SEGUNDA PARTE

Cuidado, cuidado, con sus relampagueantes ojos, su cabello ondeante.

10

Los monstruos hicieron su primera aparición pública frente a la costa de Guam. Erguidos en el lecho marino, en hilera de tres, miraban hacia el oeste, hacia la costa. Detrás de ellos, la Fosa de las Marianas se hundía en las profundidades abisales. Una tenue luz solar les acariciaba los flancos sombríos mientras la fría corriente los mecía.

Para los ojos asombrados de Lin Marón, que nadaba usando su nueva forma con agallas, parecían avanzar despacio, bordeando con sigilo la plataforma costera y deslizándose desde las negras profundidades a la costa distante. Lin jadeó y sus sorprendidos pulmones recibieron un sorbo de tibia agua salada. Tosiendo y escupiendo, sometiendo sus agallas a un gran esfuerzo, subió los cincuenta metros que lo separaban de la superficie y nadó afanosamente hacia la costa. Le bastó una ojeada para comprobar que le perseguían. Vio los ojos grandes y luminosos y el tosco pelaje flotante que les enmarcaba las anchas caras. Tenía demasiada prisa para reparar en las pesas de acero que los sujetaba con firmeza al lecho marino.

La reacción en la costa fue entre burlona y apática. Era la primera vez que Lin usaba sus agallas en un ámbito real. Todos sabían que había una gran diferencia entre las simulaciones y la realidad. Una alucinación pasajera, un pequeño engaño del sistema nervioso central, no eran infrecuentes la primera vez que se usaba una nueva forma CEB. A fin de cuentas, las garantías eran contra disfunciones físicas, no contra extravagancias sensoriales. Marón tuvo que perseverar para lograr que alguien le escuchara. El periodista local que al final aceptó ir a echar una ojeada lo hizo, entre otras cosas, para matar el aburrimiento. Al día siguiente salieron a nadar, Marón con sus agallas, el reportero con un traje de buzo alquilado.

Los monstruos todavía estaban allí. Cuando los dos hombres se acercaron cautelosamente a mirarlos, notaron que Lin había huido de tres cadáveres. Nadaron alrededor de ellos en las claras aguas, maravillándose ante la rugosa piel gris, los torsos macizos y los ojos grandes y oscuros.

Cuando las redes de comunicaciones difundieron la noticia, aún figuraba entre las menos importantes. Durante trescientos años los periodistas habían imaginado monstruos de las profundidades que emergían de la Fosa de las Marianas para maltratar a la civilización humana. Las noticias bobas contribuían a brindar un ligero alivio frente a los indicadores sociales, las hambrunas y las crisis reales, pero los profesionales les prestaban poca atención. En la costa no cundió el pánico, y nadie huyó a las tierras altas.

Los más interesados en los tres monstruos fueron el acuario y el vivero de Guam. Un grupo de biólogos marinos dejó por un día los cultivos de plancton para hacer una excursión subacuática. Inspeccionaron los cuerpos en el lecho marino, los elevaron a la superficie sin quitarles los grilletes, los congelaron y los enviaron a la costa en el hovercraft del instituto para inspeccionarlos de veras. El primer examen de laboratorio reveló anomalías: no eran animales marinos, sino terrestres. Eran seres que respiraban por los pulmones, tenían piel resistente y una estructura ósea maciza. Se tomaron las habituales muestras microscópicas de tejidos y se realizaron identificaciones cromosómicas buscando un parentesco con especies conocidas.

Los patrones de identificación se transmitieron al banco central de datos de Madrid. En todo el planeta se encendieron luces de alarma, chillaron silbatos y sonaron murmullos. La respuesta del ordenador fue inmediata e inequívoca. Los patrones cromosómicos eran humanos.

La información que se desplazaba sin cesar por la superficie de la Tierra —por cable, satélite, enlace Mattin, láser, microondas— era enfocada y redistribuida a través de un pequeño número de nódulos. Bey Wolf, tras muchos esfuerzos, había logrado que la Oficina de Control de Formas fuera uno de esos nódulos. Su reciente designación como jefe de Control de Formas lo autorizaba a disponer de un terminal interactivo completo en su oficina, y le causaba un particular placer sentarse ante él para captar perturbaciones y vibraciones en el flujo normal de la red informativa. John Larsen había sugerido que Bey se sentaba allí como una araña gorda, esperando su presa, y la analogía le agradaba. La suya, señalaba Bey, era sólo una de las muchas telarañas, todas entrelazadas, y de ningún modo la más importante. Población, Alimentos y Energía tenían personal más numeroso y mayor presupuesto. Pero él aducía que sus problemas exigían una respuesta inmediata y una capacidad de reacción de los cuales podían prescindir los demás sistemas.

Bey estaba sentado ante un terminal, estudiando una forma omnívora que prometía ser omnívora de veras: plantas, animales minerales. No prestaba atención a la feroz e imprevista tormenta de nieve que arreciaba fuera del edificio, y cuando el mando de prioridad interrumpió su enlace de datos con noticias sobre los Monstruos de las Marianas (así había bautizado la prensa el descubrimiento de Guam), su primera reacción fue de fastidio. Sin embargo, cuando llegaron los detalles, tuvo mayor interés. Parecía que algún nuevo grupo había usado el equipo de cambio de forma en experimentos fallidos, y los resultados no se parecían a nada anterior.

Aunque estaba seguro de las respuestas, Bey realizó los chequeos de rutina. ¿Estaban los experimentos autorizados como investigación médica? ¿Figuraban ya las formas en alguna lista de prohibiciones? Los bancos de datos le dieron respuestas negativas, tal como había esperado. ¿Se requería una acción rápida para detener la aparición de una forma potencialmente peligrosa? La respuesta a esa pregunta era más difícil. El ordenador alegaba insuficiencia de datos, lo cual significaba que la decisión se tendría que basar en criterios humanos y, en este caso, el humano era Bey Wolf.

Soltó un suspiro de secreto placer y abrió los circuitos para pedir más datos. Empezaron a llegar los parámetros físicos. Las pruebas celulares daban resultados extraños tanto en lo químico como en lo estructural, con una mezcla de formas haploides y diploides. Los pulmones estaban modificados, y revelaban cambios en los diseños alveolares. Una nota añadida al análisis señalaba la semejanza con animales que estaban adaptados a una vida a alta presión. Lo más extraño de todo era que los grandes ojos eran muy sensibles en la banda cercana al infrarrojo, pero otra nota señalaba que esa región de longitud de onda resultaba casi imperceptible bajo el agua.

Bey comenzó a juntar los datos impresos. Le gustaba abordar una tarea partiendo de preguntas muy elementales. ¿Cuál era el objetivo de una forma nueva? ¿Dónde podía operar con mayor eficacia? Ante todo, ¿cuál era el probable motivo del creador de la forma? Con respuestas a esas preguntas, habitualmente se llegaba al próximo paso en la secuencia del cambio de forma.

Pero aquí no daba resultado. Bey masculló un juramento y se reclinó en la silla. Los Monstruos de las Marianas rompían las reglas. Tras mirar las variables físicas de las formas durante un par de horas, pensó que no se adaptarían a ningún ámbito que él pudiera imaginar.

Era hora de abandonar ese enfoque y probar suerte con otro. ¿Cómo habían llegado esas formas al lecho marino? Por supuesto que no habían llegado allí por su cuenta. ¿Y cómo habían muerto? Había datos sobre eso en los informes médicos. Las habían asfixiado. Cabía sospechar que las habían enganchado a pesas de acero después de matarlas, y luego las habían arrojado al fondo del mar. Aparentemente, desde una embarcación de superficie: los informes no mencionaban indicios de contusiones de piel.

¿De dónde habían venido? Bey extrajo la lista. Tenía un catálogo completo de los centros mundiales de cambio de forma, especialmente los centros tan sofisticados como para incluir los sistemas de soporte vital especiales que habrían necesitado esas formas nuevas. Mientras leía la lista de lugares, asociándolos con los cambios físicos hallados en las formas de las Marianas, Larsen regresó de una reunión de rutina sobre la certificación de nuevos productos CEB. Se detuvo en la puerta.

—¿Cómo lo consigues, Bey? Hace sólo un mes que estás en esta oficina, y ya parece un basurero.

Bey miró sorprendido las pilas de listados y tabulaciones que atiborraban la oficina.

—Se están acumulando un poco. Creo que se reproducen de noche. Entra, John, y mira esto. Supongo que la reunión no te divirtió demasiado.

Larsen se desplomó en una silla, apartando una pila de impresos. Como de costumbre, se maravilló ante la capacidad de Bey para funcionar clara y lógicamente en medio de semejante desquicio.

—Fue mejor que de costumbre —respondió—. Hubo un par de novedades interesantes. Ambas eran formas C, adaptadas para largos períodos en baja gravedad. Revolucionaría el trabajo en los asteroides, pero recibimos las habituales protestas de los representantes del Cinturón.

—Naturalmente, siempre habrá ludditas —dijo Bey, aludiendo a los seguidores de Ned Ludd, los obreros ingleses que en el siglo XIX destruían máquinas en son de protesta. Bey sentía debilidad por las alusiones históricas, aunque su público rara vez las comprendía—. La ley cambiará dentro de un par de años. Las formas C son tan superiores a las demás que no habrá verdadera competencia. Capman ha cambiado para siempre los métodos de exploración espacial. Sé que los habitantes del Cinturón de Asteroides afirman que están perdiendo empleos por culpa de las nuevas formas, pero han encarado mal el tema. Las formas no modificadas son un anacronismo para el trabajo espacial.

Encendió una pantalla y extrajo un conjunto de documentos de una de las pilas.

—Cambia de sintonía y te contaré algo acerca del último dolor de cabeza. Tiene el toque Capman. Si no estuviera convencido de que no está en la Tierra, me inclinaría a considerarlo obra suya.

Bey explicó rápidamente el descubrimiento de las Marianas, y terminó con la pregunta relacionada con su origen.

—Sospecho que llegaron a la zona de las Marianas a través de un enlace Mattin —concluyó—. La pregunta es cuál de ellos. Tenemos veinte para escoger. No creo que hayan podido venir desde fuera de la Tierra. De lo contrario los consideraría alienígenas.

—¿Con identificación cromosómica humana? Eso requeriría muchas explicaciones, Bey.

John Larsen se acercó a la pantalla de la pared. Bey la había activado para señalar los puntos de entrada del enlace Mattin.

—Estoy de acuerdo contigo, Bey; proceden de un laboratorio de la Tierra. Si vinieron a través de los enlaces, podemos descartar los que están en alta mar y sólo actúan como puntos de transferencia. ¿Has correlacionado los grandes laboratorios de cambio de forma con los puntos de entrada Mattin?

—He empezado a hacerlo, pero es un trabajo abrumador. Estoy esperando que el ordenador me brinde más datos. Y también espero la identificación de los tres cuerpos. No sé por qué hay tanta demora. Puse un código de prioridad máxima en la solicitud.

Se plantó frente a la pantalla de la pared, junto a Larsen. Trabajando juntos, reseñaron los enlaces Mattin que formaban los puntos principales del sistema terrestre de comunicación planetaria. Estaban enfrascados en la tarea cuando sonó el comunicador. Larsen fue a atenderlo mientras Wolf grababa el análisis de los datos. Cuando las primeras palabras del mensaje rodaron en la pantalla del comunicador, Larsen soltó un silbido.

—Ven a mirar esto, Bey. Esto explica por qué Registro Centrales tardó tanto en obtener la respuesta. ¿Todavía estás muy seguro de que las formas no vinieron del espacio exterior?

El mensaje comenzaba: INVESTIGACIÓN COMPLETADA E IDENTIFICACIÓN REALIZADA. SE TRATA DE LOS SIGUIENTES INDIVIDUOS: JAMES PEARSON MANAUR, EDAD 34 AÑOS, NACIONALIDAD FEU; CAPERTA LAFERTE, EDAD 23 AÑOS, NACIONALIDAD FEU; LAO SARNA PREK, EDAD 40 AÑOS, NACIONALIDAD FEU. SIGUEN DETALLES BIOGRÁFICOS. ¿CONTINUAR/ALTO?

Wolf tecleó CONTINUAR y aparecieron las identificaciones detalladas: educación, trabajo, historia, familia, situación crediticia. Bey advirtió sorprendido que los tres hombres tenían un crédito espectacular, multimillonario, pero su mente aún estaba concentrada en el primer ítem. Los tres hombres eran miembros de la FEU, y eso constituía un verdadero enigma. Como la FEU había declarado la soberanía cincuenta años antes, en el 2142, sus ciudadanos siempre habían sido una relativa rareza en la Tierra. Sin duda la desaparición de tres de ellos habría provocado un escándalo mucho antes de que sus cuerpos de descubrieran frente a las costas de Guam.

Ambos hombres se miraron. Wolf enarcó las cejas y Larsen respondió con un cabeceo.

—De acuerdo, no tienen ningún sentido. La FEU aún mantiene su prohibición sobre los experimentos en cambio de forma. Si no aceptan las formas C, dudo que jueguen con formas totalmente nuevas, ni siquiera como parte de sus programas de defensa. Y es aún más difícil creer que trajeran sus fracasos a la Tierra.

—Siempre que pudieran hacerlo. Sabes que la cuarentena es muy rigurosa desde las esporas Purcell. —Wolf meneó la cabeza—. Bien, no hay muchas opciones en cuanto al próximo paso. Tenemos que contar con un hombre de la FEU. Es demasiado delicado para que lo manejemos por nuestra cuenta.

Tenía buenas razones para parecer abatido. La complejidad de la investigación acababa de aumentar en dos órdenes de magnitud. Seguir adelante sin la participación de la FEU crearía un conflicto interplanetario.

—Presentaré una solicitud —dijo Larsen—. Cuanto menos podamos revelarles a estas alturas, mejor. Les comunicaré los datos desnudos y que ellos decidan a quién quieren enviar desde Ciudad Tycho. Espero que envíen a alguien que al menos sepa cómo deletrear «cambio de forma».

Mientras hablaban, el comunicador siguió emitiendo la información, en la pantalla y en forma impresa. Había llegado al punto en que se presentaba la correlación entre los puntos de entrada del enlace Mattin y los laboratorios de cambio de forma. Bey casi había olvidado que la había pedido. Ese día prometía ser largo y confuso.

Previsiblemente, la CEB también actuaba en el espectáculo. Un comunicado de prensa describía la posición oficial de la empresa:


La Corporación de Equipos Biológicos (CEB) ha emitido hoy una declaración formal negando todo conocimiento de los cuerpos humanos descubiertos recientemente en el Pacífico. Un representante de la CEB nos ha informado de que era evidente que los cuerpos habían sido sometidos a cambio de forma, pero que ningún programa de la CEB, pasado o presente, podía crear formas como las que se han descubierto. En un procedimiento inusitado, la CEB ha aceptado publicar información acerca de formas que la compañía está desarrollando actualmente. También ha invitado al Gobierno a inspeccionar sus instalaciones.


—Vaya novedad —dijo Bey—. Han de estar asustados de veras. Ansiaba ver si se declaraban culpables o inocentes. Por lo que sé, la CEB nunca dio a publicidad sus secretos sobre formas nuevas. Han de estar perdiendo su viejo instinto comercial.

—No creas. —Larsen señaló las últimas palabras del mensaje—. Me pregunto cuánto les costó añadir eso al final del comunicado de prensa.

En la pantalla, el texto continuaba:


La CEB es la empresa pionera y principal productora de equipos de cambio de forma deliberada mediante métodos de control de realimentación biológica. La publicación de información de la cual CEB es única propietaria, con el propósito de contribuir a la investigación, es voluntaria y obedece a razones de interés público.


—Ahora sí —dijo Bey—. Eso es más típico de la CEB de siempre. El viejo Melford murió hace mucho tiempo, pero apuesto a que su esqueleto está sonriendo en la tumba.

11

Los hombres de la FEU de tercera generación, como los grandes campeones de kanu, eran flacos y menudos, más ágiles que fuertes. Fue una sorpresa saludar a un gigante de más de dos metros de altura con musculatura de luchador, y descubrir que era el hombre de la FEU asignado para trabajar con la Oficina de Control de Formas en el caso Guam. Bey Wolf miró esa figura descomunal y se mordió la lengua para no hacer preguntas indiscretas.

Eso no cambió las cosas. Park Green lo miró con una sonrisa picara en la cara aniñada.

—Vamos, pregunta. Lo harás tarde o temprano, de todos modos.

Bey sonrió.

—De acuerdo. ¿Usas equipo para cambio de forma? Pensé que en la FEU estaba prohibido para todo, excepto para tareas de reparación.

—Está prohibido, y no lo uso. Soy como soy, y es un producto natural. Te imaginarás lo difícil que es actuar como representante de la FEU y tener aspecto de acabar de jugar con las máquinas.

Wolf asintió.

—No estoy acostumbrado a que me lean el pensamiento.

—Oh, tengo mucha práctica con esa pregunta. Pensé que era mejor eliminar esa distracción antes de ponerse a trabajar. ¿Qué novedades hay acerca del caso Guam? Recibí órdenes de enviar un informe a Ciudad Tycho esta noche, y por el momento no sé qué voy a decirles. ¿El laboratorio ha establecido un momento y una causa de la muerte?

—Hace tres días, y todos murieron con pocas horas de diferencia. Fueron asfixiados, pero lo extraño es esto: sus pulmones estaban llenos de aire normal. No había gases venenosos ni sustancias contaminantes. Se asfixiaron respirando lo mismo que nosotros respiramos ahora.

Park Creen olisqueó y puso cara de perplejidad.

—Se transformaron en algo para lo cual el aire era venenoso. Eso no me gusta. ¿Cómo llegaron al lecho marino?

—Los arrojaron allí veinticuatro horas después del deceso. Lo tienen que haber hecho de noche. De lo contrario alguien los habría visto. Esa parte de la costa está atestada de pescadores durante el día. Mi conjetura es que murieron a gran distancia de allí.

—Perdón por mi ignorancia, pero no sigo la lógica del razonamiento.

—Bien, es sólo una conjetura, pero creo que la idea era arrojarlos a la Fosa de las Marianas. Siete kilómetros más abajo no los habrían encontrado nunca. En tal caso, los arrojaron varios kilómetros al oeste de donde debían, lo cual sugiere que quien lo hizo no conocía muy bien la geografía local. Además llevaba prisa, o habría sido más cuidadoso. A su vez, eso sugiere que fue un accidente, sin mucho tiempo para planes detallados. Alguien ansiaba librarse de los cuerpos cuanto antes. No pareces muy sorprendido —añadió Wolf cuando Creen asintió despacio—. ¿Sabes algo que no se hayan molestado en informarme?

El corpulento Creen se había acomodado en una silla y se rascaba la barbilla con su manaza.

—Concuerda con algunas cosas que sé acerca de los fallecidos —respondió—. ¿Qué más se sabe sobre ellos?

—No demasiado. Sólo lo que obtuve en las biografías de los bancos de datos. Los tres pertenecían al Cinturón de Asteroides, todos vinieron en la misma nave, la Jasón. Llegaron a la Tierra hace tres semanas, forrados de dinero, y desaparecieron. Se perdieron de vista hasta que aparecieron muertos frente a Guam. No teníamos razones para seguirlos una vez que habían pasado la cuarentena. A propósito, allí no tuvieron problemas, lo cual parece descartar algo como las esporas Purcell o cualquier otra enfermedad conocida. Cuando murieron estaban en medio de un cambio de forma.

—Todo eso es correcto —convino Creen—, pero pasas por alto un par de datos que cambian mucho las cosas. Ante todo, dijiste que eran del Cinturón de Asteroides, y técnicamente es cierto. Trabajaban para el Cinturón. Pero en términos de la FEU, eran meros exploradores mineros en busca de elementos transuránicos. Habían buscado más de dos años cuando sus monitores al fin olfatearon al viejo Loge. Tal vez no lo sepáis en la Tierra, pero la única fuente natural de elementos transuránicos en el Sistema Interior son los fragmentos de Loge que vienen en los cometas de período largo. Los exploradores los monitorizan usando radar profundo. Si encuentran un buen filón, amasan una fortuna.

—Y la Jasan encontró un buen filón, por lo que veo —dijo Wolf—. No podía creer el crédito cuando vi el historial.

—Hallaron un gran filón hace tres meses. Estaba atiborrado de asfanio y polkio, los elementos 112 y 114. Extrajeron el material transuránico y fueron a Ciudad Tycho hace un mes, tan ricos como Karkov y Melford. Se pusieron a celebrarlo, y hace tres semanas vinieron a la Tierra para continuar la juerga. Entonces perdimos contacto con ellos y no sabemos qué hicieron. No nos preocupamos. Ningún habitante del Cinturón viviría en la Tierra, y sabíamos que regresarían cuando se hartaran de la diversión. Adivinarás qué hicieron a continuación.

Wolf asintió.

—Creo que sí, pero me gustaría saber adonde vas. Continúa.

—Vinieron a la Tierra. Ahora bien, yo los vi en el bar de Gippo un par de días antes de que se fueran de la Luna. Tenían muy mal aspecto. Imagínate, un par de años de penurias en el espacio, luego una celebración increíble en Ciudad Tycho. Si llegaras a la Tierra en ese estado, ¿no te tentaría una sesión de condicionamiento acelerado con una máquina de realimentación? No es muy ilegal, y se puede recobrar un estado óptimo más deprisa que con cualquier otra cosa. Es un poco caro, pero les sobraba dinero.

—Y es fácil de arreglar —dijo Wolf—. Yo conozco mil lugares donde hacerlo. Allí no cuentan con equipos sofisticados, pero estamos hablando de algo bastante trivial. Tiene sentido… pero no explica la forma que tenían cuando los descubrieron frente a Guam. No se puede obtener sin un centro de cambio plenamente equipado. Añadiré nuestros datos, y luego dime qué opinas.

Tecleó el intercomunicador y pidió a Larsen que se reuniera con ellos.

—Te lo preguntaré sin rodeos, John —dijo cuando Larsen entró en la oficina—. ¿Ha muerto Robert Capman?

—Eso creí yo hace cuatro años —respondió Larsen. Suspiró y se encogió de hombros—. Ahora no estoy tan seguro. —Se volvió hacia el representante de la FEU—. Bey siempre estuvo convencido de que era una trampa, y casi logró persuadirme. Debo admitir que tenía toda la apariencia de una trampa, pero en cuatro años no hemos oído hablar de Capman, desde que desapareció. Pero estoy de acuerdo con Bey en una cosa: las formas de Guam tienen la apariencia de un producto de Capman.

—Claro que sí —dijo Bey, Se volvió hacia Park Green, quien parecía muy sorprendido—. ¿Cuánto sabes acerca de Capman y sus actividades?

Green reflexionó un instante, arrugando la frente.

—Sólo lo que hemos oído en Ciudad Tycho —dijo al fin—. Capman fue un gran hombre en la Tierra, un genio que inventó las formas C, las que se adaptan a la vida en el espacio. Sin embargo, según los rumores, lo consiguió usando niños humanos en sus experimentos. Varios de ellos murieron, y Capman fue descubierto. Trató de escapar y murió en el intento de fuga. ¿Acaso hay algo más?

—Creo que sí —dijo Bey—. Por lo pronto, John y yo fuimos los encargados del caso, y los que descubrimos en qué andaba Capman. ¿Tienes algún prejuicio personal contra él?

—¿Por qué iba a tenerlo? No lo conocía, y no tengo ninguna confirmación personal de lo que he oído. Si de veras usaba niños, por supuesto que me opondría a eso. ¿Pero qué tiene que ver conmigo?

—Es una pregunta justa. —Wolf se paseó frente a Park Green. La cabeza de ambos estaba casi a la misma altura, a pesar de que el representante de la FEU estaba sentado—. Trataré de explicar la hilación de mis pensamientos. Es posible que el mayor experto de la Tierra en cambio de forma siga con vida, y oculto. Descubrimos un conjunto de formas que desafían toda lógica, que no se corresponden con ningún modelo conocido. Es probable que Capman haya vuelto a la acción. Pero aunque no fuera así, Capman sería el hombre ideal con quien trabajar en esto. Debo añadir algo más. Ni John ni yo hemos conocido a ninguna otra persona cuya capacidad intelectual nos haya impresionado tanto.

Green se movió en la silla, todavía incómodo en la gravedad más alta.

—Sé que me quieres vender algo, pero todavía no entiendo qué. ¿Qué te propones?

—Sólo esto. —Wolf se plantó frente a Park Green—. Quiero encontrar a Robert Capman, por varias razones. Pensamos que no está en la Tierra, que no ha estado aquí en cuatro años. ¿Me ayudarías a encontrarlo? No sé si está en la Luna, en el Cinturón o más lejos. Pero sé que no puedo emitir mensajes al resto del sistema solar sin colaboración de la FEU.

Green comprendió.

—Puedo responder al instante —dijo—. Pides una tremenda ayuda en comunicaciones, y eso cuesta dinero.

—Pasa la cuenta a esta oficina. Mi presupuesto puede resistirla.

—Y tendré que consultar al embajador Brodin. Él está en Paraguay, y ya conoces a Brodin. No aprueba nada a menos que se le pidan los favores en persona. —Se levantó e infló su pecho descomunal con una profunda bocanada de aire—. Será mejor que me vaya antes de que caiga dormido. El horario de Ciudad Tycho es diferente. ¿Cuál es el mejor modo de viajar a Paraguay?

—El enlace Mattin. Hay un punto de salida en Argentina, y puedes volar el resto del camino en un trasbordador local. Podemos estar en el enlace de Madrid en diez minutos, y llegarás a Argentina en dos saltos. Vamos, John y yo te acompañaremos al punto de entrada.

—Os lo agradezco. He tenido bastantes problemas para habituarme a la complejidad de vuestro sistema. En toda la Luna tenemos sólo cuatro puntos de entrada, y aquí hay veinte. ¿Es verdad que habrá más dentro de pocos años?

No era verdad, y nunca lo sería. El sistema de enlace Mattin brindaba transmisión directa e instantánea entre cualquier par adyacente de puntos de entrada, pero la cantidad y la localización eran muy estrictas. Como se requería una perfecta simetría entre cualquier punto de entrada respecto de todos los demás, la configuración del sistema tenía que responder a los vértices de uno de los cinco sólidos regulares. A Platón le habría encantado.

La configuración con forma de dodecaedro, con sus veinte vértices en la superficie de la Tierra, era el mayor sistema que se podía lograr. El sistema lunar era el más simple, con sólo cuatro puntos de entrada en los vértices de un tetraedro regular. Las configuraciones intermedias, con simetría cúbica, octaédrica e icosaédrica, no se habían usado nunca. Los enlaces Mattin lejos de las superficies planetarias eran muy atractivos para el transporte, pero eran poco prácticos cerca de una estrella o de un planeta a causa de los constantes cambios en las distancias orbitales.

Gerald Mattin, el bilioso genio que había soñado con un sistema de transferencia instantánea sin consumo de energía entre dos puntos cualesquiera, había muerto cuando las pruebas del sistema empezaban a tener éxito. El producto de su trabajo distaba de no consumir energía, pues la Tierra no era una esfera homogénea y el espacio-tiempo estaba ligeramente curvado cerca de la superficie. Mattin proponía una solución sin consumo de energía para una geometría exacta en un espacio-tiempo plano, pero nadie había logrado extender su análisis a otras situaciones.

La muerte de Mattin se produjo veinte años antes de que se tomara la decisión de construir el primer enlace Mattin en la superficie de un planeta, veinticinco años de que una universidad recibiera su nombre, treinta años antes de la primera estatua.

12

—Ahora contamos con la aprobación, pero tuve que vender mi alma para que el embajador me la concediera. No quiero derrochar todo ese esfuerzo. ¿Qué hacemos a continuación?

Park Green estaba de vuelta en la oficina de Wolf. Estaba descalzo y estiraba las piernas. La oficina estaba aún más desordenada que antes. Había listados informáticos, bandejas de comida vacías y mapas desparramados en todas las superficies planas. Wolf y Larsen miraban nuevamente la pantalla de la pared, buscando el acceso por enlace Mattin desde el punto de entrada de la Fosa de las Marianas y el punto de entrada del puerto espacial de Australia. Wolf leyó los resultados antes de responder a la pregunta de Green.

—Desde Australia del Norte a las Marianas… así pudieron haber ido directamente desde el puerto espacial, sólo que no lo hicieron. El punto de entrada de las Marianas se conecta directamente con el norte de China, Hawai y, por cierto, nuevamente con Australia del Norte. Ninguno de esos sitios parece prometedor. No hay ningún laboratorio grande de cambio de formas cerca de ellos. ¿Qué opinas, John?

Larsen se rascó la cabeza pensativamente.

—Dos posibilidades. O bien tu corazonada sobre el uso del sistema Mattin está totalmente equivocada, o la gente que trasladó los Monstruos de las Marianas a Guam hizo más de un salto en el sistema. ¿Adonde llegamos con dos saltos?

Wolf analizó las conexiones y meneó la cabeza.

—Eso nos lleva demasiado lejos. Con dos saltos puedes ir casi a cualquier parte, saliendo de las Marianas. Al Polo Norte, a Ciudad del Casquete en el Polo Sur, a la India, a América del Norte… es un lío.

Wolf apagó la pantalla y se acercó a Park Green.

—Estoy más convencido que nunca de que necesitamos la ayuda de Robert Capman —dijo—. Aún no sabemos qué sucedió cuando murieron. Empezaron con algún programa de cambio de forma, y durante el proceso algo salió mal. Ojalá pudiera preguntárselo a Capman.

—¿Sabes que no has respondido a mi pregunta? —dijo Green—. ¿Qué nacemos a continuación? ¿Cuál es el siguiente paso? Hacerle publicidad a Capman no solucionará el problema… si alguna vez reaparece en la Tierra, lo considerarán un asesino.

—Creo que puedo emitir un mensaje que intrigará a Capman pero que otra gente no entenderá —respondió Wolf—. En cuanto a la protección que pueda necesitar, no me preocupa. Estoy seguro de que en estos cuatro años ha encontrado modos de cubrirse. Sí me preocupa otra cosa. No tengo modo de saber lo urgente que es este caso. Podría tratarse de un accidente fortuito que jamás se repetirá, o podría ser el comienzo de una especie de epidemia. Pensamos que no es contagioso, pero aún no tenemos pruebas de ello. Mientras no sepamos de qué se trata, tenemos que suponer lo peor. Trataré de preparar ese mensaje.

El anuncio final fue breve y simple. Se emitió en todos los medios a los catorce mil millones de habitantes de la Tierra y se retransmitió a los desperdigados ciudadanos de la Federación Espacial Unida. La señal sería recibida incluso más allá de Neptuno, y una estación repetidora la volvería accesible aun a ciertas zonas del Halo.

A R.S.C. tengo gran necesidad del talento que hace cuatro años me obligó a perseguirlo por los callejones de la Ciudad Vieja. Le prometo un enigma digno de su inteligencia. Behrooz Wolf.


Los problemas se acumulaban. Bey pasó muchas horas con un representante de la CEB, quien insistía en presentar más datos confidenciales para demostrar que la compañía no tenía nada que ver con los monstruos. La oficina de los coordinadores centrales le envió un claro mensaje, preguntando si habría más muertes del mismo tipo, y en caso afirmativo, cuándo, dónde y cuántas. Park Green estaba sometido a una presión similar por parte de la FEU. A diferencia de Bey Wolf, tenía poca experiencia con esos forcejeos.

Pasaba buena parte del tiempo sentado en la oficina de Bey, mordiéndose malhumoradamente las uñas y tratando de elaborar respuestas alentadoras que no contuvieran ninguna información.

Dos días de vaguedades provocaron una respuesta más enérgica por parte de Ciudad Tycho. Bey llegó temprano a la oficina y encontró a un hombre menudo y pulcramente vestido de pie junto al comunicador. Vestía ropas estilo FEU, y estaba pidiendo datos sobre los tres tripulantes de la Jasón. Se volvió deprisa cuando entró Bey, pero no manifestó embarazo por utilizar la oficina de Bey sin haber sido invitado.

Miró a Bey de hito en hito antes de hablar.

—¿Señor Green? —La voz era como la persona, menuda y precisa, y la pregunta se parecía más a una afirmación.

—No, él llegará más tarde. Soy Behrooz Wolf, y soy jefe de la Oficina de Control de Formas. ¿En qué puedo servirlo?

De pronto Bey recordó su aspecto informal y su pelo desmelenado.

El hombrecito irguió el cuerpo.

—Soy Karl Ling, asistente especial del Gabinete de la FEU. —El tono de voz era quisquilloso e irascible—. Me han enviado aquí en busca de respuestas concretas acerca de la muerte de tres ciudadanos nuestros en la Tierra. Ante todo, diré que las explicaciones ofrecidas por esta oficina y el señor Green son profundamente insatisfactorias.

«Canalla arrogante», pensó Bey. Estudió al visitante mientras buscaba una respuesta conciliatoria. De pronto sintió cierta simpatía.

—Hemos hecho lo posible para darles información, señor Ling —dijo al fin—. Nos parecía imprudente presentar teorías sin tener un modo definido de verificarlas. Sin duda usted comprenderá que es un caso complejo y hay diversos factores que no hemos enfrentado antes.

—Eso parece. —Ling se había sentado junto al comunicador y se tamborileaba irritadamente el muslo con su manicurada mano izquierda—. Por ejemplo, veo que se ha establecido que la causa del deceso es asfixia. Pero la autopsia muestra que los cadáveres sólo tenían aire normal en los pulmones, sin sustancias contaminantes. Quizás usted se digne explicarme su teoría sobre eso… no es preciso esperar una verificación plena.

El tono de Ling era escéptico e insultante. Bey dudó repentinamente de su propia reacción intuitiva ante la presencia de Ling. En el pasado, al tratar con representantes oficiosos de los gobiernos, Bey había descubierto un modo eficaz de limarles los colmillos. Lo consideraba su «técnica de saturación». El truco consistía en atiborrar al fastidioso con tantos datos, cifras, informes, gráficos, tablas y análisis que el hombre quedaba abrumado y se perdía de vista. El burócrata medio era reacio a admitir que no había leído el material que le habían dado. Bey fue hasta su escritorio y extrajo una tablilla negra.

—Ésta es una conexión privada con el terminal de esta oficina. Contiene los códigos de acceso privado que le permitirán a usted consultar todos los registros relacionados con este caso. Son bastante voluminosos, así que le llevará tiempo analizarlos. Le sugiero que use mi oficina y se sienta en libertad de usar mi comunicador como acceso a los Archivos Centrales. No se le ocultará nada. Esta máquina tiene un código de pleno acceso.

Bey no estaba satisfecho con su actitud pomposa, pero era la reacción atinada, fuera correcta o no su reacción instintiva inicial ante Ling.

El hombrecito se levantó con ojos muy relucientes. Tenían un extraño color amarillo pardusco, con motas doradas. Se frotó las manos.

—Excelente. Por favor, evite que me molesten. Sin embargo, deseo ver al señor Green en cuanto llegue.

Lejos de sentirse intimidado, Karl Ling estaba encantado ante la perspectiva de obtener un diluvio de información. Bey lo dejó trabajando y fue a darle la noticia a Park Green.

—¿Karl Ling? —Green parecía impresionado—. Claro que lo conozco… o he oído hablar de él. Nunca lo he visto personalmente, pero conozco su reputación. Forma parte del círculo áulico de los altos niveles de la FEU. También es un experto en Loge y el Cinturón. Hace unos años realizó varios programas de holovisión, y en uno de ellos evocó la historia del descubrimiento de Loge. Fue un programa popular, y él lo hacía bien. Empezaba mucho tiempo atrás, hace cientos de años…


(Las cámaras se alejan de la maqueta iluminada y enfocan a Ling de pie.)

—Las cápsulas de enseñanza presentan la década de 1970 como la primera fecha en la historia de Loge. En realidad, podemos encontrar rastros de él mucho antes de eso. El punto inicial es quizá 1766. Pocos años antes de la Revolución Francesa y la Revolución Norteamericana, un astrónomo alemán elaboró una fórmula que parecía dar las distancias relativas de los planetas respecto del Sol. Se llamaba Johann Titius. Su trabajo no cobró fama hasta que pocos años después lo retomó otro alemán, Johann Bode, y la relación que él descubrió se llama habitualmente «la ley de Titius-Bo-de», o simplemente «la ley de Bode».

(Aparece la imagen de una litografía enmarcada de Bode, luego la tabla de distancias planetarias. Se enfoca un blanco en la tabla, con un signo de interrogación.)

—Bode señaló que había una curiosa laguna en la fórmula de las distancias. Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter y Saturno congeniaban con ella, y ésos eran todos los planetas conocidos en la época. Pero aparentemente faltaba uno. Tenía que haber un planeta entre Marte y Júpiter, para que la fórmula congeniara con el sistema solar. En 1871 William Herschel descubrió otro planeta, más alejado del Sol que Saturno.

(Aparece una imagen de alta resolución, en colores, de Urano, los anillos en primer plano, una imagen de Herschel insertada en la parte superior izquierda. Reaparece Ling.)

—Congeniaba con la ley de Bode, sin duda, pero no estaba en el lugar correcto, entre Marte y Júpiter. Se inició la búsqueda de un planeta que faltaba, y en 1800 se descubrió al fin el asteroide Ceres, a la distancia correcta del Sol. Poco después se descubrieron otros asteroides a la misma distancia que Ceres. Habían aparecido los primeros fragmentos de Loge.

(Aparece una imagen de Ceres, y luego un primer plano de alta resolución de Ciudad Ceres y su sistema de invernáculos. Un diagrama muestra las distancias planetarias, con muchos ítems entre Marte y Júpiter. Reaparece Ling.)

—Ahora parecía haber demasiados planetas. A medida que se hallaban más asteroides, se elaboró la teoría de que eran fragmentos de un solo planeta. Durante mucho tiempo hubo especulaciones sin pruebas, hasta que en 1972 es astrónomo canadiense Ovenden brindó la primera prueba sólida. Partiendo de la proporción de cambio de las órbitas planetarias, pudo demostrar que todas eran coherentes con la desaparición de un cuerpo de masa planetaria, dentro del sistema solar, hace unos dieciséis millones de años. También le atribuyó una masa equivalente a noventa veces la masa de la Tierra. Loge empezaba a cobrar forma.

(Aparece una imagen de Ovenden, luego una ilustración con el tamaño y la apariencia de Loge cerca de una imagen de la Tierra en la misma escala.)

—La siguiente parte de la historia ocurrió unos años después en 1975 En los Estados UInidos América, Van Flandern integró las órbitas de cometas de Período largo proyectándolas hacia atrás en el tiempo. Descubrió que muchos de ellos tenían periodos de unos dieciséis millones de años y que habían partido de una región del sistema solar que estaba entre marte y Júpiter. Fragmentos de Loge haciendo su primera visita de regreso, al cabo de una largaausencia.

(Se ve una visión animada de la órbita de los cometas, mostrando su intersección con un diagrama del sistema. La animación se proyecta hacia atrás, para revelar como las órbitas afluyen en determinado punto entre Marte y Júpiter.)

—Esto condujo a las primeras ideas modernas sobre Loge: un planeta grande, un gigante gaseoso de noventa masas terrestres, casi del mismo tamaño que Saturno. Se desintegró hace dieciséis millones de años en un cataclismo inimaginable. Con la explosión, parte de Loge voló para siempre fuera del sistema. Algunos restos del núcleo planetario han permanecido como asteroides. Otros fragmentos, procedentes de la corteza exterior de Loge, regresan de vez en cuando al sistema solar como cometas de período largo.

(Primer plano de Ling, cabeza y hombros.)

—Ésa parecía ser la historia completa, hasta que pudimos ver de cerca fragmentos de cometas de período largo. Descubrimos que algunos de ellos están atiborrados de elementos transuránicos. El misterio de Loge había regresado, y era mayor que nunca. ¿Por qué los fragmentos de la corteza exterior de Loge en todo el sistema solar, contenían eventos transuránicos? Los períodos de semidesintegración de estos elementos son inferiores a los veinte millones de años, en un sistema que tiene miles de millones de años. Tendrían que haberse desintegrado tiempo atrás. ¿Se formaron con la explosión de Loge? En tal caso ¿por qué aparecen sólo en la corteza exterior y no en los asteroides originados en el núcleo de Loge? ¿Cómo se formaron? Aún no tenemos respuestas satisfactorias para estas preguntas.

(Se ve nuevamente la imagen de Loge, la música del final se oye a bajo volumen.)

—Un último y enigmático dato. Dieciséis millones de años no es nada; es como ayer en la escala cósmica. Cuando Loge se desintegró ya había primates en la Tierra. ¿Miraron nuestros lejanos ancestros el cielo una noche para ver el aterrador espectáculo de la explosión de Loge? ¿Es concebible que otro planeta pudiera sufrir un destino similar?

(La imagen se desvanece mientras Loge se hincha, cambia de color, estalla. Crescendo musical indicando el fin.)


—Aún me asombra que designen a Ling para esta investigación. Es muy independiente, por cierto. Quizá conocía a uno de los exploradores muertos… parecía saberlo todo sobre el Cinturón y sus habitantes. —Green meneó la cabeza fatigosamente—. Supongo que tendré que ir a verlo y averiguar qué quiere de mí. Espero que no trate de degradarme a mensajero.

Juntos, Green y Wolf regresaron a la oficina de Bey. Karl Ling no alzó la vista cuando entraron. Estaba totalmente enfrascado en los datos de la autopsia de los tres tripulantes de lujasen. Sólo se percató de que estaban allí cuando Wolf se le plantó delante y le habló.

—Cuando usted quiera, señor Ling, estamos dispuestos a resumirle nuestros hallazgos. Éste es Park Green, que representa a la FEU en Control de Formas.

Ling alzó la vista un instante, luego volvió a examinar los registros médicos. Había mirado a ambos hombres por una mera fracción de segundo, pero Bey tuvo la sensación de que ambos habían sido catalogados y memorizados.

—Muy bien —dijo Ling, los ojos fijos en la pantalla—. Ante todo, respóndame la pregunta más elemental. Es evidente que esos tres hombres participaban en algún proceso de cambio de forma. ¿Dónde están las máquinas de realimentación que usaron?

Wolf miró a Park Green haciendo una mueca.

—Aún no tenemos esa respuesta —dijo—. Desde luego, sabemos que es importante, y estamos trabajando en ello.

Ling alzó la vista de nuevo. Esta vez clavó los ojos en Wolf. Por alguna razón, parecía que había esperado, y aun deseado, esa respuesta.

—¿Aún no tiene respuesta, señor Wolf? Eso sospechaba. ¿Le agradaría que yo le aclarara la situación?

Bey dominó el repentino impulso de estrangular a Ling y atinó a responder serenamente.

—Desde luego, si puede hacerlo. Aunque me cuesta entender que haya llegado a una conclusión racional con un vistazo tan breve a nuestros datos.

—No fue así. Lo sabía antes de irme de la Luna. —Ling sonrió por primera vez y se puso de pie—. Verá usted, señor Wolf, no dudo de la idoneidad de usted y sus colegas de Control de Formas. De hecho, me tomé el trabajo de verificar la excelente reputación de usted antes de irme de la Luna. No se trata de eso. Esta situación requiere algo que por definición no tienen ni el señor Larsen ni usted: la capacidad para pensar como un ciudadano de la FEU. Por ejemplo, si usted fuera millonario de pronto porque amasó una fortuna en el Cinturón, ¿a qué parte de la Tierra iría a divertirse? Recuerde que puede escoger libremente, sin preocuparse por el gasto.

—Probablemente al Arrecife de la Gran Barrera, adoptando una forma con agallas.

—Muy bien. —Karl Ling se volvió a Park Green—. Ahora permítame hacerle la misma pregunta. Usted es un habitante del Cinturón, y de pronto se vuelve millonario. ¿A qué parte de la Tierra iría? ¿Cuál es el lugar con que sueña todo habitante del Cinturón, por sus exóticos deleites?

Green se frotó pensativamente la barbilla.

—Vaya, supongo que sería la Cúpula del Placer. Nunca estuve allí, y no sé qué ofrecen, pero es el lugar que todos mencionan.

—Correcto. Y por cierto usted no ha estado allí… tendría que ser inmensamente rico. Aun así, es la idea que los habitantes de la Federación tienen del paraíso, especialmente los que viven en el Cinturón. Una de las razones para ir allí es demostrar lo rico que es uno.

Se acercó a la pantalla cartográfica de la pared y pidió una proyección del Polo Sur.

—Ahora vayamos un poco más lejos. Observen ustedes la geografía. Los tripulantes de la Jasan desembarcaron en el puerto espacial de Australia del Norte, que está a poca distancia del punto de entrada del enlace Mattin de Australia. Un traslado los lleva a Nueva Zelanda; un segundo salto los lleva a Ciudad del Casquete, en la Antártida. La Cúpula del Placer, como bien sabe usted, señor Wolf, aunque quizás el señor Green lo ignore, está debajo de Ciudad del Casquete, en el Casquete Polar Antártico. Tiempo total de viaje desde el puerto espacial: una hora o menos.

Park Green asintió lentamente.

—Supongo que sí. Aún no estoy habituado a la cantidad de puntos de entrada Mattin de la Tierra. Aun así, no veo adonde nos lleva su análisis. Tenemos que encontrar un sitio que disponga de equipo complejo para el cambio de forma. Vi la lista de laboratorios del señor Woíf, y por cierto Ciudad del Casquete y la Cúpula del Placer no figuraban allí.

Karl Ling sonrió irónicamente.

—Claro que no. Usted vio la lista legal. —Se volvió hacia Bey, quien comprendió qué venía a continuación y sintió una oleada de entusiasmo—. La Cúpula del Placer brinda todos los placeres, ¿verdad, señor Wolf ? Aun los más exóticos. ¿No sería lógico suponer que algunas de esas recreaciones implican el uso de equipos de cambio de forma?

—Desde luego. En realidad, se trata de un asunto que me tiene a mal traer. Sabemos que allí se practican cambios ilegales para satisfacer algunos de los gustos físicos más depravados. Pero tenemos órdenes de no entrometernos. Debo admitir que habitualmente no nos crean problemas. Son muy discretos, y desde el último contratiempo, hace unos años, hemos pactado una suerte de tregua informal con ellos. Me sorprendería descubrir que tienen equipo tan complejo como para lograr esos cambios, pero no lo descartaría. Allí abunda el dinero, y conseguirían el equipo si lo quisieran. Usted comprenderá cuánto poder esgrimen los gerentes de la Cúpula del Placer en lo concerniente a la influencia en altas esferas. Se rumorea que varios coordinadores centrales van allí con frecuencia.

Ling tocó los controles del mapa, y una nueva imagen apareció en la pantalla.

—Entonces, he aquí nuestra próxima parada: Ciudad del Casquete, y la Cúpula del Placer. Aún no tenemos la respuesta a la pregunta básica: ¿cómo se transformaron esos tres hombres en tres monstruos muertos? Señor Green, usted se quedará aquí para responder a indagaciones por parte de las autoridades de la Tierra y la Luna.

Green no pudo contener un bufido de disgusto. Su opinión sobre la orden de Ling se le notaba en la cara.

—Por favor, realice los arreglos para que viajemos el señor Wolf y yo —continuó Ling con calma—. Consiga los enlaces de máxima prioridad y las intersecciones más rápidas. No se preocupe por los gastos, señor Wolf —dijo, captando la expresión inquisitiva de Bey—. Ése no es el problema. Si es necesario, puedo acudir a todos los recursos financieros de la FEU para continuar esta investigación.

—No me preocupaba eso, señor Ling. Sólo me preguntaba por qué escogieron la Fosa de las Marianas para librarse de los cadáveres. ¿También puede explicar eso?

—Tengo una idea, y creo que es la misma que tiene usted. Incluso creo saber qué intenta ganar usted con esa pregunta, pero ésa es otra cuestión.

Había un destello de humor en los ojos parduscos de Ling.

—Dejemos volar la imaginación. Los tripulantes de la Jasón murieron en la Cúpula del Placer. Los propietarios de ese local vieron la identificación de esos hombres y supieron que estaban en un brete. Saben que la FEU cuida de sus ciudadanos. Decidieron enviar los cuerpos al espacio exterior, y los llevaron a Australia por el enlace Mattin. Lamentablemente para sus planes, no advirtieron lo severas que eran las normas de seguridad desde que aparecieron las esporas Purcell. No había modo de sacar tres cadáveres de contrabando, así que abandonaron ese plan e improvisaron otro. El fondo del mar parecía atractivo. Un nuevo traslado a través del enlace los llevó a las Marianas. Pero los planes apresurados y un mal conocimiento de la geografía local produjeron un resultado chapucero. Ya sabemos el resto.

Ling miró a Bey inquisitivamente.

—¿Plausible? Admito que es sólo un argumento deductivo, pero creo que tiene muchas probabilidades de ser acertado.

»Ahora, deprisa, hagamos los preparativos y pongámonos en marcha.

Green salió, pero Wolf se detuvo un instante. Durante la última explicación de Ling, había escuchado atentamente, estudiando los modales del orador. Ling enarcó las cejas al ver que Wolf no se movía.

—¿Tiene usted algo más que hacer, señor Wolf? Aún queda mucho por analizar, y poco tiempo para ello.

—Quiero hacer un comentario —dijo Bey—. Me he pasado la vida estudiando el cambio de forma, y creo entenderlo bastante bien. Hay un hombre que es mi maestro en lo teórico, pero cuando se trata de reconocer cambios externos nadie se compara conmigo. Estoy seguro de que nos hemos visto antes, señor Ling, y en circunstancias muy diferentes. El problema que tenemos entre manos es urgente, y quiero decirle que no me propongo hacer nada con mis ideas. Pero quiero que usted sepa que reconozco al león por las zarpas.

La ácida mirada de Karl Ling pareció ablandarse. Una sonrisa le tembló en los labios.

—Señor Wolf, no sé de qué habla, y debo continuar con este trabajo biológico. Quizás usted prefiera quedarse aquí y ayudarme. Valoro mucho su sagacidad. Pongamos manos a la obra. Quiero estar en Ciudad del Casquete dentro de cuatro horas.


Cuando Bey Wolf y Karl Ling se marcharon, Park Green y John Larsen fueron a tomar un estimulante y a compartir su insatisfacción. Hacia la tercera ronda, Larsen estaba aturdido y exasperado.

—Vaya suerte la nuestra —dijo—. Esos dos se van a explorar la Cúpula del Placer y nos dejan aquí para enfrentar a estos burócratas sin cerebro. Es siempre lo mismo. Nosotros hacemos el trabajo sucio mientras ellos dos se divierten.

No le habían presentado a Karl Ling hasta ese día, pero esas sutiles cuestiones lógicas estaban fuera de su alcance.

—Me gustaría mostrarles a esos dos… —continuó, resoplando ante el camarero—, me gustaría mostrarles lo que podemos hacer sin ellos. Resolver todo el asunto mientras no están. —Se hundió en el asiento—. Eso les daría una lección.

Green y Larsen habían ingerido las mismas dosis, pero con su corpachón, Green estaba en mejor estado. Larsen se hundió aún más, casi tocando la mesa con la barbilla.

—Vamos —dijo Green—, si vamos a hacerlo, mejor intentémoslo mientras todavía puedas. —Alzó al desmañado Larsen y lo sostuvo con una mano mientras pagaba la cuenta.

»Toma un par de dosis de desintoxicante y estarás como nuevo. Una vez que nos hayamos recobrado, volvamos a mirar los registros para ver si encontramos algo. Los comentarios de Ling pueden ayudarnos. Antes no contábamos con esa información. —Se llevó al inestable Larsen de la habitación—. Me haría mucho bien hallar la respuesta antes que ese enano pedante y complaciente.

Quince minutos después ambos habían recobrado la sobriedad y estudiaban los registros. Tras una larga tarea de revisión, Larsen se reclinó en el asiento, chasqueó los dedos y dijo:

—Pregunta: ¿en qué se diferenciaban los tripulantes de la Jasón de todas las demás personas que sufrían cambio de forma en la Tierra?

Park Green se encogió de hombros.

—¿Exploradores? ¿Habitantes del Cinturón? ¿Ricachones?

Larsen meneó la cabeza.

—No. Respuesta: recientemente habían manipulado gran cantidad de elementos transuránicos, y probablemente sufrían altos niveles de radiactividad. Por lo tanto, he aquí mi segunda pregunta: ¿las autopsias buscaron asfanio y polkio en los cadáveres? ¿Verificaron si había alta radiactividad? Apuesto a que no lo hicieron.

—Pero eso no cambiaría las cosas, John. Sabemos que no murieron por envenenamiento químico, y que no murieron de una dosis radiactiva.

—Claro que no, pero el cambio de forma depende del estado del sistema nervioso central. Por lo tanto, última pregunta: ¿qué le hacen los elementos transuránicos a ese sistema? Dudo que alguien lo sepa. Quizá desquicie la sintonía fina, y eso podría crear conductas extrañas durante el cambio. ¿Qué opinas?

Green se encogió de hombros.

—Es sólo una conjetura, desde luego, pero deberíamos hacer analizar el contenido transuránico de los cuerpos. ¿Sabes adonde los llevaron después de la autopsia?

—Claro. Están en el centro de almacenamiento en frío de Control de Formas, en Manila.

Green se puso de pie.

—Vamos, pues. Necesitaremos autorización para otra autopsia, y será mejor que encontremos un patólogo para que nos acompañe.

13

El punto de salida del enlace Mattin estaba en los niveles altos de Ciudad del Casquete, casi en la superficie polar. Bey Wolf y Karl Ling salieron de la cámara y buscaron los ascensores que los llevarían a la Cúpula del Placer, tres mil metros bajo el hielo polar. Arriba, los vientos aullantes de julio azotaban la superficie de la Antártida, llevando el gruñido de las quejosas estructuras de la superficie hasta el punto de salida Mattin. No era un sitio hospitalario, y ansiaban descender. Una voz suave les habló de pronto.

—Ven a la Cúpula del Placer, satisface los deseos de tu corazón.

Ling miró a Wolf y sonrió de mala gana.

—Un omniproyector. Qué derroche de tecnología. Ese sistema valdría millones en Tycho o en el Halo.

La suave voz continuó:

—En la Cúpula del Placer podrás olvidar las penas del mundo para sentirte libre, libre para satisfacer tus fantasías más desbocadas. Visita las fulgurantes Cavernas de Hielo, nada en el Estanque del Leteo. Gana un mundo en el gran Casino Xanadú o pasa un día inolvidable como lanzadera en el Telar del Apareamiento. Sé libre, ven a la Cúpula del Placer.

—La libertad tiene un alto precio —ironizó Bey.

Ling sonrió.

—En realidad no son anuncios. Todos los mensajes que se emiten aquí son oídos únicamente por personas que ya se dirigen a la Cúpula, así que es como predicar para los conversos. La gente sólo quiere tener la tranquilidad de que gastará el dinero en algo que valga la pena.

La omnipublicidad continuó, y al fin oyeron un comentario útil:

—Sigue las luces azules hasta el Templo de las Delicias Terrenales.

Siguiendo la hilera de luces azules, tal como les indicaban, pronto llegaron a un ascensor y descendieron rápidamente a las honduras del casquete polar. La entrada a la Cúpula del Placer era una cámara chispeante bordeada por espejos perfectos, como el interior de un gigantesco diamante multifacético. El efecto era abrumador. Pared, suelo, techo, todo se reflejaba a la perfección. Bey vio imágenes de sí mismo y de Ling perdiéndose en el infinito en todas las direcciones. Se esforzó para orientarse, para hallar una imagen que no se extendiera sin cesar.

—Se acostumbrará en unos minutos —dijo fríamente Ling. El entorno no parecía afectarle—. Toda la Cúpula del Placer es así.

—No sabía que usted había estado antes.

—Un par de veces, hace tiempo. Estas paredes reflectoras son una necesidad, no un lujo, aunque los propietarios hacen lo posible para convertir las desventajas en atracciones. —Miró alrededor con interés—. Han progresado mucho. Cuando tallaron esta ciudad bajo el casquete de hielo, hace treinta años, el gran problema era la calefacción. La gente produce calor con sus cuerpos y su equipo. Es inevitable, y sin un equipo especial las paredes de hielo se habrían derretido en poco tiempo. Usted ve la solución. Todas las paredes están revestidas de pasivina, que emite reflejos perfectos con un bajísimo coeficiente de conductividad térmica.

Extendió la mano hacia la pared.

—Vea, se siente el calor reflejado en la piel. Una minúscula cantidad de calor pasa a las paredes de hielo que hay debajo, y una modesta unidad de refrigeración conectada con la superficie polar se encarga de ello fácilmente.

Bey lo miró con ironía.

—Señor Ling, para no ser usted de la Tierra, tiene un asombroso conocimiento de los asuntos terrestres.

—Las noches lunares son largas. Nos sobra tiempo para leer —replicó Ling formalmente, pero con cierto humor. Antes de que Bey pudiera hacer más comentarios, una tercera persona se reunió con ellos, caminando silenciosamente por el piso bruñido.

—Caballeros, bienvenidos a la Cúpula del Placer.

Era una muchacha alta y delgada, vestida con una túnica larga y blanca. La tez era pálida y tersa, y el pelo era una etérea nube blanca. Aun los labios lucían desvaídos e incoloros. Los miró serenamente con ojos fríos y grises, tan inexpresivos como un cristal turbio. Una Reina de las Nieves. Bey se preguntó en qué medida era natural y cuánto debía al equipo de cambio de forma.

—Soy la anfitriona que los ayudará a organizar sus placeres. No teman preguntar, no importa cuáles sean sus predilecciones. Hay pocos deseos que no podamos satisfacer.

»Antes de comenzar, hay ciertas formalidades.

—¿Quiere usted nuestras identificaciones? —preguntó Bey.

—Sólo si ustedes lo desean, caballeros. No son necesarias. Sí necesitamos pruebas de solvencia, pero pueden hacerlo en efectivo o por el medio que prefieran.

—Vamos juntos —dijo Ling—. Mi crédito servirá para ambos. ¿Hay una conexión bancaria?

—Aquí, señor.

La Reina de las Nieves extrajo una pequeña placa plateada de la túnica. Ling apoyó el índice derecho en ella, y esperaron mientras se confirmaba la identificación y el banco central emitía una evaluación crediticia. La muchacha cambió de expresión al leer el crédito. Antes había sido distante y desdeñosa, una criatura sin sexo ni emociones. De pronto perdió la compostura y por primera vez se convirtió en una joven mujer. Bey comprendió que el crédito de Ling era probablemente el de toda la FEU.

—¿Qué les apetece, caballeros? —Una lengua rosada lamió nerviosamente los labios pálidos. Hasta la voz de la muchacha había cambiado: ahora era insegura, trémula, casi infantil. Bey sospechó que con esa disponibilidad de crédito no había literalmente nada que no pudiera comprarse en la Cúpula del Placer. Los bienes en venta incluían el cuerpo y el alma de la anfitriona, y ella lo sabía. Le resultaba peligroso estar en contacto con tal poder financiero. Nunca podía saber cuándo un capricho de Ling la incluiría como placer comprado.

Ling había notado su inquietud y había adivinado las razones.

—No queremos los placeres convencionales —dijo—. Queremos hablar con los hombres que controlan los tanques de cambio de forma en la Cúpula del Placer. Los hombres que recientemente atendieron a tres personas de la FEU. No se preocupe si no sabe de qué hablo. Los hombres que buscamos comprenderán.

Ella titubeó. De pronto su vulnerabilidad había rajado esa máscara glacial. Había arrugas de preocupación en la frente perfecta, y los ojos turbios y grises relucían. La petición de Ling estaba muy lejos de la habitual lista de fantasías, y la muchacha se sentía incómoda porque no sabía cómo encararlo.

—Caballeros, debo consultar a otros sobre este tema. Tardaré unos minutos. Si ustedes me esperan aquí… —Los condujo a una sala octogonal—, regresaré cuanto antes. Como ven, es una sala panorámica. Las escenas cambian cada dos minutos, a menos que ustedes deseen cancelarlas y avanzar hacia otras. El botón de control está en el asiento.

—¿Y esto? —preguntó Ling, señalando el cilindro de metal que había encima de cada asiento.

—No se preocupe por eso. Es un sensor que monitoriza las reacciones y pasa a escenas más acordes con los gustos del espectador.

Cuando la muchacha se fue, la sala se oscureció y luego se iluminó gradualmente. Estaban en medio de una holoproyección, rodeados por la luz esmeralda de un paisaje submarino. Frente a ellos, tanteando la verde penumbra con gigantescos tentáculos, flotaba un enorme pulpo. Fijó en ellos los ojos enormes, radiantes e inexpresivos.

—¿Una forma ilegal? —preguntó Ling en voz baja.

—Ya lo creo —dijo Bey, mirando fascinado los brazos que se movían con lentitud—. Todos los cefalópodos son ilegales. Hay por los menos un cinco por ciento de probabilidades de que la reversión resulte imposible con esa forma. Me sorprende que alguien pague tanto dinero para correr un riesgo tan tonto.

De gustibus… —dijo Ling. Se encogió de hombros, y de nuevo la habitación se oscureció. Cuando volvió a iluminarse, Bey creyó que estaban de nuevo en un ámbito submarino. La luz era de nuevo moteada y verde. Miró hacia las frondosas hojas que había arriba. La vegetación formaba un inmenso dosel. Frente a ellos, fundiéndose perfectamente con los retazos de luz y oscuridad, se agazapaba la silenciosa forma de un tigre. Los grandes músculos se abultaron bajo la tersa piel, y la bestia saltó. Las uñas desgarraron el pescuezo de un jabalí mientras la otra zarpa buscaba el espinazo indefenso. El jabalí movió la cabeza rápidamente, interceptando la pata extendida con sus afilados colmillos.

—Si no le importa… —murmuró Ling, apretando el botón para cambiar de escena—. Espero que no sea un reflejo exacto del gusto de usted ni del mío —dijo mientras la luz volvía a atenuarse.

—Ni siquiera sé qué forma nos ofrecían, el jabalí o el tigre —respondió Bey—. Supongo que ambas.

La luz se volvió cada vez más brillante. El hombre que estaba ante ellos era imperioso y autoritario. De pie, con los brazos cruzados bajo la luz cegadora de un mediodía egipcio, miraba las planchas quejumbrosas que se desplazaban despacio sobre los rodillos de madera. Gruesas sogas sujetaban el gran bloque de piedra al soporte chato, y las largas hileras de esclavos que lo desplazaban lentamente por el desierto estaban manchadas de sudor y polvo. A lo lejos, la larga rampa se elevaba hacia la forma inconclusa de una imponente pirámide.

—Una verdadera fantasía de poder —dijo Ling.

Bey asintió.

—Ningún hombre ha tenido tanto poder absoluto en miles de años. No sabemos mucho sobre Keops, pero sin duda los artistas de la Cúpula del Placer han dado una imagen creíble de la época.

Miraron unos instantes en silencio el cielo brillante y vacío y la alta figura de manto blanco que se erguía como una roca en el calor aplastante.

—No creo demasiado en el poder de ese monitor para interpretar nuestros gustos —dijo Bey—. A menos que ese hombre sea Imhotep en vez de Keops.

La escena cambiaba de nuevo, y la blanca y brillante luz egipcia se esfumó en un resplandor rojo y fluctuante. Les costó adaptar los ojos al resplandor brumoso. El crujido de la madera y el suspiro de los fatigados esclavos fue reemplazado por un chirrido de poleas y el susurro de fuelles que avivaban el fuego de un horno. Los hombres que se movían alrededor de la larga mesa estaban desnudos, excepto por las capuchas negras y los delantales de cuero, y el sudor les perlaba los cuerpos musculosos. El hombre de la mesa callaba, boquiabierto. Tenía los brazos y las piernas atados a la altura de las muñecas y los tobillos, con tiras de tela y cuerdas. Estaba estirado y tenso.

Una figura encapuchada se acercó a la mesa, empuñando un hierro con la punta al rojo vivo. Bey se apresuró a apretar el botón.

—¿Quién quiere ver eso? —dijo Ling. Aun él parecía haber abandonado su irónico distanciamiento—. Debí suponer que no habría nada para gentes como nosotros.

—¿Cómo nos ve esa máquina, como víctimas o como torturadores? —preguntó Bey.

Esta vez la escena era bucólica y serena. Un joven estaba sentado junto a un gran roble, el rostro calmo y pensativo. El sol iluminaba el suave verdor de un verano europeo en vez de los crudos pardos y ocres de Egipto. Revoloteaban pájaros en el jardín, y se oía el murmullo de un riachuelo distante. El hombre no se movía. Vestía una camisa y pantalones de lana, al estilo del siglo XVII. Wolf y Ling se miraron intrigados.

—¿Lo entiende usted? —preguntó Ling.

Bey miró las manos del hombre con mayor atención: empuñaba una cuña de vidrio. De pronto lo reconoció.

—Newton —le murmuró a Ling—. Mírele las manos.

—¿Qué? —Ling observó con atención. Al cabo de un instante soltó un extraño gruñido—. En efecto, es Newton en Woolsthorpe. Está sosteniendo un prisma. —De un tono cínico e irónico había pasado a una voz de cautivada añoranza—. Por Dios, ¿se imagina usted? Ver el mundo con los ojos de Newton, en esa época. El annus mirabilis, el tiempo de la peste… descubrió todos los fundamentos de la ciencia moderna, las leyes del movimiento, la óptica, el cálculo, la gravedad. Todo durante los dos años que pasó en Woolsthorpe para huir de la peste.

Ling se inclinó hacia delante, los ojos relucientes de interés. Wolf, no menos intrigado, se preguntó cuánto tiempo podrían inspeccionar la escena.

—Bien, caballeros, lamento haber tardado tanto.

La suave voz rompió el hechizo. La escena se desdibujó. Ling miró respetuosamente el casco que tenía encima de la cabeza.

—Habría jurado que en la Cúpula del Placer nada me atraería de veras. Ahora sé que me equivocaba —comentó.

Se volvió hacia la mujer, quien venía acompañada por un hombre rubio igualmente atractivo, también vestido de blanco.

—¿Quién programó esta selección de escenas? —preguntó Ling.

El hombre sonrió.

—No es política de la Cúpula del Placer revelar nuestros secretos profesionales. Pero tenga la seguridad de que todo lo que ofrecemos respeta los datos históricos de que disponemos. La psicología, si usamos la forma de una persona real, es tan precisa como lo permiten los métodos modernos. ¿Le interesa alguno de los mundos que ofrecemos?

Ling suspiró.

—Demasiado. Pero nos apremia otro asunto. Usted ha visto el crédito que yo controlo. Necesitamos ayuda. Si no la obtenemos, podemos cerrar para siempre los servicios de cambio de forma que hay aquí. Espero que no sea necesario.

El hombre cabeceó.

—Caballeros, su crédito es suficiente para comprar cualquier placer. Sin embargo, deben comprender que ciertas cosas de la Cúpula del Placer no son accesibles a ningún precio. El detalle de nuestras operaciones es una de ellas. Por favor, expresen nuevamente sus deseos para ver si podemos satisfacerlos.

—No queremos causar problemas —dijo Ling—. Si quisiéramos, sin duda podríamos hacerlo. Éste es Behrooz Wolf, jefe de la Oficina de Control de Formas de la Tierra. Yo soy Karl Ling, asistente especial del gabinete de la FEU. Le digo esto para que vea que no tratamos de engañarlo. Revise nuestras credenciales, si lo desea.

El hombre sonrió.

—Ya se hizo cuando ustedes llegaron. La Cúpula del Placer toma ciertas precauciones, aunque no lo hace público. Buscamos una identificación si alguien hace una petición insólita. De lo contrario, el anonimato es total.

Ling cabeceó.

—Bien. Eso ahorra tiempo. Sólo buscamos información. Recientemente tres hombres murieron durante un cambio de forma. Creemos que murieron aquí. Queremos hablar con los hombres que estuvieron a cargo de esa operación, y queremos ver todas las grabaciones de los monitores que registraron y supervisaron los cambios de forma.

El hombre no intentó negar la acusación. Calló unos instantes, luego preguntó:

—Si colaboramos, ¿no nos involucrarán más en el asunto?

—Tiene usted nuestra palabra.

—Entonces vengan conmigo. —El hombre rubio sonrió—. Se sentirá halagado, pues obtiene un servicio sin cargo. Que yo sepa, eso nunca ha ocurrido desde que se creó la Cúpula del Placer.

Los tres caminaron deprisa por un laberinto de cavernas de hielo, grutas mágicas alumbradas por luces de diversos colores. Al fin llegaron a una puerta que conducía a un despacho, con paredes con paneles y un escritorio de aspecto funcional.

El hombre indicó a Wolf y Ling que se sentaran en las sillas.

—Regresaré en un momento. A propósito, ésta es nuestra idea del lujo. Paredes normales, muebles, intimidad. Todos aspiramos a ello, pero viviendo aquí rara vez tenemos esa oportunidad.

Regresó minutos después con un gemelo idéntico. Bey consideró que eso respondía a su pregunta acerca del uso del equipo de cambio de forma en el personal. La máxima sumisión: alguien les imponía la forma del cuerpo.

El recién llegado se sentía evidentemente incómodo. La idea de hablar sobre su trabajo con un extraño le turbaba. Bey pudo ver un nuevo aspecto de Karl Ling en acción cuando éste serenó al hombre, induciéndolo a ser más locuaz. Al cabo de una breve charla introductoria, comenzó la verdadera entrevista.

—Esos tres querían un reacondicionamiento de alta velocidad —dijo el empleado de la Cúpula del Placer. Una vez que empezó, prometía ser un torrente de palabras—. Lo único ilegal en ese proceso fue la velocidad. Usamos las máquinas de biorrealimentación veinticuatro horas diarias, y les administramos las sustancias nutritivas por vía intravenosa. Parecía un trabajo sencillo y no hicimos ninguna monitorización especial, tal como haríamos si un cliente pidiera un cambio especial. Aquí podemos hacer cosas bastante rebuscadas, aunque desde luego no podemos competir experimentalmente con los laboratorios de la CEB. El programa que habían pedido esos tres lleva unas ciento cincuenta horas, casi una semana de cambios si se lo deja correr continuamente. Sé que hay versiones que hacen lo mismo en una tercera parte de ese tiempo pero, créase o no, tomamos todas las precauciones posibles. Prefiero usar la versión más lenta; la gente que la usa sufre menos tensión.

—¿Ha usado ese programa muchas veces? —preguntó Ling. El empleado parecía necesitar un respiro: había dado toda esa información de un solo aliento.

—A menudo, especialmente cuando la clientela no es de la Tierra. No era mi trabajo investigar su origen, desde luego, pero la ropa y el acento son buenos indicios. Si alguien me lo hubiera preguntado al principio, habría respondido que esos tres no eran de la Tierra.

Miró al otro hombre rubio, insinuando una disputa que aún seguía en pie.

—Desde el trabajo de Capman sobre los cambios —continuó—, un programa sencillo como éste ha sido automático. Los tanques tienen monitores automáticos que controlan la provisión de aire y alimentos, y el ordenador regula el ritmo de todo el proceso. Desde luego, el sujeto ha de estar consciente en cierto nivel, porque se trata de un cambio de forma deliberado. Me entiende, ¿verdad? ¿O necesita más explicaciones?

Miró a Ling, dando por sentado que Wolf comprendía.

—Bastante —dijo Ling, clavando una mirada de enfado en Bey, que sonrió con picardía—. Continúe.

—Bien, la unidad es totalmente autónoma. No hay visores en los tanques, así que sólo sabemos lo que ocurre dentro mirando los monitores e indicadores externos.

—¿Con qué frecuencia lo hacen?

—En un caso simple como éste, una vez por día. Ni siquiera eso es necesario. Nunca tenemos que intervenir, pero aun así lo comprobamos. Esos tres clientes habían llegado juntos e iniciaron el programa al mismo tiempo, así que un vistazo por día bastaba para monitorizar a todos. Los tres usaban el mismo programa de reacondicionamiento. Además lo necesitaban. Tenían muy mal aspecto cuando llegaron… No sé qué habrían estado haciendo.

Hizo una pausa. Bey se preguntó cómo se divertía el personal de la Cúpula del Placer. ¿Qué podía atraer a hombres y mujeres que lo habían visto todo, que habían satisfecho todos los gustos posibles? Probablemente algo muy simple. Los chefs de los restaurantes más costosos comían platos muy sencillos.

—La noche del tercer día —continuó el hombre—, eché una ojeada de rutina a los indicadores. Los tres hombres estaban muertos. No pude creerlo. Al principio pensé que había un problema en los indicadores, o un error de programación en las pantallas. Luego abrimos los tanques.

Hizo otra pausa, evocando ese momento.

—Por Dios, era horrendo, era una pesadilla. Habían cambiado. Ya no eran hombres. Eran monstruos, con ojos grandes y relucientes y piel rugosa. Parecía un holofilme de horror. Confirmamos que estaban muertos y miramos su identificación. Aun sin eso, yo sabía que teníamos a tres clientes que no venían de la Tierra. Aquí cundió el pánico. Pensamos que podríamos sacarlos de la Tierra, pero no es tan fácil como antes. Cuando descubrimos que era imposible, pensamos que lo más seguro sería arrojarlos al fondo del mar. Pero aparentemente tampoco dio resultado.

Hubo un largo silencio. Ling estaba demasiado interesado para demostrar a Bey su orgullo por haber reconstruido los hechos con tanta precisión. Estaba tan concentrado que parecía ciego, los ojos clavados en el infinito.

—¿Hizo usted un análisis químico de los cuerpos? —preguntó al fin.

—Claro que no. Queríamos deshacernos de ellos. No queríamos perder tiempo con análisis. Aun así, tiene que haber registros químicos, por las mediciones realizadas durante el trabajo de realimentación. Todo está en los archivos, con los registros de los monitores e indicadores. La química sanguínea y la química celular se registran continuamente.

—Bien, quisiera examinarlos. Tráigalos aquí o llévenos a ellos.

—Los traeré. Pero están desordenados. Sólo un experto en cambio de forma podrá leerlos.

Ling captó la mirada de Bey.

—Tráigalos. Nos las apañaremos de algún modo —dijo—. Es una habilidad que nunca se pierde una vez que se la ha dominado totalmente.


John Larsen miró los datos del espectrógrafo y se volvió hacia Park Green.

—Es mucho menos de lo que esperaba —dijo—. Hay vestigios de asfanio en todos los cuerpos, pero la cantidad es muy pequeña. Hay un pequeño rastro de radiactividad, pero no basta para causar un gran efecto físico, aunque el cambio de forma lo amplifique. Me pregunto si no será un sutil cambio químico. Los vestigios de elementos, aun en cantidades microscópicas, alteran el equilibrio bioquímico. Aún no sabemos demasiado sobre las propiedades químicas de los elementos transuránicos en la isla de estabilidad del 114.

—Bien —dijo Green dubitativamente—, no sabemos tanto. Pero no hemos descubierto propiedades extrañas en el asfanio o el polkio en nuestro trabajo en la Luna. Creo que es otra cosa. Los tripulantes de la Jasón nunca habían hecho cambio de forma. No tenían experiencia. Me pregunto si las cosas no se les fueron de las manos. Se toparon con algo nuevo, como un vestigio de asfanio, y no tenían experiencia suficiente en cambio de forma como para controlarlo.

Larsen se pegó en el muslo con la hoja impresa.

—Park, creo que has acertado. La experiencia es importante durante el cambio de forma. Con gente inexperta algo podría salir mal.

—¿Podemos verificarlo?

—Creo que sí. Ya sabemos que el asfanio se concentra en una glándula, el timo. Tomamos un extracto de uno de los cuerpos y realizamos una verificación controlada para ver si ocurren cosas extrañas cuando usas un programa de cambio de forma.

—Buena idea —dijo Green, frunciendo el ceño—, ¿pero dónde conseguirás el animal de laboratorio? El cambio de forma se basa en que sólo los humanos pueden hacerlo. A fin de cuentas, ése es el fundamento de los tests de humanidad.

Larsen rió confiadamente.

—Exacto. ¿Quieres ver al animal? Aquí lo tienes. —Se tocó el pecho—. Pero no me entiendas mal —añadió cuando vio la horrorizada expresión de Park Green—. En Control de Formas tenemos muchos años de adiestramiento. Si algo anda mal, no tendré problemas para detenerlo y revenirlo. Ésa es la diferencia entre esos tres exploradores y yo: la experiencia.

Se puso de pie.

—No olvides que se trata de un proceso deliberado. Sólo te cambia porque deseas cambiar. Vamos, obtengamos un extracto de timo y volvamos a los tanques de la jefatura de Control de Formas. Tendremos algo para mostrar a Bey Wolf y a tu jefe cuando regresen de su paseo a la Cúpula del Placer.

14

El «paseo» a la Cúpula del Placer se estaba volviendo agotador. Los empleados miraban asombrados mientras Wolf y Ling revisaban los registros de los monitores a toda velocidad, leyendo datos, intercambiando comentarios y análisis. Tenían que habérselas con parámetros físicos corporales tales como la temperatura, las pulsaciones y la conductividad dérmica, y con variables del sistema tales como la tasa de sustancias nutritivas, las temperaturas ambientales y los estímulos eléctricos. Los programas en uso, a medida que entraban y salían del ordenador, eran registrados paralelamente en los mismos archivos. La lectura de los datos requería muchos años de experiencia, además de una plena comprensión de los procesos físicos y mentales del cuerpo humano. Ling era infatigable, y Bey estaba resuelto a no quedarse atrás.

—¿Quién es? —le preguntó el supervisor de cambio de forma de la Cúpula del Placer a Bey en una de sus breves pausas para esperar más datos—. Sé que usted es jefe de Control de Formas. ¿Pero dónde aprendió él todo esto?

Bey miró de soslayo a Ling, quien estaba sumido en sus reflexiones y no prestaba atención a los comentarios.

—Quizá deba preguntárselo usted. Yo ya he tenido esa conversación.

La llegada de más datos postergó la pregunta.

Al cabo de treinta y seis horas de intenso trabajo, el análisis básico estaba completo. Tenían un increíble cúmulo de información, pero un dato prevalecía sobre los demás: los tripulantes de la Jasón habían muerto mucho antes de que el cambio de forma estuviera completo. Habían muerto porque las formas que estaban adoptando no podían respirar aire normal. Las formas finales seguían siendo desconocidas, y también había otros misterios. ¿Por qué habían adoptado esas formas bajo el control de un simple programa de reacondicionamiento que se había usado mil veces sin el menor problema?

Karl Ling permaneció inmóvil en su asiento, tal como había estado las últimas dos horas. De vez en cuando hacía una pregunta a Bey o volvía a mirar algún dato. En vez de molestarlo con preguntas generales, Bey decidió ir a otro cuarto para comunicarse con la jefatura de Control de Formas. Quería preguntar a John Larsen cómo andaba todo. Ling navegaba en extraños mares de pensamiento, a solas, y Bey Wolf sentía un profundo respeto por la mente de ese hombre.

Park Green atendió el comunicador en vez de Larsen. Parecía muy inquieto.

—¿Dónde está John?

—Está en el tanque de cambio de forma. Entró ayer por la mañana.

—Bien, es un modo de olvidarse de la burocracia.

Para gran alivio de Green, Bey Wolf no parecía preocupado. Aun cuando le explicó todo el asunto, Bey se echó a reír.

—John ha trabajado con esos equipos casi tanto como yo. Sabe manejarlos mejor que nadie en la Tierra. Pero francamente, Park, soy escéptico ante esa teoría. Los habitantes del Cinturón sí usan equipos de cambio de forma. Cuando lo usan para reparar lesiones, lo llaman «equipo de regeneración», pero el principio es el mismo. La FEU sólo repudia el cambio de forma por razones cosméticas o frívolas.

Park Green estaba como si le hubieran quitado un gran peso de encima.

—Gracias al cielo. Estoy preocupado desde que se aplicó esa inyección de timo. Temí que me hubiera persuadido de dejarlo hacer algo muy arriesgado. No sé lo suficiente sobre el tema como para discutir con él.

Bey sonrió ante la obvia preocupación de ese hombre corpulento.

—Ve al tanque a echarle una ojeada si estás preocupado —dijo, y cortó la comunicación. Regresó a la sala donde estaba Karl Ling, quien acababa de salir del trance y aceptó una taza de cafeína sintética, «amabilidad de la Cúpula del Placer». Tras haber roto con su política habitual al dejarlos entrar gratuitamente, la gente de la Cúpula del Placer parecía decidida a adoptarlos. Ling acababa de rechazar cortésmente una oferta de la Reina de las Nieves, que le había sugerido una técnica milenaria para relajarse después del duro trabajo. La sugerencia de la muchacha pareció complacerlo, pero le fastidió que ella hiciera la misma oferta a Bey.

—Creo que tengo las respuestas, señor Wolf, y son fascinantes. Más de lo que yo soñaba. Si estoy en lo cierto, éste es un día especial en nuestra historia.

Ling se reclinó en el asiento, disfrutando del momento.

—Bien, Park Green y John Larsen también creen tener las respuestas —dijo Bey—. Acabo de estar en contacto por vídeo con ellos.

—¿Eso creen? ¿Sin las pruebas de que disponemos nosotros? —Ling enarcó las cejas—. ¿Piensan que esto es un juego?

Bey bosquejó la teoría de Larsen y Green. Al contarla le pareció aún menos sólida que cuando la había oído. Resumió la situación de la jefatura, y al fin mencionó que Larsen estaba sometiendo su idea a una verificación práctica.

—¿Se inyectó un extracto de uno de los muertos y se metió en un tanque de cambio de forma? —Ling perdió la compostura. Se puso tan blanco como una de las Reinas de las Nieves—. Es hombre muerto. Por Dios, ¿por qué no nos consultaron antes de empezar?

Se levantó de un brinco, apartó los registros de un manotazo y cogió su chaqueta.

—Vamos, señor Wolf. Tenemos que regresar cuanto antes. Si hay alguna posibilidad de salvar la vida de John Larsen, depende de nuestros esfuerzos.

Salió de la sala a la carrera. Bey, desconcertado y alarmado, lo siguió a gran velocidad. Cuando Karl Ling perdía su aplomo de tal modo, era momento de preocuparse.


En el ascensor, en el enlace Mattin y a través del sistema de tránsito terrestre, Ling explicó deprisa los elementos básicos de sus descubrimientos. Cuando llegaron a la Oficina de Control de Formas, costaba saber cuál de ambos estaba más frenético. Fueron de inmediato a los tanques de cambio de forma.

Park Green, a quien habían alertado mientras viajaban, los estaba esperando. Miró a Ling esperando una andanada de insultos y acusaciones, pero Ling no dijo nada. Fue de inmediato al tanque donde estaba John Larsen y leyó los indicadores. Al cabo de unos minutos se distendió y soltó un gruñido de satisfacción.

—Todo está estable aún. Eso es bueno. Si sigue el mismo patrón de los otros tres, tenemos veinticuatro horas para hacer algo por él. Pero no me atrevo a interrumpir el proceso. Tendremos que permitirle seguir su curso, tratar de mantenerlo con vida entretanto, y luego preocuparnos por revertirlo. Quiero los planos del tanque. Necesito saber cómo funcionan exactamente los circuitos que controlan las sustancias nutritivas y el suministro de aire.

Wolf fue a buscarlos y regresó en menos de un minuto. Park Green aún estaba de pie junto al tanque, totalmente desconcertado. Cuando Ling tuvo los planos, Green llevó a Bey a un lado.

—¿Ling sabe lo que está haciendo? Sé que es un experto acerca del Cinturón. ¿Pero entiende sobre este asunto? ¿No arriesgamos la vida de John al permitirle intervenir así?

Wolf apoyó la mano en el macizo hombro de Green.

—Créeme, Park, él sabe lo que hace. Si alguien puede ayudar a John, es él. Tenemos que darle todo el respaldo que necesite y guardar las preguntas para más tarde. Cuando todo haya terminado, te contaré mis opiniones.

Ling interrumpió la conversación. Su voz tenía un tranquilizador tono de certeza y autoridad.

—Que uno de ustedes venga aquí y anote los cambios que tendremos que introducir en el equipo. Yo leeré las medidas a medida que las encuentre en los planos. Que otro de ustedes llame a la CEB. Quiero al principal especialista en programas de cambio interactivo. María Sun, si está disponible. De lo contrario, lo mejor que puedan ofrecer. Aclaren que se trata de circuitos en código, por si eso los apresura.

Wolf asintió.

—Puedo conseguir a María —dijo, y salió deprisa.

Empezaron las modificaciones del equipo. En cada etapa Ling revisaba los indicadores. María Sun llegó, echó una ojeada a los monitores y se sentó junto a Ling. Soltaba un juramento tras otro, pero eso no reducía su eficacia mientras ambos trabajaban con empeño. La condición de Larsen seguía siendo estable, pero se estaban produciendo otros cambios. Las pulsaciones habían bajado, y había una gran exigencia de calcio, nitrógeno y sodio en los tubos de alimentación. Las propiedades de la piel estaban cambiando drásticamente.

—Podrían haber advertido todo esto en la Cúpula del Placer si tan sólo se hubieran molestado en mirar —gruñó Ling—. Para ser justos, no tenían razones para esperar ninguna rareza, pero mire usted ese indicador de masa corporal.

María Sun soltó una retahila de juramentos.

—Ha llegado a ciento veinte kilos. ¿Cuál es su peso habitual?

—Ochenta —dijo Bey, mirando los indicadores. Ansiaba ver dentro del tanque, pero el sistema no estaba preparado para eso.

El trabajo continuó. Al cabo de muchas horas de cambios en el equipo y trabajo de modificación de programas con María Sun, Ling declaró que había hecho todo lo posible. La verdadera prueba vendría dentro de pocas horas. Ése era el momento en que los registros de los tripulantes de la Jasón habían empezado a desquiciarse. Quedaba por ver si las alteraciones en el equipo mantenían estable a Larsen mientras el cambio continuaba. Empezó el tiempo de observación y espera.

Mientras Ling echaba una última ojeada a los indicadores, Bey comprendió la angustia que debía de estar sufriendo Park Green. Miró la cara desdichada del hombretón.

—Señor Ling, ¿hemos hecho todo lo que se puede hacer? —preguntó Bey.

—Por el momento. Sólo nos queda esperar.

—Entonces, por favor, explíquenos todo desde el principio. Recibí un rápido resumen mientras veníamos, pero Park Green aún no sabe nada, y sin duda María siente la misma curiosidad.

Ling miró a los tres como si los viera por primera vez. Al fin asintió.

—Merecen saberlo, aunque yo esté equivocado. Desde el principio, ¿eh? Ésa es una larga historia. Tendré que contarla tal como yo la imagino. No puedo asegurar que sea cierta.

Se sentó, se reclinó y se apoyó las manos en la nuca.

—Tengo que comenzar hace dieciséis millones de años, y no en la Tierra, sino en el planeta Loge. Loge era un gigante cuya masa era noventa veces superior a la terrestre, y estaba a punto de explotar. Y quizá les cueste creer esto, pero Loge estaba habitado. En él vivía una raza de seres inteligentes. Quizás eran demasiado inteligentes. Sabemos que su planeta voló, pero no sabemos por qué. Quizá la culpa fue de ellos. Dudo que alguna vez lo sepamos. Esa raza dominaba la energía nuclear, pero no el vuelo espacial.

—Vamos —dijo María Sun con escepticismo—. No puede usted saber eso. Quizá le acepte la existencia de los logianos, pero usted mismo acaba de decir que nunca sabremos mucho sobre ellos.

—Aun así, sé lo que he dicho. ¿Cómo lo sé? —Ling estaba complacido ante las preguntas—. Bien, sé que tenían energía nuclear porque crearon elementos transuránicos. Toda fuente natural de elementos transuránicos habría decaído mediante procesos naturales desde la formación del planeta. El único modo posible de hallar una fuente de elementos transuránicos en Loge, y sólo en Loge, consiste en que alguien los haya creado allí mediante síntesis nuclear. Nosotros no sabemos cómo hacerlo con eficacia, así que hay buenas razones para pensar que los logianos tenían una tecnología nuclear más avanzada que la nuestra.

—De acuerdo. —María asintió con la oscura cabeza. Se había modificado el aspecto desde la última vez que Bey la había visto. Ahora usaba la forma de una exquisita oriental. Los procaces juramentos que salían de esos labios de pétalo cuando trabajaba creaban un extraño efecto en el que quizás ella no reparaba—. Conque tenían energía nuclear. ¿Pero cómo sabe usted que no dominaban el vuelo espacial?

—Elemental, mi querida María. —Ling estaba demasiado absorto en su explicación para notar la callada reacción de Bey ante ese indicio de que la conocía desde antes—. Ninguno de ellos pudo escapar de Loge, aun cuando descubrieron que iba a desintegrarse. Debieron de tener algunos años de advertencia, un tiempo para planear… pero ninguno escapó, ni uno sólo.

Ling se levantó del asiento.

—Un momento, debo ver cómo anda todo. —Fue hasta el tanque, inspeccionó los indicadores y regresó—. Todo sigue estable, y el cambio se está acelerando. Las próximas dos horas serán cruciales.

—Nos quedaremos aquí —dijo Bey. Y añadió—: Conque no pudieron huir de Loge.

—Exacto. —Ling volvió a adoptar su serena postura, mirando a lo lejos—. Tuvieron tiempo para planear, así que supongo que no fue una guerra nuclear. Quizás hallaron un modo de realizar ajustes interiores en gran escala para el planeta y perdieron el control. Eso sería relativamente lento.

»¿Qué podían hacer? Examinaron el sistema solar. Sabían que iban a morir, ¿pero tenían alguna manera de lograr que la raza sobreviviera? Para un logiano, el sitio natural de supervivencia sería Júpiter o, mejor aún, Saturno. Quizá nunca pensaron en la Tierra, que para ellos era un planeta diminuto, demasiado caliente, con atmósfera de oxígeno, una bola de metal muy cercana al Sol. No, tendría que haber sido Júpiter o Saturno, que era su esperanza. Hacia allá volvieron esos ojos grandes y relucientes, adaptados para ver bien en una atmósfera turbia, rica en metano.

Bey recordó de pronto los grandes y relucientes ojos de los Monstruos de las Marianas que habían hallado frente a Guam. Los mineros jamás habían imaginado semejante destino mientras se divertían en la gris superficie de Tycho.

—Los tripulantes de la Jasón —dijo Bey.

—Se adelanta usted, señor Wolf —dijo Ling, sonriendo—. Permítame continuar con la historia, sea verdadera o falsa. Como he dicho, todo esto es mera conjetura. Sus científicos calcularon la fuerza con que estallaría Loge, y presentaron un informe sombrío. Ninguna forma de vida, ni siquiera unicelular, podía sobrevivir. Los fragmentos de Loge volarían hacia todas partes. Algunos abandonarían para siempre el sistema solar. Algunos caerían en el Sol. Y sin duda algunos caerían en Júpiter, Saturno y los demás planetas, la Tierra incluida. ¿Era posible que algo pudiera sobrevivir a esa explosión y a ese largo tránsito?

Park Green habló por primera vez.

—Si las criaturas unicelulares no podían sobrevivir, tendría que tratarse de algo muy primitivo. Un virus, por ejemplo. Es apenas un fragmento de ADN, sin ningún envoltorio.

Ling miró a Green con expresión de sorpresa.

—Exactamente. Un virus no tiene un sistema propio de «soporte vital». Para crecer y multiplicarse, necesita una célula huésped. Los logianos corrieron el riesgo y empacaron su material genético dándole forma vírica.

—¿Y funcionó? —preguntó María Sung.

—No como ellos esperaban —dijo Ling—. O tal vez sí. Nunca enviamos una nave a la superficie de Júpiter ni Saturno, y no sabemos qué hay allí. Quizás haya logianos, merced al crecimiento vírico de su material genético en organismos huésped.

»Parte de ese material vírico estaba en fragmentos de Loge que escaparon del sistema solar y pasaron a ser cometas de período largo. Eso no importaba. Un virus dura indefinidamente. Dieciséis millones de años después, algunos de los fragmentos que regresaron al sistema solar atraídos por la gravedad del Sol fueron excavados por hombres. Éstos no buscaban el ADN de Loge, sino los elementos transuránicos.

—¿Y el ADN de Loge empezó a crecer en ellos? —dijo Green, desconcertado—. Un momento, eso no funcionaría. Si fuera posible, cada explorador sería…

Ling cabeceó aprobatoriamente.

—Muy bien, señor Green. Tiene usted razón. Los humanos son huéspedes insatisfactorios para el desarrollo de los logianos. El virus de Loge podía entrar fácilmente en el cuerpo humano, e incluso instalarse en el sistema nervioso central. Pero no podría prosperar en ese ámbito poco familiar. La atmósfera inapropiada, el equilibrio químico inapropiado, la forma inapropiada.

Ling hizo una pausa y miró a los otros tres. Su actitud había cambiado. Se había convertido en el gran científico, exponiendo ante un público interesado un problema de su especialidad.

—Supe que había una civilización logiana antes de venir a la Tierra para esta investigación. Los elementos transuránicos lo demostraban más allá de toda duda. De lo contrario, no habría llegado tan pronto a estas conclusiones.

»Creo que ahora ustedes pueden completar la historia. Los tripulantes de la Jasón recogieron ADN logiano en forma de virus del fragmento que estaban minando en busca de asfanio y polkio. Se les metió en el cuerpo, y nada ocurrió. Fueron a celebrarlo a Ciudad Tycho, y nada ocurrió. Pero al fin vinieron a la Tierra y se metieron en máquinas de cambio de forma. Al fin el virus pudo comenzar a actuar. Les estimuló el sistema nervioso central y comenzó el proceso de cambio deliberado. Estaba creando una forma que era óptima para los logianos, no para los terrícolas. Cuando ese cambio llegó al extremo en que la forma cambiada no podía sobrevivir en la atmósfera de la Tierra, las criaturas murieron. Asfixiadas en el aire normal.

Park miró el tanque que contenía a John Larsen. Al fin comprendía todas las implicaciones de las palabras de Ling.

—Es decir, ¿que lo mismo le está ocurriendo a John?

—Le habría ocurrido, y lo habría matado —respondió Ling—. Se inyectó ADN logiano, además del asfanio que tomó de los cadáveres. Lo que hicimos nosotros fue modificar el sistema de soporte vital del tanque para que responda a las necesidades del organismo que contiene. Si mira ahora los indicadores, notará que los alimentos y la atmósfera serían letales para un ser humano.


Park Green caminó deprisa hacia el tanque. Miró los monitores y regresó.

—Masa corporal, doscientos kilos. El oxígeno ha bajado a menos del ocho por ciento, y el amoníaco ha subido. Señor Ling, ¿vivirá John?

Ling se levantó y caminó hasta el tanque. Examinó cuidadosamente cada indicador.

—Creo que sí —dijo al fin—. El ritmo del cambio es más lento, y todo es muy estable. No sé si podremos devolverle su forma original. Aun si podemos, no creo que lo consigamos de inmediato.

Ling regresó adonde estaban los otros. Miró a Bey Wolf y captó el reflejo de su propio entusiasmo.

—Miremos el lado positivo —dijo—. Durante siglos hemos soñado con nuestro primer encuentro con una raza alienígena. —Señaló el tanque—. El primer representante estará aquí, listo para encontrarnos, dentro de uno o dos días.

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