TERCERA PARTE

Que el Gran Mundo gire para siempre

por los vibrantes surcos del cambio.

15

Era de noche y habían oscurecido las luces exteriores. Wolf estaba sentado junto al gran tanque, medio dormido, meditando sobre los indicadores sociales. La fatiga se le notaba en los hombros tiesos, la cabeza gacha y la postura floja. Frente a él, la pantalla exhibía un mapa del mundo con círculos concéntricos de cambio que se extendían a partir de los puntos de entrada del enlace Mattin. Imaginaba la frenética actividad en las oficinas de los coordinadores generales mientras procuraban estabilizar el sistema económico de la Tierra. Aun los indicadores de largo plazo —fertilidad, natalidad, mortandad y ritmo de cambio— pronto resultarían afectados a menos que los nuevos controles produjeran mejores resultados.

—’amento haber tardado tanto, Bey. —Las palabras sibilantes de los altavoces de la pared interrumpieron de golpe sus divagaciones—. ’a gente de ’a CEB quería probar a’gunas de mis reacciones visua’es. Aparentemente puedo ver desde e’ u’travio’eta hasta e’ infrarrojo. De tres décimos de micrón hasta quince micrones. Con razón e’ mundo me ha parecido extraño en estos ú’timos días.

Wolf meneó la cabeza, inhaló profundamente y se irguió en la silla. Miró a través de los paneles transparentes del costado del tanque. John Larsen levantó un descomunal brazo de tres articulaciones y lo saludó. El torso era macizo, rugoso y sin huesos, con un óvalo liso encima de la protuberancia central que albergaba el centro nervioso motor secundario. La descomunal cabeza estaba dominada por los grandes ojos enjoyados y la enorme boca con flecos. Larsen inclinó la cabeza hacia delante, en el movimiento que Bey había llegado a reconocer como una sonrisa logiana.

—Tuvimos una ’arga sesión —dijo Larsen con su voz resbalosa—, pero a’ menos ’os médicos parecen creer que he conservado ’a cordura. Ayer no estaban tan seguros de eso.

Mientras hablaba, articulando despacio las palabras, el óvalo liso del pecho cambiaba de color, pasando del rosado pálido al pardo y al verde suave, siguiendo sus palabras como una pantalla sensible a los sonidos.

Wolf sonrió fatigosamente.

—Es una mejora. Nunca demostraste demasiada cordura antes del cambio. Conque desde el ultravioleta hasta el infrarrojo, ¿eh? Más de cinco octavas en el espectro electromagnético, y nosotros vemos menos de una. ¿Puedes abarcar toda esa gama con el despliegue del pecho?

—C’aro que sí. Mira esto, ’a banda térmica primero, y ’uego reduciré gradua’mente ’a ’ongitud de onda.

Larsen bajó la membrana nictitante sobre los prominentes ojos y se señaló la zona lisa del pecho. Wolf miró en silencio. El óvalo permaneció gris por un rato, pasó gradualmente al amarillo, al verde y a un azul violáceo, y al fin se desactivó.

Wolf meneó la cabeza.

Tendré que confiar en tu palabra, John. Sólo capté el espectro visual habitual. ¿Sabes? Eres el camaleón máximo. Cuando termines con todas estas pruebas, ambos tendríamos que ir de gira. No hubo nada como esto en la historia del cambio de forma… y los dos hemos visto cosas bastante raras.

—’o haré, Bey, si encuentras un buen modo de tras’adarme. Tendrías que hacer un dup’icado de todo esto. —Señaló el interior del gran tanque agitando el enorme antebrazo—. ¿Cuánto costó insta’ar’o para que yo pudiera vivir en é’? Es cómodo, pero me a’egra que no tuvieran que descontar’o de mi sue’do.

—No sé cuánto costó —dijo Wolf—. Ling organizó el crédito y realizó todos los arreglos antes de volver a desaparecer. Supongo que está pagado por algún presupuesto de la FEU. Por cierto, Ling tenía crédito suficiente para impresionar a los propietarios de la Cúpula del Placer, y nosotros sabemos que eso no es fácil. Aún no tengo noticias de él. No sé cómo se fue de aquí, ni adonde fue. No sé nada.

Larsen asintió con su ancha y rugosa cabeza, con su guirnalda de pelo grueso.

—A mi entender, no vo’verás a tener noticias de é’ hasta que é’ ’o desee. Averigüé mucho sobre é’ en ’as pocas semanas en que trabajó conmigo, cerciorándose de que yo sobreviviera con esta forma. Sin duda tenías razón, ’ing es Capman. Parece haber encontrado ’a manera de ir y venir de ’a Tierra y pasearse por e’ sistema so’ar, de ta’ modo que no podemos seguir’e e’ rastro.

—Lo sé. —Wolf se frotó el pecho, su habitual gesto de frustración—. Me resigné a perderlo una vez, pero perderlo por segunda vez es imperdonable, sobre todo porque supe que era Capman, lo supe con certeza, mucho antes de que se esfumara otra vez. Una vez dijo que él y yo nos reconoceríamos en cualquier parte, al margen de la apariencia, y le creo. En cuanto estés preparado para revertir el cambio, iremos de nuevo en su busca. Ahora estoy más convencido que nunca de que no comprendimos qué ocurría realmente en el Hospital Central.

—No sé qué hacía é’ ahí, Bey, pero sin duda me sa’vó e’ pe’ejo.

—¿Cuánto tardarás en recobrar tu forma anterior, John? La CEB ya tendría que estar planeando todos los pasos. Ansío averiguar los detalles, pero sé que ellos quieren averiguar cómo ir en ambas direcciones antes de iniciar la inversión.

Larsen rió, y la risa sonó en los altavoces como un ruido áspero y vidrioso.

—No me metas prisa, Bey. Ante todo, ahora que sé que puedo recobrar mi forma origina’ cuando quiera, tengo menos prisa. De acuerdo con la CEB, se requerirán cuatro semanas en un tanque de cambio de forma, y tú sabes que eso es una ’ata. Más aún, ni siquiera sé si quiero vo’ver a cambiar.

Wolf lo miró sorprendido.

—’o digo en serio, Bey —continuó Larsen—. Pensándo’o bien, yo no era demasiado ’isto con ’a forma humana de John ’arsen. Recuerdo cuánto me costaba seguir ’a i’ación de tus pensamientos, y a menudo no podía hacer’o. Ahora me resu’ta fáci’. Me o’vidaba de cosas, y ahora recuerdo c’aramente todo ’o que veo y oigo.

Apoyó en la descomunal silla sus trescientos kilogramos de masa corporal.

—Y hay a’go más. Só’o descubrimos esto durante ’as pruebas de hoy. Yo ’o sospechaba, pero no tenía idea de su a’cance. ¿Recuerdas mis prob’emas con ’as matemáticas? ¿Aun con ’a aritmética común, y aun con un imp’ante?

Bey suspiró.

—Sería difícil olvidarlo, aun sin un programa de memoria total. Eras famoso por ello. En los cursos teóricos, Smith te llamaba «Larsen Cabeza de Chorlito».

—No sabes cuánto deseé que é’ cobrara ’a forma de un sapo, que es su forma natura’. De todos modos, pregúntame a’go que sería difíci’ para mí, a’go que John ’arsen no podría captar.

Wolf frunció el ceño. Se rascó pensativamente la oscura cabeza.

—John, casi todo era difícil. ¿Qué me dices de las funciones especiales? Creo recordar que las odiabas cada vez que surgían en las teorías de cambio de forma. ¿Recuerdas algo sobre la función gamma?

—¿Cuántas cifras quieres? Supongo que te daré seis dígitos y e’evaré ’a argumentación en interva’os de un centésimo. Así. Gamma de 1,01 es 0,994326, gamma de 1,02 es 0,988844, ’a función gamma de 1,03 es 0,983550, ’a función gamma…

—Basta, John —protestó Bey alzando la mano—. No quiero la tabla entera, aunque la sepas. ¿Qué pasó? ¿Capman te implantó una calculadora cuando trabajó contigo el primer par de semanas?

—Ningún imp’ante. —Larsen volvió a reír, y Wolf se estremeció al oír ese ruido de vidrio astillado—. Está incorporado. Es parte de ’a forma ’ogiana. Ni siquiera sé si es cá’cu’o o memoria. Só’o sé que cuando quieres ’os números y ’as fórmu’as están ahí, esperando. ¿Entiendes por qué no tengo prisa en vo’ver a cambiar?

El panel de vidrio que los separaba era delgado, pero tenía que resistir una diferencia de presión de casi tres atmósferas. Wolf se resistía a apoyarse en él, aunque sabía que aguantaría sin problemas el peso adicional. Se acercó y miró esa forma alienígena.

—Te comprendo. Una dosis más de esto, y me sentiré como un retrasado. No sé si mi ego podrá soportar que no inicies la reversión del cambio.

—Déjame disfrutar’o un poco más, entonces. —Larsen se inclinó hacia delante, rascándose el costado, donde el gran torso gris formaba el despliegue oval en el centro del pecho—. Has tratado de encontrar a Robert Capman durante cuatro años, y no ’o has conseguido. Acaba de desaparecer otra vez, y no sabes dónde encontrar’o. ¿Pero comprendes que ahora tienes más información de ’a que has tenido nunca? —Se rascó el otro lado del pecho—. Creo que presentaré quejas sobre esta pie’. No es cómoda.

—¿Más información? —Wolf se había despabilado del todo—. No entiendo. Sabemos que Ling es Capman, y hemos tratado de seguir esa pista. No recibo ninguna colaboración de la gente de la FEU. O no quieren que la Tierra consiga la extradición de Capman o no les importa. Esta mañana llamé a Ciudad Tycho para comunicarme con Park Green, y le han ordenado que vuelva a su otro trabajo y no pierda tiempo buscando a Capman. ¿Dónde está esa nueva información?

Larsen había dejado de rascarse. Recogió una verde cuña de esponja fibrosa.

—Tengo que comer esta cosa para mantenerme con vida, pero estoy seguro de que nunca fue ’a dieta norma’ de ’os ’ogianos. Sabe corno un desecho químico. —Se la acercó a los delicados flecos de la boca, que actuaban como órganos gustativos y olfativos. Le cambió la expresión. Cerró los ojos un instante, luego volvió a apoyar la masa esponjosa en un anaquel—. Ahora sé ’o que sienten en ’as zonas de hambruna cuando reciben esas raciones de papi’a recic’ada cinco veces. Quizá me decida a vo’ver a mi forma anterior. Hace sig’os que no pruebo una comida decente, y estoy empezando a o’vidar cómo sabía.

—La nueva información, John —insistió Wolf con impaciencia—. Sé que lo haces para fastidiarme, y sé que te regodeas pensando que ahora eres tres veces más listo que yo. Has de saber que todo lo relacionado con Capman me pone en alerta total.

Larsen movió la cabeza en una satisfecha sonrisa logiana, pero no habló.

—¿En qué sentido tenemos nueva información? —continuó Wolf—. No hemos recibido ningún dato útil de la FEU, y si aprendiste algo durante las semanas en que trabajaste con él todo el día, adaptándote a la forma logiana, es la primera vez que lo mencionas. ¿Qué es lo nuevo?

—De acuerdo, Bey. Sin más vue’tas. Ap’iquemos ’a mera ’ógica, y veamos qué podemos deducir. Primero, vue’ve a tu idea origina’ de que Capman era de a’gún modo responsab’e de ’as formas ’ogianas que se encontraron en ’a Fosa de ’as Marianas. Eso resu’tó ser erróneo. Así, sería natura’ suponer que Capman no tenía ningún interés en ’oge antes de ’a aparición de ’as formas desconocidas. Por otra parte, Capman, como Kar’ ’ing, era un especia’ista en ’oge, e investigó e’ tema años atrás, mucho antes de que aparecieran esas formas. ¿Adonde te conduce esa idea?

Wolf escrutó la atmósfera ponzoñosa que había dentro del tanque.

Tokhmir!, John, odio estas conversaciones en cuartos contiguos. Es peor que una comunicación por vídeo.


—¿Quién cambia de tema ahora? Puedes entrar si quieres, Bey, e’ aire está bien… una vez que te acostumbras. Vamos, responde a mi pregunta.

Wolf asintió.

—Es una buena pregunta, y es obvia. En estas últimas semanas debía de estar más cansado de lo que creía. He vivido a un ritmo vertiginoso desde que empezaste a cambiar. De acuerdo, déjame pensar.

Se sentó y se apoyó la cabeza en las manos.

—Capman se convirtió en Ling. Por lo tanto, o bien sabía acerca de las formas logianas antes de que le pidiéramos colaboración o bien tenía alguna otra razón para estar interesado en Loge. No puedo creer que supiera acerca de las formas antes de ir a la Cúpula del Placer. De veras encontró las soluciones cuando estaba allí. Eso nos deja la otra alternativa: un interés en Loge, pero que no tenía nada que ver con las formas logianas. Parece improbable.

—Aun así, es ’a única conc’usión razonab’e. Así que ahora… —Larsen agudizó la voz, y el color de su óvalo pectoral fulguró más intensamente—, “eva ’a idea a sus ú’timas consecuencias. ¿Cuá’ es e’ próximo paso?

Bey cabeceaba, mirando el suelo.

—De acuerdo. Tienes razón. La pieza que falta es un simple dato: el previo interés de Capman en Loge. Supongo que querrás averiguar cómo se originó. Creo conocer el mejor modo de hacerlo. Park Green tiene acceso a todos los datos de la FEU, y podría rastrear todos los movimientos y antecedentes de Ling. —Miró a Larsen—. Quizá debería meterme en uno de estos tanques y adoptar la forma logiana. Esa energía cerebral no me vendría mal.

Larsen cabeceó gravemente, moviendo la cabeza y el tronco al mismo tiempo.

—No ’o tomes a broma, Bey. Deberías pensar’o seriamente. No sé describirte ’o que siento con este aumento de inte’igencia, pero me agrada ’a sensación. Cuando hayamos deducido ’as medidas para invertir e cambio, muchas personas querrán probar suerte con esta forma.

Larsen abrió la boca, revelando recovecos huesudos y una lengua moteada.

—Discu’pa, Bey. E’ bostezo ’ogiano es un poco repugnante, por ’o que veo en e’ espejo. Si vas a comunicarte con Park Green, creo que intentaré dormir un poco. Aún no tenemos e’ dato preciso, pero ’a gente de ’a CEB cree que ahora sigo un cic’o de diecisiete horas. Estas pruebas me están agotando. ¡Diez horas hasta e’ momento, y tan só’o con mis ojos! A’ menos sé ’o primero que haré a’ recobrar mi forma: pronunciar mi propio ape’ido. —Se levantó—. Di a Park «¿Cómo estás?» de parte mía… Sabes que no puedo decir’e «Ho’a».

Cuando Wolf se dirigió al centro de comunicaciones, Larsen caminó pesadamente hacia el cuarto interior donde estaba el dormitorio. Se movía en silencio pero con pesadez, deslizándose sobre los redondos pies de palmípedo en que culminaban los abultados miembros inferiores. En ese cuarto oculto, se dirigió de inmediato al panel de comunicaciones que habían construido en una de las paredes. Las gruesas y gomosas almohadillas de sus dígitos eran torpes para las pequeñas teclas del aparato, pero se las ingenió para teclear un código para comunicarse con un lugar que estaba fuera de la Tierra. Cuando se estableció el circuito, Larsen comenzó a transmitir.

Para un humano no era fácil interpretar las expresiones de una cara logiana, pero uno de los especialistas de la CEB que habían trabajado con Larsen en las últimas semanas podría haber visto satisfacción en su semblante. El aparato codificó el mensaje y lo despachó como un haz dirigido hacia el relé lunar, y desde allí hacia su remoto destino.

16

Las pantallas de color exhibían los parámetros sociales en las oficinas de los coordinadores generales. Dieciocho indicadores clave dominaban la oficina central desde un mapa estilizado, y cada gráfico presentaba resúmenes cifrados. Junto a la historia de los últimos noventa días figuraba el pronóstico para los noventa días siguientes, mostrando tendencias y la tasa de cambio de éstas.

En el centro de la habitación estaban reunidos los seis programadores principales, con rostro sombrío, alrededor de la mesa circular.

Las perturbaciones en el patrón estable habitual eran inequívocas, y aumentaban a pesar de todos los esfuerzos para estabilizarlas. Cierto nivel de variación estadística era tolerable y aun inevitable, pero las perturbaciones que superaban determinada magnitud, según la doctrina Dolmetsch, forzarían un cambio de grandes proporciones. La nueva fase estable del sistema era difícil de calcular, y no había un acuerdo general sobre ella. Un grupo de teóricos predecía un colapso social parcial, con el establecimiento de una nueva homeostasis para una población terrestre reducida a cuatro mil millones de habitantes. Esa era la visión optimista. Otros, entre ellos el mismo Dolmetsch, pensaban que no podía haber una nueva solución estable derivada continuamente de la vieja. La civilización tenía que desmoronarse completamente para que un nuevo orden pudiera surgir de entre las ruinas.

Ninguno de los programadores era teórico. Para las personas prácticas no había gran diferencia entre las alternativas teóricas: una significaba la muerte de diez mil millones, la otra la muerte de catorce mil millones. Ambas eran inimaginables, pero los datos no eran alentadores.

El líder del grupo al fin cogió de nuevo su puntero y meneó la cabeza disgustado.

—Ni siquiera sé si hemos progresado. Hay mejoras aquí… —Señaló la zona centrada en el punto de entrada Mattin del oeste de América del Norte—, pero todo vuelve a irse al demonio en la región de China. Miren ese índice de violencia. No he comprobado los datos del ordenador, pero apuesto a que la tasa de mortalidad por causas no naturales se ha triplicado.

La mujer que tenía al lado miró la zona que él señalaba.

—Allí está mi ciudad natal, en pleno centro de los disturbios —dijo con voz calma—. Aunque no sepamos cuál es la mejor solución, debemos seguir intentando.

—Lo sé… pero cuando salgáis hoy de aquí recordad las reglas. Ningún comentario público a menos que sea optimista, y ningún comunicado de prensa que vaya más allá del pronóstico de sesenta días. Aunque Dios sabe que ése ya es bastante malo.

Se pusieron de pie.

—¿Cuánto nos queda, Jed, para llegar al punto de no retorno? —preguntó ella.

—No lo sé. ¿Tres meses? ¿Seis? Podría andar muy deprisa una vez que empiece. Todos hemos visto el efecto bola de nieve… en los papeles. —Se encogió de hombros—. Por cierto, no es la primera vez que pasamos por esto. La mitad de los informes sobre estabilidad social de los últimos veinte años han pronosticado problemas en un nivel que supera el cincuenta por ciento. Bien, hay un par de cosas positivas que podemos hacer de inmediato.

Se volvió hacia la mujer que tenía al lado.

—Greta, necesitaré un resumen de la situación para enviarlo a la jefatura de la FEU. Dolmetsch está allí ahora, y puede encargarse de las instrucciones. Sammy, quiero que veas cómo reacciona la FEU ante la idea de prestarnos un núcleo energético durante unos meses para ponerlo en órbita sincrónica sobre Quito. Si irradiamos la energía, solucionará el problema energético de América del Sur por uno o dos meses. Ewig, necesito los últimos datos sobre Europa. Tengo que dar instrucciones al consejo dentro de una hora, y sin duda Pastore preguntará qué ocurre en el norte de Italia. Volveré dentro de veinte minutos para recoger el material… necesito tiempo para estudiarlo antes de entrar allí.

Salió deprisa. El nivel de ruido de la sala se elevó rápidamente mientras los programadores redoblaban sus esfuerzos para estabilizar la economía mundial. Una esperanza los alentaba: no era la primera crisis del último medio siglo. Siempre se las habían ingeniado para encontrar la combinación atinada de medidas correctivas para detener las oscilaciones de los indicadores sociales. Pero esta situación parecía grave. Como una comunidad costera que se prepara para la llegada de un huracán, los programadores se dispusieron para una larga y dura batalla.


Park Green, sentado en el Centro de Registros Permanentes, seis kilómetros bajo la superficie, completó la lista que quería. Miró su reloj y silbó, almacenó los datos que había generado con su ordenador personal y apagó el terminal. Permaneció en silencio unos minutos, revisando todo lo que había encontrado, y luego miró de nuevo el reloj. Bey aún estaría levantado, aunque se regía por el Tiempo Central y no por el Tiempo de la Federación, pero si no lo llamaba ahora tendría que esperar otras diez horas. Park decidió postergar el regreso a su habitáculo y solicitó un enlace con la Tierra.

La conexión fue casi instantánea. El tráfico era ligero a esa hora. Cuando la imagen de Wolf apareció en la holopantalla, con aire somnoliento e irritado, Park sospechó que había cometido un ligero error al calcular el tiempo. Llegó a la conclusión de que no era hora para saludos convencionales.

—Es un misterio, Bey —comenzó—. Un verdadero misterio. Estos registros parecen intactos, con datos completos sobre Ling, datos personales que se remontan a cincuenta años atrás. Coincido contigo en que Ling es Capman, ¿pero cómo es posible que tenga un historial completo?

Bey se frotó los ojos y se despabiló.

—Conque historial completo, ¿eh? La mayoría de la gente no podría falsificar esos datos. Pero hace unos años tuvimos pruebas de que Capman es un maestro en manipular programas informáticos. Los datos almacenados no están a salvo ante él. Hay buenas probabilidades de que la mayor parte de la «historia» de Ling sea una biografía elaborada, inventada e insertada por Capman en los registros. Pero para eso debió contar con cierta cooperación. Tiene que haber dirigentes de la FEU que lo ayudan. Un ciudadano común de la Tierra no tendría manera de empezar. Alguien de allí ayudó a Capman a tener acceso a los bancos de datos.

—No entiendo cómo. —Green miró el terminal—. La mayoría de estos archivos tiene sólo memoria ROM, para lectura solamente. ¿Cómo podría alterarlos?

—La mayoría de los archivos ROM están protegidos contra otros programas, no contra máquinas de propósito específico.

—¿Pero cómo supo con qué clase tenía que habérselas? Bien, dejaré eso en tus manos. He intentado rastrear a Ling, y sólo pude averiguar que en este momento no está en la Luna. Según los registros, tendría que estar en la Tierra. ¿Estás seguro de que no está allí?

Wolf asintió.

—A medias. Con Capman no puedes estar absolutamente seguro de nada. Pero entiendo que está fuera de la Tierra. He consultado cada dato de entrada y salida, y cada registro de masa para despegue. A menos que haya descubierto un nuevo recurso, se ha vuelto a ir del sistema Tierra-Luna. ¿Te fijaste en las Colonias de Libración?

—Sí. Son fáciles, porque allí no hay escondrijos. No está allí.

—Bien, sigue registrando la Luna. Ni siquiera sé qué aspecto tendrá ahora… tal vez no sea Ling ni Capman.

Green se levantó y se apoyó en la consola. Parecía deprimido.

—Bien, Bey, ¿qué quieres que haga ahora? Aquí he llegado a un callejón sin salida, y parece que tú no llegas a ninguna parte. ¿Alguna idea?

Wolf guardó silencio un minuto, evocando su experiencia de cuatro años antes, cuando por primera vez intentaba seguir las huellas ocultas de Capman.

—Sólo puedo sugerir una cosa, Park. Capman parece infalible, pero no lo es. La última vez que trabajé con él descubrí que sus interferencias en los bancos de datos tienen limitaciones.

—Aquí parece haber hecho un buen trabajo.

—Tal vez no. Puede alterar sus propios registros, si tiene acceso a los archivos protegidos, pero no pudo modificar todos los archivos con referencias a su nombre o sus actos. Así fue como lo localizamos antes, cuando yo revisé los registros médicos del Hospital Central. Por alguna razón, Capman no destruye los archivos de otros. Ésa es su debilidad.

—¿Qué estás sugiriendo, Bey?

—Tenemos que probar el mismo método aquí. Tenemos que rastrearlo a partir de las referencias indirectas… registros de otras personas que de alguna manera se refieran a él.

Green puso una expresión dubitativa.

—Sé a qué te refieres, Bey. Pero francamente, no sé cómo hacerlo. No soy un genio de la informática. ¿Cómo sabré quién puede tener una referencia a Capman o Ling en su archivo? En la FEU hay tres millones de personas. No puedo revisar tres millones de registros, pero me parece que eso estás sugiriendo.

—Hay otros modos, si sabes cómo manejar los mandos de clasificación y fusión. —Wolf titubeó—. ¿Puedes conseguirme un enlace directo con el Banco de Datos Permanentes de la FEU? ¿Desde aquí, en mi oficina? Bastaría con un enlace ROM, pues no me propongo tratar de alterar ningún archivo, sólo analizar lo que contienen.

—¿Por qué no? A fin de cuentas, hay un programa de cooperación entre las bases de datos de la FEU y la Tierra. A veces no funciona demasiado bien, pero esto no debería ser difícil.

—Si puedes arreglarlo, intentaré un análisis desde aquí. Si descubro algo, quizá no pueda hacer un seguimiento… pero tú podrías ayudarme, si estás dispuesto.

—Con gusto. Mi problema ha sido encontrar algo que seguir. Bey, averiguaré eso y te volveré a llamar. Mañana —añadió deprisa, reparando nuevamente en el pelo desaliñado y la cara somnolienta de Wolf.

—No. Llámame esta noche si obtienes la aprobación.

—De acuerdo. Pero necesito algo más… un código para cobrar el importe. El enlace será costoso. ¿Tienes presupuesto para cubrirlo?

—No hay problema —dijo Wolf. Tecleó un código de catorce dígitos para el banco de Ciudad Tycho—. Una de las virtudes de la Oficina de Control de Formas es que se pueden quedar sin papel higiénico pero nunca te regatean en el pago de enlaces. Por otra parte, si consigues el acceso pero no te dan acceso remoto, acepta. Si es preciso, viajaré hasta allá y trabajaré desde tu terminal. Aunque sería mejor hacerlo desde aquí, así podré vigilar a John.

Green asintió.

—Lo vi ayer, cuando lo entrevistaron en holovisión. Creo que se está divirtiendo. Tiene un aspecto extraño, pero eso no parece molestarle. Estaba en su tanque, y en el programa hubo también un par de filósofos indios. Se pusieron a debatir si John era humano. El los enredó con sus argumentaciones lógicas. Al final del programa usó los argumentos de ellos para llevarlos a la conclusión de que ellos no eran humanos.

—No lo vi, pero me lo imagino. No me gustaría entablar una discusión con él ahora… está más listo que nunca. Si todos los logianos tenían semejante equipo mental, es una suerte que ya no existan. Nos harían hacer lo que quisieran, y nos convencerían de que es en nuestro propio beneficio.

Wolf bostezó y se estiró placenteramente.

—Pero tienes razón, Park. John lo está disfrutando… Se sentía peor cuando no estábamos seguros de que se pudiera invertir el cambio.

—Ya lo creo. —Green extendió la mano para cortar la conexión—. En realidad, no me molestaría disponer de un dispositivo de memoria total con un incremento de la capacidad cerebral. Nunca sé lo que está pasando hoy en día. Con Dolmetsch en Ciudad Tycho, hay reuniones de consejo a todas horas. La noticia tarda un poco en llegar hasta mi nivel, pero tiene que haber problemas en alguna parte. Te llamaré en cuanto tenga la respuesta a tu pregunta… Eso no tardará más de un par de horas.

17

Cuatro años antes, Bey Wolf había jurado que una vez era suficiente, que nunca lo intentaría de nuevo. Ahora estaba otra vez en una situación parecida, aunque todavía más difícil. En vez de registrar la estructura de los archivos médicos del Hospital Central, trabajaba con los datos de toda la FEU. La base de datos de información planetaria era un laberinto, y él estaba en medio de ese laberinto buscando indicios de los trabajos anteriores de Karl Ling. El camino que seguía en los archivos volvía una y otra vez sobre sí mismo. Primero parecía conducir a algo prometedor, luego se agotaba o lo llevaba a un área restringida a la cual sólo tenían acceso los dirigentes de la FEU. Era un laberinto sin Ariadna.

Bey trabajaba empecinadamente desde su oficina de Control de Formas, entre catorce y dieciséis horas diarias. Tardó casi una semana en descubrir el olor de una pista, y otra en tener datos dignos de ese nombre. Cuando al fin acumuló sus datos y cortó la conexión con Ciudad Tycho, estaba preparado para comentarlo con John Larsen. Fue de vuelta al panel de visión que se conectaba con el hábitat logiano.

Larsen no estaba solo. María Sun estaba junto al panel, junto con otros tres técnicos de la CEB. María, después de la colaboración que había prestado en la modificación del tanque de Larsen cuando se había iniciado el cambio, sentía un interés personal en el progreso del caso. Pero ahora no estaba contenta. Se volvió exasperada hacia Wolf cuando él se acercó.

—Bey, danos tu opinión, por favor. ¿Quién será propietario de los derechos de los programas de cambio de forma que se usaron cuando John cambió? Quiero obtener todos los detalles, pero nadie me informa con quién hablar. En la CEB sólo oímos rumores e historias extravagantes sobre Karl Ling, y este monstruo no me cuenta nada.

Bey miró por el panel el cuarto donde Larsen estaba cómodamente sentado en una silla especial, adaptada para una criatura de rodilla doble. Saludó a Bey con un cabeceo que sin duda era la versión logiana de una sonrisa irónica.

Wolf no pudo resistirse a guiñarle el ojo. Esperó que la gente de la CEB no lo hubiera visto.

—Es sólo una opinión, María —dijo—, pero yo diría que John mismo es el propietario de los derechos, a falta de otra posibilidad. Él y Karl Ling son los únicos que conocen toda la historia de los programas que usaron, y si quieres encontrar a Ling, te deseo suerte. Yo lo estoy intentando desde hace un mes. No es fácil. Quiero hablar con John sobre eso.

María Sun se apartó del panel y meneó la cabeza con disgusto.

—Regresaré luego, cuando hayáis terminado. —Miró de nuevo a Larsen—. Según los datos que he visto, el promedio de vida de esa forma es de más de tres. Estoy realmente interesada en su cuerpo.

—Debiste haber’o aprovechado cuando tenías ’a oportunidad —dijo Larsen.

Ella lo fulminó con la mirada.

—No sé cuan divertido es adoptar la forma logiana, pero él… —señaló el tanque con el pulgar— no parece tener prisa por dejarla. Si es cómoda, y si de veras te deja vivir tanto, muchas personas tendrán interés, aunque tengan que vivir en un tanque. Los muchachos de la CEB ya están hablando de construir más tanques grandes. Podría ser lo más interesante del presupuesto de investigación del año próximo.

De nuevo le frunció el ceño a Larsen. Él alzó su gran brazo y lo agitó sin hablar. María se largó seguida por sus tres acompañantes.

—Vo’verá —dijo Larsen en cuanto ella se fue—. María nunca desiste cuando se trata de una forma nueva.

—Lo sé —respondió Bey, acercando una silla al panel de observación—. Sé gentil con tu amiga, John. Ella hizo más que nadie para ayudarte cuando empezaron los cambios, más de lo que yo podría hacer. Bien, hablemos de negocios. Esto nos hará recordar viejos tiempos: rastrear a Robert Capman por los bancos de datos.

—Excepto que esta vez, Bey, me propongo entender qué estás haciendo, ’a ú’tima vez fue un misterio para mí. En estas semanas tuve ’a oportunidad de mirar e’ sistema informático, y sospecho que por primera vez en mi vida he captado p’enamente ’os conceptos. —Larsen se frotó el nudoso pelo de su cabeza redondeada con una protuberancia huesuda que sobresalía de la segunda articulación del miembro superior izquierdo—. Aunque espero que esta vez no quieras arrastrarme por ’a Ciudad Vieja. Me costaría cargar con mi equipo de soporte vita’.

—Si estoy en lo cierto, tendremos que ir aún más lejos —dijo Wolf con calma. Se apoyó el ordenador personal en las rodillas y empezó a pulsar teclas—. Empecemos por el principio. Eso significa retroceder más de diez años.

—Un momento —protestó Larsen—. Hace diez años ’ing todavía era Capman.

—Era ambas cosas. Pensé que si Ling era especialista en el sistema solar, tenía que haber escrito artículos sobre el tema, verdaderas monografías, y eso significaba que otros habrían citado esos artículos. Empecé por registrar el índice de citas de los archivos de referencia de Ciudad Tycho. No fue fácil. Sospecho que muchas referencias a la obra de Ling están borradas, pero logré localizarlo. Incluso obtuve un artículo publicado hace diez años. De modo que su interés en Loge es real, pues ése era el tema del artículo, y es muy anterior al momento en que Capman tuvo que desaparecer. ¿Puedes hacer alguna deducción basada en eso, John?

La parte superior del cuerpo de Larsen realizó un movimiento ondeante hacia arriba, como si se encogiera de hombros.

—Puedo hacer ’a deducción obvia. Durante ’argo tiempo Capman había sabido que un día podían pescar’o. Sabía que tenía que preparar su retirada de antemano. De a’guna manera creó e’ personaje de ’ing, y su interés en ’oge fue a’go que tuvo que cu’tivar para su propia conveniencia, quizá porque era importante para continuar con sus experimentos.

—Es la misma conclusión a que he llegado. —Wolf introdujo una nota de confirmación en su archivo—. Así que examiné con mayor atención las publicaciones de Ling. Allí encontré algo un poco diferente de la versión que nos había dado Park Green. Es verdad que Ling era un experto en Loge, pero si miras sus publicaciones dentro de la literatura especializada, descubres que Loge es lo menos importante.

Larsen asintió.

—Eso no me sorprende. Es difíci’ re’acionar su interés en e’ cambio de forma con un simp’e interés en ’oge.

—Está interesado en el Cinturón de Asteroides. Escribió una serie de trabajos acerca de su formación, y una voluminosa serie de monografías sobre ciertos asteroides en particular. Si catalogas todo su trabajo, sólo unos pocos artículos tratan sobre Loge, y la mayoría de ellos se relaciona con un grupo de asteroides. ¿Alguna vez oíste hablar del Cúmulo Egipcio?

Larsen asintió.

—Sí. Si me ’o hubieras preguntado hace un mes, habría respondido que no, pero ahora puedo absorber información más deprisa, y he tenido tiempo de sobra para usar e’ termina’. En ’a mayoría de ’as horas ’ibres que me dejaban ’os tests, estuve actua’izando mis ’ecturas.

Se reclinó y cerró los ojos lustrosos.

—E’ Cúmu’o Egipcio. Creo que puedo citar ’itera’mente ’os textos re’evantes. Un grupo de cien asteroides, con órbitas que difieren de todas ’as demás de’ Cinturón. Están en un p’ano órbita’ a casi sesenta grados de ’a ec’íptica. Veamos, ¿qué más?

Larsen volvió a abrir los ojos un instante.

—Discú’pame mientras busco en mis archivos internos. —Calló unos segundos, luego asintió—. Aquí está. ¿Qué te interesa? ¿’os miembros de’ Cúmu’o, ’as masas, ’as órbitas?

—¿Qué me dices de la historia?

—No. —Larsen hizo una mueca. Nuevas arrugas aparecieron en la piel gris—. Aún no he ’eído esa zona de ’os archivos.

—Qué alivio. Empezaba a creer que lo sabías todo. —Wolf consultó la pantalla de su ordenador—. Almacena estos datos. El Cúmulo fue descubierto por accidente, en el 2086, durante un programa de investigación por radar. Estaban escudriñando el Halo, buscando núcleos energéticos. Los visitaron por primera vez durante la exploración del sistema exterior. Según el artículo de Ling que descubrí, todos los asteroides del Cúmulo se formaron con un solo fragmento de Loge, después de la principal explosión del planeta. La mayoría de ellos son pequeños, de cinco kilómetros o menos, pero hay algunos más grandes.

—Eso ’o sé. E’ banco de datos enumera ’os miembros principa’es. Hay cinco que tienen más de ocho ki’ómetros de diámetro medio: Thoth, Osiris, Bast, Set y Anubis. No hay e’ementos transuránicos en ninguno. A’ parecer se han formado con un fragmento de’ núc’eo de ’oge. Hay una co’onia minera en Isis, y otra en Horus, que exp’otan principa’mente ’as tierras raras. No hay co’onías permanentes en ninguno. Parecen bastante aburridos. ¿Por qué tanto interés en esos asteroides?

—A eso voy —dijo Wolf—. Tienes razón, son remotos. No es la distancia, pero están tan lejos de la eclíptica que se requiere mucho combustible para alcanzar su órbita. Por eso no constituyen una buena perspectiva comercial, aunque las vetas de minerales son ricas, especialmente en Horus. El que me interesa no está entre los que mencionaste. ¿Qué sabes sobre Perla? ¿Tienes información?

—Hm. Creo que tendré que hurgar más en mis referencias. Tengo un pequeño dato, pero tiene que haber más. E’ nombre de Per’a era Atmu. Eso concuerda con ’a idea de que forma parte de’ Cúmu’o Egipcio, pero no sé por qué ’o rebautizaron.

—Eso es porque nunca has visto una foto. Tienes razón. Cuando lo descubrieron lo llamaron Atmu. Un buen nombre para un miembro del Cúmulo, pues es el más viejo de los dioses egipcios. Pero la primera expedición que fue allí, hace cuarenta años, le cambió el nombre. Otros factores parecían más importantes que la mitología. Perla es muy pequeño, con menos de dos kilómetros de diámetro, pero tiene una forma rara: una perfecta y blanca esfera de cristal fundido.

—Un momento, Bey. —Larsen sacudió la enorme cabeza—. A’go me suena ma’. Si está hecho de crista’, tiene que haber formado parte de ’a corteza exterior de ’oge, tan cerca de ’a superficie como para tener si’icatos en abundancia.

Wolf apartó la vista de sus registros y meneó la cabeza admirativamente.

—Yo tardé un rato en llegar a esa conclusión, John. Te estás pasando de listo. Al fin decidí que formaba parte de la corteza exterior, que estaba a tanta profundidad como para calentarse mucho y tan cerca de la superficie como para tener silicatos. Es un fragmento muy pequeño de Loge. El diámetro que figura aquí es de 1,83 kilómetros. ¿Tus datos incluyen una cifra para la masa?

El ancho cráneo y el torso superior de Larsen se inclinaron para asentir.

—Mis datos indican una masa de mi’ mi’ones de tone’adas. Eso significa… —Hizo una pausa y miró hacia arriba—. No es posib’e. A menos…

Wolf cabeceó.

—Adelante, John, deja que tu calculadora actúe por su cuenta. Vas por el rumbo correcto.

Larsen encogió los anchos hombros, y de nuevo realizó ese movimiento ondeante y ascendente con el cuerpo.

—Con ese diámetro, ha de tener una densidad de menos de treinta y cinco ki’os por metro cúbico, ’a masa de ’os cnsta’es de si’icato fundidos es de por ’o menos dos tone’adas por metro cúbico. Así que… tiene que ser hueco.

—Correcto. —Bey cabeceó—. Es delgado como una cáscara de huevo. Las referencias indican que el diámetro interior es de 1,7 kilómetros. Perla no es más que una delicada burbuja de cristal, creada por los gases atrapados dentro del fragmento cuando Loge estalló. Ahora está clasificado como uno de los asteroides protegidos. La FEU lo declaró una de las maravillas naturales del sistema. Nadie puede aterrizar allí… pero sospecho que alguien está rompiendo esa regla.

Wolf hizo una pausa. Intuía que había cierta incongruencia en las respuestas de Larsen, pero no lograba identificarlas. Al cabo de unos instantes continuó. Larsen se quedó inmóvil. Sus luminosos ojos no parpadeaban.

—Te daré un dato más, John, y luego me dirás cómo lo interpretas. Hace nueve años, Karl Ling escribió doce trabajos sobre la estructura, la formación y la estabilidad de Perla. Todas las referencias a esos trabajos están borradas. Tuve que hallar la información recurriendo a referencias indirectas. ¿Reconoces el patrón? Es el mismo que vimos en los registros médicos de Capman en el Hospital Central.

Larsen asintió con calma.

—Entiendo adonde vas. Piensas que Per’a guarda un secreto especia’, a’go que te indicará cómo encontrar a Capman. Es posib’e, Bey, pero hay un prob’ema. Estás sugiriendo que Capman se ’as ingenió para crear ’a persona de ’ing a’ mismo tiempo que era director de’ Hospita’ Centra’. ¿Cómo pudo hacer’o?

Wolf se levantó y empezó a caminar delante del panel. Estaba tenso y nervioso.

—También me fijé en eso. Los artículos tempranos de Ling muestran un domicilio en la Tierra. Los demás registros lo muestran viviendo en la Tierra hasta hace seis años. Luego se mudó a la Luna. Eso dicen los archivos de la FEU, pero los archivos de identificación de la Tierra no muestran nada sobre él. Sospecho que la identificación cromosómica que tiene la FEU está falsificada. Algo más y concluyo. Los registros del Hospital Central indican que Capman, en los dos últimos años antes de su fuga, estuvo fuera de la Tierra mucho más que nunca. Siempre parecía tener una justificación para eso, asuntos del hospital, pero no hubiera tenido problemas en inventar una razón. Era el jefe.

Larsen movió la cabeza y el torso para asentir.

—¿Cuá’ es tu conc’usión, Bey? ¿Qué propones ahora?

Wolf dejó de caminar.

—Primero, iré a la Luna —dijo con resolución—. Tengo que saber más sobre Perla, y tengo que saber por qué Capman tenía interés en ese asteroide. Partiré mañana. No me gusta excluirte, pero aquí estás en buenas manos. María hará todo lo necesario si quieres iniciar el cambio inverso.

—Desde ’uego, eso no es prob’ema. Pero antes de irte, Bey, hazte otra pregunta. —Larsen miraba a Wolf con ojos fijos y penetrantes—. ¿Por qué persigues a Robert Capman con tanto empeño? Aunque creas que es un monstruo, ¿por qué es tan importante para ti?

Wolf, que se disponía a irse, se paró en seco. Se volvió para enfrentar a Larsen.

Tokhmir! Tú lo sabes, John. Había otros dos proyectos en el historial de Capman en el hospital. Sólo seguimos dos de ellos, Proteo y Regulación Temporal. ¿Qué dices de los demás? Quiero saber qué son Pez Con Pulmones y Jano. Aún constituyen un misterio. Eso es lo que me fascina de Capman.

Hablaba a la defensiva, con voz crispada. Larsen lo miró en silencio unos instantes.

—Ca’ma, Bey. Son misterios, de acuerdo. ¿Pero es eso razón suficiente? No ’o creo. Hemos tenido muchos misterios sin reso’ver en ’a Oficina de Contro’ de Formas, ’ograste o’vidar’os a’ cabo de un tiempo, ¿verdad? ¿Recuerdas e’ caso de ’a Antártida? Nos impidieron continuar, y nos enfadamos… pero tú ’ograste convivir con eso a’ cabo de dos meses. Esto te obsesiona. Has perseguido a Capman más de cuatro años. Piénsa’o, Bey. ¿Tienes que continuar ’a cacería?

Wolf, cavilando, se acarició distraídamente la costura de su chaqueta suelta.

—Es difícil de explicar, John. ¿Recuerdas cuando conocimos a Capman en el Hospital Central? Ya entonces tuve la sensación de que era una personalidad importante en mi vida. Aún tengo esa sensación. —Hizo una pausa y se encogió de hombros—. No sé.

No creo en la paralógica, y no me convencen mis propias palabras. Aun así, tengo que ir. Le diré a Park Green que estaré allá dentro de un par de días.

Salió deprisa. Ahora correspondía a John Larsen ponerse a cavilar. Esa mole alienígena guardó silencio unos minutos, luego entró en el cuarto interior. Se sentó ante la pantalla y abrió los circuitos de datos. Cuando se encendió la luz indicando que los sensores estaban listos, tecleó el destino. La máquina esperó a que el enlace estuviera completo.

Larsen miró la cara que había aparecido en la pantalla.

—Modalidad explosiva —murmuró.

El otro asintió y activó una palanca a su izquierda. Larsen cerró los ojos y se reclinó en la silla. El terso óvalo de piel gris de su ancho pecho se volvió rosado, luego se convirtió en un deslumbrante caleidoscopio de colores fluctuantes. El óvalo contenía ahora una multitud de puntos que cambiaban rápidamente de color. Larsen se quedó rígido en la silla, pero al cabo de veinte segundos comenzó a respirar con dolorosos jadeos. El brillante despliegue del pecho siguió emitiendo un resplandeciente y cambiante arco iris que titilaba como una aurora invernal. El enorme cuerpo permanecía inmóvil, arrasado por una tensión desconocida mientras los esquemas se introducían en la pantalla del comunicador.

A quince mil kilómetros de distancia, en el centro de comunicaciones planetarias del Pacífico Sur, los monitores de comunicación emitieron relampagueos rojos. Había una sobrecarga en los circuitos de comunicaciones. Los canales auxiliares intervinieron automáticamente. A través de mil pantallas, la red mundial se quejó ante los encargados de control por el repentino exceso de mensajes. La carga terminó tan abruptamente como había empezado. En su tanque, Larsen quedó tumbado en el asiento, demasiado agotado para cortar la comunicación con su lejano interlocutor.

18

El viaje a Ciudad Tycho era rutinario. Wolf había viajado en coche aéreo hasta la conexión Mattin más cercana, había enlazado dos veces para llegar a la salida australiana, y había tomado un vehículo terrestre hasta el puerto espacial de Australia del Norte. Tras una rigurosa inspección y certificación de la FEU —Bey comprendió por qué la gente de la Cúpula del Placer había desistido de enviar los tres cadáveres fuera de la Tierra—, un transbordador lo llevó hasta una órbita ecuatorial de aparcamiento. La conexión lunar llegaría a las tres horas.

Mientras viajaba hacia el puerto espacial, y subía hacia la órbita, Wolf reflexionó sobre la última pregunta que le había hecho Larsen, y sobre los simples detalles prácticos de su partida. Mientras esperaba el transporte lunar, lo sorprendió una llamada urgente de la Tierra. Fue por el corredor hasta el principal centro de comunicaciones.

Hubo una breve demora para establecer el enlace de vídeo. Cuando el canal estuvo disponible, la imagen de María Sun apareció en la diminuta pantalla. Su cara de muñeca de porcelana parecía sombría y suspicaz.

—De acuerdo, Bey —empezó—. Sé que no tienes por qué ser amable con el personal de la CEB, pero déjame recordarte que si yo no te hubiera ayudado, no habrías podido salvar a John Larsen. ¿Qué has hecho con él? La gente de la FEU del puerto espacial de Australia del Norte jura que no está contigo, y ninguno de los demás manifiestos muestra personas ni equipos adicionales.

Wolf tardó un segundo en comprender.

—No hice nada con él —dijo—. Me estás diciendo que se ha ido, pero debería estar en el tanque de Control de Formas. No hay otro lugar que contenga un sistema de soporte vital para él ¿Te fijaste…?

Se interrumpió. María meneaba la cabeza.

—Hemos buscado por todas partes en Control de Formas. De una cosa estoy segura: no está aquí. Bey, ese sistema que Ling y yo preparamos para John es realmente complejo. Si no tiene un hábitat especial, morirá dentro de unas horas. ¿Dices que no habéis tramado esto entre los dos ?

—María, estoy tan sorprendido como tú. Demonios, estuve ayer con John, hablando de mi viaje a Ciudad Tycho. No sugirió que no pensara quedarse donde estaba. Estoy de acuerdo contigo: él tenía que quedarse allí, no dudaría un minuto sin esa atmósfera especial.

María se mordió el labio superior. Meneó la cabeza con perplejidad.

—Te creo, Bey, si juras que dices la verdad. ¿Pero qué ocurre entonces?

Bey miró más allá de la pantalla. Empezaba a sentir un cosquillee; en la nuca. Varios pequeños factores de su conversación con Larsen comenzaron a sumarse en su subconsciente. La curiosa disposición de la vivienda de Larsen, el complejo equipo de comunicaciones que Ling había puesto —presuntamente para facilitar la educación de esa forma nueva—, el modo en que Larsen había guiado la conversación, todo encajaba. Bey necesitaba reflexionar.

—María —dijo al fin—, te dije que no sabía lo que había ocurrido, y te dije la verdad. Pero de pronto tengo sospechas. Te llamaré más tarde. Sé que John no podría vivir sin su equipo especial, pero no creo que debamos preocuparnos por eso. Dame un par de horas para pensar y te llamaré.

Sin esperar respuesta, Wolf se alejó de la consola y flotó por la nave hasta el área de tránsito. Se instaló en un rincón, se recostó, y dejó en libertad sus pensamientos. Evocó las últimas semanas, revisando las anomalías.

Estaban allí. Era extraño que no las hubiera notado antes. Aun así, era perturbador comprender que podía ser manipulado tan fácilmente, incluso por alguien en quien confiaba por completo. Para el futuro, tendría que recordar que ahora tenía que vérselas con un nuevo Larsen, un Larsen cuya mente era más rápida, más penetrante y más sutil. Ese circuito educativo instalado por Ling… Larsen necesitaba ser capaz de adquirir información a partir de fuentes de datos desperdigadas en toda la Tierra. Sí, ¿pero para qué necesitaba un enlace interplanetario, un enlace bidireccional, un circuito sintonizado en muchos miles de líneas de gradación de voz?

Un movimiento en la ventanilla interrumpió de golpe los pensamientos de Wolf. Miró sorprendido. Un tripulante miraba por el panel, asido del casco externo por la capa magnética subcutánea de la muñeca y el tobillo. Encima de ellos tenía las tazas de succión que le permitían aferrarse durante el ascenso del transbordador. El tripulante revisaba parte de la antena. Wolf no pudo resistirse a mirar. Era la primera vez que veía una forma C en este ámbito espacial.

La piel del tripulante era gruesa y resistente, y los ojos estaban laminados con una gruesa capa transparente de mucosidad protectora. No tenía tanque de aire ni traje espacial. Los pulmones modificados, que seguían la estructura de los pulmones de las ballenas, podían almacenar suficiente oxígeno, bajo presión, para trabajar cómodamente varias horas en el exterior. La piel escamosa era una protección eficaz contra la pérdida de fluidos en el vacío circundante. Abundantes sustitutos de melanina en la epidermis brindaban protección contra la fuerte luz ultravioleta.

Wolf miró al tripulante que se desplazaba cómodamente a lo largo del casco. Suspiró al evocar su propia estupidez. Larsen lo había guiado e incitado a averiguar más cosas sobre Ling y sobre Perla. Así que Capman quería que él conociera esa conexión, quería que se interesara en el Cúmulo Egipcio. Era indudable que Larsen y Capman se habían comunicado regularmente desde la desaparición de Capman-Ling unas semanas antes. Larsen había guiado los pensamientos de Bey hasta que éste había tomado la decisión de ir a la Luna. Una vez logrado ese propósito, Larsen había desaparecido. No podía haberlo hecho sin ayuda, pero era obvio de dónde venía esa ayuda. Capman, con recursos que Bey apenas vislumbraba, se había llevado a Larsen de las oficinas de Control de Formas para enviarlo… ¿adonde?

Bey también tenía ciertas ideas al respecto. Aunque faltaban sólo diez minutos para que la nave despegara, fue deprisa al centro de comunicaciones y llamó a Ciudad Tycho. Cuando Park Green apareció en la pantalla, ya había sonado el primer aviso para indicar a Bey que regresara a su asiento.

—Park, estoy en camino y no tengo tiempo para hablar demasiado —dijo Wolf, prescindiendo de las formalidades—. Fíjate si hay una nave disponible con suficiente combustible para un viaje fuera de la eclíptica, hasta el Cúmulo Egipcio. En caso afirmativo, contrátala. Usa mi nombre, con el aval de Control de Formas de la Tierra. No digas adonde quiero ir. Te veré dentro de veinticuatro horas. Entonces te lo contaré todo.

El comisario de a bordo, las venas de la cara enrojecidas por el vacío, le hacía señas urgentes. Wolf cortó la comunicación, regresó deprisa a su asiento y se sujetó.

—Una charla interesante —rezongó el comisario.

Wolf asintió.

—Llamada urgente —dijo—. Acabo de ver una forma C trabajando fuera de la nave. Pensé que todavía estaban prohibidas en la FEU.

La expresión del comisario se volvió más amigable. Sonrió.

—Lo están. Hay una pequeña triquiñuela. Las formas C no son gente de la FEU. Forman parte de un programa de intercambio estudiantil. La Tierra recibe algunos especialistas en núcleos energéticos, la FEU recibe algunas formas C.

—¿Qué opina usted de ellas?

—Lo mejor que ha llegado al espacio desde el vacío barato. Los sindicatos demoran las cosas porque temen perder empleos. —Miró la pantalla de su muñeca—. Espere, estamos despegando.

Cuando la nave empezó a moverse en espiral para alejarse de la órbita, Wolf encendió la pequeña pantalla informativa que había sobre el diván. El movimiento entre una cabina y otra estaría restringido durante la fase de alto impulso de la hora siguiente. Encendió el canal de noticias.

Los medios se habían enterado de que John Larsen había desaparecido. Era una noticia de poca monta que no figuraba entre las prioridades. Las últimas declaraciones sobre los indicadores sociales resultaban de mayor interés para el público. Aún estaban oscilando, con vaivenes de creciente amplitud. Incluso con el núcleo que enviaba energía a Quito, la energía escaseaba en América del Sur. Las muertes por hambruna se elevaban rápidamente en el norte de Europa. Bey comprendió que sus preocupaciones eran minúsculas comparadas con la creciente crisis que enfrentaban los coordinadores generales. Pero no podía olvidar la pregunta de Larsen. Dado todo esto, ¿por qué Capman le obsesionaba tanto ahora como cuatro años antes?

Tendido donde estaba, Wolf podía ver el puesto del piloto. El ordenador podía encargarse de casi todas las maniobras, pero el hombre prefería operar manualmente en el comienzo del viaje. Era otra forma C, prueba adicional de que las cosas se movían más deprisa de lo que deseaba el sindicato. El piloto, con manos y pies prensiles que eran delicadas masas de dígitos divididos, manipulaba sesenta controles simultáneamente. Bey observó fascinado mientras seguía cavilando sobre los viejos problemas de siempre.


Después del primer y sorpresivo terremoto lunar, la segunda versión de Ciudad Tycho se había construido situando las viviendas a gran profundidad. Bey, con un traje de vacío, bajó por el ascensor de alta velocidad por la Fisura de Horstmann, hacia la ciudad principal, más de tres kilómetros bajo la superficie. Emergió por el punto de salida opcional, a medio camino, y caminó hasta el borde del saliente. El cuerpo preservado de Horstmann, aún encerrado en su traje espacial, colgaba de los viejos clavos hundidos en la pared de la fisura. Wolf miró el contador Geiger que había junto a la figura con traje. El rápido chachareo le llegaba claramente a través de la dura superficie de roca. El período de semidesintegración de los núclidos era inferior a diez años, pero Horstmann permanecería radiactivo por lo menos un siglo más. Se podría haber reducido más deprisa la radiactividad mediante transiciones nucleares estimuladas, como se hacía con los desechos de los reactores, pero las autoridades lunares se oponían a esa idea. Bey leyó de nuevo la placa conmemorativa y continuó su descenso por la fisura.

Park Green había logrado mover influencias en Inmigración y Aduanas. Las formalidades de recepción fueron ágiles y breves. La cara sonriente de Green, que llevaba más de una cabeza a los otros ciudadanos de la FEU, saludó a Wolf cuando salió de la tercera y última cámara de presión.

—Bey, no sabes cuántos problemas me has causado —le dijo Green, estrechándole la mano—. No sabía que eras tan famoso. En cuanto nuestros especialistas en métodos de regeneración descubrieron que venías a Ciudad Tycho, me inundaron con llamadas. Todos quieren saber cuánto tiempo te quedarás, qué harás, todos los detalles. Me ha costado mantenerlos a raya. Quieren conocerte para hablar del trabajo que iniciaste hace un par de años, sobre formas transicionales.

Wolf quedó un poco sorprendido.

—¿Conocen aquí ese trabajo? No pensé que fuera demasiado original. Sólo seguí algunas de las pistas implícitas en el trabajo de Capman. La idea era de él.

—Aquí no están de acuerdo con eso. Si las pistas estaban allí, debían de estar bien escondidas. ¿Estás dispuesto a pasar un tiempo con ellos? Sólo quieren…

—Mira, Park, en otras circunstancias lo haría gustoso —interrumpió Bey—, pero ahora no tenemos tiempo para eso. ¿Conseguiste la nave?

—Eso creo… Lo sabré con certeza dentro de unas horas. También tuve un problema con eso. Todos los formularios que he llenado exigen un destino preciso para darte autorización para cualquier viaje que dure más de doscientas horas. Examiné tu licencia, y al menos eso estaba en orden.

—¿Qué destino mencionaste? Nada específico, ¿verdad?

—No fue difícil. Me anoté para una excursión completa por el sistema solar interior, medio y exterior, hasta el Halo. Una vez que esté aprobada, habrá suficiente combustible y provisiones a bordo para viajar a cualquier parte del sistema solar. Debo aclararte que cargué todo a tu cuenta… Yo no tengo crédito suficiente para eso.

—¿Cuánto?

Wolf torció la cara al oír la cifra.

—Si esto sale bien —dijo—, lo recuperaré todo. De lo contrario, seré esclavo de la FEU por el resto de mi vida. Bien, nos preocuparemos por eso más tarde.

Mientras hablaban, Green lo condujo por el largo corredor que llevaba a la última sección de inspección antes de los habitáculos. Andaba con ese vaivén rápido que toda la gente de la FEU adquiría en la temprana niñez. Wolf trataba de imitarlo sin demasiado éxito. El piso de roca fundida era resbaladizo, y tenía la extraña sensación de que la gravedad lunar era un poco más baja que en su último viaje a Ciudad Tycho, muchos años antes.

—No —dijo Green en respuesta a su pregunta—, creo que aquí la física puede estar más adelantada que en el reato del sistema, pero aún no tenemos un generador eficaz. La gravedad es algo que aún no hemos dominado. McAndrew creó hace mucho un método para el uso de núcleos energéticos blindados para ajustes gravitatorios locales, y nadie ha llegado más allá. Nadie tiene ganas de intentar siquiera eso, en una superficie planetaria. Lo que percibes es un cambio en el contenido de oxígeno. Elevamos el porcentaje en una fracción hace tres años. Te acostumbrarás dentro de un par de días.

—¡Un par de días! Park, no me propongo estar aquí un par de días. Quiero estar camino del Cúmulo. ¿Cuándo podrá partir la nave? Espero que hoy.

Green se detuvo y lo miró extrañamente.

—Bey, estás soñando. No conoces los problemas. Primero, no hay modo de preparar una nave en menos de setenta y dos horas. Demonios, hay que equiparla para que ambos vivamos en ella dos años… que es el tiempo que puede tardar una excursión por todo el sistema solar. Sé que no haremos eso, pero para eso la están preparando. Segundo…

—¿Para que ambos vivamos en ella? Park, no te llevaré en este viaje. Es peligroso alejarse tanto de las rutas habituales, y puede ser una total pérdida de tiempo. Iré solo.

El impotente Green escuchó con calma y meneó la cabeza.

—Bey, eres un experto en cambio de forma, soy el primero en admitirlo. Pero no entiendes nada de operaciones espaciales. Oh, no lo digas… sé muy bien que tienes una licencia. Eso es sólo el principio. Significa que conoces los rudimentos, no que estés preparado para recorrer el sistema solar por tu cuenta. Aunque confíes en tu destreza, los propietarios no lo permitirían. Ni siquiera te dejarán acercarte a la nave a menos que yo vaya contigo… no sólo para viajar por el sistema solar, sino para dar una vuelta alrededor de la Luna. O vas conmigo p te pondrán otro piloto de la FEU… alguien que quizá ni conozcas.

Wolf estudió al aplomado Green. Era obvio que ese hombre corpulento decía la verdad. Se encogió de hombros y se resignó a lo inevitable.

—No era lo que tenía en mente, Park. No me proponía enredarte en esto cuando te pedí ayuda para revisar los archivos de Ling.

Green sonrió y sacudió la cabeza.

—Bey, todavía no entiendes. No voy contigo porque sea un mártir de corazón bondadoso. Voy porque quiero. Maldita sea, ¿no te das cuenta de que me moría por saber qué ocurría con John en la Tierra desde que regresé a Ciudad Tycho? Se podría decir que John adoptó la forma logiana por mi culpa. Si yo hubiera sido más listo y hubiera sabido lo que sucedía, podría haberle disuadido de inyectarse el ADN logiano. Olvida la idea de que voy a por ti.

Wolf miraba la cara ferviente de Green.

—Lo lamento, Park —murmuró—. Permití que mis propias compulsiones me impidieran ver las de los demás. Mereces venir. Pero aun así preferiría reducir ese tiempo de setenta y dos horas. No pensaba pasar tanto tiempo en Ciudad Tycho.

Green sonrió.

—Necesitarás ese tiempo para los preparativos. Y todavía me debes algunas explicaciones. Tu mensaje desde la nave marcó un nuevo récord de hermetismo. Nos estamos preparando para irnos del sistema y aún no me has dicho por qué. Oí que John desapareció, y sé que ambas cosas están relacionadas.

—No nos iremos del sistema, Park, sólo iremos al Cúmulo Egipcio.

—Lo mismo da, para un habitante de la FEU. Técnicamente tienes razón, claro. El sistema solar llega hasta el afelio de los cometas de período largo. Pero en lo que atañe a los habitantes de la FEU, cuando vas a un plano orbital tan alejado de la eclíptica, es como salir del sistema. Necesitas una gran velocidad delta, y hay pocas cosas interesantes allá. No nos molestamos en ir muy a menudo. Ni siquiera conozco a nadie que haya visitado un miembro del Cúmulo Egipcio. He examinado la información sobre el Cúmulo desde que me llamaste de la nave. Aún no entiendo por qué quieres ir allí.

Se acercaban a la gran cámara hemisférica que indicaba la linde de la ciudad. Más allá, las aceras móviles conducían a los centros de manufacturación, mantenimiento, servicios y vivienda. La agricultura y la energía estaban situadas en la superficie, tres mil quinientos metros más arriba.

—Te lo contaré todo en cuanto nos hayamos instalado —dijo Bey—. No me llevará más de unas horas. No sé en qué planeabas pasar el tiempo antes de la partida, pero yo quisiera examinar de nuevo los bancos de datos. Quizás haya detalles de las actividades de Capman, como Karl Ling, que pasé por alto.

—Tendrás mucho tiempo para eso. Habrá otras cosas, también. —Green señaló a un pequeño grupo de hombres y mujeres de pie junto a un terminal—. Ahí está tu club de admiradores. Lo lamento, Bey, pero no pude impedirlo. Son los expertos de Ciudad Tycho en métodos de regeneración. Quieren celebrar una recepción en tu honor, y no he logrado disuadirlos. ¿Ves el precio de la fama? Bien, ¿estás demasiado cansado, o serás amable con ellos mientras estés aquí?

19

El Suplemento Explicativo de las Tablas Astronómicas, edición de 2190, evaluaba la inclinación orbital media de los asteroides del Cúmulo Egipcio en cincuenta y ocho grados y cuarenta y siete minutos respecto del plano de la eclíptica. Los datos físicos del Cúmulo figuraban al final de la sección de referencias, un buen indicio de su importancia relativa dentro de la organización planetaria. Todos los miembros del Cúmulo tenían distancias de perihelio de unos trescientos millones de kilómetros, lo cual respaldaba la idea de un origen común, aunque hacía tiempo que no formaban un cúmulo en el sentido estrictamente espacial. Perla, con una órbita casi circular, cruzaba la eclíptica cerca del primer punto de Aries. Lamentablemente estaba muy al sur de ese punto cuando Wolf y Green partieron al fin.

—Casi ciento treinta millones de kilómetros, Bey —gruñó Green, encorvado sobre las pantallas—. Consumiremos más combustible del que necesitaríamos para ir a Neptuno. Espero que tus conjeturas sean correctas.

Wolf se desplazaba inquieto por la nave, gozando de la aceleración de medio g e inspeccionándolo todo.

—Dices que consumiríamos el mismo combustible, Park, si Perla atravesara la eclíptica en este momento. Sólo ahorraríamos un poco de tiempo. Si me equivoco en cuanto al resto, habremos desperdiciado varias semanas cada uno.

Se detuvo junto al recinto protegido contra la radiación, mirándolo especulativamente.

—Es una pena que allí no haya un tanque de cambio de forma continuó—. Esta nave tiene tamaño suficiente para cargar el equipo, si existiera un tanque apropiado.

Green lo miró un instante.

—Recuerda, Bey, que las formas C aún son ilegales aquí.

—Lo sé. Sólo pensaba que podríamos usar un tanque para desacelerar nuestro metabolismo. El programa Regulación Temporal nos vendría muy bien. ¿Cómo anda la provisión de combustible? ¿Algún problema?

—No. Podríamos hacer esto dos veces si fuera necesario. Dije a los proveedores que quizá realizáramos algunas maniobras fuera de la eclíptica durante el viaje. Nos dieron la mayor reserva que la nave puede contener.

Green terminó de examinar la trayectoria y se irguió. Miró a Wolf, quien todavía observaba el recinto cerrado.

—Deja de mirar, Bey. Sabes que la FEU es muy cauta en los experimentos con formas C. Y no puedes culparnos. Las personas son preciosas aquí. No tenemos unos miles de millones sobrantes, como en la Tierra. Dejamos que vosotros hagáis los experimentos peligrosos. Pasarán unos años antes de que estemos preparados para jugar con la forma que Capman desarrolló en su Proyecto Regulación Temporal. Entretanto, tenemos nuestros propios métodos. ¿Echaste una buena ojeada a los dormitorios?

—Muy rápida. Son tolerables. Me dirigía allí para examinar piezas de equipo que no reconocí. El lugar parecía atestado. ¿Por qué no usar un solo compartimento y ahorrar espacio?

—A eso me refería, Bey.

Green apagó la pantalla e hizo girar el asiento. El monitor de trayectorias estaba diseñado para una persona medio metro más baja. Green estiró las largas piernas.

—En la Tierra —continuó—, habéis tenido que crear métodos para que la gente pudiera vivir amontonada, pues hay millones donde naturalmente tendría que haber miles. Bien, en la FEU tenemos otro problema. Hay mucho espacio y poca gente, pero aún tenemos que preocuparnos por una situación donde una pequeña cantidad de personas vive mucho tiempo en muy estrecho contacto… en una nave, una colonia minera o un establecimiento del sistema exterior. Es aún peor que la Tierra, porque no hay posibilidades de cambiar de compañía. La gente tiene que convivir meses o años sin asesinarse.

Green hizo girar la silla para enfrentar a Wolf y lo miró con una expresión extraña.

—Bey, responde con sinceridad. ¿Qué piensas de mí?

Wolf, desconcertado por el repentino cambio de tema, se detuvo donde estaba. Miró pensativamente a Green antes de responder.

—Creo que sé adonde te diriges, Park, pero te seguiré el juego. Una respuesta franca, ¿eh? Bien. Tienes buen natural. Te preocupas demasiado. No eres estúpido, sino, por el contrario, bastante astuto, y eres un poco perezoso. Te aburres con facilidad, y odias las cosas que resultan demasiado teóricas y abstractas para tu gusto. Creo que es un mal principio para nuestro largo viaje, pero tú preguntaste.

—Exacto. Tengo un problema con esa evaluación… parece bastante acertada. Ahora te contaré cómo eres tú. Eres listo como Satanás, pero eres un poco distante, y eso a veces te impide juzgar bien a la gente. En realidad, prefieres las ideas a las personas. Adoras los enigmas. Además eres terco. Una vez que empiezas algo, no hay modo de detenerte. Eres obsesivo, pero no en cuanto a las flaquezas humanas habituales. Arriesgaré una conjetura, pero supongo que nunca has tenido un lazo permanente de ninguna clase con ningún hombre ni ninguna mujer.

Bey hizo una mueca ante la precisión de algunos comentarios, pero al final sonrió.

—Park, no sabía que me conocías tanto… en cierto modo mejor que yo mismo. ¿Pero cuál es la idea? Supongo que no estás proponiendo que pasemos las semanas siguientes intercambiando evaluaciones de carácter. En tal caso, no me impresionan las ideas de la FEU acerca de cómo pasar el tiempo en un largo viaje.

Green se levantó despacio, mirando con fastidio el cielo raso bajo.

—En absoluto. Ven, Bey, sígueme. —Miró hacia delante, se arqueó—. Esta nave no fue construida para alguien de mi tamaño. Tú no tendrás problemas, pero cuida tu cabeza. Quiero mostrarte algunas características de la nave que no viste en tu primera inspección. Acabamos de intercambiar comentarios sobre nuestro carácter, Bey, y no fueron halagüeños. Pero aún nos portamos de modo civilizado, aunque a ninguno de los dos nos gusta que nos señalen ciertos defectos, a pesar de que ambos los conocemos muy bien.

»Pero déjame explicarte qué ocurriría si tú y yo estuviéramos encerrados juntos seis meses o un año sin contactos externos y sin nadie más con quien hablar sin media hora de demora de tiempo-luz. Aunque no lo creas, la FEU tiene doscientos años de experiencia en esto. Las cosas cambiarían. Ciertos detalles que no te gustan de mí crecerían cada vez más. Al cabo de tres meses yo te resultaría insoportablemente blando y obtuso, increíblemente grande y torpe, inaguantablemente perezoso. Y para mí tú serías un monstruo de frialdad, un demente calculador e indigno de confianza. ¿Te resulta difícil de tragar?

—No. —Wolf siguió a Green hasta los dormitorios separados, bastante grandes pero atiborrados de extraños instrumentos—. He leído acerca de los efectos de los contactos prolongados en los grupos pequeños, sobre todo donde la gente tiene pocas cosas que hacer. ¿Estás diciendo que la FEU ha encontrado una solución?

—Tres soluciones. En mi opinión personal, ninguna de ellas es tan buena como las formas C. Aquí está la primera.

Green extendió la mano sobre una de las literas y extrajo un casco acolchado.

—¿Ves los puntos de contacto, aquí y aquí? Los conectas a la piel y te pones las ventosas sobre los ojos. Es similar al equipo que se usaba antes para el cambio de forma, ¿verdad?

—Se parece. —Bey examinó los microelectrodos que había dentro del casco—. Pero no permite la biorrealimentación… Aquí no hay control de adaptación.

—No es el propósito. Sólo monitoriza el propósito y el deseo, tal como el equipo de cambio de forma. Pero en vez de suministrar realimentación de cambio de forma, da realimentación sensorial. Está conectado al ordenador, y eso organiza una respuesta sensorial destinada a relajarte y darte paz de espíritu.

—¿Qué? —Wolf miró el casco disgustado—. Park, no sé si te das cuenta pero acabas de describir una máquina de sueños. Son ilegales en la Tierra. Una vez que te conectas a una, necesitas años de terapia para volver a la vida normal.

—Lo sé. No te excites, Bey. Esto sólo se usa como último recurso, cuando la gente comprende que está fuera de sus cabales. —Green adoptó una voz sombría—. ¿Qué preferirías, Bey? ¿Usar esto cuando empiezas a derrumbarte y tener la posibilidad de que te devuelvan a la normalidad, o hacer como Maniello en la primera expedición a Japeto, que desolló a su compañero y usó la piel de Parker para retapizar el asiento de la silla de control? Te aseguro que el ámbito de una nave causa efectos extraños en las personas. ¿Empiezas a ver por qué necesitas algo más que una licencia de piloto para volar por el sistema solar?

Wolf lo miró abatido.

—Lo lamento, Park. Uno de los problemas de vivir en la Tierra… solemos pensar que la FEU está un poco atrasada todavía. En ciertas cosas es todo lo contrario. ¿Qué más habéis inventado para conservar la cordura?

—Preferimos estas soluciones. La que te mostré primero es sólo para casos desesperados. —Green extrajo una gran cubierta de plástico azul, con forma de hombre, de un panel que había bajo la litera—. Es como una forma C Regulación Temporal, pero más rudimentaria. Se llama hibernador. Inyectamos una combinación de drogas para reducir la temperatura corporal. Si quieres decirlo en forma melodramática, te mata. El traje te mantiene en una condición estable a cinco grados por encima de la congelación. La tasa de envejecimiento se reduce a un cuarto de lo normal. Puedes estar allí una semana seguida, luego hay que revivirte. El traje también lo hace automáticamente. ¿Ves los monitores externos? Al cabo de cuatro o cinco días para recobrar el tono muscular, puedes usarlo de nuevo.

—No me gusta mucho. Mientras estás allí, pierdes una semana de cada cuatro. ¿Por qué no usar una vaina criónica con frío de veras?

Green se encogió de hombros.

—Esto es más seguro. La tasa de fallos de las resurrecciones criónicas anda cerca del dos por ciento.

—Uno por ciento, con los sistemas más recientes.

—De acuerdo, uno por ciento. Esta cosa es prácticamente infalible. Admito que es una versión pobre de una forma C Regulación Temporal. Supongo que dentro de pocos años usaremos eso. Entretanto…

Bey abrió las cremalleras del traje y miró los sensores que había en todo el interior.

—¿Alguna razón para que ambos no lo usemos durante el viaje? Reduciríamos más el tiempo subjetivo si ambos lo usáramos de inmediato.

Green carraspeó.

—Bien, cuando dije casi infalible, quise decir literalmente eso. Yo preferiría que no estuviéramos los dos al mismo tiempo. Una vez cada varios miles hay un problema con el proceso de revivificación. Es bueno que haya alguien despierto, esperando para ver si el traje trabaja bien y para ayudar en caso contrario. Si ambos estados dormidos, hay una pequeña probabilidad de que sigamos una trayectoria mucho más larga de la que planeamos. A menos que apliquemos los impulsos correctos cuando lleguemos a Perla, regresaremos al sistema solar dentro de setecientos mil años. Preferiría no esperar tanto tiempo para que alguien nos sacara del traje.

Wolf lo miró atentamente y decidió que Green sólo bromeaba a medias. Miró el traje y empezó a plegarlo.

—¿Qué más hay? Hasta ahora no siento gran entusiasmo.

Green se encogió de hombros.

—Te dije que ninguno de estos métodos es tan bueno como una forma C.

Metió la mano en el depósito que había encima de la litera y bajó otro casco, más pequeño y ligero que el primero.

—Éste tiene conexiones similares a la «máquina de sueños», pero opera según otro principio. —Le dio la vuelta—. ¿Ves estos cables? Están conectados con el ordenador y también con el casco del otro dormitorio. También suministra realimentación sensorial, pero en éste está modulada por lo que piensa y sueña la otra persona integrada al sistema. El ordenador está programado para modificar estos pensamientos, antes de la realimentación, para que nuestras mutuas impresiones sean más favorables. Mientras tenemos puesto el casco, compartimos los pensamientos y emociones del otro. Según la teoría, nos resultará mucho más difícil llegar a odiarnos. Sería casi como odiarse a sí mismo.

—Yo a veces me odio a mí mismo —dijo Wolf, mirando el casco con franco disgusto—. Personalmente, Park, me repugna este artefacto. No es nada contigo, pero no me gusta la idea de que alguien se inmiscuya en mis sueños. No soporto compartir algunas de las cosas que pienso. Quien inventó esto tenía una mente enferma… más que la mía.

Green asintió comprensivamente.

—Es raro que lo digas. A la mayoría no le molesta, pero yo siento un disgusto instintivo. Invadir los territorios ocultos del otro debe ser como una seducción computerizada bidireccional. Sea como fuere, ¿cuál querrás usar en este viaje? ¿O prefieres no probar ninguno?

Bey miró el casco.

—No hay muchas opciones, ¿verdad? Supongo que el hibernador es el menos malo. No me molesta dormir una semana, siempre que después no nos sintamos muy mal.

—Bien. Nos turnaremos para dormir. Aunque en verdad no tenemos por qué usar estas cosas. Ni siquiera las recomiendan para viajes de menos de un mes, y sólo se vuelven obligatorias cuando tienes seis meses entre una escala y otra. ¿Quieres que lo olvidemos?

—Veamos si nos aburrimos. Ojalá la FEU tuviera un criterio más amplio ante el cambio de forma. Ante todo, podríamos instalar un sistema que trabajaría con alguien en el hibernador y usaríamos biorrealimentación para mantener un buen tono muscular. Eso ha de ser fácil. —Bey empezaba a entusiasmarse—. Te hago una apuesta. Te apuesto a que puedo tomar una máquina de sueños y un hibernador y elaborar un sistema que hará lo que te he dicho… y lo tendré terminado antes de llegar a Perla. ¿Qué capacidad tiene el ordenador de a bordo?

—Diez a la décima apelable directamente. Como backup de baja velocidad, cien veces eso.

—Es amplio. Aunque no encontremos lo que busco, quizá regresemos con algo que interesará a la FEU.

Green miró cautelosamente a Bey y sacudió la cabeza.

—Experimenta todo lo que quieras. Hay un par de cascos y un hibernador de repuesto. Pero no me gusta esa mirada de científico loco. Te advierto que no tendrás un voluntario como sujeto experimental. Cuando te oigo hablar, a veces creo que estás tan loco como Capman… el cambio de forma es lo más importante del mundo para ambos. —Calló un momento, suspiró—. Sólo espero conservar mi empleo cuando regrese. El gobierno de la FEU no acepta de buen grado estas ausencias repentinas y prolongadas sin una buena explicación. Pero te diré una cosa, Bey. Tu obsesión con Robert Capman parece ser contagiosa. No veo el momento de llegar a Perla.

20

Más del noventa y nueve por ciento de la masa del sistema solar estaba cerca del plano de la eclíptica. El Halo de núcleos energéticos daba cuenta de la mayor parte del resto, excepto una mínima fracción, y ese Halo estaba en el confín del sistema y nunca era visible desde la Tierra ni desde la Luna, incluso con los artefactos ópticos más potentes. En la práctica, Perla y sus hermanos del Cúmulo Egipcio nadaban en un gran vacío, desértico incluso en comparación con la escasa población del sistema exterior.

La nave trepó laboriosamente, alejándose del plano de la eclíptica. Finalmente, el paralaje fue suficiente para desplazar los planetas de sus posiciones habituales aparentes. Marte, la Tierra, Venus y Júpiter estaban en constelaciones que no formaban parte del zodíaco familiar. Mercurio se acurrucaba contra el Sol. Sólo Saturno, meciéndose en el extremo de su órbita, parecía ocupar la posición de siempre visto desde la nave. Bey Wolf, evaluando la posición de los planetas desde el visor, se preguntó cómo se las ingeniarían los astrólogos con esa situación. Marte parecía estar en la Casa de Andrómeda y Venus en la Casa del Cisne. Se requeriría un experto con mucho talento para interpretar esas relaciones y elaborar un horóscopo para el éxito de esta empresa.

Bey hizo girar el telescopio para escudriñar el cielo a proa, buscando todo punto de luz que se pudiera separar del inmóvil campo estelar.

No halló nada. Aunque el ordenador le indicaba exactamente dónde mirar y le aseguraba que el contacto se produciría en menos de una hora, no veía nada. Sintió la tentación de encender los amplificadores electrónicos, pero eso era burlar sus propias reglas de juego.

—¿Algún indicio del asteroide? —preguntó Green, saliendo del dormitorio.

—No. Tendríamos que estar muy cerca, pero no veo nada. ¿Captaste el informativo?

—Acabo de verlo. Pero la imagen era pésima, pues la razón señal-ruido era muy desfavorable. No entiendo cómo captan esas emisiones desde Urano con una antena receptora que no es mayor que la nuestra. Estamos a sólo un décimo de esa distancia, pero las señales parecen buenas en el límite de la recepción.

—Sólo estamos captando uno de los lóbulos energéticos laterales, Park. Casi toda la energía de la señal se emite a lo largo del lóbulo principal, en la eclíptica. En cierto modo, es sorprendente que aquí lleguemos a captar algo. Sea como fuere, ¿qué hay de nuevo?

—Lo que oí no parecía alentador —dijo Green con voz preocupada, esquivando la mirada de Bey—. De nuevo la Tierra. Todos los indicadores sociales siguen apuntando hacia abajo. Sé que el viejo Dolmetsch es un campeón del pesimismo, pero nunca le oí pronósticos tan siniestros. Lo entrevistaron en Lisboa, y según sus cálculos todo se irá al demonio antes de que los coordinadores generales puedan amortiguar los vaivenes de los parámetros sociales. Tuve la impresión de que incluso iba a aclarar que los vaivenes no se podían amortiguar, pero interrumpieron la entrevista en ese instante.

Wolf miró por el visor hacia el punto blanco azulado y brillante que era la Tierra.

—Cuesta aceptar que en esa pequeña mota hay catorce mil millones de personas. ¿Captaste algún dato concreto?

—Algunos… pero sin duda hay mucha censura. Grandes tumultos en América del Sur, con la tasa de mortalidad más alta en Argentina. Cortes energéticos en todas partes. Indicios de algo muy grave en China. Algo así como canibalismo generalizado. Los coordinadores generales están hablando de llevar un núcleo a la superficie de la Tierra; eso nos da una buena idea de la seriedad de la escasez de energía.

—Ya lo creo. —Bey miró hacia la Tierra como esperando que se extinguiera como una vela—. Si se desprendieran los escudos de un núcleo, sería peor que cualquier bomba. Los agujeros Kerr-Newman que usan en los núcleos irradian más de cincuenta gigavatios. Tendrían que estar locos para llevar uno a la superficie.

—Locos o desesperados. Quizá Dolmetsch tenga derecho a ser pesimista. A fin de cuentas, él inventó todo el asunto. Las hambrunas de Sudáfrica también han empeorado. Ahora están hablando de cortar todos los suministros de allí para utilizarlos donde la gente sea rescatable.

Green se había reunido con Bey frente a la ventanilla, y ambos miraban los patrones estelares, cada cual buscando su espectro personal. Guardaron silencio varios minutos, hasta que Green frunció el ceño y miró alrededor.

—Bey, estamos girando. Aún no lo sentimos, pero mira allí. Parte del campo estelar parece estar rotando. El ordenador nos debe de estar preparando para el contacto con el asteroide. ¿Recuerdas cómo es la operación?

Bey asintió.

—Un kilómetro de distancia de la superficie, con velocidad similar a la del asteroide. Creo que tendríamos que echar un buen vistazo antes de pensar en aterrizar en Perla. —Puso el visor en posición y encendió la pantalla—. Bien, allí lo tienes, Park. Hemos recorrido un largo camino para verlo.

En la pantalla el asteroide se veía como un círculo pequeño y perfecto. Emitía un fulgor tenue, sin los destellos reflejados por una superficie cristalina bruñida. En cambio, había un resplandor difuso y uniforme, un brillo perlado y blanco con un tono verdoso. Green frunció el ceño y aumentó la ganancia del visor. La imagen se hinchó en la pantalla.

—Bey, yo no esperaba que tuviera ese aspecto. Está desperdigando y absorbiendo mucha más luz de la que debería. De veras luce como una perla, no como una esfera de cristal hueca. ¿Por qué no refleja la luz del Sol?

—No lo sé, Park. Mira hacia la izquierda. ¿Ves? Allí hay algo diferente, una mancha oscura.

La imagen de la pantalla se volvía más grande y más nítida a medida que la nave se aproximaba. Para Wolf y Green era difícil contener la impaciencia mientras la lechosa superficie del asteroide se hacía más visible. Pronto fue obvio que la mancha oscura era algo más que una franja de reflejos distintos. Había otras motas y marcas tenues en la lisa superficie, teñidas de un verde nuboso.

—Es una especie de foso, Bey. —Green se acercó más a la pantalla—. Tal vez un túnel. ¿Ves cómo se hunde en la superficie? No recuerdo haber visto mencionado ese detalle en ninguna descripción de Perla.

Bey cabeceaba satisfecho.

—No es una formación natural. Alguien ha realizado complejas obras de ingeniería. ¿Ves lo filosos que son esos bordes? Apuesto a que los tallaron con láser. Park, es imposible que Capman, o quien sea, haya hecho todo eso sin mucha asistencia y equipo. ¿Sabes lo que significa? Alguien de la FEU lo ha ayudado, y quien lo haya hecho dispone de gran cantidad de recursos.

El ordenador interrumpió esas palabras con un silbido suave. Seguían la misma órbita del asteroide. Miraron atentamente el astro cercano. A un kilómetro de distancia, Perla cubría un cuarto del firmamento. La superficie brillaba con un fulgor pálido y satinado. Era tersa y lisa, sin ninguna irregularidad excepto el preciso agujero circular de treinta metros de diámetro cuyo disco negro aparecía a la izquierda de la imagen.

Lo estudiaron en silencio unos minutos. Al fin Bey se acercó a la consola del ordenador.

—Es inútil, Park —dijo—. No podemos aprender mucho desde aquí. No hay nada que ver en la superficie. Tenemos que echar un vistazo al interior. Apuesto a que ese túnel llega hasta el centro. Necesitaremos trajes.

—¿Los dos?

—A menos que tú estés dispuesto a quedarte aquí. Por mi parte, no he recorrido tanto camino sólo para mirar. El ordenador tiene la nave bajo control. Creo que no es muy arriesgado acercarnos y saltar dentro del agujero usando los trajes. Acerquémonos hasta cincuenta metros, y vamos.

Los dos hombres, con sus trajes, bajaron desde la nave hasta la superficie. La gravedad de Perla era demasiado pequeña para notarla. Revolotearon a varios metros del planetoide y lo miraron con mayor atención. Era obvio por qué Perla tenía ese fulgor tan tenue. Durante los muchos milenios transcurridos desde la explosión de Loge, la superficie había sufrido el impacto de micrometeoritos que habían creado una capa escarchada y opaca que recibía y difundía la luz del lejano Sol. El blanco puro alternaba con nubes verdes en la superficie de la esfera. Los dos hombres flotaron lentamente hacia el túnel. Cerca del borde, Wolf alumbró el interior con una linterna. Máquinas pesadas habían abierto profundos canales en el cristal liso. El agujero se hacía más estrecho al descender, y terminaba quince metros más abajo en una tersa lámina de metal negro.

Wolf soltó un silbido que resonó aguda y ominosamente en la radio del traje.

—Eso elimina la idea de que nadie está autorizado a aterrizar en Perla. ¿Para qué iban a poner una cámara de presión allá abajo si es sólo una cáscara vacía? —Miró el agujero de bordes abruptos—. ¿Listo para bajar, Park? Ahora sólo nos falta el Conejo Blanco.

Descendieron flotando por el hoyo, abrieron la puerta exterior y entraron. Green mantuvo abierta la puerta y titubeó un instante.

—¿La cierro, Bey? No sabemos dónde nos metemos. Dentro puede haber cualquier cosa.

—Creo que no tenemos muchas opciones. O entramos o retrocedemos. Detrás de esa puerta espero encontrar a Capman y a John Larsen. Si quieres montar guardia afuera, está bien… Pero yo pienso entrar.

Green no respondió, sino que cerró la puerta con firmeza y la atrancó con las grapas. De inmediato sintieron el siseo del aire.

—No supongas que será respirable —advirtió Wolf cuando se abrió la puerta interior—. John tendría que estar aquí, y quizás esta atmósfera responde a su idea del aire fresco.

Green resolló.

—Bey, reconoce cierto mérito a un hombre de la FEU. Cualquiera que se haya criado fuera de la Tierra se negaría a respirar un aire no analizado, tanto como a vivir en la Tierra y respirar vuestra sopa. Mira el segundo panel del interior del casco. Está registrando 6-S. Eso significa que es respirable y que la presión es un poco inferior a la terrestre. Aun así, mantendré el traje cerrado. Te sugiero que hagas lo mismo.

La puerta interior se abrió despacio. Una luz pálida y verde se filtró en la cámara desde el interior del planetoide. Cuando la puerta se abrió en su diámetro total de treinta metros, todo el interior de Perla resultó visible. Los dos hombres avanzaron juntos en silencio, mirando alrededor.

La pared interior de Perla tenía una terminación lisa y brillante que no había en el exterior. Ningún meteorito había mellado esta perfección. La superficie interior era una esfera perfecta de poco más de un kilómetro y medio de diámetro. En el centro de la gran cámara curva, aferradas a la pared por largos y relucientes puntales y cables, colgaban dos enormes estructuras de metal. La más cercana era también otra brillante esfera de acero o aluminio. Bey, examinándola reflexivamente, se preguntó de dónde venían los materiales que habían usado para construirla. Por supuesto no venían de Perla. Considerando la energía necesaria para transportar materiales desde el sistema principal, parecía seguro que la esfera se hubiera construido con metales extraídos de uno de los asteroides hermanos del Cúmulo Egipcio. Bey estimó que la esfera tendría cien metros de diámetro. Un largo cable tubular conducía desde la puerta por donde habían entrado hasta otra cámara de presión en la tersa superficie de la esfera.

La segunda estructura sólo podía ser una nave. Eso no tenía sentido. Bey miró de nuevo en torno. No parecía haber modo de que esa nave, que alcanzaba cuarenta metros en el punto más ancho, hubiera llegado al interior de Perla, ni de que pudiera salir de allí. Siguió con los ojos los cables que conducían desde la nave hasta una sección algo más oscura de la pared interior, enfrente del punto por donde habían entrado. Tenía que ser una salida oculta. Otros cables, que conducían a zonas vacías en el interior, insinuaban que allí había habido otras naves, amarradas a la superficie interior del mismo modo.

La superficie de Perla, con su pared de cristal traslúcido, brindaba una eficaz conversión de la radiación solar incidente. Los termómetros de los trajes indicaban una temperatura ambiente muy cómoda para la presencia humana. El interior era iluminado por la tenue luz solar que penetraba por las paredes exteriores y se derramaba en el interior. No había sombras, excepto las arrojadas por las linternas de Wolf y Green.

Al principio Perla parecía totalmente silencioso, un mundo muerto. Al aguzar los oídos, Wolf y Green captaron una pulsación profunda y ahogada que cubría el interior. Más que oírla, la sentían. Venía de la esfera metálica del centro del asteroide, lenta y regular como la circulación del aire o de sustancias nutritivas, o los latidos de un gran corazón. No había ningún otro rastro de vida en el gran espacio de la burbuja central.

Al fin Park Green rompió el hechizo.

—Empiezo a pensar que no sé nada sobre la FEU. Este lugar no puede existir. Esa nave no puede estar registrada, y si Capman vino en ella ni siquiera imagino de dónde partió. Por cierto no salió de Tycho.

Wolf soltó un gruñido de aprobación. El instinto le decía que algo andaba muy mal. Había ido a Perla convencido de que allí encontraría a Capman y Larsen. Si eso era verdad, tenía que haber algún indicio de su presencia. Miró de nuevo la esfera de metal. Sin hablar, ambos hombres se desplazaron hacia el gran cable hueco que conducía hasta la esfera desde la puerta de ingreso.

Mientras avanzaban, Bey reparó en el gran tamaño de Perla. La pared parecía estar cerca, pero el interior abovedado del asteroide podría haber contenido decenas de millones de habitáculos terrícolas. Avanzaron a lo largo del cable hasta que la cámara de presión por donde habían entrado se redujo a un puntito negro. Ambos se sintieron más cómodos cuando llegaron a la esfera y entraron en la cámara que había en la reluciente superficie.

Los primeros cuartos eran sin duda habitáculos. El mobiliario era simple, pero había costosos equipos automáticos para manejar todas las tareas de rutina. Bey, al ver el sistema de alimentación, recordó que no habían comido en mucho tiempo. Miró a Green.

—¿Qué te parece, Park? Suponiendo que funcione correctamente, ¿estás dispuesto a correr el riesgo de respirar este aire?

Green miraba famélicamente los controles del robochef. Asintió.

—Creo que estamos seguros, mientras no atravesemos ninguna cámara de presión. Esta zona es un soporte vital automático típico de la FEU, con algunos lujos. Echa un buen vistazo a ese menú. Apuesto a que no coméis así en la pobre vieja Tierra.

Cuando se quitaron el traje, sintieron menos tensión. Aún no había indicios de vida, y cuando estuvieron preparados para continuar la exploración Bey estaba convencido de que la esfera estaba deshabitada. Después de los habitáculos venían tres salas atestadas de monitores y consolas de control, similares a la sala de control general de un laboratorio de control de formas: similar, pero no del todo. Bey nunca había visto una instalación tan grande. Era mayor que el centro de investigación de la CEB.

—Los tanques deberían estar detrás de esa pared —dijo, explicando a Park Green lo que habían hallado—. Pero no creo que encontremos allí a John. Hay un detalle que no he comprendido. Estaba seguro de tener razón, pero…

Se encogió de hombros y miró alrededor. Cuatro años antes había creído saber qué se proponía Capman, y había descubierto que no sabía nada. Podía ocurrir dos veces. Capman había esperado que él desenredara la madeja que conducía a Perla. Si era necesario, John Larsen podía incitarlo un poco, pues era obvio que había estado en constante comunicación con Capman desde que había adoptado la forma logiana. En cuanto supo que Bey estaba en camino, Larsen se había esfumado.

Todo parecía muy lógico, pero muy improbable. Bey no estaba seguro de poder explicar a Park Green que los habían guiado hasta allí como a un par de títeres.

Mientras Wolf guardaba silencio, Green había examinado el panel de control.

—Bey, no soy experto en esto, pero mira las lecturas. Todas parecen provenir del mismo tanque. ¿Podrían originarse en un mismo tanque de cambio de forma?

Wolf también se acercó. Estudió los paneles con desconcierto.

—Eso parece, lo admito. Pero son demasiados monitores para un solo sujeto. Hay como trescientos. Nunca he visto nada tan complicado para un solo experimento. Me pregunto si será…

Calló, negándose a declarar lo que creía.

—Usted y su acompañante están en lo cierto, señor Wolf—dijo el altavoz que había encima de la consola—. Se trata de un solo experimento.

21

—¿Capman? —Wolf se volvió bruscamente hacia el parlante.

—No, no soy Robert Capman. Soy una vieja amistad de él. Más aún —dijo la voz, con tono divertido y musical—, se puede decir que soy una muy vieja amistad. Bienvenidos a Perla. Robert Capman y John Larsen me han hablado mucho de usted.

Creen miraba alrededor, confundido.

—¿Dónde está usted? La única salida que hay aquí conduce a los tanques.

—Correcto. Estoy en la zona de los tanques. Pueden ustedes avanzar sin peligro. Estoy manteniendo la atmósfera en el mismo nivel que en el resto de Perla.

—¿Podemos entrar? —preguntó Wolf.

—Entren, por favor, pero prepárense para un shock. Quizás usted crea que ya no puede sorprenderse más, señor Wolf, pero no sé si ocurre lo mismo con el señor Creen.

—¿Pero dónde están Capman y Larsen?

—Lejos de aquí. Señor Wolf, la conversión de John Larsen en una forma alienígena fue totalmente imprevista. Añadió una nueva dimensión a una actividad que ya era bastante compleja. Pero también arrojó grandes beneficios. No soy yo quien debe explicarle muchas de nuestras actividades, sino Capman. Pero puedo revelarle una parte. Entren en el tanque.

Wolf y Creen se miraron, y al fin Bey se encogió de hombros.

—Yo entraré primero. No creo que haya ningún peligro. No sé qué vamos a ver, pero he visto de todo después de tantos años en Control de Formas.

Entraron en una cámara enorme. Abarcaba por lo menos la mitad de la esfera de metal. Bey buscó en vano instalaciones familiares. Al principio no encontraba nada reconocible. De pronto, lo que estaba mirando cobró sentido. Jadeó. Era un tanque, pero las proporciones de los módulos de servicio eran increíbles. Los tubos de circulación y alimentación eran descomunales, de dos metros de diámetro, y los conectores neurales eran gruesos conglomerados de guías de onda y densos manojos de fibra óptica. Bey buscó el origen de la voz, pero todo era una compleja serie de tinas interconectadas, cada cual con tamaño suficiente para albergar a varios hombres. No veía nada que le indicara dónde concentrar la atención.

—¿Dónde está usted? —preguntó al fin—. ¿En una de las tinas?

—Sí y no. —Ahora la voz parecía provenir de todas partes, y de nuevo hablaba con tono divertido—. Estoy en todas las tinas, señor Wolf. Este experimento ha durado mucho tiempo. Mi masa corporal total ya debe superar las cien toneladas, pero desde luego está distribuida en un amplio volumen.

El boquiabierto Green miraba con ojos desorbitados como los de una rana asustada. Bey supuso que su propia expresión debía de ser parecida.

—¿Es usted un ser humano o una especie de ordenador biológico? —preguntó al fin.

—Una buena pregunta, una pregunta que me ha preocupado bastante en los últimos años. Siento la tentación de responder que sí.

—¿Es usted ambas cosas? ¿Pero dónde está el cerebro? —preguntó Green.

—La parte orgánica está en el gran tanque que tienen frente a ustedes, en el extremo de la cámara. Se la distingue fácilmente por la cantidad de sensores que entran en él. La parte inorgánica, el ordenador, está en una red distribuida a través de casi toda la esfera. Como ven, Robert Capman ha demostrado que la idea de la interacción hombre-máquina puede ir mucho más lejos que un implante informático.

—¿Pero cómo…? —Wolf hizo una pausa. Su mente veía cien posibilidades nuevas y cien problemas nuevos—. Si aquí no hay nadie más —continuó—, ¿cómo obtiene usted los alimentos que necesita? ¿Y cómo puede revertir el cambio? Supongo que empezó con forma humana. —Se le ocurrió otra posibilidad perturbadora—. ¿Cómo llegó a ser así? ¿Lo hizo voluntariamente, o le obligaron a cobrar esta forma?

—Preguntas, preguntas. —La voz suspiró—. He prometido no dar respuesta a algunas de ellas. Si usted quiere respuestas, pídalas a Robert Capman. Pero puedo garantizarle que revertir el cambio sería muy difícil. Por otra parte, creo que cuando tal cosa llegue a interesarme ya estará totalmente desarrollada… y tal vez olvidada. Olvidémoslo por ahora. Por favor, dense la vuelta. La voz, a pesar de su origen extraño, sonaba alegre y racional, e incluso irónica. Cuando Wolf y Green se volvieron, una colorida pantalla se activó en la pared del tanque.

—Usted pregunta cómo recibo mis alimentos. De forma muy eficaz. Mi sistema de soporte vital es totalmente autónomo. Mire la pantalla y le brindaré una excursión guiada por Perla. Ahora nos dirigimos a la superficie interior.

La pantalla mostraba las imágenes captadas por una unidad de vídeo móvil que se desplazaba por uno de los cables que conducían a la pared interior del asteroide. Vistos desde cerca, los cables se revelaban como algo mucho más complejo que meros soportes. Incluían tubos, guías de comunicación y articulaciones flexibles donde se podían insertar otros cables. Cuando la unidad de vídeo se acercó a la pared, la imagen de la pantalla mostró algo más complejo que la superficie lisa y cristalina que se veía al principio. Algunas franjas eran más claras que el fondo y emitían una luz mucho más verde.

—¡Tanques de algas! —exclamó de pronto Park Green—. Similares a los de las Colonias de Libración. Pero éstos han de estar insertados en la superficie de Perla. Mira qué verde es la luz.

—Correcto —dijo la voz incorpórea—. Como ven, es muy cómodo tener un asteriode que la naturaleza diseñó casi para nuestro propósito. Las algas constituyen el origen de mi aire y mis alimentos. Configuramos un sistema cerrado que incluye todo el equipo de circulación. Los gradientes térmicos hacen todo el trabajo. Ya no es necesario que Capman, ni nadie más, esté aquí para brindarme sus servicios. Esa consola de control que ustedes vieron afuera ya no es necesaria aquí. De hecho, yo la controlo a través de la red informática. Todo el asteroide Perla es un medio ambiente autónomo.

Una larga experiencia había habituado a Bey a casi todas las formas concebibles, pero Park Green se sentía bastante incómodo ante lo que oía y veía. Parecía horrorizado por las implicaciones de la conversación.

—Capman le hizo esto, ¿eh? —estalló al fin—. Sin duda él sabía qué estaba creando. Usted no puede moverse de Perla, y no puede revertir el cambio. Ni siquiera tiene a nadie con quien hablar o relacionarse. Sea usted lo que haya sido, ¿no entiende lo que le hizo Capman? ¿No sabía que él es un asesino? ¿Cómo puede soportarlo?

—Aún más preguntas. —Por primera vez, la voz sonó irritada—. Mi nombre, a propósito, es Mestel. No necesito la piedad de nadie. En cuanto a sus otros comentarios, debo señalarle que usted está totalmente cautivo en su cuerpo, al menos tanto como yo en el mío. ¿Quién no lo está? Y yo poseo cierto control sobre mis movimientos, cuidados y protección de los que usted carece. ¿Cómo puede usted soportarlo?

—¿Movimiento? —Bey no dejó pasar esa palabra—. ¿Se refiere a un movimiento delegado, a través de los sensores remotos?

—No… aunque también tengo eso. Me refiero al movimiento físico. Espere y vea, señor Wolf. Admito mi sujeción a Perla por un período indefinido. ¿Pero por qué hemos de considerarlo una desventaja? Si he de creer los noticiarios que he captado en las últimas semanas, Perla quizá sea pronto el único lugar donde quede un nivel decente de civilización. ¿O el viejo Laszlo se ha vuelto aún más pesimista que de costumbre?

»Basta de echarla. —La voz de Mestel se volvió más drástica—. Tal vez echo de menos las conversaciones sin demoras temporales. Ahora debo cumplir otro deber. Esperaba la llegada de ustedes, pero no sabía cuándo llegarían ni cuántos serían. Pensé que usted vendría solo, señor Wolf. Robert Capman creía que el señor Green también vendría, y John Larsen insistió en ello. —Un curioso ruido amplificado salió del altavoz. Mestel había carraspeado—. No sé cómo está configurada la forma logiana, pero posee un notable intelecto. Con toda la asistencia informática que está incorporada en mí, creo superar a todos salvo a Capman. Otros son talentosos, pero él trasciende la experiencia normal. Ahora parece que Larsen nos supera a ambos.

—Tengo la misma sensación —dijo Bey—. Conocí a John muy bien antes del cambio, y sin rudeza puedo afirmar que no era un gran intelecto. Ahora es algo especial. Robert Capman siempre ha sido algo especial.

—Conozco su opinión. Ahora permítame hacer una pregunta que sólo usted puede responder. Usted ha perseguido a Capman desde que lo conoció, día y noche, año tras año. Si desea perseguirlo más, ahora correrá un gran riesgo. Además estará alejado de la Tierra muchos meses. ¿Está dispuesto a continuar?

—Espere un minuto —dijo Green—. ¿Y qué hay de mí? He participado en esto desde el principio, al menos desde que aparecieron las formas logianas. No pienso ser excluido.

—Usted no será excluido, señor Green. Usted y yo, por nuestros pecados, nos embarcaremos en otra misión. Es una misión crucial y exigente, pero no incluye una reunión con Robert Capman. Ese encuentro no es necesario para nosotros. Pero hay razones por las cuales Behrooz Wolf necesita una nueva reunión con Larsen y Capman.

Wolf escuchaba atentamente. Estaba intrigado por la entonación de Mestel y por el estilo algo anticuado y formal de las frases. De nuevo miró el tanque. Aparte del mero tamaño, revelaba un gusto individual en la disposición, un poco distinta de la habitual.

—Mestel —preguntó—, ¿la disposición de este sitio es obra de usted o de Capman?

—Capman y una cuadrilla se encargaron del trabajo físico. Eso fue antes de que yo tuviera pleno control del equipo de control remoto, así que aún necesitaba ayuda. Ahora podría hacerlo todo con mis servomecanismos. Pero yo hice las especificaciones… A Robert nunca le importó mucho el entorno. Vivía dentro de su cabeza.

Wolf cabeceaba satisfecho.

—Entonces me gustaría hacerle sólo un par de preguntas más. ¿Qué edad tiene usted? ¿Es varón o mujer?

Green miró atónito a Wolf. Pero Mestel se reía de buena gana. Un torrente musical de sonido brotó por cien altavoces dentro del gran tanque.

—¿Varón o mujer? Vamos, señor Wolf, ¿no es obvio que esa pregunta es ahora meramente académica? Supongo que usted quiere preguntar si mi forma original era masculina o femenina. Muy perspicaz. Mi nombre es Betha Mestel, y durante muchos años fui mujer… pero por suerte nunca fui una dama. Robert Capman me dijo que usted tiene un talento incomparable para interpretar una forma externa. Veo que no exageraba. ¿Puede usted ir más lejos? A partir de lo que he dicho, ¿le agradaría intentar nuevas deducciones?

Bey cabeceaba pensativamente, los ojos oscuros ocultos por los párpados entornados.

—Betha no es un nombre muy usado en la actualidad. Estuvo de moda hace ciento veinte años, y usted dijo que era una vieja amistad de Capman. —Hizo un pausa—. Creo que empiezo a ver muchas cosas que debieron resultarme obvias hace mucho tiempo. ¿Es posible que usted…?

—Nunca, como decían en los viejos días, preguntes la edad a una mujer. —La voz de Betha Mestel era intensa a pesar del tono coqueto—. Como usted sospecha, la respuesta nos llevaría lejos. Debo insistir en mi pregunta: señor Wolf, ¿está dispuesto a correr los riesgos que entrañaría una reunión con Robert Capman?

—Pues claro —dijo Wolf con firmeza. Las implicaciones de las palabras de Betha Mestel habían afianzado su resolución—. ¿Cómo llegaré a él?

Wolf calló. De pronto el extremo de la sala se volvió borroso, una mancha de color ante sus ojos.

—Yo lo llevaré allí. El señor Green y yo no iremos con usted. Tenemos una tarea que cumplir en el sistema interior. —La voz era más queda y lejana—. Pido disculpas por lo que está a punto de suceder. También hay buenas razones para esto. Relájense, ambos.

Ni Park Green ni Bey Wolf habían oído la última frase de Mestel. Dos aparatos se acercaron y llevaron a los dos hombres desvanecidos a la sala de control.


Cien millones de kilómetros por encima de la eclíptica, el aislamiento era más profundo que en cualquier parte en el plano de los planetas. Ningún observador miraba a Perla mientras el asteroide se desplazaba en su circuito de tres años alrededor del Sol. El objeto habitado más próximo era Horus, con su colonia minera de cincuenta hombres. Ese grupo estaba demasiado atareado para dedicar el tiempo a mirar el firmamento. En todo caso, a treinta millones de kilómetros de distancia, Perla estaba en el límite de resolución de sus mejores telescopios.

Nadie vio cómo se abría la gran compuerta al lado del iris de Perla, ni la nave que salía de allí como un pececillo brillante abandonando la cavidad rocosa que le servía de refugio. La nave bajó en caída libre hasta que estuvo a buena distancia del asteroide. Luego se encendió el motor de fusión. La nave empezó a zambullirse hacia la eclíptica en una trayectoria que la llevaría aún más lejos del Sol. Su único pasajero no sabía nada sobre el movimiento. Estaba encerrado en las honduras del tanque de cambio de forma que había en el centro de la nave.

Poco después, los servomecanismos salieron de la compuerta más pequeña de Perla. Fueron hasta la nave donde habían llegado Bey Wolf y Park Green. Había permanecido cerca de la superficie de Perla, y los propulsores auxiliares hacían los pequeños ajustes necesarios para mantenerla exactamente a cincuenta metros del asteroide. Los servomecanismos la desplazaron con suavidad hacia la compuerta, eliminando electrónicamente la secuencia de mandos que mantenía la nave en esa posición. Una vez dentro, la nave quedó amarrada por los cables que serpenteaban por el interior alumbrado tenuemente.

Las corrientes empezaron a circular por puntales y cables superconductores. La configuración interior de Perla se volvió rígida, constreñida por los intensos campos electromagnéticos. Cuando los campos se estabilizaron, la compuerta principal volvió a abrirse para revelar un núcleo energético blindado, mantenido en posición por los mismos y potentes controles.

La unidad de propulsión se activó e inyectó plasma en la ergosfera del núcleo. El plasma recogió energía y brotó como un torrente de partículas de velocidad altamente relativista. Poco a poco alteró la órbita de Perla, cambiando la orientación y la inclinación del eje.

Betha Mestel se mudaba.

22

Habían añadido una sustancia al aire. Asfanil, a juzgar por la falta de efectos laterales. No había jaqueca ni estómago revuelto. Y sin embargo…

Bey Wolf arrugó el entrecejo. Algo no estaba bien del todo. Se pasó la lengua por el labio superior. Tenía un ligero sabor. No, no un sabor, sino una sensación pegajosa. Inhaló más profundamente, y un aire caliente le llenó los pulmones. Al fin se animó a abrir los ojos.

De pronto estuvo totalmente despierto. Aún estaba sentado en el tanque, pero la larga experiencia le indicaba que el proceso ya estaba terminado. El cambio estaba completo. Los monitores estaban quietos, los electrodos permanecían inactivos contra su piel.

Alarmado, Bey tendió la mano. Se la miró atentamente. Normal, excepto por el color, y eso era efecto de la iluminación. Respiró de nuevo, un poco aliviado, un poco defraudado, y miró las extrañas lámparas azuladas que tenía encima.

Ya no estaba en Perla. Eso le resultó obvio en cuanto salió del tanque. Estaba a bordo de una nave. Quizá fuera la nave que habían visto en el interior de Perla, pero lo que veía por las ventanillas era el espacio abierto, no la reluciente superficie interior del asteroide.

No estaba en Perla, y le habían cambiado la forma. ¿A cuál?

Bey hizo un inventario de su cuerpo y no halló ningún cambio. Se sentó junto a la ventanilla para reflexionar. Su cuerpo era el mismo, pero sus sentidos habían cambiado sutilmente. El ruido de los motores de la nave era extraño, un chillido agudo de potencia en el límite de su capacidad auditiva. Era muy distinto del familiar ronroneo de un motor de fusión. Miró a popa. El equipo era bastante convencional, y no podía creer que Capman y Betha Mestel hubieran inventado un sistema de propulsión totalmente nuevo.

Wolf miró hacia fuera entornando los ojos. ¿Dónde estaba? ¿Dónde estaban Perla, Betha Mestel, Park Green?

Encendió las demás pantallas y trató de hacerse una idea del rumbo que llevaba. El Sol era el primer punto de referencia. Estaba muy a popa, muy reducido en brillo y tamaño. El color había cambiado: era un intenso azul violáceo. Lo miró perplejo. ¿Era el Sol? Parecía una estrella extraña y remota.

Bey buscó más información. A través de una pantalla lateral se veía un planeta brillante, muy cerca de la nave. Sin duda era Júpiter: pero el color tampoco era correcto. La nave lo sobrevolaba velozmente, usando el campo gravitatorio del planeta para cobrar impulso, y el planeta estaba a sólo unos millones de kilómetros. Bey activó la magnificación de pantalla con manos extrañamente torpes, concentrándose en los satélites que giraban en órbita del brillante planeta primario.

Era Júpiter, sin duda. Allí estaban los cuatro satélites galileos, claramente visibles, y la mancha roja, que había cobrado un extraño color verde lima. Miró en silencio unos minutos. La gran masa del planeta estaba a punto de ocultar a lo. La separación angular del satélite respecto del planeta decrecía paulatinamente. Poco antes de que lo se perdiera de vista, Bey se irguió en el asiento. Miró de nuevo el Sol y las lámparas de la nave. De pronto comprendió qué había ocurrido. Soltó un juramento. Tendría que haberlo entendido tiempo atrás. Miró el aparato de navegación que había junto a la pantalla. Sospechaba qué encontraría como punto final de la trayectoria calculada.


La vigilancia en Cara Oculta solía ser tranquila. No había fiestas, ni gente, ni siquiera personajes importantes cuya visita constituyera un irritante alivio frente al tedio. Tem Grad y Alfeo Masti habían montado guardia tres veces en cuatro meses, y empezaban a sospechar que el selector aleatorio de turnos estaba programado contra ellos. Después de recalibrar las grandes antenas al principio del período de residencia, no quedaba ninguna actividad para los catorce días restantes, salvo algún mensaje ocasional de un amigo del sistema exterior cuando, como ahora, Cara Visible enfrentaba el Sol.

Habían agotado los habituales pasatiempos dejados por anteriores oficiales de guardia las primeras dos veces que los habían asignado a Cara Oculta. Eran bastante pocos, y no muy cautivadores. Ahora se habían retirado a lugares opuestos de la sala de monitorización, Tem para escuchar música y Alfeo para jugar al bridge con el ordenador. Alfeo no lo pasaba muy bien. Se estaba exasperando con la máquina. Se suponía que debía sintonizar el juego para que los otros tres participantes representaran jugadores del nivel de habilidad de Alfeo. En cambio, lo estaban exterminando, y ni siquiera podía maldecir a su compañero con algún placer. Al cabo de dos horas, miraba sombríamente la pantalla temiendo que las manos aleatorias que generaba el ordenador fueran tan sospechosas como el sistema de selección para los turnos de guardia en Cara Oculta.

Sintió sorpresa y alivio cuando el monitor de comunicaciones emitió su suave llamada de atención. Una nave se acercaba a Cara Oculta, pidiendo una confirmación de trayectoria mientras se aproximaba a la Luna. A esa altura del mes, tenía que venir de Marte o de un punto más lejano. Alfeo apretó el botón que cancelaba la partida que iba perdiendo y activó la pantalla de despliegue. El ordenador emitió un tenue zumbido de cambio de periféricos, como un murmullo de protesta ante la poca caballerosidad de Alfeo, que se retiraba cuando iba perdiendo.

Tardó unos segundos en presentar una imagen de la nave. El ordenador tomó información sobre la distancia a partir del corrimiento Doppler de las señales en las bandas de comunicaciones, la usó para computar una posición relativa y apuntó el telescopio principal hacia la nave que se acercaba.

Cuando la imagen de una reluciente esfera blanca apareció en la pantalla, Alfeo la miró con interés. No parecía ser uno de los cargueros habituales. Miró de soslayo los datos que daban la distancia de la nave. Frunció el ceño, jadeó y miró de nuevo la imagen.

—Tem —resolló—, ven aquí. Se acerca una nave, y según estas lecturas es un verdadero monstruo. La pantalla indica que subtiende a más de seis segundos de arco sobre la estación, y todavía está a más de sesenta mil kilómetros. Fíjate si puedes encontrarla en el registro.

Tem Grad se levantó sin prisa y se acercó a la pantalla.

—Tienes mareo estelar, Alfeo. Seis segundos a sesenta mil kilómetros significaría dos mil metros de diámetro. La mayor nave del registro Lloyd’s tiene sólo trescientos metros. Estás leyendo mal los datos.

Alfeo no se dignó a responder. Simplemente señaló con el pulgar la pantalla que tenía al lado. Grad la miró, vio las cifras. Miró de nuevo. Su expresión cambió abruptamente.

—Fíjate si tiene un canal de voz activo, Alfeo. Creo que tenemos un alienígena ahí —exclamó excitadamente.

Por toda la Tierra, la FEU y el sistema solar corrían rumores acerca de alienígenas desde que la Oficina de Control de Formas de la Tierra había emitido discretos y crípticos anuncios sobre la metamorfosis de John Larsen. Se habían hecho las conjeturas más extravagantes. Con tan pocos anuncios oficiales, los medios de comunicación habían vuelto a las historias sobre los Monstruos de las Marianas, sondeando las fuentes de Guam en busca de algo sugerente.

Cuando se completó el enlace de audio y vídeo, Tem activó el canal de comunicaciones. Una cara regordeta y aniñada apareció de pronto en la pantalla.

—Oye, lo conozco —dijo Alfeo—. Fuimos juntos a estudiar supervivencia en vacío terciario. ¿Recuerdas los cursos en Hiparco? No es un alienígena.

Tem le pidió silencio. El circuito vocal había hecho los ajustes para el corrimiento Doppler y ahora sintonizaba correctamente la frecuencia de emisión de la nave.

—Habla Perla. Requiero aprobación de trayectoria de aproximación y asignación de órbita de aparcamiento, en la ecuatorial de la Tierra —dijo el holograma de Green—. Repito, habla Perla. Cara Oculta, por favor, reconozca señal y confirme órbita.

Alfeo activó el segundo circuito, permitiendo que el ordenador enviara un mensaje de aceptación y un enlace de vídeo mientras Alfeo y Tem trabajaban en la consola.

—Aceptación recibida —dijo Green al cabo de un instante. Luego parpadeó y se reclinó en el asiento, obviamente mirando su propia pantalla—. ¿Alfeo? ¿Alfeo Massey? ¿Qué haces en Cara Oculta?

—No sé. Penitencia, tal vez —dijo Alfeo—. Y es Masti, no Massey. Tú eres Park, ¿verdad? Park Green. Pero tengo una pregunta mejor. ¿Qué haces en esa nave? No figura en la lista de Lloyd’s, y tiene un aspecto muy raro.

—Cuidado con lo que dices, hijo —dijo una voz nueva en el circuito—. Recuerda que cada cosa es bonita a su manera. Mira, Park y tú podéis charlar más tarde. Necesitamos un circuito de máxima prioridad para comunicarnos con Laszlo Dolmetsch. ¿Está en la Tierra o en la Luna?

Grad se abstuvo de hacer preguntas, notando el tono de urgencia y autoridad de la voz desconocida.

—Por lo que sé, está en la Tierra —respondió—. La última noticia que tuve es de hace una semana. Intentaré encontrarlo. Entretanto, os daré una senda que os llevará a órbita terrestre baja, perigeo ochocientos kilómetros, inclinación cero. No sé si obtendréis permiso de aterrizaje. Con la emergencia que hay allá, sólo podemos transmitir tráfico de máxima prioridad.

—Sabemos que las cosas andan mal. Los noticiarios que oímos por el camino estaban llenos de embustes. —Las cuatro décimas de segundo de demora entre Perla y Estación Cara Oculta decrecían a medida que la nave se acercaba a la Luna—. De todos modos, Betha no puede aterrizar en la Tierra. No está preparada para eso.

—¿Cuál es el problema? —preguntó Alfeo—. ¿Necesita un traje especial? Os pueden enviar uno desde las Colonias de Libración si estáis dispuestos a esperar un día. ¿Pero dónde está Betha? —Miró atentamente la pantalla—. Sólo recibimos tu imagen, Park.

—Necesitaría un traje especial, ya lo creo —dijo Mestel—. Pero os garantizo que no habrá ninguno que me quede bien. ¿Cómo anda ese circuito con Dolmetsch? ¿Ya lo tenéis?

Alfeo miró los datos del ordenador.

—Sabemos dónde está ahora. Está en la Tierra, en una reunión de los coordinadores generales. No tengo los códigos de prioridad que me permitirían interrumpir una de esas sesiones. Puedo enviarle un mensaje breve, y eso es todo. No tengo modo de daros una comunicación bidireccional a menos que él desee iniciarla desde allí.

—Correcto. Envíale este mensaje —dijo la voz invisible—. Es bastante breve. Dile que habla Proyecto Pez Con Pulmones, Fase Dos.

—Proyecto Pez Con Pulmones —dijo Tem, estableciendo una segunda conexión—. De acuerdo. ¿Pero cuál es el mensaje?

—Eso es todo lo que necesitáis. Acudirá al circuito deprisa, a menos que se desmaye de sorpresa.

—¿Pero quién eres? —insistió Tem, sin poder contener la curiosidad—. ¿Ni siquiera quieres dar el nombre? ¿Sois amigos?

—Fuimos amigos mucho antes de que a vosotros dos os salieran los dientes. Pero hace tiempo que no lo veo, y he cambiado un poco. Si podéis enviarle un vídeo con el mensaje, mostradle una imagen de Perla. No tiene sentido mandarle esta señal de vídeo.

—¿Darle una imagen de la nave? —preguntó dubitativamente Alteo—. No se parece a ninguna nave del registro. Creía conocer todos los tipos, pero no hay nada que tenga vuestra forma y tamaño. ¿Qué unidades de propulsión tenéis? Deben ser especiales.

—Son núcleos energéticos —dijo Park Green—, con alimentación de plasma McAndrew. Es similar a la de los cargueros de Titán, pero todo el ensamblaje es interno en vez de externo. Perla empezó como una formación natural. Fue un asteroide del Cúmulo Egipcio.

Los dos hombres de Cara Oculta miraron de nuevo la imagen de la pantalla, luego se miraron entre sí.

—Supongo que eso tiene sentido —dijo Tem Grad—. En tal caso, Alfeo, constaría en la lista de cuerpos naturales, no en Lloyd’s. Aun así, nunca vi un asteroide con ese aspecto. —Se volvió hacia la pantalla—. Tendríais que haber solicitado una reclasificación, tal como se hizo cuando pusieron propulsores en Icaro para la cuchara solar. Tu clasificación actual sería la de pasajero interplanetario.

—No creas —dijo Betha Mestel—. Por lo pronto, hay un solo pasajero… yo soy tripulante. Además, en cuanto me comunique con el viejo Laszlo y me asegure de que actuará siguiendo nuestras indicaciones, la situación de Perla cambiará de nuevo. Será interestelar, no interplanetaria.

—¿Qué diablos es todo esto? —interrumpió una voz impaciente en el nuevo circuito—. Si es una broma, tendrán ustedes que responder ante los coordinadores generales. ¿Quién envió ese mensaje sobre Proyecto Pez Con Pulmones?

Alfeo se volvió nerviosamente hacia la pantalla donde estaba la furiosa cara de Dolmetsch.

—Habla Estación Cara Oculta, señor. Tenemos un enlace de vídeo directo con Perla, ex asteroide del Cúmulo Egipcio, y ahora nave interplanetaria. Mejor dicho, interestelar. —Se sofocó un poco al decir las palabras y miró hacia la otra pantalla en busca de apoyo moral—. Solicitaron un enlace prioritario con la oficina de los coordinadores generales y pidieron que le enviáramos a usted ese mensaje.

Había una pausa perceptible mientras los mensajes iban desde Cara Oculta, a través de un relé lunar de órbita baja, hasta la Tierra, por intermedio del relé L-5, y luego volvían por el mismo camino. Dolmetsch puso una cara digna de verse cuando vio la reluciente esfera en la pantalla. Expresó confusión, alarma y al fin excitación.

—¿Es Betha? —exclamó—. ¿Dónde estás? La imagen que recibo no puede estar en el Cúmulo, es demasiado nítida.

—Me mudé, Laszlo. Planeábamos hacerlo dentro de un par de años, pero tuvimos que adelantarnos. Te imaginarás por qué: la situación de la Tierra, con el colapso económico y los cambios logianos de John Larsen. En este momento Perla vuela alrededor de la Luna, y la dirijo a una órbita terrestre baja.

Dolmetsch cabeceó melancólicamente. Con su gran nariz ganchuda, parecía un ave de presa lista para lanzarse sobre su víctima.

—Tienes razón en cuanto a la situación de aquí —suspiró—. Está empeorando a cada momento. Incluso hemos desistido de mantenerla en secreto. Estamos utilizando todas las correcciones empíricas que conozco, pero es como un montoncito de arena contra una marejada. ¿Está Robert allí?

—No. Ya ha iniciado su otra misión. Mira, Laszlo, sabes que no puedo viajar a la Tierra. Todos los cambios aún van bien, y estoy iniciando la Fase Dos. Hemos escogido una estrella. No puedo acercarme a una superficie planetaria con esta forma. Pero Robert y yo entendemos que mi aspecto podría ser el único modo de persuadirte de que actúes de acuerdo con la información que queremos darte.

—¿Quién es Robert? —le preguntó Alfeo a Tem en voz baja—. ¿No me decías, hace unas horas, que nada interesante ocurre cuando montas guardia en Cara Oculta?

—Sube y adopta nuestra órbita —continuó Betha Mestel—. Luego entra en Perla. Trae contigo a los coordinadores generales, tantos como quieras. Habrá que persuadirlos aún más que a ti. El hombre que está conmigo, Park Green, regresará a la Tierra contigo. Tiene todos los materiales que Robert dejó aquí… y llevará consigo la teoría general de la estabilización.

Dolmetsch hizo una pausa más larga de lo habitual. Cuando habló, su voz sonaba cauta y recelosa.

—Betha, nos conocemos desde hace mucho tiempo para mentirnos, pero creo que puedes estar en un gran error. Sabes con cuánto empeño hemos buscado una teoría general. Te lo he dicho muchas veces, pero lo repetiré. El trabajo que he realizado ha sido innegablemente útil, pero a lo sumo he sido un Kepler o un Paraday. Aún estamos esperando al Newton o al Maxwell que integre todos mis datos empíricos con algunas explicaciones fundamentales, leyes matemáticas que lo correlacionen todo. Ahora me dices que la tenemos, justo cuando más la necesitamos. Me cuesta aceptar tamaña coincidencia. ¿Me estás diciendo que ese individuo, Green, elaboró la teoría general de buenas a primeras?

—No. Él no es un teórico de la economía. Ni siquiera conoce lo más elemental. Laszlo, en los últimos dos meses aprendí algo, y tú también tendrás que aprenderlo. En el sistema solar hay ahora un intelecto en comparación con el cual Robert y tú sois dos chiquillos. A partir de lo que ya sabía de tu trabajo, vio cómo pasar a las leyes subyacentes. Tardó sólo unas semanas en hacerlo.

—¡Semanas! —exclamó Dolmetsch, aún más escéptico—. Y nosotros hemos trabajado en ello durante años… Me gustaría conocer a tu superhombre. Y quiero ver esa teoría, en detalle, antes de aceptarla o utilizarla.

—Ya lo conoces, pero ahora no podrás verlo. Te mostraré la teoría cuando vengas aquí. Llega al extremo de definir el conjunto de medidas correctivas que necesitas para detener las oscilaciones económicas.

—Betha, eso es imposible, con teoría general o sin ella. Tienes que tratar la causa, no los síntomas. Tenemos que saber qué factor activó las nuevas oscilaciones.

—Lo sé. Tú también lo comprenderás cuando veas las pruebas formales. Podemos decirte qué factor las desencadenó, y podrás comprobarlo personalmente. La raíz de los problemas empezó el día del primer rumor de que habíamos establecido contacto con alienígenas. En otras palabras, el día en que John Larsen adoptó la forma logiana.

Dolmetsch reflexionó.

—Es verdad —dijo a regañadientes—. Empezó ese día, y ha empeorado cada vez más. Continúa, Betha.

—Tú puedes continuar. ¿Cuál es la causa más probable de las inestabilidades?

—La perturbación psicológica. —Dolmetsch frunció el ceño, concentrándose—. Siempre hemos sospechado que un cambio básico de actitudes sería el punto de arranque de una inestabilidad generalizada. ¿Dices que los rumores sobre Larsen fueron el comienzo? Quizá. La gente cambiaría de opinión sobre muchas cosas si pensara que hay alienígenas aquí. La xenofobia es siempre una fuerza poderosa, y en la Tierra ya hay habladurías sobre inmortalidad y superinteligencia.

Negó con la cabeza, y continuó:

—Betha, me agradaría creerte, pero no parece demasiado probable que la teoría general nos traiga la solución justo cuando la necesitamos.

—Sería coincidencia si los dos acontecimientos fueran independientes. No lo son. En verdad son el mismo. La forma logiana desencadenó la inestabilidad y también creó la inteligencia capaz de comprenderla y desarrollar medidas para solucionarla. No hay coincidencia, sino consecuencia. Hubo una causa básica para ambos acontecimientos: el cambio a la forma logiana.

Mientras continuaba la conversación, Perla trazaba círculos cada vez más grandes alrededor de la Luna, buscando una senda de aproximación a una órbita terrestre. Cuando la geometría lo permitió, el enlace con la Tierra fue encauzado automáticamente por un camino alternativo a través de un relé L-5, y la recepción de las señales comenzó a esfumarse en Cara Oculta. Tem y Alfeo se arquearon sobre la pantalla, aguzando el oído para captar esas voces cada vez más débiles.

—Estaré allá arriba cuando llegues —dijo Dolmetsch. La voz era firme, y parecía haber tomado una decisión—. Sabes que aquí la situación es grave. Si espero demasiado para iniciar las nuevas correcciones, quizá sea demasiado tarde. ¿Puedes enviarme algo mientras te aproximas, para que pueda poner alguna medida en marcha antes de salirte al encuentro?

—Desde luego. Empezaremos a enviar datos por otro circuito en cuanto puedas abrir uno.

La distorsión de la señal recibida en Cara Oculta crecía deprisa. Alfeo había sintonizado ganancia máxima, pero las voces se perdían.

El horizonte lunar interceptaba la transmisión a la antena de Cara Oculta.

—¿Y dónde está ahora Robert Capman? —preguntó Laszlo Dolmetsch.

Su voz era un débil susurro en el ruido de fondo.

Tem y Alfeo se agacharon junto a la consola, esperando la respuesta de Mestel.

—¿Qué dijo? —susurró Tem.

Alfeo sacudió la cabeza. Sólo oían el siseo amplificado de la estática interplanetaria, los chirridos y crujidos de los soles y los planetas.

La respuesta de Betha Mestel se había perdido para siempre en el mar universal de las emisiones radiales.

Montar guardia en Cara Oculta, cuando no era aburrido, podía ser muy irritante.

23

Fuera de la órbita de Júpiter el sistema solar funcionaba con otro ritmo, una nueva dimensión de tiempo y espacio. Saturno, a sólo quince millones de kilómetros delante de la nave pero a casi mil quinientos millones de kilómetros del Sol, palpitaba treinta veces más despacio que la Tierra en su majestuosa revolución alrededor del Sol. El gran planeta, aun a esa distancia, se veía cuatro veces mayor que la Luna vista desde la Tierra. Desde el ángulo de aproximación de Bey, los anillos hacían que el planeta aparentara casi el doble de anchura. Bey miró el indicador que señalaba el tiempo que faltaba para el contacto. Faltaban sólo varios días de a bordo, y no estaba seguro de la velocidad del proceso de inversión de cambio. Sospechaba que sería rápido. La sofisticación del equipo de cambio de forma de la nave era un orden de magnitud mayor que el de la mayoría de las instalaciones comerciales, y muchos de los programas de la biblioteca le resultaban desconocidos. Aun así, sería mejor entrar en el tanque un poco antes y no un poco después.

Capman lo esperaría. Ese no era el problema. Bey no quería aguardar más de lo necesario para oír las explicaciones de Capman y confirmar las ideas que durante mucho tiempo habían fermentado en su mente desde que había partido de la Tierra. Más tiempo, en realidad. Bey evocó su primera reacción, años antes, cuando John Larsen le habló del hígado no identificado.

El banco de datos de la nave, preparado por Betha Mestel, le había informado acerca de la misión de Perla, que llevaría a la Tierra las preciosas ecuaciones de estabilización. No le había dicho nada sobre su propia misión. Bey suspiró. Pronto la conocería.

Echó una última ojeada al planeta de los anillos, que crecía allá adelante, y al Sol, que aún tenía otro color y se había reducido a un punto brillante allá atrás. De mala gana, sabiendo que le esperaba un período tedioso en el tanque, Bey puso todos los controles de la nave en automático. Trepó lentamente al tanque del centro de la nave, invocó el programa necesario e inició el cambio.

Por suerte o por destreza, calculó bien el tiempo. Cuando salió del tanque, la gran mole de Saturno cubría el cielo como un globo moteado y estriado. El sistema de mantenimiento de trayectoria ya estaba operando. La nave había dejado atrás los satélites exteriores, desplazándose de Encelado a Mimas, y se dirigía hacia una órbita cautiva dentro del anillo más interno del planeta.

Bey miró de nuevo el Sol. Tenía un centésimo de su superficie habitual, pero ahora era el acostumbrado disco amarillo. El tono azul violáceo había desaparecido. Bey ya no sentía los labios pegajosos. Cuando extendió la mano hacia el panel de control, se sintió menos torpe. En el panel, la luz parpadeaba como una alarma.

Bey no estaba nervioso, o eso quería creer. La mano le temblaba, se dijo, por un efecto posterior del cambio de forma. La extendió hacia el botón de conexión. Tragó saliva y apretó el botón.

La pantalla presentó una estimación del rumbo y el alcance de la señal que le irradiaban. La otra nave estaba a menos de diez mil kilómetros, en una órbita descendente que la llevaría en una lenta espiral hacia la atmósfera superior de Saturno. Cuando la señal de vídeo apareció en la pantalla, Bey pudo examinar las instalaciones de la otra nave. Le resultaban poco familiares. No había tanque de cambio de forma ni muebles convencionales. Pero la figura agazapada sobre la consola del ordenador era muy familiar. No había modo de confundir ese torso macizo y esa piel gris y rugosa. Bey miró en silencio y al fin advirtió que el otro no notaba que lo observaban. El monitor debía de estar en otra parte de la consola.

—Bien, John —dijo Bey—. La última vez que te vi no esperaba que nos encontráramos aquí. Estamos bastante lejos de la Oficina de Control de Formas, ¿verdad?

La figura logiana se volvió hacia la cámara de vídeo y miró a Bey con sus ojos enormes y luminosos.

—Vamos, John —dijo Bey al no recibir respuesta—. Al menos podrías decir hola.

La ancha cara era inescrutable, pero al fin la cabeza y la parte superior del cuerpo se inclinaron y la boca con flecos se abrió.

—Un error natural de parte de usted, pero es mi culpa. No soy John Larsen, señor Wolf, sino Robert Capman. Bienvenido.

Mientras Bey aún se esforzaba por entender las implicaciones de lo que acababa de oír, el otro habló de nuevo.

—Me alegra ver que el cambio de forma que usted sufrió en el trayecto no le ha afectado. ¿Puedo preguntar cuánto tardó en advertir qué le habían hecho?

—¿Cuánto? —Bey reflexionó unos instantes—. Bien, supe que me habían cambiado en cuanto recobré la conciencia en el tanque, y supe que tenía que ser algo que afectaba los sentidos en cuanto vi el Sol, que había sufrido un corrimiento Doppler hacia el azul, por un factor grande. Y yo sabía que no podía ser real. La nave se alejaba del Sol en vez de ir hacia él, y en todo caso no iba tan deprisa. Pero no lo advertí enseguida, y tampoco lo advertí cuando noté que el ruido de los motores de la nave parecía sonar en otra frecuencia. No fui demasiado listo. Pero cuando vi Júpiter, el satélite lo se estaba ocultando. Noté que lo hacía a demasiada velocidad. Las leyes físicas son bastante inflexibles. Por lo tanto, tenía que ser yo. Era un cambio subjetivo de velocidad. Me habían desacelerado.

La forma logiana de Capman asentía despacio.

—¿Cuándo comprendió, pues, lo que había ocurrido?

—Supongo que diez minutos después de salir del tanque. Tendría que haberlo entendido antes… a fin de cuentas, ya sabía qué era el Proyecto Regulación Temporal. Desde que descubrimos su laboratorio subterráneo, he esperado encontrar formas con el ritmo temporal alterado, como me ocurrió a mí. No pensaba demasiado bien cuando sufrí el cambio de forma.

El logiano cabeceaba con otro ritmo. Bey ya sabía que eso era una sonrisa.

—Tal vez le interese saber, señor Wolf, que hice una pequeña apuesta con Betha Mestel antes de irme de Perla. Ella aseguró que usted tardaría mucho en advertir lo que le habían hecho. Pensaba que sólo lo comprendería cuando lo leyera en los bancos de datos de la nave. Yo no estaba de acuerdo. Dije que usted lo comprendería solo, y le aposté que ocurriría menos de dos horas después de que usted saliera del tanque.

Capman se frotó la protuberancia de debajo del pecho con una zarpa de tres dedos.

—Lo único que no decidimos, ahora que lo pienso, es un mecanismo por el cual yo pudiera recaudar los resultados de la apuesta. Han transcurrido tres meses desde que Betha Mestel pasó a Dolmetsch las ecuaciones de estabilización. Ahora Betha viaja fuera del sistema y no regresará en varios siglos. Pudo hacer esa apuesta con impunidad.

La apariencia y los cambios estructurales eran irrelevantes. Aún era el mismo Robert Capman. Bey estaba convencido de ello y volvió a captar la perspicacia del comentario que había hecho Capman poco después de su primer encuentro: ambos se reconocerían mutuamente a pesar de los cambios externos.

Antes de que Bey hablara de nuevo, un vivido relampagueo de color alumbró la pantalla frente a la consola de la otra nave.

—Un momento —dijo Capman. Enfrentó la pantalla de transmisión y mantuvo el cuerpo quieto. Por un segundo, el óvalo pectoral se convirtió en un desconcertante cuadro puntillista. De pronto recobró su color gris. Capman se volvió hacia Bey—. Lamento esta interrupción. Tenía que informar a John Larsen acerca de las novedades. Quería saber si usted ya había llegado. Está muy atareado preparándose para la entrada en la atmósfera, pero quiere establecer un enlace estándar de audio y vídeo para hablar con usted.

—¿Qué clase de enlace tiene usted con él? He visto los cambios de color en el panel pectoral de John, pero siempre un color por vez. Usted usó muchos elementos cromáticos.

Capman asintió moviendo la cabeza y el tronco.

—Eso fue para una transferencia rápida de información. No necesité mucho tiempo para explicar a John lo que estamos haciendo. Lo hemos llamado modalidad explosiva. Lo descubrimos poco después del cambio de John, pero quise utilizarlo como método especial para comunicarme con él, así que no lo mencionamos a nadie. Manipula información miles de veces más rápidamente que los métodos convencionales.

—¿Eso es literal o usted exagera? —preguntó Bey, incapaz de imaginar una transferencia de información tan rápida.

—No exagero. En todo caso, la cifra es modesta. Sospecho que los logianos se comunicaban así. Sólo usaban el habla cuando estaban en una situación en que no podían ver sus paneles pectorales. Es una mera cuestión de eficacia en la transferencia de datos. El panel pectoral logiano puede producir una mancha de color individual y bien definida de tres milímetros de lado, como ésta.

Un punto de luz anaranjada apareció de pronto en el panel pectoral de Capman, luego uno verde.

—Puedo usar cualquier color, desde el ultravioleta hasta el infrarrojo. El ojo logiano puede distinguir esa mancha a una distancia de dos metros. Ésa era probablemente la distancia natural de separación para una conversación logiana. Cada mancha puede modular su color de modo independiente. Así.

El par de puntos cambió de color, y por un instante el panel titiló con un patrón cambiante e iridiscente de colores. Pronto recobró el uniforme tono gris.

—Acabo de pasar los cambios cromáticos casi a velocidad máxima. Es muy fatigoso hacerlo durante más de unos segundos, aunque John resistió varios minutos cuando disponía de una masa de información urgente. Ahora, haga usted los cálculos. El panel de mi pecho es de cuarenta y cinco centímetros por treinta y cinco. Eso me permite usar dieciséis mil manchas como transmisores independientes de mensajes. Si John estuviera aquí, podría leerlos todos directamente. Sus ojos y su sistema nervioso central pueden resistir esa carga de datos. Si tuviéramos verdadera prisa, él se acercaría más, y yo reduciría el tamaño de las manchas a un milímetro de lado, que es el límite. La cantidad de canales se eleva así a cien mil, y cada uno puede manipular la misma carga que un circuito de voz. Sería un trabajo agotador para ambos, pero hemos intentado averiguar cuáles son los límites.

Bey meneaba la cabeza con tristeza.

—Sabía que tenía que haber algo extraño en el sistema de comunicaciones que usted instaló en ese tanque en la Tierra. No había razones para que tuviera tanta capacidad. Pero nunca sospeché nada como esto.

—Lo habría sospechado si lo hubiéramos usado en exceso. Era una de las cosas que me preocupaban cuando John recurría a esa modalidad para despachar información cuando yo estaba en Perla. ¿Alguien repararía en el enlace y se pondría a investigar? Creo que nadie lo hizo, pero como usted sabe no existe ninguna operación totalmente secreta. Siempre hay que enviar y almacenar datos, y en algún momento eso nos delata. John trató de ser cauto, pero aun así era un riesgo.

Bey se sentó en el banco junto a la pantalla.

—No sé quién podría haberlo descubierto. Yo traté de adivinar qué ocurría, y creo que sé una parte… pero sólo una parte. Supongo que John conoce toda la historia.

—La dedujo dos días después de cobrar la forma logiana. Su capacidad lógica había aumentado tanto que al principio yo no podía creerlo. Ahora la he observado también en mí.


Hubo otro destello de luz en la pantalla que Capman tenía enfrente.

—John entablará comunicación de audio en un par de minutos —dijo—. Está ocupado haciendo las revisiones finales de la nave.

—Usted dijo que entraría en la atmósfera. Pero no puede sobrevivir en Saturno. La forma que tiene está diseñada para Loge, y supongo que aún tiene esa forma.

—En efecto, pero no se preocupe. La nave en que viaja tiene ciertas características especiales, al igual que ésta. Usted puede ver la nave de Larsen desde aquí si mira hacia delante. Ya está en la atmósfera superior, y el motor de fusión está encendido.

Bey miró la pantalla de proa. Una estría fosforescente atravesaba la atmósfera superior del planeta. La estría se volvió más brillante. La nave se internaba en los gases tenues que se elevaban a gran altura sobre la superficie de Saturno. En pocos minutos más, la ionización interferiría con las comunicaciones de radio. Bey sintió alivio cuando la luz del segundo canal se encendió y una segunda imagen apareció en otra pantalla. Las dos formas logianas eran demasiado similares para que Bey las distinguiera a primera vista. Sin embargo, otros factores facilitaban la identificación. La segunda figura estaba festoneada con inyectores intravenosos y monitores electrónicos. Saludó alzando un brazo.

—Lamento no haber podido quedarme allá arriba para saludarte, Bey —dijo John Larsen—. Estamos operando con una ventana de entrada muy estrecha. Al descender quiero aproximarme cuanto pueda a determinado sitio del planeta. Hemos calculado el lugar óptimo, por la baja intensidad de los vientos y la turbulencia.

—John, no puedes sobrevivir allá abajo.

—Creo que sí. No tengo la intención de suicidarme. Esta nave ha sufrido modificaciones que nunca has visto. Monitorizará las condiciones externas y mantendrá en marcha los programas de cambio de forma que me permitirán adaptarme a ellas. La velocidad de descenso se puede controlar, así que puedo bajar muy despacio si es necesario. —La forma logiana de John Larsen hablaba con confianza y alegría—. Bien, Bey, has tenido tiempo de pensar durante el viaje. ¿Cuánto has podido deducir?

Bey miró las dos figuras, cada cual en su pantalla. —Los datos básicos sobre lo que ha sucedido en los últimos cuarenta años. Ahora los veo con claridad. Pero no tengo idea de los motivos. Supongo que tú sí los conoces, John.

—En efecto. Si te consuela en algo, me los tuvieron que decir. no creo que se puedan reducir a pura lógica.

—Estoy de acuerdo —interrumpió Capman—. Tendría usted que entender parte de la historia oculta de la Tierra para comprender por qué escogí ser considerado un asesino antes de dar a conocer la verdad sobre los experimentos. Siento curiosidad por saber hasta dónde lo ha llevado la lógica. ¿Qué sabe usted de mi trabajo?

—Sé que usted no es un asesino… pero tardé mucho en advertirlo. Ahora comprendo los cuatro proyectos. Proteo abarcaba las formas básicas para viajar al espacio, y Regulación Temporal era la forma que permite alterar el ritmo vital. Supe sobre ellos hace cuatro años. Supongo que Pez Con Pulmones es Betha Mestel. Ella está a punto de dirigirse a un nuevo ámbito… el espacio interestelar. ¿Cuánto tiempo estará allá?

Capman se encogió de hombros.

—No estamos seguros. Quizá doscientos o trescientos años. Siempre fue un espíritu independiente. Regresará cuando considere que es útil para ella. Perla, está diseñada para ser autónoma. La iluminación interna de fusión se encarga de alumbrar los tanques de algas cuando la luz solar es demasiado débil para hacerlas crecer… y Betha tiene una provisión del virus logiano por si se aburre con el potencial de su forma actual y quiere intentar un cambio.

—Espero estar para ver su regreso —dijo Bey—. Ahora creo que es una posibilidad real. ¿Sabes, John? No obedecí a mi primer instinto cuando me hablaste de ese hígado del Hospital Central. Al principio pensé que debía venir de una persona muy vieja, tan vieja que no había recibido la identificación cromosómica. Eso le hubiera dado más de cien años, y supuse que nadie usaría un hígado de cien años para un trasplante. Luego Morris nos dio una estimación de edad en el Departamento de Trasplantes, y eso revelaba un hígado joven. Eso parecía dar por tierra con mi idea original. Pero no era así. ¿Correcto?

—No era así —asintió Capman—. Como de costumbre, su instinto tenía razón.

—El único proyecto que no hemos explicado es el Proyecto Jano —continuó Bey—. Debí advertir que usted daba a los proyectos nombres relacionados con el trabajo que estaba haciendo. Y Jano era el dios bifronte, el que podía mirar hacia ambos lados. Usted había desarrollado un programa de cambio de forma que podía «mirar hacia ambos lados» en el tiempo. Podía adelantar o revertir el proceso de envejecimiento. El hígado que hallamos pertenecía a una persona muy vieja con la edad revertida por obra de su trabajo. ¿Correcto?

Los gruesos párpados ocultaban los grandes ojos de Capman, quien evocaba otro período de su vida, meciéndose lentamente en el asiento. Asintió.

—Pertenecía a una persona vieja. Peor aún, era un viejo amigo. No pude impedir que algunos de esos experimentos terminaran en fracasos.

Bey lo miró comprensivamente.

—No se culpe por los fracasos. No todas las cosas pueden tener éxito. Supongo que todas las personas que participaron en esos experimentos eran viejos amigos, pero conocían los riesgos, y no tenían nada que perder.

Capman asintió de nuevo.

—Todos habían llegado a un punto en que las máquinas de realimentación no podían mantenerlos en una condición saludable. Tenían una opción. Una muerte rápida y convencional o la oportunidad de arriesgar lo que les quedaba de vida en los experimentos. Como usted sabe, las compulsiones que utilizamos para alcanzar cambio de forma fueron extremas, pero aun así no siempre funcionaron. Permítame asegurarle que el conocimiento de que esas muertes eran inevitables no mitigó la pérdida. Cuando alguien moría en los experimentos, yo había matado a un viejo amigo. No había modo de rehuir esa sensación.

—Lo comprendo. Lo que no entiendo es por qué usted se negó a compartir la carga. Nadie que entendiera su trabajo lo habría culpado por lo que hacía. Los amigos de usted eran voluntarios. Eso es lo que no entiendo. ¿Por qué decidió mantenerlo todo en secreto, aun después del primer descubrimiento? ¿Por qué era necesario tener un laboratorio oculto, lejos de la Tierra?

Capman aún asentía pensativamente. Suspiró.

—Como usted dice, señor Wolf, ésa es la pregunta clave. En realidad, yo no tomé esa decisión. Soy conocido en todo el sistema como un asesino, el monstruo del siglo. No es el papel que buscaba. Me lo impusieron las circunstancias. Incluso podría argumentar que los verdaderos villanos son Laszlo Dolmetsch y Betha Melford. Pero no lo creo.

—¿Betha Melford? ¿Quiere usted decir Betha Mestel?

—La misma persona. Suelo llamarla por el nombre que tenía antes de su vinculación con Mestel.

—¿Qué opinas de ella, Bey? —intervino Larsen—. La habrás conocido en Perla.

—La conocí. Creo que es maravillosa, y no dejo de preguntarme cómo sería antes de los cambios de forma. Betha Melford. ¿Tiene algo que ver con los Melford?

—Es la única heredera sobreviviente de Ergan Melford. Cada vez que la CEB cobra derechos por cambio de forma, el dos por ciento va a Betha. —Capman hizo otra pausa, evocando brevemente el pasado—. La fusión con la fortuna de los Mestel la convirtió en la persona más influyente de la Tierra, pero ella siempre supo que era importante mantenerlo oculto.

—¿Y ahora ha renunciado a todo eso? —preguntó Bey.

—Renunció hace unos años. Betha tiene casi ciento treinta años, y cuando emprendimos los experimentos para revertir el envejecimiento no tenía modo de saber si sobreviviría. Sus intereses financieros son manejados por un pequeño grupo de personas de la Tierra y la FEU.

—¿Eso lo incluye a usted?

Capman asintió.

—Me incluye a mí… y a Dolmetsch. Como le decía, hay detalles históricos que usted debe conocer para entender lo que ha sucedido. Nada de esto se escribió nunca.

»Mi participación en ello empezó cuando yo era un joven estudiante que regresaba de Europa. Fui a trabajar a la Fundación Melford y conocí a Betha. Bey Wolf, si usted cree que en Perla era maravillosa, debió conocerla en la flor de la edad. Era alta y elegante, y tan sofisticada como para poner en su lugar a un joven engreído que creía saberlo todo. Le bastaba mover la cabeza plateada para hacerlo.

—¿Le hizo eso a usted? —exclamó Bey.

—En realidad pensaba más en Laszlo Dolmetsch. —Movió la cabeza en ese gesto sonriente—. Pero supongo que también vale para mí. Se preocupó por reunimos en una de sus fiestas. Insistió en que yo tomara un trago: «Como mecanismo de defensa», dijo, hasta que aprendiera qué hacer con las manos. Me presentó a la mitad de los ricos del planeta. Luego, cuando me ablandé, me llevó a la terraza. Allí estaba Laszlo Dolmetsch, a solas.

»“Laszlo —le dijo Betha—, te presento a Robert Capman. Al principio os odiaréis, pero tenéis que conoceros.”

»Dolmetsch no era muy distinto de lo que es ahora: nariz grande y protuberante, ojos hundidos. No sé cómo lo miré yo, pero él irguió la cabeza y me estudió con arrogancia.

»Betha Melford meneó la cabeza y comentó: “Os merecéis uno al otro. Sois igualmente desconsiderados. Bien, aprenderéis. Ahora iré adentro. Venid a buscarme cuando ya no soportéis la mutua compañía. Pero no antes.”

«Tardamos un rato en hablarnos. Nos costaba empezar, pero creo que ambos teníamos miedo de entrar y enfrentarnos a Betha. Ella producía ese efecto. Dolmetsch me preguntó si yo sabía algo sobre modelos econométricos. Yo no sabía nada. Le pregunté qué sabía sobre teoría del cambio de forma. “Nada”, dijo él. Sólo tocamos un terreno común cuando ambos nos pusimos a hablar de teoría de la catástrofe. Yo la había usado para bifurcaciones del cambio de forma; él la había incorporado a su teoría acerca de los efectos de la tecnología en los sistemas sociales. Después de eso no pudimos parar. Pasamos a la teoría de la representación, la estabilidad y los límites últimos de la tecnología. Betha vino a vernos mucho después del alba. Escuchó un par de minutos, y nosotros no le prestamos mayor atención. Al fin dijo: “Bien, me iré a dormir. Todos se fueron hace horas. Tenéis un desayuno caliente en el comedor del ala oeste, cuando os podáis despegar del asiento. Mañana, recordadme que os hable del Club Lunar.”

»Ése fue el principio. —La ancha cara alienígena comunicó el mensaje que Robert Capman aún evocaba a través de los años—. Después de esa primera noche comprendimos que temamos que trabajar juntos. Lo que hacíamos cambiaría la historia, para bien o para mal. Betha se cercioró de que nunca tuviéramos problemas con el dinero. Y en cuanto di una forma apropiada a mis ideas sobre el cambio de forma, las introdujimos en los programas de Dolmetsch que modelaron la economía de la Tierra y la FEU. Los resultados fueron deprimentes. La mayoría de los cambios que yo quería explorar eran desestabilizadores, y algunos eran totalmente catastróficos. El peor era la inversión del proceso de envejecimiento. Algunas personas vivirían un poco más, pero la economía se iría al traste en cuanto se difundiera la noticia.

—Pero aun así usted hizo los experimentos —dijo Bey.

Capman asintió.

—Ambos creíamos que había dos necesidades conflictivas. Había que estabilizar la Tierra, si era posible. Pero también teníamos una nueva frontera en el espacio, más de lo que la FEU podía ofrecer. Usted sabe lo que hicimos. Con la ayuda de Betha, pasamos a la clandestinidad. Ella financió las operaciones, y recibimos ayuda del resto del Club Lunar. Era un pequeño grupo de gente influyente que compartía una preocupación por el futuro. Seguían el modelo del Club Lunar que floreció en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVIII. La mayoría de ellas están muertas. Muchas murieron en los experimentos. Todas se ofrecieron voluntariamente en cuanto supieron que su muerte natural se acercaba.

Guardó silencio un rato. Larsen habló quedamente a Bey, activando un circuito de voz que no incluía la nave de Capman.

—Ha convivido con esto ochenta años, Bey, y todavía le afecta la muerte de los que se sometieron a la inversión del proceso de envejecimiento en los tanques. Dentro de unos minutos entraré en la atmósfera y perderemos contacto. Él necesita desahogarse.

—No entiendo. ¿Ochenta años, John? Sólo vimos pruebas que nos remitían a treinta años.

—Fue entonces cuando trasladaron a Perla la principal base de operaciones. Capman trasladó lo que quedaba a las instalaciones subterráneas del Hospital Central. Dolmetsch pensó que era un peligro aceptable, aun si se descubría. Calculó un efecto social limitado que a su juicio podía compensarse.

—John, ¿cuánto sabes de todo esto? ¿Crees que la teoría general de la estabilización funcionará?

—Dentro de ciertos límites. Aún no podemos difundir que es posible revertir el envejecimiento. Yo comprendo la mayor parte de esto. Ayudé a Capman cuando elaboraba la teoría, en estos meses. Pero no te equivoques, Bey. Sabes que mi mente ha cambiado desde que adopté la forma logiana, pero Capman también ha cambiado, y tú sabes dónde empezó él. Aún no puedo seguir sus pensamientos. No puedo describir la sensación que te da esta forma. Deberías adoptar el cambio y saberlo de primera mano.

Larsen dejó de hablar y miró la pantalla de su cabina de control.

—Pronto iniciaré la entrada y perderemos contacto radial. Lo reestableceré en unas horas. —Activó un circuito que también lo conectaba con la nave de Capman—. Sesenta segundos para oscurecimiento de señales.

—John —se apresuró a decir Bey—, aún no sé para qué bajas allí. Ha de ser muy arriesgado.

—Un poco. Menos de lo que crees, según nuestros cálculos. ¿Por qué bajamos allí? Vamos, Bey, usa tu imaginación. Creemos que hay vida allá abajo, y creemos que los humanos con forma logiana pueden vivir allí. Es nuestra segunda cabeza de puente, una superficie noventa veces superior a la terrestre. Si sobreviene el colapso, aunque esperamos que no sea así, necesitaremos otras opciones fuera de la Tierra.

La calidad de la transmisión se deterioraba rápidamente mientras la nave de Larsen se internaba en la atmósfera de Saturno. Larsen obviamente lo sabía. Alzó un grueso brazo y habló deprisa:

—Te veré pronto, Bey. Ven a zambullirte. El agua está buena.

Bey miró por la pantalla de proa. Una estela de gases ionizados relucían sobre Saturno detrás de la nave en descenso. Entrar era una hazaña. La gravedad de superficie de Saturno era similar a la terrestre pero, con una velocidad de escape más de tres veces superior, el desplazamiento hacia una órbita baja y desde ella era difícil para cualquier nave.

—No se preocupe, señor Wolf. —Capman había despertado de sus ensoñaciones y estudiaba la cara de Bey—. Nuestros cálculos han sido muy rigurosos. A menos que haya fuerzas desconocidas en la atmósfera inferior de Saturno, John Larsen corre muy poco peligro.

—¿Y usted se propone bajar también? —preguntó Bey.

—Quizá. Permítame responder a las preguntas implícitas en esa pregunta. Obviamente, podríamos haber intercambiado toda la información por enlace radial. ¿Por qué creí necesario traerle hasta Saturno para que pudiéramos hablar? A fin de cuentas, con mi forma actual es obvio que no podemos reunimos personalmente, aun si hubiera razones para ello…

—Suficiente —dijo Bey—. Quizá yo hubiera escogido otras palabras, pero el sentido es el mismo.

—Pues bien, ya que yo formulé la pregunta de usted, ¿quiere usted dar mi respuesta?

Bey sonrió.

—Hay una respuesta obvia. Usted quiere que yo participe en el experimento. Que adopte la forma logiana y descienda a la superficie de Saturno.

—¿Y después?

—Como decía, ésa es la respuesta obvia. A menos que esté perdiendo mi capacidad para leer entre líneas, no es toda la respuesta. Pero ignoro el resto.

Capman estaba sentado en su silla, inmóvil, los ojos fijos.

—No es simple —dijo—. Como muchas cosas, implica una elección. Dígame, al investigar mi pasado, ¿vio alguna vez un perfil psicológico?

Bey asintió.

.—Era viejo. De cuando usted era adolescente.

—Eso servirá. ¿Notó usted alguna peculiaridad?

—¿Bromea? Como bien sabe, era similar al mío… más similar de lo que yo habría creído posible. En cierto modo me pareció muy alentador. Usted tenía puntajes bajos en los mismos ítems que yo… inteligencia por ejemplo. Hasta ver su perfil, el mío siempre me preocupó un poco.

—Ninguno de nosotros encaja bien en los gráficos estándar—

—Dijo Capman, cabeceando con la sonrisa logiana—. Dudo que encaje en ellos con esta forma. Pero nosotros somos un poco diferentes… no mucho, pero lo suficiente como para despertarme la preocupación de que personas como nosotros no aprueben los tests de humanidad. Le interesará saber que usted aprobó apenas. Bien, en este momento es irrelevante. La escasez de gente, aun de gente como nosotros, no es el gran problema actual de la Tierra. Iré al grano. Lo traje aquí para ofrecerle una elección. Es una elección que no ofrecería a nadie más. En este caso puedo hacerlo sólo porque tenemos esa curiosa afinidad mental. Ambas alternativas exigen cierto autosacrificio.

Bey empezó a sentir cierta tensión, una sospecha que afloraba desde la base del cerebro.

—Adoptar la forma logiana y explorar Saturno…

Capman asintió.

—¿O bien?

—¿Regresar a la Tierra y seguir trabajando en el control de cambios de forma? Laszlo Dolmetsch y los demás necesitan consejos de alguien que conozca de veras la teoría. Si escojo Saturno, usted regresará a la Tierra.

—Correcto. Si usted opta por quedarse aquí, yo tomaré prestada su apariencia externa e iré a la Tierra. Uno de ambos tiene que estar allí. Nadie cuestionaría el regreso de Behrooz Wolf, ni su conocimiento del cambio de forma.

—Ha de ser obvio para usted que yo preferiría quedarme aquí. Las ventajas mentales de la forma logiana bastan para impulsarme a escoger esa alternativa.

—Lo sé —suspiró Capman—. Es innegable. Sólo puedo decirle que el regreso a la Tierra, con todos sus problemas, no sería definitivo. Cuando los problemas de la Tierra disminuyan, o ya no tengan remedio, o cuando usted encuentre y adiestre a un sucesor, el experimento de Saturno aún seguirá en pie. Habrá otro trabajo que hacer: Betha fue la primera de la serie Pez Con Pulmones, no la última. La decisión es de usted. Yo estoy preparado para cualquiera de ambos papeles.

—¿Cuánto más lejos se puede llevar el cambio de forma? Betha Mestel sugiere que estamos sólo en el comienzo.

—Así es. —Capman agachó la cabeza—. Empiezo a sospechar que la frontera que imponemos entre lo animado y lo inanimado es artificial. Si eso es cierto, el cambio de forma no tiene límite. Podemos concebir un ser consciente y racional grande como un planeta, o grande como una estrella. Debería tener una mezcla de componentes orgánicos e inorgánicos, tal como Betha; pero eso no presenta problemas lógicos. Tengo una pregunta más fundamental: ¿hasta qué punto el resultado dejaría de ser humano? Si nuestros tests de humanidad son válidos, toda combinación entre un humano, un alienígena y una máquina que pueda lograr el cambio de forma deliberado se debe considerar humano. Hay definiciones peores. Dígame, ¿ha tomado una decisión?

Bey calló varios minutos, mirando el nublado rostro de Saturno.

—Dígame —dijo al fin—, ¿recuerda cuando estábamos en la Cúpula del Placer, esperando que decidieran si nos dejarían hablar con las personas a cargo de las operaciones de cambio de forma?

—Lo recuerdo muy bien. ¿Por qué lo pregunta?

—Poco antes de que nos mostraran a Newton en el jardín de Woolsthorpe, hubo una escena de una cámara de torturas. Si la Reina de las Nieves dijo la verdad, esa escena mostraba algo que uno de nosotros quería. ¿Convendría usted en que éramos la víctima, no el torturador?

—Eso creo.

—¿Y quién era la víctima, Behrooz Wolf o Robert Capman?

Capman suspiró.

—Yo también me lo he preguntado. No creo que la máquina pudiera captar un interés que no fuera común a ambos. Ambos fuimos la víctima.

Bey asintió con fervor. El silencio se prolongó mientras el humano y el logiano observaban las pardas y carmesíes cabezas de tormenta del planeta arreciando y chocando bajo las naves.

Загрузка...