¡Cinco minutos! Quedan cinco minutos. ¿Y después? Si estuviera seguro de la respuesta, un viaje de cuarenta mil millones de años podría haberse evitado.
Cinco minutos… para el momento del monobloque.
Los Objetos Kermel están a mi alrededor, apiñándose mientras el Universo disminuye. Por fin están en silencio. Incluso las transmisiones de baja frecuencia han sido reducidas a la nada. Y los Kermels han cambiado de aspecto durante las dos últimas horas. Hay una pulsación en su centro, como un latido lento y firme. Los filamentos exteriores se han contraído alrededor del centro oscuro. Me siento como si estuviera contemplando una parodia de la evolución galáctica, brazos en espiral acercándose, anudándose en los núcleos. Las regiones interiores son totalmente negras. Parecen agujeros en el Universo.
Tras ellos, todo se hace más y más brillante. Lo veo solamente cuando se filtra a través de las capas protectoras de los Kermels, pero a cada pocos instantes hay un destello de azul, y luego una reverberación tan fuerte que no puedo mirar. Es una maravilla que el Universo tal vez sólo ve una vez…
¡Cuatro minutos! Nos aproximamos a la singularidad final. El radio total del universo es ahora de menos de ochenta millones de kilómetros. Otros doscientos segundos y llegará el momento de comprensión infinita.
Cinco segundos antes de eso, el diámetro del Universo será menor que el tamaño de un Objeto Kermel. ¿Y luego?
¡El final del viaje; más y más rápido!
Si ha de haber una singularidad, el momento de la aniquilación final no debe ocupar ningún tiempo.
Y mi mente vaga. Insistentemente registra un Hecho, un elemento matemático aprendido hace mucho tiempo y que pensé que había olvidado. En la inmediación de una singularidad esencial, una variable compleja asume todos los valores posibles. Si eso tiene relevancia aquí, aproximándonos a la última singularidad de nuestro universo, entonces dentro de tres minutos cualquier cosa será posible. El caos nace del orden, nada está prohibido.
Mis tres compañeros guardan silencio, abrumados por la visión que nos rodea. Están contentos de observar las pantallas mientras yo grabo este mensaje final… ¿para quién?
Hay otro cambio. Las estrellas se desvanecieron hace rato en la burbuja brillante que me rodea. Ahora no debería de haber ninguna estructura residual en el espacio, pero los Objetos Kermel persisten. Adquieren sombras más y más oscuras, y permanecen firmes contra el resplandor azul-dorado del colapso cósmico.
Compruebo la anomalía. El brillo crece, el Universo se encoge hasta su punto final, pero la oscuridad Kermel no disminuye.
Las espirales negras que me rodean se tensan, rasgando agujeros de sombras, apagando el infierno, recabando energía. Proporcionan un intolerable brillo a mi escudo. Sin su protección, hace tiempo que me habría quemado. En cambio, la temperatura de la nave permanece constante. La temperatura del Universo (si la temperatura tiene aún algún significado), es de trillones de grados.
—Sé lo que la ciencia y la lógica esperan de mí. En el minimicrosegundo final, en el instante terminal de la no-creación, todo se desintegra. Nada puede sobrevivir a la temperatura infinita, a la presión infinita, a la densidad infinita. Todo desaparecerá, consumido…
… a menos que la conciencia pueda trascender las limitaciones de la física.
No lo sé. A menos de un minuto del final, la naturaleza de la realidad aún me elude.
El cielo es ahora un contraste infinito, se vuelve negro y de una radiancia infinita. Veinte segundos para el monobloque. No queda tiempo para el tiempo. ¡Quince segundos!
Habla Sy Day, que una vez fue de Pentecostés y ahora es de todas partes. En los momentos finales de luz infinita proclamo mi fe:
No he cometido ningún error. He interpretado correctamente el mensaje de los Objetos Kermel.
El final es el principio. Habrá mañana.