Cántico de Kitiara

Kitiara, de todos los tiempos, éstos son

los que agitan la noche, la espera, el lamento.

Las nubes ensombrecen la ciudad mientras escribo,

congelando el pensamiento y la luz,

haciendo que las calles se suspendan entre el día y la negrura.

He esperado más allá de decisiones,

más allá del corazón en penumbra, para hablarte como ahora lo hago.

En la ausencia creciste

más hermosa, más ponzoñosa.

Eras esencia de orquídeas en la ondulante noche

en que la pasión, cual tiburón arrastrado por un río de sangre,

mata los cuatro sentidos, sólo el paladar preservando

para, doblado sobre sí mismo, hallar su propia savia en una liviana herida,

y yo, al igual que el tiburón,

degusto unas entrañas desgarradas en el largo túnel de mi garganta;

más, aun sabiéndolo, siento que la noche conserva su riqueza,

convertida en una manopla de deseos que me llevan a una paz

donde me confundo en un vano embrujo,

y estrecho en mis brazos la tiniebla consagrada por el placer.

Pero la luz,

la luz, Kitiara mía,

cuando el sol las lluviosas callejas ilumina y el aceite

de los empañados faroles reverbera en el agua por el astro azotada,

difuminando la claridad en mil arco iris...

La luz que me levante y, aunque vuelva

la tormenta a enseñorearse,

pienso en Sturm, Laurana y los otros,

pero más que nadie en Sturm, que puede ver el sol

a través de la bruma y el manto de nubes.

¿Cómo abandonarlos?

Y así, en la sombra,

no tu sombra sino la agitada y gris penumbra,

ansioso de luz, ahuyento la tormenta.

Загрузка...