CAPÍTULO 15

Mientras amanecía y las persianas se cerraban sobre las ventanas, Bella se ajustó la bata negra y salió de la habitación que se le había asignado. Con una rápida mirada, comprobó el pasillo a ambos lados. Sin testigos. Bien. Cerrando la puerta silenciosamente, se deslizó sobre la alfombra persa, sin hacer ruido. Cuando llegó al inicio de la gran escalera se detuvo, intentando recordar qué camino tomar.

El corredor con estatuas, pensó, recordando otra excursión por aquel largo pasillo hacía muchas, muchas semanas.

Caminó deprisa para después echar a correr, asiendo las solapas de la bata y manteniendo los bordes cerrados a la altura de los muslos. Pasó de largo estatuas y puertas, hasta que llegó al final y se detuvo enfrente del último par. No se preocupó de recomponerse, porque lo suyo no tenía arreglo. Perdida, desmotivada, en peligro de desintegración-ahí no había nada que recomponer. Llamó a la puerta con fuerza.

A través de esta escuchó:

– Jódete. Estoy roto.

Giró el pomo y empujó. La luz proveniente del pasillo entró inesperadamente, iluminando una porción de oscuridad. Cuando el resplandor alcanzó a Zsadist, éste se incorporó en un jergón de mantas en el rincón más lejano. Estaba desnudo, los músculos flexionados marcándosele bajo la piel, los aros de sus pezones brillaron plateados. La cara, con aquella cicatriz, era un anuncio de la categoría de tipos duros.

– He dicho, joder… ¿Bella? -Se cubrió la cara con las manos-. Jesucristo. ¿Qué estás haciendo?

Buena pregunta, pensó ella mientras su valor disminuía.

– ¿Puedo… puedo quedarme aquí contigo?

Él frunció el ceño.

– ¿Qué estas… No, no puedes.

Recogió algo del suelo y lo sostuvo frente a sus muslos mientras se levantaba. Sin disculparse por mirarlo fijamente, ella se emborrachó con su visión: las bandas de esclavo tatuadas sobre las muñecas y el cuello, el aro en su oreja izquierda, los ojos de obsidiana, el pelo rapado. Su cuerpo era tan absolutamente enjuto como recordaba, todo músculos estriados con venas marcadas y puros huesos. El poder crudo emanaba de él como una esencia.

– Bella, lárgate de aquí, ¿okay? Éste no es sitio para ti.

Ella ignoró la orden de sus ojos y su voz porque, aunque su valor había desaparecido, la desesperación le daba la fuerza que necesitaba.

Ahora la voz no le iba a temblar.

– Cuando me metieron en el coche, tú ibas al volante ¿no es cierto? -Él no respondió, pero tampoco necesitaba que lo hiciera-. Si, ibas, eras tú. Me hablaste. Fuiste el único que fue a buscarme, ¿Verdad?

Él se sonrojó.

– La Hermandad te rescató.

– Pero tú condujiste para sacarme de allí. Y me trajiste aquí primero. A tu habitación. -Ella miró la lujosa cama. Los cobertores estaban echados hacia atrás, la almohada hundida en el lugar donde había reposado su cabeza-. Déjame quedarme.

– Mira, necesitas estar a salvo…

– Estoy a salvo contigo. Tú me salvaste. No permitas que ése lesser me tenga de nuevo.

– Nadie puede tocarte aquí. Éste lugar está alambrado como el jardín del Pentágono.

– Por favor…

– No -estalló él-. Ahora sal de una vez de aquí.

Ella empezó a temblar.

– No puedo estar sola. Por favor déjame quedarme contigo. Necesito… -Lo necesitaba a él especialmente, pero no creía que él se lo tomara muy bien-. Necesito estar con alguien.

– Entonces Phury se aproxima más a lo que estás buscando.

– No, él no. -Ella quería al hombre que tenía enfrente. Pese a toda su crueldad, confiaba en él por instinto.

Zsadist se pasó la mano por la cabeza unas cuantas veces. Entonces su pecho se ensanchó.

– No me eches -susurró.

Cuando él maldijo, ella suspiró con alivio, imaginándose que era lo más cercano a un sí que iba a conseguir.

– Tengo que ponerme algo encima -murmuró él.

Bella dio un paso para entrar y cerró la puerta, bajando la mirada sólo un momento. Cuando la levantó de nuevo, él se había girado y se estaba subiendo por los muslos un par de calzoncillos negros de nylon.

La espalda, con los rastros de cicatrices, flexionada mientras se inclinaba. Observando el despiadado mapa, le golpeó la necesidad de saber exactamente por lo que había pasado. Todo ello. Todos y cada uno de los latigazos. Había oído rumores sobre ello; pero quería su versión.

Había sobrevivido a lo que le habían hecho. Quizás ella también pudiera.

Él se giró.

– ¿Has comido?

– Sí, Phury me trajo comida.

Una expresión fugaz le cruzó la cara, pero fue tan rápida que no pudo leerla.

– ¿Te duele algo?

– No particularmente.

Él se acercó a la cama y ahuecó las almohadas. Entonces permaneció de pie a un lado, mirando al suelo.

– Métete.

Mientras se acercaba, deseó rodearlo con sus brazos, y él se tensó, como si pudiera leerle la mente. Dios, sabía que no le gustaba que lo tocaran, lo había aprendido de la peor manera. Pero de todas formas quería acercársele.

Por favor, mírame, pensó.

Cuando estaba apunto de pedírselo notó que llevaba algo alrededor del cuello.

– Mi collar -susurró-. Llevas mi collar.

Alargó la mano, pero él se echó atrás. Con un movimiento rápido se quitó la frágil cadena de oro con sus pequeños diamantes y lo depositó en su mano.

– Aquí tienes. Te lo devuelvo.

Ella bajó la mirada. Diamantes por la Yarda. De Tiffany. Los había llevado durante años… su joya favorita. Había sido una parte de ella, siempre se sentía desnuda sin él puesto. Ahora los frágiles eslabones le parecían totalmente ajenos a ella.

Estaba cálido, pensó, tocando un diamante. Calentado por su piel.

– Quiero que te lo quedes -barbotó ella.

– No.

– Pero…

– Basta de charla. Métete en la cama o sal de aquí.

Guardó el collar en el bolsillo de la bata y lo miró. Sus ojos estaban fijos en el suelo, y cuando respiraba los aros de sus pezones capturaban la luz.

Mírame, pensó ella.

Como no lo hizo, se metió en la cama. Cuando él se inclinó se movió para dejarle sitio, pero todo lo que hizo fue taparla y entonces se volvió al rincón, al jergón en el suelo.

Bella miró al techo durante unos pocos minutos. Entonces agarró una almohada, salió de la cama y se fue tras él.

– ¿Qué estás haciendo? -su voz se elevó. Alarmada.

Soltó la almohada y se acostó, echándose en el suelo tras su gran cuerpo. Su aroma era ahora mucho más fuerte, oliendo a hojas y destilando poder masculino. Buscando su calor, se acercó poco a poco hasta que apoyó la frente en la parte de atrás de su brazo. Era tan sólido, como un muro de piedra, pero era cálido, y el cuerpo de ella se relajó. Cerca de él era capaz de sentir el peso de sus huesos, el duro suelo bajo ella, las corrientes de la habitación que traían el calor. A través de su presencia, se conectó de nuevo al mundo que la rodeaba.

Más. Más cerca.

Se movió hasta quedar pegada a su lado, desde el pecho hasta los talones.

Él se movió con una sacudida, retrocediendo hasta quedar junto a la pared.

– Lo siento -murmuró, acercándose a él de nuevo-. Necesito esto de ti. Mi cuerpo necesita-a ti-algo cálido.

Abruptamente él se levantó de un salto.

Oh, no. Iba a echarla…

– Vamos -dijo él bruscamente-. Vamos a la cama. No puedo soportar la idea de que estés en el suelo.


Quienquiera que te dijera que no se podía vender algo dos veces, nunca había conocido al Omega.

O giró sobre su estómago y se apoyó en los débiles brazos. El vómito era más fácil así. La gravedad ayudaba.

Mientras vomitaba, recordó la primera y pequeña negociación que había tenido con el padre de todos los lessers. En la noche de la incorporación de O a la Sociedad de los Lesser, había comerciado con su alma, así como con la sangre y el corazón, para convertirse en un inmortal, aprobado y asesino apoyado.

Y ahora tenía otro negocio. El Sr. X ya no estaba. O era ahora el Fore-lesser.

Desafortunadamente, O también era ahora la puta del Omega.

Intentó levantar la cabeza. Cuando consiguió que la habitación dejara de dar vueltas, estaba demasiado cansado para preocuparse por sentir más nauseas. O quizás ya no había más inconvenientes en ese departamento.

La cámara. Estaba en la cámara del Sr. X. Y guiándose por la luz, ya había amanecido. Mientras parpadeaba por el débil brillo, miró hacia abajo. Estaba desnudo. Marcado con heridas. Y odió el sabor que tenía en la boca.

Ducha. Necesitaba una ducha.

O se arrastró al suelo usando la silla que había al lado de la mesa. Cuando se puso en pie, las piernas le hicieron pensar en lámparas de lava por alguna extraña razón. Probablemente porque sentía ambas como si fueran líquidas.

La rodilla izquierda se le dobló y se derrumbó en la silla. Mientras se rodeaba con los brazos, decidió que el baño podía esperar.

Tío… el mundo era nuevo otra vez, ¿verdad? Y él había aprendido muchas cosas durante su promoción. Antes de su cambio de estatus, no sabía mucho más del Fore-lesser salvo que era el líder de los cazadores. De hecho, el Omega estaba atrapado en la otra orilla y necesitaba un canal para hacerse temporal. El lesser nº 1 era la guía que el Omega utilizaba para encontrar el camino durante la travesía. Todos los Fore-lesser tenían que abrir el canal y convertirse en el faro.

Y había grandes beneficios por ser el lesser al mando. Beneficios que hacían que la técnica de congelación de cuerpos que el Sr. X solía utilizar pareciera un juego de niños.

Sr. X… bueno y viejo sensei. O se echó a reír. A pesar de sentirse como una mierda esta mañana, el Sr. X se sentía peor. Garantizado.

Las cosas habían ido bastante bien tras la rutina de cuchillas-en-el-pecho. Cuando O se había echado a los pies del Omega, había presentado su solicitud para un cambio de régimen. Apuntó que los alistados a la Sociedad estaban bajando de número, especialmente los Alfas. La Hermandad se estaba haciendo más fuerte. El Rey Ciego había ascendido al trono. El Sr. X no estaba presentando un frente fuerte.

Y todo era verdad. Pero ninguno de ellos aceptó el trato.

No, el acercamiento había ocurrido a causa del encaprichamiento del Omega por O.

En la historia de la Sociedad, habían existido algunos ejemplos de que el Omega había tomado un interés personal, si se podía llamar así, por un lesser específico. No era la bendición que uno creía. El afecto de Omega era intenso y de corta duración, y las separaciones eran horribles, según los rumores. Pero O estaba dispuesto a mendigar, fingir y mentir para conseguir lo que necesitaba, y el Omega había cogido lo que le había ofrecido.

Qué horrible forma de matar un par de horas. Pero merecía la pena.

Se preguntó perezosamente qué le estaría pasando ahora al Sr. X. Cuando O había liberado al Omega había sido para llamar al hogar de los otros cazadores y eso ya debía haber pasado. La formación de armas del Fore-lesser estaba en la mesa, su teléfono móvil y el BlackBerry, también. Y había una marca de estrella chamuscada sobre la puerta de la calle.

O miró el reloj digital al otro lado de la habitación. Aunque se sentía muy mal, era hora de moverse. Cogió el teléfono del Sr. X, marcó, y se lo llevó a la oreja.

– ¿Si, sensei? -respondió U.

– Se ha producido un cambio de líder. Quiero que seas mi segundo al mando.

Silencio. Entonces:

– Bendita mierda. ¿Qué le ha pasado al Sr. X?

– Se está comiendo su carta de despido en este momento. Así que ¿estás conmigo?

– Ah, sí. Seguro. Soy tu chico.

– Estás a cargo de los chequeos desde este momento. No hay razón para hacerlo en persona. El correo electrónico estará bien. Y voy a mantener los escuadrones como están. Alfas en parejas. Betas en grupos de cuatro. Haz el anuncio acerca del Sr. X. Después trae tu culo hasta la cámara.

O colgó. No le iba a conceder ni una mierda a la Sociedad. No le podía importar menos la estúpida guerra con los vampiros. Tenía dos objetivos: llevarse a su mujer viva o muerta. Y matar al Hermano con cicatrices que se la había llevado.

Mientras se levantaba, se le ocurrió mirar hacia abajo, a su flácida masculinidad. Un horrible pensamiento serpenteó por su mente.

Los vampiros, al contrario de los lessers, no eran impotentes.

Se imaginó a su bella, pura esposa… la vio desnuda, el cabello sobre los pálidos hombros, las elegantes curvas del esbelto cuerpo captando la luz. Magnífico. Perfecto, perfecto, perfecto. Absolutamente femenino.

Algo para ser adorado y poseído. Pero nunca follado. Una Madonna.

Salvo que nada que tuviera polla podría querer eso. Vampiro, humano, lesser. Nada.

La violencia lo atravesó, y bruscamente esperó que estuviera muerta. Porque si aquel horrible bastardo había intentado tener sexo con ella… tío, O iba a castrar a aquel Hermano con una cuchara antes de matarlo.

Y que Dios la ayudara si lo disfrutaba.

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