Capítulo 30

Mary estaba abajo en la habitación del billar, hablando con Fritz sobre la historia de la casa, cunado los oídos del doggen recogieron un sonido del que ella no se había percatado.

– Podría ser que los señores hubieran vuelto.

Ella fue hacia una de las ventanas mientras un par de focos se balanceaban alrededor del patio.

El Escalade se paró, sus puertas se abrieron y los hombres salieron. Con las capuchas de sus trajes bajadas, ella los conocía de la noche en que había llegado a la mansión. El tipo de la perilla y los tatuajes en sus sienes. El hombre de la melena espectacular. El terror que tenía cicatrices y el oficial militar. El único que ella no había visto antes era un hombre con el pelo largo y negro y las gafas de sol.

Dios, sus expresiones eran tristes. Tal vez alguien se había hecho daño.

Ella buscó a Rhage, intentando controlar el pánico.

El grupo se arremolinó y condensó detrás del SUV como si alguien saliera de la casa del guarda y sostuviera la puerta abierta. Mary reconoció al tipo que había entre las jambas como quien había estado jugando al fútbol en el vestíbulo.

Con todos esos grandes cuerpos masculinos colocados en un apretado círculo en la parte posterior del Escalade, que era difícil decir lo que estaban haciendo. Pero parecía que una especie de cosa pesada estaba entre ellos…

La luz mostró una rubia melena.

Rhage. Inconsciente. Y llevaban su cuerpo hacia aquella puerta abierta.

Mary estaba fuera de la mansión antes de comprender que estaba corriendo.

– ¡Rhage!!Parad!!Esperad! – El frío aire se movía rápidamente en sus pulmones. -¡Rhage!

Ante el sonido de su voz, él se movió con fuerza, levantando la mano hacia ella. Los hombres se pararon. Un par de ellos maldijo.

– ¡Rhage! – Ella se paró de golpe, patinando sobre las piedrecitas. -Qué…oh…señor.

Había sangre sobre su cara y sus ojos desenfocados por el dolor.

– Rhage…

Su boca abierta. Moviéndose silenciosamente.

Uno de los hombres dijo.-Mierda, nosotros podríamos dejarlo en su habitación ahora.

– ¡Desde luego que lo dejareis allí! ¿Se ha herido luchando?

Nadie le contestó. Ellos solo cambiaron de dirección y llevaron a Rhage a través del vestíbulo de la mansión, hacia la escalera. Después de que lo dejaron sobre la cama, el tipo de la perilla y los tatuajes en la cara le retiró el pelo hacia atrás a Rhage.

– Hermano, ¿tal vez podemos traerte algo para calmarte en el dolor?

La voz de Rhage era confusa. -Nada. Mejor así. Conoces las reglas. Mary… ¿Dónde esta Mary?

Ella fue hacia la cabecera y tomó su mano floja. Cuando ella presionó sus labios sobre sus nudillos, comprendió que el traje estaba en perfectas condiciones, sin rasgaduras o agujeros. Lo cual significaba que no lo llevaba enciman cuando se había hecho daño. Y alguien se lo había puesto encima.

Con una horrible intuición, ella alcanzó el lazo trenzado de cuero alrededor de su cintura. Lo aflojó, tiró de los bordes y dejó el traje abierto. Desde sus clavículas hasta sus caderas estaba cubierto de vendas blancas. Y la sangre había fluido a través de ellas, brillante, ofensivamente roja.

Con miedo de mirar, pero necesitando saber, con mucho cuidado tocó una esquina y la levantó.

– Dios querido – Ella se tambaleó y uno de los hermanos la sostuvo. -¿Cómo le pasado esto?

Cuando el grupo permaneció tan silencioso, ella empujó a quienquiera que fuera que la sostenía, se distanció y los miró a todos. Ellos estaban inmóviles, mirando fijamente a Rhage…

Y con todo el dolor que él sentía. Dulce Jesús, ellos no podían haber…

El de la barbita la buscó con la mirada.

Lo habían hecho ellos.

– Vosotros hicisteis esto.- Siseó ella.!Vosotros le hicisteis esto!

– Sí. -Dijo el que llevaba las gafas de sol. -Y no es cosa tuya.

– Sois unos bastardos.

Rhage emitió un sonido y luego se aclaró la garganta. -Dejadnos.

– Volveremos para ver como te encuentras, Hollywood. -Dijo el tipo del pelo largo multicolor. -¿Necesitas algo?

– ¿Un injerto de piel? -Rhage sonrió un poco y luego se estremeció cuando se movió sobre la cama.

Mientras los hombres salían por la puerta, ella fulminó con la mirada sus espaldas. Aquellos malditos animales…

– ¿Mary? -Murmuró Rhage. -Mary.

Ella trató de recomponerse. Exaltarse por lo que le habían hecho esos gamberros no iba a ayudar a Rhage ahora mismo.

Ella lo miró, ahogando su furia y le dijo. – ¿Me dejarás que llame al doctor del que me hablaste? ¿Cómo se llamaba?

– No.

Ella quería decirle que perdiera al tipo-resistente-soportando-el dolor-notablemente. Pero sabía que lucharía y argumentárselo era lo último que necesitaba.

– ¿Quieres quedarte con el traje o te lo quito?- Le preguntó ella.

– Fuera. Si puedes soportar mirarme.

– No te preocupes por eso.

Ella le desató el cinturón de cuero y retiró la seda negra, queriendo llorar cuando él rodó hacia un lado y hacia el otro para ayudarla mientras gruñía por el dolor. Cuando terminaron de quitarle el traje, la sangre rezumaba sobre su costado.

Aquel hermoso edredón quedaría arruinado, pensó ella, no dando una mierda.

– Has perdido mucha sangre. -Ella dobló el pesado traje.

– Lo se. -Él cerró los ojos su cabeza hundiéndose sobre la almohada. Su cuerpo desnudo experimentaba una serie de intermitentes espasmos, sus músculos temblaban y los pectorales se movían sobre el colchón.

Ella puso el traje en la bañera y volvió. -¿te limpiaron antes de vendarte las heridas?

– No lo sé.

– Tal vez debería comprobarlo.

– Dame una hora. Para entonces el sangrado habrá parado.- Él suspiró e hizo una mueca. -Mary…ellos tenían que hacerlo.

– ¿Qué? -Ella se inclinó hacia él.

– Ellos tenían que hacer todo esto. Yo no…- Otra respiración fue seguida por un gemido. -No te enfades con ellos.

Que les den por el culo.

– Mary. -Dijo él con fuerza, sus embotados ojos se concentraron en ella. -No les di ninguna opción.

– ¿Qué hiciste?

– Se acabó. Y no debes enfadarte con ellos. -Su mirada se puso borrosa otra vez.

Con lo preocupada que estaba, lo que quería es que todos esos bastardos se fueran al infierno.

– ¿Mary?

– No te preocupes. – Ella le acarició la mejilla, deseando poder lavar toda la sangre que tenía en la cara. Cuando él se estremeció por el ligero contacto, ella se retiró. -¿No vas a permitirme conseguirte alguna cosa?

– Sólo háblame. Léeme…

Había unos libros contemporáneos en los estantes al lado de los DVD, ella se acercó a los libros de tapa dura. Cogió el de Harry Potter, el segundo y colocó una silla al lado de la cama. Al principio era difícil concentrarse por que ella seguía controlando su respiración, pero al final ella encontró el ritmo y él también. Su respiración era más lenta y los espasmos cesaron.

Cuando se durmió, ella cerró el libro. Tenía la arrugada frente y lo labios pálidos y apretados.

Ella odiaba el dolor que tenía él incluso el resto que había encontrado.

Mary sintió en la piel los años pasados.

Visualizó el dormitorio amarillo de su madre. Olía a desinfectante. Escuchaba las laboriosas y desesperadas respiraciones.

Allí estaba otra vez, pensó ella. Otra cabecera. Otro sufrimiento. Desvalido.

Miró alrededor de la habitación, sus ojos aterrizaron sobre la Madonna y el niño en el aparador. En este contexto la pintura era arte, no un icono, la parte de una colección de la calidad de un museo y sólo se utilizaba como decoración.

Por lo que ella no tenía que odiar la maldita cosa. Y tampoco a asustaba.

La estatua de la virgen en la habitación de su madre había sido diferente. Mary la había despreciado y al instante que el cuerpo de Cissy Luce había abandonado la casa, aquel pedazo de yeso había acabado en el garaje. Mary no tuvo corazón de romperlo, pero habría querido hacerlo.

A la mañana siguiente ella había cogido a Nuestra Señora y la había sacado. Lo mismo con el crucifijo. Cuando ella aparcó en la iglesia, el triunfo que había sentido, el verdadero jódete Dios, había sido embriagador, el único buen sentimiento desde hacía mucho tiempo. Sin embargo el arranque no había durado demasiado. Cuando volvió a casa, todo lo que podía ver era la sombra sobre la pared donde la cruz había estado y el lugar libre de polvo en el suelo donde había estado la estatua de pie.

Dos años más tarde, el mismo día que había dejado aquellos objetos de devoción, a ella le habían diagnosticado leucemia.

Lógicamente sabía que no la habían maldecido por haber dejado aquellas cosas. Había 365 días en el calendario para poder golpearla y como una bola sobre la rueda de una ruleta, el anuncio de su enfermedad había tenido que aterrizar en uno de ellos. En su corazón, sin embargo, algunas veces creía que no. Lo que hacía que odiara a Dios aún más.

Infiernos…Él no tenía tiempo para hacerle un milagro a su madre, quien le había sido fiel. Pero Él hizo un esfuerzo extraordinario para castigar a una pecadora como ella. Figúrate.

– Me alivias. -Dijo Rhage.

Sus ojos reaccionando hacia él. Ella se aclaró la cabeza y le tomó la mano. -¿Cómo estás?

– Mejor. Tu voz me calma.

Había sido lo mismo con su madre, pensó ella. También a su madre le gustaba el sonido de conversación.

– ¿Quieres algo de beber? Preguntó ella.

– ¿Qué estabas pensando en este momento?

– En nada.

Él cerró los ojos.

– ¿Quieres que te lave? -Le dijo ella.

Cuando él se encogió, ella fue al cuarto de baño y volvió con una manopla caliente, húmeda y una toalla de baño seca. Le limpió la cara y con cuidado trabajó alrededor de los bordes de las vendas.

– Voy a quitártelas, ¿ok?

Él asintió y ella con cuidado retiró las cintas de su piel. Tiró las gasas y los acolchados.

Mary se estremeció, la bilis se le subió hasta la boca.

Lo habían azotado. Era la única explicación de las señales.

– Oh…Rhage. -Las lágrimas le nublaron los ojos, pero no les permitió que cayesen. -Solo voy a cambiarlas vendas. Pero también…aún mantengo la oferta de lavarte. Tienes que…

– El cuarto de baño. En el armario a la derecha del espejo.

Estando de pie delante del armario, se desalentó ante las provisiones que tenía a mano. Equipos quirúrgicos. Yeso para las fracturas. Vendas de todo tipo. Cintas. Ella cogió lo que pensó que le haría falta y regresó. Abriendo los paquetes de gasas almohadilladas estériles de 30 cm., las puso sobre su pecho y estómago y calculó que debía dejarlas allí. No había ningún modo de poderle levantar el torso para envolverlo, la acción de ponerlo todo junto implicaría un exceso de pérdida de tiempo.

Cuando ella tocó la sección de la zona inferior izquierda de las vendas, Rhage se tensó. Ella lo miró. – ¿Te he hecho daño?

– Graciosa pregunta.

– ¿Lo siento?

Sus ojos se abrieron, mirándola fijamente con dureza. -¿Aún no lo sabes, verdad?

Claramente no. -Rhage, ¿qué necesitas?

– Que hables conmigo.

– Ok. Déjame acabarlo.

Tan pronto como lo hizo, abrió el libro. Él maldijo.

Confundida, ella le cogió la mano. -No se lo que quieres.

– No es tan difícil entenderlo. -Su voz era débil, pero indignada. -Cristo ¿al menos por una vez podrías dejarme entrar?

Hubo un golpe que atravesó la habitación. Ambos miraron airadamente hacia el sonido.

– Vuelvo enseguida. – Dijo ella.

Cuando abrió la puerta, el hombre de la perilla estaba al otro lado. Llevaba una bandeja de plata sobrecargada de comida equilibrándola con una mano.

– A propósito, soy Vishous. ¿Está despierto?

– Hey, V. -Dijo Rhage.

Vishous pasó derecho por delante de ella y colocó la comida sobre el aparador. Cuando él se dirigió hacia la cama, ella sentía no ser tan grande como él para así poder sacarlo de la habitación.

El tipo apoyó la cadera sobre el colchón. -¿Qué haces, Hollywood?

– Estoy bien.

– ¿El dolor se va desvaneciendo?

– Si.

– Entonces te estás curando bien.

– No puede pasar lo suficientemente rápido para mí. -Rhage cerró los ojos agotado.

Vishous apartó la vista durante un momento, sus labios apretados. -Volveré más tarde, mi hermano. ¿De acuerdo?

– Gracias, hombre.

El tipo se giró y la miró, lo cual no podía haber sido más fácil. En este momento, ella deseaba que él tuviera el gusto del dolor que le había infligido. Y ella sabía que su deseo de venganza se le veía en la cara.

– Resistente galleta, ¿verdad? – Murmuró Vishous.

– Si es tú hermano ¿por qué le hicisteis daño?

– Mary, no lo hagas. -Rhage la cortó con voz ronca. -Te dije…

– No me has dicho nada. – Ella cerró los ojos apretándolos. No era justo gritarle cuando estaba plano sobre su espalda con el pecho que parecía un mapa cuadriculado.

– Tal vez deberíamos permitir que saliera todo.-Dijo Vishous.

Mary cruzó los brazos sobre su pecho. – Ahora esa es la idea. ¿Por qué no me dice la maldita cosa? Ayúdame a entender por qué le hicisteis esto.

Rhage habló por encima. -Mary, no quiero que tú…

– Entonces dímelo. Si no quieres que los odie, explícame esto.

Vishous revisó la cama y Rhage debió de asentir o se encogió, por que el hombre dijo. -Él traicionó a la Hermandad por ti. Tenía que compensar el querer quedarse con nosotros y mantenerte aquí.

Mary dejó de respirar ¿Todo esto era para ella?

¿Por ella?

Oh, Dios. Él había permitido que lo azotaran con fuerza por ella…

Haré que estés segura, ¿qué te parece?

Ella no tenía absolutamente ningún contexto para esta clase de sacrificio.

Por el dolor que él tenía que soportar por ella. Por lo que le había sido hecho por la gente que supuestamente se preocupaba por él.

– No puedo…me siento un poco aturdida. Me vas a perdonar…

Ella se retiró distanciándose, esperando llegar al cuarto de baño, pero Rhage luchó sobre la cama para intentar levantarse, como si fuera a ir tras ella.

– No, quédate donde estás, Rhage. – Ella fue hacia él, sentándose en la silla y acariciando su pelo. – Permanece donde estás. Shh…Tranquilo, grandote.

Cuando él se relajó un poco, ella miró a Vishous. -No entiendo nada de todo esto.

– ¿Por qué ibas a hacerlo?

Los ojos del vampiro se mantuvieron sobre los suyos, las profundidades de plata de algún modo asustaban. Ella se concentró en el tatuaje que sangraba de su cara durante un momento y luego miró a Rhage. Ella le acarició el pelo con las yemas de los dedos y murmuró cosas hasta que él se deslizó en el sueño de nuevo.

– ¿Te hizo daño hacerle esto? -Le preguntó ella suavemente, sabiendo que Vishous no se había marchado. -Dime si te hizo daño.

Ella escuchó el susurro de ropa. Cuando lo miró sobre el hombro, Vishous se había quitado la camisa. Sobre su musculazo pecho había una herida fresca, un tajo, como si una lámina le hubiese cortado la piel.

– Esto nos mató a cada uno de nosotros.

– Bien.

El vampiro rió más bien con ferocidad. -Nos entiendes mejor de lo que piensas. Y esa comida no es solo para él cuando la quiera. La traje para ti también.

Sí, pues ella no quería nada de ellos. -Gracias. Veré que coma.

Vishous hizo una pausa antes de salir. – ¿Le has hablado sobre tu nombre?

Giró la cabeza. -¿Qué?

– Rhage. ¿Él lo sabe?

Los temblores se le acercaron por el cuello. -Obviamente él sabe mi nombre.

– No, el por qué de ello. Deberías decírselo. -Vishous frunció el ceño. – Y no, no lo averigüé en Internet. ¿Cómo iba a poder?

Buen Señor, es como si hubiese sido como si exactamente la hubiese atravesado…- ¿Lees las mentes?

– Cuando quiero y a veces cuando no tengo ninguna opción. -Vishous se marchó, cerrando la puerta silenciosamente.

Rhage intentó darse la vuelta hacia su lado y se despertó gimiendo. -¿Mary?

– Estoy aquí mismo. -Ella le cogió las manos entre las suyas.

– ¿Qué pasa? – Cuando él la miró, sus ojos azules estaban más alarmados de lo que habían estado. -Mary, por favor. Sólo por una vez, dime lo que tienes en mente.

Ella vaciló. -¿Por qué simplemente no me olvidaste? Todo esto…no habría pasado.

– No hay nada que yo no hiciera por tu seguridad, por tu vida.

Ella negó con la cabeza. -No entiendo como puedes sentir tanto por mí.

– Sí, ¿sabes qué? – Él sonrió un poco. -Tienes que aplazar todo esto de entender las cosas.

– Esto es mejor que continuar con la fe. -Susurró ella, acercándose hacia él y pasándole una mano por sus rubias ondas. -Vuélvete a dormir, gran hombre. Cada vez que lo haces, pareces despertar con millas por delante en el proceso de curación.

– Yo prefiero mirarte. -Pero él cerró los ojos. -Me gusta cuando juegas con mi pelo.

Él estiró el cuello, inclinándose de manera que ella entonces podía alcanza más de ello.

Incluso sus oídos eran hermosos, pensó ella.

El pecho de Rhage se elevó y cayó con un gran suspiro. Al cabo de un rato, ella se reclinó en la silla y elevó sus piernas, apoyando sus pies sobre uno de los masivos soportes de la cama.

Conforme pasaban las horas, los hermanos lo visitaron para saber de él y presentarse. Phury, el de la gran melena, entró con sidra caliente, la que en realidad ella tomó. Wrath, el tipo de las gafas oscuras y Beth, la mujer quien había pasado por delante, también los visitaron. Butch, el receptor del fútbol, vino y lo mismo hizo Tohrment, el que tenía el corte de pelo militar.

Rhage durmió mucho, pero siguió despertándose siempre que intentaba cambiar de posición. Él la miraba mientras se movía por los alrededores, como si recuperara fuerzas mirándola, alimentándose de ella. Ellos no se dijeron mucho. El toque era bastante.

Sus párpados estaban cerrados y ella había dejado perder terreno a su cabeza cuando hubo otra suave llamada. Probablemente era Fritz con más alimentos.

Ella se estiró y fue hacia la puerta.

– Entre. -Ella dijo mientras abría.

El hombre con la cara llena de cicatrices estaba de pie en el pasillo. Como él estaba de pie sin moverse, la luz cayó sobre las marcadas líneas, sacando sus ojos hundidos, el cráneo bajo sus pelo supercorto, la cicatriz dentada, su dura mandíbula. Él llevaba un jersey de cuello vuelto holgado y los pantalones colgaban sobre sus caderas. Ambos eran negros.

Ella inmediatamente se acercó a la cama para proteger a Rhage, aun cuando era estúpido pensar que ella podría con algo tan grande como el vampiro de la entrada.

El silencio se alargó. Ella se dijo que probablemente solo se presentaría como los demás y no querían dañar a su hermano otra vez. Excepto…él se veía tenso por todas partes, su amplia postura sugería que podía saltar hacia delante en cualquier momento. Y extrañamente era más por el hecho de que el vampiro no encontraba nada para mirar fijamente y tampoco parecía mirar a Rhage. La mirada fija fría, negra del tipo afilado.

– ¿Quieres entrar y verlo? -Preguntó ella finalmente.

Aquellos ojos cambiaron hacia los suyos.

Obsidiana, pensó ella. Ellos parecían obsidiana. Brillantes. Sin fondo. Sin alma.

Ella se alejó y agarró la mano de Rhage. El vampiro de la entrada sonrió con satisfacción.

– Me estás mirando ferozmente, mujer. ¿Piensas que voy a tomar otro trozo de él? -La voz era baja, monótona. Resonante, realmente. Y como desprendidos y no reveladores como sus pupilas.

– ¿Vas a hacerle daño?

– Pregunta tonta.

– ¿Por qué?

– Tú no creerías mi respuesta, por lo que no deberías preguntar.

Hubo más silencio y ello lo midió con tranquilidad. Se le ocurrió que tal vez no solo era agresivo. También era torpe.

Tal vez.

Ella besó la mano de Rhage y se obligó a distanciarse. -Iba a darme una ducha. ¿Te sentarás con él mientras lo hago?

El vampiro parpadeó como si le hubiera sorprendido. -¿Vas a sentirte cómoda desnuda en el cuarto de baño conmigo en los alrededores?

No realmente.

Ella se encogió de hombros. -Es tu opción. Pero estoy segura de que si se despierta, él preferirá verte a estar solo.

– ¿Apagarás las luces después?

– ¿Vienes o vas? – Cuando él no contestó, dijo ella. -Esta noche debe haber sido un infierno para ti.

Su labio superior deformado se tensó con un gruñido. -Eres el único que alguna vez ha asumido que no me desquito de la gente herida. ¿Eres del tipo de la Madre Teresa? ¿Todo por el gran bien, heridas o alguna mierda?

– No te ofreciste voluntario para la cicatriz que hay en tu cara ¿verdad? Y estoy dispuesta a apostar que hay más debajo de tu mandíbula. Entonces como te he dicho, esta noche ha debido ser un infierno.

Sus ojos se estrecharon en dos rendijas y una fría ráfaga sopló por la habitación, como si hubiese empujado el aire hacia ella. -Cuidado, mujer. El coraje puede ser peligroso.

Ella anduvo directamente hacia él. -¿Sabes qué? Lo de la ducha era una mentira. Intentaba darte tiempo a solas con él, porque es obvio que te sientes mal o no estarías de pie en la entrada mirando como si fueras a rasgarte malditamente. Tómalo como una oferta o un permiso, por uno u otro camino, yo apreciaría que no intentaras asustarme.

En este punto, ya no se preocupaba si él repartía golpes a diestro y a siniestro contra ella. Entonces otra vez, se movía por la nerviosa energía y el temblor que llegaba por el agotamiento, probablemente ya no pensaba con claridad.

– ¿Entonces que va a ser? -Le exigió ella.

El vampiro dio un paso hacia adentro y cerró la puerta, en la habitación creció el frío con él en ella. Su amenaza era una amenaza tangible, alcanzándola, acariciando su cuerpo como si lo hiciera con las manos. Cuando la cerradura se deslizó hacia su lugar con un chasquido, ella se atemorizó.

– No lo intento. -Dijo él con voz cansina satinada.

– ¿Qué? -Ella se sofocó.

– Asustarte. Tú estás asustada. -Él rió. Sus colmillos eran muy largos, más largos que los de Rhage. -Puedo oler tu miedo, mujer. Como la pintura húmeda, esto estremece la nariz.

Como Mary se alejó distanciándose, él avanzó, rastreándola.

– Hummmm…y me gusta tu olor. Me gusta desde el primer momento en que te encontré.

Ella se movió más rápido, sacando su mano, esperando sentir la cama en cualquier momento. En cambio se enredó entre algunas pesadas cortinas de una ventana.

El vampiro de las cicatrices la arrinconó. No era tan musculoso como Rhage, pero sin duda era mortal. Sus ojos fríos le dijeron que sabía todo lo que había que saber sobre la capacidad de matar.

Con una maldición, Mary dejó caer la cabeza y se rindió. Ella no podría hacer nada si él quería hacerle daño y tampoco podría hacer nada con Rhage en su condición. Maldita sea, lamentaba sentirse tan desvalida, pero a veces era lo que le ponía en su vida.

El vampiro se inclinó hacia ella y se encogió de miedo.

Él aspiró profundamente y luego hizo un largo suspiro.

– Date tu ducha, mujer. Yo no Tenía ningún deseo de hacerle daño esta noche y nada lo cambiaría. No tengo ningún repugnante interés sobre ti, tampoco. Si algo te pasara, él obtendría una mayor agonía de la que siente ahora.

Ella se dobló cuando él se dio la vuelta distanciándose y ella vio como se estremecía cuando miró a Rhage.

– ¿Cómo te llamas? -Murmuró ella.

Él elevó una ceja y luego volvió a mirar fijamente a su hermano. -Soy el malo, en caso de que no te lo hubieras figurado.

– Quiero tu nombre, no tu profesión.

– Ser un bastardo es más que un deseo irresistible, realmente. Y es Zsadist. Soy Zsadist.

– Bien…es agradable conocerte, Zsadist.

– Qué cortés. -Se burló él.

– Ok, sobre ello. Gracias por no matarlo o a mí en este momento. ¿Es lo suficientemente verdadero para ti?

Zsadist miró sobre su hombro. Sus párpados parecían las persianas de la ventana, permitiendo que sólo las ranuras de una noche fría brillara. Y con su pelo rapado y aquella cicatriz, él era la personificación de la violencia: agresión y dolor antropomorfizado. Excepto que mientras la miraba a través de la luz de la vela, un leve indicio de calor atravesaba su cara. Era tan sutil que ella no podía definir bastante como había sabido que eso estaba allí.

– Tú. -Dijo él suavemente. – Eres extraordinaria. -Antes de que pudiera decir algo más, él le sostuvo la mano. -Vete. Ahora. Déjame con mi hermano.

Sin otra palabra, Mary entró en el cuarto de baño. Estuvo en al ducha hasta que se le arrugaron los dedos y el vapor en el aire se puso tan espesa como la nata líquida. Cuando ella salió, se vistió con la misma ropa que llevaba, ya que se había descuidado de llevar nueva ropa con ella. Entonces abrió la puerta del dormitorio silenciosamente.

Zsadist testaba sentado sobre la cama, sus amplios hombros encorvados, sus brazos alrededor de su cintura. Inclinado sobre el cuerpo dormido de Rhage, estaba tan doblado hacia abajo tan cerca que era imposible que no lo tocara. Mientras se mecía hacia delante y hacia atrás, había una débil canción armoniosa en el aire.


El vampiro estaba cantando, su voz ascendía y decaía, saltando octavas, subiendo y bajando. Hermoso. Completamente hermoso. Y Rhage estaba relajado, descansando de un modo plácido que antes no tenía.

Ella rápidamente cruzó la habitación y salió al pasillo, dejando solos a los dos hombres.

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