinado en dirección al castillo creando surtidores de ceniza y hollín. Redujo la velocidad, empezó a girar sobre sí mismo y el ruido de su desplazamiento supersónico crepitó alrededor de la fortaleza como un trueno que hubiera llegado tarde a la destrucción.

Gracias por todo…

El módulo enfiló su parte trasera hacia el castillo y fue subiendo hasta quedar a la altura del parapeto. Abrió las puertas de atrás y sacó una rampa plana por el hueco. El hombre cruzó el balcón, subió a los restos del parapeto y entró en el fresco interior de la máquina.

La unidad le siguió y las puertas se cerraron sin hacer ningún ruido.

El módulo se alejó a toda velocidad del castillo seguido por un inmenso surtidor de hollín y cenizas. Cruzó las nubes que se cernían sobre el castillo como si fuera un rayo sólido y el trueno que la acompañaba retumbó sobre la llanura, el castillo y la hilera de colinas.

La ceniza volvió a posarse lentamente sobre el suelo; el hollín siguió cayendo silenciosamente del cielo.

El módulo volvió unos minutos después para recoger las unidades de la nave y los restos del equipo efector que se había desprendido del techo. Se alejó del castillo por última vez y volvió a hendir las nubes dirigiéndose hacia la nave que le esperaba.

Un rato después el pequeño y aturdido grupo de supervivientes liberado por las dos unidades de la nave casi todos eran sirvientes, soldados, concubinas y administrativos salió tambaleándose del refugio. Los supervivientes contemplaron el día convertido en noche y la nevada de hollín que se había apoderado de las ruinas de la fortaleza y se prepararon para enfrentarse a su exilio temporal y reclamar aquella tierra que había sido suya.

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