Tercera parte EL CAMINO A GULF CITY

23

Peron se estaba quedando dormido cuando sonó la alarma. Durante un par de minutos se debatió contra el despertador, intentando mezclar los tonos suaves y difusos en la fábrica de sus sueños.

Ring… ring… ring… ring…

Había regresado a Pentecostés, cuando la idea de la competición en la Planetfiesta había sido un sueño en sí misma. Doce años; las primeras pruebas, parte de la evaluación estatal de cada adolescente. El laberinto ciego se les presentó como un simple juego, algo que todos debían disfrutar. Él había obedecido las leyes escrupulosamente, guiándose sólo por el oído, siguiendo el suave tintineo de la campana ensordecida.

Habían pasado otros siete años antes de que comprendiera el propósito oculto de la prueba del laberinto. El sentido de la dirección, sí. Pero más que eso. La memoria, el valor, la honestidad y el deseo de cooperar con otros competidores, cuando los talentos individuales no pudieran proporcionar una solución. Era una preparación directa para la Planetfiesta, aunque ninguno lo admitió nunca.

¿Cómo le iba a Sy en el laberinto? Eso era un misterio. Sy era un solitario. No buscaba compañeros, aun cuando la tarea parecía imposible para un solo hombre.

Peron, de vuelta a la conciencia, advirtió que había estado confundiendo pasado y presente. Sy estaba aquí, ahora, en la nave. Cuando Peron realizó la prueba del laberinto nunca había oído hablar de él.

Pero seguía siendo una buena pregunta. ¿Cómo le había ido a Sy en las pruebas preliminares para la Planetfiesta?

Aquello era un enigma que había que posponer hasta más tarde. Mientras tanto, aquel sonido insistente continuaba, llamando a Peron a la acción.

Ring… ring… ring…

Suspiró. Se acabó el dormir. Había estado intentando mantener el límite de sueño en el espacio-L al mínimo, a menos de una hora de cada veinticuatro. Pero lo había estado sobrepasando. Se levantó vacilando y vio que Elissa ya había salido de la habitación común y se encaminaba a la sala de control central.

Olivia Ferranti ya estaba allí, mirando por la portilla. Elissa y Sy estaban a su lado, observando el mar informe y blanquecino que rodeaba a la nave en el espacio-L.

Sólo que ya no era informe. Había formas oscuras y complejas gravitando más allá del ventanal. Peron vio un rastro de rectángulos hechos manojos, unidos por cables trenzados de plata. A su alrededor, aunque no conectados con ellos, había dobles alas venosas como gigantescas semillas de sicómoros.

Olivia Ferranti saludó a Peron con un leve movimiento de cabeza.

—¿Recuerdan lo que les dije? No pareció que me creyeran. Ésta es una de las razones por las que Rinker no quería que juguetearan con esta nave. Miren el balance de energía.

En la consola principal todas las indicaciones mostraban una consumición de energía cercana al nivel de peligro. Peron miró sólo un momento, pues su atención estaba irresistiblemente volcada hacia las formas del exterior.

—¿Qué son? ¿Nos están quitando la energía?

Olivia Ferranti introdujo una señal en el módulo de comunicaciones.

—Exactamente. Esa forma cristalina es un gosámero, una de las sorpresas del espacio interestelar. Nunca se encuentran a menos de un año luz de una estrella. Lo más extraño de todo es que son invisibles en el espacio ordinario, pero muy fáciles de ver en el espacio-L.

Indicó la pantalla de la izquierda, donde se mostraba una imagen de los cambios de frecuencia, permitiéndoles ver fuera de la nave las longitudes de onda de la radiación normal visible. Mostraba sólo el campo estelar del espacio profundo. El Sol era ahora la estrella más cercana, a casi tres años luz por delante, poco más que un débil punto de luz.

—No sabemos cómo lo hacen los gosámeros —continuó Ferranti—. Pero viven a menos de un grado absoluto, muy por debajo de la temperatura de la radiación cósmica de base, sin emitir radiación en ninguna frecuencia que hayamos podido detectar. Y chupan toda la energía que puede emitir una nave. Si no lo supieran y estuvieran ustedes a cargo de una nave, podrían verse metidos en un problema terrible.

—Pero ¿qué son? —repitió Peron—. ¿Son inteligentes?

—No lo sabemos. Ciertamente, responden a los estímulos. Parecen interpretar las señales que les enviamos y dejan de succionar energía en cuanto reciben un mensaje adecuado y no aleatorio. Nuestras suposiciones son que los gosámeros no son inteligentes, sino una serie de sistemas de recolección de energía y propulsión. Pero los pipistrellas, esas cosas con forma de murciélago que pueden ver junto a los gosámeros, ésos son otro asunto. Surcan los campos magnéticos y gravitacionales galácticos y lo hacen de forma compleja. Nunca hemos conseguido con ellos un intercambio de información a dos vías. Nunca emiten, pero actúan inteligentemente. La verdad es que usan los campos eficientemente, a fin de gastar el tiempo y la energía mínimos en su movimiento. Eso podría ser también una especie de instinto avanzado, igual que un pájaro se mueve por la atmósfera. Pero, obsérvenles ahora. ¿Qué significa eso? ¿Están diciendo adiós? Nunca estamos seguros.

Ferranti había completado la secuencia de la señal. Tras un breve intervalo, uno de los pipistrellas se acercó a la nave. Hubo un aleteo, una oscilación a derecha e izquierda, y un estallido final de energía en los contadores. Entonces los paneles y filamentos del gosámero empezaron a alejarse. Las conexiones plateadas brillaron mientras toda la concurrencia se desvanecía lentamente. Tras unos pocos minutos, las formas aladas de los pipistrellas cerraron su formación y siguieron al gosámero.

—Tuvimos naves flotando a la deriva durante meses, desprovistas de toda energía, hasta que aprendimos a hacer esto —dijo Ferranti—. Incluso intentamos agredirles, pero nada afectaba a los gosámeros. Ahora hemos aprendido a vivir con ellos.

—¿Puede hacer que vuelvan? —preguntó Sy.

—Nunca hemos descubierto un medio para hacerlo. Aparecen al azar. Y ahora les encontramos con menos frecuencia que al principio. Pensamos que el fallo de la central energética de Helena, cuando partieron las arcologías, fue probablemente un encuentro con un gosámero. Cuando los colonos desconectaron la central para repararla, no encontraron nada malo. Eso es típico en la succión de un gosámero. Parece que no necesitan nuestra energía, pero les gusta. Los científicos del sector Jade argumentan que somos una amenaza para los pipistrellas, pues somos una fuente de energía compacta cuando están acostumbrados a una muy diluida. Somos un caramelo para ellos, y tal vez han aprendido que demasiados caramelos no son buenos.

Desconectó la pantalla y se incorporó.

—Quédense aquí si quieren y jueguen con el enlace comunicador. Tal vez puedan encontrar un medio para hacer que vuelvan. Es lo que le gustaría a nuestros exobiólogos y expertos en comunicación. Quería que vieran esto y captaran mi mensaje: no se puede conocer el Universo quedándose cerca de una estrella. Hay que saber qué es lo que ocurre en el espacio profundo.

—¿Qué otras cosas ocurren? —preguntó Elissa. Aún contemplaba las profundidades lechosas del espacio-L, observando cómo la estela de los pipistrellas se perdía lentamente de vista.

—¿Aquí? —dijo Ferranti—. Nada más. No estamos en el espacio profundo. El Sol está a menos de tres años luz, llegaremos allí en menos de una semana. Ahora bien, si estuviéramos en el espacio profundo, a más de diez años luz de una estrella…

Olivia Ferranti se detuvo bruscamente. Parecía haber estado a punto de decir algo más, pero lo había pensado mejor. Hizo a los otros un gesto con la cabeza, dio la vuelta y se marchó de la sala de control.


—¿Qué es lo que deducís de eso? —dijo Elissa.

Sy sacudió la cabeza y no hizo ningún comentario.

—Nos está diciendo que habrá más sorpresas durante el viaje —dijo Peron—. Me gusta Olivia, y creo que está haciendo por nosotros todo lo que puede. Sabe que aún hay cosas que no puede revelarnos, así que nos da pistas y nos deja que las descubramos por nuestra cuenta. Ésa fue otra, pero no sé cómo interpretarla. Maldición, ojalá los otros estuvieran aquí. ¿Creéis que hemos cometido un error al dividirnos así?

Peron había estado preguntándose eso mismo desde que salieron del Mando del Sector. Entonces había parecido una pequeñez. Con la experiencia que había adquirido desde que salieron de Remolino, las reuniones con los Inmortales habían sido más aburridas que apasionantes. Habían aprendido el espacio-L solos, por las buenas, y lo que debería haber sido una serie de revelaciones resultó simplemente la confirmación de hechos conocidos. El personal en el Mando del Sector era mínimo, poco más que un grupo administrativo de comunicaciones, y casi toda la información fue proporcionada a través de robots educadores y cursos de ordenador, ninguno de los cuales había sido programado con el interés como factor dominante. Después de una larga y tediosa serie de avisos faltos de humor sobre los peligros de trasladarse continuamente del espacio-L al espacio normal, Rosanne había dicho:

—¿Nos han tenido que hacer recorrer todo un año luz para esto? Tal vez cuando se es un Inmortal no se vive más tiempo, sólo lo parece.

Una de las condiciones negociadas con el capitán Rinker, para devolverle el mando de la nave, había sido la libertad para viajar después de recibir entrenamiento. Al principio, el capitán había rehusado indignado a considerar una cosa semejante. ¡Sin precedentes! Por fin había claudicado después de que Kallen enviara varios miles de robots de servicio a su camarote. Los robots ocupaban cada centímetro de espacio disponible, se movían al azar, rehusaban obedecer ninguna de sus órdenes y hacían imposible comer, caminar e incluso dormir.

Cuando el adoctrinamiento terminó por fin, todos estaban aburridos y exhaustos. Y cuando supieron que dos naves llegarían al Mando del Sector con dos días-L de diferencia, una con rumbo a la Tierra y la otra procedente de allí con destino a Paraíso, se dividieron en dos grupos. Kallen quería visitar al grupo de investigadores Inmortales que orbitaban Paraíso, mientras que Lum y Rosanne sentían curiosidad por bajar a la superficie del planeta. El ordenador había hecho una breve descripción de los hechos que habían conducido a la extinción de la colonia en Paraíso, pero como había señalado Lum, la simple enumeración de hechos era insatisfactoria. Una población de más de un millón de seres humanos había muerto en unos pocos días, sin dejar ningún registro escrito o natural que mostrara cómo o por qué. Si podía pasar tan fácilmente en Paraíso, ¿por qué no podía pasar en Pentecostés, o en cualquier otro lugar?

Ya que todo el viaje no requeriría más que de una semana de viaje en el espacio-L, Elisa, Peron y Sy habían tomado la nave que se dirigía al Sistema Sol. Kallen, Rosanne y Lum fueron a Paraíso. Y como Lum había recalcado alegremente, no estarían a más de un día-L de distancia a través de las comunicaciones radiofónicas. Podrían hablarse cuando quisieran. Excepto que el equipo de su nave parecía estar en continuo uso de alta prioridad.

Ahora, al menos Peron, lamentaba la decisión de separarse. Y Sy parecía inusitadamente pensativo y alejado, incluso para él.

—Tal vez lo hago todo al revés —dijo por fin—. Cuando dije que quería visitar el centro galáctico, suponía que sería el lugar donde podía encontrar nuevos misterios. Tal vez no. Tal vez lo verdaderamente desconocido está en todas partes. ¿Debería estar mirando la nada, las regiones entre las galaxias?

Se levantó bruscamente y salió, como Olivia Ferranti, de la sala de control. Peron y Elissa se quedaron solos, mirándose inseguros.

—Más preguntas —dijo Elissa.

—Lo sé. Y nadie quiere darnos respuestas. Te diré el mayor misterio de todos. La sociedad de los Inmortales tiene una estructura complicada. Tienen una cadena de naves que enlaza con todos los mundos habitados, tienen un elaborado sistema de reclutamiento para hacer que gente como nosotros se traslade al espacio-L, y tienen reglas definidas para sus encuentros con otras sociedades, incluso las humanas. Dios sabe qué harían si encontraran alienígenas que fueran inteligentes y vivieran cerca de las estrellas. Pero con todo eso, nunca parece que nos acerquemos a los Inmortales que están al mando de toda la organización.

—Tal vez su sociedad no funciona así. Quizá sea una auténtica democracia.

—No lo creo. —Peron se inclinó hacia delante y pasó el brazo por encima de los hombros de Elissa—. Piénsalo un momento. Alguien tiene que desarrollar las reglas y los procedimientos. Alguien tiene que comprobarlos. Alguien tiene que ocuparse de los suministros de alimento, de la energía, de los viajes, y de la construcción. Tiene que haber líderes. Sin eso no hay democracia, hay anarquía y caos. ¿Dónde está su gobierno?

Elissa acariciaba ausente la mano que Peron había colocado sobre su hombro.

—¿No llegamos a la conclusión de que está en la Tierra o, al menos, en órbita en algún lugar del Sistema Solar?

—Lo hicimos. Pero ya no lo creo. Le dije a Olivia Ferranti que queremos conocer a los líderes de los Inmortales. Ella no quiso decir nada al respecto, pero insiste en que nos gustará visitar la Tierra. ¿Cómo puede decir eso, si podríamos tener una confrontación allí?

Elissa sacudió la cabeza. No habló, y después de un par de minutos se zafó del abrazo de Peron y salió en silencio de la cabina de control.

Peron se quedo solo, mirando sobriamente la blancura del cielo del espacio-L. Le parecía que sólo habían pasado semanas desde que caminara por los pegajosos pantanos de Glug, o analizara los peligros de aterrizar en Remolino. Para él, y para Sy y Elissa, eran semanas.

Pero en Pentecostés nuevas generaciones de contendientes habían ganado y perdido la Planetfiesta. Ahora, el nombre de Peron, como el de Kallen, Lum y los otros, no era más que una nota al pie de un antiguo libro de registros. Y Wilmer, o algún otro Inmortal entrenado, estaría en la superficie del planeta, observando a los nuevos participantes e informando de su conducta.

Y todos cuantos había conocido en Pentecostés, a excepción de Wilmer, estaban ya muertos. Peron se preguntó qué habría sido del largo proyecto de siglos para rescatar los pantanos septentrionales de la provincia de Turcanta. ¿Se habría terminado ya y habría desarrollos agrícolas reales, reemplazando los diseños futuristas que habían ilustrado una lección de geografía cuando aún estaba en la escuela? ¿Y qué otros proyectos se habrían desarrollado desde entonces?

Elissa y él habían discutido su decisión, y no hubo lamentaciones. Con lo que habían descubierto, no podría haber ningún regreso a una vida «normal» en Pentecostés. La idea de visitar la Tierra les había llenado de energía y entusiasmo; y ambos eran ridículamente felices juntos. Sin embargo…

Peron presentía que le esperaban otros viajes y otros problemas antes de que el verdadero secreto de los Inmortales fuera por fin revelado.

24

Deceleración: procedimientos, primera parte.

La fase de deceleración de un viaje interestelar se efectúa normalmente en hibernación. Mientras los pasajeros humanos están inconscientes, los ordenadores de a bordo ejecutan las tareas de ajustar la velocidad y la posición con el blanco. Despiertan a los durmientes sólo después de la llegada a destino.

Las alternativas a la hibernación son limitadas: trasladarse al espacio normal, seguido por la plena conciencia durante las largas maniobras de deceleración y atraque; o un viaje inmovilizado y mareante en el espacio-L. No se recomienda ninguna de las dos alternativas.

Sin discusión, Sy había elegido la hibernación durante su acercamiento al Sistema Sol. Planeaba usar las técnicas de animación suspendida intensivamente en sus viajes futuros, y estaba ansioso por ganar experiencia al respecto lo más pronto posible.

Peron y Elissa habían tenido más dificultades a la hora de decidirse. Después de soñar tanto tiempo con ir al Sistema Solar y la Tierra, la idea de que cerrarían los ojos y descubrirían de repente que estaban allí no les parecía tan atractiva. Se perdía todo el sentido del viaje. La Tierra era una leyenda, y todas las experiencias conectadas con ella tenían que ser saboreadas. Habían estudiado el Sistema Solar durante el viaje desde el Mando del Sector, y ahora querían ser testigos de toda la aproximación. Pero eso significaba más de un mes de tiempo de viaje subjetivo durante la deceleración, o una hora de mareo durante la deceleración y el ajuste de la órbita, firmemente atados e incapaces de mover un músculo.

Lo habían discutido una y otra vez y por fin habían tomado una decisión. Ahora estaban tumbados codo con codo, fuertemente alojados en nidos protectores. Olivia Ferranti, como favor especial, les había colocado unas pantallas para que pudieran tener una visión adecuada de la parte delantera y trasera de la nave a medida que ésta entraba en el Sistema. Se habían introducido en los nidos antes de que empezara la deceleración, cuando aún estaban casi a cincuenta mil millones de kilómetros del Sistema y el Sol no era más que una estrella excepcionalmente brillante en las pantallas.

Al principio, los dos creyeron que todos sus estudios habían sido una pérdida de tiempo. El Sol se había ido haciendo más grande y más brillante, girando en el cielo a medida que su trayectoria respondía al método de control de navegación del sistema. Pero se parecía a cualquier otra estrella, y eso les decepcionó. Durante los últimos cinco minutos vieron brevemente a Saturno y la estructura del anillo; pero estaba muy lejos y no se podían apreciar muchos detalles de la superficie de los planetas ni de los satélites. Todos los otros planetas permanecían invisibles.

No podían hablar entre sí, pero, cada uno por su lado, decidieron que la náusea y la incomodidad no merecían la pena. Hasta que, de repente, la Tierra apareció en un lado de la pantalla. El planeta se asomó con rapidez frente a ellos, en las últimas etapas de su aproximación.

Y sus sufrimientos dejaron de contar.

Las cintas de la nave les habían condicionado para esperar una canica verdiazul rodeada de nubes y una sola luna en el espacio. En cambio, la esfera completa de la Tierra brillaba rodeada por un rosario de brillantes puntos de luz como los electrones sobre el núcleo central. Había tantos que creaban la ilusión de una nube brillante y continua, un halo resplandeciente sobre el ecuador del planeta. Mientras observaban, unidades más pequeñas corrían como polillas entre la Tierra y las estructuras en órbita.

Había estaciones espaciales de todo tipo, algunas de ellas casi rozando la atmósfera, como un anillo uniforme flotando a una altitud sincronizada, otras gravitando más allá de la Luna. Y, para ser visibles a esa distancia, muchas de ellas deberían tener kilómetros de diámetro. Peron y Elissa estaban contemplando el resultado de veinticinco mil años de desarrollo continuo en la órbita terrestre. Las operaciones mineras en los asteroides, que habían dado comienzo al principio de la era espacial, habían florecido en una rica cosecha.

Peron y Elissa no tuvieron más de un minuto para asimilar la escena, pues en seguida se dirigieron hacia una de las estructuras más grandes. Estaba en órbita sincrónica, gravitando sobre una masa de tierra en forma de cabeza de flecha. Un brillante filamento se extendía desde la estación hacia la Tierra, hasta perderse de vista dentro de la atmósfera.

Su acercamiento final fue reducido a unos pocos segundos-L de movimientos difusos mientras atravesaban un laberinto móvil de naves, túneles y cables de conexión. Atracaron de inmediato y la nave permaneció inmóvil. Estaban intentando salir de los nidos cuando un hombre se materializó en la cabina y se quedó mirándoles.

Era bajo, regordete, con el pelo gris, e iba vestido con gran afectación, con anillos y joyas en la mayoría de los dedos. Llevaba una flor en la solapa, la primera que veían desde que salieron de Pentecostés. La seria expresión de su cara se contradecía con las líneas que se marcaban alrededor de sus ojos y su boca.

—Bien —dijo después de inspeccionar a Peron y Elissa—. Parecen bastante normales. He estado esperando su llegada con interés. Ninguno parece ser el monstruo degenerado que el informe del Sector sugiere, y Olivia Ferranti habla bien de ustedes. Así que continuemos aceptando esa idea. Orden: Retirad los nidos.

Éstos desaparecieron, y el hombrecito extendió una mano para ayudar a ponerse en pie a Elissa.

—Me llamo Jan De Vries —dijo—. Es mi deber aprobar (o vetar) todos los viajes a la Tierra y desde la Tierra de ciertas personas que viven en el espacio-L. Supongo que aún quieren visitar la Tierra, como solicitaron.

—Por supuesto que sí —contestó Elissa—. ¿Va a bajar usted con nosotros?

De Vries pareció dolido.

—Difícilmente. Mi querida jovencita, mis deberes son diversos y a veces extraños, pero hasta la fecha no incluyen el hacer de guía turístico. Sin embargo, puedo arreglarles algunas formalidades que en circunstancias normales serían llevadas a cabo de otra manera. ¿Cuándo estuvieron ustedes por última vez en el espacio normal?

—Cuando íbamos hacia el Mando del Sector —dijo Peron. Estaba empezando a sentirse incómodo. Se había preparado para una confrontación con los gobernantes secretos de los Inmortales, y en cambio se encontraba charlando con una especie de burócrata.

—Muy bien —dijo De Vries—. Entonces pueden prepararse de inmediato para visitar la Tierra. Por, cierto, descubrirán que los robots de servicio ignorarán sus órdenes hasta que introduzcamos sus voces en el ordenador de la estación. Eso forma parte de una transmisión de datos de mayor volumen que estará completada cuando regresen aquí. Entonces hablaremos. Pero, de momento, necesitarán mi ayuda. Orden: Preparadles para visita normal a la Tierra.

—Pero nosotros no… —Peron se detuvo. De Vries había desaparecido. Entonces las paredes a su alrededor giraron y sólo pudo atisbar un largo corredor. Cuando la escena empezaba a fijarse, sintió un agudo dolor en el muslo. De repente fue como si hubiera regresado a Remolino y experimentara la familiar e inquietante caída hacia la nada.

Su último pensamiento estuvo lleno de furia No sucedería otra vez. Lo había jurado. ¡Pero estaba sucediendo! Las cosas escapaban a su control. Y no tenía ni idea de lo que pasaría a continuación.


Peron y Elissa emergieron juntos de los tanques de suspensión. Se encontraron en una habitación llena de una muchedumbre ruidosa y excitada. Supieron de inmediato que estaban otra vez en el espacio normal. El espacio-L no podía ofrecer aquella visión tan clara ni aquellos colores tan brillantes. El aire sabía magníficamente y una sensación de bienestar corrió por sus venas. Miraron a su alrededor con curiosidad.

Una voz alta y metálica anunciaba una serie de órdenes.

—En fila de uno a los coches, por favor. Ocupen sus asientos y no los sobrecarguen. Vendrá otro dentro de diez minutos.

La multitud le hizo poco caso y corrió desordenadamente por un largo salón hacia una zona de carga.

—¡Peron! —Elissa le agarró por la mano—. Sujétate. No vayamos a separarnos ahora.

Fue como si un río les hubiera arrastrado en su corriente. Sin ningún esfuerzo de su parte, fueron conducidos a una cámara semicircular y acabaron sentados en confortables bancos cubiertos con un cálido material parecido al terciopelo. La gente les sonreía y se asomaba a las portillas.

—¡Mire ahí abajo! —dijo una mujer al lado de Elissa. Su acento tenía un deje peculiar en las vocales, pero era fácil de comprender—. Da escalofríos. No me extraña que lo llamen Cielo Abajo.

Elissa siguió el gesto y descubrió que el suelo bajo sus pies era transparente. Estaba mirando directamente a la Tierra, situada debajo de ellos, mientras seguía la línea de un gigantesto cilindro plateado. Las puertas de la cámara se cerraron y empezaron a descender rápida y suavemente. Su vehículo seguía un camino invisible al lado del cilindro.

—Peron. —Elissa se acercó más a él para hacerse oír por encima del clamor—. ¿Qué pasa aquí? Son como la muchedumbre al final de la Planetfiesta. ¿Y adonde vamos?

Peron sacudió la cabeza.

—Es culpa nuestra. Me di cuenta nada más salir de los tanques. Tendríamos que haber sabido que no somos diferentes de los demás. ¿No lo ves? Todo el mundo en las colonias planetarias y en las arcologías ha oído hablar de la Tierra desde niño. Todos quieren visitarla. No me extraña que De Vries se sorprendiera cuando le preguntaste si iba a venir con nosotros. Apuesto a que la gente que vive en el Sistema Solar está harta de explicar cosas a visitantes de mente simple. Mejor que lo aceptes, amor, somos parte de un grupo de turistas.

Elissa miró a los incansables viajeros.

—Tienes razón, pero se lo están pasando bien. ¿Sabes una cosa? Me siento estupendamente. Voy a posponer la resolución de los misterios del universo hasta que volvamos a la órbita. —Agarró a Peron por el brazo y lo atrajo hacia sí—. Vamos, tristón. Vamos a saborearlo. Recuerda que una semana en la Tierra serán sólo cinco minutos en el espacio-L, ni siquiera se darán cuenta de que no estamos.

Se inclinaron para mirar a través del suelo. Aunque el cilindro se movía rápidamente, la Tierra no parecía estar más cerca. Colgaba bajo ellos, una bola blanca resplandeciente que bloqueaba más de quince grados de cielo.

—Me pregunto cómo será el viaje —dijo Elissa. Alargó la mano hacia el dispositivo de información en miniatura construido en el brazo de su asiento y lo conectó—. Velocidad, por favor, y tiempo de llegada.

—Velocidad actual: cuatro mil cuatrocientos kilómetros por hora —dijo una voz alegre. El sistema de respuesta oral había sido dotado con el tono más suave y agradable posible—. La llegada será dentro de tres horas y cuarenta y un minutos a partir de este momento. Aún estamos en la fase de aceleración. Faltan treinta y tres mil cuatrocientos kilómetros para posarnos.

—¿Dónde aterrizaremos?

—A medio grado al sur del ecuador, en uno de los continentes principales.

Peron aún contemplaba el globo bajo sus pies.

—No es así como lo esperaba, es demasiado brillante. ¿Por qué tantas nubes?

Hubo un breve instante de silencio mientras el ordenador de a bordo llamaba a la estación sincronizada, sobre ellos, para pedir ayuda para la respuesta.

—Hoy hay menos nubes que de costumbre. Posiblemente está confundiendo la capa de nubes con la capa de nieve.

—¡Pero eso significaría que hay nieve en las dos terceras partes del planeta!

—Correcto. —Una vez más la máquina dudó—. Eso no es extraño.

—En la antigüedad la Tierra no estaba cubierta de nieve. ¿Es una consecuencia de la guerra?

—En absoluto. Es resultado de una actividad solar reducida. —El sistema de información dudó un momento, luego continuó—: La cantidad de radiación recibida del Sol ha menguado casi a la mitad durante los últimos quince mil años. La glaciación es evidente incluso desde esta distancia. Se prevé que la Edad del Hielo durará al menos diez mil años más, para ser seguida por un período inusitadamente cálido. Dentro de quince mil años habrá un derretimiento parcial de los casquetes polares y se sumergirá la mayoría de las tierras costeras.

Elissa alargó la mano y desconectó el aparato. Miró a Peron.

—No te importa, ¿verdad? Tenía la sensación de que nos estaban tomando por niños. Odio que me adoctrinen, quienquiera que programara esa secuencia necesita que Kallen les dé lecciones de brevedad.

Peron asintió. La vista que se extendía bajo ellos era suficiente para llamar su atención. De los polos hasta casi los trópicos, brillantes glaciares blanquiazules cubrían la superficie. La antigua silueta de las tierras mayores no había cambiado. Así que Peron pudo ver dónde iba a posarse el Cielo Abajo, en la costa oeste del continente que había sido conocido como África. Descendían rápidamente hacia el punto de contacto, situado a un par de cientos de kilómetros del lugar donde el principal río de la región fluía hacia el Océano Atlántico.

—Deberíamos decidir qué es lo que queremos ver realmente —dijo Elissa—. Si tenemos oportunidad, no me importa viajar en medio de una muchedumbre de turistas.

—Vamos a ver cuáles son las opciones. ¿Puedes soportar el servicio de información un par de minutos más? Conectó el interruptor y habló al pequeño micrófono.

—¿Podremos movernos como queramos cuando lleguemos a la superficie?

—Naturalmente —respondió de inmediato la voz alegre pero impersonal de la máquina—. Habrá a su disposición vehículos de tierra y aire, así como sistemas de información personal para contestar cualquier pregunta. Los servicios se cargarán automáticamente a su cuenta.

Elissa miró a Peron. Que supiera, no tenían cuenta de crédito de ningún tipo. Tendrían que discutirlo con Jan De Vries cuando regresaran.

—¿Han elegido un lugar? —continuó el ordenador de servicio.

—Espera un minuto. —Peron se apartó del micrófono—. ¿Elissa? Vamos a apartarnos de los demás. Tal vez podamos echar un vistazo a una típica ciudad terrestre, y luego podemos ver territorio salvaje.

Ella asintió y Peron comunicó a la máquina su respuesta. Se hizo el mayor silencio hasta el momento.

—Lo siento —dijo la voz por fin—. No podemos cumplir su petición.

—¿No está permitido? —preguntó Elissa.

—Podría estarlo. Pero el entorno que describen ya no existe.

Elissa quedó perpleja.

—¿Quiere decir que ya no hay ningún paisaje natural en ninguna parte de la Tierra?

—No —dijo la voz. Peron imaginó que podía oír un cierto tono de sorpresa en los alegres tonos de la máquina—. Hay paisajes naturales, muchísimos. Pero no hay ciudades en la Tierra.

25

LA TIERRA

El avance constante de los glaciares había sido más efectivo en el hemisferio norte. En África, Australia y América del Sur los grandes océanos habían moderado las temperaturas y frenado el avance de las regiones polares. Podían encontrarse bolsas de nieve ocasionales a cuarenta grados al sur del ecuador, pero en el norte los glaciares lo dominaban todo más allá de los treinta y cinco grados de latitud.

Incluso en Cielo Abajo la temperatura era gélida. Peron y Elissa salieron del vehículo al pie del Árbol de las Habichuelas y se encontraron bajo el cielo claro y el brillo del sol, pero el fuerte viento del este les hizo ver que necesitaban ropa de abrigo. Mientras la mayor parte de los visitantes se decantaron hacia una reunión donde les indicarían cuáles eran las vistas típicas de la Tierra, ellos dos tomaron un autoaéreo y volaron al norte.

Pasaron la primera noche en la exuberante costa septentrional del Mar Mediterráneo, cerca del antiguo emplazamiento de Trípoli. El ordenador del servicio de información les dijo que habían llegado a la frontera con los bosques. Más al norte, en lo que antaño había sido Europa, sólo persistían conjuntos de abetos y pinos que se aferraban a las faldas encaradas al sur.

La noche vino rápidamente, cubriendo de oscuridad la playa de arenas blancas. El autoaéreo contenía dos camastros, pero estaban en lados opuestos de la cabina. Peron y Elissa eligieron dormir fuera, protegidos por los sensores automáticos y el sistema de alarma del auto. Juntos, bajo el cielo sin luna, contemplaron las constelaciones desconocidas. Recortadas contra su lento movimiento, una o dos de las estaciones espaciales quedaban constantemente a la vista. El sueño no llegaría fácilmente. Hablaron durante largo rato de Pentecostés, de la Planetfiesta, de Remolino y del accidente de Peron que les había hecho avanzar años luz y siglos.

La noche estaba llena de sonidos desconocidos. El viento ululaba en la copa de los árboles, y las olas batían constantemente en la orilla. Al sur, unos animales se llamaban mutuamente. Sus voces parecían familiares, como si fueran humanos que gritaran y gimieran en alguna lengua extranjera. Cuando Peron se quedó por fin dormido, tuvo sueños desagradables. Las voces le llamaban a través de la noche; pero ahora imaginaba que podía comprender el lamento de su mensaje.

«Tu visita a la Tierra es una ilusión. Te estás escondiendo de la verdad, intentando negar acciones desagradables que no pueden ser rechazadas. Debes regresar al espacio-L, y aún más allá.»

A la mañana siguiente despegaron y se dirigieron a Asia. Dos días de viaje convencieron a Peron y Elisa de dos cosas: aparte de la localización general de las masas de tierra, aquel planeta no tenía ningún parecido con el mundo de fábula que describían los archivos de Pentecostés y de la nave. Y no había ninguna probabilidad de que pudieran escoger vivir en la Tierra, aunque pudieran volver a colonizarla en un futuro cercano. Pentecostés era más hermoso en todos los sentidos.

Mantuvieron un enlace constante con el servicio de información, que les servía de puente entre la Tierra fértil de la leyenda y la actual zona agreste.

El invierno postnuclear había sido la primera causa del problema. Fue un agente del cambio mucho más influyente que la Edad de Hielo que ahora rodeaba a la Tierra con su abrazo helado. Inmediatamente después de las explosiones termonucleares, las temperaturas, bajo las densas nubes de polvo radiactivo, bajaron drásticamente. Los animales y las plantas que lucharon por la supervivencia en la oscuridad de la superficie, lo hicieron en un entorno tan contaminado que se vieron obligados a hacer una rápida mutación o a extinguirse.

Las aves no pudieron encontrar comida en el suelo. Unas pocas especies supervivientes surcaron la superficie de los mares tropicales, compitiendo con los mamíferos marinos por el disminuido suministro de peces. Las mató su mayor necesidad de energía. El último pájaro de la Tierra cayó del cielo dos años después del estallido termonuclear que aniquiló Washington. Solamente los pingüinos sobrevivieron al trasladarse a América del Sur y África. Pequeñas colonias de pingüinos emperador se encontraban aún en las costas del Mar de Java e Indonesia.

Los animales de superficie más grandes (incluyendo todos los supervivientes de la especie homo sapiens) fueron víctimas fáciles. La mayor duración de vida permitió que sus tejidos recibieran dosis letales de radiación. Los moradores pequeños que habitaban en las profundidades, junto a raíces y tubérculos, sobrevivieron mejor. Una circunstancia les había ayudado en su supervivencia. La hora del Armagedón había llegado casi en la época del solsticio de invierno en el hemisferio norte, en un momento en que muchos animales habían acumulado grasas para el invierno y se preparaban para la hibernación. Los que vivían demasiado al norte nunca habían despertado. Otros, al volver a la conciencia en una primavera fría y oscura, empezaron a buscar comida. Los afortunados se dirigieron hacia el sur, a la zona donde la pálida y enfermiza luz del sol permitía que crecieran algunas plantas. De todos los mamíferos, sólo unos pocos roedores (ratones, hámsters, ardillas y marmotas) heredaron la Tierra.

Su competencia había sido formidable. Los invertebrados luchaban por su propia supervivencia. Los insectos retrocedieron al principio, luego se adaptaron, mutaron, crecieron y se multiplicaron. Siempre habían dominado las regiones tropicales de la Tierra; ahora las arañas y las hormigas más grandes, ayudadas por sus formidables mandíbulas y aguijones, se esforzaban por convertirse en los señores de la creación.

Los mamíferos tomaron el único camino que se les dejaba. Los invertebrados estaban limitados en su tamaño por los mecanismos pasivos de respiración y su carencia de esqueleto interno; además, eran de sangre fría. Los roedores aumentaron su tamaño para mejorar la retención de calor, desarrollaron pelaje espeso y patas peludas y se trasladaron desde el ecuador a las regiones donde los insectos no ofrecieran resistencia. Algunos eran completamente vegetarianos y se alimentaban de las escasas plantas que aún crecían en el ambiente lleno de polvo. Desarrollaron densas capas de grasa para mantenerse aislados y almacenar los alimentos. Los otros supervivientes se convinieron en depredadores muy eficaces que se cebaban en sus parientes herbívoros.

A medida que el invierno nuclear remitía lentamente, los insectos se movieron otra vez hacia el norte y hacia el sur, lejos de los trópicos. Pero los ratones y las ardillas mutados estaban listos para enfrentarse a ellos. Habían aumentado de tamaño y de ferocidad y eran capaces de enfrentarse incluso a un lobo de los viejos tiempos; ahora llevaban gruesos pelajes y capas de grasa protectoras que volvían impotentes a las fieras mandíbulas y los aguijones envenenados. Los insectos eran una nueva y conveniente fuente de proteínas. Los carnívoros les siguieron a sus hábitats tropicales y a las regiones del sur.

Los cambios en la vida animal de la Tierra eran los más fáciles de ver, pero los cambios de la vegetación eran, en algunos aspectos, más fundamentales. La hierba había desaparecido. En su lugar, una forma enana de eucaliptos cubría millones de kilómetros cuadrados de hojas planas azulverdosas. Nunca volverían a verse sobre la superficie de la tierra las praderas ondulantes de trigo y maíz. Sus semillas habían sido reemplazadas por los rojos racimos de bayas que colgaban de cada tallo. Después de asegurarse de que no eran dañinas, Elissa probó un par de ellas. Estaban rellenas de una melaza grasa, y en su centro había una semilla oval e impenetrable. Las semillas, frutos y raíces del eucalipto mantenían una comunidad animal bajo sus hojas, mientras en la penumbra azulgris ratones mutados combatían con las hormigas gigantes para conseguir alimento y espacio.


A medida que viajaban por la superficie natural de una Tierra donde no quedaba ningún vestigio de la labor humana, Peron se volvía más taciturno y silencioso. Elissa supo que era una reacción ante lo que les rodeaba. No quería interferir en sus pensamientos. Pero al surcar la devastada línea costera de Sudamérica, donde la continua línea de glaciares se extendía hasta el Pacífico, la necesidad que Peron tenía de discutir sus preocupaciones se hizo insoportable.

Habían aterrizado al pie de los Andes para contemplar la puesta de sol sobre el Pacífico. Ninguno de los dos habló mientras la ancha cara del Sol, roja a la luz del atardecer, se hundía lentamente en el océano a través de una fina línea de nubes. Aun después de que la luz se hubiera desvanecido, podían volverse al este y ver los rayos del sol reflejados todavía por los picos cubiertos de nieve.

—No podemos quedarnos aquí —dijo Peron por fin—. Aunque nos gustara más que Pentecostés, aunque pensáramos que la Tierra era perfecta, tenemos que volver al espacio-L.

Elissa permaneció en silencio. Conocía a Peron. Necesitaba tiempo para llegar a una decisión, sin presiones y sin coacciones. Así era como él había conseguido hablarle de su propia relación, y la forma en que ella había sabido de las continuas dudas que había tenido antes de dejar a su familia para tomar parte en la Planetfiesta.

Los últimos resquicios de luz se desvanecieron y los dos permanecieron sentados en el suelo junto al autoaéreo. Las estrellas, una a una, empezaban a aparecer en el frío aire de la noche.

—Lo hemos pasado muy bien aquí —continuó Peron—. Pero los dos últimos días me ha costado trabajo sacarme una serie de preocupaciones de la cabeza. ¿Recuerdas las colonias de ratones-monos, los negros de gruesa cola?

Elissa apretó su mano, sin hablar.

—Me preguntaste cómo el jefe de la colonia podía controlar a los otros con tanta facilidad. No parecía que luchara contra ellos, ni que les atemorizara, ni que intentara dominarles en absoluto. Pero los otros subían a los árboles y traían comida, y le servían, y él ni siquiera tenía que moverse para vivir cómodamente. Bien, por alguna razón eso me recordó algo que mi padre me dijo cuando yo tenía sólo diez años. Me preguntó: ¿Quién controla a Pentecostés? Me dijo que esa era la tercera pregunta más importante, y las otras dos el cómo y el porqué. Si conoces las tres respuestas, quiénes son los amos, sus mecanismos y sus motivos, estás capacitado para hacer cambios.

—¿Te dijo alguna vez las respuestas?

—No. Nunca las supo. Se pasó la vida buscando. Las respuestas no estaban en Pentecostés. Nosotros sabemos ahora que los verdaderos controladores de Pentecostés son los Inmortales, con la cooperación de un gobierno planetario asustadizo. Controlan a través de un conocimiento superior, y utilizan el planeta (por así decirlo) como fuente de nuevos Inmortales. Todo esto está más allá de la imaginación de mi padre. Pero tenía razón en la importancia de las preguntas.

Elissa tiritó a su lado. Estaba vestida ligeramente y el aire era frío, pero no quería sugerir que se marcharan.

—Por fin intenté formularme las tres cuestiones —continuó Peron—. No sobre Pentecostés, sino sobre los Inmortales. Tienen una sociedad bien desarrollada. Pero ¿quién la gobierna?, ¿cómo? y sobre todo ¿por qué? Al principio pensé que teníamos la respuesta a la primera pregunta: los Inmortales eran gobernados desde la Nave. En cuanto llegué al espacio-L, supe que aquello no era cierto. Luego pensé que tendríamos la respuesta en el Mando del Sector. Pero descubrimos que eso era falso. El Mando no es más que un centro administrativo, una estación de tránsito para las naves estelares. Así pues, ¿qué es lo siguiente? Decidimos que el control tenía que estar en el Sol, y aquí estamos. Pero no tenemos más respuestas. ¿Quién es el que dirige el Sistema Solar? Jan De Vries no, me apuesto el cuello. Es un buen seguidor, pero no es un líder. E incluso si averiguamos quién, aún nos queda el cómo y el porqué.

—Entonces ¿qué quieres hacer?

—No lo sé. Seguir buscando, supongo. Elissa, llevamos en la Tierra casi cinco días. ¿Cómo te sientes?

—¿Físicamente? Maravillosamente bien. ¿Tú no?

—Sí. ¿Sabes por qué?

—Me lo he preguntado. Creo que tal vez es por causa de nuestros antepasados. Hemos surgido a través de una evolución de millones de años para adaptarnos a la Tierra como entorno natural, con gravedad, presión atmosférica y luz solar. Debemos sentirnos bien aquí.

—Lo sé. Pero creo que hay otra razón, Elissa. Creo que todo es relativo, y hemos pasado un mes en el espacio-L antes de venir aquí. Te diré mi teoría, y es algo que hace que me sienta incómodo. Creo que el espacio-L no es adecuado para los humanos en aspectos que aún no nos han contado.

—¿Aunque vivamos mucho más tiempo? No quiero decir mucho más tiempo-L. Quiero decir subjetivamente. ¿No sugiere eso que el espacio-L es bueno para nuestros cuerpos?

Peron suspiró. Elissa no lo sabía, pero le estaba presentando argumentos con los que se había debatido durante días sin encontrar una respuesta satisfactoria.

—Eso parece. Parece lógico: vivimos más tiempo, luego tiene que ser bueno. Pero no lo creo. Piensa en cómo te sientes. El espacio-L no te dio la sensación de vitalidad.

Piensa en cuando hacemos el amor. ¿No fue maravilloso en Pentecostés y no ha sido aún mejor en estos últimos días en la Tierra?

Elissa alargó la mano y pasó sus dedos suavemente sobre el pecho de Peron.

—Sabes la respuesta. Ten cuidado o me darás algunas ideas.

Él colocó la mano sobre la suya, pero su voz seguía sonando pensativa y preocupada.

—Así que estás de acuerdo: hay cosas que no parecen apropiadas en el espacio-L. Lo sabíamos en nuestro fuero interno, pero suponía que todo era parte del proceso de reajuste. Ahora estoy seguro de que ese no es el caso, y todo el mundo que ha vivido en el espacio-L durante algún tiempo tiene que saberlo también.

Peron se puso lentamente en pie. Elissa le imitó y los dos se quedaron inmóviles unos instantes, tiritando bajo la brisa nocturna que brotaba de los picos nevados hacia el mar.

—Supongamos que tienes razón —dijo Elissa—. Y que me has convencido. ¿Qué podemos hacer al respecto?

Peron la apretó contra sí, compartiendo su calor. Pero cuando habló su voz era fría como el viento.

—Cariño, estoy harto de que me manipulen. Estoy harto de hacer suposiciones a ciegas. Tenemos que volver a la órbita. Tenemos que dejar de aceptar las dulces y blandas respuestas de Olivia, o de Jan De Vries, o de quien sea. Y tenemos que presionar para que nos den las respuestas reales sobre la civilización del espacio-L: quién, cómo y por qué.

26

A instancias de Elissa, decidieron que su primera prioridad cuando regresaran a la órbita y al espacio-L era tener una reunión con Sy. Elissa estaba de acuerdo con las ideas de Peron, pero quería comprobar también las especiales perspectivas de Sy sobre ellas.

Su viaje de regreso al Árbol de las Habichuelas tuvo lugar en un ambiente totalmente diferente al de ida. El vehículo estaba tan abarrotado como siempre, pero los viajeros estaban cabizbajos y sombríos. Después de unos cuantos días en la superficie, todos habían sentido que, en algún nivel profundo, la Tierra ahora era alienígena, un mundo tan afectado por las guerras del Hombre y los cambios climatológicos que era impensable volver a ella de modo permanente. La humanidad había abandonado su hogar original. No habría posibilidad de regresar. Los viajeros miraban las brillantes nubes del planeta y el manto de nieve y se despedían mentalmente.

Olivia Ferranti había mencionado que pocas personas hacían más de una visita a la Tierra. Ahora, Peron y Elissa sabían por qué.

Cuando llegaron al conjunto de estaciones que formaban el punto de desembarco superior del Árbol de las Habichuelas, Elissa preguntó al sistema de información la localización de Sy. Mientras lo hacía, Peron se preparó para la transferencia al espacio-L, lo que resultó ser sorprendentemente fácil. Ya que casi todo el mundo que regresaba de una visita a la Tierra se trasladaba de inmediato al espacio-L, el procedimiento había sido sistematizado para convertirse en una completa rutina. Peron dio sus códigos de identificación y rápidamente se le ofreció acceso a un par de tanques de suspensión.

—¿Preparada? —le preguntó a Elissa.

Ella estaba aún sentada ante el terminal de información. Sacudió la cabeza. Parecía sorprendida.

—No. En absoluto. Espera antes de introducirnos en los tanques.

—¿Cuál es el problema? ¿No puedes encontrar a Sy?

—Lo he encontrado. Pero ya no está en el espacio-L. Se trasladó al espacio normal antes incluso que nosotros.

—¿Quieres decir que también ha bajado a la Tierra?

—Según el servicio de información, no. Ha estado aquí todo el tiempo que nosotros hemos estado en la Tierra. Salió del espacio-L un cuarto de hora antes que nosotros, ¡lo que significa que lleva en el espacio normal más de veinte días!

—¿Qué ha estado haciendo?

Elissa volvió a sacudir la cabeza.

—¡Dios sabe! Esta información no aparece en el banco de datos. Pero la última vez que se le localizó estaba en una de las estaciones del complejo sincrónico. Si queremos estar juntos en esto, no tiene sentido trasladarnos al espacio-L todavía.

Peron canceló la petición de los tanques de suspensión.

—Vamos entonces. No sé cómo hacerlo, pero tenemos que encontrar algún medio de localizarle.

El trabajo resultó mucho más fácil de lo que Peron había supuesto. Sy no había hecho ningún intento por ocultar su paradero. Había vivido en el mismo sitio todo el tiempo, manteniendo un enlace casi continuo con los bancos de datos orbitales y la cadena central de ordenadores. Estaba sentado tranquilamente ante su terminal, cuando Elissa y Peron abrieron su puerta.

Sy apartó los ojos de la pantalla un segundo y les hizo con la cabeza un gesto indiferente.

—Llevo unos cuantos días esperándoos. Dadme un momento para que termine lo que estoy haciendo.

Elissa observó la pequeña habitación. Era una cámara de un quinto de g, con pocos signos materiales de la presencia de Sy. Los robots de servicio habían retirado toda la comida y los platos y no había ningún artículo de lujo o de diversión. La cama parecía no haber sido usada, y la superficie de la mesa estaba vacía. Sy parecía perfectamente acicalado, afeitado y vestido con ropas oscuras y ajustadas.

—No hay prisa —dijo Elissa. Y se sentó tranquilamente en la cama.

—Llegó un mensaje de Kallen —informó Sy, sin apartar los ojos de la pantalla—. Lum y Rosanne se han retrasado y no estarán aquí tan pronto como pensaban. ¿Qué tal la Tierra?

—Intrigante —dijo Peron. Se sentó junto a Elissa y esperó hasta que Sy terminó el almacenamiento de datos, desconectó el terminal y se giró para verles—. Deberías visitarla, Sy. Es algo que nunca olvidarás.

—Lo pensé. Pero luego decidí que tenía otras cosas que hacer antes. Ya habrá tiempo para visitar la Tierra después, no se va a marchar de donde está.

—Pero ¿qué estás haciendo aquí, en espacio normal? —preguntó Elissa—. Según el servicio de información, llevas aquí una eternidad.

—Veintiséis días —sonrió Sy—. ¿Sabes qué es lo malo del espacio-L? No se puede hacer nada deprisa. Había cosas que quería hacer y cosas que quería saber rápidamente, y no estaba seguro de que nuestros amigos Inmortales fueran a darme permiso. Por eso vine aquí. Llevo sólo diecinueve minutos-L. Para cuando registren el hecho de que me he marchado, habré terminado.

—Tengo la misma sensación —dijo Peron—. Somos demasiado lentos en el espacio-L. Tenemos mucho menos control sobre lo que nos sucede. ¿Pero qué es lo que habrás terminado de hacer?

—Varias cosas. Primero, he estado comprobando la Ley de Kallen, el nombre es mío, no de él. ¿Recordáis lo que dijo? «Todo lo que puede ser introducido en un banco de datos por una persona puede ser sacado por otra, si es lo suficientemente inteligente y tiene tiempo de sobra.» Eso es un problema en una sociedad basada en los ordenadores, y una dé las razones por las que éstos estaban tan férreamente controlados en Pentecostés: es casi imposible impedir el acceso a la información almacenada en los ordenadores. Decidí que si había otro Cuartel General para los Inmortales, uno del que preferían no hablar, tenía que haber pistas para su localización en algún lugar de los bancos de datos. Bien ocultas, claro, pero tenían que estar allí. ¿Hay una instalación secreta? Y, si es así, ¿dónde está? Me puse a investigar sobre esas dos preguntas. Y había otra cosa que me preocupaba. Cuando encontramos a los gosámeros y los pipistrellas, Ferranti dijo que los Inmortales no podían comunicar realmente con ellos. Pero ella sí se comunicó con ellos, aunque no le enviaran un mensaje de respuesta. Y tampoco estaba seguro de que eso fuera cierto. ¿Y si enviaron un mensaje? No sabemos qué estaba recibiendo la nave. Temo que todavía no tengo respuesta para eso. He estado trabajando intensamente aquí, pero eso requiere tiempo.

—¿Quieres decir que has hallado contestación a las otras dos preguntas?

—Eso creo. —Sy apoyó pensativamente su codo izquierdo en su mano derecha—. No fue fácil. Hay colocada una protección bastante fuerte. Nada de lo que está disponible para las bibliotecas de las naves dirá una palabra. Tuve que entrar a través de verificaciones de consistencia internas. ¿Qué es lo que se saca de esos hechos? Primero, los manifiestos de los vuelos oficiales muestran ciento sesenta y dos viajes iniciados desde el Sol el último mes-L pasado. La capacidad de combustible máxima de cualquier nave es de cuatro mil cuatrocientos millones de toneladas. Y el combustible suministrado en el Sistema Solar el mes-L pasado es de ochocientos setenta y un mil millones de toneladas. ¿Veis el problema? Os ahorraré la molestia de hacer cálculos. Se está usando demasiado combustible, el suficiente para hacer veintiséis vuelos que no aparecen en los manifiestos.

—¿Has comprobado otros períodos? —preguntó Peron.

Sy le miró con el ceño fruncido.

—¿Tú qué crees? Continuemos. Esto es sugerente, pero no concluyente. La cadena de navegación alrededor del Sistema Solar está controlada por ordenador, y está autoadaptándose continuamente para los cambios que se requieran. Hablando generalmente, las rutas de aproximación al Sol más concurridas son las que tienen más radares monitores y controles de navegación. La información sobre el emplazamiento de los radares está disponible en los bancos de datos, así que se puede utilizar a la inversa: dada la posición del equipo, ¿qué dirección en el espacio es la ruta de aproximación más transitada hacia Sol y hacia afuera? Planteé el problema y dejé que los ordenadores lo resolvieran. Cuando obtuve la respuesta, me quedé sorprendido durante días. La solución indicaba un vector saliendo de Sol que parecía conducir a ninguna parte, no a una estrella concreta o algún objeto significativo. Señalaba la nada. Me quedé bloqueado.

»Lo descarté todo y lo miré desde otro punto de vista. Supongamos que hay un Cuartel General oculto en algún lugar del espacio. Se comunicaría con el Sistema Sol no sólo por medio de las naves, que sólo viajan a una décima parte de la velocidad de la luz, sino también con señales de radio. Hay miles de grandes antenas y dispositivos de fase dispuestos por todo el sistema, y los ordenadores rastrean su señalización instantánea. Así que accedí a esa base de datos señalada y le hice al ordenador una pregunta: de todos los lugares a los que las antenas y dispositivos señalan, ¿cuál es la dirección en que lo hacen con mayor frecuencia? ¿Imagináis la respuesta?

—La misma que obtuviste de la solución del sistema de navegación —dijo Peron—. Es increíble. Pero maldita sea, ¿de qué nos sirve? Seguimos con el mismo misterio.

—No del todo. —Sy parecía inusitadamente satisfecho consigo mismo. Por primera vez, Peron advirtió que incluso a Sy le gustaba tener público que apreciara sus deducciones.

—Tienes razón en una cosa —dijo Sy—. Obtuve la misma respuesta que para el sistema de navegación. Tenía un vector que señalaba la nada. Pero hay otra cosa relacionada con las antenas. Los ordenadores las detectaban ordenadamente, pero por supuesto estaban distribuidas por todo el Sistema Solar, desde el interior de la órbita de Mercurio hasta más allá de Saturno. Así que, si se quiere enviar un mensaje a un punto preciso del espacio más que a una dirección específica, cada antena debe estar apuntando hacia un vector ligeramente diferente. En otras palabras, las señales del ordenador deben permitir un paralaje con el blanco. Así que di el paso siguiente. Pregunté si había paralajes en la solución previa y si era así cuál era el punto de convergencia. La respuesta fue sorprendente. Hay paralaje, es pequeño, sólo un segundo de arco, y el punto de convergencia está a veintiocho años luz de Sol, en la dirección que había determinado antes. Pero cuando se verifican las cartas estelares y las posiciones de los núcleos y los cuerpos colapsados calientes, no hay nada. Nada. Las antenas apuntan a la nada. Llamé a ese sitio el Punto de Convergencia, a falta de un nombre mejor. Pero la pregunta era: ¿qué lugar es ese? Y ahí es donde me quedé otra vez atascado por bastante tiempo. ¿Sabéis qué es lo que me dio finalmente la respuesta?

—Olivia Ferranti —contestó Elissa, que estaba sentada en la cama con expresión soñadora. Recordad lo que nos dijo: «No se puede aprender todo sobre el universo quedándose cerca de una sola estrella.» Y tú, Sy, dijiste que tal vez deberías mirar la nada para encontrar nuevos misterios, en vez del centro de la Galaxia. El Punto de Convergencia es un punto en la nada.

Sy la miró, lleno de sorpresa.

—Elissa, estaba haciendo una interrogación retórica. Se supone que no puedes darme la respuesta adecuada. ¿Cómo demonios lo has averiguado?

Elissa sonrió.

—No lo he hecho. Tú mismo lo has dicho. Nunca serás un buen mentiroso, Sy, aunque tu cara no te traicione. Fue lo que dijiste. Incluso antes de que supieras la distancia, los veintiocho años luz, dijiste varias veces que las antenas estaban señalando la nada. Pero no podías saber que no había ningún objeto opaco allí si fueras lo bastante lejos. Y por tu voz, era la «nada» lo que era importante, no las coordenadas del punto de destino.

Sy miró a Peron.

—Es una bruja. Si lee en ti de esa manera, nunca podrás tener secretos para ella. De acuerdo, Elissa, da un paso más. ¿Puedes decirme qué es tan especial en esa nada particular?

Elissa pensó unos instantes y luego sacudió la cabeza.

—Ni idea.

—Eso es lo que pensé yo también. ¿Cómo puede la nada ser especial? Pero entonces recordé lo que había dicho Olivia Ferranti: «Tenéis que saber lo que pasa en el espacio profundo.» Así que me pregunté: ¿qué es el espacio profundo? Volví a las cartas estelares y a las coordenadas centrales y le pregunté al ordenador las coordenadas del punto de espacio abierto en un radio de cien años luz del sol que está más lejos de todos los cuerpos materiales conocidos. La respuesta fue ligeramente ambigua, dada la incertidumbre de nuestro conocimiento de las distancias, pero el ordenador sólo dio dos candidatos. Uno está a noventa y un años luz; medio año de viaje, incluso en el espacio-L. El otro lugar está (no hay premio por averiguarlo) sólo a veintiocho años luz de Sol, en la dirección adecuada. El Punto de Convergencia es realmente un punto de nada. Tiempo de comunicación; cinco días-L.

Sy hizo aparecer la holografía de un paisaje estelar en el espacio ante ellos. Movió el señalizador 3-D a un lugar vacío en el interior del campo estelar.

—¿Os gustaría visitar el centro del poder auténtico de los Inmortales? Entonces aquí es. Estación Ningún Sitio. Tiempo de viaje: menos de dos meses-L.

Elissa parecía sorprendida.

—Pero Sy, ¿por qué querrían construir un Cuartel General en mitad de ninguna parte?

Sy sacudió la cabeza.

—No puedo responder a eso.

Peron aún contemplaba el holograma.

—Tal vez tengamos que llegar hasta allí para averiguarlo. Y no será fácil. Podéis estar seguros de que los Inmortales no nos quieren allí, ni siquiera quieren que sepamos que el lugar existe. Has resuelto el problema del dónde, Sy, estoy seguro. Pero ahora nos queda un problema mayor: ¿cómo podemos encontrar un medio para hacer el viaje, cuando todo el sistema está dispuesto para evitarlo?

Sy parecía engreído.

—Te he dicho que he estado trabajando duro. He identificado los problemas principales que tendremos que resolver si queremos llegar al Punto de Convergencia. Resolverlos es otro asunto, y necesitaré ayuda.

Pidió una lista numerada a la pantalla.

—Primero, tenemos que encontrar la hora y el lugar de partida de la próxima nave con destino al Punto de Convergencia. Segundo, tenemos que encontrar un medio de introducirnos en esa nave, preferiblemente sin que nadie nos detecte. Tercero, tenemos que explicar nuestra ausencia, para que nadie se pregunte adonde hemos ido. Cuarto, tendremos que hacer algo con la tripulación de la nave. Quinto, antes de que lleguemos allí necesitaremos un plan de acción para saber qué es lo que vamos a hacer. ¿Por dónde queréis empezar?

—¿No podemos hibernar a la tripulación y llevarles con nosotros? —preguntó Elissa.

—Eso es lo que he pensado. No les hará ningún daño y es mucho mejor que dejarles en alguna parte del Sistema Solar. Confío en que podamos manejar los mecanismos de la nave. Los robots de servicio lo hacen casi todo, y aprendimos el resto en nuestro viaje desde Cassay. Los otros problemas no son tan fáciles. Me gustaría conocer vuestra opinión.

—El tercero: explicar nuestra ausencia —dijo Elissa—. Lo que necesitamos es tiempo suficiente para ponernos en camino hacia nuestro destino real. Una vez que hayamos partido, nunca nos cogerán.

—Eso es cierto. Pero no queremos que sepan adonde vamos. Si lo averiguan enviarán una señal de radio para advertir al Cuartel General que vamos hacia allá.

—¿Por qué tienen que saber adonde nos dirigimos? Jan De Vries dio a entender que somos una molestia para él. Si podemos demostrar que hemos partido hacia un lugar verosímil, no creo que se interese mucho por nosotros. Pentecostés sería lo natural; fue nuestro hogar. Creo que todo lo que hará será avisar para que vigilen nuestra llegada. ¿No puedes introducir datos falsos indicando que nos dirigimos a Pentecostés?

Sy se encogió de hombros.

—Puedo intentarlo. Una cosa buena que tiene el sistema de información es que no espera el tipo de cambios que vamos a hacer. La lógica está programada contra los fallos ocasionales y los despistes de los programadores, pero no contra sabotajes sistemáticos. Lo haré. He aprendido a manejar el software bastante bien en las últimas semanas.

—¿Lo suficiente para contestar a la primera pregunta? —dijo Peron—. Tú mismo lo has dicho, Sy. La información sobre la partida de las naves espaciales tiene que estar en algún lugar de los bancos de datos. Sólo es cuestión de encontrarla. Y si alguien puede hacerlo, ése eres tú.

Sy hizo una mueca.

—No sin un largo y complicado esfuerzo.

—Lo sería para Elissa o para mí, pero tú serás capaz.

—Déjate de adulaciones.

—Hablo en serio. Y si puedes averiguar dónde y cuándo, creo que tengo la clave para solucionar el problema de cómo abordar la nave.

Sy frunció el ceño.

—¿Sí? ¿Qué me he perdido?

—Has pasado por alto una pieza de información. Elissa y yo lo hemos aprendido por el camino duro, y podemos garantizarlo. No hay manera de que la tripulación permanezca en el espacio-L durante la fase de aceleración de su viaje. Es demasiado incómodo. Permanecerán hibernados cuando empiece el viaje. ¿Captas lo que significa?

Acercó el teclado del terminal.

—Déjame hacer un bosquejo. Luego podremos computar el tiempo.


—T MENOS 4 MINUTOS, CUENTA ATRÁS EN PROCESO —dijo una voz incorpórea.

—VERIFICACIÓN DE LA MASA DE COMBUSTIBLE EN PROCESO.

—PROTOCOLO DE LANZAMIENTO COMPLETO.

—VERIFICACIÓN DE CARGAMENTO EN PROCESO.

—TRAYECTORIA EXTERIOR CONFIRMADA Y APROBADA.

Las voces mecánicas se sucedían. Ward Lunga, el piloto de la nave, yacía tranquilamente en el tanque de suspensión. Observaba las pantallas, charlaba con la copiloto Celia Deveny y escuchaba a medias la verificación robótica. No era necesario prestar atención por completo. Las anomalías serían detectadas por separado y se le informaría sobre ellas.

—T MENOS 180 SEGUNDOS, CUENTA ATRÁS EN PRO CESO —dijo la voz.

—VERIFICACIÓN DE SISTEMAS MECÁNICOS COMPLETA.

La nave estelar Manta flotaba en una órbita estable alrededor del Sol, gravitando en un Punto Troyano de Saturno. La cuenta atrás casi había acabado. Las pantallas mostraban un perfil de la trayectoria que llevaría a Manta desde el Sistema Solar directamente a Gulf City, a veintiocho años luz de distancia. La nave aún flotaba en caída libre, pero dentro de tres minutos-L, cambiaría a una trayectoria de aceleración exterior.

—VERIFICACIÓN DE SISTEMAS ELÉCTRICOS Y ELECTRÓNICOS COMPLETA.

—VERIFICACIÓN DE COMBUSTIBLE COMPLETA.

Los últimos millones de toneladas de combustible habían sido transferidos ya. El tanque móvil se dirigía hacia el Sol bajo control robot.

—¡ANOMALÍA! ¡ANOMALÍA EN COMPUERTA DE CARGAMENTO! —dijo de repente una voz—. ¡COMPUERTA DE CARGA SIETE ABIERTA! Lunga gruñó, sorprendido.

—¡Maldición. Todo ese cargamento debería haber sido asegurado ya. Orden: Muestra la Compuerta Siete.

Dos perspectivas de la Compuerta Siete aparecieron en las pantallas. Lunga las miró con atención.

—Esa maldita cosa me parece cerrada. Todos los demás informes son normales, ¿ves algo raro, Celia?

—Nada. —Conectó un par de interruptores—. Orden: Vuelve a verificar la Compuerta de Carga Siete.

—CONDICIÓN DE COMPUERTA DE CARGA SIETE: CERRADA Y NORMAL. TODAS LAS CÁPSULAS DE CARGA MOVIÉNDOSE AHORA A NIVEL SEGURO. TODA LA CARGA SEGURA Y EQUILIBRADA.

—T MENOS 120 SEGUNDOS. CUENTA ATRÁS EN PROCESO.

—LA TRANSICIÓN A ESTADO DE HIBERNACIÓN COMIENZA DENTRO DE TREINTA SEGUNDOS A MENOS QUE EL CONTROL CENTRAL PROPORCIONE SEÑAL ALTERNATIVA.

El dedo de Ward Lunga flotó sobre el botón. Dudó. A menos que actuara en el siguiente medio minuto, el sistema iniciaría el descenso de la tripulación del espacio-L al estado de hibernación.

—Orden: Repetid todas las verificaciones e informad de cualquier anomalía en las condiciones.

Hubo una pausa de una fracción de segundo.

—TODAS LAS VERIFICACIONES REPETIDAS. NINGUNA ANOMALÍA OBSERVADA. TODOS LOS SISTEMAS ESTÁN PREPARADOS PARA LA PARTIDA.

—T MENOS 100 SEGUNDOS. CUENTA ATRÁS EN PROCESO.

Lunga retiró la mano del botón de interrupción de la maniobra. Miró por última vez las pantallas y luego se recostó del todo en la cámara de suspensión. Empezó a incorporarse de nuevo, luego cambió de opinión y dejó que su cuerpo se relajara. El suave siseo de los vapores que iniciarían la primera fase de la hibernación estaba comenzando ya. Era el momento de dejar que los ordenadores y los robots se hicieran cargo de la nave. Ya despertaría en Gulf City…

En el exterior del tanque, tres figuras se deslizaban por el interior de Manta. Peron, Sy y Elissa se movían con cautela, pero demasiado rápidamente para que un observador en el espacio-L pudiera localizarles: los seiscientos metros de longitud de la nave desde el compartimento de carga hasta la sala de control fueron recorridos en menos de un octavo de segundo-L, en una mancha difusa demasiado rápida. El mayor obstáculo para tan gran velocidad eran los robots de servicio que se movían a lento ritmo prestos a cumplir su tarea.

Noventa y nueve segundos-L antes del lanzamiento. Se encontraban en el exterior de la cámara de suspensión. Como primera prioridad, tenían que encontrar los suficientes tanques vacíos para acomodar tres viajeros de sobra. Si no lo hacían, aún había tiempo de llamar a una cápsula de carga y salir de la Manta.

—T MENOS NOVENTA SEGUNDOS.

Los tres intrusos ya se habían familiarizado con los controles principales de la nave, y se habían asegurado de su destino inmediato y habían confirmado el tiempo de viaje de la nave hasta la fracción de segundo.

—T MENOS OCHENTA SEGUNDOS.

Después de comer y de dormir cuatro horas, Sy, Elissa y Peron ajustaron los dispositivos de hibernación para la tripulación de la nave y prepararon tres tanques de suspensión sin ocupar.

—T MENOS SETENTA SEGUNDOS.

Sy envió mensajes codificados a Kallen, Lum y Rosanne, uno a la Tierra y otro a Paraíso, explicando lo que sucedía.

—¿Por qué estáis tan seguros de que sabrán que hay una señal oculta? —preguntó Peron.

—Si Kallen lo recibe, no hay duda. —Sy había sonreído torvamente—. A veces creo que es tan listo como yo. Si no pueden encontrar un medio para seguirnos, espero que nos envíen un mensaje. ¿Quieres apostar? —Hoy no, gracias.

—T MENOS SESENTA SEGUNDOS.

Todas las contingencias habían sido verificadas. Ahora era el momento de meterse en sus cámaras de hibernación junto a las de los miembros de la tripulación.

—Estos tanques están preparados para despertarnos un minuto-L antes de nuestra llegada a Gulf City —dijo Peron—. Ellos estarán aún dormidos. Sy, ¿estás seguro de que cambiaste el perfil de deceleración para que estemos en caída libre cuando nos despertemos?

—Confía en mí.

Peron se tumbó en el tanque de suspensión. Por enésima vez, su mente reconstruyó la misma secuencia de hechos. Los tres la habían revisado juntos hasta que les resultó completamente familiar.

Tiempo de llegada menos un minuto-L. Despertarían en el espacio normal durante la aproximación final de la nave a Gulf City. Un minuto-L les daría algo más de un día normal para hacer algún posible cambio en los planes finales. Los Inmortales de Gulf City estarían en el espacio-L, incapaces de formular una respuesta a tiempo.

Llegada a Gulf City. A continuación venía el control de los robots de servicio. Seguiría el control de la propia Gulf City…

Los vapores del proceso de hibernación siseaban a su alrededor y pudo sentir el contacto frío y desagradable de las sondas en sus brazos y en su pecho. No había nada más que hacer ahora, excepto dormir y despertar en Gulf City.

Peron cerró los ojos…

27

GULF CITY

… y los abrió, sabiendo de inmediato que algo había salido terriblemente mal.

Tendría que encontrarse en espacio normal. No lo estaba. Los contornos difusos de los objetos a su alrededor y sus colores mutados le dijeron inmediatamente que estaba en el espacio-L. Y ya no se encontraba en los tanques de suspensión de Manta.

Intentó sentarse, pero no pudo hacerlo. Anchas cintas le aseguraban a la cama en la que se encontraba. Aún peor, no notaba ninguna sensación ni control muscular alguno por debajo del cuello. Giró la cabeza desesperadamente de un lado a otro y vio a Elissa a su derecha, con Sy al lado. Sy ya estaba plenamente conciente y le miraba pensativo. Los ojos de Elissa empezaban a abrirse.

¡En nombre del cielo! ¿Dónde se encontraban? Meneó la cabeza hacia arriba y, al hacerlo, hubo un suave rumor de maquinaria. La cama en la que se encontraba empezó a levantarse y pudo ver, gradualmente, lo que le rodeaba.

Se encontraba en una habitación grande, de paredes grises, donde no había ventanas. En las paredes había estanterías vacías y el único mobiliario eran tres sillas dispuestas frente a las camas. Toda la habitación tenía el aspecto triste de una zona pobremente mantenida. En las sillas, observándole con curiosidad, había tres personas: un hombre bajo y fornido, de ojos soñadores, y dos mujeres; una de ellas de piel negra, alta y angulosa pero, al mismo tiempo, graciosa; la otra pequeña, regordeta y rubia. Peron supuso que las mujeres tenían poco más de treinta años y que el hombre era algo más joven.

—Muy bien —dijo de pronto la mujer más baja—. Todo presente y correcto. Creo que podemos empezar.

Peron la miró por primera vez a los ojos y fue como si se sumergiera en agua fría. Los ojos eran marrones y despejados, y había en ellos un poder y una intensidad desconcertantes. Sintió como si ella pudiera atravesarle con la mirada. La frente mostraba una débil pero intensa señal de cicatrices blancas que llegaban hasta el nacimiento del pelo.

—Probablemente se sienten muy sorprendidos —continuó la mujer. Dirigió su atención a Sy y le miró fijamente. Él devolvió la mirada con su expresión usual de cínica abstracción en la cara.

—O tal vez no —dijo ella por fin—. Pero tal vez estén un poco desorientados. Así que déjenme empezar diciéndoles que están exactamente donde querían estar. Esto es Gulf City, su «Punto de Convergencia», que es un nombre tan bueno como otro cualquiera. Esto es también nuestro Cuartel General principal. Han llegado. Ya no necesitan imaginar otras puertas por las que pasar.

Peron miró a Sy, pero éste permaneció en silencio. Estaría ejecutando su propia evaluación, y hasta que no la completara era poco probable que dijera nada.

—¿Qué sucedió? —preguntó Peron finalmente. Como era habitual en el espacio-L, hablar era un problema. Y había algo en el tono de suprema confianza de la mujer que resultaba irritante—. ¿Cómo llegamos aquí?

—Encontraron su propio medio de llegar a Gulf City —contestó la mujer—. Todo lo demás no tiene importancia. Jan De Vries nos habló de ustedes tres, y dijo que tenían potencial; pero nos sorprendimos, y nos deleitamos, por su rapidez. Sólo una o dos personas consiguen llegar a Gulf City cada año terrestre. Tres a la vez es una maravilla.

—¿Quiere decir que deseaban ustedes que viniéramos?

—Todo el que es capaz de encontrar el camino a Gulf City es bienvenido. Hay un proceso de selección natural en funcionamiento, si carecen de las cualidades necesarias, nunca sobrepasarán las barreras físicas e intelectuales, y nunca llegarán a este lugar.

—Han estado jugando con nosotros —dijo Peron amargamente. Se sintió enfermo al comprobar su fracaso—. Han vigilado todos nuestros movimientos. Pensábamos que éramos muy listos al introducirnos en Manta, pero sabían lo que estábamos haciendo.

—No. —La voz de la mujer era firme—. La tripulación de Manta permanece aún en estado de hibernación. No tienen idea de su presencia a bordo de la nave. Su partida del Sistema Sol también pasó inadvertida. E hicieron que un equipo de técnicos tuviera que trabajar durante semanas eliminando los defectos en los sistemas de datos que ustedes descubrieron y explotaron ingeniosamente. Atravesaron los controles de Sol. Jan De Vries quedó sorprendido de lo inadecuados que los hicieron parecer. No deben sentir vergüenza. Pero tenemos nuestro propio sistema de seguridad, aquí, en Gulf City. Y estoy seguro de que saben que los habitantes del espacio-L son altamente vulnerables a las acciones en el espacio ordinario. Inspeccionamos todas las naves que se aproximan, durante la fase de deceleración, mucho antes de que se les permita atracar.

Peron advirtió que Elissa había recobrado la conciencia por completo y escuchaba a su lado atentamente.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó—. ¿Y qué significa eso de que querían que viniéramos? ¿Por qué nos quieren?

—Sólo una pregunta cada vez. —La mujer sonrió, y al hacerlo su cara se transformó y dejó de parecer austera y antipática—. Primero las presentaciones: ustedes son Peron de Turcanta, Elissa Morimar y Sy Day de Burgon. —Sus ojos se dirigieron de nuevo a Sy y otra vez hubo un largo instante de miradas sostenidas—. Los creaproblemas de Pentecostés, y también los primeros habitantes de su planeta en llegar a Gulf City. Mi enhorabuena. En cuanto a nosotros —tocó ligeramente en el hombro al hombre rechoncho que estaba junto a ella—, éste es Wolfgang Gibbs, Encargado de Gulf City. Ella es Charlene Bloom, mi ayudante personal. Y yo soy Judith Niles. —Sonrió de nuevo—. Soy la Directora General de Gulf City y de todas las operaciones Inmortales. Quédense quietos un poco más.

Avanzó y les miró a la cara. Luego estudió los diales dispuestos en la cabecera de las camas durante un par de segundos y asintió.

—Creo que podemos devolverles su movilidad. Las precauciones eran tanto por su propio bien como por el nuestro. Orden: Liberad a estos tres.

Las bandas alrededor de Peron se soltaron de inmediato y, un instante después, sintió una punzada en sus miembros y el regreso de las sensaciones. Se incorporó y se puso en pie, asegurándose de su equilibrio.

—Están ustedes ansiosos por recibir sus respuestas —continuó Judith Niles—. En su lugar, yo también lo estaría. Muy bien, no les decepcionaremos. Wolfgang, ¿quieres encargarte de las explicaciones? Por favor, reúnete conmigo en el momento adecuado.

Tocó un dispositivo en su cinturón y desapareció. Un momento después, Charlene Bloom hizo lo mismo. Wolfgang Gibbs se quedó mirando burlonamente a Sy, Elissa y Peron.

—Bien. Esto es grandioso. —Arrugó la nariz—. Sí. JN dice que pueden quedar libres y entonces ella y Charlene vuelven al trabajo… Así que tengo que cargar con ustedes yo solo cuando se vuelvan homicidas. Muy bien, confiaré en ustedes. Si les apetece andar un poco, haremos el viejo itinerario turístico.

Wolfgang Gibbs se dio la vuelta y se dirigió a la puerta de la habitación. Tras mirarse mutuamente, los otros tres le siguieron.

—Podríamos usar los robots de servicio para trasladarnos —dijo Gibbs por encima del hombro—. Es lo que hago normalmente. Pero entonces no saborearían lo que es Gulf City. Mejor hacerlo a pie y así lo conocerán todo para referencias futuras. Empezaremos con el exterior.

—¿Adonde nos lleva? —preguntó Elissa, poniéndose a su altura, mientras Peron y Sy se quedaban detrás.

Él la miró apreciativamente. Para disgusto de Peron, parecía inspeccionar su cara y figura.

—Al Mirador. Es el lugar donde se hacen las observaciones galácticas. Toda la galaxia y más allá. En Gulf City nos dedicamos a escuchar y observar. Por eso estamos aquí, a años luz de cualquier parte. Advertirán que hay muchos menos robots de servicio aquí que de costumbre, y menos artilugios mecánicos. Nos las arreglamos solos. Cuando se llega hasta aquí para escuchar con tranquilidad, no conviene mezclar las señales observadas con la propia basura electrónica.

Les condujo por un corredor radial que tenía más de un kilómetro de radio. El tamaño de Gulf City empezó a impresionar a los otros tres. Cuando llegaron al Mirador, se movían en absoluto silencio, tomando notas mentales de todo lo que veían. Gulf City al completo estaba adornada con antenas, telescopios, interferómetros y señalizadores. Docenas de portillas exteriores mostraban el mismo vacío blancuzco del espacio-L, pero las pantallas interiores cambiaban la secuencia y por eso podían ver el espacio interestelar desde todas las longitudes de onda, desde los rayos X a ondas de radio de un millón de kilómetros. Wolfgang Gibbs se detuvo largamente ante una de las pantallas.

—¿Ven eso? —dijo por fin. Señaló la pantalla, donde algo en forma de cangrejo destacaba contra un fondo claro—. ¿Esa masa oscura en espiral? Es una de las principales razones por las que estamos en Gulf City. Llevamos observándolas quince mil años terrestres. Yo mismo lo he hecho la mitad de ese tiempo… Vine aquí hace cuatro años-L, con Charlene Bloom.

—¿Qué es lo que son? —preguntó Sy. Su aspecto taciturno había desaparecido, y en su voz había un tono de excitación febril—. Esa pantalla muestra señales de frecuencias de radio ultra largas… no sé de nada que irradie así, excepto los gosámeros y los pipistrellas que vimos en camino hacia la Tierra.

Wolfgang olvidó sus modales indiferentes y miró a Sy con firmeza.

—Muy bien, muchacho. Empezamos con la misma idea. Pero ahora pensamos que la mitad del Universo se comunica en esas largas frecuencias. Como nuestro amigo de allí. Lo llamamos un Objeto Kermel, pero eso es sólo un nombre. Sigue siendo un misterio importante. Pensamos que es una especie de hermano mayor de los gosámeros. Se envían señales mutuamente, en múltiples longitudes de onda.

Las pantallas mostraban un campo de visión de trescientos sesenta grados. Sy se movió rápidamente de una a otra, buscando la forma oscura y arácnida.

—Las pantallas muestran los Objetos Kermel en todas direcciones. ¿A qué distancia están?

—Buena pregunta —dijo Wolfgang—. Muy lejos. Muy, muy lejos. Estimamos que el más cercano se encuentra a dos mil años-luz, e incluso ése está fuera del plano de nuestra galaxia. No son objetos intergalácticos. A menos que se venga a un sitio tranquilo como éste, no se puede esperar detectarlos. Vamos. Tendrán multitud de oportunidades de aprender más cosas sobre los Kermel, pero por ahora quiero mostrarles el resto. Les diré una cosa más: están delante de una posible inteligencia. Una inteligencia que parece ser más vieja que esta galaxia.

Continuó recorriendo el exterior de Gulf City, completando un circuito de más de tres millas. Sy no volvió a hablar. Elissa hacía preguntas sobre todo, y Gibbs contestaba lo mejor que podía. Al haber llegado a Gulf City, todos los secretos parecían haber desaparecido.

Vieron millones de metros cúbicos de equipo generador de energía y aparatos impulsores suficientes para permitir a Gulf City moverse a través del espacio interestelar hacia donde quisiera. Había instalaciones procesadoras de alimentos para abastecer a cientos de miles de personas, casi en el centro de la estructura. Según Wolfgang Gibbs, la población actual de Gulf City era de casi setecientas personas, aunque la capacidad original era más de diez veces superior.

Finalmente, después de mostrarles corredor tras corredor de habitáculos, Gibbs se detuvo y se encogió de hombros.

—Les llevará un mes verlo todo, pero tienen suficiente para empezar. Descansen y acomódense aquí. Todas estas habitaciones están completamente equipadas. El sistema de información les dirá todas las cosas sobre la ciudad que yo no he hecho. Me aseguraré de que los robots de servicio acepten órdenes de sus voces. Pero no esperen una respuesta instantánea: siempre estamos cortos de servicio. Tenemos reunión en el despacho de JN dentro de tres horas. Les veré allí.

—¿Dónde está eso? —preguntó Elissa.

—Pregúntenle al sistema de información si quieren llegar a pie. Si se sienten cansados, sólo den la orden. Si me necesitan, usen el sistema de llamada.

Wolfgang Gibbs guiñó a Elissa, manipuló un control en su cinturón y desapareció.


—Bien. ¿Qué piensas? —preguntó Peron.

Elissa miró al techo. Estaban solos por fin. Sy les había dejado minutos después de la partida de Gibbs, diciendo que necesitaba tiempo para pensar. Peron y Elissa habían vagabundeado un rato por los interminables corredores, curioseando en las cocinas, áreas de entrenamiento y salas de ejercicios. Todas estaban desiertas. Finalmente, encontraron una serie de aposentos que les había parecido adecuados y decidieron trasladarse a ellos. Ahora yacían uno al lado del otro sobre una zona de suelo mullido y confortable.

—¿Crees que nos están observando? —preguntó ella por fin.

—En la duda, supón que sí. Pero ¿representa esto alguna diferencia?

—Supongo que no. Pero creo que en la próxima reunión van a saltar chispas. ¿Te diste cuenta de la forma en que Sy y la Directora General se miraban?

—¿Judith Niles? Fue difícil no verlo. Probablemente está acostumbrada a que la respeten. Ya conoces a Sy, es rudo hasta con el diablo.

—Le dije que se lo tomara con calma. —Elissa se echó a reír—. Me contestó que ella era demasiado arrogante.

—Viniendo de Sy, es un cumplido. ¿Y qué cree que es él?

—Eso mismo le dije yo. Me replicó que tal vez él tiene el «recelo natural de la juventud», pero que ella tiene la «intolerable arrogancia de la autoridad incuestionada». Según Sy, está rodeada por gente que la obedece en todo y piensa que sabe todas las respuestas.

—¿Y es él quien las conoce? —Peron estaba irritado. Aún sentía celos de Sy, particularmente cuando Elissa mostraba admiración hacia él.

—No. Dice que tiene un centenar de preguntas sin contestar, pero que no quería formularlas ante Gibbs. Está esperando ver a Judith Niles.

—Yo también. Pero queda una pregunta por hacer. ¿Por qué existe Gulf City?

—Ya has oído lo que ha dicho Wolfgang: para estudiar los Objetos Kermel.

—Claro, pero eso no tiene sentido. —Peron se giró para ver a Elissa—. Mira, puedo imaginar a un grupo de científicos puros discutiendo el hecho de si merece la pena el enorme esfuerzo de instalar una estación de investigación aquí, en el golfo, para decidir la naturaleza de los Objetos Kermel. Pero ya has visto a Judith Niles. ¿Te la imaginas tragándose ese argumento? Les habría echado de su despacho en dos minutos. Creo que Sy le hará la pregunta principal. Y espero que sea él. Si no lo hace, tendremos que hacerla tú y yo.

Peron parecía preocupado pero decidido. Elissa no dijo nada más. Se arrimó a él y le abrazó.


Casi a medio kilómetro de distancia, en un área privada al otro lado de Gulf City, Wolfgang Gibbs sostenía su propia reunión privada con Charlene Bloom. Los dos se encentraban tumbados uno al lado del otro en una habitación vacía, en la oscuridad, con todos los monitores desconectados.

—Has notado la diferencia, ¿verdad? —dijo él suavemente—. Creo que esta vez hemos cogido un tipo de peces diferentes. Tiburones, tal vez, y no simples sardinas.

—Estoy de acuerdo. JN, desde luego, también piensa lo mismo. Pudiste sentir la tensión entre los cuatro. Especialmente con el muchacho de pelo oscuro. Sy. No cedió ni una pulgada ante ella. No estoy segura de querer estar delante en el próximo encuentro. JN tendrá trabajo de sobras.

—Eso espero. —Wolfgang Gibbs sonrió amargamente en la oscuridad—. ¿Sabes cuál es el problema con nosotros dos, Charlene? Estamos atascados. JN es el jefe, y lo sabemos, los tres. No podemos discutir con ella, aunque tengamos razón, porque ella es demasiado enérgica. Estoy cansado de este sitio, y estoy empezando a odiar la vida en el espacio-L, pero aún no puedo decirle que quiero marcharme.

—¿Marcharte? ¿Dejar Gulf City y a JN por completo? —Charlene Bloom se separó de él—. No podemos hacerlo. Llevamos juntos desde el principio.

—Sí. Y es demasiado. Más de quince años, la mayoría de ellos en el espacio-L. Dios, Charlene, ¿no te parece que necesitamos una nueva perspectiva de las cosas? No creo que seamos nosotros quienes podamos proporcionarla. Tal vez esos tres muchachos puedan. Tú y yo deberíamos marcharnos a descansar, a dirigir un grupo de contacto planetario o un Mando de Sector. Tal vez podríamos ir a Pentecostés, de donde vienen ellos.

—¿Les dijiste lo de sus tres amigos?

Gibbs hizo una mueca y sacudió la cabeza.

—Todavía no. No pude hacerlo. Están esperando que vengan a Gulf City. Voy a dejar que JN les de la noticia. Va a ser duro para ellos.

Hubo un largo silencio.

—¿Wolfgang? —dijo Charlene por fin.

—¿Sí?

—Lamento que te sientas así. —Su voz sonaba preocupada, llena de dudas—. Sé que a veces es frustrante. Pero he sido feliz aquí todos estos años. Conozco mis limitaciones. No podría haber hecho lo que ha hecho Judith. Ella nos reunió a los tres y ha hecho que permaneciéramos juntos. Ni tú podrías haberlo hecho. Y puedes decir lo que quieras sobre vivir en el espacio-L, pero nos enfrentamos con el mayor problema de la humanidad. Si no encontramos una solución, creo que será el final del camino para el homo sapiens. Y si tú estás haciendo un sacrificio, JN lo hace también.

—Lo sé. Pero ¿y si estamos equivocados? JN piensa que estamos haciendo progresos, pero por lo que a mí respecta nos encontramos en la misma situación que cuando se creó Gulf City, hace más de quince mil años terrestres. ¿Qué hemos conseguido en todo ese tiempo? ¿Y cuánto tendremos que esperar hasta que se acabe?

Charlene no respondió. Wolfgang había hablado en ocasiones de marcharse de Gulf City, pero nunca en términos tan fuertes. Si se iba, ¿qué haría ella? No podría soportar la pérdida de Wolfgang, pero tampoco podía abandonar su trabajo ni a Judith Niles.

Se alegró de estar a oscuras. Temía, más que nunca, los resultados de la reunión inminente.

28

Sy dudó durante un minuto después de dejar a Peron y Elissa. Entonces se movió con rapidez. Durante su paseo por Gulf City habían visto una docena de cámaras de suspensión para entrar y salir del espacio-L. Se dirigió a la más cercana y, sin dudarlo, se introdujo en uno de los tanques. Verificó los monitores para confirmar que se encontraba solo y no le observaban, y entonces se tumbó en uno de los sarcófagos e inició el proceso que le llevaría al espacio normal. Cerró los ojos…

… y los abrió para encontrar a Judith Niles mirándole tranquilamente a través de la cubierta transparente del tanque. En su cara había una sonrisa que no pudo descifrar, y cuando estuvo completamente despierto, ella abrió la puerta y le ayudó a salir. La miró atónito.

—Vamos —dijo ella—. Tenemos que hablar a solas los dos. Creo que mi despacho será mucho más cómodo que esta cámara.

Sin mirarle, se dio la vuelta y empezó a caminar. Le condujo a los laboratorios principales de Gulf City, en el centro mismo de la estación. Sy pronto se encontró en una serie de habitaciones donde había cuadros en las paredes, estanterías de libros auténticos y filas alineadas de monitores. Ella le hizo un gesto con la mano.

—Primera lección. Le voy a dar muchas. No suponga, nunca, que no se le observa. Aprendí el arte de la observación de un maestro, el único maestro que he conocido. Desde aquí se puede observar todo.

Ajustó la gravedad para que ésta fuera la mitad de la terrestre y luego se hundió en un sillón. Hizo una seña a Sy para que la imitara. Hubo un largo silencio, durante el cual los dos se observaron con firmeza.

—¿Quiere que empiece a hablar? —dijo ella por fin.

Sy sacudió la cabeza.

—Usted primero, yo segundo. Sabe que tengo preguntas.

—Naturalmente. —JN se echó hacia atrás y suspiró—. No me interesaría por usted si no lo hiciera. Y creo que tengo algunas respuestas. Pero tiene que ser un intercambio recíproco.

—¿Qué quiere de mí?

—Todo. Cooperación, comprensión, inteligencia, nuevas ideas. Tal vez hasta camaradería. —Le observaba con una intensidad peculiar, con los ojos completamente abiertos y sin parpadear bajo las cicatrices de la frente—. Es algo que no he tenido desde que salimos de la Tierra. Creo que puede ser un buen colega. Dios sabe cuánto lo necesitamos. Nos faltan ideas frescas. Cada vez que se ha producido una nueva llegada a Gulf City he sentido esa esperanza. Creo que es usted diferente. Podemos leernos mutuamente. Eso es más raro de lo que cree. Quiero que me ayude a reclutar a sus compañeros, porque no estoy segura de poder hacerlo. Son una pareja testaruda. Pero usted piensa de la misma forma que yo. Sospeché que vendría aquí, al espacio normal, porque es exactamente lo mismo que yo hago cuando necesito tiempo para pensar. ¿No ha oído que es malo pasar con mucha frecuencia del espacio normal al espacio-L?

Sy asintió.

—Eso es lo que nos dijo Olivia Ferranti. Ella lo cree así, pero yo no estoy tan seguro. No he visto ninguna evidencia.

—No creo que lo haga. Si hay efectos nocivos, son muy sutiles. —Judith Niles volvió a sonreír, una sonrisa abierta que iluminó su cara—. Pero un sistema en el que la gente entra y sale del espacio normal para pensar es difícil de controlar. No acepta la palabra de los otros con facilidad, ¿verdad?

—¿Tendría que hacerlo? —La cara de Sy continuaba inexpresiva—. Mire, si esto va a ser algo más que una pérdida de tiempo, vayamos a lo específico. Tiene razón. Vine aquí para pensar antes de reunimos con usted otra vez. Necesitaba tiempo. Gulf City parece una gran charada. Un lugar sin ningún propósito plausible. Si quiere mi cooperación, y la cooperación de Peron y Elissa, empiece diciéndome qué es lo que pasa aquí. Dígame por qué existe Gulf City.

—Haré más que eso. —Judith Niles se levantó—. Se lo mostraré. Podrá verlo usted mismo. No tengo muchas oportunidades para lucirme sobre el trabajo que hacemos aquí, pero eso no significa que no esté orgullosa de él. Póngase este traje. Vamos a visitar unos cuantos lugares fríos.


Le condujo por un largo corredor. La primera habitación contenía media docena de personas, todas congeladas en posturas de concentración en torno a dos camas ocupadas por formas reclinadas.

—Un laboratorio-L estándar. —Judith Niles se encogió de hombros—. No hay ningún misterio aquí, ni justificación para la existencia de Gulf City. Aún llevamos a cabo experimentos sobre el sueño en el espacio-L, pero no hay razón para ello excepto mi interés personal. Éste es mi laboratorio propio. Empecé a investigar sobre el sueño allá en la Tierra. Y eso fue lo que nos llevó a descubrir el espacio-L. El centro principal para la investigación del sueño sigue estando en el Sistema Solar, al mando de Jan De Vries. La mejor proporción que conocemos reduce el sueño a una hora de cada treinta. Nuestro objetivo final sigue siendo el mismo: sueño cero.

Cerró la puerta. Otro corredor, otro laboratorio, al que hubo que acceder a través de una puerta de doble aislamiento… Antes de hacerlo, sellaron sus trajes.

—La temperatura aquí está muy por debajo del punto de congelación —explicó Niles a través de la radio del traje—. Esto deberá resultarle mucho más interesante. Lo descubrimos hace siete mil años terrestres. Lo hizo Wolfgang Gibbs, cuando explorábamos los efectos psicológicos de la hibernación. Lo llama estado-T.

En la habitación había cuatro personas, cada una de ellas sentada en una silla y sujeta por la cabeza, muñeca, cintura y muslos. Llevaban cascos que les cubrían los ojos y las orejas, y no se movían.

Sy se adelantó y las examinó de cerca. Tocó un dedo congelado y alzó la visera del casco para mirar en los ojos abiertos.

—No pueden estar en espacio-L —dijo por fin—. Esta habitación es demasiado fría. ¿Están conscientes?

—Completamente. Estos cuatro son voluntarios. Llevan en estado-T casi mil años terrestres, pero se sienten como si hubieran entrado en él hace menos de cinco horas. Su ritmo de experiencia subjetiva es aproximadamente una billonésima parte del normal, una milésima del espacio-L usual.

Sy guardó silencio, pero por primera vez pareció sorprendido.

—Curioso, ¿verdad? Todos sentimos lo mismo cuando Wolfgang nos lo mostró. Pero el significado real del estado-T no será obvio para usted hasta dentro de un rato. Es difícil notar lo lento que pasa el tiempo allí. Déjeme decirle cómo lo expresó Charlene Bloom cuando ella y yo tuvimos nuestra primera experiencia de un minuto en el estado-T: en el tiempo que tarda un reloj de estado-T en dar la medianoche, la Tierra experimenta dos estaciones, de invierno a primavera, y de primavera a verano. Una vida entera en la Tierra pasa en media hora-T. No tenemos ni idea de cuál puede ser la expectativa de vida humana para el que permanezca en el estado-T, pero suponemos que es de millones de años terrestres.

—¿Por qué los cascos?

—Percepción sensorial. Los humanos en estado-T están ciegos, sordos y mudos sin ayuda del ordenador. Nuestros órganos sensores no están diseñados para luz y sonido de longitudes de onda tan largas. Los cascos las ajustan. ¿Quiere probar con el estado-T?

—Por supuesto.

—Ajustaré el aparato para que pase unos pocos minutos en él. Eso es suficiente. Recuerde la diferencia: un minuto-T es más de un día en el espacio-L, y casi cuatro años terrestres.

Judith Niles, una vez más, se dio la vuelta para marcharse de la habitación. Sy, tras mirar por última vez las cuatro figuras inmóviles, la siguió por otro largo corredor apenas iluminado. Notó que la energía y la concentración de ella continuaban con la misma fuerza.

Finalmente, llegaron ante una gran puerta metálica protegida por cerraduras que requerían huellas dactilares, y comprobaciones retínales y vocales. Cuando el sistema dejó pasar a Sy, éste miró sorprendido a su alrededor. Había esperado algo nuevo y exótico, tal vez otro laboratorio de congelación, lleno de extraños experimentos sobre ralentización del tiempo o suspensión de la conciencia; pero la habitación parecía no ser más que un centro de comunicaciones normal. Y, además, estaba lleno de polvo y pobremente conservado.

—No juzgue por las apariencias. —Judith Niles había visto su expresión—. Ésta es la sala más importante de Gulf City. Si existe algún secreto, está aquí. Y no piense que la naturaleza humana cambia cuando la gente se traslada al espacio-L. La mayoría de los individuos nunca se cuestionan por qué las cosas se hacen así en nuestro sistema. Si preguntan, se les muestra lo que está usted a punto de ver. Si no lo hacen, no forzamos la información. Éste es el lugar donde se encuentran los registros más antiguos.

Se sentó ante la consola y procedió a introducir una larga secuencia codificada.

—Debería intentarlo con éste si piensa que se le da bien encontrar gazapos en el software. Tiene seis niveles de protección. Vamos a entrar en la base de datos gradualmente. Éste es un buen sitio para empezar.

Introdujo otra secuencia. La pantalla se iluminó con el brillo suave y uniforme característico del espacio-L. Tras unos segundos, apareció una oscura cadena de poliedros y paneles unidos por filamentos plateados.

—Ya los ha visto antes. Gosámeros y pipistrellas, probablemente las primeras inteligencias alienígenas que han descubierto los seres humanos. Nos topamos con ellos hace veinte mil años terrestres, en cuanto las sondas lanzadas al espacio-L empezaron a utilizar tripulaciones, pero aún no estamos seguros de si son inteligentes o no. Tal vez depende de nuestra definición sobre lo que es la inteligencia. ¿Interesante?

Sy se encogió de hombros.

—¿No demasiado? —Judith Niles tocó de nuevo la consola de control—. Estoy de acuerdo. Interesante de modo abstracto, pero no más que eso, a menos que los humanos aprendan a entablar con ellos un diálogo real. Bien, lo intentamos. Localizamos sus frecuencias de emisión preferidas y encontramos qué señales simples les repelían y les hacían dejar de succionar nuestra energía. No es un gran mensaje, y jamás conseguimos llegar más lejos. Los gosámeros y los pipistrellas demostraron ser una especie de callejón sin salida. Pero nos sirvieron en bandeja algo enormemente importante. Nos pusieron en guardia respecto a una zona particular. Empezamos a escuchar esas frecuencias cada vez que estábamos en el espacio profundo y pensábamos que podría haber un gosámero cerca. Y fue entonces cuando empezamos a interceptar otras señales, en las mismas longitudes de onda. Emisiones regulares de radiación de baja frecuencia, con un modelo como éste.

En la pantalla aparecieron una serie de curvas que subían y bajaban, una secuencia de complejos sinusoides que se entrelazaban, rotos por pulsos regularmente espaciados.

—Nos dimos cuenta de que eran señales, no sólo emisiones naturales. Pero eran débiles e intermitentes, y no pudimos localizar su fuente. A veces, una nave en tránsito interestelar localizaba una señal en el receptor lo suficientemente larga para que la tripulación colocara una antena hacia la dirección de la que procedía. Recibían a veces una débil imagen durante un rato y luego la perdían a medida que la nave seguía avanzando. Era un tormento, pero, con los años, construimos una biblioteca de imágenes parciales y difusas. Finalmente, tuvimos suficientes para introducirlas todas en un ordenador y buscar una pauta. Encontramos una. Los «avistamientos» tenían lugar sólo a mediados de los viajes, y sólo cuando las naves estaban lejos de todos los cuerpos materiales y las fuentes de señales. Las señales eran recibidas sólo cuando estábamos en el espacio profundo. Cuanto más profundo, mejor.

»Por entonces ya sabíamos que estábamos viendo algo diferente de los gosámeros y los pipistrellas. Las nuevas fuentes eran débiles y distantes, y las imágenes reconstruidas mostraban indicios de una estructura en espiral, no como esos paneles de poliedros. Pero aún disponíamos de muy poca información. Parecía un misterio científico fascinante, pero no mucho más. Entonces fue cuando Otto Kermel propuso una serie de misiones para estudiar e investigar esos objetos.

»No tengo ningún mérito que atribuirme en lo que sucedió a continuación. Pensé que su idea no conduciría a ninguna parte, y le di apoyo y recursos mínimos. Kermel hizo todo el trabajo inicial por su cuenta. Le dimos una nave de una plaza y le enviamos a un tranquilo emplazamiento a unos siete años luz del Sistema Solar. El argumentó que la ausencia de campos magnéticos y gravitacionales eran esenciales para estudiar los objetos. Aunque su primer objetivo era comunicarse con ellos, descubrió que un mensaje enviado al más cercano de ellos requería dos años-L. Eso le limitaba, pero durante sus estudios descubrió un montón de cosas más.

«Primero, descubrió muchos Objetos Kermel por toda la galaxia. Las señales que interceptábamos no estaban dirigidas a nosotros. Estábamos asistiendo a transmisiones entre los Kermel, y estas señales eran numerosas. Basándose en la longitud de esas transmisiones, Otto concluyó que los Objetos Kermel son inmensamente viejos, con un promedio de vida tan lento que el espacio-L es inadecuado para estudiarlos. En miles de años terrestres, estaba recibiendo sólo señales parciales. Otto dijo que podía decodificar parcialmente sus mensajes, y que creía que existían desde la formación del universo, desde antes del Big Bang, según uno de sus informes más descabellados. También sugirió que se reproducían, no por el intercambio de material genético, sino por el intercambio radiado de información genética. No hemos podido verificar ninguna de esas conjeturas, y Otto no pudo proporcionar datos suficientes para dar pruebas convincentes. Lo que necesitaba era el estado-T, y la oportunidad de estudiar los Objetos Kermel en unos períodos de tiempo más apropiados. Por desgracia, marchó a una segunda expedición justo antes de que se descubriera el estado-T. Y no ha regresado.

«Para cuando marchó, sin embargo, habíamos cambiado de opinión sobre la importancia práctica del estudio de los Objetos Kermel. Decidimos que era básico para el futuro de la especie humana. Hemos continuado su trabajo, pero sin gran parte de su base de datos. Eche un vistazo a esto.

Judith Niles proyectó otra escena en la pantalla.

—¿Le parece familiar?

Sy la estudió un par de segundos y luego se encogió de hombros.

—Es la imagen de una galaxia en espiral, invertida. No tengo idea de cuál.

—Correcto. No hay manera de que la reconozca, pero es esta galaxia, vista desde el exterior. Esta señal fue registrada por Otto Kermel procedente de uno de los objetos que se encuentran sobre el plano galáctico. Como parte de la misma señal, vino también esta imagen.

Tras teclear otra orden, apareció otra imagen junto a la primera. Era la misma galaxia, pero ahora las estrellas aparecían de color diferente.

—Siga observando con atención. Voy a acercar el zoom.

Los campos estelares se expandieron a medida que el ángulo de visión se acercaba para enfocar uno de los brazos de la espiral. Pronto pudieron distinguir estrellas individuales en la pantalla.

Judith Niles detuvo el zoom.

—En cuanto se miran las estrellas individuales, se puede ver lo que pasa. Las estrellas a la derecha han sido coloreadas de acuerdo con su tipo espectral. Y, al mirar las estrellas de nuestro alrededor, fue fácil para nosotros leer el código. Por ejemplo, el Sol es una estrella G-2 V, y las de tipo G aparecen en verde pálido. Las gigantes rojas son magenta, las supergigantes tipo O están en púrpura y las enanas rojas son amarillo anaranjadas. Había un fragmento de información importante en la imagen. Al mirar la distribución de las estrellas en algunos de los conjuntos estelares principales, pudimos determinar la fecha. Toda la evidencia era consistente y nos dijo que la imagen representaba la situación hace setenta mil años terrestres. Cuando Otto Kermel recibió otra señal del mismo tipo, pensó al principio que sólo era una copia. Pero no lo era. Aquí está.

Produjo otra imagen en la pantalla, sobreimpresa en la primera.

—La distribución estelar indica una fecha diferente, Esta imagen muestra el brazo de nuestra galaxia como será dentro de cuarenta mil años terrestres. Eche un buen vistazo. Es la imagen más importante de la historia humana.

Sy contempló la pantalla en silencio durante un par de minutos.

—¿Puede ajustar la pauta de color según el tipo espectral? —dijo por fin.

Judith Niles, sin decir palabra, introdujo un código de colores en la pantalla. Sy guardó de nuevo silencio.

—¿Dónde está el Sol? —preguntó finalmente.

Judith Niles sonrió torvamente y movió el cursor para indicar una estrella.

—Éste es el Sol, tal como será dentro de cuarenta mil años. Ahora ve por qué estamos aquí en Gulf City.

—Una enana roja. Tipo espectral equivocado. Todo el brazo de la espiral está lleno de enanas rojas, en una proporción demasiado elevada. —Sy volvió a prestar atención a la primera imagen—. Es imposible. Según la imagen, no fue así hace setenta mil años. Y no hay modo de que los tipos estelares cambien tanto y en tan poco tiempo. Deben estar ustedes interpretando mal los datos.

—Eso es lo que pensamos al principio. Entonces empezamos a comparar catálogos estelares recientes con los hechos en los primeros días de la astronomía. No hay ningún error. La secuencia principal de estrellas centradas en esta región del brazo en espiral ha estado cambiando. —Movió el cursor a unos tres mil años luz más cerca del centro galáctico—. Lo que solían ser clases espectrales G y K se están conviniendo en clase M.

—¡Imposible! —Sy sacudió la cabeza vigorosamente—. A menos que toda la astrofísica que aprendimos en Pentecostés estuviera equivocada. Hacen falta cientos de millones de años, como mínimo, para cambiar de un tipo espectral a otro, si es que no se produce un cataclismo como una nova.

—Su astrofísica es la misma que la nuestra. Y sólo podemos pensar en un mecanismo de cambio. Las estrellas de clase G y clase K tienen temperaturas en la superficie entre cuatro mil y seis mil grados. Las de clase M están entre los dos mil y los tres mil. Se podrían lograr esos cambios en el tipo estelar si, de alguna manera, se consiguiera amortiguar artificialmente la reacción de fusión en las estrellas. Reduzca la producción de energía interna y reducirá la temperatura general.

Sy parecía frustrado.

—Tal vez. Pero ¿puede sugerir algún proceso para conseguirlo? No conozco ninguno.

—Nosotros tampoco. No existe proceso natural alguno. Esto me lleva a una conclusión desagradable. La información que hemos recibido de los Objetos Kermel es cierta. Hemos verificado otros cambios en los tipos estelares. Y no hay ningún medio natural para que sucedan estos cambios. Así que, o bien los Objetos Kermel inducen los cambios, o alguna otra entidad que vive en nuestro brazo de la galaxia prefiere estrellas de luminosidad y temperatura más baja.

—¿Quiere decir que algo o alguien está induciendo una reducción de reacciones de fusión a través del brazo de la espiral… intencionadamente?

—Exacto. —La frente de Judith Niles se llenó de arrugas, y de repente pareció diez años más vieja—. Es una conclusión aterradora, pero es la única. No creo que los Objetos Kermel lo estén haciendo, aunque parecen saber mucho al respecto. Tenemos algunas evidencias que sugieren que comprenden todo el proceso y parecen capaces de predecir los cambios. Pero creo que ellos no originan la acción. Lo que estamos viendo es el trabajo de otra especie, más parecida a nosotros. Una especie para la que el espacio profundo, preferido por los gosámeros o los Objetos Kermel, no tiene ninguna utilidad. Estas otras criaturas quieren vivir cerca de una estrella. Una estrella roja y de baja luminosidad. —Apagó la pantalla, se echó hacia atrás y cerró los ojos—. Hace muchos años, los humanos hablamos de dar a Marte y a Venus características semejantes a las de la Tierra, pero nunca lo hicimos. Estábamos demasiado ocupados haciéndonos volar mutuamente por los aires como para intentarlo. Ahora tal vez hemos encontrado a alguien más racional y más ambicioso. Lo que estamos viendo es una modificación inducida en las estrellas, una estrellaformación. Si continúa, y si no la comprendemos ni encontramos un medio de detenerla, dentro de otros cien mil años no habrá ninguna estrella tipo G en esta parte de la espiral. Y eso será el fin de las colonias planetarias humanas. El final.

Judith Niles se detuvo y desconectó las pantallas.

—Pensamos que los Objetos Kermel tienen la clave —dijo suavemente—. ¿Ve ahora por qué estamos viviendo en el seno de la nada, y por qué el espacio-L y el estado-T son tan importantes? En el espacio normal, un centenar de miles de años parecen una eternidad. Pero espero estar viva dentro de mil siglos terrestres.

Peron y Elissa habrían encontrado extraña la expresión de Sy. Parecía incómodo, como si hubiera perdido su confianza.

—Lo entendí mal. Pensé que la única razón para estar aquí en Gulf City era estar a salvo de las interferencias exteriores, y controlar el espacio-L. La ventaja de ser un Inmortal se nos presentó como un promedio de vida subjetivo mayor… pero ahora tengo dudas sobre eso.

—Hace bien. Disponemos de métodos para extender la vida. Métodos que provienen de la investigación del espacio-L y que permiten vivir más tiempo en el espacio normal. Y probablemente también permiten que el sujeto disfrute la vida de forma más agradable. Pero no se pueden resolver los problemas que nos plantean los Objetos Kermel a menos que se pueda trabajar con ellos a largo plazo. Eso significa Gulf City, y espacio-L.

Se incorporó.

—¿Trabajará en esto conmigo? ¿Me ayudará a persuadir a sus amigos para que hagan lo mismo?

—Lo intentaré. —Sy dudó—. Pero aún necesito pensar. No he tenido el tiempo que buscaba cuando me dirigía a los tanques.

Judith Niles asintió.

—Lo sé. Pero quería que pensara sabiendo por completo qué es lo que sucede. Ya lo tiene. Ahora he de regresar. Esta cámara se autocerrará cuando usted se marche. Y en cuanto esté dispuesto para hacerlo, reunámonos de nuevo con sus amigos. —Ahora dudó, y su expresión fue pareja a la intranquilidad de Sy—. Hay algo más que discutir, pero es sobre otro tema. Y quiero hacerlo cuando todos ustedes estén juntos.

Le dirigió una sonrisa preocupada y se encaminó a la puerta. Por primera vez, Sy pudo verla como una figura solitaria y vulnerable. El poder y la intensidad de su personalidad estaban aún allí, inconfundibles, pero mudos, abrumados por un monstruoso problema sin resolver. Pensó en la confianza con que los ganadores de la Planetfiesta habían salido de Pentecostés. Habían tenido la convicción de que cualquier problema en la galaxia caería bajo su ataque combinado. ¿Y ahora? Sy se sentía más viejo, con una gran necesidad de tiempo para poder pensar. Judith Niles había estado soportando una enorme carga de responsabilidad durante mucho tiempo. Necesitaba ayuda, pero ¿cómo podría él proporcionársela? ¿Podría hacerlo alguien? Quería intentarlo. Por primera vez en su vida, había encontrado a alguien cuyo intelecto recorría las mismas pautas que el suyo propio, alguien en cuya presencia se sentía completamente en calma.

Sy se arrellanó en su asiento. Sería irónico que la satisfacción de encontrar otra mente como la suya llegara al mismo tiempo que un problema demasiado grande para ambos.


Una hora más tarde, Sy aún se encontraba en la misma posición. A pesar de sus esfuerzos, su mente se había centrado en un tema único: los Objetos Kermel. Empezaba a ver el Universo como ellos deberían verlo, desde aquel punto de observación único que daba la mayor perspectiva del paso del tiempo y la evolución. Con el estado-T disponible, los humanos tenían una oportunidad de experimentar aquella otra visión del mundo.

He aquí un cosmos que había explotado desde un punto inicial y singular de calor y luz incomprensibles, dando forma a las grandes galaxias, agrupándolas en espiral y haciéndolas girar sobre sus ejes centrales como trompos gigantes. Se integraban en amplias familias galácticas, arrojaban chorros supercargados de gas y radiación, colisionaban y pasaban una a través de otra y, en su interior, se esparcían vastas nébulas gaseosas.

Los soles se inundaban rápidamente de oscuras nubes de polvo y gas, pasando de un brillo rojo pálido a un pálido azul-blanco. Mientras los contemplaba con sus ojos mentales, brillaron, se expandieron, explotaron, se oscurecieron, engulleron planetas o giraron. Una miríada de fragmentos planetarios se enfrió, se resquebrajó y emitió su capa de gases protectores. Acogieron la chispa de la vida en sus océanos de agua y aire, la albergaron, la nutrieron, y finalmente la arrojaron al espacio que los rodeaba. Entonces, hubo una sacudida de vida en las estrellas, una danza de incesante actividad humana contra el cambiante fondo estelar. El espacio cercano a las estrellas se llenó con el latido incesante y el temblequeo de la vida orgánica inteligente. Todo el Universo se abría ante ella.

Y ahora el estado-T se convertía en esencial. Los humanos, asentados en planetas, efímeros y menos que nada, consumían sus breves existencias en una minúscula fracción de un día cósmico. Toda la historia humana había sucedido en un solo día-T, mientras la humanidad salía del remolino de los planetas al espacio que rodeaba al Sistema Solar. Entonces el espacio-L les había permitido acceder a las estrellas más cercanas, pero la galaxia entera y el espacio intergaláctico permanecían aún inexplorados. Y en ese espacio, en estado-T, los humanos podrían ser libres para vivir eternamente.

Sy se acomodó en su asiento, ebrio con esta nueva visión. Pudo ver un brillante camino que iba desde los primeros pasos de la humanidad y se extendía hasta el futuro lejano. Era el camino a la eternidad. Un camino que quería emprender, fueran cuales fueran las consecuencias.

29

Elissa fue la última en llegar a la reunión. Mientras corría para ocupar su asiento en la larga sala de conferencias, echó un vistazo a la mesa y se sorprendió por la extraña forma en que estaban colocados los asientos. Judith Niles se encontraba sola en un extremo de la mesa, con la cabeza inclinada y los ojos fijos en la consola de control que tenía delante. Sy estaba sentado a su derecha, y Peron estaba junto a él, con una silla vacía entre ellos. Peron parecía un poco incómodo, mientras que Sy estaba obviamente a un millón de kilómetros de distancia, absorto en alguna preocupación privada. Wolfgang Gibbs y Charlene Bloom ocupaban sus asientos en el extremo opuesto de la mesa. Estaban sentados muy juntos, pero apartados de los demás. Wolfgang tenía el ceño fruncido y se mordisqueaba las uñas, mientras Charlene Bloom miraba a una persona tras otra con ojos centelleantes. Elissa la miró fijamente. ¿Se encontraba extremadamente nerviosa? Desde luego, eso era lo que parecía, aunque no parecía existir ninguna razón obvia. Todos los presentes en la habitación estaban extrañamente silenciosos, sin el tipo de charla indiferente que precede incluso a una reunión seria. La atmósfera era glacial y tensa.

Elissa se detuvo. Tenía que elegir. ¿Se sentaría frente a Sy, entre Wolfgang y la Directora? O, tal vez, junto a Sy y Peron; o al otro extremo de la mesa, encarando a Judith Niles. Fue a sentarse junto a Sy y entonces, por algún oscuro impulso, cambió de opinión y lo hizo en la silla que se encontraba directamente frente a la Directora. Judith Niles alzó la cabeza. Elissa escrutó brevemente aquellos ojos intensos, y luego la Directora asintió en un gesto de saludo. Parecía tan remota y preocupada como Sy.

—Vayamos al grano —dijo Judith Niles por fin—. Supongo que Sy ya les ha informado sobre nuestra conversación.

Peron y Elissa se miraron mutuamente.

—Con todo detalle —dijo Elissa. Esperó a que hablara Peron, pero éste no hizo ningún comentario—. Sin embargo, aún tenemos que hacer algunas preguntas.

—Estoy segura de que así es —asintió Judith Niles—. Tal vez será mejor que escuchen primero lo que tengo que proponerles. Eso puede que conteste a muchas de ellas. Si no, las consideraremos más tarde.

Sus palabras parecían albergar una sugerencia, pero el tono de su voz mostraba que no esperaba ningún tipo de discusión. Ninguno replicó. Wolfgang hundió la cabeza entre los hombros y pareció estudiar la superficie de plástico granular de la mesa, convertida en una suave mancha continua por causa de las peculiaridades ópticas del espacio-L. Charlene miraba expectante a los demás desde el otro extremo de la mesa, y luego se concentró en la Directora.

—Es interesante que su llegada aquí coincida con un punto decisivo en mi propio pensamiento —continuó diciendo Judith Niles—. Aunque podría argumentarse que su presencia en Gulf City precipitó ese punto. Ahora ya saben algo de nuestra historia. Durante quince mil años terrestres, el trabajo de investigación se ha desarrollado aquí sin descanso: registrando mensajes de los Objetos Kermel, desarrollando nuevas técnicas para refrenar la conciencia con el fin de hacernos más capaces de entender las transmisiones Kermel, y también realizando muchos intentos para comunicarnos directamente con ellos. Intentos fallidos, debo añadir. Pero hemos tenido algunos logros. Ahora estamos seguros de la extrema edad de los Kermels; hemos aprendido a abordar las señales recibidas de ellos como disposiciones de una, dos o tres dimensiones. Hemos confirmado por métodos independientes que los cambios en los tipos estelares en este recodo de nuestra galaxia son reales. Y, finalmente, estamos empezando a ver atisbos de métodos para disminuir el nivel de experiencia subjetiva aún más allá del estado-T.

»Todos estos son avances importantes. Sin embargo, no es necesario que me señalen que no serán de ninguna utilidad si no aprendemos a impedir la transformación de las estrellas tipo G. Nos encontramos ante la posibilidad de poder gozar de largas vidas, sin ningún lugar donde hacerlo excepto lejos de nuestras estrellas natales. Si eso sucede, nos enfrentaremos con la extinción de todas nuestras colonias planetarias. Y ese pensamiento es intolerable, incluso si olvidamos los reclutamientos necesarios del espacio normal al espacio-L.

«Antes de que llegaran ustedes, el personal superior de Gulf City, y en particular Wolfgang, Charlene y yo, nos hemos sentido profundamente preocupados por la lentitud de nuestros progresos. Hace algún tiempo decidí que el ritmo de nuestros esfuerzos tenía que ser acelerado por todos los medios posibles. Esto es absolutamente necesario. Y para conseguirlo, he resuelto dar un paso sin precedentes. Y ustedes tres son básicos para dar este paso.

Elissa y Peron se miraron, sorprendidos, y luego los dos se dirigieron a Sy. Éste, como de costumbre, no hizo ningún gesto.

—Escúchenme —continuó Judith Niles—. ¿Por qué ustedes? Porque sus mentes aún no se han embotado con nuestros modos de encarar el problema. Debemos encontrar caminos completamente nuevos, crear nuevas pautas de pensamiento y explorar opciones diferentes. Pero nosotros no podemos hacerlo. Estamos demasiado anclados en las exploraciones en curso, y demasiado sujetos a la pauta de análisis pasados. Quédense aquí unos meses y se encontrarán con el mismo problema. Por eso les propongo un cambio inmediato, antes de que se contagien de nuestros métodos y nuestras ideas.

»Lo que estoy sugiriendo es revolucionario. Espero establecer una instalación completamente nueva, similar a Gulf City, pero en un enclave distinto. Tendrá una dirección independiente y un personal de investigación independiente también. La localización que tengo como primera opción está a dieciocho años luz de aquí, y casi a doce años luz del Sol. No tiene el mismo grado de aislamiento a las interferencias que este lugar, pero las señales recibidas aquí de los Objetos Kermel estarán disponibles, naturalmente, para la nueva instalación. Habrá cooperación, pero un intercambio de información estrictamente limitado. No podemos permitirnos el lujo de inhibir la investigación de los otros.

»Y ahora, aquí está mi propuesta específica: les invito a ir a esa instalación, con el mejor apoyo que podamos ofrecerles de nuestra cadena de colonias y estaciones. No serán ustedes simplemente participantes en la investigación. La dirigirán, darán órdenes y dispondrán de recursos. —Sonrió—. Estoy segura de que recelan. ¿Por qué iba yo a confiarme a tres casi desconocidos? Se lo diré. Hasta la fecha, su actuación ha sido impresionante, pero mi motivo real es mucho más preciso: estamos al borde de la desesperación. Hay que hacer algo, y algo nuevo.

Sus ojos recorrieron la mesa.

—Guardan ustedes silencio. No me sorprende. Yo haría lo mismo. Pero cuando tengan preguntas, haré lo que pueda para contestarlas todas.

Sy no se movió. Había estado asintiendo mínimamente mientras ella hablaba, pero ahora estaba inmóvil. Wolfgang y Charlene miraban a Peron y Elissa, evitando la mirada de Judith Niles. Charlene parecía más tensa que nunca.

—¿Por qué nosotros? —preguntó Peron por fin—. ¿Por qué no el último grupo de personas que consiguieron llegar a Gulf City?

—Por dos simples razones. Primera, pensé que no podrían hacerlo. Estoy segura, en cambio, de que ustedes sí podrán. Y segunda, aún no había llegado a mi decisión. Nuestra aproximación actual es demasiado lenta, y tenemos que tener al menos dos instalaciones actuando en paralelo.

Peron miró a cada uno de los participantes, por turno, tomándose su tiempo, hasta que finalmente volvió a dirigirse a Judith Niles.

—¿Cuándo propone usted que empecemos?

Ella sonrió con la boca, pero sus ojos continuaron en tensión.

—Estoy a punto de suspender el test de buena manipuladora. Tómelo, si quiere, como evidencia de lo mucho que me preocupa este tema. El proceso para crear la segunda instalación ya ha empezado. Una estación está en camino desde Sol para formar el núcleo de la instalación, y los demás equipos están siendo enviados por los Mandos de tres sectores. Estará listo para entrar en funcionamiento en cuanto lleguen ustedes allí. Si acceden, espero que empiecen su viaje de inmediato. Pueden familiarizarse con los detalles del equipo durante el camino.

Peron asintió.

—¿Y qué experimentos haríamos?

—Díganlo ustedes mismos. Recuerde una cosa, si hay demasiada dirección por nuestra parte, la segunda instalación será inútil. —Volvió a sonreír, y esta vez su humor era real—. Hablen con Wolfgang y Charlene si quieren saber cuánto me cuesta dejar la dirección de esta nueva empresa. Toda la vida he insistido en controlar los experimentos a mi cargo. Ahora, les prometo que les daré la espalda.

Judith Niles tocó los controles de la mesa y la sala empezó a oscurecerse. Tras ella, los paneles que ocultaban una pantalla empezaron a abrirse y en ésta apareció una imagen parpadeante.

—Necesitarán tiempo para tomar una decisión. Es lo que espero, pero al mismo tiempo les insto a que minimicen ese tiempo. El trabajo más importante de la historia de la civilización humana les está esperando. Y por esa razón, no dudo en utilizar tácticas sucias de persuasión. Tengo un argumento más que presentarles. Si son ustedes la gente que creo, no puede fallar.

»Hace unos pocos días recibimos un mensaje en vídeo de uno de nuestros Mandos de Sector cerca del planeta Paraíso. Fue enviado vía Tierra, y estaba dirigido a ustedes. Parece estar claro, aunque sé lo hábiles que son ustedes para ocultar mensajes codificados dentro de los mensajes normales. Éste en concreto es bastante claro. Observen con atención.

La pantalla situada detrás de Judith Niles mostró la imagen de un hombre. A Elissa le pareció un extraño calvo y de barba gris, con una nariz prominente, ojos gris pálido y una cara afilada y macilenta. Una suave cicatriz atravesaba su frente, en diagonal desde la derecha hasta su ceja izquierda. Sonrió, mirando directamente a la cámara, y alzó una mano.

—Hola otra vez. Saludos desde Paraíso… o casi.

Elissa oyó jadear a Peron en el mismo momento en que sintió que reconocía a aquel hombre. No podía haber ningún error. Aquella voz ronca y la dicción tan precisa.

—¡Es Kallen! —exclamó Peron—. ¡Dios mío, Sy, es Kallen!

—Sí, eso es —dijo la cara en la pantalla, como si de alguna manera pudiera oír los comentarios que se hacían en la sala de conferencias. Volvió a sonreír—. Kallen, el único. Hace tiempo que no me veis. Pero, preparaos para una sorpresa mayor.

El ángulo de la cámara retrocedió lentamente y se dirigió a una gran fotografía, se acercó a ésta y mostró un primer plano de un grupo de ocho personas. Al fondo, sentadas con las piernas cruzadas sobre unos cojines, había dos muchachitos. Tras ellas, en un banco, habían dos hombres y dos mujeres de mediana edad, y una pareja mayor estaba de pie en el centro de la imagen. El viejo tenía el pelo blanco y revuelto, los hombros anchos y un vientre enorme. La mujer, también de pelo blanco, era delgada y huesuda. Todos sonreían.

—Más saludos —dijo Kallen con su voz fina—. Y también una despedida. De Lum y Rosanne, sus hijos y sus nietos mayores. Hay cuatro pequeños que no aparecen en la foto. Aún viven en Paraíso en el momento en que os envío este mensaje. Cuando lo recibáis llevarán mucho tiempo muertos. —Se encogió de hombros—. Lo siento, amigos, sé que os dijimos que os seguiríamos a la Tierra en unos cuantos días-L. Como podéis ver, las cosas no salieron así.

«Espero que esto tarde en llegaros. Sé que no estáis en la Tierra, aunque este mensaje será enviado hacia allá. Pero he oído más de lo que podáis pensar sobre lo que habéis estado haciendo. Sy dirá que nada en el Universo puede viajar más rápido que la luz, pero dejadme decirle que eso no se aplica a los rumores. Hay muchos rumores sobre vosotros tres, y lo que hicisteis con la cadena de ordenadores y las bases de datos de Sol. ¡Ojalá hubiera estado allí para ayudaros a confundir al sistema! No me descartéis del todo. Espero veros a los tres tarde o temprano.

»Rossane y Lum me pidieron que os comunicara su amor y os dijera que no sintierais pena por ellos. Os paso el mensaje y estoy de acuerdo con el sentimiento. —Kallen sonrió—. Sospecho que estaréis horrorizados por el aspecto que Lum y Rosanne tienen en la imagen, y probablemente también por él mío propio. Pero no cometáis el error de sentir lástima por ellos o por mí. Sus vidas han sido más gratas que ninguna otra que conozca. Vivieron felices, y son felices ahora. Y si pensáis que somos viejos, recordad que pensamos que vosotros sois niños. Niños inteligentes, claro, y os amamos como a nuestros hijos y nietos, pero niños al fin y al cabo. No confundáis el tiempo con la experiencia. Cuando pasan dos o trescientos años en Pentecostés, en un mes del espacio-L no obtenéis el conocimiento que conceden treinta años de vida. A todos os falta mucho por vivir.

»Le prometí a Lum y a Rosanne que os contaría lo que ha sucedido aquí. Estoy de nuevo en el espacio-L, en órbita alrededor de Paraíso. He estado aquí veinticinco años terrestres. Pero no pude persuadirles para que se me unieran. Sy, ¿recuerdas las discusiones que tuvimos, después de que la Planetfiesta terminara, sobre cuál era la fuerza mayor del Universo? Bien, ahora puedo decirte que no es la gravitación, ni la fuerza que gobierna las interacciones hadrónicas. Es una fuerza única de los organismos vivientes. Cuando Lum y Rosanne bajaron a Paraíso, era un mundo que daba miedo, donde todos los humanos habían muerto. Quisieron quedarse el tiempo suficiente para estudiar el problema a conciencia. Y, después de unos cuantos meses, Rosanne quedó embarazada. Querían tener el bebé, pero sabían que no podían criarlo en el espacio-L. Y la idea de abandonarlo era impensable. Se quedaron para formar una familia. Ésta es la fuerza mayor. Tras un período, me reuní con ellos en la superficie. Fue allí donde nacieron todos sus hijos.

»Estábamos intentando descubrir qué había matado a la colonia previa de Paraíso, y teníamos el mejor incentivo posible. A menos que encontráramos la respuesta, nos sucedería lo mismo a nosotros y a los niños.

»No os aburriré con los detalles. Nos llevó casi treinta años, y estuvimos a punto de abandonar una docena de veces. Pero encontramos la respuesta. Paraíso tiene una forma de vida protozoica benigna, parte de la flora y fauna intestinal que allí ayuda a los animales a digerir celulosa generalmente permanece en el canal alimenticio, pero unos pocos organismos se abren camino hasta el flujo sanguíneo. No hay problema. El animal sigue estando sano y ni siquiera tiene indicios de que el hecho se haya producido. Los colonos descubrieron que los organismos estaban en su interior poco después de llegar, pero todos los test demostraron que eran tan inofensivos para los humanos como para los animales nativos. Paraíso tiene un clima maravilloso, y terrenos fértiles. La colonia humana prosperaba y crecía. Hasta que decidieron que costaría menos trabajo importar sintetizadores de alimentos y fabricar la mayor parte de su comida en vez de cultivarla.

»Como los humanos no pueden digerir la celulosa, los alimentos sintéticos no la contenían. Un material alternativo indigerible se utilizó para proporcionar fibra. La mayoría de los habitantes de Paraíso, incluyendo toda la gente de las ciudades, cambiaron a los alimentos sintéticos. Todo parecía seguir bien, y tenían buena salud. Pero los parásitos internos de pronto quedaron privados de alimento, y cuando eso sucedió muchos de ellos emigraron del canal alimenticio y pasaron al flujo sanguíneo. Allí murieron de hambre. Sus muertes parecieron no producir ningún efecto nocivo en los humanos… Estos ni siquiera fueron conscientes de ello. Pero uno de los productos de la descomposición de los parásitos tiene una estructura similar a un neurotransmisor humano. Por lo que pudimos deducir, toda la inteligencia en Paraíso cesó de repente, cayó unos cincuenta o cien puntos, de la normalidad a la subnormalidad. Y sucedió con rapidez. Los habitantes de las ciudades se convirtieron en animales feroces que ni siquiera tenían la inteligencia necesaria para manejar sus sistemas de señales y pedir ayuda y consejo. Se volvieron hacia las pocas personas que quedaba fuera de las ciudades y las mataron en cuanto las vieron. Cuando la primera nave aterrizó en Paraíso, no encontró ningún superviviente. Y como la causa del problema era aún desconocida, no se quedó mucho tiempo.

«Bien, ya he dicho bastante. Paraíso es un planeta seguro y habitable de nuevo. Yo ayudé un poco, pero fueron realmente Lum y Rosanne los que detectaron el problema y señalaron la solución: celulosa adecuada en la dieta. Y eso está relacionado con el mensaje que quieren que os envíe. Allá en Pentecostés, y más tarde en los Cincuenta Mundos, tuvimos largos debates sobre el sentido de nuestra vida. Lum y Rosanne piensan que han encontrado la respuesta. No lo dirían de esta manera, pero han salvado un mundo. No malgastéis vuestra vida en problemas pequeños, dicen. Encontrad el desafío más grande que podáis, el más duro, el más frustrante, y golpeadlo con todo lo que tengáis a mano.

Kallen hizo una pausa.

—Veis, yo también he cambiado. Hace treinta años, el discurso que acabo de dirigiros me habría costado un mes de esfuerzo. Pero ya he acabado. Os dije que no sintierais lástima por Lum y Rosanne. Era sincero. Si alguna vez tenéis la satisfacción de encontrar un problema tan grande como el que ellos encontraron y lo resolvéis, habréis respondido a la vieja pregunta sobre el significado de nuestras vidas.

La cara de Kallen adquirió un tono solemne y miró a la pantalla largo rato sin hablar.

—Me gustaría veros de nuevo —dijo finalmente—, pero lo extraño es que sé exactamente qué aspecto tenéis. No habéis cambiado ni un ápice desde que nos despedimos en el Mando del Sector del Sistema Cass. Mientras que yo… —Se encogió de hombros y se pasó la mano por la cabeza calva—.

Adiós, viejos amigos, y buena suerte. Y buscad lo más difícil, hagáis lo que hagáis.

La imagen desapareció de la pantalla y se convirtió en una masa informe de color blanco que desapareció por fin, dejando la habitación a oscuras.

—Benditos sean —dijo suavemente Judith Niles—. No he llegado a conocer a Lum y a Rosanne, pero lamento como ustedes que hayan muerto. Eran las mentes y los espíritus que necesitamos para enfrentar nuestros problemas. Buscar lo más difícil, lo más duro, lo más frustrante. Si quieren una descripción simple de los Objetos Kermel y la estrellaformación, esa es la adecuada. Ojalá tuviéramos con nosotros a Rosanne y Lum. Tal vez Kallen encuentre el medio de llegar hasta aquí. Por lo que he oído sobre él desde la Estación Paraíso, será difícil detenerle una vez que decida venir.

—Es imposible de detener —dijo Peron suavemente—. Ojalá estuviera aquí con nosotros ahora.

—Pero no lo está. —Las luces de la sala de conferencias volvieron a adquirir lentamente su intensidad normal, y Judith Niles prestó toda su atención a Peron y Elissa. Les miró directamente a los ojos—. Han oído a sus amigos. No creo que puedan resistirse a ese mensaje. Salvaron un mundo. Tienen ustedes la oportunidad de salvar todos los planetas que pueden albergar vida humana. ¿No sienten como si les hubieran estado hablando del problema exacto que tenemos aquí y les dijeran que aceptaran ese reto?

Elissa miró a su alrededor. Sy asentía. Advirtió que había tomado su decisión antes de oír el mensaje de Kallen, tal vez antes de que empezara la reunión. Se volvió a Peron. Éste dudaba, medio persuadido, pero aún incómodo. Elissa estaba sola.

—¡NO! —La palabra pareció salir despedida, sorprendiéndola con su fuerza y su intensidad—. No, ésa no es la respuesta. Están ustedes equivocando el tema.

Hubo un denso silencio. Todos la miraron sorprendidos, incluso Peron, a pesar de que ella había esperado que él la comprendería fácilmente.

—¿No lo ven? —continuó diciendo—. Han pasado ustedes por alto el significado real de su mensaje.

—Lo dudo —dijo Judith Niles, cortante. Su cara estaba tranquila, pero las cicatrices se destacaban en su frente—. Estaba bastante claro. Trabajar con los problemas más importantes, y no distraernos con lo trivial.

—Sí, ciertamente… tomándolo en conjunto, no hay duda sobre eso. Pero mire más allá del mensaje, los hechos. El problema de Paraíso se conoció durante cinco mil años terrestres, y nadie pudo aventurar una solución. Hasta que nuestros amigos llegaron, la gente lo estudiaba desde el espacio-L, y eso sólo significaba un par de años-L de esfuerzo. Ahora mire nuestra situación. Tenemos cincuenta mil años terrestres para aprender a controlar los cambios en los tipos estelares. Tal vez cien mil años si tenemos suerte. Con tanto tiempo disponible, la raza humana debería ser capaz de resolver cualquier cosa, cualquier problema que quiera usted mencionar. Pero no es así si se trabaja en el espacio-L. Con eso nos movemos a ritmo de tortuga… y necesitamos actuar con rapidez.

—Pero los mensajes de los Objetos Kermel son absolutamente vitales. —Judith Niles se echó hacia atrás. En su cara había una mirada perpleja—. Son inaccesibles desde el espacio normal.

—Naturalmente… y alguien tiene que estar en el espacio-L o en estado-T para recibirlos. Pero el análisis de esos mensajes debe ser lo más rápido posible. Eso significa que tenemos que estar en espacio normal. Tiene usted que cambiar su sistema, cambiarlo por completo. Explíqueles el problema a los habitantes de los planetas, y haga que busquen la clave para su solución. Ése es el resto del mensaje de Kallen y los otros, la parte que ha ignorado.

Elissa se echó hacia delante, concentrando toda su atención en Judith Niles.

—¿Quiere que trabajemos en el problema central? Me encantaría hacerlo. No hay nada en el Universo que me atraiga más. Pero en espacio normal. Sé que puede que nunca vea la solución si lo hacemos de esta forma. Pero aceptaré el riesgo, porque estoy segura de que mis descendientes encontrarán la respuesta, tal vez mil años después de mi muerte. Eso es suficiente para que crea que merece la pena.

Miró a Peron y vio que éste asentía vigorosamente, desaparecida ya su incertidumbre.

—Estoy completamente de acuerdo con Elissa —dijo—. Aunque no lo he visto hasta que ella nos lo ha señalado. Continuemos con esto como usted sugiere, y preparemos una segunda instalación. Pero en espacio normal. Nos pueden ustedes ir dando la mejor información que vayan consiguiendo aquí en Gulf City. Nosotros las convertiremos en teorías, dos mil veces más rápido de lo que ustedes podrían hacerlo en el espacio-L.

Judith Niles había escuchado con atención, pero ahora tenía el ceño fruncido y sacudía la cabeza.

—Me parece apropiado. Pero nunca saldrá bien. Hagan caso a lo que ha dicho su amigo Kallen: «Carecéis de experiencia.» Tardarán ustedes muchos años en adquirirla. Necesitan relacionarse con nosotros, aquí en Gulf City. Y nunca podrían servirse de nuestra experiencia si se encuentran en espacio normal mientras nosotros permanecemos en el espacio-L. Los problemas de intercambio de información son enormes. Dije antes que les permitiría libertad de llevar a cabo experimentos en la segunda instalación, pero deben seguir teniendo acceso a nosotros, para hablar e intercambiar ideas. No. —Sacudió la cabeza—. Parece bien, pero no funcionará.

—Estoy de acuerdo con Elissa —dijo de repente Wolfgang Gibbs al otro lado de la mesa. Se detuvo, como si se hubiera sorprendido por su propio estallido. Cuando continuó, dirigió sus palabras a Judith Niles, pero continuó mirando a Peron y Elissa, como si obtuviera apoyo de ellos—. Tiene razón. Progresaremos mil veces más rápido en el espacio normal que en el espacio-L. Por no mencionar el estado-T, y sabes que ese tema es mi niño mimado. He reflexionado sobre esto durante meses y años, preguntándome cómo hacer mejores progresos. Pero nunca pensé en dos instalaciones, una en el espacio-L y otra en espacio normal. Para nosotros, acostumbrados a la forma en que son las cosas aquí, el espacio normal es casi impensable. Vida más corta, fijos en un planeta, probablemente sin ver nunca una solución. Pero apuesto a que funcionará. Se detuvo, dudó, miró a Charlene y a Elissa y luego a Judith Niles. Su cara estaba pálida, pero había convicción en su voz cuando continuó.

—Tu razonamiento sobre la experiencia es válido. No hay sustituto para los años de experiencia práctica de nuestro trabajo aquí. Pero yo la tengo. Si continuamos y preparamos una segunda instalación, en espacio normal, entonces me presento voluntario para ir a esa instalación.

—¡Wolfgang! —dijo Charlene Bloom. La palabra salió de su boca sin quererlo. Se mordió el labio y bajó la cabeza. Estaban revelando demasiado, había demasiada esperanza en la voz de él y demasiado dolor puro en la suya.

Judith Niles estaba rígida en su asiento. El apoyo a Elissa había llegado del lugar que menos esperaba.

—¿Y tú, Charlene? —preguntó calmadamente—. Parece que todos hemos formado nuestras opiniones.

Peron miró a la Directora y se maravilló. Igual que Sy, parecía capaz de moverse instantáneamente de una posición a otra. Y estaba preparada de inmediato para pasar al siguiente estado de la discusión. Era como si su análisis de las observaciones de Elissa y Peron se hubiera ejecutado automática, subconscientemente, sin necesidad de tiempo para asimilar y reflexionar.

—Me quedaré aquí —dijo Charlene tras unos segundos. Se volvió a mirar a Wolfgang, y su voz sonó llena de desesperación—. Mi trabajo está aquí, en Gulf City. No podría hacerlo en otra instalación. Pero, Wolfgang, si te vas, ¿quién hará tu trabajo sobre el estado-T?

Judith Niles miró a Sy, que asintió levemente con la cabeza.

—Tenemos un voluntario para eso —dijo—. Sy está ansioso por explorar el estado-T, y más allá. Así que ahora…

Se recostó en la silla y cerró otra vez los ojos.

—Ahora viene la pregunta difícil. Están ustedes proponiendo una aproximación radicalmente diferente. Pero ¿me han persuadido realmente de que funcionará?

—Pregunta equivocada —dijo Peron.

Ella abrió los ojos y le miró.

—Cierto. Me corregiré. No podemos saber por adelantado qué funcionará y qué fallará. La pregunta adecuada, entonces, es si creo que una segunda instalación en el espacio normal tendrá mejor oportunidad de triunfar que una en el espacio-L. La respuesta: tal vez. Sólo tal vez. He pensado muchas opciones, pero nunca había considerado en serio esta solución.

—No se puede permitir el riesgo de no intentarlo —dijo Peron—. Y, aunque rehúse hacerlo, nosotros lo intentaremos.

—Lo sé. Mala posición para un jefe, ¿no? —Sonrió y se volvió hacia Wolfgang—. ¿Sabes para que te estás presentando voluntario? Podemos darte un período vital extendido en el espacio normal, pero estarás muerto en mucho menos de un año-L.

—Deja algo a mi favor, JN. —El momento de desafío le había concedido a Wolfgang una nueva confianza en sí mismo—. Sé exactamente a qué me estoy refiriendo. Iré al espacio normal y espero morir allí. ¿Y qué? También he visto ese mensaje de Paraíso. Y ahora que lo pienso, nunca he querido de veras vivir eternamente. Sólo quiero vivir bien. Sy puede hacer mi trabajo aquí tan bien como yo, probablemente incluso mejor. Yo digo que sigamos adelante.

No esperó respuesta de Judith Niles. En cambio, se volvió hacia Charlene y le cogió la mano. La habitación permaneció en silencio. Todos se observaban fijamente. La mente de Charlene retrocedió siglos, hasta el momento en la Tierra en que Wolfgang la había aterrorizado al acariciarle los muslos en presencia de JN. Pero esta vez no dio ningún respingo cuando Wolfgang la tocó suavemente en el hombro. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Se acercó a él cuando se inclinó a besarla y le pasó los brazos por el cuello. Las palabras finales no habían sido pronunciadas, pero sabía que la decisión ya había sido tomada.

La marcha hacia una segunda instalación no se produciría de inmediato. Ella y Wolfgang se verían muchas veces más antes de que la despedida fuera formal y final.

Pero este momento era único. Era su primer adiós.

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