Capítulo 15

En cuanto dejó a Elena en su casa, Stefan fue al bosque.

Tomó la carretera de Oíd Creek y condujo bajo las sombrías nubes, a través de las cuales no se distinguía ni un retazo de cielo, hasta el lugar donde había aparcado el primer día del curso.

Dejó el coche e intentó volver sobre sus pasos exactamente hasta el claro donde había visto el cuervo. Su instinto de cazador le ayudó, recordando la forma de ese matorral y aquella raíz nudosa, hasta que se encontró en el espacio despejado rodeado por antiguos robles.

Allí. Bajo aquel manto de hojas de un marrón deslucido, incluso aún podrían quedar algunos huesos del conejo.

Aspirando con fuerza para tranquilizarse, para reunir sus Poderes, lanzó un pensamiento inquisitivo para sondear la zona.

Y, por primera vez desde su llegada a Fell's Church, percibió el parpadeo de una respuesta. Pero parecía débil y titubeante, y no consiguió localizarla en el espacio.

Suspiró y giró… y se detuvo en seco.

Damon estaba de pie ante él, con los brazos cruzados sobre el pecho, recostado en el roble de mayor tamaño. Daba la impresión de que podría llevar horas allí.

– Así pues -dijo Stefan con un jadeo-, es cierto. Ha transcurrido mucho tiempo, hermano.

– No tanto como tú crees, hermano.

Stefan recordó aquella voz, aquella voz aterciopelada e irónica.

– Te he estado siguiendo el rastro a lo largo de los años -comentó Damon con calma.

Se sacudió un trozo de corteza de la manga de su chaqueta de cuero con la misma tranquilidad con la que se había arreglado los puños de brocado en el pasado.

– Pero claro, tú no podías saberlo, ¿verdad? Ah, no, tus Poderes son tan débiles como siempre.

– Ten cuidado, Damon -replicó Stefan en un tono quedo que sonó lleno de amenaza-. Ten mucho cuidado esta noche. No estoy de muy buen humor.

– ¿San Stefan resentido? Figúrate. Te sientes consternado, supongo, debido a mis pequeñas excursiones a tu territorio. Sólo lo hice porque quería estar cerca de ti. Los hermanos deberían estar unidos.

– Mataste esta noche. E intentaste hacerme creer que lo había hecho yo.

– ¿Estás seguro de que no lo hiciste realmente? A lo mejor lo hicimos juntos. ¡Ten cuidado! -dijo cuando Stefan dio un paso hacia él-. Mi estado de ánimo tampoco es el mejor del mundo esta noche. Yo sólo tuve a un marchito profesor de historia; tú tuviste a una linda chica.

La furia en el interior de Stefan se fusionó, pareciendo concentrarse en un brillante punto ardiente, como un sol en su interior.

– Mantente alejado de Elena -murmuró con tal amenaza en la voz que Damon incluso inclinó la cabeza atrás ligeramente-. Mantente alejado de ella, Damon. Sé que la has estado espiando, observándola. Pero se acabó. Vuelve a acercarte a ella y lo lamentarás.

– Siempre fuiste un egoísta. Tú único defecto. No estás dispuesto a compartir nada, ¿no es cierto? -De improviso, los labios de Damon se curvaron en una sonrisa excepcionalmente hermosa-. Pero, por suerte, la encantadora Elena es más generosa. ¿No te habló de nuestro pequeño affaire? Vaya, pero si la primera vez que nos vimos casi se me entregó allí mismo.

– ¡Eso es una mentira!

– Claro que no, querido hermano. Jamás miento sobre nada importante. ¿O quiero decir sin importancia? De todos modos, tu hermosa damisela casi se desvaneció en mis brazos. Creo que le gustan los hombres vestidos de negro.

Mientras Stefan le contemplaba fijamente, intentando controlar la respiración, Damon añadió, casi con delicadeza:

– Te equivocas respecto a ella, ¿sabes? Crees que es dulce y dócil, como Katherine. No lo es. No es tu tipo en absoluto, mi santurrón hermano. Tiene un espíritu y un fuego en su interior con los que tú no sabrías qué hacer.

– Y tú sí sabrías, supongo.

Damon descruzó los brazos y lentamente volvió a sonreír.

– Ya lo creo.

Stefan quiso saltar sobre él, aplastar aquella hermosa sonrisa arrogante, desgarrarle el cuello a su hermano, pero dijo en una voz apenas bajo control:

– Tienes razón en una cosa. Es fuerte. Lo bastante fuerte para rechazarte. Y ahora que sabe lo que realmente eres, lo hará. Todo lo que siente por ti ahora es repugnancia.

Las cejas de Damon se enarcaron.

– ¿Siente eso ahora? Ya nos ocuparemos de ello. Tal vez encontrará que la auténtica oscuridad es más de su gusto que el débil crepúsculo. Yo, al menos, soy capaz de admitir la verdad sobre mi naturaleza. Pero me preocupas, hermanito. Tienes un aspecto endeble y mal alimentado. Es provocativa, ¿verdad?

«Mátalo», exigió algo en la mente de Stefan. «Mátalo, pártele el cuello, desgarra su garganta en sangrientos jirones.» Pero sabía que Damon se había alimentado muy bien esa noche. La oscura aura de su hermano estaba hinchada, palpitante, brillando casi con la esencia vital que había tomado.

– Sí, bebí mucho -dijo Damon en tono agradable, como si supiera lo que pasaba por la mente de su hermano; suspiró y se pasó la lengua por los labios en señal de satisfacción-. Era pequeño, pero había una sorprendente cantidad de jugo en él. No era guapo como Elena y, desde luego, no olía tan bien. Pero siempre es estimulante sentir la sangre nueva zumbando en tu interior.

Damon respiró con fuerza, apartándose del árbol y mirando a su alrededor. Stefan recordaba también aquellos movimientos gráciles, cada gesto controlado y preciso. Los siglos sólo habían refinado el porte natural de Damon.

– Me dan ganas de hacer esto -dijo Damon, acercándose a un árbol joven situado a unos pocos metros de distancia.

Era el doble de alto que él, y cuando lo agarró sus dedos no pudieron abarcar el tronco. Pero Stefan vio la veloz respiración y la ondulación de los músculos bajo la delgada camisa negra de su hermano, y entonces el árbol se soltó del suelo, con las raíces balanceándose en el aire. Stefan olió la humedad acre de la tierra removida.

– No me gustaba aquí, de todos modos -indicó Damon, y lo trasladó con un tremendo esfuerzo tan lejos como permitieron las raíces aún enredadas; a continuación sonrió con gracia-. También tengo ganas de hacer esto otro.

Hubo un fulgor de movimiento, y luego Damon ya no estaba. Stefan miró a su alrededor, pero no vio ni rastro de él.

– Aquí arriba, hermano.

La voz procedía de lo alto, y cuando Stefan alzó la mirada, vio a Damon posado entre las ramas extendidas del roble. Se oyó un susurro de hojas rojizas, y su hermano volvió a desaparecer.

– Aquí detrás, hermano.

Stefan se volvió en redondo al sentir el golpecito en la espalda, pero no vio nada detrás de él.

– Justo aquí, hermano.

De nuevo se dio la vuelta.

– No, prueba aquí.

Furioso, Stefan se volvió violentamente en dirección opuesta, intentando atrapar a Damon. Pero sus dedos se cerraron únicamente en el aire.

«Aquí, Stefan.» En esa ocasión la voz estaba en su mente, y su Poder le estremeció hasta la médula. Era necesaria una energía enorme para proyectar pensamientos con aquella claridad. Lentamente, volvió a girar en redondo, y se encontró con Damon en su posición original, recostado en el enorme roble.

Pero en esos momentos el humor de aquellos ojos oscuros se había esfumado. Eran negros e insondables, y los labios de su hermano estaban dispuestos en línea recta.

«¿Qué más pruebas necesitas, Stefan? Mi fuerza es tan superior a la tuya como la tuya es superior a la de estos lastimosos humanos. También soy más veloz que tú, y tengo otros Poderes de los que apenas has oído hablar. Los Viejos Poderes, Stefan. Y no me asusta utilizarlos. Los usaré contra ti.»

– ¿Para eso viniste aquí? ¿Para torturarme?

«He sido misericordioso contigo, hermano. He podido matarte en muchas ocasiones, pero siempre te he perdonado la vida. Pero esta vez es diferente.»

Damon volvió a apartarse del árbol y habló en voz alta:

– Te estoy advirtiendo, Stefan, no te opongas a mí. No importa para lo que vine aquí. Lo que quiero ahora es a Elena. Y si intentas impedir que la haga mía, te mataré.

– Inténtalo -replicó él.

El ardiente puntito de furia de su interior llameaba con más intensidad que nunca, emitiendo tanto fulgor como toda una galaxia de estrellas. De algún modo, supo que él amenazaba la oscuridad de Damon.

– ¿Piensas que no puedo hacerlo? Nunca aprendes, ¿verdad, hermanito?

Stefan tuvo apenas el tiempo justo de advertir el cansino movimiento de cabeza de Damon antes de que se produjera otro movimiento borroso y sintiera cómo unas manos poderosas lo agarraban. Se debatió al instante, con violencia, intentando con todas sus fuerzas arrancarlas de él; pero eran como unas manos de acero.

La emprendió a golpes con furia, intentando alcanzar la zona vulnerable situada bajo la mandíbula de su hermano. No sirvió de nada; le sujetaron los brazos a la espalda, le inmovilizaron el cuerpo. Estaba tan impotente como un pájaro bajo las garras de un gato ágil y experto.

Se relajó por un instante, convirtiéndose en un peso muerto, y luego de repente hinchó todos sus músculos, intentando liberarse, intentando asestar un golpe. Las crueles manos se limitaron a apretar con más fuerza, convirtiendo sus esfuerzos en inútiles, patéticos.

«Siempre fuiste obstinado. A lo mejor esto te convencerá.» Stefan contempló fijamente el rostro de su hermano, pálido como las ventanas de cristal esmerilado de la casa de huéspedes, y aquellos ojos negros e infinitos. Entonces sintió que unos dedos agarraban sus cabellos y echaban su cabeza hacia atrás violentamente, dejando la garganta al descubierto.

Sus forcejeos se redoblaron, se tornaron frenéticos. «No te molestes», dijo la voz en su cabeza, y entonces sintió el agudo dolor desgarrador de unos dientes. Sintió la humillación y la impotencia de la víctima del cazador, de la presa. Y luego el dolor de la sangre al ser extraída contra su voluntad.

Se negó a ceder a ello, y el dolor empeoró, fue como si le arrancaran el alma del mismo modo que habían arrancado el arbolillo. Lo acuchilló igual que lanzas de fuego, concentrándose en las perforaciones de su carne donde se habían hundido los dientes de Damon. Un dolor desesperado llameó ascendiendo por su mandíbula y su mejilla y descendiendo por el pecho y el hombro. Sintió una oleada de vértigo y comprendió que perdía el conocimiento.

Entonces, bruscamente, las manos lo soltaron y cayó al suelo, sobre un lecho de hojas de roble húmedas y en descomposición. Dando boqueadas, consiguió izarse sobre las manos y las rodillas.

– Como ves, hermanito, soy más fuerte que tú. Lo bastante fuerte para tomar tu sangre y tu vida si lo deseo. Déjame a Elena, o lo haré.

Stefan alzó los ojos. Damon estaba de pie con la cabeza echada hacia atrás y las piernas ligeramente separadas, como un conquistador colocando el pie sobre el cuello del conquistado. Aquellos ojos negros como la noche ardían triunfales, y sus labios mostraban la sangre de su hermano.

El odio embargó a Stefan, un odio que nunca había conocido. Fue como si todo su odio anterior hacia Damon hubiese sido una gota de agua comparado con aquel océano estrepitoso y espumeante. Muchas veces en los pasados e interminables siglos había lamentado lo que había hecho a su hermano y había deseado con toda su alma cambiarlo. En aquellos momentos sólo deseaba volver a hacerlo.

– Elena no es tuya -chilló, poniéndose en pie mientras intentaba no mostrar el esfuerzo que le suponía-, y jamás lo será.

Concentrándose en cada paso, poniendo un pie delante del otro, empezó a alejarse. Le dolía todo el cuerpo y la vergüenza que sentía era aún mayor que el sufrimiento físico. Había pedazos de hojas mojadas y trozos de tierra adheridos a sus ropas, pero no se los sacudió. Luchó por seguir moviéndose, por resistir a la debilidad que lamía sus piernas.

«Nunca aprendes, hermano.»

Stefan no volvió la cabeza ni intentó responder. Apretó los dientes y mantuvo las piernas en movimiento. Otro paso. Y otro paso. Y otro paso.

Si sólo pudiera sentarse un momento, descansar…

Otro paso, y otro paso más. El coche ya no podía estar lejos. Crujieron hojas bajo sus pies, y entonces oyó crujir hojas detrás de él.

Intentó correr de prisa, pero sus reflejos casi habían desaparecido. Y el violento movimiento fue demasiado para él. La oscuridad le invadió, ocupó su cuerpo y su mente, y sintió que caía. Cayó sin fin en la oscuridad de la noche absoluta. Y luego, por suerte, ya no supo nada más.

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