Libro tres Odisea

26

«Surgida del Tiempo y el Espacio

la marea que habrá de llevarnos lejos»


El recuerdo que tenía Drake del último minuto era nítido e intenso. Estaba de pie en la portilla de la nave, contemplando el mundo a sus pies. Había transcurrido casi un día completo desde su encarnación, y ahora estaba listo para subir a bordo de un trasbordador e iniciar el descenso.

Ya conocía el planeta y el cielo local. Durante la encarnación habían descargado en él ingentes cantidades de información sobre ambos. Pero esos eran conocimientos abstractos. Ansiaba ahora lo auténtico: la sensación del suelo alienígena bajo sus pies dotados de garras, el primer aliento de lo que allí se considerara aire, la vista del sol y las lunas y las constelaciones cuajadas de estrellas, desdibujadas por la neblina, la bruma y el celaje de la noche.

Echó un último vistazo abajo. El mundo era parecido a la Tierra, lo que se reflejaba en su encarnación: brazos, piernas y una cabeza sin cuello; manos con tres dedos; un cuerpo capaz de caminar erecto en vez de gatear, o reptar, o arrastrarse por un lecho marino sembrado de rocas.

Se dio la vuelta para subir al trasbordador y, en ese momento, habló el sistema de control de la nave.

Presencia de Shiva detectada. Aterrizaje anulado. Cesura activada. La fase de entrada final comenzará dentro de cinco segundos.

¿Tan pronto? El mensaje de la nave acababa de comunicarle que iba a morir. Había anticipado una larga y solitaria vigilia en la superficie, sustentado tan solo por los recuerdos de Ana, y al final del todo la llegada de una influencia Shiva y una suerte incierta. En vez de eso iba a encontrar el olvido dentro de cinco segundos.

Puesto que no había nada que pudiera hacer al respecto, Drake se quedó perfectamente inmóvil, observó y escuchó. La cesura había aparecido ya. Podía ver una espiral arremolinada de negrura con un ojo más oscuro en el centro. Una cesura era una rendija en el espacio-tiempo, pero esta parecía más bien un embudo sin fondo, una chimenea cónica de tinta y aceite.

La nave se encontraba al borde. Drake, sabedor de que habían llegado sus últimos instantes de consciencia, pensó en Ana. Ya nunca volvería a verla.

Cerró los ojos con fuerza…

…y los abrió. Se había producido un violento momento de desorientación durante el cual su cuerpo fraccionado se retorció y giró en cien direcciones a la vez. Pero cuando terminó, estaba vivo. Todo estaba en calma. La portilla a su lado no mostraba indicios de caos, nada de fulgor cegador ni negrura estigia, nada salvo estrellas serenas.

¿Había impedido el Shiva que actuara la cesura?

—¿Qué ha salido mal? ¿Por qué no ha funcionado?

Antes de que tuviera tiempo de responderse a sí mismo, la nave contestó:

No ha salido nada mal. Todo se ha desarrollado de acuerdo con la teoría.

—¿Sabes qué ha pasado? —De todas las improbabilidades, esta era la mayor: que Drake y la nave hubieran sido lanzados a otro universo que parecía exactamente igual al suyo. Volvió a asomarse a la portilla. El cielo mostraba estrellas, nubes de gas, y los tenues parches imprecisos de nebulosas en espiral. Pero las estrellas dibujaban pautas desconocidas, y el planeta se había desvanecido por completo—. ¿Dónde estamos?

¿Concretamente? Lo desconozco.

—Se suponía que la cesura debía aniquilarnos… arrojarnos a otro universo. Este parece nuestro universo.

Lo es. He estimado las constantes físicas locales y son las mismas dentro de los límites de medida. La probabilidad de que ocurra algo así en otro universo es sumamente pequeña. En estos momentos estoy calculando los parámetros globales del universo.

—¿Sabes qué nos ha ocurrido?

No tengo pruebas, pero guiándome por la lógica deductiva se puede inferir una posibilidad plausible. La operación de las cesuras sigue una pauta estadística impredecible, de ahí que no se pueda aventurar el resultado de cada uso específico. Pero las probabilidades se conocen desde hace tiempo. En casi todos los casos, la cesura sirve para eyectar un objeto que entra en ella a otro universo. Una vez entre un millón, la cesura actúa como medio de transporte instantáneo a un destino elegido. Y a veces, tan raramente que habíamos asumido que jamás ocurriría en la práctica, la cesura podría transportar un objeto a un lugar y época desconocidos dentro de nuestro propio universo. La evidencia indica que eso es lo que nos ha ocurrido. Según todos los informes, se te explicó este posible resultado hace tiempo.

Drake lo recordaba… vagamente. Se había mencionado cuando la idea de emplear cesuras surgió por vez primera; en aquel momento no hizo caso, considerando las cesuras como simples armas. Pero el Condensado de Bose-Einstein que formaba el cerebro enfriado de la nave no olvidaba nada, y su memoria atómica en red contenía millones de veces tanta información como todos los antiguos sistemas de almacenamiento de la Tierra combinados. La nave, probablemente, sabía todo lo que alguna vez le habían dicho a Drake, en forma de diminuto subconjunto de su base de datos.

Contempló las estrellas del exterior con nuevos ojos.

—Seguimos estando en nuestro universo, pero lejos de donde empezamos. ¿Puedes llevarme de regreso al cuartel general?

Podría, con el tiempo. No puede hacerse inmediatamente, por diversas razones. Para empezar, esta nave solo puede viajar a velocidades sublumínicas. Por consiguiente, el viaje prolongado se hace lento. Segundo, la cesura puede provocar traslaciones tanto en el tiempo como en el espacio. Ahora estamos en una galaxia más antigua que aquella de la que partimos. Eso sugiere, asimismo, el paso de una considerable cantidad de tiempo.

—¿A qué te refieres con «considerable»?

Todavía no lo he determinado. Podrían ser miles de millones de años. Lo sabré con seguridad cuando haya completado mi estimación de las constantes globales del universo. Tercero, ya he intentado encontrar evidencia de señales superlumínicas. No hay nada que cruce el umbral. Por consiguiente, es imposible que estemos en nuestra galaxia original, o de lo contrario la comunicación por ondas-S habría sido sustituida por otra cosa. Por último, no reconozco ninguna pauta espacial galáctica, como haría si nos encontráramos dentro del supergrupo galáctico local. Hemos viajado, como mínimo, cientos de millones de años-luz. El problema de descubrir la localización de nuestra galaxia es formidable. Aunque lo resolvamos, seguiría quedando pendiente el problema de llegar hasta ella.

El cerebro de una nave estaba diseñado para carecer de circuitos emocionales, incluida cualquier traza de humor o temor. Drake deseó ahora que no fuera así. En esos momentos no le vendría mal el apoyo de Tom Lambert o Par Leon. Pero el diseño de la nave era obra suya. No había querido que nadie más se viera obligado a afrontar su propia extinción, y acobardarse quizá. Él no tenía tanta suerte. Tenía emociones de sobra y la inteligencia necesaria para comprender las implicaciones de lo que acababa de escuchar.

Contempló su cuerpo, sin utilizar para su propósito original y ahora inútil. Había sido aumentado para lo que parecía una esperanza de vida más que adecuada, al menos un millón de años. Para cualquier punto dentro de su galaxia eso habría sido más que suficiente. Podría haber resistido hasta establecer contacto con otro ser humano o hasta llegar a una instalación de señales de ondas-S.

El desplazamiento a escala galáctica lo cambiaba todo. La galaxia natal contenía, aproximadamente, cien mil millones de estrellas, todas ellas agolpadas en un disco plano de cien mil años luz de diámetro. El universo entero contenía cien mil millones de galaxias parecidas. Los diminutos parches neblinosos que podía ver fuera de la nave se desvanecían a más de doce mil millones de años luz. Cada uno de ellos era una isla de soles, desde el atestado centro galáctico al debilitado confín del filo de la espiral más lejana.

En algún lugar, muy lejos de allí, su galaxia existía todavía. La desesperada lucha por detener al Shiva continuaba. El sufrimiento y el terror de billones de seres sintientes quedaban reducidos por la distancia a un silencio, a una etérea mota de polvo de luz. Se preguntó qué estaría ocurriendo ahora. ¿Habría otras copias de él, en otras naves, haciendo progresos por fin contra el Shiva? ¿Estaría barriendo el Shiva, imparable, el disco entero de la galaxia? Nunca lo sabría. Aunque conociera su destino y pudiera regresar a casa de inmediato, su cuerpo envejecería y moriría antes de cubrir siquiera una diminuta fracción del trayecto.

¿Y si la búsqueda de la galaxia natal debiera realizarse al azar? En ese caso el rastreador seguiría vagando por el espacio treinta o cuarenta mil millones de años en el futuro, cuando el universo se colapsara hacia su inexorable punto y final de presión y temperatura infinitas. Ese rastreador no sería Drake ni esta nave. Mucho antes del final, en menos de un parpadeo en la escala cósmica, no serían más que polvo.

Era momento de desesperar. Lo lógico sería acabar ahora, antes de que la existencia continuada le reportara más dolor y añoranza. Contemplaba su nuevo cuerpo inmaculado, de piel lustrosa, preguntándose qué método le procuraría el final más pacífico, cuando la nave habló de nuevo:

Mis acciones definidas no se extendían más allá del punto de entrada en la cesura. Requiero nuevas instrucciones. ¿Puedes explicarme la naturaleza de nuestro futuro, y qué actividades planeas?

Momento de desesperar. Al menos eso le estaba permitido. Pero debía acabar ahora. Alguien dependía de él… aunque solo fuera esta nave. No podía rendirse.

—Conoces los criterios principales del tipo estelar y las órbitas planetarias que favorecen el desarrollo de la vida. ¿Tienes instrumentos para determinar las estrellas más próximas y prometedoras que satisfagan esos criterios?

Desde luego.

—¿Y el desarrollo de vida inteligente?

Impredecible, en esencia. Puedo realizar estimaciones aproximadas, pero con poca fe en los resultados. La ascensión de una inteligencia nativa depende de demasiados sucesos aleatorios en el proceso evolutivo.

—Temía que dijeras eso. De acuerdo, quiero un sondeo y una catalogación sistemáticos de todas las estrellas de esta galaxia con probabilidades de haber desarrollado vida. Aguza tus habilidades deductivas en busca del desarrollo de inteligencia. Reparte las probabilidades y ordénalas en función de la distancia entre ellas y nosotros.

Eso es posible.

—Otra pregunta: ¿Cuál es la longevidad programada de esta nave?

En función de su materia prima, indefinida. Contiene instrucciones para repararse, mantenerse y, si fuera necesario, para replicarse. Mi memoria dispone de una cuádruple redundancia para compensar los cambios cuánticos. Cualquier componente que envejezca puede ser renovado.

—¿Y yo? Sé que a bordo hay un laboratorio capaz de construir cuerpos específicos y descargar una persona en ellos, porque eso es lo que hiciste para darme esta forma. ¿Funciona todavía ese laboratorio?

Funciona en estos momentos. Al ser parte de mí, debería seguir haciéndolo por tiempo indefinido.

—¿Qué hay de revertir el proceso? —Drake, pese a su determinación de pensar positivamente, sentía una tensión imposible de ignorar. Esta era la pregunta clave—. ¿Podrías cogerme tal como soy ahora y cargarme desde este cuerpo a un continente electrónico? Y si lo hicieras, ¿me podrías descargar después a otro cuerpo, ya sea el mismo u otro distinto? ¿Podrías repetir la operación una y otra vez?

La pausa se le antojó eterna, aunque seguramente no duró más de un segundo.

Lo que solicitas no está incluido en el plan de la misión original, pero parece completamente factible. El cuerpo de la futura descarga debería especificarse. Además, no podría rebasar las doscientas encarnaciones sin repostar. De ser precisas más, necesitaría una visita planetaria para reponer materia prima.

—Planeo hacer varias visitas planetarias. De hecho, dependo de ellas. —Drake regresó a la portilla de la nave y se asomó. Las estrellas cercanas eran los objetos visibles más brillantes, pero eran como las células de un cuerpo humano, diminutos subcomponentes de un todo mayor. El poder estaba en las galaxias, extendiéndose eternamente en el espacio—. ¿Cuál es la distancia media entre las galaxias, y a qué distancia se encuentra la más próxima?

Por media las galaxias están separadas por más de 4.300.000 años luz de distancia. Evidentemente, su distribución no es homogénea.

—Evidentemente. —La nave no sabía apreciar la ironía, pero quizá pudiera aprender. Sin duda tenían tiempo de sobra.

Y la galaxia más próxima a esta se encuentra a unos siete millones de años luz.

Siete veces la esperanza de vida de su cuerpo. Mucho antes de eso se volvería loco. La única forma de sobrevivir pasaba por yacer aletargado entre los encuentros estelares, en formato electrónico. Y la próxima vez que despertara insistiría en recuperar su acostumbrada forma humana.

Hay otro factor que debería mencionar. Cuando me preguntaste por la distancia media que separa las galaxias, te di una respuesta que se aplica hoy día.

—Eso esperaba.

Pero si, como sugiere tu otra pregunta, lo que planeas es buscar nuestra galaxia de origen, debe tenerse en cuenta otro factor. El universo se expande. La distancia entre las galaxias aumenta constantemente. Si nuestro mundo objetivo se encuentra a varios miles de millones de años luz de distancia, la tasa a la que se aleje de nosotros será una considerable fracción de la velocidad de la luz. Nuestra tasa de viaje hacia ella se vería reducida. Drásticamente reducida, tal vez.

—Entiendo el problema; la carrera de la Reina Roja. —Drake se sentía peligrosamente inestable—. Está bien. Si no tiene remedio, habrá que soportarlo. ¿Falta mucho para que selecciones un objetivo estelar óptimo?

—Eso ya está.

—¿Con vida, o con vida inteligente?

Se han preparado ya ambas tablas. Como dije antes, no deberían depositarse muchas esperanzas en nada que implique el desarrollo de inteligencia.

—Tendremos que correr ese riesgo. Ten en cuenta únicamente aquellos sistemas con más del noventa y cinco por ciento de probabilidades de tener vida, y con más de un diez por ciento de tener vida inteligente. ¿Cuántos hay?

Entre ciento veinte y doscientos cincuenta. No se puede precisar más.

—¿A qué distancia está el candidato más cercano?

A seis mil años luz.

—Llévanos allí. Y otra cosa. Has dicho que no detectabas ni rastro de señales de ondas-S. ¿Se debe a que recorren solo una distancia finita?

No. En principio, su alcance es ilimitado. En la práctica se rigen por una ley cuadrática inversa entre el emisor y el receptor. Con el equipo de detección de a bordo de la nave, las señales se vuelven indistinguibles del trasfondo a no más de unas pocas decenas de miles de años luz. Eso resulta adecuado para señalizar dentro de una galaxia, pero no fuera de ella. Sin embargo, aun el más potente y concentrado de los haces de ondas-S pasaría desapercibido para nuestro equipo en un radio de cien millones de años luz. Por eso estoy convencido de que no estamos cerca de nuestro supergrupo local original.

—Pero tendríamos más oportunidades con un receptor más potente. ¿Puedes construir uno?

Cuento con las especificaciones precisas para construir receptores mucho mayores…, receptores de tamaño casi ilimitado que serían capaces de captar señales superlumínicas de las profundidades del espacio. Sin embargo, su fabricación no podría realizarse a bordo. Haría falta una instalación de espacio libre, y mucha ayuda.

—No te preocupes por eso, por ahora.

Seis mil años luz hasta el objetivo más próximo. Siete millones de años luz hasta la siguiente galaxia. Paso a paso. Tenían por delante incontables miles de millones de años, tiempo más que suficiente para cualquier cosa.

Dispongo ahora de más información, que amplía mis estimaciones anteriores. He completado el cálculo de los parámetros globales del universo. En concreto, he medido el desplazamiento de la galaxia hacia el rojo. El resultado es asombroso: Ya no hay desplazamiento hacia el rojo en las galaxias distantes.

La nave hizo una pausa. Drake estaba descubriendo cómo funcionaban sus procesos analíticos. Aguardó.

Suponiendo que estemos todavía en el mismo universo, lo que me inclino a creer, la desaparición del desplazamiento hacia el rojo resulta sumamente significativo. Significa que el universo ha superado el ecuador de su esperanza de vida total y ha comenzado la fase de desplazamiento hacia el azul. Dentro de los límites del error de observación, mis estimaciones de la época actual muestran que la singularidad inicial previa a la expansión tuvo lugar hace treinta y tres mil millones de años. La singularidad final, el escatón, se producirá dentro de treinta y dos mil millones de años.

De modo que no tenían por delante incontables miles de millones de años, sino treinta y dos mil millones. En ese destino final aguardaba el Punto Omega, la última esperanza de resurrección para Ana. Solo que Drake no quería esperar tanto tiempo. Y estaba ocupado con sus propios cálculos.

—¡Hemos dado un salto de ocho mil millones de años!

Casi nueve mil millones.

Ocho mil millones, nueve mil millones, treinta y dos mil millones… Para Drake las cifras eran tan astronómicas que no significaban nada. Paso a paso.

—Me has preguntado por la naturaleza de nuestras futuras actividades. Te lo puedo explicar. Cuando acabemos de hablar, quiero que se me cargue en un continente electrónico… de forma indolora, por favor, a ser posible. Te dirigirás hacia el sistema estelar elegido. Una vez allí, realizarás observaciones de los planetas donde haya vida. Si alguno de ellos da muestras de contener una forma de vida inteligente con una base tecnológica activa, resucítame. Si no, selecciona el siguiente blanco estelar más prometedor y continúa el viaje. Repite el procedimiento al llegar allí. Si no hay inteligencia, o si solo hay inteligencia sin tecnología, sigue buscando. Despiértame solo cuando encuentres inteligencia tecnológica, o si se produce alguna emergencia que no puedas solucionar por ti mismo. ¿Entendido?

Falta por especificar un elemento importante. Me has ordenado que te resucite cuando lleguemos a un mundo que satisfaga tu criterio, pero no has especificado la forma de tu encarnación.

—Cierto. —Drake desistió, a regañadientes, de pasar el resto del futuro en su antigua forma humana—. Dame un cuerpo capaz de sobrevivir en el planeta en cuestión. Mejor aún, que sea la misma forma corporal que la de la forma de vida inteligente en cuestión.

¿Y si hubiera más de una?

—Dame la forma de la que parezca más humana. —Drake contempló su cuerpo, descartado nada más asumirlo. ¿Había algún motivo por el que debiera permanecer en él por más tiempo? No se le ocurría ninguno. Pasarían seis mil años —como mínimo absoluto— antes de que tuviera alguna razón para recuperar el conocimiento. No debía darle más vueltas. Tenía que considerarlo un ciclo de sueño normal, no una etapa tan vasta como la totalidad de la historia escrita previa a su nacimiento—. Estoy listo para la transmisión. Si no puedes decidir qué forma emplear cuando lleguemos, porque no haya ninguna parecida a la humana, no te preocupes. Escoge una cualquiera.

¿Con qué criterio?

—Me da igual. Lanza al aire una moneda virtual, si hace falta… pero no me despiertes para preguntarme si prefiero la cara o la cruz.

27 Postindustrial

Drake despertó despacio y con facilidad. En cuanto fue capaz de pensar, supo que algo había salido tremendamente mal.

Su cuerpo no parecía extraño… parecía demasiado conocido. La sangre corría como el licor por sus venas, y su talante era embriagadoramente eufórico. Solo se le ocurría un motivo por el que eso pudiera ser así.

Abrió los ojos, levantó la cabeza y contempló su cuerpo desnudo. Lo que sospechaba; estaba en su nueva forma humana, una nueva versión inmaculada de sí mismo. También estaba a bordo de la nave.

—¿Qué ha pasado? —Esas cuerdas vocales nunca antes se habían utilizado, pero estaban en perfecto estado. Probó a reírse. Fuera lo que fuera que había salido mal, el laboratorio estaba en excelentes condiciones. Igual que él—. ¿No querrás decirme que has encontrado un planeta lleno de humanos que se parecen a mí en otra galaxia?

No. Creo que hemos encontrado una forma de vida inteligente, pero está claro que no es humana.

—Entonces, ¿por qué me has dado este cuerpo?

Era la opción por defecto.

La nave parecía tan frustrada como exultante se sentía Drake. Tenía que andarse con cuidado. Los efectos pasajeros cerebrales producidos por la residencia en su nuevo cuerpo todavía no habían remitido. Podía sentir los bruscos cambios de humor. ¿Cuánto tiempo había durado su letargo?

—¿Qué quieres decir con «opción por defecto»? Dime qué está ocurriendo.

Se han seguido tus instrucciones al pie de la letra. Volamos a nuestra primera estrella objetivo. Uno de sus planetas albergaba vida, pero no había evolucionado más allá de los procariontes unicelulares. Es imposible que se desarrolle allí inteligencia alguna hasta dentro de varios miles de millones de años. De modo que puse rumbo al segundo objetivo, a doce mil años luz de distancia. Pude determinar, a una distancia de medio año luz, que la naturaleza de la atmósfera de todos los planetas del sistema era tal que no podría sobrevivir ninguna forma de vida que nosotros conociéramos. Aun así, seguí adelante y al acercarme descubrí que la vida había aparecido y desaparecido intermitentemente en un mundo. Nunca había alcanzado la inteligencia, y se había extinguido cuando las temperaturas subieron durante la expansión y el aumento normales de la secuencia principal de su estrella primaria.

»En el tercer mundo, a quince mil años luz de distancia, había grandes artefactos y todos los indicios de vida inteligente pasada. Pero los creadores habían sido destruidos, al parecer por sus propios actos. Ninguna otra forma de vida tenía el potencial necesario para la conciencia propia a corto plazo.

»En el cuarto mundo…

—Espera un momento. ¿Cuántos objetivos hemos visitado?

Este es el centésimo vigésimo cuarto. Consideré innecesario resucitarte en las ocasiones anteriores. No te interesa la vida extinta, ni la posible inteligencia futura, sino la inteligencia en el presente. Nunca antes habíamos encontrado indicios de ella.

—¿Y ahora sí?

Eso creo.

—¿Y cuánto hace que comenzó la búsqueda?

Llevamos viajando algo más de dos millones de años.

—Vale. —Drake decidió que se había vuelto indiferente. Dos millones de años ya no lo impresionaban. Ahora, para llamarle la atención, había que hablar de miles de millones—. Entonces, ¿cuál es el problema?

Mientras nos acercábamos a la estrella objetivo actual, la examiné desde una órbita lejana y concluí que uno de los planetas era asombrosamente parecido a la Tierra. Su atmósfera indicaba la presencia de vida sustentada en el oxígeno, y al aproximarnos todavía más observé varios indicadores característicos de inteligencia: rasgos en la superficie alargados, lineales y rectangulares; cursos de ríos modificados, pautas de luces nocturnas, y concentraciones de áreas carentes parcial o totalmente de vida vegetal.

—Tiene buena pinta. Carreteras, diques, electricidad y ciudades. ¿Has realizado escáneres detallados?

Lo hice cuando nos acercamos lo suficiente, imágenes de detalle al metro y más precisas.

—De modo que conoces la forma de quienquiera que estuviera haciendo todo el trabajo. ¿Por qué no me has dado esa forma?

Si hubiera conseguido encontrar esa forma, lo habría hecho. Así las cosas, consideré necesario recurrir a la opción por defecto de tu forma original para efectuar la encarnación. —La pared que había delante de Drake se convirtió en una pantalla—. Observa. Esta es la vista más alejada, desde nuestra órbita de acercamiento.

La escena era el planeta entero, visto desde el espacio. El orbe refulgía moteado de rosa y rojo, desde su ecuador listado hasta los pequeños círculos blancos de los polos.

—¿Eso son casquetes polares de agua congelada? —A Drake se le ocurrió la irrelevante idea de estar contemplando el gigantesco adorno de un árbol de Navidad. Bullía con el exceso de energía y su mente estaba dispuesta a aceptar extrañas imágenes.

—Correcto. La temperatura media es la de la Tierra durante uno de los períodos más cálidos de tu planeta.

—No se ve gran cosa a esta distancia.

Paciencia. Las imágenes que verás enseguida derivan de una órbita inferior.

La esfera rosada estaba creciendo en la pantalla. Era posible imaginar líneas oscuras en su superficie, repartidas cerca del ecuador. Drake aguardó. Conocía la tendencia del ojo humano a jugar a «unir los puntos» y discernir pautas lineales donde no las había. Sus pensamientos volaron hacia el lejano pasado. ¿Quién era, mucho antes de que él naciera, el que se había dejado engañar por ese defecto fisiológico incorporado del cerebro humano y había trazado mapas de inexistentes «canales» marcianos?

Solo que esto no era ninguna ilusión óptica. Los rasgos lineales eran reales y crecían a cada minuto que pasaba. Conforme la nave se acercaba al planeta, el monitor dejó de contener la imagen completa del mundo. La perspectiva se fijó en una línea, negra y recta, en el centro de la pantalla. Estaba jalonada de rectángulos y triángulos de colores. Para el ojo y la imaginación de Drake esa línea era una carretera que cruzaba una llanura de Kansas. Los vastos campos eran de distintos tonos de rojo, una pequeña manta de cuadros brillantes que iban del rosa claro al carmesí más oscuro. La calzada de baldosas amarillas había adquirido un matiz parduzco, pero atravesaba sembrados de tintes feéricos.

La escala que acompañaba a la imagen desmentía la ilusión. La «carretera» medía un kilómetro de ancho. La manta era monstruosa, cada uno de sus cuadros del tamaño de una comarca de la vieja Tierra. Los puntos oscuros diseminados dentro de los parches eran lo bastante grandes como para tratarse de ciudades.

El punto de vista se amplió sobre un hilo negro más estrecho en el centro de la amplia franja de la carretera. Drake pudo ver que los bordes de la manta de cuadros no eran regulares. Eran abruptos y aleatorios, los límites se invadían mutuamente. El rosa se había propagado en algunos lugares hacia la franja más oscura, como garranchuelos invasores de un césped desatendido.

El hilo negro seguramente era agua. Al contrario que en Marte, estos canales eran reales. La línea de orillas discurría recta por la superficie. Cerca de la ribera, cada pocos kilómetros, se alzaba hacia el cielo una torre pentagonal abierta de vigas. La pantalla se centró en una de ellas.

Esto es demasiado alto como para construirse en este planeta con materiales naturales. Los compuestos de carbono son esenciales para su construcción y estabilidad continuada, lo que implica una tecnología razonablemente avanzada. La tecnología implica inteligencia. Pero ¿dónde está esa inteligencia?

Drake se acordó de su «cortafuego», los millones de mundos humanos que se habían sacrificado y desocupado para huir del Shiva. ¿Habrían sido invadidas otras galaxias? ¿Habría especies alienígenas que intentaran emplear la misma táctica de contención, abandonando este mundo para ralentizar el avance del enemigo? ¿Quién era ese general romano, célebre por su política de suelo arrasado y su rechazo a enfrentarse directamente a los cartagineses?

Se podría concluir que la inteligencia está aquí.

La imagen mostró una zona de color más claro junto al canal. Era un calvero, de unos doscientos metros de diámetro, a la sombra de una de las grandes estructuras pentagonales. Drake pudo divisar por fin las formas de vida en la superficie.

El semicírculo llano lindaba en su cara recta con el agua, y en su perímetro curvo con una modesta valla. Un grupo de treinta o cuarenta objetos parecidos a gigantescos caracoles rosas se apiñaban contra la verja, por la que se arrastraban constantemente. Los rodeaba otra decena, algo más pequeños y rápidos.

Un grupo de otros veinte seres se arracimaba cerca de la orilla. Eran de un rojo oscuro, con muchas patas, y rodeaban un pozo oscuro y poco profundo en la superficie. Al fijarse mejor, Drake vio que se dividían en tres tipos. Los que estaban al borde mismo del pozo eran los más grandes, cuatro veces superiores en tamaño a los miembros del grupo más separado.

Esta depresión —un brillante punto verde, intenso contra los rosas y marrones, apareció en la pantalla en medio del pozo— según revela el análisis de infrarrojos, tiene una temperatura muy superior a la ambiental. Deduzco que se trata de una fosa de gestación, calentada por la vegetación en descomposición. No es lo bastante caliente como para tratarse de un horno.

Drake pensó que resultaba extraño que la nave dijera algo así; la presencia de las grandes torres pentagonales indicaba el dominio de una tecnología muy superior al mero dominio del fuego. Pero podía ver —o imaginar— una imagen consistente en lo que sucedía en el calvero: animales de granja, pastando, contenidos por una valla y protegidos y dirigidos por el equivalente a unos perros pastores. Las criaturas rojas podrían ser la fase reproductora de uno de los dos tipos.

Pero ¿dónde estaba la inteligencia que había levantado esas torres? Una sociedad rumiante/procreadora tal y como él la conocía jamás podría producir semejante hazaña tecnológica.

Este asentamiento parece típico. —La imagen barrió el canal para mostrar numerosas colonias, todas ellas cerca de una torre—. La pauta se repite en cientos de lugares. En todos ellos se pueden ver los mismos organismos. Pero ahora… fíjate.

Una de las torres se había derrumbado. Su armazón cruzaba el canal y se adentraba en el mosaico de campos abiertos. Parecía intacta tras la caída, lo que indicaba la resistencia de los materiales empleados en su construcción.

Aquí no hay ninguna colonia. Todas las demás torres tienen una. Y mira esto.

La escena del monitor volvía a moverse, alejándose del canal para mostrar una telaraña de carreteras convergentes. En el centro de la red había edificios, algunos bajos y de tejados oscuros, otros tendidos hacia el cielo como las torres pentagonales. Había plantas parecidas a largas enredaderas que cubrían los tejados bajos o se enroscaban alrededor de las vigas del fondo de las torres. No había rastro de vida por ninguna parte.

Edificios. Carreteras. Generadores. Ciudades iluminadas. Comunicaciones, a menos que las torres cumplan otra función. Hay civilización. Pero ¿dónde están los seres que han hecho todo esto? Me gustaría escuchar tu interpretación, antes de ofrecerte la mía.

—No se me ocurre ninguna. ¿Has visto señales de vida o artefactos en cualquier otro planeta de este sistema?

—No.

—Entonces desconocen el viaje espacial. Su desarrollo debe de haber sido enormemente distinto del nuestro. ¿Qué crees que ocurre?

Tengo una prueba que todavía no has visto. Esta es una imagen tomada de noche.

Las brillantes ciudades resaltaban como puñados de joyas. Las carreteras que las unían eran invisibles, pero ante los ojos de Drake, líneas de luz azul destellaban intermitentemente a lo largo de ellas.

He aumentado la duración del pulso y disminuido su velocidad aparente a un nivel adecuado para los ojos humanos. Lo que ves es un estallido de información transmitido vía láser óptico. Dada la ausencia de vida orgánica inteligente, la explicación que sugiere es sencilla: Esta civilización ha superado la fase industrial. Ahora se ocupa principalmente de la transferencia de información entre sus distintos elementos. La transferencia física de material ya no es relevante.

—¿Qué hay de los seres que impulsaron el desarrollo original?

Supongo que evolucionaron a una forma inorgánica y fueron descargados a una red planetaria.

—¿Una red planetaria que no nos hace caso?

Si no descubrieron el viaje espacial, es posible que nieguen incluso la posibilidad de vida alienígena. La pregunta es ¿qué hacemos ahora? Necesitamos mano de obra para construir un detector de señales de ondas-S, pero la inteligencia de este planeta nunca ha trabajado en el espacio. Además, como mi propia inteligencia, podría ser incapaz de asumir forma corpórea. ¿Cómo determinar si este es el caso?

—Ya que no responden a nuestras señales, tendré que bajar a echar un vistazo. Cabe la posibilidad de que no haya nada útil, pero si esto es lo mejor que has encontrado en ciento veinticuatro intentos, tenemos que asegurarnos.

Lo mejor no. Lo único.

—¿Cuántas horas de luz quedan?

A menos que decidamos cambiar de longitud, faltan seis horas para que anochezca.

Drake miró al sol, cuyo color era tan extraordinariamente parecido al del astro rey que él conocía.

—Espero haber vuelto para entonces. De lo contrario, pasaré la noche en el trasbordador. ¿Está preparado?

Preparado.

—¿Cuántos cambios tienes que hacerme para que pueda sobrevivir en la superficie?

—Se han efectuado ligeras modificaciones durante el transcurso de tu encarnación. Este mundo es casi un doble de la Tierra. Te recomendaría, no obstante, que tengas cuidado al ingerir sustancias nativas.

—Nada de comida y nada de agua. Vale. ¿Qué más?

No creo que sea esencial practicar más modificaciones.

—Sabías cuál iba a ser mi decisión, ¿verdad?

Tenía mis sospechas.

Drake se preguntó qué habría estado haciendo la nave durante los dos millones de años que había durado su sueño. Estudiarlo, lo más probable. ¿Era posible que el cerebro de una nave se volviera más inteligente, o al menos más sagaz, con el paso del tiempo? Si la experiencia daba resultado con las personas, ¿lo daría también para los cerebros inorgánicos?

—¿Sabes lo que tienes que hacer si no regreso y se interrumpen mis señales?

Lamentablemente, si no regresas no podré hacer nada por ayudarte. Si no envías instrucciones, aguardaré un año en órbita alrededor de este planeta. Luego la nave partirá hacia la siguiente estrella objetivo y proseguirá la búsqueda. Intentaré recuperar el trasbordador, si es posible.

Drake asintió. Nada de recuperar su cuerpo. Trasbordador sólo había uno. Mientras que él…

Era completamente prescindible. Si regresaba, el Drake Merlin contenido en el almacén de la nave se actualizaría para reflejar sus experiencias. En su siguiente encarnación experimentaría una plena continuidad de su consciencia.

Si no regresaba, todavía existiría una copia de él a bordo de la nave. Su siguiente encarnación, en un nuevo mundo objetivo, se sentiría exactamente igual que él ahora: como el único y genuino Drake Merlin. Experimentaría una continuidad de su consciencia, pero no recordaría haber visitado este sistema.

A Drake se le ocurrió otra idea aún más extraña. En cualquier momento se podía hacer otra copia de él, o cien. En estos momentos podría solicitar un duplicado. ¿Por qué no bajar acompañado de alguien de plena confianza: él mismo?

Suspiró. Tenía demasiada adrenalina en el sistema. Cuanto antes la quemara, mejor.

—De acuerdo. Estoy listo para aterrizar.

En su memoria aumentada, Drake contenía conocimientos prácticos de todos los lenguajes conocidos, visual, oral, táctil y feromonal.

¿Cuán útiles le resultarían? No se sentía demasiado optimista mientras la pinaza completaba su fase de frenado y flotaba para aterrizar a escasos kilómetros hacia el oeste de uno de los asentamientos. Resultaba sencillo dejarse engañar por un planeta superficialmente similar a la Tierra, pero podría estar a diez mil millones de años luz de distancia. Cualquier forma de vida de su galaxia natal podría ser un primo cercano comparado con esto.

Posó el trasbordador en un campo abierto al borde de una de las «ciudades» desiertas. Aquí había vida, pero las formas eran pequeñas y se escabulleron antes de que pudiera fijarse bien en ellas. Drake estimó que el mayor de los animales rojos con patas que habían divisado junto al canal mediría alrededor de una cuarta parte de su tamaño. Era el gigante de este planeta.

Bajó del trasbordador. La suave brisa que le acarició el rostro portaba una fragancia que le hizo arrugar la nariz. Le recordaba al de las cebolletas, y eso a su vez le sugirió sus recitales en Alemania, seguidos de cerveza tostada, risas y cenas a altas horas de la noche. ¿Cuándo había sido la última vez que algo activaba esos recuerdos?

Llegó a la carretera y se arrodilló para examinar la superficie.

—¿Recibes todo esto? —Todo lo que registraba con sus sentidos y sus instrumentos debería ser enviado automáticamente a la nave, que flotaba en una órbita estacionaria.

Todo. Continúa.

—Tan solo estaba probando.

Drake tanteó la superficie. La carretera estaba hecha de una fina grava cristalina encajada en una resistente matriz bituminosa. Era fuerte y duradera, pero unos finos hilos de brillante vegetación roja habían encontrado asidero en la orilla. Una estrecha franja a lo largo del centro de la calzada se veía más brillante que el resto, como si la mantuviera limpia algo que la rozaba constantemente.

—Hace mucho que no se utiliza esto como carretera. Creo que podrías haber dado en el clavo. Han avanzado a una forma electrónica pura y han dejado atrás las cosas materiales. No repararon la torre derruida porque ya no les hacía falta. —Drake contempló el sol de reojo. Estaba más bajo en el cielo, y las nubes listadas pasaban por delante de él—. Si hay algún rastro de ellos, debería estar en las ciudades.

Faltan dos horas para el anochecer. —La nave había visto e interpretado su gesto—. La ciudad en la que estás a punto de entrar no aparecía iluminada por la noche en nuestra observación orbital. Se acercan nubes de lluvia por el oeste. Es posible que pierda la capacidad para controlar tu entorno visualmente. Si pretendes llevar a cabo una exploración detallada, deberías quedarte en el trasbordador y esperar a que amanezca.

—Es solo un paseo. Echaré un vistazo rápido y volveré al trasbordador para pasar la noche.

Las dos torres que había en el centro de la ciudad no medían más que una pequeña fracción de la altura de sus contrapartidas junto al canal, pero a medida que avanzaba la puesta de sol proyectaron largas sombras en dirección a Drake. Eran más altas de lo que había pensado, cien metros y más. La mayor estaba en el centro exacto de la ciudad. Drake se encaminó hacia ella cruzando un esquelético dibujo de sombras de vigas sobre la oscura carretera.

—Estoy en el primer edificio. Hay plantas alrededor de las paredes, pero no se detienen ahí. Veo enredaderas que penetran por esa abertura.

Señaló un boquete en la pared del edificio. El arco semicircular medía un metro ochenta de alto y se hundía unos cuarenta centímetros en el suelo. Terminaba en una cornisa lisa de algo más de un metro de ancho. Podría entrar con facilidad si estaba dispuesto a pisotear las enredaderas.

—¿Qué posibilidad hay de que me lastimen las plantas?

Es posible, pero improbable a menos que sean sensibles al movimiento. Son lo suficientemente distintas a nivel químico como para que no respondan ante ti como forma viviente. Advertencia: En los próximos diez minutos la cobertura nubosa anulará mi seguimiento visual.

Drake metió la cabeza por la abertura. Sus ojos tardaron un momento en acostumbrarse a la penumbra. Estaba asomado a una pequeña habitación, con otra abertura semicircular al otro lado. La vida vegetal, rosa y cubierta de polvo, formaba un manto sobre todas las cosas. Al otro lado de la siguiente abertura pudo ver una rampa descendente y, junto a ella, el tenue perfil de lo que parecía algún tipo de máquina gris.

Levantó los pies para no tocar las plantas y apoyó una mano en el costado de la abertura. Una capa superficial de material, de aproximadamente seis milímetros de espesor, quedó reducida a polvo blanco cuando la tocó. El polvo le hizo estornudar. Detrás del revestimiento, la pared se revelaba como una sólida placa metálica.

En ese momento su unidad de comunicación emitió un repiqueteo imperioso. La disminuida voz de la nave dijo, con apremio pero débilmente:

Tu señal se está debilitando.

Drake se apartó.

—¿Interferencia activa?

Creo que no. Es una atenuación natural. Debe de haber algún tipo de escudo o aislante en las paredes y el techo del edificio. Preveo que comience a llover donde te encuentras en los próximos quince minutos.

Drake volvió a contemplar la carretera que conducía a la torre. No se movía nada. Incluso la suave brisa, con su característico olor, había cesado por completo. El sol poniente se ocultaba tras un banco de nubes.

—Voy a echar un vistazo aquí dentro. ¿Sabes cómo es el tejado?

Ya no es visible a causa de la nubosidad, pero nuestro examen previo mostraba dos grandes aberturas circulares. No se podía ver nada a través de ellas. Si la sala que has encontrado tiene la altura típica, el edificio se levantará tres pisos por encima del nivel del suelo.

—La rampa que he visto baja, no sube. Veré si hay alguna manera de llegar a las plantas superiores.

Drake avanzó y se subió a la cornisa. No pudo evitar pisar las plantas que había al otro lado. Cedieron bajo su peso, con un sonido chirriante de gomosos tentáculos aplastados.

—¿Seguimos en contacto?

La unidad de comunicación guardó silencio. Drake se apresuró a cruzar un cuarto para entrar en el siguiente. Contenía maquinaria gris, sólida, alienígena y poco informativa. Vio un cilindro achatado y erecto de un metro aproximado de altura que podría ser cualquier cosa, desde un alternador espacial a un lavavajillas. Acarició la superficie superior y se ensució los dedos de mugre. Todo estaba cubierto por una espesa capa uniforme de polvo.

La rampa era empinada según los estándares humanos, con una inclinación de treinta grados. Bajó con cuidado, abriéndose paso entre capas de material pegajoso, fino como la gasa, que se rompían fácilmente en sus manos. De pronto oscureció mucho más. En este nivel no había ninguna abertura que diera al exterior, y la luz natural procedente de arriba era cada vez menos. Dentro de cinco minutos tendría que dar media vuelta. Deseó haber sacado una linterna de la pinaza. Si quería explorar los niveles inferiores debería esperar a mañana.

Había llegado al fondo de la rampa. Su zapato tropezó con algo que se alejó rodando delante de él. Se dirigió hacia el sonido y se agachó para ver a qué le había dado una patada.

Tras un vistazo se quedó paralizado en esa postura. No podía distinguir los colores en la penumbra, pero su pie había golpeado un objeto de forma y tamaño familiares. Era como uno de los caracoles rosas que se arrastraban por la valla que había junto al canal. Este estaba muerto.

Drake lo cogió. Era sorprendentemente ligero. Su superficie exterior era lisa y gomosa, lo que le permitía conservar su forma cilíndrica original, pero el interior se había vaciado por una larga hendidura practicada en un extremo. Se preguntó por un momento si no sería algún tipo de forma momificada. Su olfato le indicaba lo contrario. Llevaba muerto el tiempo suficiente para que se pudriera el cadáver.

Vio otra media docena de restos desperdigados por el suelo. Uno de ellos era más grande que los demás, una versión blanca y gigante de la criatura roja con patas que había observado en el cercado del canal. Erguido y estirado, este se alzaría por encima de él. Pero ya nunca se alzaría por encima de nada. Lo habían partido casi en dos a la altura del vientre.

Se retiró, buscando la rampa mucho más deprisa de lo que había bajado. Pegajosas telarañas se aferraban a él y hubo de levantar las manos para protegerse los ojos. No se sintió tranquilo hasta haber desandado sus pasos, subido a la cornisa y llegado a la penumbra crepuscular del exterior.

—¿Tenemos contacto?

Recibo tu señal con claridad. No hay contacto visual.

La voz de la nave era infinitamente tranquilizadora. Drake contempló los nubarrones, haciendo visera con una mano frente a la lluvia que arreciaba de forma gradual.

—Por hoy ya está bien. Vuelvo a la pinaza. No creo que vayamos a encontrar capacidad de manufacturación aquí, pero quiero echar otro vistazo al interior del edificio mañana.

Mientras hablaba, Drake caminaba deprisa por la carretera, con la cabeza agachada para que las gotas de agua no se le metieran en los ojos. Levantó la cabeza un momento para escudriñar la cortina de lluvia y se detuvo en seco. El trasbordador debería estar a un lado de la carretera, a cincuenta o sesenta metros de los edificios. El campo que tenía delante se extendía a lo lejos. Estaba vacío.

¿Habría dado la vuelta y salido de la ciudad en la dirección equivocada?

Eso era imposible. Había abandonado el edificio por la misma abertura y se había alejado directamente de la alta torre central. Podía distinguir una zona aplastada donde había dejado el trasbordador.

—¿Has hecho algo con la pinaza?

Claro que no. ¿Ha sufrido alguna interferencia?

—Peor que eso… no está.

Corrió. Pronto estuvo lo bastante cerca para ver otras marcas en la vegetación empapada. Había un rastro peculiar que se dirigía a la ciudad. El trasbordador estaba equipado para planear y avanzar, pero no se habían utilizado esas funciones. Algo lo había arrastrado por el suelo.

—Puedo ver adónde ha ido. Voy a seguirlo.

No solo lo habían arrastrado, sino que habían tirado de él sin preocuparse de los daños que podían causar al trasbordador. Drake siguió la amplia depresión hasta toparse con una banda de metal y un barrote desprendido de una de las patas de aterrizaje del aparato. Cogió la barra y se la acercó a la cara. Además de pegotes de barro, mostraba manchas como si algo lo hubiera levantado, sostenido y descartado.

El rastro no conducía al edificio más cercano, sino a otro más grande que había a su izquierda. La pared lucía un enorme emblema negro en el centro. Al acercarse, Drake comprendió que la zona oscura era un boquete en la pared. El surco que seguía conducía hacia él, hasta desvanecerse cuando la superficie cambiaba de suelo blando a sólido material impermeable.

—Creo que el trasbordador ha sido introducido en ese edificio.

¿Qué te propones hacer?

—No tengo elección. Debo recuperar el trasbordador. Sin él, no puedo regresar a la órbita.

Podrías esperar a que se haga de día.

—No me atrevo. Es posible que se trate de un accidente, pero ha sufrido desperfectos.

Drake avanzaba hacia el edificio mientras hablaba. Caminaba despacio y sigilosamente, con el barrote del equipo de aterrizaje del trasbordador pegado al pecho. Todo estaba en silencio salvo por el lento tabaleo de las gotas de lluvia.

Se detuvo al llegar a la pared. La abertura era lo bastante grande como para que cupiera el trasbordador entero. ¿Estaría justo al otro lado, de donde podría sacarlo volando? ¿O lo habrían arrastrado por alguna rampa a un nivel inferior?

Dio dos cautelosos pasos hacia dentro. Inmediatamente, sintió un violento golpe en las costillas, justo por debajo de la tetilla izquierda. Descargó un golpe con la barra, sin pensar. Impactó contra algo que profirió un grito, con un timbre tan alto y estridente que le lastimó los oídos. Sintió un choque en la cadera izquierda, luego otro en la derecha. Dos objetos invisibles pasaron corriendo a su lado. Se giró y los siguió. Tuvo tiempo de ver dos formas altas y blancas que se desvanecían a la luz del ocaso.

La lluvia se había reducido a un goteo disperso. Apareció un destello de luz espectral, a lo lejos. Después otro.

Escuchó un crujido a su espalda. Se apresuró a dar media vuelta para encararse con él.

No surgió ninguna forma alta y blanca del umbral oscuro para atacarlo, pero de pronto se produjo otro destello de luz dentro del edificio. Le proporcionó la luz necesaria para ver el trasbordador. Lo habían arrastrado hasta el centro de la sala, donde yacía de costado. A menos que consiguiera enderezarlo, no podría despegar.

¿Estás herido? —La nave no podía verlo, pero recibía un informe de sus rápidos movimientos.

—Estoy bien. Pero el trasbordador está dañado.

¿Se puede arreglar?

—No lo sé. —De nuevo un destello dentro del edificio, esta vez un fulgor carmesí que variaba en intensidad como una llama oscilante—. Tengo que entrar otra vez.

La nave respondió algo, pero él no lo oyó. Estaba concentrado en la pared que había al otro lado de la abertura. Reflejaba la luz procedente de fuentes situadas más adentro. Había antorchas encendidas, que ardían con un errático brillo rojo anaranjado.

Drake avanzó, con la roma barra metálica sobre el hombro. Pensó que estaba prevenido, pero la rapidez y la violencia del asalto lo sorprendieron.

Media docena de ellos salieron de la oscuridad como pálidos fantasmas. Estaban agazapados y al acecho a un lado del cuarto. Unas tenazas afiladas se hundieron en su brazo izquierdo. El dolor le hizo dar un respingo instintivo hacia atrás, que le salvó la vida. El tosco machete que atacó su vientre le traspasó la ropa, pero solo practicó una herida poco profunda, aunque alargada.

Se giró y golpeó la cabeza dotada de tenazas, que se abrió y derramó un líquido frío sobre su rostro y su cuello. Siguió girándose, atacando todo lo que tenía a su alcance. El fantasma armado con el machete silbó y chilló cuando la barra metálica impactó sólidamente contra su abdomen. Se desplomó, derribando a otro en su caída. Drake corrió en pos de la abertura. La luz de las antorchas a su espalda era más brillante.

Se alejó corriendo treinta metros del edificio antes de mirar atrás. Todo estaba en calma. Nada de formas blancas saliendo del agujero en la pared. Nada de antorchas naranjas ardiendo en el interior. Por el momento, estaba a salvo.

—¿Me recibes con claridad?

Perfectamente. Preveo cielos despejados y buena visibilidad para dentro de dos horas.

—Demasiado tiempo. Escucha atentamente y graba esto en el informe permanente. —La advertencia no era necesaria, pero Drake quería cerciorarse—. Tu hipótesis de que este planeta ha superado la fase postindustrial era correcta, pero la inteligencia principal no ha asumido una forma más avanzada. Ha regresado al primitivismo. No hemos visto antes la inteligencia dominante porque es nocturna y pasa el día bajo tierra en estos edificios. Por lo que he podido ver, no hay ninguna posibilidad de que este planeta nos proporcione la tecnología aeroespacial que necesitamos. Muchos de los antiguos sistemas siguen en activo, pero apostaría a que sus actuales habitantes desconocen su funcionamiento. Es igualmente probable que ahora los veneren.

»Estas son tus instrucciones. Sigue buscando una civilización dotada para el viaje espacial por toda esta galaxia. Si tienes éxito, resucita una de mis copias y solicita ayuda a los seres que encuentres. Si rastreas esta galaxia entera y no encuentras nada de utilidad, no te dirijas a la próxima. La búsqueda de nuestra galaxia natal sin una señal que nos guíe podría ocuparnos toda la eternidad. En vez de eso, empieza a investigar esta galaxia con un nuevo objetivo. Busca un sistema estelar donde haya materias primas disponibles de forma accesible. Ya sabes lo que hace falta para construir un detector de señales de ondas-S. Cuando encuentres el sistema estelar adecuado, resucita copias mías, todas las que hagan falta para llevar a cabo las labores de construcción espacial. Construye el detector de señales y utilízalo. ¿Comprendes estas instrucciones?

Comprendo su significado, pero no tus motivos para dármelas. ¿Y tú? ¿No piensas buscar el trasbordador y volver a la órbita?

—Ojalá pudiera.

Entonces, ¿por qué me das unas instrucciones que omiten la discusión de tus futuras acciones?

—Porque no creo que mis acciones aquí vayan a tener ningún peso sobre lo que debes hacer tú. —Drake podía ver el brillo de las antorchas dentro del edificio—. Me parece que los morlocks están listos para intentarlo de nuevo.

No comprendo el término «morlocks».

—Da igual. No esperaba que lo comprendieras. —Las antorchas resplandecían con más fuerza en el interior del edificio. Drake retrocedió unos pasos. Podía oler su propia sangre, una fragancia fuerte y característica que solo había percibido una vez antes en toda su vida. Se frotó el lastimado brazo izquierdo, luego el corte de su costado derecho. Era curioso lo poco que sentía el dolor. ¿Cómo pensaban atacar, en grupo o de uno en uno? ¿Tendría más posibilidades al descubierto, o de espaldas a una de las paredes?

Sugiero que tengas paciencia. No es preciso que vuelvas a la órbita en un futuro inmediato. Las sustancias alimenticias locales no son adecuadas para ti, pero puedo transmitir información relativa a su procesamiento que te permitirá consumirlas. La esperanza de vida de tu cuerpo es de varios siglos. En ese tiempo podría cambiar la situación en la superficie.

—Cambiará, ya lo creo. —Drake se giró, preguntándose si podría encontrar cobijo en la carretera o en los campos. Vio luces, lejanas pero acercándose paulatinamente. Lo mejor sería que corriera al edificio más próximo y se hiciera fuerte allí.

En cualquier caso. —La nave habló mientras él corría entre las enredaderas empapadas de agua—. No puedo abandonarte. Debo permanecer aquí mientras sobrevivas. Quizá pasen siglos.

—Quizá. Sería bonito creer en esa posibilidad. —Drake jadeaba con la espalda pegada a la pared del edificio. Enarboló su barrote de metal, lo único a lo que podía aferrarse. Las antorchas se acercaban, agolpándose para formar un apretado anillo en el que no veía ningún hueco—. Quédate hasta que muera y luego vete.

Estaban más cerca. Sus cuerpos alargados resplandecían con un tono naranja claro a la neblinosa luz de las antorchas que sujetaban unas extremidades arácnidas. Podía ver sus afiladas tenazas. Eran lo bastante grandes como para abarcar su cabeza entera. Levantó la barra metálica, sopesándola en sus manos.

—Deséame suerte. —Inspiró hondo por la boca—. Ya falta poco.

Interludio: El holandés

Las naves de observación habían sido diseñadas por Cass Leemu y Mel Bradley con sumo cuidado e ingenuidad. Debían ser capaces de sobrevivir sin servicios externos ni mantenimiento hasta un millón de años en órbita, sin dejar de realizar continuadas observaciones y análisis. Debían ser autosuficientes por completo, capaces de extraer la energía que necesitaran de casi cualquier fuente. Debían contener información almacenada suficiente para responder a cualquier pregunta que pudiera hacerles una copia de Drake Merlin, encarnado en la superficie de un planeta y aguardando la llegada del Shiva.

Los compuestos representados por Cass y Mel habían volcado atención e ingenio en su trabajo, pero sin adornos. No habían incluido ningún rasgo que pudiera resultar superfluo en un escenario determinado.

De modo que no se había trazado ningún plan que previera la supervivencia de una nave a su tránsito por una cesura. Ninguna nave había sido diseñada para funcionar en galaxias alejadas del control y la influencia de la humanidad. No se había incluido aptitud alguna que permitiera la producción a bordo de máquinas auto-replicantes. El diseño garantizaba que una nave cualquiera pudiera funcionar durante millones de años, pero no durante miles de millones sin especificar.

Cass y Mel, cediendo ante la insistencia de Drake, solo habían rebasado los límites de las necesidades razonables y previsibles en un aspecto. Los primeros humanos, tiempo ha, habían salido de las cuevas de la Tierra del Pleistoceno con cerebros lo suficientemente grandes como para escribir sonetos, inventar y jugar al ajedrez, componer fugas y resolver ecuaciones diferenciales parciales. No les hacían falta estas aptitudes en un mundo donde la caza, la recolección de alimento, la procreación y el cuidado de los retoños parecían las únicas constantes invariables. Pero disponer de un cerebro mayor que la necesidad había demostrado ser una ventaja. Quizá volviera a ser necesario. Drake quería que cada una de las naves fuera no solo consciente de sí, sino además lo bastante inteligente como para considerar las posibles consecuencias de sus instrucciones y sus propios actos.

Esta nave había recibido unas instrucciones inusuales y específicas: Buscar una civilización que conociera el viaje espacial. A continuación, sacar a Drake de su letargo para interactuar con lo que fuera que se había encontrado, si es que había algo. En caso de no localizarse ninguna inteligencia capaz de viajar en el espacio dentro de esta galaxia, construir un detector de señales superlumínicas. Drake tendría que ser despertado de su letargo y encarnado para ayudar con esta tarea, puesto que la nave carecía de los robots especializados que requerían una construcción a escala espacial.

Las instrucciones implicaban varios imperativos añadidos. Para empezar, la nave debía sobrevivir. Debía hacer lo que fuera necesario para garantizar su actividad continuada. Debía, además, tener paciencia.

La nave vagaba sola por el mar de estrellas. Era imposible que aterrizara en un cuerpo mayor que un asteroide pequeño. Su propio peso destruiría su frágil estructura. Una copia de Drake Merlin, mucho más robusta, se podría descargar en un cuerpo orgánico mientras la nave orbitaba alrededor de un planeta y aterrizaba en él, pero era imposible construir un detector de ondas-S de gran tamaño en una superficie planetaria.

A la nave no le resultaría complicado permanecer en condiciones activas. Los materiales precisos para su auto-renovación abundaban alrededor de muchas estrellas y en las nubes de polvo diseminadas por los brazos en espiral.

En cualquier caso, ese no sería el problema.

La nave encontró una pista abierta en la galaxia y la siguió, lejos de los perturbadores efectos de soles, singularidades y nubes de polvo. Realizó su metódico análisis: ochenta y ocho mil millones de estrellas en esta galaxia; tan solo doscientos objetivos como fuentes de inteligencia en potencia; un cincuenta y ocho por ciento de los mismos ya eliminados mediante la inspección directa. Examinar el resto sería una tarea sencilla, aunque prolongada. La nave podía ocuparse de ella, sin duda.

Ahora bien, supongamos que la búsqueda fuera infructuosa, que no se encontrara vida inteligente capaz de viajar al espacio, que fuera preciso dar el siguiente paso. En ese caso, la escala temporal de la acción se expandía enormemente. Los años pasaban de contarse por millones a miles de millones. Construir un detector de ondas-S —uno lo suficientemente grande como para asomarse a los confines del espacio— era una tarea monstruosa. Drake Merlin, en el momento de dar sus últimas instrucciones desde la nublada superficie del planeta, no sabía lo que estaba pidiendo.

Pero la nave sí.

También sabía que no tenía elección. Al contrario que los humanos, el cerebro de una nave no podía elegir la auto-eliminación.

Mientras la nave calculaba la trayectoria a la siguiente estrella objetivo, cartografió la secuencia precisa de sus futuras acciones en caso de que la búsqueda actual no se saldara con el hallazgo del tipo de vida inteligente adecuado.

Encontrar la clase exacta de nube de polvo, lo suficientemente próxima a una supernova reciente como para ser rica en los elementos pesados necesarios. Encarnar a Drake Merlin, no una sola vez, sino en cientos o miles o millones de copias —Sin pensar jamás en su posible destino—. Utilizar los merlines, individualmente y trabajando al unísono, como mano de obra. A falta de robots inteligentes, los merlines deberían explotar la nube de polvo, construir las instalaciones de producción espacial, dar forma a las antenas y extenderlas por el espacio en la configuración exacta que exigía la detección de señales procedentes de fuentes de ondas-S.

Se podía hacer. La nave preveía obstáculos prácticos —debía administrar bien su limitado impulso, planeando con los motores apagados durante miles de años entre estrellas objetivo, aprovechando hasta el último campo de fuerza natural y viento de partículas de la galaxia— pero no había nada imposible.

A excepción, quizá, del tiempo que requeriría todo esto.

La nave hizo los cálculos y contempló los resultados. No podía suspirar ni torcer el gesto, pero deseó que fuera posible regresar junto a Drake Merlin en los últimos momentos antes de que la horda de fantasmas blancos se abalanzara sobre él, y preguntarle si era esto realmente lo que quería.

Conocía la respuesta a esa pregunta. La base de datos de a bordo lo dejaba bien claro: Drake Merlin no quería nada de todo esto. Quería a su esposa perdida. Las probabilidades en contra de eso hacían que todos los cálculos de la nave parecieran halagadores en comparación.

Se apuntó la siguiente estrella objetivo, se computó y preparó la ruta de vuelo más económica. No había ningún motivo para prolongar la espera.

La nave emprendió su viaje de miles de millones de años, surcando los inagotables vientos de una galaxia indiferente.

28

«Lejos, lejos de la víspera y del mañana

y de aquel cielo que sostenían doce vientos»


¿Quién hubiera pensado que iba a tardar tanto tiempo?

Drake vagaba por el espacio, dando vueltas lentamente. Había salido de la nave para inspeccionar las condiciones generales de la estructura. ¿Cuántas veces lo habían descargado para hacer lo mismo, él o cualquier otra de sus múltiples copias? ¿Cuántas veces había comprobado que todo estaba en perfecto estado, y cuántas había regresado a su continente electrónico?

Mil, diez mil, un millón. Lo mismo daba. El detector de ondas-S lo rodeaba por completo, una construcción cuyos nodos y filamentos de gasa se extendían hasta mucho más allá del punto donde sus ojos podían percibir su presencia contra las estrellas. El inmenso despliegue, supuestamente, debía ser capaz de detectar pruebas de actividad superlumínica fuera del límite impuesto por el desplazamiento hacia el rojo. Se había programado para operar de forma automática y por tiempo indefinido, sin necesidad de supervisión humana o mecánica si hacía falta. Una a una, se escudriñarían las galaxias hasta que el universo entero hubiera sido examinado. El proceso sólo se detendría cuando se detectara una señal. Hasta la fecha, el instrumento no había encontrado nada más que un firme siseo de ruido de fondo.

Si el ingenio funcionaba según las especificaciones, ¿significaba eso que la teoría básica estaba equivocada? En principio, una señal superlumínica atravesaría el universo en cuestión de horas; pero la teoría solo se había confirmado en la galaxia natal, con distancias millones de veces más cortas que las actuales.

La atención de Drake saltó del detector al lejano fulgor de estrellas y galaxias. Sus ojos no podían apreciar el cambio, pero sabía que estaba allí.

El final no, aún no, pero sí el sutil principio del fin. La gran nube de polvo ya se había consumido, las resplandecientes estrellas supergigantes azules hacía tiempo que habían explotado en supernovas o se habían colapsado en agujeros negros. Hasta la última estrella de secuencia principal había llegado al final de su vida, reducida de una abotargada gigante roja a una enana roja apenas mayor que la Tierra original. Tan solo las estrellas de masa reducida y combustión lenta resistían, proyectando débilmente un goteo de radiación; sus reservas de energía durarían otros cien mil millones de años.

Solo que no disponían de ese período de tiempo. El mismo cosmos estaba evolucionando, cambiando. La nave informó a Drake de que el universo había rebasado su punto crítico. Las galaxias remotas mostraban un fuerte desplazamiento hacia el azul, una migración de la luz hacia longitudes de onda más cortas. La radiación de microondas de fondo, diluida y enfriada durante la primera expansión del universo, revelaba ahora un aumento en la temperatura de su cuerpo negro.

El universo se estaba calentando. La Gran Expansión era cosa del pasado. El colapso hacia la singularidad definitiva y el fin de los tiempos estaba en camino.

Pero el pensamiento es el esclavo de la vida, juguete del tiempo; y el tiempo, que abarca el mundo entero, debe detenerse.

Drake interrumpió su deriva en el espacio, pero permitió la lenta rotación de su cuerpo. Él, igual que el tiempo, abarcaba el mundo entero. Era como si su tarea no fuera a tener fin… hasta que el universo mismo la rematara.

La inspección actual se había completado. Podía regresar a la nave. Por otra parte, no tenía ninguna prisa. Cuando volviera sería cargado de nuevo al continente electrónico. Su nuevo sueño quizá durara un millón o mil millones de años, pero podía esperar pocos cambios cuando despertara. El tránsito desde aquí hasta el final del universo sería lento y paulatino, una progresión de muchos miles de millones de años. Sólo los últimos meses y días serían espectaculares. Para quien estuviera allí para verlo, desplegarían una violencia inimaginable.

La nave era una diminuta mota dorada en el centro de la negra telaraña del sistema de detección de ondas-S. Drake se dirigió hacia ella, mirando de reojo a su izquierda de hito en hito. La nube de polvo que había proporcionado los materiales para el detector todavía flotaba allí, reluciendo tenuemente merced a su luz interna. Era demasiado pequeña como para colapsarse bajo su propia atracción gravitatoria. Esa, así como el campo constrictor levantado por la nave, había sido la clave de su supervivencia continuada.

Drake, absorto en sus pensamientos, había apagado la unidad del traje que enlazaba con la nave. No corría ningún peligro. El cerebro de la nave podía activar las comunicaciones en caso de emergencia, aunque en los muchos miles de millones desde su inmersión en la cesura jamás se había producido ni una sola anulación.

Encendió el comunicador cuando estaba a pocos kilómetros de la nave y le sorprendió escuchar un sucinto mensaje repetido.

—Se ha detectado actividad superlumínica. Análisis en proceso. Se ha detectado…

—¡Espera! ¿Por qué no me has avisado?

Me parecía… prematuro. —La nave se mostraba extrañamente vacilante—. Hay anomalías que requieren una explicación.

—En ese caso será mejor que me digas de qué anomalías se tratan. —Drake estaba cruzando la compuerta intersticial molecular a una velocidad récord. Se sentía exultante ante la buena suerte que tenía. ¡Era él el que estaba encarnado cuando llegó la señal! Luego se sintió estúpido. Puesto que todas las encarnaciones eran versiones de él, era imposible que no fuera él el encarnado cuando se detectara un mensaje de ondas-S—. ¿De dónde viene la señal?

Son varias señales, procedentes de una galaxia situada a unos ochocientos millones de años luz de distancia. En términos cósmicos, está bastante cerca. Se encuentra al otro lado de uno de los grandes golfos, pero dentro de un supercúmulo que sigue siendo uno de nuestros vecinos.

—¿Qué dice el mensaje?

Ahí es donde empieza la anomalía. Para empezar, la señal carece de un remite estándar que identifique su origen y su destino.

—Quizá la difundieran a voleo.

No puede darse ese caso. Las señales de ondas-S son como cualquier otra, han de comprimirse mucho para que resulten legibles a más de unos cuantos cientos de años luz. Pero aunque las señales fueran difundidas a voleo, tendrían un identificador de origen. Sin embargo, no es eso lo más preocupante. El verdadero problema es que las señales son ininteligibles. No tenemos entre manos una sola señal detectada, donde el problema podría reducirse a la resolución de ambigüedades. Estamos recibiendo millones de raudales de bits, una abundancia de muestras. Aunque contamos con todos los protocolos de comunicación conocidos, estas señales superlumínicas no se adecuan a ninguno de ellos.

—Puede que se trate de un nuevo protocolo, algo que empezó a utilizarse después de que entráramos en la cesura. Hace mucho que desaparecimos, los cambios son inevitables.

Cierto. Pero las señales son totalmente irreconocibles. El cambio es probable, incluso necesario para reflejar nuestras necesidades y tecnologías. Sin embargo, del mismo modo que el cuerpo humano porta en su interior elementos de vuestra historia más arcaica, desde las uñas al vello corporal o las agallas embrionarias, todas las señales superlumínicas deberían mostrar al menos cierto parecido con los viejos protocolos de comunicación. Estas no. Son completamente desconocidas.

—¿Todavía intentas decodificarlas?

Naturalmente. Sin embargo, no soy optimista. Ya he empleado el ochenta por ciento de las herramientas analíticas que tengo a mi disposición, sin éxito. La explicación más probable es, al mismo tiempo, la menos satisfactoria.

A Drake no le hacía falta preguntar de cuál se trataba. Había discutido esa posibilidad con el cerebro de la nave en cada una de sus encarnaciones.

—Supongamos que se trata de una civilización independiente, alienígenas que nunca se han encontrado con los humanos pero que están lo suficientemente avanzados como para emplear señales de ondas-S. ¿Cómo afectaría eso a nuestras posibilidades de enviarles una señal a ellos?

¿Enviar una señal? Eso sería sumamente sencillo. Nuestro detector de ondas-S puede transmitir tan exacta y rápidamente como recibe. Esa no sería la cuestión en este caso. La cuestión es: ¿Qué ocurrirá con nuestra señal cuando la reciban en la otra galaxia?

—Eso será problema mío, ¿no? —Drake no veía ningún sentido a seguir hablando en términos generales—. Una vez vuelva al formato electrónico, ¿cuánto tiempo tardarás en transmitirme superlumínicamente?

Unas cuantas horas, a lo sumo.

—Pues manos a la obra. ¿Has dicho ochocientos millones de años luz?

Ochocientos dieciocho millones, para ser más precisos.

—¿Cuánto tiempo de viaje supone eso para ti… teniendo en cuenta el combustible, el mantenimiento y todo lo demás?

La mayor parte transcurriría en punto muerto, puesto que entre las galaxias no hay fuentes de materiales o energía disponibles. Necesariamente, eso implicaría largos períodos de baja o nula aceleración. El tiempo de viaje sería de mil millones de años o más.

—¿Puedes sobrevivir a eso?

Desde luego. Ya hemos resistido diez veces ese intervalo. Sin embargo, me veo obligado a mencionar otras dos características anómalas de las señales recibidas. Para empezar, aunque hay muchas señales, millones de ellas, se dividen claramente en dos categorías distintas.

—¿Cómo lo sabes, si no entiendes lo que dicen?

Gracias al análisis estadístico de los flujos de datos. Ese análisis revela sin lugar a dudas dos tipos diferentes, aunque el contenido de cada uno sigue siendo desconocido. Y esa es la segunda anomalía. En principio, mis herramientas analíticas deberían permitir la interpretación de cualquier posible señal. Da igual que el remitente sea humano o no-humano, orgánico o inorgánico, familiar o completamente alienígena. Si se siguen las leyes de la lógica, que siempre hemos creído universales, la señal tendría que ser inteligible.

—¿Pero estas no lo son? Qué curioso. Quizá resulte más sencillo dilucidar lo que ocurre cuando estemos allí para verlo. —Drake estaba expresando una confianza que no sentía. Presentía la agitación de antiguos recuerdos en su interior. Dos tipos de señales que evidentemente eran señales, pero que no se podían interpretar. ¿De qué le sonaba eso?

»Antes de nada, devuélveme al formato electrónico. A continuación envíame. Cuando me haya ido, puedes tomar el camino más lento y seguirme. —Señales incomprensibles. Algoritmos que deberían ser capaces de interpretar cualquier cosa, pero que no lo conseguían. Pospuso la pregunta. Ya tendría tiempo de pensar en ella cuando llegara al origen de la señal—. Introdúceme en formato electrónico para que pueda ponerme en marcha. Suponiendo que todo salga bien, me enviaré de vuelta aquí y te contaré lo que está ocurriendo.

Suponiendo que todo salga bien.

Se le ocurrió a Drake, al recuperar el conocimiento, que hacía eones que nada salía bien. Sin duda esta vez tampoco. En vez de despertar en otra galaxia, entregado en forma de onda-S y reconstruido a la consciencia, seguía a bordo de la nave. Y aunque estaba despierto, sin duda no estaba encarnado. En vez de eso se encontraba en formato electrónico, compartiendo sensores y procesadores con la nave. Se dio cuenta, asimismo, de que lo rodeaban cien o más versiones de su ser, aletargadas a su alrededor.

—Vale. No ha funcionado. ¿Y ahora qué pasa?

Parte de la respuesta se presentó ante él antes de que hablara la nave. Los sensores de luz visible revelaban de frente el disco de una galaxia barrada. A juzgar por cómo llenaba el cielo sobre su cabeza, estaban a escasas decenas de miles de años luz de distancia; al alcance de la mano, en términos galácticos.

Además, era la galaxia. El equipo receptor de señales de la nave mostraba los brazos en espiral inundados de las resplandecientes chispas de las transmisiones de ondas-S. La galaxia llameaba con ellas, rutilantes puntos efímeros de azul y carmesí. La nave los había codificado por colores en tipo 1 y tipo 2; estadísticamente diferentes entre sí, pero igualmente misteriosos.

Si la nave estaba ahí, tan cerca del origen de las señales, es que debían de haber transcurrido mil millones de años o más desde que perdiera el conocimiento.

¿Por qué no contestaba la nave a su pregunta? Comprendió entonces que la nave había respondido. Se había transferido un nuevo bloque de información, y su consciencia electrónica ya estaba procesándolo, miles o millones de veces más deprisa que su viejo cerebro orgánico. Sabía, sin necesidad de que se lo dijeran, que…

La nave había permanecido durante siglos en el punto focal del colosal despliegue. Había transmitido a Drake como señal superlumínica, no una sola vez, sino cien veces y más. Había aguardado pacientemente la señal de respuesta. Al despliegue no llegaba nada más que el mismo torrente de comunicaciones ininteligibles.

Al final, la nave hubo de tomar una decisión complicada. Si abandonaba el despliegue, se perdería cualquier posibilidad de recibir una señal intergaláctica de Drake. La nave se vería obligada de nuevo a confiar en el simple sistema de detección de ondas-S que llevaba a bordo. Por otra parte, permanecer en un mismo sitio a la espera de una señal por parte de Drake podría ser una tarea eterna.

La nave abandonó finalmente el despliegue y emprendió su solitario viaje de mil millones de años a través del golfo intergaláctico. Al hacerlo, perdió la facultad de percibir señales superlumínicas procedentes de su destino hasta que la galaxia objetivo estuviera lo suficientemente cerca como para permitir el funcionamiento del sistema de a bordo.

¿Cómo de cerca?

Así de cerca. Lo bastante cerca como para que la nave empleara un sistema óptico de abertura sintética, capaz de producir imágenes en longitudes de onda visibles, con un nivel de detalle de superficie, de planetas del tamaño de la Tierra.

Ahora surgía un nuevo problema. Lo suficientemente peliagudo como para que la nave comprendiera que necesitaba ayuda. Había despertado a Drake.

Como necesitaría acceso directo a toda la información sensorial, y puesto que en cualquier caso no había ningún planeta en veinte mil años luz a la redonda donde una forma orgánica encarnada pudiera ser de alguna utilidad, la nave empleó un procedimiento distinto. No encarnó la inteligencia despertada, sino que la resucitó en formato electrónico.

Drake examinó una de las imágenes planetarias mientras la nave surcaba ininterrumpidamente el espacio. El mundo se parecía superficialmente a la Tierra, lo suficientemente grande y alejado de su estrella primaria como para tener atmósfera. Debería haber tenido aire de algún tipo, nitrógeno o metano o dióxido de carbono o, si albergaba vida, oxígeno y vapor de agua. El análisis del espectro gaseoso no mostraba rastro de ninguno de esos elementos. La superficie, visible gracias a la ausencia de nubes o manto de aire, era de roca negra. Parecía basalto volcánico que hubiera fluido a altas temperaturas antes de condensarse y solidificarse en grotescas formaciones. No había indicios de agua en la superficie, ni rastro de vida o artefactos. Orbitaban el mundo como un enjambre de luciérnagas cientos de objetos demasiado pequeños como para percibirse con las cámaras. Sin embargo, de vez en cuando el destello de uno de ellos mostraba que estaba transmitiendo, y la nave recibía una señal de ondas-S saliente.

¿De qué se podía hablar en unas instalaciones que orbitaban mundos muertos desde hacía tiempo?

Drake rastreó los destinos de los torrentes de datos salientes, y la nave ofreció sus imágenes a una orden suya: mundo tras mundo, escena tras escena de devastación calcinada. Hasta el último de los planetas estaba en ruinas. Cada uno de ellos estaba visiblemente deshabitado.

—He llevado a cabo un sondeo lo más completo posible a esta distancia. —Los mensajes de la nave eran nítidos y fáciles de percibir ahora que Drake sabía cómo escucharlos—. La pauta se repite de una punta de la galaxia a la otra, desde el borde exterior al disco central. Esos mundos tienen en común lo que he dado en llamar una facultad de mensaje superlumínico de tipo uno. Compáralos con los mundos de tipo dos.

Apareció otra secuencia de planetas para que Drake los inspeccionara. Desde el punto de vista de la nave, las diferencias eran enormes. Desde un punto de vista humano, había una similitud que eclipsaba los demás factores: en ninguno de ellos había vida orgánica.

Drake examinó mil planetas de tipo 2 donde todo lo que los humanos habían aprendido sobre la física, la planetología y la biología indicaba que debería haberse desarrollado la vida. El tipo de espectro del sol era el adecuado, la temperatura en la superficie era de magnitud alta, el planeta tenía una órbita de baja excentricidad, había abundancia de agua en la superficie, amén de una densa atmósfera de hidrógeno, dióxido de carbono y nitrógeno.

Debería haberse desarrollado la vida; debía haberse desarrollado. Y se había desarrollado. La prueba estaba en el enjambre de instalaciones activas alrededor de cada mundo, emitiendo y recibiendo sus torrentes de señales de ondas-S. Nadie instalaría semejante sistema sin un propósito. Una vez había habido vida en esos mundos. Y de algún modo esa vida había sido destruida, no tan espectacularmente como en los mundos de tipo 1, pero sí igual de definitivamente.

—Nos enfrentamos a un problema imprevisto. —¿Era la nave la que hablaba, o eran los pensamientos de Drake? La línea divisoria se difuminaba cuando compartían potencia de procesamiento y un almacenaje común—. Siempre hemos dado por sentado que la facultad de enviar señales superlumínicas estaría acompañada de una tecnología activa. Ahora encontramos abundante facultad de transmisión de ondas-S y nada más. ¿Queremos visitar una galaxia que parece ajena a la vida orgánica?

—¿Es seguro hacerlo?

Ese último pensamiento, sin duda, era exclusivo de Drake. Su mente volvía a retroceder a antiguos recuerdos y le ofrecía una incómoda síntesis.

En un universo infinito, todo lo que puede ocurrir, ocurrirá.

Hablaba para sus adentros, pero sus pensamientos habían dejado de ser algo privado.

—El universo no es infinito —dijo la nave—. Es finito en el tiempo, tanto pasado como futuro, y es finito aunque ilimitado en el espacio.

—De acuerdo. Digamos mejor que aquellas cosas que jamás esperaste que pudieran ocurrir, cuando estabas hace tiempo en un mundo muy lejano, pueden hacerlo si esperas el tiempo necesario y viajas lo suficiente.

No era solo que nunca hubiera esperado ver algo así; cuando era joven apenas si había prestado atención a estas cosas. Sus intereses giraban en torno a la música y Ana, y cualquier cosa tan monótona como la política bélica o la estrategia política tendía a ser ignorada. Era Ana, la activista social, la que lo había educado. Recordaba una lánguida tarde de octubre, cuando yacían juntos en su pequeño apartamento de una sola habitación, con las persianas venecianas medio bajadas y los últimos rayos de sol proyectando largas y distorsionadas sombras de hojas sobre la pared. Drake estaba tumbado de espaldas. No quería hablar ni pensar en nada y le hubiera gustado echar una siesta. Descubrió que era más sencillo mantener la boca cerrada y fingir que prestaba atención, pero solo se salió con la suya unos cuantos minutos.

—Te da igual, ¿no? —Ana le pegó un puñetazo en el hombro izquierdo y se incorporó sobre un codo para poder verle la cara y asegurarse de que no se quedaba dormido—. Te estoy diciendo que podría volver a pasar.

—Nah. La Destrucción Recíproca es una idea caduca. Y estúpida, además.

—Más que estúpida, pero no creo que esté pasada de moda. Durante dos generaciones se volcaron en ella cerebros y recursos. ¿Quieres saber por qué?

La verdad es que no. Pero Drake simplemente dijo:

—Uh-huh.

—Salió adelante porque era un auténtico generador de dinero, donde la corrupción estaba a la orden del día y todos los contratistas se podían enriquecer. Y porque da igual lo que hagas, para los paranoicos nunca es suficiente. Si ellos fabrican más armas, o aunque uno solo piense que podrían fabricarlas, tú tienes que fabricar más. Están igual de locos que tú, así que también ellos deben fabricar más; así que tú tienes que fabricar más, por eso ellos fabrican más, así que tú tienes que fabricar más, por eso ellos fabrican más, así que tú tienes que fabricar más…

Se interrumpió, para decepción de Drake. La cadencia de las frases repetidas resultaba relajante y enseguida se habría quedado dormido escuchándola. En vez de eso dijo:

—No sé por qué te preocupas tanto por todo esto. Es agua pasada. El programa de Destrucción Recíproca desapareció hace veinte años, con la Unión Soviética.

Ana se acurrucó contra él y apoyó una mano extendida sobre su vientre desnudo.

—Eso demuestra lo poco que entiendes a los militares. Yo lo he mamado. Cuatro de mis tíos y cinco de mis primos están en el ejército de tierra o del aire. Deberías estar presente en las reuniones familiares. Me hiciste un gran favor. No toleran tu política.

—No tengo ninguna.

—Peor todavía. Pero no te quieren cerca, y esa es la excusa que necesito para mantenerme alejada. Nunca podré agradecértelo lo suficiente.

—Me lo puedes agradecer dejándome dormir. De todos modos, no deberías darme las gracias. Dáselas al profesor Bonvissuto. Te consiguió la beca.

—Os lo agradezco a los dos. ¿Sabes lo que dijo mi tío Dan? Es el coronel de las fuerzas aéreas, el de Baltimore, el que te dijo que el mejor coro del mundo eran los Sargentos Cantores y que Wagner era un viejo extravagante y aburrido.

—Lo recuerdo. Rossini dijo algo parecido… sobre Wagner, claro, no sobre los Sargentos Cantores. Dijo que Wagner tenía momentos bonitos, pero cuartos de hora espantosos. También dijo que no se podía juzgar el Lohengrin de Wagner tras una sola escucha, y que tenía muy claro que no pensaba escucharlo por segunda vez.

—El tío Dan dice que en el ejército las ideas no se pierden. —Ana no estaba dispuesta a dejarse distraer por las anécdotas musicales de Drake—. Las viejas ideas se dejan en la estantería, y cuando se presenta el ciclo de consolidación adecuado, se les quita el polvo y vuelven a proponerse como si fueran nuevas. No me creo muchas de las cosas que me dice, pero esa sí. El equilibrio de terror no empezó con la Destrucción Recíproca. Ni terminará con ella. Las malas ideas siguen ahí, en la estantería, a la espera.

Y a veces se quedan en esa estantería durante muchísimo tiempo antes de alcanzar por fin su potencial.

—Me parece que no te sigo —dijo la nave.

No era de extrañar; los pensamientos privados de Drake no eran para nadie más. Saltaban caprichosamente entre el pasado y el presente, e incluían referencias personales que sin duda no estaban registradas en ninguna base de datos general.

Drake dirigió sus comentarios directamente a la interfaz de la nave.

—La Destrucción Recíproca es una idea muy sencilla: Yo construyo enormes sistemas armamentísticos. Tú también. Luego tú no te atreves a atacarme, porque si lo hicieras, yo te atacaría a mi vez y tú también morirías. —Había matado a Ana, y también él había perecido. Él consideraba sus actos como un gesto de Supervivencia Recíproca. ¿Lo hacía eso distinto de los lunáticos de la Destrucción Recíproca?—. Así que ninguno de los dos se atreve a atacar al otro. Cualquiera diría que podría dar resultado, pero la Destrucción Recíproca adolece de un defecto fundamental. Produce el equilibrio entre dos grupos, pero se trata de un equilibrio inestable. Un accidente, incluso un simple malentendido, y los dos bandos emplearán sus armas. Deberán golpear tan fuerte y tan rápido como les sea posible, para neutralizar toda la potencia de fuego enemiga que les sea posible. Peor aún, un tercer grupo con arsenal propio puede forzar un malentendido y hacer que las dos grandes potencias se enfrenten entre sí, fingiendo el ataque de una sobre la otra. Me parece que estamos observando los resultados de la Destrucción Recíproca aplicada a gran escala. Creo que acabó con toda la galaxia.

—Eso no puede ser cierto. Mientras hablamos, detecto nuevos mensajes superlumínicos. No los entiendo, pero eso demuestra que ahí todavía hay inteligencia en activo.

—Algún tipo de inteligencia, sí. A veces, si una idea es lo bastante vieja, puede llegar a parecer nueva. Debería haberme dado cuenta de lo que ocurría hace tiempo, en cuanto me dijiste que había dos tipos de señales distintos procedentes de esta galaxia, y que eras incapaz de interpretarlos. Dijiste que cualquier tipo de señal debería ser inteligible para ti. Pero supongamos que estuviera diseñada para que no la comprendiera nadie que no tuviera la clave adecuada. Supongamos que ambos bandos estuvieran empleando sistemas cifrados, códigos incomprensibles para el rival.

—Secretismo intencionado. Sin duda es posible. Pero ¿por qué estás tan seguro de que esta galaxia está muerta? ¿Cómo es posible, con la tecnología aún en activo?

Drake comprendió que, incluso eso, podía explicarlo. Su mente le había lanzado una imagen perteneciente a una antigua representación de la Sinfonía del Adiós de Haydn, de un director de orquesta frente a sus músicos. Delante de cada uno de ellos había una vela encendida. Uno a uno, cada músico concluía la parte orquestal que le correspondía, apagaba la vela de un soplido y abandonaba el escenario. Al final, la orquesta entera había salido. Su director se había quedado solo en la oscuridad.

Era improbable que la nave sacara nada en claro de ese pensamiento.

—Deja que te cuente lo que pasó en la Tierra —dijo Drake— años antes de que yo naciera. Dos grandes potencias se habían tomado la molestia de amasar armas nucleares. La posibilidad de que estallara un conflicto a gran escala parecía muy alta. Esa guerra, en caso de producirse, sería corta. Un par de horas y todo habría terminado. Se podían lanzar misiles por encima del polo para alcanzar su objetivo en menos de treinta minutos. El ejército de uno de los bandos… nuestro bando, diría la gente, aunque yo nunca consideré que fuera mi bando…, decidió que debían mantener en funcionamiento algún tipo de sistema de comunicación, incluso después de la resolución del conflicto. Imaginaron un puesto de mando con sede en el espacio, una constelación entera de satélites que orbitarían alrededor de la Tierra. La flota espacial estaría controlada completamente por ordenadores, y estos formarían una suerte de sistema nervioso central en caso de crisis, daba igual dónde se produjera esta. Este sistema norteamericano de defensa por satélite se dio en llamar MILSTAR, y se suponía que podría funcionar aun después de que se produjera el primer espasmo de la guerra. Los estrategas militares no pretendían que el MILSTAR contribuyera a la reconstrucción civil. Ese no era su trabajo. Querían que controlara las comunicaciones militares… y que fuera capaz de apoyar de nuevo la lucha armada, si fuera preciso, meses o años más tarde. Querían que el MILSTAR estuviera listo para librar otra guerra. Se diseñó para funcionar aunque todas las estructuras de mando de la superficie quedaran arrasadas. Supuestamente sería capaz de accionar armamento robótico, tanto si había humanos cerca como si no.

De nuevo surgió la imagen. El director de orquesta estaba delante de toda una orden de músicos. Conforme las potencias militares de tierra, mar y aire eran aniquiladas por el enemigo, MILSTAR continuaba organizando y optimizando unos recursos que se hacían insignificantes por segundos. Por último, en el escenario no quedaban nada más que atriles de partituras y estuches de instrumentos vacíos. El director de orquesta agitaba su batuta ante un desaparecido ejército de músicos. MILSTAR flotaba serenamente en el espacio, con su sistema de comunicación a pleno rendimiento y listo para dirigir una segunda sinfonía del Armagedón.

—Los satélites MILSTAR tenían que ser sumamente sofisticados. Necesitaban una esperanza de vida activa muy elevada. Tenían que ser móviles, para evitar el ataque directo con misiles; persistentes, para operar durante años sin mente humana que los dirigiera; robustos, para sobrevivir a los efectos de los pulsos electromagnéticos y a los impactos superfluos; e inteligentes, para comunicarse entre sí por medio de diversas señales encriptadas, a fin de que el enemigo no pudiera pinchar la red de comunicación global.

»Era un proyecto altamente secreto. Tenía que serlo. Por eso pudo obtener enormes subvenciones durante mucho tiempo, aunque cualquiera que lo mirara con ojos objetivos vería que no podía salir bien. Harían falta decenas de millones de instrucciones informáticas, líneas de programa que solo podrían ponerse a prueba en caso de guerra. Daba por sentado un orden mundial estático, con un solo enemigo bien definido. Ignoraba todas las cadenas de mando civiles. Peor aún, asumía que uno u otro bando podrían ganar una guerra nuclear a gran escala, y seguir en condiciones de volver a combatir. No hacía mención alguna a los cientos de millones de bajas civiles, a la ausencia de agua, alimentos, sistemas de alcantarillado y transporte, ni a una economía totalmente colapsada que no podría destinar ni diez centavos a las arcas militares.

»En fin, tuvimos suerte. El MILSTAR perdió su aura de secretismo, poco a poco. Esa fue su ruina. No podía soportar la luz pública. Por fin, tras años y más años de ardua resistencia cuando nadie creía realmente en el programa pero se mantenía como fuente de trabajo y burladero político, se cortó el suministro de fondos y se puso punto y final a su desarrollo. El MILSTAR nunca llegó a ponerse en funcionamiento… en la Tierra. Pero algo parecido se desarrolló, y sigue en activo —Drake indicó la galaxia que había delante de la nave— ahí.

Drake había sido arrastrado en el tiempo y el espacio por una oleada de sensaciones que hacía eones que no experimentaba. Sabía que había hablado por Ana, más que por sí mismo. Esos eran los temores de ella expresados en voz alta, su indignación, su alivio ante la elusión de una Tierra condenada. Comprendió a su vez, por vez primera, que la existencia en una forma electrónica pura admitía la emoción, la pasión y el anhelo.

La nave había asimilado los hechos implícitos en su mensaje, ya que no su intensidad.

—De modo que aunque exista un sistema de señales de ondas-S en esa galaxia —dijo— sus creadores y propietarios originales hará tiempo que desaparecieron. Por consiguiente, no hay impedimento ético ni práctico que nos impida usurpar su empleo. Deberíamos ser capaces de inhibir el sistema de encriptación. En cuanto lo hayamos conseguido, y se pueda enviar y recibir nuestro propio tipo de señales de ondas-S…

—No podemos hacerlo.

—Creo que poseo las aptitudes analíticas necesarias, aunque posiblemente tú no seas consciente de ellas.

—El problema no es ese, sino cómo llegar hasta allí. —Drake volvió a señalar la galaxia que tenían delante.

—Nos separan tan solo veintiún años luz. Ya hemos recorrido cuarenta mil veces esa distancia, sin ningún problema. El tramo restante es despreciable.

—No. Es allí donde espero que surjan los problemas. Míralos. —Drake mostró un despliegue de mundos ennegrecidos y mudos para que los examinara la nave—. No sabemos qué hizo esto; quizá siga en activo, incluso. Puede que esté esperando un nuevo objetivo que atacar. Las armas podrían haberse quedado sin blancos. El que una galaxia esté desprovista de vida no significa automáticamente que sea seguro ir allí.

—En ese caso, solicito que propongas una alternativa. —La nave giró su equipo de captación de imágenes, pasando lentamente de la isla de materia que tenían delante al gran océano espacial que los rodeaba—. La siguiente galaxia más cercana se encuentra a doscientos cincuenta mil años luz de distancia. No mostraba ningún indicio de transmisión de ondas-S. ¿Sugieres que la tomemos como destino? Estoy listo para seguir tus instrucciones.

Ahí estaba el problema. No había otra alternativa. Ninguna otra galaxia, en una búsqueda que se extendía hasta la mitad de la historia conocida, había dado muestras de emitir señales superlumínicas. Era el peor momento para decidir que la nave abandonara el gran sistema de detección, arduamente construido a lo largo de tantos años, prematuramente. Pero era verdad. Lo más prudente sería sondear todas las galaxias del universo en busca de transmisiones de ondas-S, antes de precipitarse a resolver el enigma de la que tenían enfrente.

Era culpa de Drake. Tendría que haberlo meditado más antes de actuar. El precio que conllevaba la precipitación era elevado: tenían que regresar a su sistema de detección, a mil millones de años de distancia, y efectuar otra búsqueda interminable.

Ese era el precio. Pero no estaba dispuesto a pagarlo.

¿No se podría hacer algo con las instalaciones que tenían delante, tan tentadoramente cerca? Comparado con la otra opción, recorrer veinte mil años luz era como ir a la casa del vecino. Sabía, con absoluta certeza, que aquí existían plenos recursos de señales superlumínicas en perfecto funcionamiento. No encontraría nada parecido antes de que se extinguiera el universo.

Mientras el campo de visión de los sensores de la nave ejecutaba su constante giro en el espacio, Drake contempló la vasta extensión de galaxias. No habían cambiado. Él sí. ¿Cuándo había perdido su temple y su firmeza? ¿Desde cuándo era tan cauto?

Tiempo atrás, sin pensárselo dos veces, lo habría arriesgado todo. Ahora, hiciera lo que hiciera, arriesgaría menos que todo. Sin duda existían todavía otras versiones de él, aunque fuera en los confines del universo. No sabían que él existía; pensarían que había muerto hacía quince mil millones de años, cuando la nave fue tragada por la cesura. Pero ¿y eso qué? Seguirían allí. ¿Tenía algo que perder, si se arriesgaba ahora a encarar la amenaza que tenía delante?

¡Sí!… Pero morir, e ir no sabemos adónde…

¿A eso se reducía todo? ¿Al simple miedo a morir?

—¿Nos dirigimos todavía a la galaxia?

—Sí. No hemos cambiado el rumbo.

—En ese caso olvida la alternativa. Mantén la dirección. Llévanos al mundo más cercano que detectes como fuente de mensajes de ondas-S.

Muchas cosas andan envueltas en el seno del porvenir.

¿Cuánto tiempo hacía que no pensaba así? Era hora de correr el riesgo y poner a prueba las bondades de la realidad.

Correr el riesgo con una cosa no significaba que hubiera que olvidar la cautela en todo lo demás.

Drake eligió permanecer consciente, aunque no encarnado, a lo largo de toda la lenta fase de acercamiento a la galaxia. La velocidad de la nave tendría que ser sublumínica. Mientras tanto, los mensajes de ondas-S centelleaban y destellaban sobre su cabeza de un brazo de espiral a otro, más enigmáticos que nunca. A sugerencia de Drake, el cerebro de la nave asumió que los mensajes estaban deliberadamente encriptados e intentaron descifrarlos. El esfuerzo ocupó la mayor parte de la potencia de computación de la nave durante doce mil años. No obtuvo ningún resultado satisfactorio para los mensajes de tipo 1 ni de tipo 2.

Mientras ocurría todo esto, Drake no dejaba de vigilar la galaxia que tenían delante. Desconocía el alcance de las armas que había allí. En cualquier momento, el acercamiento de la nave podría ser detectado y podría surgir una fuerza alienígena para consumirlos. Estaba listo para apagar por completo la nave y esperar que el silencio terminara con el asalto o, si eso fallaba, girar en redondo e intentar correr más que la destrucción.

El cambio llegó con el decimotercer milenio. Se produjo mientras Drake y la nave analizaban las libertades y restricciones comparativas de sus dos mentalidades.

—¿Qué habrías hecho tú en una situación similar? —La nave no estaba satisfecha con su actuación.

—¿Suponiendo que yo fuera una nave, con tu historial y tu inteligencia inorgánica? Lo primero que haría, después de que Drake Merlin insistiera en ser enviado como señal superlumínica a esta galaxia, sería decirme que los humanos encarnados tienden a ser impulsivos y a tomar decisiones precipitadas. Evolucionamos así porque el antiguo cuerpo humano rara vez vivía más de un siglo. Siempre andábamos con prisa, así tenía que ser. De modo que, como nave, habría dedicado una considerable cantidad de tiempo a evaluar mis posibles acciones. Luego esperaría que yo preguntara qué se podía hacer en la estructura de detección de ondas-S que habíamos construido y en ningún otro sitio. Una vez hecho todo eso, habría puesto rumbo hacia aquí.

—¿Y qué habrías hecho como humano en la misma situación?

—Si no pudiera ver ningún posible sentido a mi existencia…

El comentario de Drake sobre el suicidio, idea alienígena para la inteligencia de la nave, fue interrumpido.

A-W-A-W-A-W-A-W-A-W-A-W-A. El detector de ondas-S de la nave chirrió y rechinó sobrecargado mientras atronaba un mensaje en su interior.

A-W-A-W-A-W-A-W-A-W-A-W-A-W-A-W-A.

—¿Viene de la galaxia? —Drake hubo de enviar su pensamiento a máximo volumen para atravesar la cortina de ruido.

A-W-A-W-A-W-A-W-A-W-A-W-A-W-A-W-A.

—No lo sé. —La misma señal de la nave apenas sí resultaba inteligible—. La fuente es demasiado potente. Llega de todas partes. Aguarda. —La nave resintonizó su receptor y el volumen de la señal bajó de pronto a un nivel tolerable.

ADVERTENCIA. ESTÁN ENTRANDO EN UNA ZONA PELIGROSA Y EN CUARENTENA. NO SIGAN ADELANTE SIN RECIBIR INSTRUCCIONES. REPITO. ESTÁN ENTRANDO EN UNA ZONA PELIGROSA Y EN CUARENTENA. NO SIGAN ADELANTE SIN RECIBIR INSTRUCCIONES. LOS PROTOCOLOS DE COMUNICACIÓN DE ONDAS-S ESTÁN CONTENIDOS EN LA ONDA TRANSPORTADORA. OFRECEMOS A CONTINUACIÓN INTERACCIÓN VISUAL EN TIEMPO REAL.

—Voy a identificarnos y a responder. —La nave ya estaba transmitiendo los protocolos—. Es seguro. Esa señal no puede provenir de la galaxia que tenemos delante.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque no hay encriptación. Es más, la señal llega en formato estándar. Debemos de recibirla procedente de nuestra propia forma de mentalidad.

A Drake no le hacía falta ese último dato. El torrente de información visual en tiempo real que les habían prometido había comenzado y ya recibían imágenes. El primer fotograma le resultaba muy familiar. Era Drake Merlin, contemplando algo que tenía justo delante. Una voz desconcertada decía:

—Por favor, transmitid de nuevo esa secuencia de identificación. Al parecer se ha producido un error de trascripción. Según nuestros archivos, no existís. Hace quince mil millones de años que dejasteis de existir.

Drake no estaba encarnado, por lo que no podía enviar una imagen exultante en tiempo real de sí mismo. Lo único que podía hacer era remitir su icono sonriente almacenado, conservado en la memoria de la nave.

—Lo que habéis recibido no es ningún error de trascripción. Existimos, y la secuencia de identificación es correcta. Hemos pasado todo este tiempo volviendo a casa. Siento que hayamos tardado tanto. —Y luego, lo único que de verdad importaba, la pregunta—: ¿Habéis desarrollado la tecnología necesaria para restaurar a Ana? ¿Está ahí con vosotros?

Mientras Drake aguardaba respuestas, comprendió que todo lo demás tenía sentido. Una galaxia solitaria, desprovista de vida pero que enviaba señales de ondas-S y estaba llena de armas de destrucción, suponía una amenaza para cualquier inteligencia del universo. Era preciso establecer una zona de cuarentena a su alrededor. Todas las rutas de acercamiento debían ser controladas. Igual que un arrecife peligroso en un mar en calma, la galaxia debía estar rodeada de sirenas de aviso y buques faro. Era una baliza para el universo entero, el mejor lugar posible para que lo encontraran viajeros perdidos como Drake y su nave.

Y lo encontraron. Volvían a casa.

En un universo infinito, todo lo que pueda ocurrir, ocurrirá.

Una de esas cosas que podían ocurrir, una y otra vez, era un pequeño golpe de suerte.

29 La vuelta a casa

Con el regreso de Drake al espacio humano, sus problemas parecían ser cosa del pasado.

La sensación de euforia no duró mucho. Terminó cuando su pregunta relacionada con Ana quedó sin respuesta, y cuando la imagen del otro Drake Merlin desapareció de pronto de la pantalla. La reemplazó el rostro de Tom Lambert. Los rasgos de Tom, su color de pelo y su expresión se alteraron bruscamente unos segundos antes de estabilizarse.

—Desgraciadamente, Ana no ha sido resucitada. —La boca de Tom se encogió hasta la mitad de su tamaño, antes de ensancharse de nuevo. Drake había visto antes ese efecto. Algún tipo de poderosa emoción, temor o júbilo o rabia, estaba distorsionando la presentación—. Seguiremos trabajando en el problema de la resurrección.

¿Seguiremos trabajando, después de tantos eones? Drake se preguntó qué habían estado haciendo todo este tiempo. ¿Qué les podía quedar por intentar?

Pero Tom Lambert continuó:

—Lo siento. —Su rostro se arrugó a causa de la preocupación, antes de ensayar una sonrisa ladeada—. Hace más de quince mil millones de años que no empleamos este tipo de presentación. No pensábamos que fuera necesario. Jamás se ha anticipado un regreso como el tuyo, aunque sabíamos que, en teoría, era posible. Ahora, evidentemente, comprendemos lo que ha ocurrido. Tu nave y tú permanecisteis en este universo, pero atravesasteis una senda no-causal en la cesura. Antes de emerger de nuevo, habéis viajado siete mil millones de años luz en el espacio y ocho mil millones de años en el tiempo.

—Y luego nos hemos pasado otros tropecientos años más a la deriva. Pero ahora estoy aquí. Así que, ¿por qué dices que lo sientes?

—Lamento que os tropezarais con el aviso relativo a vuestro acercamiento a la galaxia Skrilant.

—Supongo que era necesario. —La explicación de Tom Lambert no convencía a Drake—. Me imagino que habríamos volado por los aires de lo contrario.

—Es lo más probable. Pero nuestra advertencia incluía una representación tuya.

—De modo que me he conocido a mí mismo. Vaya cosa. He sobrevivido.

—Sólo que no eras tú. —Tom miró de reojo, apartando la mirada de Drake—. Tú, tal y como eres ahora, no te has encontrado con la forma actual de Drake Merlin. Debería añadir que yo formo un subconjunto menor de ese entero. Os reuniréis enseguida.

—Creo que lo mejor sería que me dijeras qué está pasando. Este no es el tipo de bienvenida que me esperaba. ¿Qué quieres decir con que no me he encontrado con mi yo actual?

—Drake Merlin, en todo el universo salvo en tu nave, ya no eres una entidad única. La mentalidad de Drake Merlin, a excepción tuya, es un compuesto.

—No me lo creo. —Drake presentía el desastre—. Es lo único que sabía que jamás me podría permitir. Si me fundía en un compuesto con todos los demás, sabía que podría perder de vista mi objetivo.

—Pero nos fundimos, de una forma especial. Ahora lo lamentamos. Aguarda un poco más, Drake Merlin. Vamos a abrir un enlace de tasa de transferencia de datos de ondas-S elevada con tu nave y contigo. Prepárate para una actualización de muchos miles de millones de años, desde que desapareciste de nuestro horizonte. Prepárate para un brusco acoplamiento, y después todas tus preguntas serán respondidas. El enlace está abriéndose…, ahora.

Drake se sumergió en un torrente de datos, donde confluían un millón de fuentes paralelas…

La lucha con el Shiva tocaba a su fin. Vimos nuevos compuestos, mitad humanos, mitad Shiva, controlando la interacción entre las dos formas de vida. Los humanos y las gigantescas plantas sésiles quizá nunca llegaran a entenderse mutuamente, pero con los intermediarios adecuados podían coexistir.

El éxito conllevó un nuevo problema. Durante los interminables años que duró el conflicto, Drake había permanecido aislado. No se atrevía a unirse a ningún compuesto, orgánico o inorgánico, dentro de las redes interconectadas de consciencia. Tampoco quería compartir sus bancos de datos personales con nada ni nadie. Su lógica era sencilla e irrefutable: Solo él estaba dispuesto a tomar las espantosas decisiones de muerte y destrucción necesarias para derrotar al Shiva. No se atrevía a correr el riesgo de diluir esa voluntad. Pero también había que tener en cuenta sus motivos personales: si dejaba de ser un solo individuo, el impulso de restaurar a Ana podría perderse.

Durante lo que parecía una eternidad, versiones de su yo individual se habían descargado y enviado a bordo de las naves de guerra, para sufrir un final abrasador o glacial en planetas situados al borde de la galaxia y más allá. Pero en algunos de los brazos de espiral, los humanos por fin comenzaron a resistir. Al llevar a cabo sus programas de contraataque y adentrarse en el espacio intergaláctico, y llegar así a nuevas galaxias, las naves humanas empezaron a sobrevivir.

Y ahora…

Regresaba, un Drake Merlin de miles de millones de años de edad; cada uno de sus yoes era distinto, cada uno tenía sus propias experiencias únicas, cada uno era innegablemente Drake.

Se había mantenido al margen de todos los demás. Pero ¿cómo podría seguir aislado y negarse el acceso a sí mismo?

No podía. Drake formó un compuesto inusual: Cada uno de sus componentes sería Drake Merlin.

Al principio fue un caos absoluto. Sus yoes elementales se contaban por miles de millones; hacía tiempo que había perdido la cuenta de las veces que había sido descargado, y el total se incrementaba constantemente. Unas partes de él estaban muy cerca, otras estaban separadas del resto por millones de años luz; algunas habían resultado destruidas en parte en la batalla y se convirtieron en versiones mutiladas o incompletas de un Drake Merlin entero. Todas, sin excepción, ahora eran distintas. El tiempo y la experiencia producían cambios en la forma, en la perspectiva, incluso en el concepto del yo. Drake pugnó por comprender, asimilar, integrar y mantener o crear una sola personalidad en medio de aquella imparable horda de yoes.

Ya no era imprescindible en la guerra contra el Shiva. Se había firmado una tregua, incomprensible para cualquier entidad salvo uno de los simbiontes de Shiva y humano. La necesidad de supervisión por parte de Drake se redujo paulatinamente. Cuando la amenaza del Shiva remitió y disminuyó la necesidad de su continua implicación, el Drake compuesto se dejó consumir por la introspección y por su propio proceso de reconstrucción. No le interesaba ningún acontecimiento externo que no fuera relevante para una substancial fracción de sus componentes.

Dichos componentes estaban ligados a otros compuestos y a otros bancos de datos. Se extendían por los cúmulos galácticos y los grandes cismas espaciales hasta los límites del universo accesible. Drake Merlin se había convertido en guardián y celador del cosmos.

Con el crecimiento de su compuesto se produjo otra consecuencia: lenta e imperceptiblemente, la fuerza de voluntad que lo impulsaba disminuyó. Los antiguos deseos, las necesidades que lo habían empujado hacia delante desde los lejanos confines del pasado, se marchitaron y desaparecieron. Los viejos anhelos habían dejado de tener importancia…

Hasta que un buen día, inesperadamente, en el límite controlado de la muerta pero malévola galaxia Skrilant, apareció un nuevo Drake Merlin que no formaba parte de ningún otro.

Dentro del vasto compuesto extendido de Drake Merlin, la noticia del encuentro suscitó una curiosa intranquilidad. El desconocido estaba haciendo preguntas. El intento por responderlas requería el empleo de recuerdos tan alejados en el tiempo y el espacio que carecían de impresiones físicas. El compuesto tenía que bucear en sus bancos de datos para hallar las respuestas.

El resultado era estremecedor. Drake Merlin, de algún modo, había perdido el norte. Había olvidado sus más solemnes promesas. Ahora debía cambiar… y preguntarse si aún le quedaba tiempo, antes de que se produjera el fin del universo.

Drake emergió para encontrar a Tom Lambert en silencio y a la espera. El flujo de datos había terminado tan bruscamente como empezó. Drake se dio cuenta de otra cosa. Ya no estaba a bordo de la nave, y se había vuelto inexplicablemente distinto.

Tom Lambert asintió.

—Tu impresión es correcta. Se te ha descargado y trasladado superlumínicamente hasta aquí mientras se producía la transferencia de datos.

—¿Y encarnado? —A Drake le preocupaba la casi olvidada sensación de su yo tangible.

—Ya no es necesario. De hecho, si quieres comprender lo que estamos haciendo, siguen siendo necesarios muchos estímulos paralelos. En circunstancias así, la encarnación material resulta imposible.

—Algo ha salido mal, ¿verdad?

—Así es. Nos hemos distraído. Lo que haremos para corregirlo… si podemos… es esto.

Si el flujo de datos anterior había sido un torrente, el nuevo fue como una ola gigante. Cubrió a Drake y lo arrastró sin darle elección.

Primero vino una sensación distinta del yo. Drake Merlin se había multiplicado un millón, mil millones, incontables billones de veces. Estaba en todos los planetas, en órbita alrededor de todas las estrellas, presente en todas las galaxias —incluso la perdida galaxia Skrilant tenía sus cadáveres de mentalidades de Merlin—. La distinción entre formas de vida orgánicas e inorgánicas ya no significaba nada. Los cambios de unas a otras se producían constantemente. Drake sintió cómo se extendía su otro yo continuamente por todo el universo. Aunque la nave y él no hubieran hecho nada más que sentarse y esperar tras atravesar la cesura, a la larga el compuesto extendido habría descubierto y recuperado su yo individual extraviado.

Ese yo individual corría peligro de ahogarse. Expresó su temor y escuchó las palabras de consuelo del resto.

Te puedes unir a nosotros sin miedo. No podrás perderte jamás. Somos tú.

—¿Qué estáis haciendo?

Lo que deberíamos haber hecho hace tiempo, y lo que ahora debemos hacer. No nos interesan los individuos, sino los universos. Recuérdalo.

El billón de voces se convirtió en una sola:

En un universo cerrado, al final de los tiempos aguarda un último punto de colapso. El escatón, el Punto Omega, el punto-c; la última frontera del espacio y el tiempo ha recibido muchos nombres. Hace mucho que se definieron sus propiedades fundamentales. Una de esas propiedades es de capital importancia: cerca del límite-c, toda la información, todo lo que se puede llegar a conocer, se torna accesible. Todo lo que se puede llegar a saber, y todo lo que alguna vez se ha sabido.

Y las implicaciones…

Perdimos el norte, pero ahora nuestra misión está clara. Debemos sobrevivir. Debemos reunir, absorber y organizar la información tan deprisa como podamos. Cerca del fin, esperamos que esa acumulación dé sus frutos. Ana, nuestra auténtica Ana, nos será devuelta gracias a nuestros denuedos. Gracias a ti, hemos recordado cuál era nuestra tarea. ¿Quieres convertirte en uno de nosotros y sumarte a nuestros esfuerzos?

Drake sabía que ese objetivo era infinitamente deseable. Era posible, en principio. Pero, ¿lo sería en la práctica?

La mentalidad en que se había convertido Drake Merlin se extendía por todo el universo. Contaba con recursos de información y procesamiento casi infinitos. Pero distaba de ser omnisciente. ¿Cuánta información sería necesaria? ¿Habría empezado demasiado tarde el esfuerzo?

Drake no podía responder a esas preguntas. Quizá ni siquiera toda la información fuera suficiente. Sin embargo, sí sabía una cosa: si el intento fracasaba, no se debería a la ausencia de un solo componente o individuo.

Eso hizo que la decisión le resultara sencilla. Las decisiones siempre eran sencillas cuando no se tenía elección.

Drake suspiró y asintió.

—Fundidme. Unidme al resto. Estoy listo para empezar a trabajar.

30 Amor y eternidad

Todas las analogías imaginadas se equivocaban. Cuando Drake accedió a fundirse con el compuesto universal Drake Merlin, se había visto como una hormiga diminuta en un hormiguero cósmico, supeditada cada una de sus acciones a la necesidad común.

No era así en absoluto. Él era el compuesto, el conjunto. Y el conjunto era él. No había sensación de pérdida alguna, sino de enorme ganancia. Caminaba por una alfombra de flores de diminutos pétalos rosas sobre la superficie del Edén, un mundo jardín en una galaxia tan alejada de la Tierra que nunca había sido bautizada, ni siquiera observada, desde que existía la Tierra. Al mismo tiempo, mantenía una vigilancia perpetua alrededor de las galaxias muertas, de las letales y las dementes; Skrilant no era la única. A veces veía vida en ellas, tan indómita como cabía esperar en un universo avejentado, arrastrándose de regreso a colinas arrasadas o lechos oceánicos devastados.

Eso era gratificante. Había otras cosas que no lo eran. Algunas cosas rayaban en lo intolerable. En un mundo situado en un remoto cúmulo globular, vio cómo una especie mucho más inteligente que la humanidad alcanzaba el triunfo artístico y la potencia tecnológica en tan solo dos siglos. Estuvo presente cuando los laconios anunciaron que, en vez de unirse a la mentalidad humana combinada, como se les había ofrecido, preferían inmolarse por razones que escapaban a la comprensión humana. Vio impotente cómo los adultos y los niños laconios se arrojaban a las llamas sacrificiales. Los bebés, abandonados a su suerte, sucumbieron a la inanición.

Podría haber intervenido… ¿y hacer qué? Resulta más sencillo matar a un ser que obligarlo a vivir. Pero sabía que guardaría ese recuerdo en su interior hasta el fin de sus días.

Al universo le daba igual. Ese era el quid de la cuestión. A los humanos les importaba, pero el universo era indiferente. Estuvo presente, a diez mil millones de años luz de los laconios, cuando dos galaxias chocaron y la radiación dura barrió mil inteligencias en potencia. Vio cómo un agujero negro, invisiblemente pequeño a los ojos humanos pero tan grande como cualquiera de las mayores montañas de la Tierra, atravesaba su último segundo de evaporación. Una partida de observación, demasiado curiosa y atrevida, pereció con él. No quedó nada después del último estallido de partículas elementales y rayos X duros. Parecía algo simbólico. A Drake le sugería el nihilista final del propio cosmos.

Las condiciones actuales ofrecían pocas pistas sobre ese violento final. El universo parecía en calma, avanzando hacia una quietud que, de producirse, sería más un hipido que una explosión. El desplazamiento hacia el azul era más pronunciado, pero todavía parecía inocuo. No era la mera observación, sino la física y las matemáticas abstractas lo que prometían la definitiva condena incandescente, cierta, implacable e inevitable.

Drake se obligó a abandonar su introspección. Había trabajo que hacer. Debía recoger, almacenar y organizar información. Debía permanecer intacto, integrado y en contacto con su miríada de componentes. La potencia de cálculo aumentaba linealmente con el número de unidades; los problemas de coordinación crecían exponencialmente.

Conforme transcurría el tiempo la comunicación se hacía más fácil. Pronto supo por qué: El universo se estaba encogiendo. El contacto entre elementos lejanos resultaba más sencillo. El incremento en los problemas de coordinación se las apañaba para cancelar esa ventaja. Se descubrió luchando, trabajando sin descanso y más duro que nunca para aferrarse a su único objetivo y conservar su perspectiva.

Recabar, colegir, comparar. Siguió esforzándose, preguntándose a veces si sus denuedos tendrían un final discernible. ¿Seguiría sirviendo de funcionario para el universo cuando todo se fundiera y fusionara en una infernal bola de fuego?

El fin todo lo corona, y ese viejo árbitro común, el Tiempo, le pondrá fin algún día.

Recabar, colegir, comparar. Drake siguió trabajando. El cielo se volvió más brillante. Las galaxias más lejanas relucían azules. Constantemente debía crear más copias de sí mismo para ocuparse de los ingentes volúmenes de información. El número de sus componentes crecía, y volvía a crecer: billones, trillones, cuatrillones. ¿Cuántos? Ya ni siquiera intentaba llevar la cuenta. Contactar con algunos elementos de sí mismo, jinetes de ondas-S en los confines de las galaxias, era toda una aventura. Eran Drake, indiscutiblemente. Pero estos componentes de su propio yo le parecían más alienígenas que el Shiva o los snarks. El esfuerzo que suponía asimilar todas sus divergentes personalidades era cada vez mayor.

Cuando el universo se aproxime a su convergencia definitiva, la densidad de su masa y energía aumentará, al igual que su temperatura. Al final se producirá una singularidad de presión y calor infinitos.

Palabras, teorías, nada más. No tenían base en la realidad. Esta era la realidad, este no parar de acumular información.

Solo que al final, después de un período de tiempo tan inmenso que resultaba fácil creer que jamás podría ocurrir, pareció vislumbrarse un final. La larga curva descendente se hizo más pronunciada. El cosmos se estaba encogiendo más deprisa; considerablemente más deprisa. El trabajo para Drake se convirtió en un frenesí, una marea de acción. Las densidades de energía se estaban disparando. La transferencia de información era más rápida, sobre distancias que se encogían. Los procedimientos se ejecutaban a mayor velocidad.

Y a mayor velocidad todavía.

La radiación de microondas ya no se apreciaba en frecuencias de microondas. Se había reducido a longitudes de ondas visibles. El espacio entre las estrellas crepitaba cargado de energía.

Deteneos, siempre inquietas esferas del cielo, para que cese el tiempo y no llegue nunca la medianoche.

Pero la medianoche estaba cerca. El tiempo seguía avanzando. El cielo se caía, se desplomaba hacia su última singularidad, y el firmamento se había convertido en un continuo fulgor actínico cuando Drake reparó en una nueva presencia, una voz distinta que hablaba inmersa en su inabarcable mar de yoes.

Emergió del ruido blanco que formaba el filo de la consciencia de Drake y se acercó a un ritmo constante a su nexo coordinador central. No sabía de dónde había salido, pero mientras se aproximaba parecía tocar y fundirse con cada uno de sus componentes. Interrumpía el ritmo de su frenético trabajo, y por tanto era peligroso. De algún modo, debía detener su acción.

Sondeó hacia él. Antes de que se estableciera el pleno contacto, se produjo un curioso intercambio de energías, como el roce fugaz de las yemas de unos dedos. Destruyó sus potencias de cálculo. Toda su labor quedó paralizada, y en ese preciso instante intuyó quién podía ser.

Una mezcla de emociones —esperanza, alegría, temor, anhelo, amor— se propagó por su yo extendido y lo embargó de una feroz premonición.

—¿Ana?

—¿Quién si no?

—Pero ¿de dónde has salido? ¿Es posible que seas real? Quiero decir, aparecer así…

—En serio, tenemos que dejar de vernos así, ¿eh? Yo creo que soy real, eso está claro. —El cosmos se llenó de una risa contenida—. Pienso, luego existo. Creo que soy yo, Drake, de verdad. Pero conoces la teoría igual que yo; cuando el universo converge en el escatón, no hay límites a lo que puede saber uno. Ahora estamos cerca del fin. De modo que no sería descabellado que yo fuera una simulación, una construcción de tu mente. Tú piensas, luego yo existo.

—No eres ninguna simulación. —Drake detestaba la sugerencia de que Ana no fuera real, aunque la hubiera formulado él—. No puedes serlo. ¿No te parece que me daría cuenta si estuviera fabricando una simulación?

—Es posible. Pero también es posible que tengas poderes que desconoces. Mmm. No parece que eso encaje con el concepto de omnisciencia, ¿verdad? Digámoslo así, con una pregunta: ¿Podría engañarse a sí mismo un ser omnisciente?

—No lo sé. —Ese delicado roce de nuevo, más próximo e íntimo—. Lo único que sé es que no importa. Cuando estás conmigo, nada más importa. Siempre ha sido así.

—De acuerdo, dejémonos de discusiones y asumamos que estoy aquí y que soy real. Antes de nada, deja que te dé las gracias. Ahora, tengo otra pregunta. ¿Cuánto tiempo nos queda?

Siempre había sido la más práctica de los dos, la más realista, dispuesta a afrontar cuestiones que Drake preferiría esconder debajo de la alfombra. Y, como de costumbre, estaba haciendo las preguntas adecuadas.

Drake miró más allá de sí, al universo al que había vuelto la espalda. Rugía y destellaba cargado de energía. El telón de fondo cósmico se había vuelto tan radiante como las estrellas alrededor de las cuales se arracimaban los compuestos. Y aun así la cadencia del colapso se aceleraba, precipitándose vertiginosamente hacia la última singularidad.

—Nos quedan unos cuantos años de tiempo real, a lo sumo, antes de que se produzca la singularidad definitiva. —Le resultaba imposible preocuparse. Ana estaba con él. Nunca volvería a dejarlo solo.

—¿Nada más? —La construcción visual que había elegido Ana era su antiguo yo, y tenía el ceño fruncido—. ¿Un puñado de años? Quiero decir, es más de lo que esperaba, pero para ti habrá sido una mala inversión. ¡Piensa en todo lo que te has esforzado!

—No es para tanto. Basta. Lo estiraremos subjetivamente. Podemos multiplicar nuestra velocidad en modo electrónico y hacer que parezca tanto como queramos.

—Pero no será real. Sigue sin hacerme gracia. —Ana estaba dentro de su mente, tanteando su entorno con delicadeza. Era el delicioso roce de unos dedos expertos que exploraban sus más íntimas regiones—. Unos cuantos años no es tiempo suficiente. Tenemos que conocernos de nuevo. Yo sé lo que he estado haciendo… nada… pero quiero que me cuentes todas tus aventuras. Y no finjas que no has tenido ninguna. Sé lo del vuelo a Canopus, y lo de Melissa, y lo del Shiva. Sé incluso lo de la otra Ana. Pero quiero escucharlo directamente de tus labios. Y tú me dices que no nos queda tiempo. ¿No te parece que deberías hacer algo al respecto?

—Ana, estamos hablando del fin del universo. —Drake se rió, delirante de felicidad. Podía sentir cómo se agolpaba la música en su interior, por primera vez en eones—. Es el fin de todo. El Punto Omega. Finis. En esta partitura no hay escrito ningún da capo. Esto es lo que hay.

—Recuerdo a un Drake distinto. Desmiénteme si me equivoco pero ¿no eras tú el que hace tiempo tenía una opinión completamente distinta?

Drake sabía que no era una pregunta. Estaba jugando con él. Ana sabía perfectamente quién había pensado aquello. Debía de llevar saqueando sus bancos de datos de recuerdos desde antes de que él percibiera su presencia, porque nunca había expresado en voz alta lo que dijo ella a continuación:

—«La ciencia ha llegado tan lejos. Nadie creería que no puede llegar más lejos todavía». ¿Recuerdas haber pensado eso?

—Eso fue cuando todavía había tiempo, lo que parecía entonces una cantidad infinita de tiempo. Ahora no nos queda nada. No hay tiempo para nuevos adelantos científicos, para nada que no seamos nosotros.

—En su día no sabías apenas nada, Drake, y conseguiste obrar un milagro. Ahora que tienes a tu disposición toda la información del cosmos, ¿quién sabe lo que serías capaz de hacer? El universo se acaba porque es cerrado, ¿no? No le importa nada…, pero a nosotros sí. De modo que ábrelo. Los conocimientos que necesitas ya existen. Solo tenemos que fijarnos bien.

Ana lo levantó y se lo llevó en volandas. Drake se descubrió cayendo a plomo por el espacio en todas las direcciones a la vez, mientras los espectrales bancos de datos se arremolinaban alrededor y a través de él, una acumulación de conocimientos inimaginable en cualquier época anterior. Reconocía en ellos un millón de posibilidades; pero no eran nada más que eso.

—No podemos evitar el escatón, Ana. Ya está aquí. Es una característica de nuestro universo, una realidad global.

—Creía que el escatón sólo podía ocurrir en un universo cerrado.

—Así es. Si la densidad de masa-energía hubiera estado por debajo del valor crítico, este universo sería abierto. Pero la densidad es demasiado elevada.

—Bueno. Pues redúcela.

—Eso es imposible. —Solo que antes de terminar de formular su pensamiento, Drake había visto una manera de conseguirlo. Las cesuras, creadas hacía tanto tiempo en la lucha por frenar al Shiva, aguardaban como reliquias olvidadas y dispersas por el tiempo y el espacio. Todavía se podían utilizar para recibir cualquier cantidad de masa y energía.

Ana estaba dentro de su mente y había captado la idea mientras se fraguaba.

—Bueno, Drake. ¿A qué estás esperando?

No podía responder. Estaba absorto en una vertiginosa involución de cálculo, cada uno de sus nervios estaba operando al límite. La respuesta, cuando la obtuvo, no era la que quería que ella escuchara.

—No, Ana. Podemos volcar en las cesuras masa y energía suficientes para formar un universo abierto. Una fracción diminuta resurgiría en este universo, aunque no bastaría para suponer ninguna diferencia. Pero tendríamos que llegar aún más lejos para conseguir algo. Necesitamos una carga de retroceso estructural capaz de impedir la singularidad definitiva aquí.

—Entonces eso es lo que haremos. Tú mismo has dicho que las cesuras pueden absorber cualquier cantidad de masa y energía.

—Sí. —Lo irónico de la situación se revelaba gradualmente ante Drake—. Pero sigue habiendo un problema insalvable. La información equivale a energía. Y yo…, con todos mis yoes y extensiones y compuestos…, represento una equivalencia de energía suficiente como para impedir la carga de retroceso. Esa es la pega: Cualquier universo en el que esté yo será, por fuerza, cerrado.

—Eso sería con las leyes físicas que se aplican en este universo. ¿Qué hay de los otros universos, los que forman el destino de las transferencias por cesura? Fíjate en ellos, Drake.

Ya lo estaba haciendo. En los bancos de datos había cabida para algunas especulaciones, pero no encontró en ellos información sólida.

—Ana, la respuesta sigue siendo no. Aunque dispusiéramos de toda la información posible en este universo, seguiríamos sin saber qué hay en otros universos. No hay forma de averiguarlo.

—No es cierto. Sí que hay una forma. Vayamos a investigar. Venga.

De repente estaban surcando el espacio, cada vez más deprisa. Peligrosamente deprisa. Relativísticamente deprisa. A esa velocidad, bastarían unos cuantos minutos subjetivos para acercarlos meses al escatón. El poco tiempo juntos del que disponían se estaba evaporando. Drake coordinó sus incontables yoes. Todos ellos tendrían que volar, exactamente al unísono, hacia la miríada de cesuras que aguardaban como bocas negras contra el llameante telón de fondo cósmico.

Al filo del horizonte de la cesura, frenó y vaciló. La masa y la energía los adelantaban para introducirse en aquellas fauces infinitas, desapareciendo del universo. Pero mientras él estuviera allí, la singularidad definitiva sería inevitable.

—¿Dudas? —Ana tiraba de él, arrastrándolo hacia la negrura—. Demasiado tarde para eso.

—Dudas, no. Estaba pensando. Podríamos tener la mala suerte de aparecer en un lugar donde las leyes físicas sean demasiado distintas como para permitir la vida. O puede que uno de los dos se encuentre de vuelta aquí.

—¿Qué tiene eso de malo? Si regresamos aquí, ¿no estaríamos en un universo abierto? Te preocupas demasiado. —Ana burbujeaba en su mente, una efervescencia irresistible—. «La vida, si no es una gloriosa aventura, no es nada». Fuiste tú el que me dio a conocer esa cita. ¿Tanto has cambiado?

—No lo sé. No soportaría perderte de nuevo.

—No me vas a perder —Ana le tendía los brazos, envolviéndolo, confiada frente a su nerviosismo—. En este universo o en otro, dondequiera que vayamos, iremos juntos. Me tendrás mientras haya tiempo. Vamos, Drake. Siempre has dicho que querías vivir peligrosamente, esta es tu oportunidad.

Estaban al borde de la espiral de tinta y aceite, cerca del punto de no retorno. Ana volvió a reírse, como una niña en el parque de atracciones.

—Allá vamos —dijo— directos al Túnel del Amor. No te olvides de pedir un deseo.

—Ya lo he hecho. —Era demasiado tarde para mirar atrás. Frente a ellos se extendía la oscuridad definitiva, absoluta. A su espalda, Drake se imaginó que la radiación se atenuaba, aislando su partida de la infernal conflagración de la convergencia definitiva. El universo del que se iban se tornaría abierto, conocería un futuro infinito. No estaba mal para un hombre y una mujer que solo se querían el uno al otro y no tenían ningún deseo de cambiar las cosas—. He pedido que…

—No me lo digas, cariño… ¡o no se cumplirá!

—Da igual que te lo diga. —Estaban cruzando el umbral, lanzándose a lo desconocido, a la última incógnita: ¿renacimiento o extinción? ¿Eran imaginaciones suyas o brillaba frente a ellos, a lo lejos en el vórtice, una suave luz?

Drake se abrazó a Ana, tan fuerte como lo abrazaba ella a él.

—Da igual que te lo diga, mi amor. Porque ya se ha cumplido.

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