El ordenador maestro del planeta Armonía ya se sentía el mismo de antes o, mejor dicho, se sentía doblemente el de antes, pues había duplicado su programa principal y su memoria personal y los había cargado en el complejo informático de la nave estelar Basílica. Si hubiera tenido algún interés en la identidad personal, se habría preguntado con desconcierto qué copia del programa era plenamente él mismo. Pero no tenía ego, y se limitaba a reconocer que el programa que estaba a bordo de la Basílica era una copia exacta del programa que había supervisado la vida humana en el planeta Armonía durante cuarenta millones de años.
También reconocía que ambas copias comenzaron a diferenciarse desde el momento de la separación. Ahora cada cual cumplía una misión específica. El ordenador maestro de la nave estelar Basílica mantendría los sistemas de la nave hasta que ésta llegara a su destino, el planeta Tierra. Luego haría lo posible por mantener contacto con el Guardián de la Tierra, recibir nuevas instrucciones y toda la ayuda que la Tierra pudiera ofrecer, y regresaría con el fin de reaprovisionar y revitalizar el ordenador maestro de Armonía. Entretanto procuraría mantener con vida a su tripulación humana y restablecer una población humana en la Tierra.
El ordenador maestro del planeta Armonía tenía una tarea más simple y sin embargo más difícil. Más simple, porque era una mera repetición de lo que había hecho durante cuarenta millones de años: vigilar a los humanos de Armonía para impedir que se mataran entre sí. Más difícil, porque su equipo, que ya había durado mucho más de los diez millones de años proyectados inicialmente, se deterioraba cada vez más, y los seres humanos respondían cada vez menos al poder que había recibido el ordenador.
El viaje duraba cien años de ida y cien de vuelta. Para algunos de los humanos que iban a bordo, dados los efectos relativistas, pasarían sólo diez años hasta llegar a la Tierra. La mayoría, sin embargo, se hallaría en estado de hibernación, y para ellos sería como un reposo sin sueños, durante el cual no envejecerían.
Para el ordenador maestro del planeta Armonía, la duración sería mera duración. No sentiría ansiedad. No contaría los días. Pondría una alarma para anunciarse la fecha más próxima de posible regreso. Una vez que la Basílica despegara, y mientras no sonara esa alarma, el ordenador maestro del planeta Armonía no pensaría más en la nave estelar.
Pero el ordenador maestro de la nave estelar Basílica sí pensaría en ella. Y ya estaba trazando planes para cumplir todas sus misiones.