Capítulo 14

La habitación era de unos diez metros cuadrados, pero parecía más pequeña a causa de la cantidad de instrumental que contenía, y también… de la presencia de los avernianos.

Snook les miró en silencio, tratando de no moverse, mientras su cuerpo se recobraba de la sensación de haber sido sacudido. Respiraba normalmente, y las funciones físicas parecía que continuaban como siempre, pero los nervios le vibraban como después de un shock paralizante, como túneles en los que aún resonaran los ecos de un alarido.

Los avernianos le miraban a su vez con cavilosa concentración, también en silencio, los ojos vigilantes. Snook descubrió que su progresiva familiaridad con el aspecto de aquellas criaturas tal como se las veía desde la Tierra — esbozos en una bruma radiante—, no le había preparado para aquella realidad sólida y tridimensional. En los encuentros anteriores le había impresionado la similitud de ellos con los seres humanos, y ahora que compartía con ellos esa habitación y respiraba el mismo aire, le abrumaba una sensación de extrañeza.

En parte se sentía vagamente agradecido por el hecho de conservar la vida, pero con cada segundo que pasaba esa consideración parecía menos importante, o relevante siquiera. La única verdad que conservaba alguna significación era que estaba solo en un mundo poblado por seres desconocidos e incognoscibles cuyos ojos y narices estaban apiñados cerca del extremo superior de la cabeza, y cuyas bocas se torcían y fruncían y ondulaban con espantosa movilidad. La piel de los avernianos iba del amarillo pálido que les rodeaba los ojos y las bocas, al pardo cobrizo de las manos y los pies, y parecía una pátina cerúlea. Les rodeaba un olor incalificable que evocaba al formaldehído, y tal vez al cardamomo, lo que contribuía a enrarecerles, y que provocó un tirón en los músculos estomacales de Snook.

«Han pasado ya cinco segundos… y faltan treinta años — pensó, y con ese pensamiento lo invadió un pánico claustrofóbico—. ¿Por qué Felleth no habla? ¿Por qué no me ayuda?»

— Te he estado hablando…, Igual Gil — dijo Felleth con una voz laboriosa y susurrante—. Estamos en una situación infortunada… Tenemos acceso a tu mente… pero la tuya nos rechaza… Y no deseas que yo… me acerque más.

— ¡No! — Snook se incorporó de un brinco y se tambaleó. Golpeó con el hombro un gabinete abierto que le rodeaba por tres lados y lo hizo rodar hacia atrás. Miró hacia abajo y vio que la caja de madera donde se había sentado descansaba sobre un fragmento irregular de madera húmeda que contrastaba con el lustroso suelo blanco de la habitación. Las palabras CERVEZAS JENNINGS, impresas en el costado de la caja, podrían haber sido elegidas por ese aire doméstico que a él le recordaba que todo cuanto conocía había quedado al otro lado del infinito.

— Tengo que volver — dijo—. Envíame de vuelta, Felleth. A cualquier parte de la Tierra.

— No es posible… Las relaciones energéticas no son propicias. No tienes centro de recepción — Felleth jadeaba, al parecer por el esfuerzo de reproducir el lenguaje humano—. Necesitamos tiempo… para ajustar.

— No puedo esperar… Tú no sabes…

— Sí sabemos. Tenemos acceso… Sabemos que nosotros somos… repelentes para ti.

— No puedo evitarlo.

— Trata de recordar… Es mayor el esfuerzo que nos impones… Tenemos acceso… y tú has matado.

Snook miró las figuras con túnicas de los avernianos, y atinó a vislumbrar el hecho de que ellos habían necesitado valor para permanecer en el mismo cuarto que él. Los avernianos eran una raza amable y pacífica, recordó. Y aquel grupo en particular debía tener la impresión de que había transferido a un peligroso primitivo. Se miró instintivamente la mano derecha y vio que aún la tenía manchada por la sangre de George Murphy.

Una sensación de vergüenza empezó a desplazar a la xenofobia.

— Lo lamento — dijo.

— Creo que es importante que descanses… para recobrarte de los efectos mentales y físicos de la… transferencia — el aliento silbaba y resollaba en la garganta de Felleth mientras vocalizaba las palabras que tomaba de la mente de Snook—. Esto no es un habitáculo, pero hemos preparado una cama en la sala… contigua. Sígueme — Felleth se dirigió, con movimientos majestuosos y gráciles, hasta una abertura sin puertas que era más estrecha en el extremo superior que en el nivel del suelo.

Snook le siguió unos segundos con la mirada, sin levantarse. La idea de dormir era ridícula, pero luego comprendió que le daban la oportunidad de estar solo. Siguió a Felleth, luego volvió, recogió la caja de cerveza y la llevó consigo. Felleth le condujo a lo largo de un corto pasillo. En el extremo había una ventana que daba a un paisaje de cielo gris y océano gris que se aclaraba con el alba. Snook siguió a su guía hasta un reducido cuarto que sólo tenía un catre pequeño. El cuarto tenía una sola ventana y las paredes estaban decoradas con franjas horizontales de color neutro, en un diseño aparentemente hecho al azar.

— Nos volveremos a ver — dijo Felleth—. Y te sentirás mejor.

Snook asintió, sin soltar la caja, y esperó a que Felleth se retirara. La entrada tenía la misma forma trapezoidal que la primera, pero las hojas verticales se deslizaron desde una ranura de la pared para sellarla. Snook fue hasta la ventana y contempló el mundo que sería su hogar. Tenía ante sí una ladera de techos de tejas pardas, donde de vez en cuando asomaban callejas y plazas donde se veía al Pueblo dedicado sin prisas a sus enigmáticos asuntos. La gente vestía ropas ondeantes y drapeadas, blancas o azules, y desde lejos parecía que fueran ciudadanos de la antigua Grecia. No había vehículos a la vista, ni iluminación ni postes telefónicos ni antenas.

Ninguna franja de tierra separaba el límite de los edificios del océano, que se extendía hasta el horizonte salpicado por un centenar de islas parecidas a barcos anclados. Casi todas las islas se elevaban hacia picos bajos y centrales, creando con sus reflejos formas diamantinas y alargadas, pero a cierta distancia había un par unido por un puente macizo doble. Snook lo había visto antes, en una visión implantada por Felleth.

Se apartó de la ventana, la mente saturada de extrañeza, y se dirigió al catre. Se puso al lado de la caja de madera color naranja, luego se quitó el reloj de pulsera y lo colocó encima, estableciendo su pequeña isla de cotidianeidad. Luego se quitó el impermeable azul, todavía salpicado por la humedad de la Tierra, lo enrolló y lo puso al lado de la caja. Cuando se acostó descubrió que una fatiga indescriptible le hormigueaba en el cuerpo, pero tardó bastante en encontrar refugio en el sueño.

Snook soñó que estaba con Prudence Devonald y que iban a comprar café y queso en una tienda del pueblo. Más allá de los escaparates con letras doradas se veía una avenida muy transitada, con autobuses rojos, la torre de una iglesia y hojas arrastrándose en la brisa de octubre. La claridad diamantina del sueño lo volvía muy real, la sencilla felicidad que él sentía era muy real, y cuando empezó a escabullírsele, Snook luchó por asirla porque la pequeña parte de él que no había sido engañada le decía que el despertar sería duro. Lo fue.

Se sentó en el borde del catre, la cabeza gacha, y luego los hábitos mentales de una vida empezaron a reafirmarse. «Chico encuentra chica, chico pierde chica — pensó—. Chico tiene que averiguar si en este lugar hay cañerías.»

Se levantó, echó un vistazo al cuarto desnudo y recogió el reloj, que le informó que ya era más de mediodía. El resplandor intensificado de la ventana le confirmó lo que ya sabía, que la hora averniana coincidía con la de la Tierra. Fue hasta la puerta y trató de separar las dos hojas, pero permanecieron en su sitio, y la ranura del medio era demasiado estrecha para insertar los dedos. En ningún momento temió que le hubieran encerrado. Estaba seguro de que la puerta podía ser abierta sin dificultad por cualquiera que supiera cómo, y por lo tanto se resistió a pedir ayuda. Hizo la prueba de pisar cerca del umbral, por si había mecanismos de presión, luego se le ocurrió una posible solución. Alejando toda otra preocupación de la mente, avanzó firme y confiadamente hacia la puerta, deseando que se abriera.

Las hojas se separaron de inmediato y antes de que tuviera tiempo de pensar en lo que ocurría, estaba en el pasillo. Echó un nuevo vistazo a la abertura, asombrado y maravillado, y revisó sus ideas acerca de la tecnología averniana. Ambrose le había comentado con frecuencia que Felleth y sus colaboradores aventajaban muchísimo a la Tierra en su comprensión de la física nuclear, pero Snook había supuesto que en Averno el conocimiento avanzado se acumulaba sin aplicarlo. Su único vistazo a la isla donde estaba le había confirmado su noción de una cultura atecnológica, pero sus juicios de recién llegado obviamente no eran válidos, su visión era inadecuada. Tal vez una mancha de color en la pared era el equivalente de un sistema de calefacción; tal vez una pared de piedra redonda en vez de cuadrangular era un receptor y distribuidor de energía.

Snook caminó hacia el extremo del pasillo y bajó un corto tramo de escaleras que tenían proporciones incómodas y escalones inclinados que le daban la sensación de que se caería de bruces En el fondo había una habitación mucho más amplia de las que había visitado, aunque — igual que el cuarto donde había dormido— estaba desprovista de muebles. A lo largo de dos paredes había una ventana de vidrio oscuro, pero la ondulación de unos arbustos al otro lado le indicó que estaba en la planta baja. En el suelo de piedra verdosa había fragmentos de color más claro que sugerían que recientemente se habían trasladado algunos objetos, y Snook recordó que Felleth le había informado que este edificio no era un habitáculo. Los interrogantes empezaron a surgir en la mente de Snook. ¿Era un depósito? ¿Una biblioteca? ¿Qué había pensado el averniano que estaba arriba cuando por primera vez había visto a Snook aparecer en el cuarto pequeño, una semana atrás?

Una puerta se abrió en una pared del fondo y Felleth entró en la sala, los ojos grandes y pálidos fijos en Snook. Por un instante, superpuesta a su visión normal, Snook creyó vislumbrar la elevación y la caída chisporroteante de una ola gris y traslúcida, y sin decir nada trató de enfocar la imagen, pensando en el océano como un símbolo de tranquilidad y poder inagotable.

— Creo que aprenderás a oír y hablar — dijo Felleth con su laborioso susurro.

— Gracias — Snook se sintió gratificado, y luego comprendió que su aceptación de esta nueva situación debió de haber avanzado, si es que podía reaccionar con una emoción positiva ante un bípedo con aspecto de saurio vestido con un atuendo clásico y mediterráneo.

— Se te ha preparado un cuarto de baño — Felleth señaló una segunda puerta gesticulando con la mano membranosa—. Está aislado… y por lo tanto no es de lo mejor… Pero es sólo por un período breve.

Snook se sintió desconcertado un instante, y luego comprendió.

— Claro — dijo—. Estoy en cuarentena.

— Sólo por un período breve.

Snook cayó en la cuenta de que en su urgencia por salir con vida de Barandi había aceptado irreflexivamente muchas cosas acerca de las condiciones de Averno. La atmósfera, por ejemplo, podría haber sido de una rareza totalmente inaceptable para los seres humanos, y los microorganismos ya le podrían estar sembrando los pulmones de colonias letales. Presumiblemente él podría representar un riesgo para la salud de los avernianos, lo cual tal vez explicaba por qué el edificio donde estaba producía aquella sensación de asepsia.

— No te habría traído aquí… sin tener la seguridad de que vivirías — dijo Felleth respondiendo a sus pensamientos—. En todo caso, te habría provisto de… gas para respirar, y una máscara.

— Piensas en todo — Snook recordó que Felleth era el equivalente averniano de un filósofo-científico a cargo del gobierno.

— En todo no. Hay asuntos importantes que debemos discutir… mientras comes.

Después que Snook hizo uso de los receptáculos y la provisión de agua que le ofrecieron en un cubículo de metal pulido, se unió a Felleth en otro cuarto que contenía una mesa y un taburete sencillo que parecía recientemente fabricado con una madera fibrosa. Sobre la mesa había fuentes de cerámica con verduras, cereales y frutas, además de una jarra de agua. Snook se apresuró a sentarse, recordando de golpe que hacía tiempo que no comía, y probó la comida. Los sabores eran extraños, aunque no desagradables, y la principal objeción de Snook fue que todo, hasta las frutas y hortalizas, tenían un regusto de yodo y sal.

— Debo avisarte, Igual Gil, que al traerte cometí algunos errores de cálculos, y no tuve en cuenta otros factores…

— No parece muy propio de ti, Felleth — Snook había considerado la posibilidad de limitarse a pensar las respuestas a las observaciones de los avernianos, pero descubrió que hablar en voz alta le exigía menos esfuerzo mental.

— Actualmente no estoy en buenas relaciones con… los otros Reactivos… ni con el Pueblo, pues les he aconsejado en un asunto importante… sin investigar todas las evidencias disponibles.

— No comprendo.

— Por ejemplo… Acepté acríticamente todo cuanto aprendí de astronomía… de tu mente.

Snook alzó los ojos ante aquella enigmática figura.

— No me parece un error tan serio. Después de todo, te acabas de enterar de que existía esa ciencia, y en la Tierra hace miles de años que se estudia astronomía.

— En la Tierra… Ese es precisamente el problema… Vuestros astrónomos estudian un universo diferente.

— Todavía no entiendo — Snook dejó la comida a un lado, presintiendo que le dirían algo importante.

— La imagen que presentaron de mi universo contenía sólo… aquellos elementos que ellos habían percibido… Un sol, este mundo… Y el mundo errante que llamáis Planeta de Thornton.

— ¿Entonces?

— La órbita que calcularon para el Planeta de Thornton se basaba… en esta imagen simplificada del universo.

— Lo siento, Felleth. No soy astrónomo y todavía no entiendo adonde quieres llegar.

Felleth se acercó más a la mesa.

— No eres astrónomo… Pero entiendes que todos los cuerpos de un sistema planetario se mueven… influidos por todos los otros cuerpos… de ese sistema.

— Eso es elemental — dijo Snook—. Pero si no hay otros cuerpos en el… — se interrumpió cuando comprendió cabalmente todo lo implicado en las palabras de Felleth—. ¿Han iniciado las observaciones?

— Han diseñado un radiotelescopio… Y se construirán no menos de veinte.

— Pero eso está bien — Snook se incorporó para encarar a Felleth—. Os da una esperanza, ¿verdad? Es decir, si pudierais descubrir cerca otro planeta, quizá fuera factible desviar al Planeta de Thornton de su trayectoria actual…

— Eso es lo que debí haber deducido… en el acto.

— ¿Y cómo podrías haberlo hecho?

— El Pueblo exige una actuación intachable de sus Reactivos. Es su derecho.

— Pero…

— Igual Gil, tu memoria es imperfecta de acuerdo con nuestros criterios… Pero puede contener datos que me permitirían ofrecer una reparación a mi Pueblo… por mi error. Por favor, permíteme establecer contacto contigo.

Snook titubeó apenas un instante antes de acercarse a Felleth. Inclinó la cabeza hacia adelante y mantuvo los ojos abiertos mientras Felleth se le aproximaba y ambas frentes se tocaban. El contacto duró apenas un segundo, y después Felleth retrocedió.

— Gracias — dijo Felleth—. La evidencia es valiosa.

— No he sentido nada… ¿Qué evidencia?

— Cuando oíste hablar por primera vez del Planeta de Thornton, se suponía que pasaría… a través de tu mundo. Pero erró por muchos diámetros planetarios, y la divergencia respecto del curso preanunciado… fue atribuida a un error de observación.

— Creo recordar algo acerca de… Esa es una evidencia, ¿verdad? — el entusiasmo de Snook aumentó—. Demuestra que hay otros planetas en vuestro sistema.

— No es concluyente.

— A mí me parece que lo es.

— La única conclusión inequívoca — dijo Felleth— es que soy indigno de la confianza del Pueblo.

— Eso es ridículo — dijo Snook, casi gritando—. Ellos te lo deben todo.

La larga ranura de la boca de Felleth ondeó en un signo emocional que Snook no pudo interpretar.

— El Pueblo tiene atributos mentales diferentes de los de tu raza… pero no es superior, como crees. Hemos logrado liberarnos de las grandes pasiones destructivas… pero es más difícil erradicar lo trivial y lo mezquino… el hecho de que estés empleando las palabras indica que yo también… — interrumpió la dolorosa articulación de sonidos de lenguaje y fijó los ojos pálidos en Snook, exhibiendo una impotencia curiosamente humana. Snook le miró en silencio, y ciertas ideas empezaron a cristalizar y disolverse en el fondo de su conciencia.

— Felleth, tienes algo que decirme, ¿verdad? — preguntó Snook.


Cada día parecía un mes. Y cada mes, un año.

Snook descubrió que la pequeña isla que le habían asignado bastaba para sus necesidades, siempre que trabajara duramente con las sencillas herramientas agrícolas que le habían suministrado y recorriera regularmente los bajíos en busca de plantas marinas comestibles. No tenía tabaco ni alcohol — los procesos de fermentación no eran utilizados en Averno fuera de los laboratorios científicos— pero había aprendido a prescindir de ellos. Sabía que los mismos avernianos inhalaban los vapores emanados por las vainas de ciertas plantas marinas, pues aseguraban que tenían la virtud de elevar el espíritu y enriquecer la visión. En un principio Snook había experimentado con las vainas, pero siempre con resultados negativos, y había llegado a la conclusión de que algo no funcionaba en su metabolismo. «Tal vez sea una ley universal — había escrito en un papel—, que sólo puedes emborracharte en casa.»

Cuando no se ocupaba de la obtención de alimentos, Snook disponía de bastantes tareas de otra clase para matar el tiempo. Había que mantener en condiciones la única casa de la isla, especialmente el techo. Y además, tenía que remendarse las ropas y el calzado. La calefacción no era un problema, pues las lozas de piedra del suelo se entibiaban durante la noche, al parecer espontáneamente. Snook casi deseaba que la calefacción fuera de índole más primitiva: un leño le habría brindado una especie de compañía. Lo habría apreciado especialmente en las noches oscuras en que cometía la imprudencia de ponerse a pensar en Prudence, y las luces de las otras islas le recordaban que la vida del planeta continuaba al margen de él.

«No hay apartamento más solitario — recordó que había pensado una vez— que aquel en el que oyes los rumores de la fiesta del vecino.»

Snook sabía que ser prisionero en una pequeña isla deshabitada añadía muy poco a las tribulaciones de ser un prisionero en un universo ajeno, aun cuando el Pueblo se había comportado mucho más humanamente de lo que él había esperado. Tomando a Felleth por modelo, se había formado una impresión idealizada de los avernianos, aquellas criaturas superinteligentes que estaban reconstruyendo una civilización después de una catástrofe planetaria, y se preparaban estoicamente para la calamidad definitiva.

Le había sorprendido descubrir que aquella raza de criaturas racionales aborrecía su presencia en aquel mundo como un recordatorio de un planeta hermano que se negaba a ofrecerles ayuda. Y había sentido furia y tristeza al enterarse de que Felleth había sido censurado por su fracaso, de acuerdo con los criterios avernianos, en sus funciones de Reactivo. También habían criticado a Felleth por el acto unilateral de transferir a Snook a su mundo.

«Es más difícil erradicar lo trivial — había dicho Felleth el primer día— y lo mezquino.»

Estas eran cosas en las que Snook procuraba no pensar mientras cargaba con su propia cruz, la de soportar el transcurso de cada día, y luego repetir el proceso incesantemente. Vivir en un mundo donde nadie quería matarle ya era algo; pero el reverso de la medalla era que existía en un universo donde nadie le había dado vida y donde no había posibilidades de trasmitirle vida a nadie. Aquella idea resultaba dolorosa para un hombre con su pasado de neutrino humano, pero él había comprendido su error el día en que había entrado en un hotel de Kisumu y había visto…

A esa hora de la noche Snook siempre oficiaba el rito de quitarse el reloj de pulsera y dejarlo en la caja de madera color naranja, al lado de la cama. Y si había trabajado duro durante el día, era recompensado con el reposo, y a veces con sueños.

Cada día parecía un mes. Y cada mes, un año.

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