«Que no te maraville, mi camarada, si aparezco hablándote sobre materias superterrestres y aéreas. La explicación de todo esto es que estoy volviendo mis ojos a un Viaje que he realizado hace bien poco».
Cruzaron la frontera de Ohio a finales de una lánguida tarde de agosto.
Chris condujo el último tramo del viaje mientras Marguerite escuchaba música y Tess dormitaba en el asiento trasero del coche. Deberían haber ido a Nueva York, donde Chris tenía concertadas varias entrevistas con su editor, pero Marguerite había apostado por un fin de semana en casa de su padre, un par de días de agradable descompresión antes de volver a sobrel evar la carga del mundo sobre los hombros.
Resultaba tranquilizador, pensó Chris, ver lo poco que aquel a parte del país había cambiado desde los acontecimientos del último año. Un puesto de control de la Guardia Nacional abandonado en la frontera de Indiana era un mudo testimonio tanto de la crisis como de su fin. Se seguían viendo vacas y cosechadoras, áreas de descanso para camiones y fronteras de condados. Muchas de aquellas carreteras no habían sido automatizadas, y era un placer conducir durante horas sin más manos sobre el volante que las suyas. Nada de alertas de proximidad o protocolos de evasión de tráfico; tan solo hombre y máquina, tal y como Dios lo tenía pensado desde un principio.
Le dio un codazo a Marguerite cuando se acercaron a la frontera del condado.
Ella se quitó los auriculares y observó la carretera. Le dijo a Chris que hacía mucho que no volvía por al í. Le preocuparon los centros comerciales de aspecto lastimoso, los bares de drogas y los clubes de alterne que habían surgido por la vieja autopista.
Pero el corazón de la ciudad era tal y como el a lo había descrito: la vieja comisaría de hacía un siglo, las cal es recorridas por castaños formando hileras, los molinos de viento de tres palas que asomaban sobre el lomo de una cordillera lejana. Las iglesias, incluida la presbiteriana en la que su padre oficiaba los servicios.
Su padre ya estaba jubilado. Se había mudado de la rectoría a una casa de madera en Butternut Street, al sur de la zona empresarial. Chris siguió las indicaciones de Marguerite y aparcó en una curva junto a la entrada principal de la casa.
—Despierta, Tess —dijo Marguerite—. Ya hemos l egado.
Tess salió del coche sonriendo adormecida a su abuelo, que bajaba radiante las escaleras del porche.
A Marguerite le había preocupado que Chris y su padre se pudieran sentir incómodos al conocerse. Enseguida se probó que sus temores no tenían fundamento. Observó con agradable sorpresa cómo su padre le estrechaba calurosamente la mano a Chris y lo acompañaba dentro.
Chuck Hauser había cambiado muy poco en los tres años que hacía que no lo visitaba. Era uno de aquellos hombres que alcanzaban un estado de estabilidad a la mediana edad y se plantaban en los setenta casi sin sufrir el paso del tiempo. La misma barba color pimienta salpicada de canas, la misma calva surcada de pelo fino y escaso, una tripa respetablemente pequeña. Todavía l evaba aquellas camisas de algodón monocromas que tanto le favorecían, anticuadas y a la moda al mismo tiempo. Los mismos ojos azules, a pesar de una reciente queriotomía.
Había preparado una comida a base de filetes de carne, guisantes, maíz y puré de patatas, servida en la gran mesa del salón donde (informó a Tess) Marguerite solía hacer sus deberes cuando era niña. Aquello había sido en el refectorio de la avenida Glendavid. Ella estudiaba matemáticas todas las noches después de la cena, sentada cerca de una gran lámpara Tiffany de imitación que arrojaba una luz que el a recordaba de color amarillo mantequilla, casi lo bastante cálida para saborearla.
La sobremesa con su padre no hizo ninguna referencia a Crossbank, Blind Lake, Ray Scutter o los acontecimientos de orden internacional que habían tenido lugar el año anterior. Instó a Chris a que lo l amara «Chuck»; evocó algunos recuerdos lejanos con Marguerite; y cuando Tess comenzó a cansarse a todas luces, le dejó llevarse el postre al cuarto de estar, donde la niña encendió el pintoresco panel circular de video y comenzó a buscar dibujos animados.
Chuck volvió a la mesa con una jarra de café y tres tazas.
—Hasta que recibí aquel a llamada desde Provo, el febrero pasado, no sabía si estabas viva o muerta.
Provo, en Utah, era donde la población de Blind Lake había sido trasladada después del fin del bloqueo. Otros seis meses más de cuarentena médica y psicológica, viviendo como refugiados en una base de la Fuerza Continental de Seguridad que se había acondicionado para el os. Seis meses esperando ser declarados cuerdos y descontaminados, y no una amenaza para la población general.
—Debe de haber sido horrible no saber nada —dijo Marguerite.
—Más horrible para vosotros que para mí, me imagino. Tenía la sensación de que saldrías bien de todo aquel o.
Fuera, el cielo comenzaba a oscurecerse. Chris acabó su café y se ofreció para hacerle compañía a Tess. El padre de Marguerite encendió una lámpara de pie, iluminando la estantería de roble que había detrás de la mesa. Como buena aficionada a la lectura desde niña, Marguerite se sintió atraída y repelida por aquel os estantes: tantos volúmenes de color ante o ámbar que resultaron ser, después de una atenta inspección, libros sin sustancia relacionados con la iglesia, o trabajos «inspiradores» (aunque se había leído de un tirón a Kippling). Reparó en que últimamente se habían añadido algunos libros. Títulos de Astronomía y Cosmología, la mayoría publicados en el último par de años. Incluso había un ejemplar del tocho de Sebastian Vogel sobre Dios-y-ciencia.
Chuck se sentó en una silla junto a Marguerite.
—¿Cómo va l evando Tess lo de la muerte de su padre?
—Bastante bien, dadas las circunstancias y considerando que solo tiene doce años. Insiste en que quizás no esté muerto.
—Desapareció dentro de la estrel a de mar.
Marguerite hizo una mueca ante aquel nombre popular dado a las estructuras generadas por los O/CBE. Como «langostas», era un apelativo tosco e inexacto. ¿Por qué todo lo que no resultaba familiar tenía que compararse con algo que podía dejar la marea en la playa?
—Mucha gente despareció de la misma forma.
—Como aquellas personas que se conocían como «peregrinos» en Crossbank. Pero no regresan.
—No —dijo Marguerite—. No regresan.
—¿Y sabe eso Tess?
—Sí.
Eso, y quizás más.
—Hubo veces —dijo Chuck Hauser— en que desprecié a aquel hombre por la forma en que te trataba. Me sentí más tranquilo de lo que dejé entrever cuando te divorciaste de él. Pero creo que quería a Tess de verdad, al menos todo lo que era capaz de querer a alguien.
—Sí —dijo Marguerite—, creo que eso es cierto.
Él asintió. Después se aclaró la garganta, un ladrido con flemas que a el a le hizo recordar lo mucho que había envejecido.
—Parece una noche despejada —dijo él.
—Despejada y fría. Nadie diría que estamos en agosto.
Él sonrió.
—Ven conmigo al jardín, Marguerite. Hay algo que quiero enseñarte.
Tess había encontrado al fin algo que ver en el panel del video: una de aquellas películas del siglo XX en blanco y negro que le gustaban tanto. Una comedia. Los chistes eran extraños o incomprensibles para Chris, pero Tess se reía agradecidamente, aunque solo fuera por las caras que ponían los actores.
Chris hojeó el taco de revistas que había dejado el padre de Marguerite en una mesilla al lado del sofá. Todas eran revistas de noticias, y los números más viejos databan de finales de septiembre del año anterior.
Era la historia de un año en miniatura. Los asesinatos de Burbank, los reveses militares en Lesotho, la devaluación del dólar continental, la alianza Panárabe, y por supuesto, sobre todo lo demás, los titulares chillones sobre Crossbank/Blind Lake.
Todo lo que él se había perdido durante el bloqueo, la historia del exterior.
SE AÍSLAN INSTALACIONES DE ASTRONOMÍA INEXPLICABLE MOVIMIENTO DEL GOBIERNO
No había muchos detal es, sobre todo especulaciones sobre los tanques de los O/CBE. Había una columna que explicaba las diferencias entre los procesadores de Crossbank y los ordenadores cuánticos usuales: cuantibits, excitones y el código autoevolucionador.
Otro número, de una semana más tarde:
ESTRUCTURA ESTRELLA DE MAR SIMILAR A LAS ÚLTIMAS IMÁGENES CAPTADAS POR EL TELESCOPIO DE CROSSBANK
Crossbank había descubierto una estructura aparentemente artificial en el mundo acuático de HR8832/B. El procesador de Crossbank había generado al momento una copia casi exacta de la estructura a su alrededor, como una especie de armadura con agujas.
¿Era aquello contaminación o procreación? ¿Infección o reproducción?
Tanto Crossbank como Blind Lake habían sido inmediatamente puestas en cuarentena.
CONFUSIÓN EN CROSSBANK: ALGUNOS INVESTIGADORES DESAPARECEN DENTRO DE LA ESTRUCTURA, ASEGURAN LAS FUENTES
Las sondas robóticas revelaron que el interior laberíntico de la «estrel a de mar» de Crossbank era un sitio muy extraño. Los voluntarios humanos se retiraban confundidos, los robots se desvanecían; la telemetría remota se hacía ininteligible rápidamente.
FOTOS EXCLUSIVAS DE LA ANOMALÍA DE CROSSBANK
La imagen ya familiar. Desde el aire, los seis brazos radiales; desde el nivel del suelo, los arcos iridiscentes y las cavernas esponjiformes. En el texto, una nota comentaba que el material que componía aquella anomalía era «constante en escala (…) bajo microscopio, cualquier pedazo se parecía mucho a la estructura que podía percibir el ojo humano».
Chris pasó un par de hojas.
SEGUNDA «ESTRELLA DE MAR» APARECE A CIENTOS DE KILÓMETROS DE CROSSBANK, CUNDE EL PÁNICO
La segunda estructura se había manifestado durante la noche en un campo de soja al sur de Macon, Georgia. Aparte de unos pocos metros cuadrados de campo en barbecho, no había destruido nada ni matado a nadie, aunque un peón curioso había desaparecido en su interior antes de que las autoridades locales pudieran establecer un cordón policial. Sin embargo, un gran número de residentes había abandonado sus hogares y reinaba la confusión a lo largo y ancho del sureste.
(Desde entonces cinco «estrellas de mar» más habían aparecido en áreas aisladas alrededor del mundo, aparentemente siguiendo líneas de fuerza del campo magnético de la Tierra. Ninguna había probado ser peligrosa para nadie lo suficientemente prudente como para no entrar en el as.)
LOS GOBIERNOS NACIONALES LLAMAN A LA CALMA, DICEN QUE «NO HAY EVIDENCIA DE ACTIVIDAD HOSTIL»
Aquel as habían sido las semanas con los picos más altos de pánico. De declaraciones apocalípticas y cultos que surgían de la nada; los halcones y los peregrinos; los cortes de autopistas.
INFORME OFICIAL SEÑALA QUE UNA AVIONETA PRIVADA HA SIDO DERRIBADA SOBRE LA ZONA DE VUELO RESTRINGIDO DE BLIND LAKE
Se hablaba de Adam Sandoval, de sesenta y cinco años, dueño de una tienda de hardware en Loveland, Colorado, que había admitido sus intenciones de volar con su aeroplano directamente contra la instalación de O/CBE de Blind Lake (esto es, el Paseo), a fin de prevenir otra manifestación como la que lo había apartado de su esposa. La esposa de Sandoval había sido una peregrina, desaparecida y presuntamente muerta al entrar con un grupo en el artefacto de Crossbank.
Chris había tenido la oportunidad de conocer a Adam Sandoval durante su confinamiento en Provo. Se había recuperado de su coma y sus quemaduras, aunque la piel afectada todavía tenía un impresionante color rosa. Se arrepentía de su intento abortado de suicidio, pero todavía se mostraba beligerante al tocar el tema de la desaparición de su esposa.
Cuando le presentaron una tarde a Sebastian Vogel en la cola de aprovisionamiento de Provo, se negó a estrecharle la mano.
—Mi esposa leyó su libro —le dijo— muy poco antes de que decidiera fugarse buscando trascendencia, signifique lo que signifique esa maldita palabra. ¿No piensa nunca en la gente a la que va a vender sus putas chorradas?
La semana anterior, Sebastian y Sue habían dejado Provo para establecerse en Carmel, donde un amigo le había ofrecido a Sue un trabajo en una empresa inmobiliaria. Sebastian rechazaba las entrevistas que le ofrecían y había anunciado que no habría una secuela de Dios & el vacío cuántico.
SUCESOS EN BLIND LAKE FUERZAN LA INTERVENCIÓN MILITAR Y EL RESCATE DE LA POBLACIÓN CIVIL LOS DETENIDOS EN BLIND LAKE SON TRASLADADOS A UNA LOCALIZACIÓN DESCONOCIDA CON EL FIN DE SER RETENIDOS EN CUARENTENA E INTERROGADOS
«Rescate» significaba una espantosa concentración y un traslado propio del ganado, iniciado en cuanto el Ojo de Blind Lake comenzó a transformarse en la familiar estructura simétrica en forma de estrella de mar. «Cuarentena» significaba seis meses más de detención bajo los recientes Protocolos de Seguridad Pública. «Interrogados» significaba una serie de entrevistas con personal gubernamental bien vestido y de buenas maneras, que lo grababa todo y a menudo realizaba dos veces las mismas preguntas.
La mayoría de la población de Blind Lake había cooperado voluntariosa. Todos los que habían vivido el bloqueo tenían una historia que contar.
La última y más reciente de las revistas de Chuck Hauser no contenía titulares llamativos, tan solo un editorial de una fuente externa en las últimas páginas.
Lo que sabemos y lo que no:
la perspectiva de un superviviente
…y conforme el miedo va remitiendo, podemos comenzar a tomar nota de lo que hemos aprendido y de lo que todavía nos queda por comprender.
Ha sucedido algo trascendental, que todavía desafía cualquier intento simple de comprensión. Nos han dicho que hemos creado, con nuestras computadoras más complejas, lo que es esencialmente una nueva forma de vida. O que hemos colaborado en el alumbramiento de una forma de vida muy antigua, una forma de vida quizás más antigua que la propia Tierra. Tenemos pruebas, gracias a las ahora extintas instalaciones de Crossbank y Blind Lake, de que este proceso ya había tenido lugar en dos mundos con vida en zonas cercanas del espacio, y quizás por toda la galaxia.
Pero las «estrellas de mar» (¿no podríamos elegir algún nombre más elegante para estas hermosísimas estructuras?) parecen poco interesadas en contactar con nosotros, y mucho menos en intervenir en nuestros asuntos. Tenemos el ejemplo de UMa47/E, donde una cultura inteligente ha coexistido con las estrellas de mar durante (probablemente) siglos, sin ninguna interacción significativa.
Esto otorga credibilidad a aquel os que sugieren que las estrel as de mar representan no solo una forma de vida totalmente nueva, sino una forma de conciencia completamente novedosa que solo guarda un mínimo parecido con la nuestra. En otras palabras, hemos observado la profundidad del firmamento y hemos encontrado al fin los límites de la inteligibilidad.
Pero hay un contraejemplo en HR8832/B, un planeta donde aquellos que construyeron el núcleo cuántico de la estrella de mar han desaparecido sin dejar rastro. Quizás sucediera de forma natural, en una extinción, o quizás no. Quizás se nos haya ofrecido una elección. Quizás las especies que persiguen una genuina comprensión de la estrella de mar puedan alcanzar esa meta únicamente convirtiéndose en algo más. Quizás, para comprender totalmente el misterio, tengamos que abrazarlo y convertirnos en él. ¿No era Heisenberg el que señaló que lo predicho y lo observado l egaban a estar inextricablemente interconectados?
Seguía durante una página y media, y era un buen artículo. Profundo y cuidadosamente razonado. La firma pertenecía a Elaine Coster, «una respetada periodista científica que ha abandonado recientemente el campo de cuarentena en Utah».
Chris echó una mirada a Tess, que estaba bostezando, estirada a lo largo de los cojines tapizados del sofá de su abuelo.
Tess no había hablado de la Chica del Espejo a las autoridades. Ni lo habían hecho tampoco Marguerite y Chris.
No habían acordado de antemano aquella conspiración de silencio. Fue una decisión que cada uno había tomado por separado, y que estaba motivada, al menos por parte de Chris, por la opinión de que aquella información tan solo podría ser malinterpretada.
Un cuento inenarrable. ¿Podía creer un periodista en un concepto como aquel? Pero lo que él había sentido era algo más que simple temor al ridículo. Habían sucedido cosas que no podía explicarse satisfactoriamente ni siquiera a sí mismo. Cosas que nunca deberían escribirse en los titulares de un periódico.
—Estoy un poco cansada —dijo Tess sin apartar la mirada del panel de video.
—Es que queda poco para irse a la cama —dijo Chris.
La condujo al pequeño dormitorio de invitados de la casa de su abuelo. Tess dijo que quizás leería un poco hasta que su madre fuera a arroparla. Chris le dijo que era buena idea.
Ella se estiró bajo el edredón de la cama.
—Esta es la misma habitación en la que estuve la última vez que vinimos —dijo—, hace tres años. Cuando mi padre estaba con nosotros.
Chris asintió.
La ventana estaba abierta unos pocos centímetros, dejando entrar los aromas del final del verano. Dejó la ventana entreabierta pero bajó el estor del todo, ocultando el cristal.
—No la has visto desde Blind Lake, ¿verdad? —dijo Chris.
A el a. A la Chica del Espejo.
—No —dijo Tess.
—¿Crees que todavía está por aquí?
Tess se encogió de hombros.
—¿Piensas mucho en ella, Tess? ¿Alguna vez te preguntas quién era?
—Ya sé quién era. Era… —Pero las palabras parecieron trabarse en su lengua; se detuvo y frunció el ceño por un momento.
En Blind Lake, Tess había identificado a la Chica del Espejo con los procesadores O/CBE. Como si los O/CBE, despertados a una nueva consciencia, hubieran querido abrir una ventana al mundo humano en el cual habían nacido.
Y tanto Crossbank como Blind Lake habían elegido a Tess. ¿Por qué a ella? Quizás no hubiera una verdadera respuesta, pensó Chris, como les sucedería a los investigadores de Blind Lake si les preguntaran por qué habían elegido al Sujeto entre incontables individuos idénticos. Podría haber sido cualquiera. Tenía que ser alguien.
Tess dio con la idea que se estaba esforzando por encontrar.
—Era el Ojo —dijo Tess solemne—, y yo era el telescopio.
Marguerite siguió a su padre hasta la fría noche de verano en el jardín trasero de la casa en Butternut Street. Solo estaban encendidas las luces del jardín, barras luminiscentes plantadas entre los setos, y se detuvo un momento para dejar que sus ojos se ajustaran a la oscuridad reinante.
—Doy por supuesto que sabes qué es esto —dijo Chuck Hauser. Se hizo a un lado y esbozó una amplia sonrisa.
Marguerite casi se atragantó.
—¡Un telescopio! ¡Dios mío, es precioso! ¿Dónde lo has conseguido?
Los telescopios ópticos para aficionados no se comercializaban desde hacía años. Por aquel entonces, si uno quería observar el firmamento nocturno acoplaba unas lentes de aumento a su servidor doméstico. O aún mejor, se conectaba a uno de los rastreadores celestiales de acceso público. Los viejos telescopios Dobson como aquel alcanzaban precios muy altos en el mercado de antigüedades.
Y aquel era genuinamente viejo, observó Marguerite en cuanto se acercó a examinarlo: en maravillosas condiciones, pero definitivamente anterior al milenio. No había dispositivos de rastreo digital, tan solo órbitas manuales y relés de tornillos sin fin, perfectamente engrasados.
—Los instrumentos han sido restaurados y ajustados —dijo su padre—. Le han cambiado la óptica por si acaso. El resto es auténtico.
—¡Te debe de haber costado una fortuna!
—Una fortuna no —sonrió tristemente—. No tanto.
—¿Cuándo has comenzado a interesarte por la Astronomía?
—No seas tonta, Margie. No lo he comprado para mí. Es un regalo. ¿Te gusta?
Realmente le gustaba mucho. Abrazó a su padre. No sabía cómo se lo había podido permitir. Debe de haber pedido una segunda hipoteca, pensó Marguerite.
—Cuando eras niña —dijo Chuck Hauser—, todo esto era un misterio para mí.
—¿A qué te refieres?
—Ya sabes. Estrel as y planetas. Todo aquel o que te interesaba tanto. Ahora tengo la impresión de que me debería haber detenido un poco y prestado algo más de atención. Esta es mi forma de decir que admiro lo que has logrado. Quizás esté comenzando a comprenderlo. Así que, ¿crees que podrás empaquetar esta cosa y meterla en ese pequeño coche vuestro?
—Encontraremos el modo.
—Me he dado cuenta de que has puesto tu equipaje en la misma habitación que Chris.
Ella se sonrojó.
—¿Ah, sí? Lo hice sin pensar… En realidad…, es solo la costumbre…
Cada vez peor.
Él sonrió.
—Vamos, Marguerite. No soy un baptista de cabeza dura. Por lo que has dicho y por lo que he visto, Chris es un buen hombre. Estáis claramente enamorados. ¿Habéis hablado de matrimonio?
Su rubor se hizo aún más intenso. Esperó que su padre no pudiera advertirlo con aquella luz tan tenue.
—No tenemos planes inmediatos. Pero no te sorprendas.
—¿Es bueno con Tess?
—Muy bueno.
—¿A ella le gusta?
—Mejor aún. Se siente segura con él.
—Entonces me alegro por ti. Pero dime: ¿el que te haya hecho este regalo me permite ofrecer un pequeño consejo?
—Cuando quieras.
—No voy a preguntar qué es lo que habéis pasado los tres en Blind Lake, pero sé que ha sido especialmente duro para Tess. Ya era un poco cal ada, y no parece que eso haya cambiado.
—No.
—Sabes, Marguerite, tú eras exactamente igual. Densa como un ladrillo cuando algo no te interesaba. Siempre se me hizo difícil poder hablar contigo.
—Lo siento.
—No tienes por qué. Lo único que estoy diciendo es que es fácil dejar pasar esas cosas. Las personas pueden llegar a ser casi invisibles las unas para las otras. Te quiero y sé que tu madre te quería, pero no creo que te viéramos siempre con mucha claridad, si sabes a qué me refiero.
—Lo sé.
—No dejes que eso te suceda con Tess.
Marguerite asintió.
—Ahora —dijo su padre—, antes de que empaquetemos esta cosa, ¿quieres enseñarme cómo funciona?
Le encontró Ursa Majoris 47 con el telescopio óptico. Una estrella indistinguible, no más que un punto de luz entre muchos, menos bril ante que las luciérnagas parpadeantes entre los arbustos en la parte trasera del jardín.
—Eso es, ¿eh?
—Eso es.
—Supongo que la conoces muy bien, casi debes de sentirte como si hubieras estado al í.
—Así es exactamente como me siento. —Y añadió—: Yo también te quiero, papá.
—Gracias, Marguerite. ¿No deberías acostar a esta niña tuya?
—Chris se puede ocupar de eso. Estaría bien quedarnos sentados aquí fuera, charlando un poco.
—Hace un poco de frío para ser agosto.
—No me importa.
Cuando volvió por fin a la casa, encontró a Chris en la cocina, murmurando a su servidor de bolsillo, tomando notas para su nuevo libro. Llevaba trabajando en aquel o desde hacía semanas, en ocasiones con un ritmo febril.
—¿Se ha ido Tess a la cama?
—Está leyendo en el cuarto.
Marguerite subió a echar un vistazo.
Lo más inquietante de todo lo acontecido en Blind Lake, pensó Marguerite, era que implicaba una conexión entre distancias inmensas a través de un medio que resultaba incomprensible, una conexión que le había hecho posible tocar al Sujeto, y ser tocada por él; el Sujeto, que había sabido durante todo aquel tiempo, de alguna forma, que estaba siendo observado.
El observar cambia a los que son observados. ¿Había sido Tess observada de la misma manera? ¿Y Marguerite? ¿Las conduciría aquel o, entonces, al final de alguna peregrinación inimaginable, a uno de aquellos lugares enigmáticos vinculados con las estrel as, donde intercambiarían la muerte por una zambul ida en el infinito?
Todavía no, pensó Marguerite. Quizás nunca. Pero desde luego todavía no.
Encontró a Tess completamente vestida, dormida sobre el cubrecamas, con el libro abierto y el pelo revuelto. La despertó con dulzura y la ayudó a ponerse el camisón.
Para cuando Tess estuvo bien arropada en la cama, volvía a estar completamente despierta.
—¿Quieres algo? ¿Un vaso de agua? —dijo Marguerite.
—Una historia —respondió Tess con presteza.
—La verdad es que no me sé muchas.
—Sobre él —dijo Tess.
¿Quién? ¿Chris, Ray, su abuelo?
—Sobre el Sujeto —dijo Tess—. Todas las cosas que le pasaron.
Aquel o la cogió por sorpresa. Era la primera vez que Tess había mostrado algún interés en el Sujeto.
—¿De verdad quieres que te hable de eso?
Tess asintió. Se recostó y golpeó rítmicamente la cabeza contra la almohada, con suavidad. El aire del verano agitaba el estor.
Bien. ¿Por dónde empezar? Intentó recordar las páginas que había escrito teniendo en mente a Tess. Las páginas que había escrito pero que nunca había compartido. Historias sin contar.
Pero no las necesitaba.
—Lo primero de todo —dijo Marguerite— es que tienes que entender que era una persona. No exactamente como tú y como yo, pero tampoco diferente del todo. Vivía en una ciudad a la que quería muchísimo, situada sobre una planicie seca, bajo un cielo polvoriento, en un mundo no tan grande como este.
Hace mucho. Muy lejos.