CAPÍTULO 20

Un leve chirrido despertó a Bella horas más tarde. Mirando hacia la ventana observó como descendía la persiana de acero. El amanecer estaba cerca.

La ansiedad hormigueaba en su pecho, y miró hacia la puerta. Deseaba que Zsadist entrara por ella, deseaba clavar los ojos en él y asegurarse de que estaba de una sola pieza. Si bien parecía que había regresado a la normalidad cuando salió, le había hecho pasar por bastantes cosas.

Se dio la vuelta sobre su espalda y pensó sobre la revelación de Mary. ¿Cómo supo Zsadist que ella necesitaba una amiga? Y dios, el hecho de que hubiera acudido a Mary y…

La puerta se abrió completamente sin previo aviso.

Bella se sentó rápidamente, subiendo las mantas hasta el cuello. Pero entonces la sombra de Zsadist fue un alivio impresionante.

– Soy yo -dijo bruscamente. Cuando entró llevaba una bandeja y había algo en su hombro. Un petate-. ¿Te importa si enciendo las luces?

– Hola… -Estoy tan contenta de que estés bien-. No, para nada.

Encendió varias velas, y ella parpadeó por el repentino resplandor.

– Te traje algunas cosas de tu casa. -Puso la bandeja de comida en la mesita de noche y abrió la bolsa-. Tomé ropas y una parca. El champú que estaba en la ducha. Un cepillo. Zapatos. Calcetines para conservar tus pies calientes. También tú diario… no te preocupes, no leí nada.

– Me sorprendería que lo hicieras. Eres más de fiar que eso.

– No, soy analfabeto.

Sus ojos llamearon.

– De todas formas… – su voz era tan dura como la línea de su mandíbula- creí que querrías algunas de tus cosas.

Cuando puso el petate a su lado en la cama, ella se quedó mirándolo fijamente hasta que, abrumada, extendió la mano para alcanzarlo. Cuando se sobresaltó, se sonrojó y miró qué le había traído.

Dios… la ponía nerviosa ver sus cosas. Especialmente el diario.

Excepto que resultó ser reconfortante sacar su suéter rojo favorito, ponérselo en la nariz y atrapar un dejo del perfume que siempre llevaba. Y… sí, el peine, su peine, el que le gustaba con su cabeza ancha, cuadrada y las púas metálicas. Agarró el champú, abriéndolo e inhalando. Ahhh… Biolage. Nada parecido al perfume que el lesser le había hecho usar.

– Gracias -la voz temblorosa mientras sacaba su diario. -Muchas gracias.

Acarició la cubierta de cuero de su diario. No quería abrirlo. No ahora. Pero pronto…

Alzó la mirada hacia Zsadist.

– ¿Me… me llevarías a casa?

– Sip. Puedo hacerlo.

– Tengo miedo de ir allí, pero seguramente debería.

– Sólo dime cuando.

Reuniendo valor, queriendo sacar del camino uno de las cosas pendientes, dijo:

– Cuando anochezca. Quiero ir allí.

– Vale, iremos. -Señaló la bandeja-. Ahora come.

Ignorando la comida, lo observó entrar en el armario y desarmarse. Era cuidadoso con sus armas, comprobándolas a fondo, y se preguntó dónde había estado… qué había hecho. Aunque sus manos estaban limpias, sus antebrazos tenían sangre negra.

Había matado esta noche.

Supuso que sentiría una especie de triunfo con un lesser menos. Pero mientras Zsadist iba hacia el baño con unos pantalones sobre sus brazos, estaba mucho más interesada en su bienestar.

Y también… en su cuerpo. Se movía como un animal en el mejor sentido de la palabra, todo poder latente y elegantes pasos. El sexo que se había despertado en ella la primera vez que lo vio, la golpeó de nuevo. Lo deseaba.

Cuando la puerta del baño se cerró y oyó la ducha, se restregó los ojos decidiendo que estaba loca. El macho se apartó de la amenaza de su mano en su brazo. ¿Pensaba que realmente quería acostarse con ella?

Disgustada consigo misma, miró la comida. Era alguna clase de pollo con hierbas, patatas asadas y calabacín. Había un vaso de agua y otro de vino blanco, así como dos manzanas Granny Smith y un trozo de pastel de zanahorias. Tomó el tenedor y esparció el pollo por el plato. Quería comer lo que había en el plato sólo porque él había sido tan atento al traérselo.

Cuando Zsadist salió del baño llevando sólo los pantalones de nailon, se congeló y no pudo apartar su mirada. Los anillos del pezón atraparon la luz de las velas, así como los duros músculos del estómago y brazos. Junto con la marca estrellada de la Hermandad, el pecho desnudo tenía un reciente y lívido arañazo que lo atravesaba y una magulladura.

– ¿Estás herido?

Fue hacia ella y ponderó el plato.

– No has comido mucho.

No le contestó mientras sus ojos estaban atrapados en los huesos curvos de la cadera que sobresalían de la baja cinturilla de los pantalones. Dios… sólo un poquito más bajos y podría verlo todo.

De repente lo recordó restregándose rudamente porque pensaba que era asqueroso. Tragó, preguntándose qué le habrían hecho, sexualmente. Desearlo como ella lo hacía parecía… inapropiado. Invasivo. Pero no cambiaba la manera en que se sentía.

– No estoy muy hambrienta -murmuró.

Le acercó la bandeja.

– Come de todas formas.

Cuando empezó otra vez con el pollo, él cogió las dos manzanas y se paseó por la habitación. Mordió una de ellas, se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y los ojos cerrados. Un brazo cruzado sobre su estómago mientras masticaba.

– ¿Cenaste abajo? -preguntó ella.

Negó con la cabeza y mordió otro trozo de manzana, el crujido resonó por toda la habitación.

– ¿Es todo lo que comerás? -cuando se encogió de hombros, ella masculló-. ¿Y me dices a mí que coma?

– Sip, lo hago. Continúa comiendo, mujer.

– ¿No te gusta el pollo?

– No me gusta la comida. -Los ojos nunca abandonaron el suelo, pero su voz fue más punzante-. Ahora come.

– ¿Por qué no te gusta la comida?

– No puedo confiar en ella -dijo entre dientes-. A menos que la prepares tu mismo, o que lo veas, no puedes saber qué hay.

– Por qué piensas que alguien puede alterar…

– ¿He mencionado que no me gusta hablar?

– ¿Dormirás a mi lado esta noche? -La pregunta se le escapó, imaginándose que obtendría su respuesta antes de que se callara completamente.

Sus cejas se movieron trémulamente.

– ¿Realmente quieres eso?

– Sí.

– Entonces, sí. Lo haré.

Mientras acababa con las dos manzanas y ella limpiaba el plato, el silencio no fue precisamente fácil, pero tampoco chocante. Cuando acabó con el pastel de zanahorias, fue al baño y se lavó los dientes. Para cuando ella regresó, él trabajaba el corazón de la última manzana con sus colmillos, picando los trocitos que quedaban.

No podía imaginar cómo podía luchar con semejante dieta. Seguramente debería comer más.

Se sintió como si debiera decir algo, pero en cambio se deslizó en la cama y haciéndose un ovillo, lo esperó. Mientras pasaban los minutos, y todo lo que él hacía era mordisquear quirúrgicamente esa manzana, ella no podía aguantar la tensión.

Basta, pensó. Realmente debería irse a otro lugar de la casa. Lo usaba como una muleta, y eso no era justo.

Apartó las sábanas justo cuando él se desenrollaba del suelo. Cuando caminó hacia la cama, ella se quedó helada. Dejó caer los corazones de las manzanas en el plato, cogió una servilleta que ella había usado para limpiarse la boca. Tras frotarse las manos, cogió la bandeja y la sacó de la habitación, dejándola fuera en la puerta.

Al regresar fue al otro lado de la cama, y el colchón se hundió cuando se estiró encima del edredón. Cruzando los brazos sobre su pecho y los pies por los tobillos, cerró los ojos.

Una a una las velas se apagaron en la habitación. Cuando quedó una sola mecha quemando, dijo:

– Dejaré esa encendida para que puedas ver.

Le miró.

– ¿Zsadist?

– ¿Sí?

– Cuando estaba… -se aclaró la garganta-. Cuando estaba en ese agujero en el suelo, pensaba en ti. Quería que fueras a por mí. Sabía que me sacarías de allí.

Sus cejas descendieron aunque los párpados estaban bajos.

– Yo también pensé en ti.

– ¿Lo hiciste? -Movió la barbilla arriba y abajo, mientras ella decía, -¿De verdad?

– Sip. Algunos días… tú eras todo en lo que yo podía pensar.

Bella sintió que sus ojos se agrandaban. Rodó hacia él y apoyó la cabeza en un brazo.

– ¿En serio? -Cuando él no le respondió, ella presionó- ¿Por qué?

Su gran pecho se expandió y exhaló un aliento.

– Quería recuperarte. Eso es todo.

Oh… solamente cumplía con su trabajo.

Bella dejó caer el brazo y le volvió la espalda.

– Bien… gracias por venir a por mí.

En silencio observó arder la vela en la mesita de noche. La llama en forma de lágrima ondulaba, tan preciosa, tan elegante…

La voz de Zsadist era suave.

– Odiaba la idea de que estuvieras sola y asustada. Que alguien te hubiera hecho daño. No podía… dejarlo.

Bella dejó de respirar y miró por encima del hombro.

– No pude dormir en esas seis semanas -murmuró-. Todo lo que podía ver cuando cerraba los ojos era a ti, pidiendo ayuda.

Dios, si bien su cara era ruda, su voz era tan suave y tan hermosa, como la llama de la vela.

Giró la cabeza hacia ella y abrió los ojos. Su oscura mirada estaba llena de emoción.

– No sé cómo pudiste sobrevivir tanto tiempo. Estaba seguro de que habías muerto. Pero entonces encontramos el lugar y te saqué de ese agujero. Pero cuando vi lo que te había hecho…

Bella lentamente se volvió, no queriendo asustarlo con una retirada.

– No recuerdo nada de eso.

– Bien, eso es bueno.

– Algún día… necesitaré saber. ¿Me lo contarás?

Él cerró los ojos.

– Si realmente quieres los detalles.

Guardaron silencio durante un tiempo, y entonces él se movió hacia ella, rodando hacia un lado.

– Odio preguntártelo, pero ¿cómo era? ¿Puedes recordar algo específico sobre él?

Suficiente, pensó. Demasiado

– Eh, ah, se teñía el pelo de castaño.

– ¿Qué?

– Quiero decir, estoy casi segura que lo hacía. Cada semana o así entraba en el baño y podía oler los productos químicos. Y tenía raíces. Una pequeña línea blanca en su cuero cabelludo.

– Pero creía que palidecer era bueno porque significaba que hacía tiempo que pertenecían a la Sociedad.

– No lo sé. Creo que tenía… o tiene… una posición de poder. Por lo que podía oír desde el agujero los otros lesser eran cuidadosos a su alrededor. Y lo llamaban ‘O’

– ¿Algo más?

Temblando regresó a la pesadilla.

– Él me amaba.

Un gruñido vibró de Zsadist, grave y desagradable. A ella le gustó ese sonido. La hacía sentirse protegida. Le dio fuerza para seguir hablando.

– El lesser, me dijo… me dijo que me amaba, y lo hacía. Estaba obsesionado conmigo. -Lentamente soltó el aliento, tratando de calmar su palpitante corazón-. Al principio estaba aterrorizada, pero después utilicé sus sentimientos contra él. Quería hacerle daño.

– ¿Lo hiciste?

– A veces, sí. Le hice… llorar.

La expresión de Zsadist fue más que extraña. Cómo si tuviera… envidia.

– ¿Cómo te sentiste?

– No quiero decirlo.

– ¿Porque fue bueno?

– No quiero que pienses que soy cruel.

– La crueldad es diferente de la represalia.

En el mundo de un guerrero, imaginó que era cierto.

– No estoy segura de estar de acuerdo.

Sus oscuros ojos se estrecharon.

– Hay algunos que querrían vengarte. ¿Sabes eso, no?

Pensó acerca de él saliendo a la noche para cazar al lesser sin poder soportar la idea que podría hacerse daño. Entonces se imaginó a su hermano, tan furioso y orgulloso, preparado también para desgarrar al asesino.

– No… no quiero que hagas eso. Ni tú, ni Rehvenge, ni nadie.

De repente una corriente atravesó la habitación, como si hubieran abierto la ventana de repente. Miró alrededor y se dio cuenta que la ola fría había salido del cuerpo de Zsadist.

– ¿Tienes un compañero? -preguntó abruptamente.

– Por qué lo… Oh, no, Rehvenge es mi hermano. No mi compañero.

Esos grandes hombros se relajaron. Pero entonces frunció el ceño.

– ¿Tuviste alguno?

– ¿Tener un compañero? Por un tiempo sí. Pero no las cosas no funcionaron.

– ¿Por qué?

– Por mi hermano -hizo una pausa-. Realmente, eso no es cierto. Pero cuando el macho no pudo hacerle frente a Rehv, le perdí mucho respeto. Y entonces… el tipo contó detalles de nuestra relación en el glymera y las cosas… se complicaron.

De hecho, se pusieron horribles. La reputación del macho permaneció intacta, por supuesto, mientras que la de ella se hizo trizas. Quizás eso era por lo que se sentía tan atraída hacia Zsadist. No le importaba lo que pensaran de él. No había subterfugios, ni modales corteses escondiendo sus pensamientos e instintos. Era honesto, y esa franqueza, aunque sirviera para revelar su cólera, la hacía sentir segura al confiar en él.

– ¿Vosotros fuisteis… -se fue quedando sin habla.

– ¿Fuimos qué?

– ¿Amantes? -En un áspero arrebato, Zsadist maldijo-. No importa, no es de mí…

– Ah, sí, lo fuimos, Rehv nos descubrió, y allí fue dónde empezaron los problemas. Ya sabes como es la aristocracia ¿Una mujer que se acuesta con alguien que no es su pareja? Puedes jurar que está manchada de por vida. Creo, que siempre desee haber nacido civil. Pero no puedes escoger tu ascendencia, ¿verdad?

– ¿Amabas al macho?

– Pensaba que sí. Pero… no. -Pensó en la calavera al lado del jergón de Zsadist-. ¿Has estado enamorado alguna vez?

La esquina de su boca se alzó en un gruñido.

– ¿Qué diablos crees?

Cuando ella retrocedió, cerró los ojos.

– Lo siento. Quiero decir, no. Eso sería un no.

¿Entonces por qué conservaba ese cráneo? ¿De quién era? Estaba a punto de preguntarle cuando cortó la pregunta.

– ¿Tu hermano piensa ir tras el lesser?

– Indudablemente. Rehvenge es… Bien, ha sido mi guardián desde que mi padre murió cuando era muy joven, y Rehv es muy agresivo. Extremadamente agresivo.

– Bien, entonces dile que no se mueva. Yo voy a vengarte.

– No -dijo disparándole una mirada.

– Sí.

– Pero no quiero que lo hagas. -No podría vivir consigo misma si se mataba en el proceso.

– No puedo detenerme. -Apretó con fuerza sus ojos cerrados-. Jesús… no puedo respirar sabiendo que ese bastardo está allí fuera. Tiene que morir.

Miedo y gratitud y algo completamente cálido se apretujó en su pecho. En un impulso, se inclinó y le besó en los labios.

Saltó hacia atrás con un siseo, los ojos más abiertos que si le hubiera abofeteado.

Oh, demonios. ¿Por qué había hecho eso?

– Lo siento. Lo siento, yo…

– No, está bien. Estamos bien. -Rodó sobre su espalda y alzó la mano hasta la boca. Se frotó los labios con los dedos, como si se limpiara de ella.

Cuando ella suspiró bien y duramente, él dijo:

– ¿Qué ocurre?

– ¿Soy tan desagradable al gusto?

Él dejó caer el brazo.

– No.

Qué mentira.

– Quizás pueda conseguirte un paño para lavarte, ¿quieres?

Cuando iba a salir disparada de la cama, una mano le sujetó el brazo.

– Es mi primer beso, ¿vale? Sólo es que no lo esperaba.

Bella se quedó sin respiración. ¿Cómo era eso posible?

– Oh, por el amor de Dios, no me mires así. -La dejó ir y volvió a mirar hacia el techo.

Su primer beso…

– ¿Zsadist?

– Qué.

– ¿Me dejarías hacerlo otra vez?

Hubo una larga, larga pausa. Avanzando lentamente hacia él, presionó su cuerpo contra las sábanas y mantas.

– No te tocaré con nada más. Sólo mis labios. Sobre los tuyos.

Gira la cabeza, deseaba fervientemente. Gira la cabeza y mírame.

Y él lo hizo.

No esperó a una invitación por escrito o que él cambiara de parecer. Presionó los labios contra los suyos ligeramente, entonces revoloteó sobre su boca. Cuando permaneció quieto, se lanzó abajo y esta vez lo acarició. Su respiración se entrecortó.

– ¿Zsadist?

– Sí -susurró.

– Relaja la boca para mí.

Con cuidado de no abalanzarse sobre él, se apoyó en sus antebrazos y se acercó de nuevo. Sus labios eran chocantemente suaves excepto por las cicatrices del labio superior. Para asegurarse que sabía que esa imperfección no le importaba, deliberadamente atendió ese lugar, volviendo allí una y otra vez.

Y entonces sucedió: él le devolvió el beso. Fue sólo un leve movimiento de su boca, pero lo sintió hasta su corazón. Cuando lo hizo otra vez, lo alabó gimiendo un poco y dejándole tomar iniciativa.

Dios, era tan indeciso, andando a tientas a través de su boca con las más suaves caricias. La besó dulcemente y con cuidado, sabiendo a manzanas y a especie masculina. Y el contacto entre ellos, aunque ligero y lento, fue suficiente para que le doliera.

Cuando ella sacó ligeramente la lengua y le lamió, se apartó bruscamente.

– No se qué estoy haciendo aquí.

– Sí, lo sabes. -Se inclinó para mantener el contacto-. Realmente lo sabes.

– Pero…

Lo acalló con su boca, y no mucho tiempo después regresó al juego. Esta vez cuando su lengua le acarició abrió los labios, y su propia lengua la encontró hábil y cálida. Una vuelta lenta empezó… y entonces él estaba en su boca, presionando, buscando.

Sintió la agitación sexual en él, el calor y la urgencia crecían en su gran cuerpo. Estaba deseosa de que extendiera la mano y la arrastrara contra él. Cuando no lo hizo, se relajó mirándolo. Tenía las mejillas encendidas y los ojos brillando intensamente. Estaba hambriento de ella, pero no hizo ningún movimiento para acercarla. Ni lo haría.

– Quiero tocarte -dijo ella.

Pero cuando alzó la mano, se tensó y le agarró fuertemente la muñeca. El miedo sobrevoló debajo de su superficie; podía sentirlo ondeando a través de su cuerpo, tensándolo. Esperó a que él recuperara el sentido, sin presionarle.

Su agarre lentamente se aflojó.

– Sólo… ve despacio.

– Lo prometo.

Empezó con el brazo, recorriendo de arriba y abajo con las yemas de los dedos la suave piel sin vello. Seguía sospechosamente el movimiento con los ojos, pero ella no se lo tomó mal, los músculos se movían nerviosamente, estremeciéndose a su paso. Lo acarició lentamente, dejando que se acostumbrara a su toque, y cuando estuvo segura que estaba cómodo, se inclinó hacia él y posó los labios en sus bíceps. El hombro. La clavícula. La parte superior de los pectorales.

Se dirigía hacia su pezón perforado.

Cuando estuvo cerca del anillo de plata con la pequeña bola, alzó la mirada. Tenía los ojos muy abiertos, tan abiertos que se veía todo el blanco alrededor de sus iris.

– Quiero besarte aquí -dijo-. ¿Puedo?

Asintió con la cabeza y se lamió los labios.

En el momento en que su boca hizo contacto, su cuerpo se sacudió como si alguien tirara de sus brazos y piernas al mismo tiempo. Ella no se detuvo. Succionó el piercing y enroscó la lengua a su alrededor.

Zsadist gimió, el sonido grave retumbó en su pecho; luego inspiró con un siseó. Su cabeza cayó en la almohada, pero mantuvo un ángulo que le permitiera observarla.

Cuando le dio golpecitos al aro de plata y lo tironeó un poco, se arqueó fuera de la cama, una pierna colgando, el talón hundido en el colchón. Le hizo cosquillas en el pezón una y otra vez hasta que hizo una bola entre sus puños con el edredón.

– Oh… joder, Bella… -Respiraba con un ritmo duro, crudo, irradiando calor- ¿Qué me estás haciendo?

– ¿Quieres que pare?

– Eso o lo haces más duro.

– ¿Qué tal un poquito más?

– Sip… un poco más.

Lo trabajó con la boca, jugando con el anillo, conduciéndole hasta que sus caderas empezaron a balancearse.

Cuando miró hacia su cuerpo, perdió el ritmo. Su erección era tan maciza que empujaba contra el delgado nylon de sus pantalones de ejercicio, y ella lo veía todo: la redondeada cabeza con su elegante cresta, el grueso eje, los pesos gemelos debajo.

Dios mío. El era… enorme.

Estaba completamente húmeda entre sus muslos y movió la mirada para encontrar la de él. Sus párpados todavía hacia atrás y su boca abierta con el sobrecogimiento, la conmoción y el hambre guerreando en su cara.

Extendió la mano y empujó el pulgar entre sus labios.

– Succióname.

Lo pilló enseguida succionando fuertemente y mirando como ella seguía. Un frenesí se apoderó de él; ella podía sentirlo. La lujuria crecía en él, convirtiéndole en un polvorín, y santo infierno, ella lo deseaba. Deseaba que él explotara completamente. Dentro de ella.

Soltó su pezón, sacó el pulgar de su boca, y se alzó para empujar la lengua entre sus labios. Con esa invasión él gimió salvajemente, su gran cuerpo sacudiéndose contra el agarre que mantenía con las mantas.

Deseaba que se dejara ir y la tocara, pero no podía esperar. Esta primera vez, ella debería llevar el control. Empujó lejos las mantas, deslizó la parte superior de su cuerpo sobre su pecho, y echó la pierna sobre sus caderas.

En el instante que su peso cayó en la parte superior de él, se tensó y dejó de besarla.

– ¿Zsadist?

La rechazó con tanta fuerza que ella rebotó sobre el colchón.

Zsadist se escapó de la cama, jadeando y enloquecido, su cuerpo atrapado entre el pasado y el presente, una estrecha línea entre los dos.

Parte de él quería más de lo que Bella le estaba haciendo. Caramba, se moría por continuar explorando su primera excitación sexual. Las sensaciones eran increíbles. Una revelación. La única cosa buena que había sentido… alguna vez.

Por la Virgen del Fade, no se extrañaba de que los machos mataran por proteger a sus compañeras.

Excepto que él no podía soportar el tener a una hembra encima, incluso si era Bella, y el pánico salvaje golpeando a través de él ahora mismo era peligroso. ¿Qué pasaría si la emprendía a golpes con ella? Por el amor de Dios, si él ya la había arrojado a través de la maldita cama.

Le echó un vistazo. Se veía tan desgarradoramente bella entre las sábanas revueltas y las almohadas desparramadas. Pero estaba aterrorizado de ella, y a causa de eso, aterrorizado por ella. Los toques y besos, por más que se hubiera involucrado al principio, eran mucho más que un detonante para él. Y no podía colocarse en esa situación de turbación estando a su alrededor.

– No iremos allí otra vez -dijo-. Esta mierda no ha pasado.

– Te gustó. -Su voz fue suave pero fuerte-. Pude sentir tu sangre corriendo velozmente bajo mis manos.

– Sin discusión.

– Tu cuerpo se endurece por mí.

– ¿Quieres que te haga daño? -Mientras apretaba fuertemente una almohada, él la presionó más fuerte-. Porque, a ver si nos entendemos, el sexo y yo sólo seguimos un camino, y no es algo de lo que quieras formar parte.

– Me gustó la manera en que me besaste. Quiero acostarme contigo. Hacer el amor contigo.

– ¿Hacer el amor? ¿Hacer el amor? -Extendió los brazos-. Bella… todo lo que puedo ofrecerte es un polvo. No te gustaría, y francamente no me gustaría hacértelo. Mereces más.

– Sentí tus labios sobre los míos. Fueron suaves…

– Oh, por favor

– ¡Cállate y déjame terminar!

Z se quedó boquiabierto seguro que le había dado una patada en el trasero. Nadie le había hablado en ese tono. La anomalía sola habría obtenido su atención, pero el hecho que fuera ella lo dejó pasmado.

Bella echó su cabello por encima del hombro.

– Si no deseas estar conmigo, de acuerdo. Sólo tienes que decirlo. Pero no te escondas detrás del querer protegerme. ¿Crees que no sé como de rudo sería el sexo contigo?

– ¿Es por eso que lo deseas? -Preguntó con voz mortal-. ¿Piensas que sólo mereces que te hagan daño ahora, después del lesser?

Ella frunció el ceño.

– De ningún modo. Pero si es la única manera de tenerte, entonces así es como te tendré.

Se frotó la cabeza con la mano esperando que la fricción pudiera hacerle funcionar el cerebro.

– Creo que te equivocas. -Bajó la mirada al suelo-. No tienes ni idea de lo que estás diciendo.

– Arrogante bastardo -dijo ella bruscamente.

Z alzó la cabeza de golpe. Bien, patada número dos…

– ¿Perdona?

– Haznos el favor de no tratar de pensar por mí, ¿vale? Porque te estás equivocando en cada maldito momento. -Con eso se marchó hacia el baño y cerró con un portazo.

Zsadist parpadeó un par de veces. ¿Qué demonios había pasado?

Recorrió con la mirada la habitación como si los muebles o quizás las cortinas pudieran echarle una mano. Luego su aguda audición captó un leve sonido. Ella estaba… llorando.

Con una maldición se dirigió al baño. No llamó, sólo giró la manija y entró. Estaba de pie junto a la ducha, con los brazos cruzados, las lágrimas reunidas en sus ojos color zafiro.

Oh… Dios. ¿Qué se suponía que tenía que hacer un macho en esta situación?

– Lo siento -masculló-. Si yo… uh, herí tus sentimientos.

Ella lo miró furiosa.

– No estoy dolida. Estoy muy enojada y sexualmente frustrada.

La cabeza chasqueó bruscamente en su columna. Bien… entonces. Vaaaalee

Amigo, necesitaría un collarín después de esta conversación.

– Te lo digo otra vez, Zsadist. Si no quieres acostarte conmigo, está bien, pero no trates de decirme que no sé lo quiero.

Z plantó sus palmas en los huesos de las caderas y descendió la mirada hacia el azulejo de mármol. No digas nada, gilipollas. Sólo mantén la boca…

– No es eso -soltó de golpe. Mientras las palabras flotaban en el aire, se maldijo a sí mismo. Hablar era malo. Hablar era realmente una ridícula idea…

– ¿No es qué? ¿Quieres decir que me deseas?

Pensó que eso todavía trataba de arañar el camino de salida de sus pantalones. Ella tenía ojos. Podía ver esa maldita cosa.

– Sabes que sí.

– Entonces si estoy dispuesta a tenerte… duro… -hizo una pausa, y tuvo la sensación de que ella se sonrojaba-. ¿Entonces podemos estar juntos?

Su respiración se redujo hasta que le ardieron los pulmones y el corazón latía fuertemente. Se sintió como si estuviera mirando por encima del borde de un precipicio. ¿Dios mío, realmente no podía contárselo? ¿No?

El estómago se le volteó cuando las palabras salieron.

– Ella siempre estaba encima. El Ama. Cuando ella… venía a mí, siempre estaba encima. Tú, uh, rodaste sobre mi pecho y…, eso no me va.

Se restregó la cara, mientras trataba de esconderle que trataba de mitigar un súbito dolor de cabeza.

Oyó como jadeó. Percatándose que era ella.

– Zsadist, lo siento. No lo sabía…

– Si… joder… quizás podrías olvidar lo que te he dicho. -Dios, necesitaba salir de allí antes que su boca empezara a balbucear otra vez. -Mira, voy a…

– ¿Qué te hizo?-La voz de Bella era fina como un pelo.

Le echó una dura mirada. Oh, ni en sueños, pensó.

Se acercó hacia él.

– Zsadist, ¿ella… te tomó contra tu voluntad?

Se dio la vuelta.

– Voy al gimnasio. Te veré más tarde.

– Espera…

– Más tarde, Bella. Yo no puedo… hacer esto.

Mientras se marchaba agarró sus Nikes y su MP3.

Una buena y larga carrera era justo lo que necesitaba ahora. Una larga… carrera. Aunque no lo condujera a ningún sitio. Al menos podría tener la sudorosa ilusión que se escapaba de sí mismo.

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