CAPITULO 21

Julianna irrumpió en su casa en la ciudad, arrojando a un lado su bolso de viaje. Las horas transcurridas desde la fuga no le habían enfriado la furia, pero habían sido contenidas bajo el rígido corcho del control. Ahora que estaba de regreso, sola, sin vigilancia, el corchó saltó.

Ella aferró la primera cosa a su alcance, un delgado jarrón de delicada porcelana inglesa, y lo estampó contra la pared con todo su contenido de rosas blancas. El estallido hizo eco en la casa vacía y la arrojó en una oleada de malhumor y destrucción. Estrelló lámparas contra el piso, acertó un gran huevo de cristal en un antiguo espejo, convirtió las ya maltratadas rosas en polvo.

Arrojó por el aire sillas y mesas, estrelló la preciosa vajilla contra la alfombra y la madera hasta que el vestíbulo y el living parecieron una zona de guerra.

Luego se dejó caer en el sofá y hundiendo los puños en los cojines, lloró como un bebé.

Ella quería esos pocos adorables días en la villa. Los necesitaba. Estaba cansada, cansada, cansada de ocuparse de su propio cabello, o de andar sin las simples necesidades de faciales o manicuras.

Y esa puta lo había arruinado todo.

Había tenido que dajar atrás un vestido nuevo de marca y zapatos, y también varias otras cosas apreciadas. Y había perdido su baño de algas y su máscara de barro.

Bueno, eso si los hubiera pagado.

Sollozando, rodó sobre su espalda. Si esa tonta italianita en reservaciones no le hubiera avisado, podría haberse encontrado siendo sacada de la cama por la policía. Exasperante. Humillante.

Pero eso no había sucedido. Para calmarse, Julianna respiró profunda y suavemente como había aprendido en la prisión. No había sucedido porque ella siempre estaba preparada, siempre adelante. Y había sido Eve Dallas la que había perdido esta batalla, como había perdido las otras en esta reciente guerra.

Esto era lo bastante reconfortante para darle a Julianna un ligero ánimo. Imagínate, correr todo el camino hacia Italia para encontrar una suite vacía. Y ese mensajito ingenioso. -si, eso había sido un toque de estilo.

En todo caso, ella había regresado a New York para ocuparse específicamente de enfrentarse contra Eve Dallas. Así que era tonto enojarse y sobreexcitarse cuando la mujer le demostraba que era una rival capaz.

Tan capaz, reflexionó Julianna, que podía ser mejor desaparecer por un rato. Al menos temporariamente. Esta última reflexión la desconcertó. Y todavía…

Era todo tan excitante. Había olvidado esa subida de la sangre, esa adrenalina acicateándola cuando había entrado. La única forma de terminar con todo y llegar a la cima era acabar con lo que había planeado hacer.

Destruir a Eve Dallas, de una vez y para siempre.

Que mejor forma de hacerlo que asesinando al hombre al que ella había sido tan débil como para amar? Con el bono agregado de entrar en la historia como la mujer que había matado al invulnerable Roarke.

Realmente era todo tan perfecto. Julianna levantó las manos, las giró, e hizo unn mohín cuando vió que se había roto una uña.


Eve pasó las uñas cortas y sin pintar sobre el taco de un zapato negro de noche. -La policía italiana fue persuadida de devolver todas las pertenencias personales de la suite de Dunne. Este zapato es nuevo. Casi no tiene marcas de pisada. Es italiano, pero con medidas americanas. Mi autoridad en zapatos… -miró hacia Roarke mientras informaba a su equipo- me dice que esto significa que muy probablemente los ha comprado aquí en New York antes de ir a Italia.

Ella le pasó el zapato a McNab. -Haz una búsqueda, mira si puedes encontrar donde lo compró, por las dudas.

– Tiene un pie pequeño.

– Si, es una asesina de hombres muy delicada. Mientras tomas conciencia de eso, vamos a enfocarnos en el próximo evento en el Regency. Feeney, estás a cargo de la vigilancia electrónica, seguridad, y todo eso. Vamos a ir con el comandante para poner todos los hombres que necesitemos. Vas a tener que mantenerte oculto porque el sujeto te conoce. Ella no lo va a pensar dos veces si llega y ve a un policía conocido en un lujoso asunto de caridad.

– Usualmente hay buena comida en esas cosas.

– Vas a ser alimentado. Peabody, hay una fuerte posibilidad de que te reconozca a ti. Ella investigó y debe haber estudiado a mi ayudante. Te vas a quedar en el control.

– Llévate tu propio plato. -le dijo Feeney.

– McNab, podemos arriesgarnos contigo. Arréglate apropiadamente y trabajarás en el salón.

– Hey, estupendo.

– Si ella usa esta oportunidad para intentar un golpe en el objetivo, lo más probable es que lo haga como camarera o parte del plantel. Es hábil para mezclarse, para no ser notada, para acercarse lo suficiente como para hacer el trabajo. Conoce al objetivo muy bien.

– El objetivo tiene nombre.

Ella encontró los ojos de Roarke. -Conocemos su nombre. Y ella también. Sabe de tu seguridad superior y tus superiores instintos. Sabe que eres cauteloso. Pero también piensa que tú no estás enterado de que eres un objetivo, que te sientes razonablemente cómodo en este tipo de eventos, con tu facilidad para la conversación liviana y para alternar.

Y él lo haría pensó ella, mientras sus propios nervios estarían hechos un nudo de alambres resbaladizos. -Ella no sabe, o no puede estar segura, si yo estoy tanto de sus movimientos hacia ti. Sus otros objetivos en New York han sido todos similares a sus elecciones previas. Tú no encajas en su pauta. Ella lo considera otra de sus ventajas. El golpe lo dará a través de una bebida o posiblemente de algún bocado de comida. Eso quiere decir que tú no comerás ni beberás nada. Nada de nada.

– Esa promete ser una noche muy larga. Tengo una estipulación, si no te importa, teniente.

– Que?

– Queda en pie la posibilidad de que tú seas su objetivo, o que ella espere obtener dos por uno con nosotros. -El inclinó su cabeza cuando vió que eso ya se le había ocurrido a ella. Por lo tanto tú no comes ni bebes nada igual que yo.

– Bien. Los medios ya mordieron el hueso sobre la gruesa contribución que Roarke le estará regalando a Louise Dimatto esa noche. Es una puerta abierta para ella y va a cruzarla. -Eve lo había pensado largo y tendido. -Lo hará. Le mordí los talones en Italia esta mañana, le arruiné sus bonitas vacaciones. No le gusta que se le crucen delante. Está furiosa, pero también determinada. Yo también. También estoy furiosa y determinada a cerrarle esta puerta en la cara.

Hizo una pausa, leyendo los rostros en la habitación para ver si entendían su razonamiento. Julianna Dunna era suya. -Feeney, quiero tu colaboración para seleccionar a los que van a quedar en el equipo de operaciones. Vamos a seguir con esto una vez que hagamos una recorrida del sitio. Nos encontramos ahí, oficina principal de seguridad en treinta minutos. Preguntas?

– No por ahora. -Feeney se puso de pie. -Imagino que surgirán muchas cuando empecemos a recorrer el lugar.

– Entonces esperamos. Peabody, vas con Feeney y McNab. Yo transporto al civil.

– Y el civil tiene nombre también. -Medio amoscado, Roarke se puso de pie. -Si tienes un momento, teniente, los Peabody quieren despedirse antes de partir.

– Bien. En treinta. -le dijo a su equipo, y salió con Roarke.

– Estás tratando de despersonalizar esto refiriéndote a mi como un objeto. -El se detuvo en lo alto de las escaleras, tomándola del brazo. -Eso no me gusta.

– Esto es muy malo. Cuando termine y ella esté en conserva, voy a decir tu nombre quinientas veces como castigo. -Podía ver el temperamento de él bullendo. -Dame un respiro con esto, por Dios santo. Dame un puto respiro. Estoy manejándolo en la única forma que conozco.

– Comprendido. Pero tú podrías comprender que ambos estamos manejándolo. Y no me gusta ser relegado a una cosa, Eve, ni siquiera por ti. -El la tomó de la mano firmemente. -Has tenido un año para aprender como funciona esto.

Un año? Pensó ella mientras descendían. Tan lejano que se diría que ella no aprendería todas las vueltas del matrimonio ni en cien años.

Los Peabody estaban en el salón del frente, cómodamente juntos en uno de los sofás y riendo. Sam se puso de pie al momento en que Eve entró al salón.

– Aquí está usted. Temíamos que no tuviera tiempo para decirnos adiós y darnos la oportunidad de decir cuanto nos alegra haberla podido conocer. A ambos.

– Ha sido un placer tenermos aquí. -Roarke extendió la mano. -Y pasar tiempo con la familia de Delia. Espero que vuelva, y saben que serán beinvenidos cuando quieran hacerlo.

– Lo sabemos. -La mirada de Phoebe descansó en Eve, lo suficientemente largo y profundo para hacerla entrar en pánico. -Y usted Eve? Seremos bienvenidos?

– Seguro. Um, las puertas siempre están abiertas.

Phoebe rió, y luego se acercó para tomar el rostro de Eve con las manos y besarla en ambas mejillas. -Aunque no siempre sepa que hacer con nosotros, no?

" -No sé mucho sobre raíces, pero reconozco cuando alguien las tiene buenas. Peabody las tiene.

El humor de Phoebe cambió a un desconcertado placer. -Oh, gracias. Es un hermoso regalo para llevar con nosotros. Ten cuidado, tanto cuidado como puedas. -agregó ella y retrocedió. -Vamos a pensar en ti a menudo.


– Eso estuvo bien hecho. -dijo Roarke cuando quedaron solos.

– No soy una completa cretina. -Tiró para abrir la puerta del lado del conductor de su vehículo, y se detuvo. Se calmó y lo estudió mientras él la estudiaba a ella sobre el techo. -Que te parece si me refiero a ti como el civil Roarke? Ya sabes, como un título.

– Tal vez si lo mejoras un poco. Como el Terrible y Todopoderoso Civil Roarke. Suena bien.

Ella se estiró sobre el techo para tomarle la mano. -Pensé en eso.


Ella comía, bebía, dormía, respiraba el operativo. Podría haber dibujado un mapa detallado del Hotel Gran Regency dormida. Había hablado con toda la gente clave de Roarke. O los había capturado como pescados, como él apuntó durante uno de los varios acalorados desacuerdos en cuanto al procedimiento operacional.

También había corrido minuciosos y profundos chequeos de antecedentes de ellos, y si bien debía sentirse impresionada por cuan cuidadosamente Roarke elegía su gente clave de seguridad, no creía que fuera sabio mencionárselo.

Dormía poco, a menudo despertando en el medio de la noche con el angustiante sentimiento de haber descartado un detalle crucial. El mínimo detalle que perdería a Julianna.

Estaba malhumorada, irascible, y continuamente alimentada de caféina.

Estaba llegando al punto en donde era difícil para ella pasar cinco minutos en una habitación consigo misma, pero seguía firme.

La noche antes de la operación, permanecía en su oficina, estudiando la imagen del salón en pantalla una vez más mientras el gato se refregaba afectuosamente entre sus piernas. Calculando los ángulos que ya había calculado, acomodaba, y reacomodaba los movimientos sugeridos a los hombres que había asignado al piso.

Cuando la pantalla se puso en blanco, ella pensó que finalmente le habían estallado los ojos.

– Es suficiente. -Roarke se detuvo detrás de ella. -Ya eres capaz de construir una maldita réplica del hotel con tus propias manos.

– Siempre hay una forma de deslizarse a través de una grieta, y es buena en eso. Quiero darle otro repaso.

– No, no. -repitió mientras le masajeaba los hombros. -Es momento de que lo pongamos a un lado hasta mañana. Dar un paso a la vez. -El le frotó la nuca. -Feliz aniversario.

– No lo olvidé. -lo dijo rápidamente, culpable. -Sólo pensé que tal vez podríamos… No lo sé, dejarlo para después de mañana. Hasta después de que termine todo. -Maldijo en voz baja. -Y cuando el infierno esté todo claro, es estúpido. Pero no lo olvidé.

– Está bien, y tampoco lo hice yo. Ah. Ven ahora, tengo algo que mostrarte.

– Estoy un poco sorprendida de que me hables. No he sido un manojo de alegría en el último par de días.

– Querida, realmente te quedas corta.

Ella entró en el elevador con él. -sí, bueno, pero tú tampoco has sido el Sr. Tranquilidad, amigo.

– Indudablemente cierto. No me gusta que alguien cuestione o contradiga mis órdenes y disposiciones, y tampoco a ti. Podemos hacer una tregua?

– Supongo que puedo aceptar una. Adonde vamos?

– Atrás. -dijo él y cuando las puertas se abrieron la empujó afuera.

La holo-sala era un amplio espacio lipio y espejado en negro. Cuando el elevador se cerró detrás de ellos, él la llevó hasta el centro. -Comenzar programa designado, escenario doble.

Y el el negro reverberó, ondulando con colores y formas. Ella sintió el cambio en el aire, una suave y fragante calidez que tenía un tenue rastro de lluvia. Escuchó la lluvia golpear suavemente contra las ventanas que habían aparecido, en el piso de un balcón donde las puertas estaban abiertas para darle la bienvenida.

Y frente a ella, la suntuosa belleza brilló a su alrededor y tomó forma.

– Es el lugar en París. -murmuró ella. -Donde pasamos nuestra noche de bodas. Estaba lloviendo. -Salió por las puertas abiertas, sacó la mano, y sintió la humedad besarle la palma. -Llovía en verano, pero yo quería las puertas abiertas. Quería escuchar la lluvia. Me quedé aquí, justo aquí, y yo… Yo estaba tan enamorada de ti.

Su voz tembló cuando se volvió, mirándolo. -No sabía que podría estar aquí un año después y amarte aún más. -Se secó con las manos las mejillas húmedas. -Sabías que esto me volvería totalmente sensiblera.

– Tú estabas ahí, justo ahí. -Caminó hacia ella. -Y yo pensé, Ella es todo lo quiero. Y ahora, un año después, eres aún más que eso.

Ella se arrojó en sus brazos, aferrándose con los brazos a su cuello, haciéndolos reir a ambos cuando él se vio forzado a retroceder dos pasos para mantener el equilibrio.

– Debería haber estado en guardia. -El rió contra los labios de ella. -Creo que hiciste lo mismo hace un año atrás.

– Sí, y también hice ésto. -Ella separó la boca para pasar sus dientes suavemente por la garganta de él. -Estoy segura de que entonces empezamos a desgarrarnos la ropa el uno al otro camino al dormitorio.

– Entonces en interés de la tradición… -El aferró dos puñados de la espalda de la camisa de ella y tirando con fuerza en direcciones opuestas desgarró la tela.

Ella le hizo lo mismo desde el frente, tironeando hasta que los botones saltaron, hasta que puso las manos en la carne. -Entonces nosotros…

– Ya lo estoy recordando todo. -El pivoteó, apoyándola contra la pared, capturándole la boca mientras le rasgaba los pantalones.

– Botas. -Ella contuvo el aliento, mientras sus manos se afanaban. -No tenía botas.

– Vamos a improvisar.

Ella luchó para sacárselas, mientras sus ropas, o los pedazos de ella, la colgaban como harapos.

Dejó de escuchar la lluvia. El sonido era demasiado sutil para competir con el pulsar de su sangre. Las manos de él eran ásperas, demandantes, corriendo sobre ella en una suerte de posesión feral hasta sólo pudo sentir su piel gritando.

El la condujo hacia la cima donde se encontraron, una cima brutal y cegadora que le aflojó las rodillas. Su boca estaba en la de ella, tragando sus gritos como si pudiera alimentarse de ellos.

Bañada en fuego, ella cayó contra él. Y lo arrastró al piso.

Se volvieron salvajes juntos, rodando sobre el delicado estampado floral de la alfombra, exprimiendo todas las necesidades hasta el dolor y luchando por más.

No había ninguna otra. Ninguna para él más que ella. En la forma en que su piel se humedecía cuando la pasión la arrollaba. En la forma en que su cuerpo se levantaba, se retorcía, se deslizaba. El sabor de ella le llenaba la boca, entrando en su sangre como una violenta droga que prometía el acerado filo de la locura.

El le saqueó los pechos mientras sentía que el corazón de ella galopaba bajo sus labios hambrientos. Mía, pensó ahora como había hecho entonces. Mía.

El tiró de ella para ponerla de rodillas, el aliento tan rasgado como sus ropas. Sus músculos temblaban por ella.

Ella cerró sus puños en el cabello de él. -Más. -dijo, y lo arrastró contra ella.

Ella cayó con él, buscando el botín. Su cuerpo era un pantano de dolores y gloria, demasiado sacudido por sensaciones para separar el dolor del placer. Chocaron uno contra el otro, igualados en codicia.

Ella se dió un banquete con él, con el cuerpo duro y disciplinado, con la boca de poeta, con los hombros de guerrero. Sus manos se ensañaron sobre él. Mío, pensó ahora como había pensado entonces. Mío.

El rodó, sujetándola. Empujó sus caderas con fuerza y entró duro en ella. Duro y profundo. Y se mantuvo ahí, hundido en ella, mientras el orgasmo la arrasaba.

– Hay más. -Sus pulmones aullaron, y el oscuro placer lo cegó cuando ella lo envolvió como un puño. -Ambos tenemos más.

Ella se levantó hacia él, lo envolvió, igualando su empuje desesperado. Cuando la necesidad lanceó a través de él, de su corazón, su cabeza, sus flancos, se dejó ir, y a ella.


El descansaba su cabeza entre los pechos de ella. La más perfecta almohada para un hombre, en su actual opinión. El corazón de ella todavía tronaba, o tal vez era el de él. Sentía una sed abrasadora y esperaba encontrar la energía para saciarla en uno o dos años más.

– Recordé algo más. -dijo ella.

– Hmm.

– No lo hicimos en la cama la primera vez tampoco.

– Finalmente lo hicimos. Pero creo que antes te lo hice en la mesa.

– Yo te lo hice en la mesa. Luego tú me lo hiciste en la bañera.

– Creo que tienes razón. Luego logramos encontrar la cama, donde procedimos a hacérnoslo el uno al otro. Habíamos tomado algo de cenar y un poco de champagne antes de que la mesa fuera tan precipitadamente desalojada.

– Yo comería. -Ella enroscó sus dedos descuidadamente en el pelo de él. -Pero tal vez podamos comer aquí mismo en el piso así no tenemos que movernos mucho. Creo que mis piernas están paralizadas.

El lanzó una risita, y levantó la cabeza. -Ha sido un año hermoso y extraordinario. Vamos, te ayudaré a levantarte.

– No podemos comer aquí?

– Absolutamente no. Ya está todo arreglado. -El se puso de pie, tirando de ella. -Dame un minuto.

– Roarke? Este un regalo realmente bonito.

El le sonrió, y yendo hacia el muro tecleó algo en un panel. -La noche es joven aún.

Un droide que parecía notablemente francés entró rodando un carro cuando el elevador se abrió. Instintivamente Eve puso un brazo sobre sus pechos, y el otro bajo su cintura. Lo que hizo que Roarke riera.

– Tienes el extraño sentido de la modestia. Te buscaré una bata.

– Nunca había visto droides rondando por aquí.

– Asumí que objetarías que Summerset trajera la cena. Aquí tienes.

El le alcanzó una bata. O lo que ella suponía se llamaría una bata si hubiera querido definir algo que en realidad no cubría nada. Era larga y negra y completamente transparente. El sonrió ampliamente cuando ella frunció el ceño ante la prenda.

– Es mi aniversario también, sabes. -El sacó una bata para si mismo, una, notó ella, que apenas le cubría el trasero.

El sirvió el champagne que el droide había abierto, y le ofreció una copa. -Por el primer año, y todos los que seguirán. -Tocó su vaso con el de ella.

El despidió al droide, y ella vió que tampoco había olvidado un detalle con la comida. Ahí estaba la misma suculenta langosta, los tiernos medallones de carne en delicada salsa, la misma brillante colina de caviar que habían compartido en su primera noche de casados.

Las velas brillaban y la música de la lluvia era acompañada por algo que se elevaba con violines y flautas.

– Realmente no lo había olvidado.

– Lo se.

– Lamento haber tratado de dejarlo de lado. Roarke. -Ella se estiró, aferrándole la mano. -Quiero que sepas que no cambiaría nada, ni una cosa de las que han sucedido desde la primera vez que te vi. Ni siquiera todas las veces que me has sacado de las casillas.

El sacudió la cabeza. -Tú eres la más fascinante mujer que he conocido nunca.

– Córtala.

Cuando ella rió, tratando de sacar la mano, él la aferró con fuerza. -Valiente, brillante, irritante, alegre, exasperante, manejadora. Llena de complicaciones y de compasión. Sexy, sorprendentemente dulce, cruel como una serpiente. Desarmantemente inconsciente de su propio atractivo y terca como una mula. Adoro cada parte y cada centímetro de ti, Eve. Todo en ti es una exasperante alegría para mi.

– Estás diciendo ésto porque quieres hacerlo otra vez.

– Espero que eso suceda. Tengo algo para ti. -El buscó dentro del bolsillo de la bata y sacó dos cajas plateadas.

– Dos? -El asombro le cubrió el rostro. -Se supone que debe haber dos regalos por esto? Maldita sea, el matrimonio debería venir con un disco de instrucciones.

– Relájate. -Sí, una exasperante alegría. -Hay dos porque vi una especie de conexión entre ellos.

Ella frunció el ceño. -Así que en realidad es como uno solo? Entonces está bien.

– Me alivia escuchar eso. Toma éste primero.

Ella tomó la caja que él le ofrecía, levantando la tapa. Los aretes brillaron ante ella, trozos de gemas en ricos y profundos multicolores en plata martillada.

– Sé que no aprecias mucho las baratijas, y piensas que las apilo sobre ti. -El tomó su vino mientras la estudiaba. -Pero estas tienen un toque diferente, y pensé que las apreciarías.

– Son grandiosos. -Ella levantó uno, y porque había aprendido bastante para saber lo que le gustaría a él, se lo puso en la oreja. -Algo pagano.

– Van contigo. Pensé que lo harían. Aquí, déjame hacerlo. -El se levantó, dio la vuelta a la mesa para poner los aretes él mismo. -Pero creo que su historia será más atractiva para ti. Ellos una vez pertenecieron a Grainne NiMhaille, ese el nombre en irlandés. Ella era una jefa, cabeza de su tribu en un tiempo en que muchas cosas no se escuchaban o no eran admitidas. Ella es llamada a veces la Reina de los Mares, como si fuera un gran capitán de barcos. Entonces…

El volvió a sentarse, disfrutando la forma en que los aros brillaban en su esposa. Su voz cayó en un ritmo de contador de cuentos, tan fluído, tan irlandés, que ella dudó que él se diera cuenta. Pero escuchó.

– Jefe tribal, guerrera, reina, lo que tú eres. Ella vivió durante el siglo dieciséis. Una edad violenta, en un país que más parecía una feria compartida de violencia. Y Grainne era conocida por su coraje. En su vida había tenido triunfos y tragedia, pero ella nunca aflojó. En la isla del oeste donde ella fue acogida, el castillo que ella construyó todavía permanece estratégicamente en el cliff. Y ahí, en el mar, o en uno de los varios fuertes que conquistó, Ella se mantuvo firme contra todos los que vinieron. Ella mantuvo sus creencias. Defendió a su pueblo.

– Ella pateaba culos. -dijo Eve.

– Claro. -El sonrió. -Es lo que hacía. Y tú también, por lo que creo que le gustaría que tú los tuvieses.

– Me gusta.

– Y aquí está la segunda parte.

Ella tomó la otra caja plateada. Dentro había un medallón de plata, ovalado, y con la figura de un hombre grabada en él.

– Quien es este tipo?

– Este es San Judas, y es el santo patrono de los policías.

– Estás bromeando? Los policías tienen su propio santo?

– Tienen a Judas, quien sucede que es el santo patrono de las causas perdidas.

Ella rió mientras lo levantaba hacia la luz. -Cubriendo todas tus bases, no?

– Me gusta pensar que lo hago, si.

– Entonces tenemos aquí estos… Talismanes. Objetos de buena suerte. -Ella se pasó a San Judas sobre la cabeza. -Me gusta la idea. Agregar suerte a las ideas como mencionaste el otro día.

Ella se levantó, inclinándose sobre la mesa. Bajó hacia él para besarlo. -Gracias. Son chucherías realmente buenas.

– De nada. Y ahora si quieres despejar la mesa…

– Espera un momento, as. Tú no eres el único que dará regalos. También yo tengo algo para darte. Siéntate bien.

Ella salió tan apurada que le hizo reflexionar a él que se había olvidado la delicadeza de la bata. Sonriendo, Roarke sirvió más champagne y esperó que, en bien de la salud física de todos, no se topara con Summerset en el camino.

Dado que regresó rápidamente y sin despotricar, él decidió que había hecho el recorrido sin incidentes. Ella le alcanzó un paquete cubierto con papel reciclado marrón.

El identificó por la forma que era una especie de pintura o cuadro. Curioso, ya que Eve no era crítica de arte, rompió la envoltura.

Era una pintura, una en que los dos estaban parados bajo la pérgola florecida donde se habían casado. Sus manos estaban entrelazadas, los ojos del uno en los del otro. El pudo ver el brillo de los anillos nuevos, nuevos vínculos en el dedo de ella y en el de él.

El recordaba el momento, lo recordaba perfectamente. Era despùés de haberse prometido el uno al otro y de haber intercambiado el primer beso de esposo y esposa.

– Es maravilloso.

– Lo saqué del disco de la boda. Me gustó este momento, así que lo congelé, lo imprimí y se lo di a un artista conocido de Mavis. Es un artista de verdad, no uno de esos tipos que ella conoce que sólo pintan cuerpos. Tú probablemente conoces alguno mejor, pero…

Ella se cortó cuando vió que él levantaba la mirada hacia ella, cuando vió sus emociones crudas dejándolo mudo de placer. Era difícil dejar mudo al hombre sin recurrir a un bate de acero. -Supongo que te gusta.

– Es el regalo más precioso que me podías haber dado. Me gusta este momento también. Mucho. -El se levantó, poniendo la pintura cuidadosamente a un lado. Deslizó sus brazos alrededor de ella y la atrajo hacia sí, frotando su mejilla con la clase de exquisita ternura que hacía que el corazón de ella saltara fuera de su pecho. -Gracias.

– Está bien. -Ella suspiró contra él. -Feliz aniversario. Necesito un minuto para tranquilizarme, o tal vez otro trago. Luego despejo la mesa.

El le pasó una mano por el pelo. -Es un trato.


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