Capítulo 7

La noticia de que Ambrose quería iniciar las observaciones esa misma noche no molestó a Snook — su imaginación ya tenía bastante con lo que acababa de oír—, pero le irritaban las consecuencias prácticas.

La teoría de Ambrose confirmaba que las apariciones espectrales no comenzarían sino hasta cerca del amanecer, aunque cada día empezarían más temprano y terminarían más tarde. La carretera de Kisumu hasta la mina era larga y accidentada, especialmente para alguien que no estuviera familiarizado con ella, y Snook se había creído en la obligación de invitar a Ambrose a pasar la noche en el bungalow. Esto implicaría para Snook la constante cercanía del otro durante la mayor parte de un día y una noche, y su temperamento se rebelaba contra esa imposición. El hecho de que Prudence se hubiera invitado a sí misma, ataviada con lo que un diseñador de París consideraría un traje de safari, no había contribuido a mejorar las cosas.

Después de las fricciones del primer encuentro, ella le había tratado con una cortesía impersonal que Snook respondía de igual modo; pero aún así él percibía agudamente la presencia de ella. Era una percepción extraña, tridimensional, semejante a la de un radar, de manera que aun cuando no miraba a Prudence, sabía exactamente dónde estaba y qué hacía. Esta intrusión mental le molestaba e inquietaba, y cuando descubrió que se extendía a minucias como el diseño de los botones de la chaqueta y el trazado de las costuras de las botas, su exasperación aumentó. Se arrellanó en la espaciosa oscuridad del asiento trasero del coche que Ambrose había alquilado esa tarde y evocó nostálgicamente a otras muchachas que había conocido. Estaba Eva, la intérprete de Malaq, por ejemplo, que comprendía el principio del quid pro quo sexual. Eso había sido menos de tres años antes, pero a Snook le molestaba descubrir que ya ni siquiera recordaba su rostro.

— …darle un nombre al planeta — estaba diciendo Ambrose en el asiento delantero—. Siempre ha sido literalmente un submundo, pero no parece apropiado llamarlo Hades.

— Gehena sería peor — replicó Prudence—. Y está Tártaro, pero creo que eso quedaba aún más abajo que el Hades.

— No es adecuado en estas circunstancias. Según lo que dice Gil acerca de los niveles de la mina, el mundo de anti-neutrinos habrá emergido totalmente de la Tierra en unos setenta años — Ambrose viró para esquivar un bache y los árboles del borde de la carretera relumbraron momentáneamente bañados por la luz de los faros—. Eso, siempre que siga separándose a la misma velocidad, desde luego. No tenemos la certeza de que habrá de ser así.

— Ya lo tengo — Prudence se acercó a Ambrose, y Snook, que observaba desde su oscuro aislamiento, supo que ella le había aferrado el brazo—. ¡Averno!

— ¿Averno? Nunca lo había oído…

— Todo lo que sé es que era otro de esos submundos mitológicos, pero el nombre resulta mucho más eufónico que Hades. ¿No te parece que suena muy bucólico?

— Podría ser — dijo Ambrose—. ¡Bien! Acabas de bautizar tu primer planeta…

— ¿Lo celebramos rompiendo una botella de champaña? Es algo que siempre quise hacer.

Ambrose rió apreciativamente y la melancolía de Snook se agudizó.


La situación en la mina era tensa y peligrosa. Snook sentía la necesidad de afrontarla con un verdadero respaldo, pero he aquí que volvía acompañado por lo que parecía ser una muestra cabal del playboy científico y su última conquista. También estaba la posibilidad de tener que soportarles esas trivialidades toda la noche, perspectiva que le resultaba intolerable. Snook se puso a silbar de manera muy sonora; eligió una composición muy tradicional que siempre le había gustado por su tristeza: Plaisir d'amour. Prudence le permitió entonar una pocas notas y pronto se agachó para encender la radio. Los acordes de una versión a toda orquesta de la misma canción inundaron el coche. Ambrose se volvió en el asiento.

— ¿Cómo lo ha hecho? — dijo por encima del hombro.

— ¿Cómo he hecho qué cosa?

— Se ha puesto a silbar una tonada y luego la hemos sintonizado en la radio — Ambrose estaba obviamente intrigado—. ¿Tiene algún audífono especial?

— No. Simplemente me he puesto a silbar — Snook no atinaba a entender por qué el otro parecía tan interesado en un hecho trivial, que aunque para él no era una experiencia común, tampoco le resultaba excepcionalmente rara.

— ¿Ha pensado en la cantidad de probabilidades de que ocurriera lo contrario?

— No pueden ser tantas — dijo Snook—. Me pasa de vez en cuando.

— Le aseguro que es extraño… Conozco a ciertos investigadores de fenómenos extrasensoriales que estarían encantados con un sujeto como usted — Ambrose parecía excitado—. ¿Alguna vez ha pensado que podría ser telépata?

— ¿Con frecuencias de radio? — dijo amargamente Snook, reconsiderando mentalmente la evaluación que había hecho de Ambrose dentro del mundo científico; se había enterado de que era doctor en física nuclear y director de un planetario, calificaciones que, según comprendía ahora, eran extrañamente incompatibles ni le garantizaban que no estuviera tratando con un improvisador.

— No con frecuencias de radio… Eso es imposible — repuso Ambrose—. Pero si alrededor de usted hubiera miles de personas escuchando una melodía en la radio, usted podría captarla directamente de sus cerebros.

— Por lo general vivo allí donde no hay nadie a mi alrededor — Snook empezó a dudar de toda la concepción de Ambrose acerca de un universo de antineutrinos; en el hotel y con la ginebra acariciándole el estómago, y además la marea verbal del entusiasmo de Ambrose, todo había parecido perfectamente lógico y natural, pero…

— ¿Tiene usted otros síntomas? — siguió Ambrose, impertérrito—. Premoniciones, por ejemplo. ¿Alguna vez presiente que algo va a ocurrir antes que realmente suceda?

— Yo… — la pregunta agitó algo en el subconsciente de Snook.

— Una vez — intervino Prudence, imprevistamente— leí acerca de un hombre que podía oír emisiones de radio porque tenía coronas metálicas en la dentadura.

Snook rió de buena gana.

— Algunas de mis muelas parecen amarraderos de acero — mintió.

— Se puede producir toda clase de efectos raros cuando alguien está cerca de un trasmisor de radio potente — insistió Ambrose—, pero eso no tiene nada que ver con… — se calló cuando la música de la radio fue interrumpida por los estridentes tintineos de un anuncio de la emisora.

— Interrumpimos el programa porque se han recibido noticias de un serio incidente en la frontera entre Barandi y Kenya, cerca de la carretera principal de Kisumu a Nakuru — dijo una perentoria voz masculina—. Se informa que ha habido enfrentamientos armados entre las fuerzas defensivas barandíes y una unidad del ejército de Kenya que había penetrado en nuestro territorio. Un comunicado del despacho presidencial afirma que los intrusos han sido rechazados con gran número de bajas, y que los civiles de Barandi no corren peligro. Volveremos a interrumpir en cuanto recibamos más información. Esta es la Corporación de Radio Nacional de Barandi al servicio de todos sus ciudadanos, allí donde se hallen.

De nuevo los tintineos y volvió la música.

— ¿Qué significa eso, Gil? — Ambrose miró por las ventanillas como si esperara ver los fogonazos de las bombas—. ¿Nos veremos metidos en una guerra?

— No. Suena como otra maniobra de Freeborn — Snook les contó lo que sabía de las organizaciones militares de Barandi, y terminó con una breve caracterización del coronel Tommy Freeborn.

— Bien, usted sabe lo que se suele decir — comentó Ambrose—. En cada chiflado hay un coronel en potencia.

— Me gusta la frase — Prudence rió y se acercó aún más a Ambrose—. Este viaje resultará más divertido de lo que esperaba.

Snook se movió en el asiento trasero, encendió un cigarrillo y meditó lleno de consternación acerca de las dificultades de conservar el control de la propia vida. En este caso, podía localizar el momento exacto en que las cosas habían empezado a escapársele de las manos: fue cuando cedió ante la presión moral de George Murphy y aceptó ir a ver al minero histérico. Desde entonces se había comprometido cada vez más. Ya era hora de que el neutrino humano siguiese su trayecto y reconquistara su indiferencia en una nueva fase de vida y en un lugar distante. Pero los vínculos se habían fortificado en exceso. Había permitido que otras partículas humanas interactuaran, y ahora se veía deslizar dentro del radio de captura…

Cuando llegaron al bungalow de Snook, las luces del coche alumbraron a tres hombres sentados en la escalinata del frente. Snook se apeó primero del coche, recordando la visita de los soldados por la mañana, y sintió alivio al ver que uno de ellos era George Murphy, aunque los otros dos eran desconocidos. Eran blancos con aire adolescente, los dos con bigotes color arena. Murphy se adelantó con una sonrisa, elegantemente vestido con su ropa de corderoy, y agitó una mano vendada.

— Gil — dijo entusiasmado—, nunca sabré cómo lo has logrado.

— ¿Qué?

— Organizar esta comisión científica. Alain Cartier me llamó y dijo que la mina estaba cerrada oficialmente hasta que se complete la investigación. Tengo que colaborar contigo y el equipo.

— Oh, sí… El equipo — Snook miró de soslayo el coche donde Ambrose y Prudence se ocupaban de reunir sus pertenencias—. No se trata exactamente de un Proyecto Manhattan…

Murphy siguió la mirada de Snook.

— ¿Eso es todo?

— Hasta ahora sí. Por lo que sé nuestros fantasmas han interesado muchísimo a la prensa, pero el modo en que presentaron la historia de Helig no debió de impresionar a muchos científicos. ¿Quiénes son los que están contigo?

— Dos muchachos de la planta de electrónica… Se llaman Benny y Des. Están tan ansiosos por ver los fantasmas que esta tarde han venido desde la ciudad en moto. Han llegado justo después que hablara con Cartier, así que les he dicho que esperaran tu regreso. ¿Crees que podrán ayudarnos?

Snook vaciló mucho en contestar. Finalmente dijo, casi como dirigiéndose al aire:

— Eso debe decidirlo el doctor Ambrose… Pero en mi modesta opinión, necesitaremos toda la ayuda que podamos conseguir.


Tal como había predicho Snook, Prudence Devonald evitó siquiera asomarse a la cocina, así que él pasó las siguientes horas preparando café casi sin parar. En los intervalos, observaba cuidadosamente como Ambrose explicaba su teoría a Murphy, Benny Culver y Des Quig. Los jóvenes resultaron ser neozelandeses con sólidos conocimientos de ingeniería electrónica. Habían venido a Barandi atraídos por los generosos sueldos en la planta de electrónica que el presidente Ogilvie había instalado cuatro años antes en un intento por expandir la economía del país. Snook tuvo la impresión de que eran individuos inteligentes y advirtió con interés que, al cabo de un rato de discusión informal, ambos aceptaban las ideas de Ambrose y las apoyaban con entusiasmo febril.

George Murphy no estaba menos convencido, y a requerimiento de Ambrose fue a su oficina en busca de planos de los túneles de las minas. Cuando regresó, Ambrose pegó los planos en una pared, interrogó escrupulosamente al superintendente acerca de las posiciones exactas donde se había avistado a los fantasmas, y trazó dos líneas horizontales a través del croquis transversal. Midió la distancia entre las líneas y luego trazó otras encima de ellas espaciándolas equitativamente. La octava línea pasaba justo por encima del nivel del suelo.

— La línea inferior es aproximadamente el nivel al que ascendieron los avernianos la mañana que fueron vistos por el minero, Harper — dijo Ambrose—. La próxima muestra el nivel al que llegaron la mañana siguiente, cuando Gil tomó las fotografías, y la escala del plano indica que hubo un aumento de poco más de quinientos metros. Si suponemos una tasa de separación constante entre Averno y la Tierra, podemos predecir los niveles que alcanzarán en los próximos días. Han transcurrido dos días desde que se les avistó por última vez, lo cual significa que esta madrugada podrían llegar hasta aquí — Ambrose tocó la quinta línea a partir del fondo, que atravesaba un sector donde abundaban los túneles—. Podríamos esperarles en cualquiera de los niveles inferiores, desde luego, pero la relación geométrica indica que cuando lleguen al punto más alto habrá un momento en que casi dejarán de desplazarse verticalmente respecto de nosotros. Por suerte, según veo en el plano, se han realizado muchas excavaciones en ese nivel. Lo que tenemos que hacer es extendernos lateralmente todo lo posible, quizás una sola persona por túnel, y esperar la materialización de edificios. En esta etapa no nos interesan tanto los avernianos como el hallazgo de edificios.

— Creo que hay algo que no he entendido — dijo Snook, depositando un nuevo termo de café sobre la mesa—. ¿Por qué son tan importantes los edificios?

— Representan nuestra mayor probabilidad de establecer contacto con los avernianos, y aun así podemos fracasar. La única razón por la que hemos podido detectarlos es que una mina es un lugar bastante oscuro, de modo que las condiciones eran aptas para ver fantasmas. A la luz del día habrían pasado inadvertidos.

— Al Planeta de Thornton pudimos verlo a la luz del día — dijo Culver.

Ambrose asintió.

— Es verdad… Pero en su propio universo el Planeta de Thornton es un conjunto muy denso de antineutrinos y está irradiando neutrinos en el espacio cuatro-pi en una proporción muy alta. El planeta Averno es menos denso, en su propio universo, y por lo tanto la superficie se nos presenta como el resplandor lechoso que describieron Gil y George. Los habitantes de Averno son aún menos densos, de la misma forma que mi mano es mucho menos sólida que una barra de acero. De modo que su irradiación de neutrinos es aún más atenuada y por lo tanto, son mucho más difíciles de ver. ¿De acuerdo?

— Creo que lo entiendo. Eso explica que los avernianos fueran emergiendo paulatinamente del suelo cuando se les vio. Pero si les vemos gracias a la irradiación de neutrinos, ¿no tendrían que ser más o menos visibles todo el tiempo? ¿No tendríamos que verles a través de la roca sólida?

— No. Al menos no en una medida considerable. El flujo neutrínico varía con respecto a la fuente en forma inversamente proporcional al cuadrado de la distancia, y si se trata de un emisor débil, como una criatura averniana, el flujo pronto disminuye hasta por debajo del nivel necesario para que los Amplite produzcan una imagen. Las gafas no son un modo muy eficaz de ver el universo averniano… En el mejor de los casos nos dejan desesperadamente miopes.

— Pero en este universo son más que eficaces — intervino Quig—. Aún en la oscuridad ofrecen una buena imagen del suelo, y eso podría enturbiar las imágenes tenues de lo que hubiera debajo de él.

— Correcto — convino Ambrose—. Es un poco como poder ver las estrellas en el cielo diurno, aunque sean exactamente iguales. Y la razón por la cual esperamos encontrar estructuras — prosiguió dirigiéndose de nuevo a Snook— es que dentro de un edificio averniano podría estar oscuro, y eso les daría más posibilidades de vernos. No olvidéis que para ellos los fantasmas somos nosotros. En este preciso instante, sentados en esta habitación, estamos flotando en la atmósfera averniana. La rotación de ambos planetas implica que estamos en una especie de carril que se cruzará con el equivalente averniano de Barandi poco antes del alba.

Prudence irguió la cabeza.

— ¿Es de noche en Averno?

— En este hemisferio, sí.

— Entonces, quizás estén enterados de nuestra existencia. Quizá puedan vernos al mirar el cielo.

— No. Si miras otra vez los dos círculos notarás que los avernianos están bajo la superficie de la Tierra, de modo que si vieran algo sólo percibirían un resplandor generalizado… Como ocurrió cuando Gil y George se hundieron por debajo de la superficie de ellos. El único momento en que podemos comunicarnos es cuando ambas superficies coinciden.

— ¡Demonios! Acaba de ocurrírseme algo que nos echa a perder el plan — exclamó Culver palmeándose la frente—. Nunca habríamos detectado a los avernianos si nuestros mineros no hubieran estado usando gafas de magniluct. De modo que los avernianos necesitarían artefactos visuales especiales para vernos, ¿verdad? Y las probabilidades de que estén usándolos serían unas pocas contra millones…

— Buena observación — Ambrose le sonrió a Culver, obviamente satisfecho de que hubiera planteado la cuestión—. Pero afortunadamente, la relación entre ambos universos no es simétrica, y la ventaja está de nuestro lado. En pocas palabras: sucede que somos mejores emisores que ellos. He hecho unos cuantos cálculos y creo que si estamos en un campo de bosones de vector intermedio lograremos brillar bastante en el universo de ellos.

— ¿Bosones? Una especie rara de radiación, ¿verdad?

— Sí, pero sería el equivalente averniano de un baño de fotones.

— ¿Necesitará una máquina Moncaster? Des y yo tenemos un amigo en la central de energía que a veces utiliza una.

— Un modelo de laboratorio sería demasiado grande y pesado. He traído un equipo portátil de Estados Unidos… Crea un campo de baja intensidad, pero sería bastante apropiado para nuestro propósito. Sólo tenía lugar para uno, así que en la mina necesitaremos un buen sistema de comunicaciones. Quienquiera que encuentre algo que le parezca un edificio averniano llamará a los demás y le daremos el equipo de radiación tan pronto como sea posible.

Des Quig levantó la mano, como un niño en una clase.

— Si necesitamos equipos de comunicación puedo elaborar algo en la planta.

— Gracias, pero andamos demasiado cortos de tiempo. Por eso he traído todo el equipo comerciable accesible que pude conseguir en las pocas horas que tuve… aparatos de modulación codificada de impulsos y…

— ¡Caramba! Lo dice como si proyectara hablar con los fantasmas.

Ambrose pareció sorprendido.

— ¡Por supuesto! Es técnicamente posible, ¿no? Si ellos pueden vernos a nosotros y nosotros podemos verles a ellos, eso significa que hay un intercambio de luz. Todo cuanto hay que hacer es modularla para llegar a una comunicación sonora.

— Eso implica suponer que los avernianos se comunican entre ellos mediante el lenguaje hablado, que son una raza tecnológica en el mismo nivel que nosotros o más avanzada, y que podemos comunicarles la idea de la conversión de luz en sonido. Y todo eso se basa en la presunción de que lograremos que nos vean.

— Correcto. Sé que estoy dando muchas cosas por sentadas, y sé que un error cualquiera de estas presunciones que mencionas echaría a perder todo el plan. Pero tenemos que hacer el esfuerzo… A partir de esta noche.

— ¿Y por qué tanta prisa…? — dijo Quig, riendo—. ¿De dónde habré sacado la idea de que los astrónomos eran sujetos pacientes y parsimoniosos?

— Nos damos prisa porque ha sido un puro golpe de suerte que los avernianos fueran avistados en una mina profunda y nos dieran unos pocos días de gracia para tratar de establecer contacto — Ambrose golpeteó el plano transversal—. Permitidme recordaros la geometría de la situación: nos enfrentamos a dos tipos de movimiento; uno de ellos es la separación de los dos mundos, pues Averno está emergiendo de la Tierra a una velocidad de más de quinientos metros por día. Esto es un problema en sí mismo, porque se elevan a esa distancia cada vez que les vemos; este amanecer estarán a unos mil quinientos metros de la superficie, mañana estarán a mil y la mañana siguiente a quinientos, y la otra serán visibles en la superficie… Allá entre los árboles y los edificios de la mina, o aquí en esta habitación — Ambrose hizo una pausa y sonrió cuando Prudence se estremeció con un exagerado escalofrío—. Esa es la etapa en que la superficie de Averno coincide con la superficie de la Tierra, de ahí en adelante los avernianos empezarán a elevarse en el cielo a razón de quinientos metros por día, mientras los planetas empiezan a distanciarse. Eso ya sería un inconveniente. Pero la rotación diaria de ambos mundos complica aún más las cosas, porque se traduce en un movimiento vertical entre los puntos correspondientes de las superficies de ambas esferas.

— Esa es la parte que no entiendo bien — confesó Murphy, meneando la cabeza.

— Bien. Lo ha visto con sus propios ojos. Estamos de pie en la superficie de una esfera que rota: la Tierra. Debajo de nosotros hay otra esfera que rota, ligeramente más pequeña, que se ha descentrado hasta el punto en que ambas superficies se tocan en un lado. A medida que giren las esferas, los puntos de correspondencia se acercarán más hasta que se encuentren en la zona de contacto. Pero a medida que continúe la rotación tendrán que separarse de nuevo. Doce horas más tarde, el atardecer, estarán en el máximo de separación, con el punto interno muy lejos del punto externo. Por eso los avernianos se elevan a través del suelo y luego se hunden de nuevo. El mejor momento para intentar el contacto es cuando están en el extremo superior de la curva y el movimiento descendente aún no se ha iniciado. ¿Cómo se dice cuando un pistón llega al punto máximo de su desplazamiento?

— Punto muerto superior — aclaró Snook.

— Entonces es cuando tenemos que intentar establecer el primer contacto con los avernianos… Cuando estén en el punto muerto superior. Y por este motivo es que no hay tiempo que perder. Mañana por la mañana, y las tres mañanas siguientes, el punto muerto superior coincidirá con posiciones convenientes para nosotros… Después de eso se elevarán en el cielo, cada vez más alto por encima de la mina.

— Cuatro oportunidades — dijo Quig—. Siendo estrictamente realistas, Boyce, ¿de veras tiene esperanzas de lograrlo, aunque tenga suerte la primera vez? Cuatro breves encuentros apenas les darían tiempo para reaccionar.

— Oh, no estaríamos limitados a cuatro encuentros — dijo airosamente Ambrose.

— Pero usted acaba de decir…

— Dije que tenía esperanzas de un primer contacto mientras el punto muerto superior tiene una ubicación conveniente, ya sea por encima o por debajo de la superficie. Después de eso, cuando el punto muerto superior esté en el aire encima de la mina, podríamos tener sesiones muy prolongadas.

— ¿Pero cómo? Por Dios…

— Piénsalo un poco, Des. Si quisieras elevarte despacio en el aire, revolotear un rato y luego descender verticalmente, ¿qué clase de máquina usarías?

— Un helicóptero — dijo Quig ensanchando sus ojos.

— ¡Exactamente! Por si acaso, hoy he pedido uno — Ambrose sonrió ante su audiencia como un padre cariñoso que sorprende a sus hijos con un regalo extravagante—. Y ahora que hemos eliminado ese problema, discutamos un poco las dificultades inmediatas.

Escuchando la conversación, Snook revisó nuevamente sus opiniones acerca de Boyce Ambrose. La categoría que le había inventado, científico playboy, aún resultaba adecuada. Pero Ambrose parecía actuar en serio, como un hombre con una meta definida en la mente y decidido a alcanzarla pese a todos los obstáculos.


Aunque todo el trabajo se había interrumpido en la mina, la alambrada aún seguía iluminada y las patrullas de seguridad continuaban operando. Snook se sintió vulnerable e inquieto al aproximarse al portón en compañía de George Murphy y los otros cuatro integrantes del grupo, bajo las atentas miradas de los guardias. Llevaba seis cuadrados de cartón pesado, letreros que Ambrose había insistido en preparar, y resultaban curiosamente incómodos; la brisa nocturna era suave pero bastaba la menor ráfaga de aire para que el cartón se bamboleara en sus manos. Y empezó a maldecir la disposición de Cartier por la que no podían acercarse a la boca de la mina en un vehículo.

Murphy, que era bien conocido por los guardias, fue de todos modos detenido por ellos y tuvo que mostrarles una carta firmada por Cartier antes de que el grupo fuera admitido. Entraron por el portón cargando las cajas con el equipo traído por Ambrose. Prudence permaneció cerca de éste y constantemente le hablaba en voz baja. Esto produjo en Snook un mezquino resentimiento, del que encontró su explicación razonando que ella era, cuando no una verdadera molestia, sin duda el integrante menos útil del grupo y por lo tanto no correspondía que le ocupara tanto tiempo al líder. Otro nivel de su mente que era inmune al engaño contemplaba esta explicación con desprecio.

— Veo que han seguido tu consejo…, aunque demasiado tarde — Murphy codeó a Snook y señaló unos letreros en rojo que anunciaban que todos los que trabajaban bajo tierra debían entregar las gafas de magniluct, hasta la instalación de sistemas de iluminación perfeccionados dentro de la mina.

— Un nuevo pretexto para el cierre — dijo Snook, pensando en otra cosa; acababa de notar que había dos jeeps del ejército aparcados en la oscuridad junto al cobertizo del portón, y en cada uno de ellos había cuatro hombres del regimiento de Leopardos.

En cuanto los soldados vieron a Prudence lanzaron exclamaciones y burlas. Los dos choferes encendieron los reflectores y los apuntaron a las piernas de la muchacha, y un soldado, jaleado por sus camaradas, salió del vehículo para inspeccionarla de cerca. Ella siguió caminando sin inmutarse, mirando hacia adelante y aferrándose del brazo de Ambrose, que también ignoró al soldado.

Snook extrajo los Amplite del bolsillo interior de su chaqueta, se los puso y miró hacia el jeep. En el brillo azul y brumoso vio a un teniente, el mismo que le había visitado esa mañana, sentado en uno de los vehículos, cruzado de brazos e indiferente a la conducta de sus hombres.

— ¿Qué se han creído esos bastardos? — susurró ferozmente Murphy, volviéndose hacia el soldado más próximo.

Snook le contuvo.

— No es problema nuestro, George.

— Pero ese mico necesita una patada donde más le duela.

— Boyce la trajo aquí — dijo estólidamente Snook—. Boyce tendrá que cuidarla.

— ¿Qué te pasa, Gil? — Murphy le miró fijamente, y luego se rió en voz baja—. Entiendo. Me pareció ver que mirabas muy interesado en esa dirección, pero no estaba seguro.

— No has visto nada.

Murphy calló un momento mientras el soldado se cansaba del juego y volvía con sus camaradas.

— ¿No ha pasado nada, Gil? A veces estas muchachas aristocráticas buscan un tipo duro, para cambiar… un poco, ¿sabes?

Snook no alteró el tono de voz.

— ¿Cómo es la disciplina en el regimiento de Leopardos? Pensé que los tenían cortos de rienda.

— En general, sí — Murphy se puso pensativo—. ¿Había un oficial presenciando el espectáculo?

— Sí.

— Eso no tiene porqué significar nada.

— Yo sé lo que no tiene que significar.

Llegaron a la boca de la mina y Snook sintió que su preocupación por la conducta de los soldados se disipaba abruptamente cuando recordó que muy probablemente sostendrían otro encuentro con los seres silenciosos y traslúcidos que deambulaban por las profundidades de la mina. Era comprensible que Ambrose, que nunca había visto las apariciones, hablara doctamente de geometrías y movimientos planetarios: enfrentarse a la realidad de los fantasmas azules era algo totalmente distinto. Snook descubrió en sí mismo una intensa reticencia a descender en la mina, pero la ocultó cuando el grupo se reunió frente al ascensor y Murphy puso la maquinaria en marcha. Las bocas de los avernianos era lo que más le aterraba, esas ranuras inhumanamente anchas, inhumanamente móviles que por momentos parecía que expresaran una tristeza más allá de toda comprensión. Snook sospechó que Averno era quizás un mundo infeliz, y que era un acierto ponerle el nombre de un infierno mitológico.

— Yo bajaré primero porque conozco el nivel que nos interesa — anunció Murphy—. El ascensor no se detiene, por lo que tendrán que apearse rápido cuando me vean, pero no se preocupen… Es tan fácil como usar una escalera mecánica. Si no bajan a tiempo, sigan hasta llegar a la galería de abajo, desciendan allí, den la vuelta hasta la fila ascendente y suban de nuevo. Todavía no hemos perdido a ningún visitante.

Los otros rieron con la broma y recobraron el ánimo tras el desasosiego que les había provocado el incidente del portón. Entraron de dos en dos en las jaulas, Snook, el último con su molesto fajo de cartones. Los oídos le zumbaron durante el descenso lento y lleno de crujidos. Cuando llegó a la galería circular del Nivel Tres encontró a Ambrose rodeado por los demás, asignando gente a los diversos túneles radiales. El generador de radiación, que era del tamaño de una maleta pequeña, quedaría frente al ascensor para ser trasladado hacia quien gritara que había encontrado un edificio averniano.

— Quiero que todos lleven uno de los letreros que tiene Gil — dijo Ambrose—. Sé que son un poco molestos, pero ya hemos soportado tantas molestias que una más no afectará — tomó uno de los letreros y lo levantó; pintado en gruesos caracteres negros había tres elementos: una sinusoide de curva cerrada y una flecha que apuntaba desde ella hacia otra sinusoide de curva mucho más amplia—. Este cartelón con este extraño dibujo simboliza la conversión de luz en sonido — miró a Quig y Culver—. Creo que el significado está bien claro, ¿verdad?

Quig cabeceó dubitativamente.

— Siempre que los avernianos tengan ojos y siempre que sepan algo de acústica y siempre que hayan desarrollado una teoría ondulatoria de la luz y siempre que sepan de electrónica y siempre que…

— No sigas, Des… Ya he admitido que no tenemos demasiadas posibilidades. Pero es tanto lo que está en juego, que estoy dispuesto a intentar cualquier cosa, por extravagante que parezca.

— De acuerdo. No me molesta llevar el cartel — dijo Quig—. Pero lo que más me interesa es obtener fotografías. Creo que es nuestra mayor posibilidad — se golpeteó la cámara que llevaba colgada del cuello.

— Muy bien… Apreciaré cualquier ayuda que pueda obtener en esta etapa — Ambrose se miró el reloj—. Sólo nos queda alrededor de un cuarto de hora, pues los avernianos ya deben estar en los niveles inferiores de la mina, así que vamos a nuestros puestos. El sonido se desplaza bien en estos túneles, pero la acústica no es buena, así que no se alejen más de cien metros del hueco del ascensor. No se quiten los Amplite, apaguen todas las linternas dentro de diez minutos, y no olviden gritar a voz en cuello si encuentran lo que buscamos.

Estalló otra carcajada general que inspiró a Snook una ocurrencia maligna: se preguntó cuántos del grupo seguirían divirtiéndose cuando aparecieran los avernianos, si es que aparecían. Se dirigió hacia el conducto sur, y advirtió que Prudence caminaba a su lado dirigiéndose a un ramal contiguo. Llevaba un letrero y una linterna, pero la figura esbelta y la vestimenta elegante eran incongruentes contra el fondo de superficies rocosas y artefactos de excavación. Snook sintió un involuntario aguijonazo de inquietud.

— ¿Entrará allí sola? — dijo.

— ¿No le parece que tengo que hacerlo? — la cara era inescrutable detrás de las lentes azules de los Amplite.

— Francamente, no.

Prudence curvó los labios.

— No le vi demasiado preocupado por mi seguridad mientras sus amigos se divertían en el portón…

— ¡Mis amigos! — la injusticia de la observación sorprendió tanto a Snook que no pudo articular frase alguna hasta que Prudence continuó caminando por el túnel. La siguió con la mirada, moviendo los labios en silencio, y luego reinició la marcha maldiciéndose interiormente por haber cometido la tontería de hablarle.

Los depósitos de arcilla diamantina habían sido anchos y profundos en aquel punto, y al retirarlos había quedado algo semejante a una caverna subterránea natural. Los proyectores parasónicos reducían la roca y la arcilla a polvo sin afectar la dureza de los diamantes, y además tenían la ventaja de que no resquebrajaban ni forzaban la estructura rocosa, de modo que se requería poco apuntalamiento. Snook siguió la curva del espacioso túnel hasta que calculó haber recorrido unos cien metros, se detuvo y encendió un cigarrillo. Desde los tubos fluorescentes del hueco principal le llegaba una iluminación muy tenue, pero las gafas la transformaban en un muro visible de luz que le parecía lo suficientemente intenso para detectar cualquier fantasma que apareciera. Por lo tanto, dio la espalda a la luz y se enfrentó a la parte más oscura del túnel. Aun así, el fulgor del cigarrillo era casi intolerable visto a través de las gafas de magniluct. Snook lo aplastó con el pie y se quedó perfectamente tieso, esperando.

Trascurrieron unos pocos minutos, largos como horas, y luego, imprevistamente, un enorme pájaro de luz emergió velozmente de la pared del costado, le relampagueó ante los ojos y desapareció en la roca esculpida del extremo opuesto del túnel. La imagen había sido tenue, pero Snook tuvo la impresión de que había podido verla hasta un segundo después que entró en la pared, como si la piedra misma estuviera volviéndose traslúcida e insustancial.

Jadeando entrecortadamente, se volvió hacia el hueco principal. La pared de luz azulada seguía allí como antes, pero ahora presentaba varios rectángulos más oscuros. Snook, frunciendo el ceño, se preguntó por qué no había reparado antes en aquellas manchas angulosas, y luego cayó en la cuenta de que estaba mirando el perfil de unos ventanales.

— ¡Por aquí! — gritó, mareado por el susto pero incapaz de contener el ansia de avanzar hacia ellos—. ¡El túnel sur! ¡Hay algo en el túnel sur!

Avanzó directamente hacia uno de los rectángulos pálidos, titubeó un instante y penetró en la barrera vertical y luminosa. De pie frente a él se hallaba un averniano que acunaba en los brazos un objeto borroso. Los complejos pliegues de la túnica ondeaban ligeramente en una brisa que no existía en la Tierra. Los ojos de la criatura rotaban lentamente cerca del extremo superior de la cabeza velluda, y la ancha boca estaba parcialmente abierta.

— Rápido — rugió Snook—. ¡Estoy en una habitación con uno de ellos!

— Calma, Gil — dijo una voz tranquilizadora que retumbó en la distancia.

El contacto auditivo con otro ser humano aplacó el torbellino de la mente de Snook. Se esforzó conscientemente por observar, y vio que el averniano parecía más alto que los otros. Le miró los pies y descubrió que el plano horizontal de resplandor azul y lechoso que era el suelo de los avernianos estaba en el mismo nivel que sus rodillas. Mientras observaba, el nivel le subía lentamente por los muslos. A esa velocidad, el piso fantasma pronto se elevaría por encima de la cabeza de Snook. Echó un vistazo a la estancia y distinguió formas que obviamente eran muebles, una mesa y sillas de curiosas proporciones. El averniano se hamacaba ligeramente, en una danza sin nombre, sin advertir que su intimidad era violada por un observador de otro universo.

— Rápido, por Dios — gritó Snook—. ¿Dónde está usted, Boyce?

— Aquí — la voz sonó muy cerca, y Snook vio que se acercaban figuras humanas—. La máquina es más pesada de lo que pensé. Quédese quieto… Trataré de alumbrarle para que él lo vea. ¡Así! Ahora levante el letrero por encima de la cabeza y hágalo girar.

Snook había olvidado el letrero. El estanque de tenue luminosidad le llegaba al pecho, pero la velocidad de ascenso había disminuido. Alzó el letrero por encima de la cabeza, luego se desplazó a un costado y quedó frente a la criatura… Clavó los ojos en los del averniano. Los ojos del averniano se fijaron en los de él. Y nada ocurrió.

«No soy real — pensó Snook—. No existo.»

— Esto no funciona — le dijo a Ambrose—. No hay ninguna reacción.

— No se desanime… Estoy aumentando la intensidad del campo.

— Bien — al fondo se oyó el chasquido de unas cámaras.

Snook notó que el nivel del piso del otro cuarto empezaba a bajarle de nuevo por el cuerpo, y después advirtió que el averniano no se había movido en varios segundos y aún mantenía los ojos fijos en él. El ancho tajo de la boca se torció en una mueca.

— Me parece que está pensando algo — dijo Snook.

— Puede ser — Ambrose se le había acercado y ahora estaba al lado de Snook en el cuarto extradimensional.

La criatura se volvió abruptamente, la primera acción rápida que Snook veía realizar a los de su especie, y atravesó la habitación. Pareció sentarse a la mesa y allí movió los brazos extrañamente articulados. El nivel del suelo traslúcido continuó descendiendo hasta que se fundió con el suelo rocoso del túnel, luego los pies de palmípedo del averniano empezaron a hundirse en él.

— No nos queda mucho tiempo — dijo Ambrose—. Creo que nos equivocamos al esperar una reacción.

Quig se les unió, la cámara apoyada en el ojo.

— De todos modos estoy registrando todo lo que puedo.

En ese momento el averniano se incorporó con un movimiento lánguido y se volvió hacia ellos. Extendía los brazos desde los mantos plegados y sostenía en las manos un cuadrado de material delgado apenas visible. A causa de la transparencia de la criatura y todo cuanto la rodeaba, a Snook le costó descubrir las marcas en la hoja cuadrángulas Entornó los ojos y distinguió un dibujo casi invisible: ondas cerradas, una flecha, ondas abiertas.

— Es nuestro mensaje — jadeó Ambrose—. Hemos logrado comunicarnos. ¡Y tan pronto!

— Allí hay algo más — dijo Snook; en la parte inferior del cuadrado tenue había otro diagrama: dos círculos ligeramente irregulares, casi superpuestos.

— Es astronómico — dijo Ambrose, ronco de entusiasmo—. ¡Están al tanto de lo que ocurre!

Snook siguió mirando el segundo diagrama, y en el fondo de las entrañas sintió la pulsación helada de la premonición. Los símbolos del diagrama superior eran de trazado impecable: las sinuosidades exactamente regulares, las líneas de la flecha bien rectas, lo cual sugería que el averniano era buen dibujante. Y sin embargo los dos círculos superpuestos del diagrama inferior — que según suponía Ambrose representaban dos esferas casi perfectas— presentaban irregularidades inequívocas. Además tenían varias marcas internas…

El averniano ya se hundía, con su mundo, bajo el suelo rocoso del túnel.

Se acercó a Snook, aparentemente hundido hasta las rodillas en la piedra, y alzó las manos traslúcidas y membranosas, tratando de ceñir la cabeza de Snook con los dedos largos y trémulos.

— ¡No! — Snook retrocedió ante las manos anhelantes sin poder contener un grito—. No lo haré. ¡Jamás!

Dio media vuelta y corrió hacia el hueco del ascensor.

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