Con notas sobre las razas orientales
De sir Edward Howe, F. R. S.
Londres
John Murray, Albemarle Street
1796
La incredulidad es la reacción más probable de la mayoría de mis lectores ante los guarismos que van a aparecer de ahora en adelante para describir el peso de varias razas de dragones, al ser completamente desproporcionados respecto a los reflejados hasta este momento. El peso estimado de unas diez toneladas de un Cobre Regio es sobradamente conocido, y, sin embargo, una corpulencia tan descomunal ya exige realizar un esfuerzo de imaginación. En tal caso, ¿qué ha de pensar el lector cuando le advierta que esto es un eufemismo y le asegure que la cifra está más próxima a las treinta toneladas, y que los especimenes de mayor tamaño de esta raza alcanzan pesos próximos a las cincuenta?
He de remitir al lector a la reciente obra de M. Cuvier para explicarlo. En los últimos estudios anatómicos de los alvéolos que posibilitan el vuelo dragontino, Cuvier ha dado un giro al trabajo de Cavendish y su exitoso aislamiento de esos gases peculiares, de composición más ligera que la del aire, y ha propuesto en consecuencia un nuevo sistema de medición que posibilita una mejor comparación entre el peso de los dragones y el de aquellos otros animales terrestres que carecen de esos órganos al compensar el peso desplazado por las bolsas pulmonares.
Quizá se muestren escépticos aquellos que nunca han visto un dragón en carne y hueso, y en especial los que jamás han visto a un ejemplar de las especies más grandes, en los cuales esta discrepancia aparecerá más acusada. Quienes, como es mi caso, han tenido la oportunidad de ver a un Cobre Regio ijada contra ijada con el mayor de los elefantes indios, a los que se les ha calculado unas seis toneladas, espero que se adhieran a mi postura de preferir este sistema de medida, que no cometa la ridiculez de sugerir que el primero, capaz de devorar al paquidermo prácticamente de un mordisco, deba doblarle el peso.
Sir Edward Howe
Diciembre de 1795
[…] Se escucha con frecuencia que los Tanatores Amarillos —cuya mala consideración es tan inmerecida como frecuente porque a menudo no se aprecia lo que se tiene— se encuentran por doquier debido a sus múltiples y excelentes cualidades: llevan una dieta sencilla y bastante asequible, no es preciso preocuparse si se les expone a temperaturas extremas, tanto de calor como de frío, casi siempre mantienen su buen carácter y han contribuido a casi todas las líneas de parentesco en estas islas. Estos dragones entran exactamente en el rango medio en cuanto a peso, aunque presentan más variaciones dentro de la raza que otras, y su peso varía entre las diez y las diecisiete toneladas a lo sumo, tal como se ha visto en un espécimen en la actualidad. Su peso normal oscila entre las doce y las quince toneladas, con una longitud de unos quince metros por lo general y una envergadura de ala bellamente proporcionada, en torno a los veinticinco metros.
Los Tanatores Malaquitanos se distinguen fácilmente de sus primos más comunes por la coloración; mientras que los Amarillos tienen motas amarillas, algunas veces con rayas atigradas blancas a lo largo de flancos y alas, los Malaquitanos son de un apagado p;ti do amarillento con manchas de color verde pálido. Se cree que son el resultado de cruces espontáneos durante la conquista anglosajona, entre los Tanatores Amarillos y los Serpentinos Escandinavos. Suelen preferir los climas más fríos y generalmente se les puede encontrar en el noreste de Escocia.
Sabemos por los relatos de caza y las colecciones de huesos que la raza del Enviudador Gris fue en su momento casi tan común como la del Tanator, aunque ahora resulta muy difícil de encontrar. Esta raza es violenta e intratable, y su afición al robo de ganado ha sido la causa principal de su casi total extinción. Sin embargo, incluso hoy, es posible hallar algunos ejemplares salvajes en aisladas regiones montañosas, sobre todo en Escocia, y algunos se han confinado en los terrenos dedicados a la cría para preservarlos como ejemplos de su estirpe. Son pequeños, de naturaleza agresiva y raramente sobrepasan las ocho toneladas, y su coloración, moteada de gris, es ideal para ocultarlos al volar, lo cual inspiró su cruce con el Winchester, de mucho mejor temperamento, para producir la raza Grisador.
Las razas francesas más comunes, el Pécheur-Couronné y el Pécheur-Rayé, son las más parecidas a la raza del Enviudador, más que los Tanatores, si lo juzgamos a partir de la configuración de las alas y la estructura del esternón de ambas razas; éste tiene forma de quilla y se fusiona con la clavícula. Dicha peculiaridad anatómica los hace a ambos más útiles como razas para el combate ligero y mensajería que para el combate pesado […].
El cruce con las especies continentales es también el origen de todas las razas pesadas que hay actualmente en Gran Bretaña, ninguna de las cuales —hablando con propiedad— se puede considerar nativa de nuestras costas. En buena medida, se debe al clima: los dragones pesados suelen preferir entornos más cálidos en los que las bolsas pulmonares compensan su tremendo peso con mayor facilidad. Se ha llegado a decir que las islas Británicas no pueden mantener rebaños lo suficientemente grandes para alimentar a las razas más voluminosas. Los fallos de esta argumentación son evidentes si consideramos las grandísimas variaciones en el volumen de su dieta que los dragones pueden soportar.
En estado salvaje, como es bien sabido, los dragones comen de forma bastante infrecuente, hasta el punto de alimentarse una vez cada dos semanas, especialmente en el verano, cuando prefieren dormir lo máximo posible a pesar de ser la época en que mejor alimentadas están sus presas naturales. Es probable que no sea una gran sorpresa saber que los dragones en estado salvaje no llegan a alcanzar los tamaños habituales entre sus primos domesticados, alimentados a diario, y a veces más de una vez, en particular durante los primeros años, de importancia tan crítica en lo tocante al crecimiento.
Pueden tomarse como ejemplo las áridas extensiones desérticas de Almería, en el sureste de España, apenas habitadas por cabras, que son los terrenos nativos del fiero Cauchador Real, antecesor en parte de nuestro Cobre Regio; esta raza alcanza un peso de veinticinco toneladas cuando se le domestica, aunque en estado salvaje apenas se encuentran ejemplares de entre diez y doce toneladas […].
El Cobre Regio excede en tamaño a todas las razas conocidas hasta hoy, y alcanza, en su madurez un peso de casi cincuenta toneladas y unos treinta y siete metros de longitud. Tiene un colorido dramático, con un rojo que termina transformándose en amarillo, con mucha diversidad entre los diferentes especimenes. Por lo general, el macho de esta especie es algo más pequeño que la hembra y desarrolla cuernos en la frente al alcanzar la madurez. Ambos sexos tienen una columna vertebral muy marcada en el lomo, lo cual los convierte en sujetos especialmente difíciles para las operaciones de abordaje.
Estas grandes criaturas son, sin lugar a dudas, el mayor triunfo obtenido en los terrenos de cría británicos, el producto del trabajo y de una tarea de cuidadoso cruce de unas diez generaciones, un ejemplo ilustrativo de los beneficios imprevisibles que puede traer el emparejamiento de ejemplares que quizá no tengan el mismo valor evidente. Fue Roger Bacon el primero en proponer la idea de cruzar hembras más pequeñas de la especie Cobre Ligero con el gran dragón Conquistador, llegado a Inglaterra como parte de la dote de Leonor de Castilla. Aunque su sugerencia se basaba en la suposición errónea en su época de que el color era un indicador de ciertas características y que el color naranja compartido por ambas razas era un signo de compatibilidad evidente, el cruce fue fructífero, dando lugar a un retoño incluso mayor que su prodigioso progenitor y más capacitado para volar grandes distancias.
El señor Colquhoun de Glasgow ha sugerido que hay que achacarle el mérito del éxito al tamaño desproporcionado de las bolsas de aire del Cobre Ligero, en relación con su conformación, y lo cierto es que los Cobres Regios comparten este rasgo con sus antecesores. Los estudios anatómicos del señor Cuvier sugieren que la gran masa del Cobre Regio haría expulsar con violencia el aire de sus pulmones, que sepamos, si no fuera soportado por éstos y por su sorprendentemente delicado esqueleto […].
No hay ninguna especie pirogénica en las islas Británicas, a pesar de los repetidos intentos por parte de nuestros criadores en introducir este rasgo tan valioso y tan letal para nuestra flota en los casos del Flamme-de-Gloire francés y el Flecha de Fuego español; la raza del Lanzador de ácido es notable por su capacidad para producir un veneno capaz de paralizar a su presa. Aunque el Lanzador en sí mismo es demasiado pequeño y posee poca capacidad de vuelo para tener valor como animal de combate, al cruzarlo con el Honneur-d’Or, por su tamaño, o con el Ala de Hierro ruso, otra especie venenosa, alcanza varios valores interesantes: mejor capacidad de vuelo, tamaño medio y un veneno más potente.
La crianza entre la misma especie, con intervenciones frecuentes de sus razas parentales, culminó en el éxito de la obtención del primer dragón que puede llamarse Largario con propiedad, durante el reinado de Enrique VIL En esta raza, el veneno era tan potente que realmente el nombre que le correspondía mejor era el de ácido y de una fuerza tal que podía lanzarse no sólo contra otras bestias, sino también contra objetivos situados en tierra. Las únicas otras razas claramente vitriólicas conocidas hasta ahora son una raza inca, la Copacati, y el Ka-Riu de Japón.
Desafortunadamente, los Lárganos se identifican de inmediato en el campo de batalla y resultan casi imposibles de ocultar debido a las proporciones tan poco usuales a las cuales deben su nombre; aunque rara vez superan los dieciocho metros de largo, no es infrecuente encontrar ejemplares con una envergadura de ala de treinta y siete metros y el color de las mismas es particularmente chillón, yendo del azul al naranja, con vividas estrías blancas y negras en sus bordes. Tienen los ojos del mismo color naranja amarillento de su progenitor, el Lanzador de ácido, y son excepcionalmente buenos. A pesar de que al principio la raza se consideró de trato difícil e incluso se planteó en algún momento su destrucción, al considerárseles demasiado peligrosos para dejarlos sin arnés, durante el reinado de Isabel I se introdujeron nuevos métodos para la creación de arneses, que se desarrollaron a la vez que se aseguró la domesticación general de la especie y fueron un instrumento esencial en la destrucción de la Armada […].
[…] Los secretos del programa de cría del Imperial se guardan con tanto celo como los tesoros nacionales. Sin duda lo son, y se transmiten exclusivamente de forma oral entre gente de confianza y a través de documentos codificados con cifrados muy bien protegidos. Es muy poco lo que se sabe en Occidente sobre estas razas y lo cierto es que apenas ha trascendido nada fuera de los límites de la capital imperial.
Algunas observaciones por parte de los viajeros han permitido reunir apenas un puñado de detalles incompletos; sabemos que las razas Imperial y Celestial se distinguen por el número de garras en sus zarpas, cinco, mientras que casi todo el resto de razas de dragones suelen tener cuatro; del mismo modo, sus alas tienen seis nervaduras, a diferencia de las cinco habituales en otras especies asiáticas. En Oriente, a estas razas se les supone una inteligencia claramente superior y retienen en la madurez esa destacable facilidad de memoria y desempeño lingüístico que los dragones suelen perder de forma temprana en sus vidas.
Tenemos un testigo reciente de la veracidad de esta aseveración, además de fiable: el señor conde de la Perouse se encontró con un dragón Imperial en la corte coreana, a la que se le había concedido a veces el privilegio de un huevo de Imperial, debido a sus estrechas relaciones con la corte china. Al ser el primer francés presente en la corte coreana en tiempos recientes, se le pidió que le impartiera algunas lecciones de su lengua, y según contó luego, el dragón, a pesar de ser ya adulto cuando llegó el momento de su partida, fue perfectamente capaz de mantener una conversación, apenas un mes después, un logro digno de alabanza incluso para el más dotado lingüista […].
Las escasas ilustraciones obtenidas en Occidente nos permiten deducir una estrecha relación existente entre los Celestiales y los Imperiales, aunque se sabe muy poco más de ellos. El «viento divino», la habilidad más misteriosa de los dragones, nos resulta conocida sólo por referencias vagas, lo que nos ha hecho creer que los Celestiales son capaces de producir terremotos o tormentas o incluso arrasar una ciudad hasta los cimientos. Es evidente que los efectos han sido claramente exagerados, aunque hay un respeto considerable en la práctica por esta habilidad entre las naciones orientales, lo cual hace necesario tomar con precaución cualquier concepción clara de este don como pura fantasía […].