Libro dos Ilíada

16

«De fantasmas y sombras un caballero,

a batirme en duelo me ha retado»


En el mundo hay cosas peores que el dolor.

El dolor se puede canalizar y concentrar, moldear y malear, dirigir para mostrar con todo detalle algún elemento del mundo. Cuanto más fuerte es el dolor, mayor puede ser la concentración.

Pero el pánico, el pánico que estrangula el corazón y retuerce las entrañas, no tiene ninguna cualidad que lo redima. Se disipa en lugar de destilarse. Cuando el pánico ciego ruge y estalla, se pierde toda la concentración.

Drake despertó con ese conocimiento. El terror y el horror le aullaban desde todas direcciones. Desconocía la causa. Peor aún, no sabía cómo descubrirla. Estaba ciego a todo, sordo a todo salvo al alarido de unas mentes asustadas. Intentó poner orden al caos que lo rodeaba y estructurar las preguntas para las que quería respuestas:

¿Dónde estoy? ¿Cuándo estoy? ¿Cuánto ha durado mi hibernación? ¿Cuán lejos en el futuro he viajado esta vez? ¿Qué avances se han hecho para restaurar a Ana?

Era inútil. Podía formar las preguntas, pero cien mil millones de respuestas atronaban en sus oídos a la vez. Lo decían todo y nada, vectores individuales que se combinaban para arrojar un resultado nulo.

Probó con preguntas distintas: ¿Por qué tenéis tanto miedo? ¿Qué es lo que os asusta?

Cien mil millones de voces contestaron al unísono. La fuerza de la señal era insoportable. Drake hizo un tremendo esfuerzo. Hizo caso omiso del torrente de impresiones procedente de esos incontables millones de mentes accesibles, y miró hacia dentro para crear su propio entorno.

Una habitación soleada, con ventanas y acogedora. Afuera, la familiar perspectiva de una Bahía de Nápoles acariciada por el viento.

Y en la butaca de enfrente, para responder a sus preguntas…

Drake dio un respingo. Había pensado instintivamente en Ana y allí estaba ella, sentada, esperando. Era la peor elección posible. En presencia de Ana, aun con una Ana que él mismo había creado, sería incapaz de buscar ninguna respuesta. Como los devoradores de loto, se perdería soñando en el tiempo.

¿Quién?

El sillón se llenó de gente. Par Leon, Ariel, Melissa Bierly, Trismon Sorel, Milton, Cass Leemu…

Nadie se quedaba. Aparecían, e igual de deprisa se iban.

¿Quién?

Tom Lambert. Sí, sí, sí. ¡No te vayas!

El perfil del médico era tenue y tembloroso. Ahora su figura se afianzó y estabilizó. Meneó la cabeza con reprobación.

—Qué tontería, qué tontería más grande. No me refiero a ti, Drake. Hablo de nosotros. No es culpa tuya, sino nuestra… del compuesto. Tendríamos que haberlo sabido.

—¿El qué? —Drake vio que era Tom a los treinta, más esbelto que la versión calva y barriguda de su último encuentro.

—Que no deberíamos haberte expuesto de inmediato a nuestra situación.

El hombre que ocupaba la butaca era tan real, tan tangible, que resultaba imposible pensar en él como en un remolino espectral y evanescente de electrones.

—Al cielo pongo por testigo, hemos hablado largo y tendido de la conmoción temporal. Tenemos amplia experiencia con ella. Cualquiera diría que deberíamos haber aprendido a creer en ella.

—No siento ninguna conmoción temporal.

—La sentirás. ¿Insistes en esta forma de interacción, por cierto? Limitará gravemente la tasa de transferencia de información.

—Me las apañaré. No podría soportar la otra forma.

—En ese caso, supongo que habrá que conformarse. Eso es la conmoción temporal, aunque no te guste el término. Te acostumbrarás a la nueva realidad pasado algún tiempo. Te sugiero que nos tomemos esto con calma. Podríamos darte algunas clases de aclimatación para que aprendas a estructurar y seleccionar la información.

—Estoy listo para seleccionar la información ahora, Tom, sin necesidad de aclimatarme. Necesito saber tres cosas. ¿Podéis devolverme a Ana? ¿Qué época es? Y ¿dónde estoy? No me digas que me costará entender o aceptar la verdad. He oído esa frase cada vez que me han resucitado, y siempre he salido adelante.

—Veré lo que puedo hacer. —Tom se retrepó, con su pipa y una cerilla encendida en la mano. Seguía en sus días de adicción al tabaco, poco antes de que los serios problemas respiratorios y la contradicción que suponía el hecho de que un médico practicara lo contrario de lo que predicaba le obligaran a dejar de fumar—. Verás, Drake, algunas de esas preguntas son condenadamente difíciles de responder.

—Pensaba que eran elementales.

—Bueno, vuelves a preguntar por la época. Sé a lo que te refieres: ¿Cuántos años han pasado desde que te descargamos en los bancos de datos? Pero debes darte cuenta de que, con la gente volando por toda la galaxia, u operando en forma electrónica, o sentada en fuertes campos gravitacionales, el reloj de cada uno va a su ritmo. Ahora empleamos una técnica completamente distinta para describir el tiempo. Si te explicara cómo funciona, no significaría nada para ti. Te daré una respuesta, te lo prometo. Encontraré la manera de mostrártelo. Pero, por ahora, te diré que con independencia de la forma en que midas el tiempo, ha transcurrido mucho en comparación con tus anteriores letargos.

Ha transcurrido mucho… ¿En comparación con catorce millones de años? Drake supuso que la respuesta de Tom no iba a gustarle cuando la expresara en términos anticuados.

—¿Y Ana?

—Lo siento. Desde la última vez no ha habido ningún cambio importante. Hemos confirmado la naturaleza cerrada del universo, de modo que cabe la posibilidad de una resurrección definitiva cerca del Punto Omega, en un futuro muy, muy lejano. Hoy por hoy, no podemos hacer nada por ella.

—¿Entonces por qué estoy despierto, y no latente en el continente electrónico? ¿Se te ha olvidado lo que te dije?

—En absoluto. Hemos respetado tus deseos durante mucho tiempo… demasiado, tal vez. Pero nosotros también tenemos problemas. Nuestras necesidades han alcanzado finalmente un grado de perentoriedad que no podemos ignorar. Más concretamente, si no resolvemos nuestro problema, tus necesidades y ruegos pasarán a ser algo académico. Tenemos que salvarnos nosotros si queremos salvarte a ti.

Las palabras de Tom Lambert estaban aumentando la perplejidad de Drake. Podía imaginarse que el compuesto tuviera problemas; pero también debía de tener a su disposición inimaginables herramientas y recursos. A Drake le costaba imaginar de qué modo podía cambiar nada su resurrección e intervención. Si en el pasado ya era un fósil viviente, ahora no era ni siquiera eso.

—No entiendo qué tiene que ver vuestro problema conmigo, Tom. Ni qué tengo que ver yo con él. Pero creo que lo mejor será que me lo expliques.

—Eso pienso hacer. Y créeme, es un problema, un problema endiablado, nada que ver contigo o con Ana. Hemos superado los límites de la desesperación. Para serte sincero, eres nuestra última esperanza, y es una apuesta arriesgada. Una apuesta condenadamente arriesgada. Necesitamos nuevas ideas. O mejor dicho, viejas ideas.

Los labios de Tom temblaban, al igual que los dedos que sujetaban su pipa. En los límites de su mente Drake oyó de nuevo el grito y el lamento de incontables almas aterradas. Las acalló bruscamente, levantando una puerta en su consciencia que solo admitía el paso de los componentes más tranquilos.

—Gracias. Mucho mejor así. —Tom retiró la pipa de sus labios y la dejó en la amplia repisa de la ventana. Buscó la bolsa de tabaco en su bolsillo. Drake vio, sin sorprenderse, que era una negra de cuero; regalo de Ana—. Quizá sea mejor que te lo muestre directamente —continuó Tom mientras llenaba y prensaba la cazoleta—. Que lo veas con tus propios ojos, ¿eh? Ya sabes lo que solía decir el profesor Bonvissuto: «No lo digas. Hazlo».

—Como prefieras. Pronto sabré decirte si puedo ocuparme de ello.

—Bien. Empezaré por el sistema solar. Es relevante, aunque al principio te parezca que no. Agarra el sombrero, Drake. Y, hey, presto. —Tom dio una palmada. Se apagaron las luces del interior. Cambió la escena del otro lado de la ventana. Desapareció la Bahía de Nápoles. De repente el exterior se quedó a oscuras, sin atisbo alguno de mar o cielo. La habitación flotaba al borde de un vacío monótono e interminable, iluminado tan solo por las rutilantes estrellas.

Ante los ojos de Drake, la escena empezó a moverse ligeramente hacia la derecha, como si el cuarto entero estuviera girando en el espacio. Apareció un globo enorme, abotargado y de un rojo anaranjado, con su resplandeciente superficie salpicada de motas oscuras.

—El Sol —dijo simplemente Tom Lambert.

Drake se quedó mirando aquel orbe gigantesco y pesado.

—¿Te refieres al Sol tal y como es hoy?

—Exacto. Es una representación en tiempo real. No estamos tan cerca como parece, naturalmente. Así se ve a través de un sistema de imágenes. Pero lo que ves es el Sol, el genuino, con sus colores reales y los rasgos de su superficie.

El Sol, transformado… ¿Por la naturaleza, o por actividades humanas?

—¿Eso lo habéis hecho vosotros?

—En absoluto. —Tom estaba encendiendo su pipa de nuevo; su presencia quedaba revelada tan solo por un fulgor rojo apagado que aumentaba y disminuía de intensidad—. Podríamos haberlo hecho, pero no. El cambio se debe a la evolución estelar natural.

El Sol había sido transformado por el tiempo, de la cálida estrella que conocía Drake a un extraño amenazador. A lo largo de los milenios había aprendido a comprender algunas de las implicaciones. Tom Lambert había respondido una de las preguntas de Drake sin decir ni una palabra. El cambio del Sol de la estrella enana G-2 de su época a esta gigante roja requería cinco mil millones de años o más de evolución estelar. El Sol había liberado casi toda su reserva de hidrógeno y ahora su energía dependía de la fusión del helio y los elementos más pesados.

—¿Qué ha pasado con los planetas? No veo ninguno.

—No hay luz natural suficiente que reflejar. Pero te los puedo señalar. —El campo de visión cambió mientras Tom hablaba, apartándose del Sol. A ambos lados de la brillante bola naranja aparecieron unos haces más deslumbrantes—. Eso es Júpiter. —Una luz empezó a parpadear más deprisa—. Y eso de ahí es Saturno, y Urano, y Neptuno.

—Antes Urano tenía su reacción de fusión particular. Júpiter también.

La brillante cazoleta de la pipa se movió en la oscuridad cuando Tom meneó la cabeza.

—Hace mucho que no. En todo caso se trataría de arreglos a corto plazo, dada la escasez de materiales de fusión.

—¿Y los planetas interiores? ¿Qué hay de la Tierra? ¿Me los puedes enseñar?

—No. La fase de gigante roja del Sol ha multiplicado su antiguo radio por cien, y su antigua luminosidad por dos mil. Si la Tierra se hubiera quedado en su órbita original habría quedado incinerada, como le pasó a Venus. Mercurio fue tragado por completo. Pero no te preocupes por la Tierra, todavía existe. Se ha eliminado la esfera de singularidad y se parece más a la Tierra que conociste en su día. Pero se ha llevado muy lejos, junto con Marte. No tiene sentido buscarla —Drake había vuelto la cabeza sin darse cuenta para rastrear el cielo—, es imposible que la veas desde nuestra posición actual. Si quieres puedo enseñarte la Luna. La hemos dejado atrás.

Muy lejos. ¿Cuánto? ¿Qué vería una persona hoy día —si es que todavía existía algo que se pudiera considerar una persona viva, de carne y hueso— al mirar arriba desde la superficie de esa Tierra lejana?

—«El Sol se había apagado, y las estrellas vagaban a oscuras por el espacio eterno, sin luz, sin rumbo, y la helada Tierra oscilaba oscura y ciega en el aire sin Luna».

—¿Cómo? —Tom parecía desconcertado—. No entiendo adónde quieres ir a parar.

—No es idea mía, sino la de un escritor que murió antes de que nosotros naciéramos. No te preocupes por mí, Tom, todavía tengo la cabeza en su sitio. Sigamos.

—¿Estás seguro? No quiero abrumarte de nuevo. Recuerda que esta no es más que tu primera sesión.

—Podré con ello. Adelante.

—Si tú lo dices. Quería empezar cerca de casa, ofrecerte una perspectiva más local, por así decirlo, antes de avanzar poco a poco. De modo que allá vamos de nuevo.

El Sol empezó a encogerse. La habitación en que estaba sentado Drake retrocedió en el espacio y se elevó sobre la eclíptica. El Sol se convirtió en un disco diminuto. El titilar resaltado de los planetas exteriores se fundió con él para formar un solo punto.

La distancia aparente con respecto al Sol estaba aumentando. Medio minuto más y se hizo visible la región interior del globo difuso de la Nube de Oort. Miles de millones de distintos y separados puntos de luz quedaron emborronados por la distancia en una refulgente neblina.

—Se han resaltado todos para la demostración —dijo Tom con aire despreocupado—. Había que hacerlo así, o de lo contrario no verías nada. No hay mucha luz solar a tanta distancia. Y desde luego que solo estamos enseñándote los cuerpos habitados. Lo que llamarías las colonias del «viejo» sistema solar, antes de que comenzara la propagación hacia fuera propiamente dicha. Quería que lo vieras, pero ahora, si no te importa, voy a apretar el paso un poco. No nos podemos pasar el día entero con esto.

El movimiento exterior aceleró, acompañado del, en apariencia, despreocupado comentario de Tom Lambert —Drake comprendía que el compuesto que hablaba a través de Tom era cualquier cosa menos despreocupado; eran sus propias necesidades las que estructuraban la información—. La Nube de Oort entera se dejó ver fugazmente, antes de encogerse rápidamente a su vez en la distancia, pasando de ser un globo enorme a un pequeño disco y luego a un diminuto punto de luz. Otras estrellas con planetas habitados, o hábitats de espacio libre del tamaño de planetas, aparecieron representadas por fogonazos de blanquiazul y magenta.

Por fin se hizo visible todo el brazo en espiral de la galaxia. Estaba lleno de las luces titilantes que eran los mundos ocupados. Los huecos del interior del brazo no revelaban nada más que una serie de puntos dispersos, pero al otro lado de esos abismos los brazos de Sagitario y Perseo estaban tan densamente poblados como el brazo local de Orión. Por fin se pudo ver el disco entero de la galaxia. Había motas de luces de colores por todas partes, desde el denso centro galáctico hasta sus nebulosos bordes exteriores. Los humanos y sus creaciones abarcaban la galaxia.

La imagen se congeló.

—En todas nuestras formas —dijo Tom— resistimos. Más que eso: prosperamos. Así estaban las cosas, hace tan solo una décima de revolución galáctica… veinticinco millones de años, según el antiguo cómputo temporal. El desarrollo, por parte de las formas orgánicas, inorgánicas y compuestas, se había mantenido firme y pacífico durante treinta revoluciones completas del Sol en el centro galáctico. Impresionante, ¿verdad?

Muy impresionante. Drake recordaba que una revolución galáctica tardaba alrededor de doscientos millones de años en producirse. La humanidad llevaba más de seis mil millones de años sobreviviendo y prosperando.

—Pero eso ya no es así —añadió Tom—. Voy a enseñarte una reciente evolución temporal… en términos que te resulten familiares, te mostraré lo que ha ocurrido en las últimas decenas de millones de años terrestres.

De nuevo había un temblor en su voz, una sombra de incontables mentes que temblaban al otro lado de la puerta y las murallas erigidas por Drake. La vista estática de la pantalla empezó a cambiar.

Al principio no había más que un atisbo de asimetría en el gran dibujo de espirales, donde un lado de la galaxia aparecía un tono más apagado que el otro. Momentos después, las diferencias se volvieron más pronunciadas y específicas. Estaba apareciendo un sector oscuro a un lado del disco. En el brazo más exterior de la espiral, lejos del Sol en la galaxia, los brillantes puntos de luz estaban apagándose uno a uno. Drake pensó primero en un eclipse, como si alguna esfera inimaginablemente grande y negra estuviera ocultando todo el plano galáctico. Comprendió enseguida que la analogía no era aplicable. La negrura del filo de la galaxia no tenía un diámetro constante. Estaba aumentando de tamaño. Algún tipo de influencia externa estaba avanzando para invadir el disco galáctico, creciendo constantemente al mismo tiempo.

—Y ahora lo ves tal y como es hoy día —musitó Tom. Las luces habían vuelto a encenderse en la sala, atenuando la imagen exterior. Drake no sabía si eso estaba bajo su control o bajo el de Tom—. Solo que, evidentemente, aún no ha acabado. El cambio continúa produciéndose, más deprisa que nunca.

Se había excavado una medialuna en la galaxia, eliminando una fracción considerable del disco entero.

—Las colonias se desvanecen. Sin una señal, sin dejar rastro. —Tom parecía desorientado—. Si asumimos que todos los compuestos de la zona han resultado destruidos, como sugiere su silencio, miles de millones de seres conscientes estarán muriendo a cada instante mientras hablamos.

Era una tragedia que empequeñecía a todas las demás. Drake se había acostumbrado a las visitas guiadas por un sistema solar en cambio permanente, en cada una de sus resurrecciones, hasta que el exceso de estímulos desembocaba en una suerte de insensibilidad; pero la muerte era otra cosa.

Había sentido el roce de la muerte tan solo cinco veces en toda su vida: cuando fallecieron sus padres, luego los de Ana, y después también ella. Esos incidentes por sí solos parecían enormes, pero encajaban en un contexto de cien años de desastres aún mayores, de guerras, hambrunas y epidemias. Treinta millones de personas habían sucumbido en dos guerras mundiales, veinte millones a causa de la gripe en un solo año, veinte millones más de inanición debido al acto deliberado de un solo hombre.

Esas cifras eran enormes, impensables, pero seguían siendo millones, no miles de millones. No era nada comparado con el problema al que se enfrentaba ahora.

—Nuestra galaxia está siendo invadida por algo que ha venido de fuera —musitó Tom—. Nos están destruyendo, sin darnos tiempo a escapar.

Eso Drake ya lo sabía. También sabía que no quería enfrentarse a algo así.

—Vuestro problema es terrible, pero no tiene nada que ver conmigo. Es más, no hay nada que yo pueda hacer al respecto.

—No lo sabrás a menos que lo intentes.

—¿Qué hay que intentar? No seas ridículo.

—Si supiéramos qué intentar, lo habríamos intentado hace tiempo. Drake, no te hemos sacado de tu letargo por capricho, ni sin meditarlo previamente. Procedes de una época anterior, estás más familiarizado con la violencia. Si hay alguien que nos pueda sugerir alguna manera de protegernos, ese eres tú.

—¿Por qué yo? Había otras cincuenta mil personas en los criotanques, todas de mi época. Las resucitasteis, a todas. Me figuro que todavía habrá al menos un puñado de entidades conscientes.

—La mayoría. Pero ya no existen como inteligencias aisladas. Todas, salvo tú, forman parte de los compuestos. El resultado carece… por favor, no me malinterpretes… de tu agresividad e instinto primitivos.

—¡Me necesitáis porque soy un bárbaro!

—Exacto.

—Para que haga lo que vosotros os negáis a intentar.

—No. Lo que somos incapaces de intentar. Como dije antes, eres nuestra última esperanza, y por cierto que es una esperanza desesperada. Drake, permíteme señalar que no tienes elección. Si quieres que Ana vuelva contigo algún día tienes que ayudarnos.

—Chantaje.

—En absoluto. Piénsalo. Si te niegas a ayudarnos y la civilización humana sucumbe, sucumbirán a su vez los bancos de datos electrónicos. Entonces dejarás de existir, y se esfumará cualquier posibilidad de resucitar a Ana. No se trata, en el lenguaje de la teoría del azar, de una apuesta a todo o nada entre tú y el resto de la humanidad. Únicamente si sale victoriosa la humanidad saldrás ganando tú. A fin de obtener un resultado óptimo para la humanidad y para ti, es preciso que sufras un período de sumo esfuerzo, sin garantía alguna de que ese esfuerzo vaya a dar algún fruto. A decir verdad, ni siquiera hay nada que garantice que necesitemos de tus esfuerzos. Es concebible que, sin ti, podamos encontrar una solución a nuestro problema mañana mismo. Pero no lo creo. Lo hemos intentado todo. ¿Y bien, Drake?

Drake meneó la cabeza y contempló el mutilado disco de la galaxia.

—Está claro que no hablas igual que Tom Lambert. Tom nunca habría hablado de apuestas a todo o nada con su vida en juego.

—Fuiste tú el que eligió esta forma de interacción, no nosotros. El compuesto que se dirige a ti es puramente electrónico. Y es posible que tengamos que apostar la vida a todo o nada si queremos salvarla.

La escena cambió al otro lado de la ventana. De nuevo el chalé de la costa, frente a una bahía sacudida ahora por olas encrespadas bajo un manto de nubes de tormenta.

—Ya lo ves —dijo Tom—. Me estás dando la razón. Esa visión es tuya, no nuestra. Pero no ponemos en duda su exactitud, como posible heraldo de las cosas por venir.

Drake, malhumorado, se volvió hacia el sur, donde un velero se apresuraba a buscar cobijo. Una ráfaga de viento golpeó la pequeña embarcación y empujó sus velas rojas hacia estribor.

—Creo que deberíamos ponernos manos a la obra —dijo por fin—. Cuéntamelo y enséñamelo todo, desde el principio. Reservo para después el millar de preguntas que se me habrán ocurrido.

17 La guerra de las galaxias

«Sé más que Apolo, pues a menudo,

cuando él duerme, veo que las estrellas

heridas por guerras sanguinarias

en el firmamento se echan a llorar»


Drake podría haber previsto el problema. Llegaron compuestos de todas las formas y tamaños, lejanos y próximos, sabios y necios, planetarios y del espacio libre, orgánicos e inorgánicos. Lo constante de su interacción difuminaba los límites de la identidad hasta el punto de no poder distinguirse qué elementos hablaban o cuáles estaban al mando. Puesto que veía ese problema en los demás, tendría que asumir que podría ocurrirle lo mismo cuando trabajara con ellos. Pero aun así debía, a cualquier precio, conservar su carácter y plan individual.

Decidió que tenía que crear un archivo privado con sus pensamientos y acciones particulares. Se le antojaba una necesidad más que un lujo o una concesión personal.

No se le pasaba por alto lo irónico de la situación. Durante toda su vida había sido pacifista, detestaba todo lo que tuviera que ver con la guerra, hasta tal punto que cuando Ana entró en la criomatriz y él necesitaba el dinero desesperadamente, se había negado a considerar la posibilidad de componer himnos militares, por mucho que le ofrecieran. Ahora, tan lejos en el futuro que se resistía incluso a pensar en ello, era el consejero de guerra de toda la galaxia.

Por dentro pensaba que los incompetentes e ignorantes gobernaban ahora a los inocentes, pero se guardó de compartir ese pensamiento con nadie.

—¿Qué habéis probado? —Drake se encontraba en una sesión de trabajo con Tom Lambert. Estaba seguro de que no podría ayudar en realidad, pero también de que los compuestos no aceptarían un no por respuesta. Más aún, por el bien de Ana él no podía ofrecer un no por respuesta. Debía fingir, ante sí mismo más que nadie, que sabía lo que se hacía.

—Drake, hemos probado muchas cosas. Hemos enviado señales de ondas-S a ese sector de la galaxia. No hemos recibido respuesta…

—Para, Tom. ¿Señales «de ondas-S»?

—Señales rápidas. Señales superlumínicas que utilizan un impulso de ondas-S para avanzar a elevados múltiplos de la velocidad de la luz.

—¿Podéis viajar más rápido que la luz? Creía que eso era imposible.

—Lo es, para los objetos sólidos. Nuestra capacidad superlumínica se limita a las señales. Y menos mal que es así, porque la verdad es que nos hace falta. ¿Cómo si no podría operar como una unidad un compuesto formado por componentes alejados entre sí? En cualquier caso, enviamos esas señales rápidas a la zona silenciosa, pero jamás recibimos respuesta. Nos preguntamos si el problema podría ser que las otras entidades eran incapaces de detectar mensajes superlumínicos. De modo que enviamos señales sublumínicas y sondas inorgánicas. Aguardamos millones de años, sabedores de que mientras tanto estaban enmudeciendo más de nuestros sistemas estelares. No regresaba nada. Enviamos naves con unidades orgánicas, y otras llenas de compuestos enteros. Nunca ha vuelto nada.

—Vuestras naves… ¿Estaban armadas? —Drake hubo de rastrear los bancos de datos para encontrar esa última palabra, pero al parecer Tom tenía aún más problemas. Se produjo un largo silencio.

—¿Armadas? —dijo Tom, al cabo. Parecía perplejo.

—Equipadas con armas. —Drake se preguntó si no se habrían anulado por completo los impulsos agresivos, para allanar el constante progreso y la colonización de la galaxia. Al ver que Tom no respondía, añadió—. Las armas son cosas capaces de hacer daño. Las armas posibilitarían que una nave se defendiera en caso de ataque.

Tampoco eso le gustó a Tom Lambert. Su imagen osciló y tembló, como si lo que fuera que estaba transmitiendo acabara de sufrir un cortocircuito temporal. La hueste de mentes que formaban el telón de fondo de su conversación era un hervidero de confusión.

—No tenían «armas». —Tom volvía a estabilizarse—. No existen las «armas». Los detalles de ese concepto han sido relegados a un almacén remoto de tercer nivel, y aun allí su definición es ambigua. ¿Qué es lo que sugieres?

—Muy sencillo. Esta galaxia está siendo… —Ahora Drake hubo de interrumpirse. Iba a decir «invadida», pero al parecer esa palabra había sido erradicada del idioma—. Algo de fuera de la galaxia está entrando en ella —dijo por fin—. ¿Estás de acuerdo?

—Eso parece.

—Y ese algo está desplazando a la civilización humana.

—Sí. Eso nos tememos, aunque no tenemos ninguna prueba directa. Pero, ¿qué podría estar haciendo algo así?

—No tengo ni idea. Eso es algo que tendremos que averiguar. Estáis haciendo demasiadas suposiciones, Tom. Por una parte, pensáis que asistís a la acción de algo inteligente; algo con una tecnología desarrollada.

—No suponemos nada de eso.

—Claro que sí. No explícitamente, pero lo hacéis. Dices que habéis enviado señales y que no habéis recibido respuesta…, pero para esperar una respuesta es preciso suponer que lo que haya ahí fuera es capaz de detectar una señal, comprender una señal y responder a una señal. Supongamos que la entidad que está entrando en nuestra galaxia carece de inteligencia.

—En ese caso jamás podremos comunicarnos con ella. Estamos condenados.

—¿Por qué? —Drake, a pesar de sus reservas sobre su propia capacidad para ayudar, empezaba a enfadarse con los compuestos. Eran un puñado de blandengues que estaban dispuestos a cruzarse de brazos y morir cuando todavía ni siquiera los habían tocado—. ¿Por qué estáis condenados? Verás, no hace falta que os comuniquéis. Tan solo tenéis que detener el… el… —De nuevo echaba en falta una palabra. Los compuestos no habían puesto nombre al problema—. El azote —dijo al final—. Desastre, Shiva, destructor, como queráis llamarlo. No sé si es inteligente o no, pero está cambiando la galaxia de un modo que resulta letal para los humanos. Aun si este Shiva no pretende matar, está silenciando sistemas estelares por miles de millones. No hace falta entender lo que ocurre. Eso estaría bien, pero lo que importa es que debemos protegernos de los efectos.

—Pero no sabemos cómo hacerlo.

—Yo os diré cómo. —Lo asombroso era que empezaba a creer en sus propias palabras. Era un sobrecogedor reflejo de la humanidad de épocas anteriores. En su tiempo nadie, por pacifista que fuera, podía pasar de la infancia a la edad adulta sin embeberse del vocabulario, las ideas y los procedimientos de la guerra. Incluso los juegos eran una forma de combate, utilizaban el idioma del conflicto. Drake sabía más de lo que pensaba acerca de la teoría y la práctica del belicismo.

»Tenemos que hacer unas cuantas cosas por nosotros —continuó— antes de pensar en emprender acciones externas. Para empezar, debemos crear un nuevo lenguaje y familiarizarnos con él. Tenéis que aprender a hablar de la guerra. —Drake dijo la palabra en inglés—. Tenéis que ser capaces de pensar en la guerra, y para eso tendréis que ser capaces de hablar de ella. Yo os proporcionaré los conceptos y vosotros os encargaréis de la mecánica de la creación lingüística. ¿De acuerdo?

Silencio por parte de Tom. Drake lo tomó por un sí y continuó.

—Segundo, debemos formar una cosa llamada cadena de mando. Teníais razón cuando me dijisteis que esta forma de comunicación entre nosotros limita la tasa de transferencia de información. Hay que cambiar el sistema. Estoy seguro de que no podría interactuar directamente con miles de millones de compuestos, así que necesitamos una nueva estructura. Me relacionaré con un máximo de… ¿cuántos? Pongamos seis… Trabajaré con media docena de compuestos como tú. Cada uno de vosotros se relacionará con otros seis, y así en escalones sucesivos. ¿Cuántos niveles harán falta para introducir a todos los compuestos en este marco de trabajo?

—Diecinueve niveles serán suficientes.

La respuesta de Tom fue instantánea. Drake intentó efectuar el cálculo a la inversa, sin conseguirlo. Seis elevado a la decimonovena potencia. ¿Cuántos miles de millones, cuántos billones? Digamos que una cifra abrumadora.

Y se esperaba de él que dirigiera las acciones de cada uno de ellos. ¿Cómo? No tenía ni idea. Nadie esperaba que los compositores dirigieran las cosas. ¿Acaso había habido algún compositor en toda la historia que hubiera dirigido algo más numeroso que una orquesta? Solo se le ocurría el nombre de aquel pianista, Paderewski, que a comienzos del siglo XX había interrumpido su carrera para convertirse en Primer Ministro de Polonia. Un pianista excelente, un político del montón.

Siguió hablando, antes de que las preocupaciones y los pensamientos irrelevantes como ese pudieran distraerlo.

—Tercero, debo conocer vuestra ciencia y vuestra tecnología. No me refiero a entenderla, porque es casi seguro que no podría. Pero sí tengo que saber de qué es capaz esta tecnología. A cambio, os explicaré lo que son las armas y vosotros deberéis aprender qué es lo que hacen y cómo fabricarlas. Os lo advierto, no os gustará lo que vais a oír… como tampoco a mí me hará ninguna gracia hablaros de ello.

—Aprenderemos. —Ahora Tom estaba tranquilo. Llegó incluso a encogerse de hombros y pasarse las manos por su copete de pelo rojo—. Verás, cuando te pedimos ayuda, no pensamos quedarnos sentados de brazos cruzados. Tampoco pensamos que sería agradable desempeñar el papel que nos tocara.

—Diré más. No va a ser nada agradable. Empecemos por definir el primer nivel de la cadena de mando. Como he dicho, no puedo interactuar con vosotros en todo momento, y está claro que no puedo interactuar directamente con no sé cuántos millones de compuestos.

—Seiscientos billones.

—Gracias. —Seiscientos billones. Era peor de lo que Drake se esperaba—. Organizaremos la cadena de mando y luego hablaremos de la defensa propia. Deberías enviar esa información de inmediato a la sección de la galaxia que tenga más probabilidades de verse amenazada a continuación. Es posible que sirva de algo, y sin duda no será perjudicial.

Resultaría estar desastrosamente equivocado a ese respecto, pero aún no lo sabía.

—¿Defensa propia? —preguntó Tom.

—No te preocupes. No tendrás que hacer daño a nadie que no intente hacerte daño a ti antes. Ya verás cómo la defensa propia es sencilla. Puede que a partir de ahí las cosas se pongan un poco feas.

¿Cómo podía defenderse un planeta o una colonia espacial de una agresión externa? ¿Cómo podrían los humanos contraatacar o ejecutar una acción de defensa preventiva? ¿Cómo se enfrentaba uno a lo desconocido? Drake hurgó en su cabeza en busca de ideas enterradas hacía tiempo, cosas que había leído cuando era joven y que jamás había esperado necesitar o utilizar. Su mente estaba sorprendentemente bien abastecida de ellas. Eso valía la imagen de pacifista que tenía de sí mismo.

Hasta que Ana entró en la criomatriz y él hubo de ingeniárselas para ganar dinero, se había resistido a la idea de presentar cualquier tipo de descripción profesional. Era algo de lo que se jactaba. ¿De qué servían las palabras, decía a quien quisiera escuchar, a la hora de describir el talento para escribir música interesante?

Los tiempos cambian. Ahora podría presentar un currículo fascinante: Drake Merlin; compositor; músico; aspirante a pacifista; y Comandante en Jefe de la Coalición de Fuerzas Galácticas.

La parte más sencilla parecía ser la creación de la cadena de mando. Él sólo tenía que preocuparse del primer nivel. Aun así, en cuestión de minutos, descubrió que sólo podía interactuar con un compuesto si este simulaba algún individuo con el que estuviera familiarizado y se sintiera cómodo. Eso limitaba enormemente las opciones; sobre todo porque cualquier clase de simulación de Ana era imposible.

Antes de nada, sin embargo, tenía que elegir un centro de operaciones. Eso no fue difícil; había recuperado la consciencia tantas veces a lo largo de la historia en el pequeño chalé con vistas a la Bahía de Nápoles y el mar Tirreno que empezaba a sentirse allí como en casa. Lo afianzó en su mente, amueblado para su comodidad.

Luego llegó el momento de definir quiénes serían sus principales ayudantes. Tom Lambert le aseguró que lo único que tenía que hacer era pensar en la persona en cuestión y los compuestos se ocuparían del resto. Tom no dijo cómo y Drake no preguntó. Simplemente se puso manos a la obra.

Tom, desde luego. Y Milton. El Servidor había abandonado la esfera rodante original, con su escobilla metálica, muchos miles de millones de años atrás, pero esa era la forma que le resultaba más familiar a Drake. Seguro que a Milton no le importaba asumirla. Cass Leemu, que había intentado aleccionarle sobre la ciencia hacía tanto tiempo —sin éxito— sería su consejera científica en jefe. Y Melissa Bierly. Dudó con esa elección, hasta que la mujer apareció en la mesa. No era la misma que había visto la última vez, cuerda, satisfecha, amante y compañera de la Ana clonada, sino la Melissa desquiciada y veleidosa que había sido en su primera encarnación. La guerra era una forma de locura. Drake necesitaba un elemento de inestabilidad. Lo veía ahora, en esos brillantes ojos de zafiro.

Trismon Sorel y Ariel aparecieron fugazmente, pero se resistían a mantener la forma. Era la mente de Drake, rechazándolos por motivos particulares: o bien no los conocía lo suficiente, o bien no encajaban con el perfil que buscaba en esos momentos.

No estaba contento con los dos que completaban la media docena. Par Leon había sido el primero en aparecer, tan antibélico como podía serlo un ser humano. Quizá eso significara que su temperamento era parecido al de Drake, que lo necesitaba por ese motivo. Algún equilibrio tenía que haber.

Drake conjuró a alguien que detestaba. Mel Bradley había sido la pesadilla de su niñez; bajito, hiperactivo, impetuoso, dispuesto a pelearse por cualquier motivo. Se burlaba de Drake, llamándolo nenaza y blandengue mariposón por leer estúpida poesía. En una pelea, cuando tenían once años, le había puesto el ojo morado a Drake. Después de aquello, Drake se apartaba de su camino para no tener que enfrentarse con él, sin admitir que le tenía miedo. Ahora Mel, adulto y receloso, observaba a Drake con ojos coléricos desde el otro lado de la sala.

Seis asistentes. Paseó la mirada por la mesa bruñida y consideró el resultado de sus esfuerzos. ¿Qué había de realista en todo aquello? Los demás habían sido creados a partir de su consciencia almacenada, más el contenido combinado de los bancos de datos. Todos ellos —¡incluido el propio Drake!— consistían tan solo en un movimiento aleatorio de electrones. Pero ¿no había sido esa siempre la verdad de los pensamientos de todos los cerebros, orgánicos e inorgánicos por igual, ya se tratara de wetware o de hardware?

Y si Drake no estaba del todo satisfecho con los ayudantes de su elección, ¿no había sido esa siempre la verdad de todos los líderes? Recordó las palabras del duque de Wellington, tras pasar revista a sus mal adiestradas y peor equipadas tropas antes de entrar en combate: «No sé qué impresión causarán estos hombres al enemigo, pero juro por Dios que a mí me aterrorizan».

Drake no esperaba ver al resto de sus «tropas». Todas las instrucciones se enviarían, y todos los informes se recibirían a través de los seis elegidos. Eso podría suponer un problema. Las antiguas guerras habían estado infestadas de oficiales que restringían el acceso a sus generales y solo les contaban lo que querían oír: «el fuerte es inexpugnable…»; «la moral de los hombres es inmejorable…»; «el bombardeo estratégico debilitará al enemigo hasta el punto de anular cualquier posible resistencia…»; «el adversario ha sufrido muchas más bajas que nosotros…»; «un pequeño refuerzo de nuestras filas y la victoria será nuestra».

Y así se habían sucedido las carnicerías.

En fin, con suerte, a los compuestos se les habría olvidado cómo mentir. No deberían tener ningún interés en contar a Drake sólo lo que pensaran que le podría agradar.

Pero lo cierto era que nada de todo aquello podría agradarle jamás. No dejaba de repetirse por qué estaba haciendo esto: solo para que, algún día, Ana y él pudieran estar juntos de nuevo.

La siguiente tarea consistía en repartir el trabajo entre los ayudantes de su elección.

—Tú, Cass. —Drake se preguntó cuánto tiempo habría de pasar antes de que le resultara natural impartir órdenes. En ese momento lo detestaba—. Quiero que te encargues de presentarme el resumen científico y tecnológico. Tengo que saber con qué contamos, porque esa va a ser la base de nuestro desarrollo armamentístico. Milton, tú serás el experto en formas de vida alienígenas de cualquier rincón de la galaxia. Par Leon, quiero que averigües qué estrellas exactamente han sido afectadas por el Shiva, y cuáles corren ahora más peligro. Mel, tú estarás al mando de la ofensiva. Eso significa que organizarás los contraataques. Seguro que te encanta. Melissa, serás mi experta en Shiva…, todo lo que sepan los humanos quiero saberlo yo también. Tom, como apoyo general, tendrás que ser más flexible y estar preparado para solventar cualquier posible imprevisto.

»¿Alguna pregunta?

—Sí. —Era Melissa. Su respuesta dejó helado a Drake. Pensaba que había sido perfectamente claro y no esperaba ninguna pregunta. Frunció el ceño.

—¿Qué ocurre?

—Estoy desconcertada. Creo que mi tarea ya ha concluido.

—¿Tienes un informe sobre el Shiva? —Aun con la asombrosa velocidad de computación de los compuestos, aquello parecía imposible.

—En cierto modo. Igual que tú. Sabemos cuanto hay que saber.

No parecía desconcertada, sino segura de sí; la Melissa confiada, competente y previsora que Drake conociera en su día. Gimió para sí. Apenas acababan de empezar y ya intuía problemas.

Melissa tenía razón. Su informe ocupó muchos minutos, pero la conclusión principal que se podía extraer de él podría resumirse en segundos.

Un sistema estelar, muy alejado del borde galáctico principal, había dejado de comunicarse con todos los demás humanos treinta y tres millones de años atrás. Había sido el primero. El cambio se había apreciado, pero no llamó la atención. Los compuestos y las civilizaciones a menudo decidían seguir su propio camino, igual que la Tierra había seguido el suyo al retirarse del sistema solar en lo que ahora se consideraba los albores de la historia.

A lo largo de varios miles de años, otra media decena de sistemas había enmudecido. Se encontraban en la misma región galáctica remota que el primero. Empero, nadie se había preocupado. Se supuso que formarían parte del mismo experimento social.

Cien, mil, diez mil; hubieron de silenciarse cien mil colonias para que la humanidad volviera la cabeza y se fijara. Antes de emprender acción alguna, la cifra había ascendido a más de un millón.

Aun entonces, las sondas superlumínicas de ondas-S provocaban más curiosidad que preocupación. Eran educadas solicitudes de respuesta: ¿Estáis bien? ¿Podemos hacer algo por vosotros?

A esa pregunta, y a cualquier otra forma de acercamiento directo e indirecto, las colonias respondían siempre igual: con el silencio. Humanos, compuestos, naves, señales sub y superlumínicas: lo que fuera que se enviara jamás volvía. Un silencio de millones de años había empezado a extenderse por la galaxia.

Melissa estaba detallando esa propagación, sistema por sistema, milenio a milenio, cuando Drake la interrumpió.

—Vale, estoy de acuerdo contigo. El papel que te he asignado no tiene sentido. De modo que cambiémoslo: Puesto que no sabemos nada del Shiva, tú y yo nos ocuparemos de averiguar algo.

Sabía que estaba sobre la pista adecuada. Por uno u otro medio, ya fuera gracias a la habilidad, el subterfugio, la traición o el flagrante asesinato, tenían que recabar información relacionada con el Shiva. Se alegró de que Melissa le ahorrara la pregunta evidente: ¿Cómo?

Drake ya no tenía componentes orgánicos. Su consciencia no necesitaba comer ni dormir. No había ningún motivo por el que no pudiera trabajar de sol a sol, hasta el último segundo de cada día. ¿Era, entonces, tan sólo su propia obstinación lo que imponía un ritmo circadiano a sus actos, incluyendo «día», «noche», «sueño» y «comidas»?

Pensaba que no. Su conducta tenía lógica: puesto que esta era no había conseguido resolver el problema del Shiva, su valor, si es que tenía alguno, debía de residir en el hecho de que era un salvaje escapado de los primeros tiempos de la humanidad; cuanto más lograra conservar esos rasgos arcaicos, más probable sería que pudiera ofrecer algo nuevo —o viejo— y diferente.

Estableció un régimen de trabajo. Organizaba «informes al desayuno», «almuerzos de trabajo», «sesiones de planificación estratégica» todas las «tardes» y «asambleas al finalizar la jornada». Prefería los grupos pequeños, no más de dos o tres personas a la vez. Insistía en tomarse descansos de todo el mundo, para poder estar a solas y meditar las cosas.

A la enorme masa de compuestos, con sus diecinueve capas, no le gustaba esa actitud. Podía sentir su impaciencia como una presión invisible transmitida a través de sus seis elegidos. Envió su propio mensaje: Haré las cosas a mi manera, o no haré nada.

Le hizo falta sangre fría para mantener su palabra después de su primera reunión con Par Leon y Cass Leemu.

—Hace treinta y tres millones de años que descubrimos los primeros indicios del Shiva —dijo Leon—. En la actualidad, el cómputo total de colonias conocidas que han sido silenciadas está entre los noventa y siete y los noventa y ocho miles de millones. No incluyo las colonias que se encuentran en partes de la galaxia alejadas de la región afectada, que supuestamente han renunciado a toda interacción por otros motivos. Si quieres conocer la cifra exacta… —Ante la impaciente y muda negativa de Drake, continuó—. Indican la extinción, o el silenciamiento, al menos, de casi tres mil colonias al año. Pero esa cifra es sumamente equívoca. El proceso comenzó lentamente y ha estado creciendo de forma exponencial. En el último año, como a ti te gusta medir el tiempo, se ha perdido el contacto con casi setenta y cinco mil colonias. Doscientas al día, una cada siete minutos. Estas son sus localizaciones.

La gran espiral de la galaxia refulgió en el aire ante ellos. Le habían arrancado un bocado. Al filo de ese sector oscuro centelleaban miles de puntos naranjas. Resaltaban una fina frontera entre la luz y la oscuridad.

—Y ahora mira esto. —Los puntos naranjas se desvanecieron y fueron reemplazados por otro conjunto un diminuto paso más cerca del centro galáctico—. Estas, según nuestras estimaciones, son las colonias donde se espera que aparezca el Shiva a continuación.

Parecía un cambio insignificante. En comparación con toda la galaxia, lo era; pero Drake no se dejó engañar. Siete mil quinientos sistemas estelares o colonias del espacio libre, despojados de todo contacto humano.

—¿Qué están haciendo los compuestos al respecto?

No esperaba ninguna respuesta práctica, y no la obtuvo.

Par Leon se limitó a frotarse la barbilla y poner cara de circunstancias.

—¿Hacer? ¿Qué podemos hacer?

—Bueno, por lo menos, podrías avisar a las colonias.

—Pero si ya lo saben. Hace cientos o incluso miles de años que lo saben.

—¿Y se quedan ahí plantadas, de brazos cruzados?

—En absoluto. Muchas se han trasladado más cerca del centro galáctico.

—Vale. Así que seguiréis moviéndoos… hasta que dentro de unos cuantos millones de años, el Shiva haya ocupado toda la galaxia. ¿Adónde iréis entonces?

Drake se volvió hacia Cass Leemu.

—Sé que llevará tiempo hacer un inventario de toda la tecnología humana, pero no podemos esperar. Debemos hacer algo ahora mismo. Coge la lista que tengas ya y escoge los diez ingenios de mayor densidad de energía. Querré repasar la lista completa, pero no esperes por mí. Reúnete con Mel Bradley y envía mensajes de ondas-S superlumínicas a las siguientes colonias que aparecen en la lista de Leon. Diles que procuren tener esos diez ingenios preparados cuanto antes. Diles que pronto les enviaremos otro mensaje de ondas-S, enseñándoles cómo hacer que los ingenios actúen como armas para repeler una invasión procedente del espacio.

Cass no vaciló.

—Tienes la lista encima de la mesa, delante de ti. —Apareció ahí de repente—. Puedes repasarla, en forma anidada interactiva. Puedes solicitar más detalles sobre cualquier parte.

Par Leon y ella se esfumaron. ¿Les había ordenado Drake que lo hicieran? Daba igual. Con los compuestos uno nunca sabía a ciencia cierta quién estaba haciendo qué.

Se concentró en el primer borrador de una lista de tecnología útil que había realizado Cass. Drake le había impartido ciertas normas de selección básicas para ordenar los ingenios según su posible valor: cualquier cosa que implicara enormes cantidades de energía, de cualquier tipo, cualquier cosa que ejecutara manipulaciones del tiempo y el espacio a gran escala; cualquier cosa que se pudiera emplear como escudo para repeler objetos o radiación; cualquier cosa capaz de realizar modificaciones planetarias o estelares. Por último —sabía que por ignorancia podía pasar por alto las defensas más importantes de todas— había encargado a Cass que incluyera cualquier cosa que ella pensara que podría ser absolutamente incomprensible para Drake.

En esa categoría parecían encajar más artículos que en cualquier otra. Los humanos, en forma compuesta y operando con o sin sus ayudantes inorgánicos, se habían vuelto sobrehumanos según los estándares de épocas anteriores. No parecía que hubiera nada que no pudieran hacer. Sabían cómo apagar y encender la luz de las estrellas. Podían crear agujeros negros en el espacio abierto, o utilizar los ya existentes a modo de fuente de energía. Podían construir colonias en el espacio libre del tamaño de todo el sistema solar. Podían enviar mensajes impulsados por frentes de ondas aceleradas a cientos de miles de años luz, de una punta de la galaxia a otra, en cuestión de horas. Podían proteger cualquier objeto de cualquier ataque, desde bombas de fusión a rayos de neutrinos.

Cualquier ataque. ¿Por qué no podían defenderse del ataque del Shiva? Seguro que en todos esos millones de años desde la aparición del Shiva en la galaxia, alguna colonia de los interminables miles de millones que habían sido silenciadas habría intentado el escudo como movimiento defensivo natural. Y debía de haber fracasado. Drake volvía a preocuparse por la naturaleza de su invisible adversario.

Como epítome de la tecnología misteriosa, los humanos habían descubierto el modo de crear una suerte de singularidad espacio-temporal jamás vista en la naturaleza. No tenían ninguna palabra para ellas que Drake reconociera, pero se lo tradujeron como cesuras. Por su descripción eran cortes en una superficie de Riemann de orden cuatro, pero eso no le decía nada. Se las imaginaba con forma de rajas, bocas de buzón en el liso espacio-tiempo, capaces de admitir objetos materiales. De hecho, las habían desarrollado en un intento por soslayar los límites que imponía la velocidad de la luz a la materia sólida. Desde ese punto de vista era una tecnología «fallida». No lograban su objetivo de forma controlada. Una vez entre un millón —una vez cada 969.119 intentos, para ser exactos— conseguían enviar un objeto instantáneamente al destino deseado, aunque este fuera la región más recóndita de toda la galaxia. Cabía, asimismo, la posibilidad teórica, todavía menos probable, de que el objeto fuera proyectado hacia un destino desconocido mucho más lejos en el tiempo y el espacio; en todos los casos, la cesura enviaba el objeto en cuestión completamente fuera del universo.

—¿Te refieres a fuera de la galaxia? —Drake se preguntó si no estaría tergiversando lo que veía y oía.

—No. Fuera del universo. —La lista interactiva respondió con la misma voz de Drake.

—¿Fuera del universo adónde?

—Eso continúa siendo un misterio. Lo más probable es que sea a un universo como el nuestro, quizá uno con constantes naturales diferentes. Estas conjeturas se basan exclusivamente en análisis teóricos. Se han enviado muchas sondas a través de las cesuras, pero ninguna ha regresado nunca.

—¿Es posible que el Shiva esté lanzando nuestras colonias al fondo de una cesura?

—Es casi imposible. Nuestras observaciones nos indican que los soles y planetas de la zona silenciada siguen estando en su sitio. Simplemente se niegan a contestarnos en modo alguno. Cada vez que enviamos una sonda allí, permanece activa y devuelve las señales durante todo el trayecto. A su llegada al planeta, enmudece.

Drake enmudeció a su vez. Estaba convencido; el Shiva no estaba empleando las cesuras. Pero en cuanto a estas…

No las entendía, pero no lograba sacárselas de la cabeza. Llamó a Mel Bradley. Cuanto antes, las colonias tendrían que estar protegidas con lo que hubiera a mano. No era optimista a ese respecto, visto el resultado que habían dado los escudos. ¿Qué podía penetrar un escudo total?

Ya pensaría en eso. Entretanto —lo que podría ser mucho tiempo—, Mel y él pondrían en práctica otra opción.

18

«Señor de nuestra extensa línea de batalla»


Esperas.

Drake se consideraba todo un experto en cuestión de esperas. ¿Qué otra cosa había hecho en los últimos seis mil millones de años, más que esperar y esperar?

Esta vez, empero, era distinta. Esta vez no podía sortear las eras en su letargo; esta vez debía permanecer consciente, un día tras otro, esperando, observando y pensando.

Cass Leemu y Mel Bradley, con las instrucciones y la estrecha vigilancia de Drake, habían cogido la tecnología existente y la habían adaptado para conseguir defensas planetarias. Se habían enviado señales superlumínicas a las colonias; no solo a aquellas que según Par Leon estaban en peligro inmediato, sino también a la siguiente línea.

Esa segunda línea era donde se iban a concentrar casi todos los esfuerzos. Drake había tomado esa decisión y se la guardaba para sí, sin atreverse a someterla a debate. Su gesto iba a condenar a la extinción a miles de millones de seres pensantes. Los compuestos no podrían concebir semejante idea. Drake, en cambio, no tenía elección. Si estaba en lo cierto, esta sería una guerra de larga duración. Antes de poder trazar una estrategia a largo plazo, necesitaba ver exactamente qué ocurría cuando el Shiva iniciaba su actividad en una región; después, necesitaría tiempo para levantar una muralla defensiva, puestos de observación y líneas de comunicación. Salvo como fuentes de información, debía descartar aquellos planetas que probablemente sucumbieran en el plazo de uno o dos años más.

Los mensajes enviados a las colonias contenían instrucciones precisas sobre la fabricación e instalación de sistemas defensivos. En cuestión de pocos meses, regresaron los mensajes de ondas-S superlumínicas. Se habían erigido las defensas y se habían probado en miles de mundos. Los escudos estaban en su sitio. Los rayos de fusión, fisión, cavitación y de partículas estaban listos para su utilización inmediata. Las colonias estaban nerviosas, pero afirmaban estar preparadas para todo.

Eso, más que infundir ánimos a Drake, le preocupaba. En cada resurrección se había creído preparado para todo; en cada ocasión, los hechos lo habían abrumado.

¿Qué otra cosa podía hacer mientras esperaba? El pequeño chalé se había convertido en un cuartel general de acción galáctica. Deambulaba por el edificio, día y noche. La sala de estar era ahora la Sala de Guerra de toda la galaxia, donde las múltiples capas activas de compuestos revisaban, analizaban y resumían los informes procedentes de mil millones de soles. La apacible vista de la Bahía de Nápoles había desaparecido hacía tiempo. En su lugar había una imagen en constante cambio del «frente de batalla». Así lo veía Drake, aunque todavía no había señales de conflicto; únicamente informes procedentes de las colonias y mensajes intermitentes de las sondas que las observaban a una distancia prudencial. Había una copia de Par Leon en cada una de esas sondas, transmitida como señal de ondas-S y descargada para su almacenamiento permanente como parte del compuesto residente.

Todo estaba listo. ¿Listo para todo? Drake observaba y pensaba.

Entonces, comenzó el silencio. Uno de los planetas de la línea del frente dejó de transmitir.

Fue casi demasiado para esa copia de Par Leon. Los mensajes devueltos desde la sonda tenían un matiz histérico.

—Podemos ver el planeta, tiene el mismo aspecto de siempre. No hay indicios de daño ni cambio. ¡Pero no responden! ¡No dejamos de enviarles mensajes y no nos contestan!

Bajo las palabras de Par Leon, como una onda portadora, rugía el terror contenido de mil millones de voces más. Drake deseó formar parte del compuesto de la sonda, ver las cosas de primera mano. Pero eso infringiría una de sus normas fundamentales: debía mantenerse al margen e indiferente, el residuo primitivo de épocas anteriores, incontaminado por el manso presente. De lo contrario no sería más útil que los demás cientos de billones.

—Está bien, Leon. No pierdas la calma. ¿A qué distancia del planeta te encuentras?

—Dos horas luz y media.

Drake solicitó la conversión a una medida que le resultara más conocida: alrededor de tres mil millones de kilómetros.

—Seguramente estás a salvo. ¿Es la mejor imagen que nos puedes enviar? —La pantalla de la Sala de Guerra mostraba una imagen granulosa y fluctuante de una mancha verde y gris.

—Es la mejor que podemos conseguir a esta distancia. Estamos utilizando la máxima ampliación.

—No es suficiente. No veo ningún detalle. Tienes que acercar la sonda. Pero no corras ningún riesgo. Da media vuelta y huye si presientes cualquier problema.

—¿Problema? ¿Crees que es seguro acercarse? Les hemos enviado cientos de mensajes y ya no responden.

—Tú mismo has dicho que el planeta tiene el mismo aspecto que tenía antes de silenciarse.

Parecía una respuesta a la pregunta de Par Leon, pero no lo era. Si Drake tuviera que apostar, diría que el acercamiento de cualquier sonda a un planeta silenciado no sería seguro en absoluto, sino tremendamente peligroso. Pero no podía decírselo a nadie. Si quería salvar billones de vidas, quizá tuviera que sacrificar miles de millones. Necesitaba información.

Se dijo que no estaba enviando a nadie a una muerte real. El compuesto representado por Par Leon seguiría existiendo aquí, aunque todas las copias de la sonda resultaran aniquiladas. Aun así reconocía lo defectuoso de ese razonamiento. La muerte de un clon era una muerte real… para el clon.

Drake solicitó que lo avisaran cuando la sonda estuviera a diez minutos luz de su objetivo planetario, y dirigió su atención hacia otros asuntos. Estaban llegando mensajes de todas partes. Todos referían la misma mala noticia: planetas con sus colonias, en apariencia no afectados, que desaparecían del universo de la comunicación. Se estaban volviendo parte de un inmenso y contagioso silencio.

Calculó el tiempo total de otros cincuenta casos de pérdida de señal: algo menos de seis horas. Con concesiones al margen de error estadístico, la estimación de Par Leon de doscientos mundos perdidos al día se estaba cumpliendo.

Drake no intentó examinar cada una de las situaciones al detalle. Melissa y Tom se ocuparían de eso y le presentarían sus informes más tarde. Volvió a fijarse en el primer mundo. La sonda estaba a diez minutos luz. Mientras continuaba acercándose, Drake solicitó información planetaria de trasfondo.

Este era un mundo situado en un sistema de triple estrella enana donde había más de cien. Y era el único que resultaba remotamente habitable, con formas de vida nativas y una atmósfera de oxígeno. Eso le prestaba cierta distinción: las órbitas planetarias en los sistemas múltiples solían ser demasiado variables como para permitir que se desarrollara la vida, pues a veces pasaban abrasadoramente cerca de una de las estrellas, y a veces se perdían durante años glaciales en la oscuridad exterior. Este mundo había tenido suerte; Drake tradujo su nombre por Oportuno. Había permanecido en la región intermedia, ni demasiado cerca ni demasiado lejos, durante los mil millones de años que requería la vida.

Ahí terminaba su carácter especial. La vida nativa no había evolucionado más allá de las cianobacterias, una capa de azul, verde y amarillo enfermizo que cubría la superficie del único océano y casi toda la tierra. Para los humanos interesados en la transformación planetaria, no obstante, Oportuno, con su agua en la superficie y su fina atmósfera de oxígeno, cumplía el noventa y nueve por ciento de sus expectativas. Lo único que había que hacer era estabilizar la órbita, impulsar el campo gravitacional, mejorar la atmósfera e introducir organismos multicelulares. Coser y cantar. La obra había concluido hacía quinientos millones de años. Oportuno se había convertido en el típico miembro de la boyante familia galáctica de mundos habitados.

¿Y ahora?

La imagen procedente de la sonda mostraba una mayor definición conforme se reducía la distancia. Drake casi esperaba ver un globo rojo veteado de amarillo, igual que la Tierra cuando se encogió hasta una décima parte de su tamaño original y se aisló del resto del sistema solar. Pero podía distinguir los detalles de la superficie de Oportuno. El perfil de un solo océano, con forma de cabeza de caballo achatada y tenuemente iluminado por la luz indirecta de los tres soles, coincidía con la forma registrada en los bancos de datos. Vio el ablandamiento de textura que indicaba la presencia de una atmósfera, y las ocasionales nubes altas que lo confirmaban.

—Parece exactamente el mismo. —Ese era Par Leon, musitando sorprendido—. No parece que le haya ocurrido nada. Este era uno de los mundos que había instalado nuestros sistemas de defensa. Hace tan solo un mes, nos dijeron que estaban terminados y operativos. Entonces, ¿por qué ahora no nos responde?

A Drake se le ocurrían un puñado de respuestas:

* Un escudo alrededor del planeta estaba inhibiendo todas las señales o materiales salientes; pero evidentemente ese no podía ser el caso. La radiación de longitud de onda visible estaba siendo reflejada desde la superficie, puesto que la sonda podía verlo. Si fuera preciso, cualquiera que estuviese en la superficie podría emplear las mismas longitudes de onda para enviar una señal saliente.

* Un escudo estaba deteniendo todas las señales o materiales entrantes; pero eso era aún peor. El mundo bajo el escudo estaría completamente a oscuras. Era obvio que no era ese el caso, puesto que la luz solar llegaba. En cualquier caso, otros mundos y colonias afectadas hacía tiempo por un escudo así enseguida se habrían percatado de que no estaban recibiendo mensajes, y vendrían o llamarían para preguntar qué pasaba.

* Algo, un rayo devastador o una nube de gas tóxico, había aniquilado toda la vida de Oportuno. El aspecto del planeta no cambiaría inmediatamente si ocurriera algo así.

* Algo había aniquilado toda la vida inteligente. No hacía falta que fuera letal; si los humanos y sus complementos inorgánicos habían quedado reducidos al nivel intelectual de un perro listo, todos los equipos de comunicación —o cualquier otra tecnología— serían inservibles.

(Ana, al salir de la casa de una pareja que juraba que su mascota era tan inteligente como cualquier persona, había dicho: «Ningún perro, da igual lo pura que sea su raza o lo buenas que sean sus intenciones, te podrá decir que sus padres eran pobres pero honrados».

La echaba de menos en mil sentidos, pero lo que más añoraba era su sentido del humor y su reticencia a anteponer el sentido común a los sentimientos.)

Drake volvió a concentrarse en la tarea que lo ocupaba:

* La población, por el motivo que fuera, había optado por una política de total aislacionismo. Si hubiera resultado afectado un solo mundo, esa idea resultaría completamente plausible. Debía de haber ocurrido un millón de veces. Cuando miles de mundos vecinos seguían el mismo camino, no obstante, la plausibilidad se rendía ante la imposibilidad.

A menos que esa política fuera contagiosa, una corriente aislacionista que se propagaba de un mundo a otro como un mensaje de irresistible poder. Pero, entonces, ¿por qué no había viajado a velocidad superlumínica para convertir, hacía tiempo, la galaxia entera? ¿Y por qué estaba en el borde galáctico el primer mundo afectado? Eso indicaba una influencia llegada al ámbito de la humanidad procedente de muy, muy lejos.

Bueno, pronto lo averiguarían. Oportuno estaba justo delante de ellos.

—Sigue sin haber respuesta. —Par Leon empezaba a perder su nerviosismo. Drake no lograba entender por qué. ¿No comprendía Leon que esta misma situación debía de haberse producido millones de veces, cada vez que una nave se acercaba a un mundo recién silenciado debido a un error de cálculo?

»Propongo que aterricemos —dijo Leon—. ¿Alguna objeción? —La sonda estaba trazando una órbita descendente alrededor del ecuador de Oportuno. La vista de la cara nocturna mostraba luces dispersas. Ciudades, y un sistema de generación de energía. El planeta conservaba todavía los rasgos de una civilización intacta.

—Ninguna. Adelante con el aterrizaje. Y buena suerte, Leon.

Tenía que pasar algo, y pronto. Ninguna nave había devuelto jamás una señal desde uno de los mundos silenciados. O bien nunca había llegado a la superficie, o bien después de hacerlo ya no podía enviar ningún mensaje.

Por otra parte, que Drake supiera, ningún mundo había contado jamás con sus propias defensas. ¿Sería tan simple como eso? ¿El sistema de defensa era la solución? ¿Habían ganado ya la batalla por la galaxia?

No lo creía. Demasiado fácil, y dejaría sin resolver un enorme misterio. ¿Quién y qué eran los agresores?

—Estamos aterrizando sin contratiempos —dijo Leon—. Pero no hay señales de navegación procedentes de la superficie. Vamos a entrar en la fase final.

Drake contemplaba la escena del monitor de la sonda. Nada de planetas desvanecidos. Nada de misteriosos escudos. Todo parecía tan normal como cabía esperar.

Mientras ese pensamiento seguía formándose, una brillante chispa violeta apareció junto a la línea del ecuador. Crecía rápidamente, pasando de ser un punto a un suave penacho de blanco y azul.

En el último momento antes de que el fuego alcanzara a engullir la sonda y cesara la transmisión de ondas-S con el cuartel general, Drake comprendió varias cosas a la vez.

Para empezar, no iba a descubrir nada más sobre las condiciones actuales en la superficie de Oportuno; porque la sonda, junto con Par Leon y el compuesto de a bordo, estaba condenada. Estaban a punto de ser destruidos por un fogonazo tan abrasador como el centro de una estrella.

Peor aún, la humanidad no iba a averiguar nada sobre el motivo por el que habían sido silenciados miles de millones de mundos. Lo que fuera que les había ocurrido era distinto de lo que estaba ocurriendo ahora en Oportuno.

Porque el agente de la destrucción de esta sonda no era ninguna fuerza alienígena y desconocida. Formaba parte de un sistema defensivo humano; un sistema que había sido diseñado, definido y descrito a los habitantes de Oportuno por Cass Leemu, Mel Bradley y Drake Merlin.

No era momento de reunirse de uno en uno ni en parejas. Drake volvía a sentir la presión, las incontables mentes aterradas que clamaban a las puertas de la casa de la playa. Habían guardado silencio cuando se estaban instalando las defensas, confiando ciegamente en que eso resolviera el problema. ¿Acaso era él el único que había anticipado la caída del siguiente sector de la galaxia? Aunque incluso él se había sorprendido cuando las sondas de observación fueron destruidas por las defensas que él mismo había instalado.

Todo su equipo se hallaba reunido en la Sala de Guerra. Guardaban un silencio conmocionado. La escena que Drake había seguido detalladamente en el caso de la primera sonda se había repetido una y otra vez, con miles de variaciones. Los planetas, en apariencia, permanecían intactos e inalterados; pero ninguna sonda había conseguido aterrizar.

Par Leon era el que estaba en peor forma. Eso confirmaba la idea de Drake: la muerte de un clon era perfectamente real, y no solo para el clon. Leon estaba destrozado. Se había visto aniquilado, una y otra vez. Ninguna de sus copias había intentado hacer nada por evitarlo. Cada una de ellas había aceptado su sentencia con resignación. Había sido un error enviar a Leon, y Drake no pensaba cometerlo de nuevo.

Cambió deliberadamente la pared de la Sala de Guerra, de su vista de mundos recién silenciados al antiguo paisaje marino de olas encrespadas.

—Hemos aprendido mucho de esta experiencia. —Su actitud era enérgica y profesional—. Evidentemente, realizaremos un análisis detallado de cada caso, pero quiero que Tom sea el único que se encargue de ello. Los demás tendréis otras tareas. Milton, hemos enfocado este problema desde el punto de vista de la humanidad. No es así. Todas las formas de vida de un mundo silenciado deben de resultar afectadas. Quiero reunirme contigo y repasar todas las formas de vida alienígenas de la galaxia. Quizá averigüemos algo sobre el Shiva.

—Pero pensábamos que el Shiva es originario de fuera de la galaxia.

El Servidor se mostraba tan deferente como siempre, e igual de resuelto. Drake comprendió que Milton sería mejor candidato que Par Leon para embarcarse en futuras sondas. Pero ni siquiera Milton sería ideal. Lo que hacía falta era alguien capaz de jugarse el todo por el todo, alguien dispuesto a asumir el riesgo cuando fuera necesario.

¿Quién?

Drake pospuso esa pregunta.

—Creo que el Shiva se originó fuera de la galaxia —dijo—. Pero aunque no descubramos nada acerca del Shiva en las formas de vida alienígenas, estas podrían sernos útiles de por sí. Leon, quiero que colabores en esto con Milton.

»Melissa, sabemos que lo que intentamos la última vez no ha funcionado. Si queremos frenar la propagación del Shiva, tendremos que saber más sobre cómo lo hacen. ¿Puede viajar su influencia por el espacio abierto, o necesita planetas para hacerlo eficazmente? Nos ayudarás a resolver esa pregunta. Tu misión consiste en crear un cortafuego. —Drake hubo de recurrir a la palabra inglesa—. ¿Sabes lo que es? Una región vacía que atraviese toda la galaxia, rodeando el segmento afectado por el Shiva. Si necesitan planetas, ese vacío debería frenar y obstaculizar su propagación.

Melissa abrió mucho los ojos y meneó la cabeza, dubitativa.

—Haré lo que pueda. Pero ¿te das cuenta del enorme trabajo que supondrá algo así?

—Enorme, sí. Quiero una zona de cuarentena, de al menos veinte años luz de ancho, entre el filo del sector afectado y el mundo colonizado más próximo.

—Quieres trasladar las colonias.

—Quiero más que eso. Quiero trasladar las colonias a un lugar seguro. Pero también quiero un espacio completamente vacío en esa región. Ni planetas, ni estrellas. Ni siquiera nubes de polvo, si podemos evitarlo. Quiero vacío puro y nada más.

—Eso es imposible.

—No lo creo. —Drake se volvió hacia Mel Bradley—. Cass y tú habéis evaluado las cesuras como posibles armas ofensivas. ¿Cuál es el tamaño máximo de los objetos de los que pueden ocuparse?

—En principio, no existen límites. —Mel había sido el último en incorporarse al equipo, pero era una excelente elección. Mientras los demás se encogían con solo pensar en la violencia, él disfrutaba con ella—. Las cesuras parecen alimentarse de su propia actividad —continuó—. Cuanto más les metas, más grandes se harán.

—¿Podrías meter un planeta entero en una?

—¡No! —Pero aquellos ojos iracundos, candentes, brillaban de curiosidad—. Todavía no, al menos. Estamos a varias fases de distancia de algo así. En estos momentos podría meter un pequeño asteroide en una cesura. ¿Quieres meter todo un planeta? A lo mejor, si lo intentamos con tesón…

—Trabaja en ello.

—¿Estrellas también?

—Paso a paso. Cuando llegues al punto en que una cesura pueda engullir todo un planeta, quiero ver una demostración.

—La movilidad será otro problema. Habrá que crear la cesura donde la necesitemos si no queremos tener que trasladar una. Eso no va a ser nada fácil.

—Nada va a ser fácil. Cass te echará una mano. —Drake paseó la mirada alrededor de la mesa—. De acuerdo, creo que esto es todo. Todo el mundo tiene cosas que hacer. Manos a la obra.

Solo que, naturalmente, eso no era todo. Drake lo sabía, aunque fuera el único. Había eludido la pregunta más importante de todas: ¿Quién iba a reemplazar a Par Leon como observador in situ y actor principal en la próxima interacción con el Shiva?

Sabía que se produciría otra interacción. Más aún, esperaba un número incontable de ellas, a lo largo de muchos milenios e incluso muchos eones, antes de que se resolviera el problema (de una forma u otra; quizá terminara cuando el Shiva se adueñara de todos los mundos de la galaxia. Era una opción).

Par Leon no serviría. Puede que algún día aprendiera a observar desapasionadamente, pero en una emergencia nunca sabría cómo actuar sin dirección.

El problema era que Drake ya conocía la respuesta a su propia pregunta. Era obvia, solo había que poner las cartas sobre la mesa: ¿Quién estaría dispuesto a emplear armas? ¿Quién podría jugarse el todo por el todo cuando estuviera justificado hacerlo? ¿Quién tenía más que perder? ¿Quién tenía la motivación necesaria para sobrevivir, más que ningún compuesto?

Los demás se aterraban cuando un planeta era silenciado, pero cualquier consciencia planetaria probablemente formara parte de un compuesto mayor, con componentes múltiples repartidos por diversas localidades. La desaparición de un planeta de la red de comunicaciones, o incluso su total aniquilación, no suponía la muerte definitiva para ellos. Era más bien una especie de amputación, la pérdida de un dedo; desagradable y traumática, pero no letal.

En fin. Tendría que hacerlo él mismo. Tendría que acceder a hacer algo que había conseguido posponer hasta ahora, y permitir que se descargaran múltiples copias de él, que se embarcaran con rumbo a donde hicieran falta y que fueran utilizadas en forma orgánica o inorgánica. Y tenía que seguir siendo un individuo, sin integrarse en ningún compuesto. Tenía que ser consciente y tener miedo a morir, concentrarse en su supervivencia, estar dispuesto a utilizar cualquier arma que le permitiera seguir viviendo. La múltiple duplicación podía parecer una garantía de inmortalidad; para él era la promesa de morir múltiples veces.

Seguramente pereciera, una y otra vez, en muchos lugares a lo largo y ancho de la galaxia. ¿Acaso había otra alternativa? Si la había, no lograba imaginar cuál podría ser.

De modo que tendría que hacerlo él. No quería hacerlo, pero lo haría.

Lo haría por Ana, y por su futuro juntos.

19 La caza del snark

Drake nunca se había sentido mejor; ágil, fuerte y confiado. Cerró las aletas de la nariz contra el viento cargado de polvo y asintió en dirección a Milton.

—Cuando quieras.

El Servidor estaba a su lado. Lucía la forma familiar de la esfera rodante, rematada con una escobilla de alambres especializados. Estos temblaron y se retorcieron cuando Milton preguntó:

—¿Seguro? ¿No necesitas más tiempo para adaptarte?

—Ya estoy adaptado. Perfectamente.

—Verás, para mí fue fácil asumir mi forma original. Pero en tu caso…

Drake sabía adónde quería ir a parar el Servidor. Si lo pensaba, podía reconocer que el Sol era de un verde peculiar y brillante, dos tallas demasiado pequeño en el firmamento. El paisaje del planeta, Graybill, resplandecía en prismáticos plateados y azules. Al límite de su vista, la tierra se curvaba hacia arriba hasta alcanzar un horizonte borroso. Era como si estuviera de pie dentro de un cuenco gigante que tremolaba y se estremecía bajo sus pies, como una piel tosca y tirante sobre gelatina viscosa.

Ningún problema. Graybill orbitaba lejos de una estrella de clase-K cuya fotosfera tenía un índice particularmente elevado de metales. El efecto convexo era el resultado de una presión atmosférica enormemente elevada. De hecho, si se paraba a pensar en ello, podía explicar todo cuanto veía y sentía, del mismo modo que sabía que habitaba un cuerpo más bajo de piernas rechonchas, y que existían otras versiones de sí mismo, miles o millones de ellas, muy lejos.

Nada de todo esto importaba. Por lo que a él concernía, era el genuino e inconfundible Drake Merlin. Encajaba con este cuerpo y este mundo a la perfección.

—En tu caso —continuó Milton— yo no podría emplear un clon exacto. Tu cuerpo no habría sobrevivido aquí sin las modificaciones genéticas. Fue preciso descargar tu ADN somático, practicar ciertos cambios en él y, después, descargar tu base de datos adquirida una vez se hubo completado el crecimiento corporal. De modo que, aunque sospecho que habrías preferido tu cuerpo original, tal y como era en la Tierra…

—Puedes dejar de disculparte. —Drake se sentía eufórico… peligrosamente eufórico. ¿Era posible que Milton hubiera calculado mal el equilibrio gaseoso que necesitaba su cuerpo? Se rascó el escamoso costillar—. Pongámonos manos a la obra. ¿Dónde está el alienígena?

—Los alienígenas. Hay muchos. Lejos de aquí. Aterrizamos en la región ecuatorial, y ellos residen en un continente aislado cerca del polo sur. Quería asegurarme de que estabas plenamente operativo y ajustado antes de exponerte a ningún peligro.

—¿Tan malo es?

—O tan bueno. Es cuestión de semántica. Digámoslo así: He examinado más de catorce mil formas de vida alienígena que cumplen algunos o todos los requisitos indispensables para calificarse de sintientes. Sin embargo, jamás había visto una tan feroz y agresiva.

—¿E inteligente?

—No en términos tecnológicos. Los snarks no utilizan herramientas. No dominan el fuego. Modifican su entorno de forma rudimentaria. Al parecer carecen de idioma.

—¿Pero aun así dices que son peligrosos?

—Sé que lo son. —Milton encabezó la marcha desde la nave principal a un vehículo más pequeño sin alas que aguardaba en la reluciente y temblorosa superficie—. Esta es tu tercera encarnación en este planeta.

—¿Qué pasó con las otras dos?

Era una pregunta estúpida a la que no esperaba que Milton respondiera. Era una norma que el propio Drake había dictado: cada uno de sus encuentros con un alienígena sería juzgado por sus propios méritos. Milton estaría al corriente de las experiencias fallidas anteriores, pero Drake no. Así había sido con los catorce mil casos. Drake —o una de sus encarnaciones— debía de haberlos conocido todos pero, generalidades aparte, lo único que sabía era que ninguno resultaba útil frente al Shiva.

El Servidor se limitó a decir:

—Esta vez tomaremos precauciones especiales. Entre ellas se cuenta el aterrizar lejos del continente polar y todos los snarks, hasta estar seguros de que te sientes completamente cómodo con tu encarnación.

Ninguna información añadida; aunque saber que los dos intentos anteriores habían fracasado ya era una información de por sí. En el vuelo suborbital de veinte minutos hacia el polo de Graybill, Drake permaneció sentado, pensando. ¿Qué había hecho las veces anteriores para conseguir que lo mataran? ¿Volverían a matarlo? De ser así, no le resultaría menos doloroso tan solo porque ya hubiera ocurrido antes.

La nave aterrizó en una costa infestada de plantas activas de sangre caliente. Drake podía apreciar un descenso de temperatura, pero su cuerpo seguía sintiéndose bastante cómodo. Sintió únicamente una tensión en sus capas externas cuando el aislamiento térmico mejorado entró en acción. Se acercó al agua, sabedor de que en realidad no se trataba de agua. Toda el agua estaba en forma sólida y yacía en el fondo. Esto era una mezcla de alcoholes e hidrocarburos, heptano y éter y propanol, todos ellos más ligeros que el hielo líquido.

Se agachó y acercó un puñado a su boca ribeteada de tentáculos. Sabía bien.

—Por aquí. —Milton señaló mientras Drake se enderezaba—. Unos siete kilómetros tierra adentro encontrarás el primer nido de snarks. ¿Quieres que te acompañe?

Milton parecía ansioso. Drake meneó su hocicuda y escamosa cabeza. El Servidor era listo, pero había cosas que no aprendería nunca. Era imposible que Milton se mordiera la lengua si Drake estaba en peligro. No solo eso; daba igual cuánto se esforzara Drake por disuadirlo, el Servidor no podía evitar dar pistas con la intención de garantizar la seguridad de Drake. No era culpa de Milton. El Servidor estaba diseñado para proteger y salvaguardar a Drake Merlin. Su papel actual de mero espectador era más de lo que podía soportar.

Drake subrayó su gesto con palabras.

—Quédate aquí hasta que regrese. No te alejes del deslizador.

La escobilla de alambres se contorsionó y giró nerviosa.

—Eso mismo dijiste la última vez que estuvimos aquí.

Más información que, supuestamente, Drake no debía tener.

—Lo diré de nuevo. Si no vuelvo al anochecer, puedes ir a buscarme.

—Eso será dentro de mucho. Estamos en las regiones polares y es verano.

—En ese caso, un cuarto de período revolucionario planetario. Si no vuelvo en ese tiempo, ve y recoge los pedazos. Pero no antes. No te quiero cerca cuando esté en los nidos. Recuerda, también sirven los que se quedan de pie y esperan. —Drake emprendió la marcha tierra adentro. Milton era infatigable, cauto y concienzudo, pero a veces el Servidor podía llegar a ser un auténtico fastidio.

Siete kilómetros: parecía un margen de seguridad razonable; a excepción del hecho de que no sabía cómo eran los sentidos de los snarks. La vista a la luz de longitud de onda corta era el sentido más comúnmente utilizado en la galaxia, prueba del hecho de que la estrella de secuencia principal media emite picos de energía en una longitud de onda de entre medio y un micrón. Sin embargo, se empleaba otra decena de sentidos dondequiera que hubiese una atmósfera: oído, detección térmica por infrarrojos, control directo de los campos magnético y eléctrico, sónar, olfato… los snarks podían valerse de cualquiera de ellos. En la antigua Tierra, un oso polar podía olfatear una ballena muerta a treinta kilómetros de distancia. Una polilla en celo podía identificar a su pareja a distancia a partir de una sola molécula de feromona. Quizá los snarks esperaran ya la visita de Drake.

El terreno estaba volviéndose cada vez más abrupto y pedregoso, con grandes rocas separadas por extensiones de guijarros planos cubiertos de parsimoniosos helechos azules. Drake aminoró el paso en la marca de los dos kilómetros y atisbó de nuevo por primera vez lo que debían de ser los nidos. Estaban bien separados, cada uno de ellos alargado, estrecho y hueco, como la sección de una tubería de barro ancha tendida de costado. No vio señales de vida, pero se detuvo, se agazapó sobre sus fuertes cuartos traseros y esperó. En cuanto se quedó inmóvil, la vegetación de sangre caliente reptó lentamente hasta sus pies y alrededor de ellos. Unos tentáculos como suaves dedos azules se alzaron, le tocaron las piernas y al parecer decidieron que no tenía ningún potencial como fuente de nutrientes. Los cálidos dedos se apartaron. Las plantas se alejaron arrastrándose.

Por fin, Drake pudo ver algo que se movía cerca de las tuberías de barro. ¿Habría tenido la misma paciencia sin las advertencias de Milton? Seguramente no. Habría seguido adelante, porque las cosas que podía ver frente a él no se movían mucho más deprisa que las plantas.

Había decenas de ellos. Los snarks eran gruesos cilindros blancos segmentados, sostenidos por decenas de finos seudópodos del mismo color. Los cuerpos medían aproximadamente metro y medio de largo y unos cuarenta centímetros de ancho. El extremo de la cabeza, a juzgar por la dirección en que se movían, carecía de rasgos distintivos. Una cola curvada de un blanco cremoso más oscuro se arqueaba sobre el lomo para dirigir hacia delante su punta afilada. El aguijón oscilaba lentamente de un lado para otro. ¿Sería eso, en vez de la «cabeza», lo que albergaba los órganos sensoriales? Puede que fuera esa la cabeza y que los snarks caminaran hacia atrás.

Los snarks no parecían reparar los unos en los otros ni en su entorno pero, ante los ojos de Drake, cuatro de ellos se irguieron lentamente desde sus posturas horizontales. Cada cabeza ciega se curvó hasta tocar la cola y formar un bucle completo. El aguijón cesó en su parsimonioso bamboleo. Mantuvieron esta postura como estatuas varios minutos, antes de desenroscarse para tenderse de nuevo en el terreno empapado. Después de aquello no se movieron en absoluto. Era como si el breve esfuerzo por desafiar la gravedad los hubiera dejado agotados.

Drake se acercó un poco más. Podía ver que cada uno de los alargados cilindros marrones de los nidos se curvaba hacia abajo en un extremo para convertirse en un túnel que se adentraba en la superficie esponjosa. Cerca de cada tubo se alzaban grandes pilas de plantas arrancadas. Las que coronaban cada montón se agitaban débilmente todavía, intentando encontrar la manera de llegar al suelo.

¿Material para los nidos o alimento? Si los snarks fueran herbívoros, resultaría complicado explicar cuál era la posible fuente de peligro para Drake. Uno de los snarks acababa de arrancar una planta de la pedregosa superficie con dos de sus seudópodos delanteros. Estaba de cara a Drake, que por fin pudo ver una estrecha rendija horizontal semejante a una herida oscura a lo largo del borde inferior de la cabeza.

Drake se acercó todavía más. Sentía curiosidad por ver qué hacía exactamente el snark con el escurridizo helecho. Al parecer, los seudópodos estaban pelando una de sus capas externas, pero no lo acercaban a la rendija de la cara. Estaban pasándolo hacia atrás, a los otros pares de patas rechonchas. Se preguntó de nuevo si no habría confundido la parte anterior con la posterior de aquellas criaturas. La cola curvada oscilaba lentamente adelante y atrás, como una antena de radar ociosa.

Estaba concentrado en ese snark y se había olvidado de las plantas que tenía a sus pies. Volvió a fijarse en ellas cuando unos dedos cálidos reptaron por sus piernas.

Se debía a su inmovilidad. Miró hacia abajo y movió los pies, intentando disuadir a los tentáculos.

—¡Dios! —siseó. Las plantas tenían sangre caliente, lo que regulaba su temperatura. Podían moverse. ¿Alcanzarían la sentiencia algún día? ¿Llegarían al espacio? Sacudió el pie—. Venga, no vais a conseguir nada de mí. ¡Largo!

Cuando por fin se rindieron y se apartaron, Drake volvió a fijarse en los nidos. Todo estaba igual que antes. El snark seguía jugueteando amodorrado con su helecho.

Reparó entonces en el hecho de que no había más snarks a la vista. Mientras espiaba a uno, los demás se habían esfumado sin hacer ruido.

Debían de haberse metido en sus nidos, en las tuberías primero y puede que luego bajo tierra. Podría acercarse, o dar un rodeo para echar un vistazo al interior de uno de los tubos.

¿Como hicieran ya sus dos versiones anteriores? ¿Para no regresar nunca al lugar donde lo esperaba Milton?

Drake decidió que ya había visto bastante por un día. Siempre podía volver mañana. Se dio la vuelta y desanduvo el camino por el abrupto paisaje. El brillante sol verde estaba igual de alto que antes en el cielo, pero sintió en la espalda un soplo de aire más frío. Eso le animó a darse prisa. Para cuando llevaba recorrido medio camino hasta la orilla, trotaba todo lo aprisa que se lo permitían sus piernas regordetas.

Se diría que era una reacción exagerada… hasta que llegó a un lugar donde había una franja de superficie pedregosa libre de grandes rocas y pudo girar la cabeza sin peligro.

El terreno rocoso estaba despejado a su espalda. Pero a ambos lados, convergiendo en su camino, vio una decena de figuras pálidas. Se desplegaban en abanico, con él en el centro. Los snarks más próximos estaban al borde del abanico. Debían de haber estado formando un amplio círculo mientras él observaba sus nidos. Había tenido suerte de marcharse cuando la operación envolvente estaba todavía en pleno proceso.

Tuvo tiempo de echar un rápido vistazo antes de volver a concentrarse en el terreno cubierto de rocas por el que corría. Ese único vistazo bastó para obligarle a buscar más velocidad. Los snarks, lentos como caracoles la primera vez que los vio, se habían transformado. Los seudópodos se movían tan deprisa que costaba distinguirlos como algo más que un borrón pálido bajo los cuerpos segmentados. Los propios snarks se habían vuelto más largos y delgados. Sus colas curvadas ya no oscilaban de un lado a otro, sino que las llevaban pegadas a la espalda.

La peor noticia era que estaban acortando distancias. Drake estaba seguro de ello, aunque no se atrevió a mirar atrás para cerciorarse. Corrió más riesgos, saltando por encima de las rocas de mediano tamaño en vez de rodearlas. Maldijo su cuerpo rechoncho y pesado. Estaba cerca del suelo. Eso le dificultaba ver qué había al otro lado. Si aterrizaba sobre una piedra y se caía, si se rompía una pierna…

El deslizador apareció a lo lejos. Menos de un kilómetro. ¿Dónde estaban los snarks? Necesitaba saberlo.

No lo hagas. Acuérdate del atleta que pierde la carrera por mirar atrás para ver de cuánta ventaja dispone.

Daba igual. Necesitaba saberlo. Se dio la vuelta y vio dos snarks a no más de veinte pasos por detrás de él.

Clavó la vista al frente e hizo un desesperado esfuerzo final. Sabía que no iba a conseguirlo. Solo faltaban otros doscientos metros, pero le haría falta por lo menos un segundo cuando llegara al deslizador. Le llevaría su tiempo entrar de un salto y cerrar la puerta de golpe. Entonces lo atraparían los snarks. Se le echarían encima y lo derribarían en cuanto se detuviera para abrir la puerta del deslizador.

—¡Milton! —Gritó el nombre, sin esperar nada. Le había dicho al Servidor que se quedara con el deslizador. Aunque le oyera, su respuesta llegaría demasiado tarde.

Pero la pequeña esfera rodante apareció de pronto donde se suponía que no debía estar: justo enfrente de él. Trazó un pequeño zigzag de lado para apartarse del camino de Drake y giró para situarse a su espalda. Oyó el golpazo de una fuerte colisión.

El deslizador estaba a una decena de pasos, con la puerta abierta y a la espera. Drake entró de un salto y asió la manilla al mismo tiempo, giró una vez dentro y tiró para encajar la portilla. Se produjo un violento chapoteo cuando algo grande, blando y veloz se estrelló contra el exterior de la puerta.

El sonido se repitió varias veces. Drake se asomó a la ventana del deslizador. Una decena de snarks se abalanzaban en loca sucesión contra la puerta cerrada. El vehículo se mecía con los impactos.

Detrás de ellos, a veinte metros de distancia, otro snark se irguió sobre sus seudópodos traseros. Había experimentado un drástico cambio de forma y tamaño. Medía unos dos metros de alto, hinchado en su parte inferior como una pera gigante. La piel blanca estaba tirante. Ante los ojos de Drake, el pellejo onduló, se agitó e infló. No había ni rastro de Milton.

Drake sabía ahora cuál habría sido su suerte. Si el Servidor no hubiera interceptado a los snarks y llamado su atención, ese bulto enorme sería él. Quizá se debatiera, pero no mucho tiempo.

Treinta segundos después, el abotargado snark abandonó su verticalidad. La rendija seguía cerrada en su ciega cabeza, pero la herida oscura se extendía por momentos. El snark estaba cambiando de forma otra vez. Su sección más ancha se movía de un extremo a otro, rodando como una pelota de grasa de la cola a la cabeza.

La piel blanca se hundía, se hinchaba y sobresalía cada pocos segundos en puntos aislados, aleatoria y erráticamente. Los otros snarks, uno a uno, desistieron de su ataque sobre el deslizador y se replegaron para formar un círculo alrededor de su empachado compañero de manada.

El rostro sin rasgos no podía mostrar expresión alguna, pero los meneos y zarandeos indicaban que el snark estaba pasando un mal trago. Había más ondas de contracción muscular corriendo de adelante atrás por su cuerpo. Al final, despacio, a regañadientes, la rendija de la boca comenzó a alterar su forma. Pasó de ser una sola línea a una elipse estrecha, antes de expandirse rápidamente para convertirse en un orificio redondo de noventa centímetros de diámetro. Se produjo un último ataque de peristalsis. Milton salió a la luz de repente, con la escobilla metálica por delante.

El Servidor estaba cubierto de una mucosidad de color verde oscuro. Milton empezó a rodar para enderezarse, pero antes de completar el movimiento tenía otro snark encima. Sus seudópodos asieron la cabeza de alambre y la atrajeron hacia una boca que no dejaba de ensancharse.

Milton no ofreció resistencia. En cuestión de un minuto el Servidor había sido ingerido, mientras el cuerpo del snark se distendía para acomodar algo más ancho que su dimensión habitual.

Esta vez Drake pudo presenciar todo el proceso. Transcurrieron unos cuatro minutos desde la desaparición de Milton a su renacimiento. Los snarks no se daban fácilmente por vencidos. Otros cinco de ellos intentaron devorar a Milton. Otras cinco ocasiones el Servidor fue tragado y regurgitado, antes de rodar finalmente sin impedimentos lejos del corro de criaturas.

La pequeña figura rodante se dirigió al vehículo, y la cabeza de alambre apuntó a Drake. Déjame entrar. Su mensaje no necesitaba palabras. Pero a lo largo de la última media hora Drake había adquirido un considerable respeto por los snarks.

—Aguarda un momento.

Extendió una trampilla de carga desde la base del vehículo y esperó mientras Milton subía. Cuando el Servidor estuvo en su sitio, Drake los elevó treinta metros en el aire. Eso debería bastar para burlar a los snarks, tanto si saltaban de uno en uno como si trabajaban en equipo. Aun así, apartó el deslizador hacia un lado, sobre el siniestro mar azul, antes de abrir la puerta y permitir que Milton entrara.

El Servidor estaba cubierto de mucosidades de arriba abajo. Milton ofrecía un aspecto repugnante y olía aún peor. Drake no esperó a averiguar qué tramaban ahora los snarks, sino que condujo el deslizador de inmediato hacia la nave principal.

—Espero que hayamos acabado ya con los snarks —dijo Milton. Era la forma que tenía el Servidor de preguntar: «¿Podemos irnos a casa?».

Drake se sentía inclinado a responder que sí. Los humanos necesitaban toda la ayuda que pudieran conseguir para enfrentarse al Shiva, pero la ferocidad ciega no era suficiente. Debía ir acompañada de inteligencia. Los snarks eran astutos y asesinos, pero después de ver cómo se abalanzaban uno tras otro sobre el deslizador, Drake estaba seguro de que actuaban principalmente guiados por el instinto. Sabían cazar en manada, e incluso tender impresionantes trampas a su presa. Pero en la Tierra había un centenar de especies capaces de hacer lo mismo, y ninguna se podía considerar inteligente.

Por otra parte, si esa enorme agresividad de los snarks estuviera acompañada de inteligencia…

Drake, sentado en el deslizador, contempló su robusto cuerpo.

—Quiero intentar otra cosa.

—Está bien. —Milton no suspiró. Los Servidores no suspiraban.

—Cogiste mi ADN somático e incorporaste cambios para dotarme de un cuerpo adecuado a este planeta. ¿De dónde sacaste esos cambios?

—De los códigos genéticos de ciertas formas de vida nativas de este mundo… no, evidentemente, de los snarks.

—De modo que debería ser fácil realizar una pequeña variación en el procedimiento. Utiliza mi material genético. Tenemos un archivo completo de él. En particular, emplea aquellos elementos que configuren mi inteligencia. Mézclalos con el material genético de un snark… y tendremos snarks inteligentes.

Milton recibió esa sugerencia con todo el entusiasmo de un ser que ha sido tragado y vomitado media docena de veces en la última media hora. Transcurridos unos segundos, el Servidor dijo:

—No creo que eso sea posible.

—¿Por qué no? La tecnología requerida es corriente. No será más complicado que ponerme a mí en este cuerpo.

—La tecnología, tal vez. Pero desconocemos el código genético de los snarks.

—Todavía. Pero vamos a averiguarlo todo sobre él.

—¿Cómo?

—Esa es la parte más sencilla. —Drake chasqueó los dedos de su zarpa escamosa—. Mañana regresaremos a los nidos y cazaremos uno.

20

«Cuando se van los semidioses, llegan los dioses»


La síntesis sincarpal supuso toda una sorpresa para Drake. La fusión de materiales genéticos humanos y snark indicaba varios posibles resultados: una oruga de cuatro patas y cola rematada en aguijón capaz de caminar erecta; un cilindro segmentado sin cara pero con pelo y manos; o bien una lombriz humana de ojos brillantes, dotada de decenas de proto-extremidades escamosas y prensiles, con las que coger objetos y caminar.

La criatura que aparecía en la pantalla no se parecía a nada de esto. La síntesis sincarpal —abreviada como la carpa, o normalmente Carpa a secas, por Drake y Milton— podría haberse paseado por una reunión de seres humanos y pasar desapercibida. Drake, al fijarse, podía observar algunas diferencias insignificantes. Las sienes abultaban demasiado, ocultas solo parcialmente por el largo cabello castaño. Las caderas tenían algo de extraño, como si la glena de la cabeza del hueso del muslo estuviera fuera de la pelvis. La piel desnuda era basta y áspera, protegida por una densa capa de cerdas grises —aunque Drake había visto personas más velludas—. Con la ropa adecuada se disimularía esto, igual que se cubrirían los extraños genitales. Estos estaban ocultos, retraídos en la cavidad pélvica, imposibilitando así la determinación del género a simple vista. Drake pensaba en la carpa como «él», pero eso probablemente reflejaba la identificación que sentía con el ser desnudo en la superficie.

—Y tú, claro está, buscas diferencias —dijo Milton. Drake estaba viendo a Carpa en acción por vez primera, y el Servidor parecía estar a la defensiva. Casi todo esto era obra de Milton, y de nadie más—. En cualquier caso, la apariencia externa no es tan importante como los rasgos internos modificados. Y esos son invisibles para ti.

El Servidor no estaba presente en persona. Drake, encarnado en la forma escamosa diseñada para su empleo en Graybill, había insistido en realizar tres niveles de separación. Sabía lo que había encargado: agresividad extrema combinada con un gran intelecto; pero ni él ni nadie sabía aún lo que habían creado.

De modo que Drake y la única nave que podía llevarlos en órbita estaba en un sitio, cerca del ecuador de Graybill. Milton y un deslizador estaban en otro, en una península alargada en el continente del polo sur; y Carpa había sido liberado y animado a distancia en un tercer lugar, en la orilla cerca de los nidos donde Drake había huido de los snarks por los pelos.

Drake y Milton vigilaban a Carpa a distancia. Drake aumentó el zoom para enfocar más de cerca el rostro de Carpa mientras este se dirigía resuelto a los nidos. Sus pesados rasgos mostraban una expresión plácida y relajada. Su amplia boca canturreaba suavemente y sin melodía, y su mirada paseaba de un lado a otro, como si fuera un excursionista disfrutando de una tarde de verano.

Quizá fuera así como se sentía Carpa. El verano polar de Graybill estaba terminando en un crepúsculo prolongado, y las temperaturas empezaban a descender aprisa en la isla de los snarks. El polvo de nieve sobre las rocas y la grava estaba formado de dióxido de carbono sólido. La estructura física de Carpa, no obstante, había sido optimizada de acuerdo con las condiciones locales. Pese a estar desnudo, probablemente se sentía como en casa.

¡Cómo deseaba Drake poder leer en aquellos ojos oscuros bajo las cejas huesudas y prominentes! ¿Qué sabía Carpa? ¿Qué sentía? En más de un sentido, Carpa era Drake; todo su material genético humano había salido de él. En términos biológicos, este era su hijo.

Su único hijo, después de tantos miles de millones de años. Pero cuán lejos de sus sueños, cuando compraron la antigua casa colonial de ladrillo con sus cuatro dormitorios y su patio vallado, y eran felices haciendo planes. Un momento en el páramo de la aniquilación. Un momento de la vida que paladear. Pero un momento juntos. Ahora caminaba solo por la eternidad. Oh, Ana…

Carpa caminaba confiado hacia el interior, hacia el emplazamiento de los nidos de snarks. El snark del que Milton había extraído la parte no-humana del material genético de Carpa había sido capturado en este mismo conjunto de nidos. Cuando ese snark fue liberado y devuelto a su hábitat natural, ileso y, en apariencia, inalterado, sus congéneres lo hicieron pedazos. Tal vez, como un ave migratoria, Carpa llevara el instinto de orientación impreso en cada célula de su cuerpo; tal vez eso resultara ser fatal cuando llegara a su destino.

Pronto lo averiguarían. Carpa atravesaba con paso firme la vegetación verde azulada que disfrutaba de los últimos rayos de sol antes de enterrarse en el suelo e hibernar hasta la primavera. El nido estaba a la vista, con sus amplias tuberías. Igual que antes, decenas de snarks merodeaban alrededor de ellas, amontonando vida vegetal contra sus flancos.

Carpa se plantó en medio de ellos. No le atacaron, ni se giraron, ni huyeron. Continuaron exactamente igual que antes, sin prestarle más atención que a los demás. Se acuclilló junto a un montón de plantas muertas y dejó que transcurrieran varios minutos sin moverse.

—No hay indicio de que los demás pretendan emboscarlo —dijo Milton al cabo—. En tu caso, a estas alturas ya casi te tenían rodeado. Y si te hubieras acercado a los nidos, como hiciste en una de tus anteriores encarnaciones, te habrían atacado. Parece que, a pesar de su aspecto, aceptan a Carpa como uno de los suyos. ¿Y ahora qué?

Era una buena pregunta. Drake buscaba pruebas que demostraran que Carpa era el prototipo de arma que la humanidad tan desesperadamente necesitaba. Todo lo que había intentado contra el Shiva había fracasado; la Zona Silenciosa crecía día a día, como un cáncer, abriéndose paso en un gran arco a través de la galaxia.

Los snarks le habían parecido un buen primer intento. La acción tendría lugar en un lugar remoto, lejos de la interferencia o la ayuda de Milton. Si Carpa conseguía, cuando menos, sobrevivir, estaría haciéndolo mucho mejor que Drake. De hecho, ya estaba haciéndolo mejor.

Drake aumentó el zoom, estudiando el rostro de Carpa. Era pensativo, casi tanto como el del propio Drake. E inescrutable.

—Milton, ¿se sabe cómo deciden los snarks qué atacar, y qué dejar tranquilo?

—No según las observaciones. Sin embargo, si se parecen a los demás animales que forman colonias de nidos, su principal sentido será el olfato. Es probable que Carpa huela como tiene que oler.

Igual que Drake había olido como no debía. Seguía sin encontrar respuesta a su antigua pregunta: ¿A qué distancia podía detectar un snark a un animal extraño mediante el olfato? Pero aunque el olor de Carpa fuera el adecuado, sin duda su aspecto era el equivocado. Y Milton, que supuestamente no olía a nada remotamente orgánico, había sido atacado y devorado sin piedad. ¿Por qué no le habían propinado los snarks siquiera un mordisco de prueba a Carpa?

Por el mismo motivo por el que no se pasaban el día mordiéndose unos a otros. Puede que la prueba no hubiera salido tan mal después de todo. Puede que Carpa la hubiera superado, cambiando su olor a uno aceptable para los snarks.

¿Y qué hacía ahora? Seguía en cuclillas junto al montón de hojas, aparentemente ensimismado.

Drake se fijó en que los snarks habían iniciado una actividad común. Estaban quitando plantas de los montones y arrastrándolas para apilarlas en una montaña mayor. En lo que era el primer indicio de cooperación pacífica que él presenciaba, cuatro de ellos estaban empleando sus seudópodos para dar forma al montón. Las colas con forma de garfio manoteaban y alisaban los bordes para redondearlos y crear una estructura compacta y plana.

No quedó claro lo que estaban haciendo hasta que hubieron terminado y Carpa se acercó a la pila para tenderse encima de ella.

—¡Milton! Le han hecho una condenada cama.

—Eso parece.

—Pero ¿cómo les ha dicho lo que tenían que hacer? Me dijiste que los snarks no conocían el lenguaje.

—Me equivoqué, aparentemente. ¿Quieres que… abandone el experimento?

El Servidor, como otros compuestos, era incapaz de controlar ciertas nociones. Lo que quería decir Milton era: ¿Quieres que destruya a Carpa?

—Claro que no. Ha encontrado una respuesta mucho más eficaz que la agresividad: ha conseguido que los snarks trabajen para él. Quiero que sigas adelante con la siguiente prueba. Recógelo… en cuanto se despierte.

Si es que Carpa se disponía a dormir. Estaba cómodamente tumbado de espaldas en el lecho de plantas, con los brazos levantados para posar la cabeza en las manos abiertas. Sus ojos oscuros e inexpresivos estaban abiertos, contemplando la suave aguanieve de CO2 que caía sobre él.

Estaba despierto, comprendió Drake. Y pensando… Pero ¿en qué?

Los snarks eran la especie más feroz y peligrosa de todo Graybill, pero no eran los únicos depredadores del planeta. Los portasonidos eran grandes invertebrados de color gris, dotados de un exoesqueleto formidable. Gobernaban los trópicos, donde el sol de Graybill, en su cenit, podía llegar a derretir el mercurio.

Los portasonidos cazaban en solitario.

—No se parecen a los snarks en aspecto, forma ni costumbres —aseguró Milton a Drake—. Además, cazan de noche y utilizan un primitivo sistema de localización por sonido y eco, como los murciélagos de tu mundo natal. No parece probable que el olor vaya a desempeñar ningún papel en la supervivencia de Carpa.

—Si sobrevive. —Drake había visto una imagen de cerca de un portasonido, y se le encogía el estómago ante la idea de pelear con uno. El animal parecía un escorpión de caparazón duro, de unos dos metros de largo, dotado de una decena de patas fuertes y correosas. Pesaba entre ciento treinta y ciento ochenta kilos, sobre todo gracias al grueso escudo de densa armadura que le cubría el lomo y el vientre. Como los snarks, engullía entera su comida; al contrario que ellos, no podía expandir su cuerpo y su boca porque la anchura del colosal exoesqueleto era invariable. En cambio, dos anillos constrictores situados en la parte anterior de sus fauces trituraban a la presa, viva o muerta, hasta dejarla reducida a un tamaño que permitiera su ingestión.

—Opino que nuestro Carpa hará algo más que sobrevivir. Triunfará. —Al principio Milton se había mostrado receloso acerca de la posibilidad de combinar snarks y humanos. La idea de que semejante criatura pudiera tener algún valor en la batalla contra el Shiva parecía absurda. Ahora la postura del Servidor estaba cambiando. Milton se había convertido en un firme partidario, haciendo propaganda de su creación y dispuesto a creer que era capaz de todo.

El Servidor estaba listo para ordenar la liberación de Carpa. Ante la insistencia de Drake, todas las actividades seguirían efectuándose por medio de equipos de control remoto. Como precaución añadida, el deslizador sin piloto que había trasladado a Carpa de la colonia snark al ecuador no contenía ningún componente sintiente. Milton y Drake dirigían las operaciones desde una estación situada a varios cientos de kilómetros de distancia y lo vigilaban todo mediante sistemas de observación de tierra, aéreos y espaciales.

El largo crepúsculo de Graybill comenzaba cuando la puerta del vehículo se abrió automáticamente, y Carpa fue libre de salir a la quebradiza superficie gris naranja.

La atmósfera del planeta era demasiado densa para permitir el paso de la luz de la mayoría de estrellas. Las observaciones nocturnas dependían de lecturas térmicas y de microondas, y esas imágenes tendían a ser granulosas y monocromas. Milton se lamentaba ya de su mala calidad y aumentaba los resultados mediante representaciones sónicas. A Drake le preocupaba que esos rayos de sonido de alta frecuencia pudieran interferir con las propias emisiones del portasonido.

Milton lo tranquilizó.

—Se trata de un régimen de frecuencia distinto. Lo peor que puede ocurrir es alguna que otra superposición de la señal, y el sistema de interpretación del portasonido dispone de una capacidad de asimilación de excesos suficiente para compensarla. No te preocupes. El portasonido verá a Carpa.

La aseveración de Milton planteaba un problema. A menos que Carpa saliera, nadie lo vería en absoluto; y en esos momentos, no se movía nada en el calvero donde estaba el deslizador.

—¿Qué hace ahí plantado? —preguntó Drake al final.

—Lo siento, pero no sé qué contestar. Los sistemas de representación óptica del deslizador están programados para observar el exterior del vehículo. Puede que debamos cambiar eso en el futuro. Pero va todo bien. Ahí sale.

Una figura envuelta en sombras emergía de la puerta abierta del deslizador. Carpa se detuvo a escasos metros del vehículo, volviendo la cabeza a uno y otro lado.

—No verá con claridad durante mucho tiempo. Y cuando sea noche cerrada, le faltarán nuestros sensores nocturnos. —Milton aumentó la intensidad de la imagen. La escena ganó en brillo, pero no perdió su grano—. ¿Qué estará haciendo?

La figura de la pantalla estaba agachándose para tocar el suelo.

—Está excavando —dijo Drake—. No sé por qué, pero estoy seguro de que se trata de eso. No olvides que sus recuerdos derivan de su experiencia en la superficie de Graybill. También tiene instintos, por su cabeza pasan cosas de las que nada sabemos. Reconoce un entorno hostil sin que nadie se lo diga. Conoce a los portasonidos y es posible que sepa cómo encargarse de ellos.

Pero una gran parte de Carpa derivaba asimismo de Drake Merlin. ¿Qué haría Drake, él, si estuviera solo y a la intemperie en la oscuridad?

Drake poseía información de la que Carpa carecía. Sabía que un portasonido, todo lo grande que se podía encontrar en Graybill, tenía su madriguera unos doscientos metros hacia el oeste, al otro lado de un estrecho pero profundo riachuelo de hidrocarburo que discurría a unos treinta metros del claro. Peor aún, el camino de caza nocturno del portasonido cruzaba ese arroyo y se adentraba en el calvero. Habían escogido este sitio en particular para garantizar el encuentro.

Drake decidió que podía responder a su propia pregunta: Si estuviera en la calle al caer la noche, regresaría al deslizador, cerraría la puerta y dejaría pasar las catorce horas que faltaban para el amanecer. Curiosamente, eso parecía ser lo que se proponía Carpa. Se había incorporado y había vuelto a entrar en el vehículo. Pero la puerta seguía estando abierta.

Ahora Drake podía ver el resultado de las excavaciones de Carpa. La tierra del calvero era blanda y quebradiza solo en los primeros centímetros, luego se convertía en una dura maraña de raíces y rocas.

—Vuelve a salir —dijo Milton en voz baja.

Drake podía verlo con sus propios ojos. Carpa había salido del vehículo. Ignoró el hoyo que había excavado y se encaminó hacia el oeste, en dirección al arroyo. Parecía que siguiera unas tenues marcas en el suelo. Al llegar al riachuelo se quedó en la orilla varios segundos, mirando corriente arriba y abajo. La vida vegetal de Graybill nunca había desarrollado troncos leñosos, y su altura se limitaba a unos sesenta centímetros. Carpa gozaba de una vista despejada en ambos sentidos. Corriente arriba, hacia el norte, el suelo ascendía abruptamente, y en su punto más estrecho el arroyo se convertía en una serie de rápidos turbulentos. Corriente abajo, el caudal se ralentizaba y ensanchaba en una serie de pozos y bajíos.

Carpa se adentró en la corriente y anadeó en dirección norte. El turbulento cauce se oponía a él, cubriéndolo por encima de las rodillas. En un punto el arroyo se volvía más estrecho y profundo, llegándole casi hasta la cintura. Tras permanecer en el punto más hondo unos instantes, dio media vuelta y dejó que el líquido caudal lo empujara corriente abajo. Siguió anadeando pasado su punto de entrada, hasta donde el cauce se amansaba. Había aquí profundos remansos, y el riachuelo entero era mucho más ancho.

—Pero ¿qué está haciendo? —dijo Milton.

Drake no respondió. Aunque sus acciones eran extrañas, la síntesis de snark y humano imprimía un propósito concreto a cada uno de sus movimientos.

Carpa emergió del arroyo y regresó al deslizador. Entró de nuevo, y de nuevo se produjo una larga y frustrante espera. Cuando volvió a salir cargaba con un gran bulto de material blando.

—Se ha dedicado a destrozar la cabina delantera —musitó Drake—. Esos son los cojines y las fundas de la silla de control. ¿Estás seguro de que es imposible que pilote el deslizador por sí solo?

—Seguro. —Milton hacía gala de una confianza que Drake no compartía—. Tendría que cambiar las opciones del microchip de control remoto a manual, y para eso hacen falta microherramientas y conocimientos de diseño de circuitos. Cosas que él no tiene. Pero se ha encargado de que tampoco nosotros podamos hacer nada con el vehículo. Los cables que lleva encima son los que controlan la altitud y los niveles de energía. ¿Crees que simplemente pretende hacer del deslizador un lugar donde guarecerse?

—No. Podría hacer eso sin necesidad de desmontar los asientos.

Pero a Drake no se le ocurría ninguna sugerencia mejor. Vio cómo Carpa, ya casi completamente a oscuras, desandaba el camino de regreso al arroyo. La síntesis escogió el sitio minuciosamente, y en la orilla formó un tosco cilindro con los materiales de que disponía. Un largo rollo de cable lo rodeaba y volvía a sus manos. Carpa pasó otro nudo por la tierra blanda, a un metro del cilindro en ambas direcciones, y sujetó a su vez el cabo suelto de esa línea. Con el último despunte de luz fue soltando ambos cables y se metió en el agua. Corriente arriba, llegó al punto más profundo de los rápidos. Allí se agachó hasta dejar solo la cabeza fuera del agua.

—Creo que ya lo tengo —dijo Drake—. Ha visto las huellas del portasonido y debe de imaginarse qué las dejó ahí. Probó a escarbar para camuflarse, pero solo los primeros centímetros de tierra son blandos. De modo que ahora intenta ocultarse en el agua.

—¿Agua?

—Perdón. Quería decir hidrocarburos líquidos. —Pero para Drake, en su cuerpo actual, parecía agua. ¿Cómo llamar si no a un líquido claro y frío que discurría por arroyos cristalinos, que se evaporaba en los charcos de la superficie, que se podía beber cuando uno tenía sed? Carpa y él tenían muchas cosas en común, aunque Drake no pudiera seguir el proceso mental del otro. Claro que era esa diferencia en su forma de pensar lo que proporcionaba el único motivo para la existencia de Carpa.

Esa existencia estaba ahora en peligro. Milton gruñó y llamó la atención de Drake sobre otro monitor. Había oscurecido lo suficiente como para que el portasonido despertara de su letargo diurno y se pusiera en marcha. Había abandonado su guarida y avanzaba colina abajo. La imagen no iba acompañaba de sonido, pero el ágil movimiento fluido que cruzaba la irregular superficie daba una impresión de avance sigiloso y espectral.

Dicha impresión se vio confirmada cuando el portasonido encontró su primera presa de la noche. El animal era la versión más corta y rechoncha de un snark polar. Escarbaba ufano en la tierra, con la cola enarbolada en alto. El portasonido lo capturó antes de que se diera cuenta de que corría peligro. Las curtidas patas del portasonido acercaron su víctima a los anillos constrictores delanteros y dio comienzo la compresión. Manó sangre a raudales de la cabeza ciega para derramarse en las expectantes fauces del portasonido, pero el obeso snark no murió instantáneamente. Siguió debatiéndose, hasta que fue engullida la temblorosa punta de su cola.

Drake no miró a Milton. No le costaba imaginarse la reacción del Servidor, porque la compartía. La idea original le había parecido sumamente fácil: combinar la ferocidad del snark con el ingenio del ser humano para crear un organismo más eficaz que cualquiera de los dos a la hora de enfrentarse al Shiva. Lo que nadie había mencionado era la cuestión de probar el resultado.

En retrospectiva, era evidente: Milton y él tendrían que exponer a Carpa a situaciones cada vez más peligrosas, hasta que una de ellas resultara ser fatal. Era una forma de tortura particularmente perversa, sin más escapatoria que la muerte.

Drake tomó su decisión. Estaría dispuesto a sacrificarse él mismo para salvar a la galaxia del Shiva, pero no soportaba la idea de crear seres pensantes simplemente para ordenar que los mataran. Si Carpa sobrevivía a esta noche de algún modo, sería el fin del experimento. La síntesis de snark y humano viviría el resto de sus días pacíficamente en Graybill. Parecía un castigo cruel de por sí, obligar a un ser sintiente a existir sin la compañía de congéneres, pero Drake podía arreglar eso. Resultaría sencillo desarrollar una decena de copias de Carpa en el laboratorio espacial y liberarlas en la superficie del planeta.

Lo más probable, no obstante, era que eso no fuese necesario. Cada gesto del portasonido parecía enfatizar su invulnerabilidad. En el deslizador no había nada que pudiera penetrar esa colosal armadura. Nada podría cortar esas resistentes extremidades. A menos que Drake volara hasta el alejado emplazamiento de inmediato y rescatara a Carpa, las posibilidades de que la síntesis siguiera con vida al amanecer parecían próximas a cero.

Drake miró de una pantalla a otra. Al parecer, el grueso snark no había sido más que un aperitivo para el portasonido, que ahora buscaba su primer plato. Volvía a estar en marcha, rastreando el terreno. Encima del lomo blindado se habían desplegado unas largas antenas con las que recibía señales de sonido que interpretaba en forma de imágenes.

El portasonido se estaba acercando al arroyo. Muy pronto las imágenes de los dos monitores de control convergerían y mostrarían la misma escena. Para Drake, que sabía exactamente dónde mirar, la cabeza de Carpa era fácil de distinguir. Era una mancha gris claro contra el turbulento caudal más oscuro. La pregunta era, ¿reconocería ese rasgo del riachuelo el portasonido como algo nuevo y diferente, cuando había rocas naturales tanto corriente arriba como abajo que rompían la superficie para interrumpir el caudal?

Pronto lo averiguarían. Treinta metros más y el portasonido llegó a la lejana orilla. Estaba en el punto más estrecho del arroyo, donde vaciló. El deslizador estaba al otro lado, en medio del calvero. Eso sería nuevo para el portasonido; pero también nuevo, y mucho más próximo, era un grueso cilindro que yacía en la otra orilla. Mientras el portasonido se decidía, el cilindro tembló y avanzó medio metro.

El portasonido cruzó el riachuelo y saltó en un solo movimiento. Cuando hizo presa en el rollo de fundas de asiento, Carpa se enderezó en medio de la corriente. Tiró con fuerza del segundo alambre, echando el lazo a las patas y el caparazón del portasonido.

El depredador sintió la presión de inmediato y agachó la cabeza para asir el cable. Sus fauces se cerraron sobre el lazo.

El alambre contaba con una capa aislante exterior, pero su núcleo había sido diseñado para resistir tensiones y deformaciones. No se iba a romper, ni se podría cortar. Mientras el portasonido concentraba toda su atención en el cable restrictivo, Carpa tiró hacia atrás y arrastró a la esforzada criatura por la orilla hasta los rápidos. Impedido por su denso caparazón, el portasonido se hundió hasta el fondo, donde se quedó con la corriente arremolinándose alrededor de su amplio lomo.

Drake esperaba que ahora Carpa intentara arrastrar al portasonido corriente arriba y fracasara. La presión del caudal en la dirección opuesta era demasiado fuerte. Pero, en vez de eso, la síntesis de snark y humano comenzó a avanzar y permitió que el cable se destensara. Con el lazo todavía alrededor de las patas e impidiendo sus movimientos, el portasonido se debatió, chapoteó y fue arrastrado corriente abajo.

Carpa lo siguió. Sin soltar el cable, se puso peligrosamente cerca del depredador. Solo que este ya no era tan peligroso. Sus antenas, empapadas, yacían fláccidas sobre su espalda. Cuando Carpa empujó el borde del caparazón, añadiendo su peso por un momento a la fuerza de la corriente, para luego apartarse rápidamente, Drake comprendió que el portasonido estaba ciego. Su equipo emisor de sonidos estaba sumergido, y su empapado equipo receptor no tenía señales que recibir.

Pero, aun así, el animal todavía podía matar todo lo que se pusiera a su alcance. Las múltiples patas atacaban violentamente en todas direcciones, en tanto los anillos constrictores, en un violento reflejo, se dilataban y cerraban de golpe cada pocos segundos.

A continuación desapareció la parte superior de las correosas patas. La cúpula del caparazón asomaba menos sobre la superficie. La corriente había arrastrado al portasonido hasta una de las pozas más profundas.

Una vez el grueso escudo del exoesqueleto hubo desaparecido por completo bajo las aguas, Carpa tensó el cable para evitar que el cuerpo hundido llegara a zonas menos profundas. Luego se levantó y esperó.

Las ondas de la superficie revelaban la desesperada actividad sumergida. En cuatro ocasiones se enderezó el portasonido y pudo verse el filo del caparazón. Antes de que apareciera la cabeza, Carpa desequilibraba el cuerpo. A la cuarta ocasión, el portasonido cayó de espaldas antes de volver a desaparecer. Se produjo una última explosión de furiosos chapoteos, que fueron remitiendo gradualmente. Por último, la superficie del remanso dejó de hacer olas.

Carpa esperó otro par de minutos antes de anadear finalmente hasta la orilla y auparse. Se quedó sentado un momento, encorvado y con las piernas en el arroyo. Seguía sosteniendo el cable que sujetaba al portasonido en su lazo.

Parecía extenuado. No era de extrañar. Se había enfrentado a una criatura que Drake consideraba invulnerable; había combatido en un lugar que él no había elegido, y se había enfrentado a su enemigo sin armas.

Fue entonces cuando Drake reparó en lo más asombroso de todo. Milton y él habían asistido a la lucha con la ayuda de los sensores de imágenes de microondas y de alta frecuencia. Podían verlo todo. El portasonido, hasta que el caudal ahogó sus órganos sensoriales, también había visto perfectamente; pero Carpa no podía ver nada. Estaba demasiado oscuro.

Se había enfrentado al portasonido completamente a ciegas. Y aun así había vencido. Resultaba tentador preguntarse cuáles eran los límites de las habilidades de combate de Carpa. ¿Hasta dónde podría llegar, antes de perder?

Era una pregunta inmoral. Drake había tomado su decisión previamente, antes de que empezara el combate. No podía cambiar de parecer ahora.

—Se acabó —habló a Milton, que miraba fijamente el monitor donde Carpa por fin se había puesto de pie y estaba sacando el cadáver del portasonido a la orilla—. Esperaremos al amanecer. Lo primero que haremos por la mañana será ir en busca del deslizador.

—¿Y Carpa?

—Quedará en libertad. ¿No crees que se lo haya ganado?

—De sobra. Pero ¿y el Shiva?

—Tendremos que encontrar otra manera. —Drake echó un último vistazo a Carpa, que ahora tenía al portasonido de espaldas y estaba abriendo el caparazón ventral. Todo parecía indicar que la última comida del portasonido sería como plato y no como comensal. ¿Qué sentidos utilizaba Carpa para orientarse? Solo podían ser el olfato y el tacto. Si se trataba de otra cosa, de algo insospechado para los humanos, Drake no lo descubriría jamás. Del mismo modo que nunca sabría qué pensamientos habitaban en la mente de aquel cráneo cubierto de largos cabellos.

»Lo primero que haremos por la mañana —repitió—. Luego diremos adiós a Carpa. Hay medios que nunca podrán justificarse, no importa cuál sea el fin.

Parecía natural que Drake sintiera una suerte de lazo con Carpa, dadas las raíces genéticas de este. Lo más sorprendente era que Milton albergara sentimientos similares.

Aunque, ¿por qué no? Milton se había ocupado del diseño genético, amén de la delicada separación del código nucleótido humano y snark. Asimismo, Milton había cultivado el cuerpo de Carpa y había descargado en su cerebro un conjunto de datos que iba más allá del instinto de conservación básico. Si Drake era el padre y uno de los snarks era la madre de Carpa, sin duda el Servidor podía afirmar que había sido la matrona del parto.

Milton no comentó nada de esto con Drake. Simplemente, el Servidor se ofreció inusitadamente voluntario para regresar al calvero y recuperar el deslizador. Milton había confirmado que el vehículo había dejado de funcionar por control remoto, y sugirió que podría resultar ilustrativo averiguar lo que había pasado con él.

—Puedes ir, con dos condiciones. —Drake también tenía trabajo por delante. Se había propuesto que Carpa tuviera un grupo de congéneres, lo antes posible. Con la plantilla de Carpa sobre la que trabajar, la tarea sería breve y rutinaria. La simiente del laboratorio necesario había caído de su órbita, el laboratorio había crecido y su línea de manufacturación ya estaba funcionando a pleno rendimiento.

»Para empezar —continuó Drake— deberás realizar todas las operaciones con un vehículo de remolque pesado que estará en el aire en todo momento. Iza el deslizador con eso y no dejes nada en la superficie… tampoco tú. Segundo, asegúrate de que Carpa no esté cerca cuando lo hagas. Registra el deslizador, por dentro y por fuera. Si ves rastros de Carpa, abandona la operación de remolque inmediatamente y regresa a la base.

—Que es precisamente lo que habría hecho, sin necesidad de instrucciones. —El Servidor se mostraba susceptible con muy pocos temas, pero la fiabilidad y el buen juicio eran dos de ellos. Milton se alejó rodando, dejando que Drake continuara el desarrollo de los duplicados de Carpa. Las células originales estaban en un baño de nutrientes de flujo constante y mantenían una tasa de duplicación constante de 820 segundos. El crecimiento de célula base a organismo adulto, listo para pisar la superficie de Graybill, era una operación de doce horas. Faltaban menos de cuatro horas para terminar.

Drake dividió su atención entre tres asuntos mientras continuaba el proceso de crecimiento. Estaba concentrado principalmente en el desarrollo de los clones de Carpa, pero al mismo tiempo hacía planes para concluir las operaciones en Graybill. La nave nodriza orbital ya había recibido instrucciones. Estaba preparada para enviar a Drake y Milton de regreso al cuartel general vía enlace de ondas-S, en cuanto se cargaran en él.

Cada pocos minutos, Drake comprobaba las evoluciones de Milton. Igual que el deslizador abatido, el vehículo aéreo de remolque pesado había sido cultivado en Graybill. Los dos aparatos se quedarían en el planeta cuando Drake y Milton fueran cargados en la órbita. Los vehículos no durarían mucho tiempo. Con un tiempo de deterioro estimado de menos de un mes, quedarían reducidos a polvo cuando se debilitaran las fuerzas intermoleculares.

Los vehículos habían sido construidos asimismo con la vista puesta en la simplicidad, más que en el rendimiento. Eso quedaba claro durante el transcurso de las operaciones. El vehículo de remolque pesado podía planear, pero tenía una ligera tendencia a vencerse hacia delante. Drake se quedó mirando hasta que, en la segunda pasada, las pinzas magnéticas del remolque agarraron el deslizador y lo levantaron limpiamente de la superficie; después volvió a concentrarse en sus otras tareas. No había visto señales de Carpa en tierra, y confirmó que las observaciones de Milton no habían descubierto ni rastro de él. El cuerpo del portasonido había sido abierto y devorado en parte. Sin aterrizar para inspeccionar más de cerca, resultaba complicado estimar qué papel había desempeñado Carpa en esa operación. Probablemente había multitud de formas de vida nativas que se habían mostrado encantadas de desayunar a costa del portasonido.

Drake comprobó el estado de cada uno de los biotanques. Según su diseño, cada copia de Carpa había recibido un plan de desarrollo ligeramente distinto, y todos los resultados serían un poco diferentes entre sí. Drake dedicó la hora siguiente a controlar y aprobar el progreso de cada variante.

Por último, levantó la cabeza y se preguntó qué estaría retrasando al remolcador. El vehículo no había sido diseñado pensando en la velocidad, pero el viaje de vuelta de trescientos kilómetros no debería durar más de una hora. Debía de frenarlo la presencia del deslizador bajo él, y la resistencia de la densa atmósfera de Graybill. No podía haberse producido ningún problema de consideración o de lo contrario se habría activado la baliza de emergencia del remolque.

Drake volvió a concentrarse en los monitores de los biotanques. Se vio interrumpido casi inmediatamente. El vehículo de remolque pesado había llegado por fin. Bajó la aeronave dañada y la soltó en la pista de la estación, antes de posarse a su vez. Drake, asomado a la ventana, vio cómo se abría la puerta del remolcador. Milton salió rodando y se dirigió al deslizador. La cabeza de escoba se giró hacia la estación. Drake saludó con la mano y fue respondido por un asentimiento de alambres revueltos.

Drake confirmó que la nave orbital había tomado nota de la llegada del remolcador y estaba lista para cargarlos a Milton y a él. Efectuó una última comprobación de los biotanques. Todo estaba desarrollándose según lo estimado. Dentro de otras dos horas, las operaciones de crecimiento biológico en el interior de los tanques habrían terminado. Antes de que se abrieran los tanques, Drake y Milton habrían abandonado el planeta. Cada una de las copias de Carpa despertaría en un biotanque que ya estaría disolviéndose a su alrededor. Cada copia contenía información genética que la guiaría hasta el emplazamiento de Carpa, así como datos generales sobre Graybill. Una vez Drake y Milton hubieran sido transferidos al cuartel general, la nave nodriza se quedaría sobre la superficie para vigilar la actividad en el planeta por tiempo indefinido.

Drake oyó un sonido en la puerta abierta de la estación. Si Milton había terminado ya, no había motivos para demorar su partida. Sabía que su deseo, quedarse el tiempo suficiente para cerciorarse de que las copias salieran sanas y salvas de los tanques, era innecesario e incluso peligroso. En cuanto pudieran marcharse tendrían que hacerlo.

Se levantó. Al mismo tiempo, entró Carpa. Drake no percibió ningún movimiento veloz, pero de repente se encontró de nuevo en su silla, con Carpa encima de él. Un antebrazo erizado cruzado sobre su garganta lo mantenía en el sitio, permitiéndole respirar apenas.

Unos ojos oscuros se clavaron en los suyos. Eran todo pupila, redondos y negros e infinitamente profundos. Drake vio en ellos su locura y estupidez, capa sobre capa de ellas. Había sido un loco al pensar que podía jugar a ser Dios, diseñando un guerrero superior que le ayudaría a enfrentarse al Shiva. Si fracasaba, fracasaba, y el intento se quedaría simplemente en eso. Pero el éxito era mucho peor. ¿Por qué iba a esperar un ser así a pelear con el Shiva, cuando los humanos estaban al alcance de la mano? ¿Qué locura había impulsado a Drake a creer que semejante criatura, una vez creada, pudiera ser controlada y confinada?

Un centenar de relatos, tan antiguos como la historia, contaban lo que ocurría cuando un hombre conjuraba fuerzas que no podía controlar.

Y, la locura definitiva. ¿Por qué había permitido que Milton fuera solo a recuperar el deslizador? Si alguien tenía que ir solo, debería haber sido el propio Drake. No sabía qué había hecho Carpa para persuadir o engañar a Milton, ni siquiera si Milton seguía existiendo. Daba igual.

—Lo siento. —La presión sobre su garganta era enorme y apenas si pudo musitar las palabras. Las manos de Carpa cambiaron de posición sobre su cuello y empezaron a retorcerlo. Drake sabía que iba a morir, y no sería por estrangulamiento.

»Lo siento —volvió a susurrar, mientras la fuerza de torsión aumentaba. Siento haberte hecho esto, haberte dado esta vida, con este propósito.

Los ojos de Carpa adoptaron una expresión diferente. ¿Sorpresa, porque un ser que estaba a punto de morir no se resistiera? ¿Sorpresa ante las palabras de Drake, que sin duda Carpa no entendía? ¿O simplemente asombro al asomarse Carpa, como Drake, a los ojos del otro y reconocer en ellos una parte de sí?

Pero había otra presencia dentro de Carpa; un agente frío y despiadado que no admitía la razón ni la clemencia. Como todos los snarks, Carpa mataba porque no tenía elección. Mataba porque tenía que matar.

Lo siento. No había palabras que pudieran escapar de la garganta de Drake. Tenía el cuello torcido hasta un punto en el que las cervicales podían romperse y astillarse de un momento a otro. Siento lo que te he hecho. Y lo que debo hacerte ahora.

Drake había sido un loco, pero su locura no era terminal y absoluta. La aeronave orbital estaba controlando todo lo que le ocurría. Había determinadas medidas de seguridad programadas.

Sintió cómo se le rompía el cuello. Su último momento de vista empañada le mostró el rostro de Carpa, desconcertado y alerta. Carpa sabía que estaba ocurriendo algo nuevo, algo que escapaba a su control. La última sensación de Drake fue el comienzo de la disolución. Las manos que aferraban su cuello, así como el propio Drake, empezaron a debilitarse y desmenuzarse.

La muerte de Drake fue la señal. En su interior, en el interior del cuerpo de Carpa, dentro de la estación, dentro de todos los biotanques, de los deslizadores, de cada presencia o artefacto humano que había en Graybill, comenzaron los cambios. Los enlaces moleculares se quedaron sin asidero.

En los últimos instantes, Carpa soltó el cadáver de Drake y lo dejó caer al suelo. Se quedó erguido e inmóvil, sintiendo en su interior el caos de la muerte. Su último aullido, el primer sonido que emitía en su vida, fue un estertor de rabia. Mientras caía, maldijo la injusticia de un universo capaz de crear una máquina de combate perfecta, tan solo para destruirla antes de permitirle alcanzar su destino.

21

«Hemos caminado ahí fuera, cordialmente, a nuestra muerte»


Drake flotaba en el espacio abierto, a seis horas luz de la estrella más próxima. Mel Bradley estaba sentado a su lado. Aunque Drake habría estado más que dispuesto a recibir el informe y la proyección en la Sala de Guerra, Mel insistía en que viera esto de primera mano.

Drake sabía exactamente dónde estaba: en el confín más lejano de la galaxia, a salvo de la creciente Zona Silenciosa controlada —o destruida— por el Shiva. La estrella más cercana de la Zona se encontraba a unos seis años luz de distancia.

Estaba menos seguro de qué era. Había sido transmitido aquí a velocidad superlumínica, pero no a una forma de encarnación reconocible. Podía maniobrar en el espacio y mirar en cualquier dirección, pero era ajeno a la naturaleza de su cuerpo.

—Tendrás que preguntárselo a Cass Leemu —dijo Mel. Parecía despreocupado, con la atención puesta en otro sitio—. Es algo que soñó ella.

—¿Estamos hechos de plasma? —Drake volvió su atención hacia dentro y no vio nada.

—No del tipo habitual. Somos un conjunto de Condensados de Bose-Einstein. Cass dice que los CBE tienen dos grandes ventajas. Cuando estemos listos se nos transmitirá de vuelta sin modificar.

—¿Cuál es la segunda ventaja?

Mel no tenía manera de sonreír, pero irradió una lobuna sensación de regocijo.

—Si algo sale mal, Cass me ha asegurado que la disolución de una forma CBE es indolora. Evidentemente, no lo ha intentado nunca. Hace que piense uno en los predicadores del pasado, hablando de las delicias del Cielo o los tormentos del Infierno que nos esperan al morir. Siempre quise preguntarles si habían muerto ellos. ¿Cómo sabe uno lo que ocurre si no lo ha probado?

Drake estaba escuchando, pero solo a medias. Volvía a asomarse a su interior. Mel había dicho que algo estaba a punto de empezar. Drake sabía muy poco de lo que iba a suceder a continuación.

En parte, eso era obra de Mel. Era la persona perfecta para desarrollar nuevas armas ofensivas, pero también era más violento, obstinado e independiente que nunca, empeñado en hacer las cosas a su manera. Y en parte era culpa de Drake. Los milenios le habían enseñado que si uno no aprendía a delegar responsabilidades, terminaba enterrado por los detalles. Peor aún, si se implicaba uno en el proceso, perdía la facultad de ser objetivo con el resultado. Era tarea de Drake revisar lo que había hecho Mel, para luego aprobar o vetar el siguiente paso.

Pero era tan difícil. El afán de entrometerse estaba profundamente arraigado en los seres humanos.

La estrella más cercana era una blanca de tipo F0, igual que el gigantesco Canopus que atormentara a Drake eones atrás. Desde esta distancia mostraba un disco definido, ligeramente más pequeño y blanco que el Sol visto desde la Tierra. Drake podía ver una pequeña asimetría. Se había trazado una línea recta a través de la extremidad izquierda. Detrás de esa línea, pero dentro del círculo imaginario de la estrella, podía detectar tenues y dispersos puntos de luz. Otras estrellas.

—¿La cesura?

—La estás mirando —dijo Mel—. Ya ha empezado. —Hasta él parecía intimidado. La estrella que estaban contemplando podía parecer pequeña a lo lejos, pero medía cuarenta y ocho millones de kilómetros de diámetro.

Y estaba siendo devorada. La línea divisoria avanzaba constantemente hacia la derecha. Drake se fijó en la porción restante de la estrella. Parecía inalterada, intacta.

—¿Seguro que está ocurriendo, Mel? Si la cesura está enviando parte de esa estrella a otro universo, ¿cómo es que el resto no está sumido en el caos? A no ser que, de algún modo, el efecto gravitacional permanezca…

—Según Cass, no es ese el caso. Se va todo… masa, materia, campos gravitacional y magnético, todo. Lo hemos verificado con las pequeñas pruebas de asteroides y planetas. No veo ningún motivo que me haga pensar qué esta vez se equivoca.

—Entonces, ¿por qué no ha estallado el caos alrededor de la estrella?

—Es el efecto de Gato de Cheshire. Cass no lo llama así… ella emplea una retahíla de jerga científica. El caso es que se produce un lapso temporal antes de que las tensiones de campo desaparezcan de nuestro universo. Tiempo suficiente para mantener la estrella intacta mientras se adentra en la cesura. Si hubiera colonias en los planetas que rodean la estrella…, no las hay, claro, se trasladaron hace tiempo…, y si la cesura no las hubiera consumido, dichas colonias verían cómo se desvanece la estrella, pero medirían su campo gravitacional residual. Este se desvanece gradualmente en un período de ocho horas.

—¿Y si la cesura fuera más lenta y tardara más de ocho horas?

—La parte de la estrella que no hubiera sido absorbida se desmoronaría. Si la mitad de ella se quedara atrás, obtendríamos una explosión tan poderosa como la de una supernova. Lo bueno es que esto se puede hacer con cualquier tipo de estrella, cuando se quiera. Y si se elige la geometría de la cesura adecuada, se puede proyectar la energía emitida en una dirección particular. Se puede mantener el haz colimado, para que no se disperse en las distancias interestelares. O intergalácticas, si se tiene cuidado. Y ya tienes tu arma.

Un arma, y tanto. El arma definitiva. Drake miró fijamente la estrella condenada, reducida ahora a una simple astilla de fulgor. Tan solo un fino sector del lateral derecho resistía aún. Luego se giró para mirar afuera, hacia el borde galáctico. Allí brillaban las estrellas, intactas, pero silenciadas. Aisladas, controladas por el Shiva.

Ahora sabía cuánto poder tenía en sus manos. Su idea inicial era emplear las cesuras para crear una tierra de nadie, una zona vacía al filo del territorio del Shiva. Aunque el enemigo consiguiera cruzar ese cortafuego, el tiempo que tardara les diría a los humanos algo más sobre la forma y la velocidad del movimiento del Shiva.

Ahora Mel señalaba que podían hacer mucho más.

Seleccionar una estrella objetivo en la Zona Silenciosa. Elegir cualquier estrella sin planetas y prescindible en esta región, o en cualquier otro lugar conveniente de la galaxia. Crear una cesura de las dimensiones y geometría adecuadas.

Ahora, si movías la cesura para engullir la estrella de tu elección a la velocidad adecuada, saltaría al espacio una lengua de energía procedente del colapso estelar. Viajaría a una fracción considerable de la velocidad de la luz. Cuando alcanzara la estrella objetivo, cualquier planeta en órbita alrededor de esta se convertiría en un rescoldo sin vida. La estrella perdería sus capas externas en una cara. Cabía la posibilidad de que la misma estrella explotara.

Había estrellas disponibles de sobra en el sector humano de la galaxia para emparejarlas una a una con las estrellas de la Zona Silenciosa. El Shiva, fuera lo que fuera, podía ser destruido.

Fuera lo que fuera. Ahí estaba el problema. Era fácil examinar la pauta según la cual el Shiva había entrado y ocupado la galaxia desde el exterior y concluir, a juzgar por el prolongado silencio de las antiguas colonias humanas, que los Shiva eran unos conquistadores despiadados, hostiles a todo lo que no fuera su propia especie.

Y de ahí que se pudiera aplicar el viejo remedio humano, pronunciado por Roma pero sin duda mucho más antiguo: Shiva delenda est; «el Shiva ha de ser destruido».

Tener una conclusión no era lo mismo que tener pruebas. ¿Y si las colonias de la Zona Silenciosa vivían todavía? ¿Y si había otro motivo que explicara su falta de comunicación? La existencia del Shiva y el silencio de las colonias no eran los elementos de un silogismo. No se sumaban para demostrar que las colonias habían dejado de existir.

Drake se preguntó qué haría falta para convencerlo de eso. ¿Estaba demostrando que los compuestos se equivocaron al traerlo de nuevo a la vida? Quizá fuera igual que ellos, incapaz de hacer lo que había que hacer.

Volvió a contemplar el cielo, que ahora no mostraba nada donde antes estaban la estrella y la cesura. Se giró hacia Mel Bradley.

—¿Qué ocurre con la cesura cuando termina su trabajo?

—Se queda ahí, simplemente, una característica permanente del espacio-tiempo con una masa-energía asociada de cero. Jamás se deteriorará ni desaparecerá. Pero no te preocupes. Lo mismo le he preguntado yo a Cass Leemu. A menos que se active de la forma adecuada, no absorberá nada más. No hay peligro de que las cesuras sigan funcionando y terminen por devorar el universo.

—No estaba pensando en eso. Me preguntaba si una cesura podría ir y consumir otra estrella.

—Todas las que quieras. Que sepamos, no hay ningún límite para la materia o la energía que se pueden meter en una cesura y sacar del universo. Pero en vez de llevar la cesura de un sitio a otro, es más fácil crear una nueva. Cass y yo tenemos la técnica controlada. Podemos crear una para cada estrella de la galaxia… si tú quieres.

Tras las palabras de Mel había una sugerencia implícita. Lo que significa que podríamos crear una para la estrella de la Zona Silenciosa, si tú quieres, y salvar así una generosa porción de la galaxia.

Era una solución que Drake no podía emplear. Todavía no. Algún día, tal vez, cuando hubiera agotado cualquier otra esperanza, o cuando se demostrara sin lugar a dudas que los Shiva eran los destructores que parecían ser. Pero por ahora…

—Quédate aquí. Haz todas las cesuras que necesites para el cortafuego. En cuanto todas las colonias se hayan trasladado a una región segura, elimina las estrellas y pon la barrera en su sitio.

—De acuerdo —Mel parecía decepcionado—. ¿Cómo debería utilizar las cesuras, deprisa o despacio?

—Lo bastante deprisa como para evitar el problema del colapso estelar.

—Como tú digas. ¿Y la Zona Silenciosa?

—Se quedará en silencio, e intacta. —Drake echó un último vistazo al borde exterior de la galaxia, sabedor de que había colonias que desaparecían de la comunidad humana mientras miraba. Sentía la desaprobación de Mel Bradley, acrecentada por los pensamientos de cientos de billones de otros compuestos repartidos por el espacio.

»Me propongo hacer otra cosa con la Zona Silenciosa —continuó Drake—. Puedes comenzar la transmisión de regreso cuando quieras. En cuanto regrese al cuartel general pienso probar una nueva estrategia.

Era una de esas raras ocasiones en que la idea de su propia disolución era preferible a pensar en lo que tenía que hacer a continuación. Morir una vez no estaba tan mal. Todo el mundo lo hacía tarde o temprano, y formaba parte de tu futuro personal aunque no supieras cuándo ni cómo.

Morir mil millones de veces resultaba menos apetecible.

El emplazamiento de cada mundo perdido era bien conocido. Drake había escogido uno de los más recientemente silenciados, desvanecido de la comunidad humana después de su propia implicación.

Tom Lambert y él viajaban a bordo de una sonda, descargados en una forma inorgánica que compartía los ojos, oídos y unidad de comunicaciones de la nave.

Tom había asumido el control del vehículo.

—Según los informes de sitios parecidos —dijo— nos acercamos a la zona de peligro. Es ese planeta de ahí delante.

Contemplaron en silencio la imagen de un mundo en calma. Era el doble idéntico de otro planeta a unos trescientos años luz de distancia: el mismo tipo-K; masa, tamaño, parámetros orbitales e inclinación axial diferentes por un escaso porcentaje; atmósfera modificada muy ligeramente, o nada, para imitar su análoga en la Tierra. Los dos mundos habían sido colonizados por una asociación humana de formas orgánicas e inorgánicas con dos millones de años de diferencia entre sí. Aquí eran planetas hermanos, gemelos celestiales con una sola diferencia: este mundo, Argentil, después de miles de millones de años de presencia activa en la comunidad humana, había interrumpido el contacto y se negaba a responder a ninguna señal.

Tom rompió finalmente el silencio.

—¿Quieres que mantengamos la distancia?

—¿Está siendo enviado al cuartel general todo lo que vemos?

—Todo.

—Mantengamos la posición durante todo un día de Argentil y asegurémonos de que hemos visto todo lo que hay ahí abajo. Luego nos acercaremos.

Drake sospechaba que ya habían visto cuanto había que ver. Los Shiva no habían destruido el planeta ni lo habían vuelto inhabitable para los humanos. Se habían producido cambios en Argentil, particularmente un aumento en el dióxido de carbono y el vapor de agua de la atmósfera, pero eso podía deberse a cambios climáticos naturales a largo plazo. Lo mismo podía ser obra de los humanos. Fuera como fuera, el planeta seguía siendo cómodamente habitable.

Sobrevolaban a gran altura la cara iluminada por el sol. Mientras el mundo giraba lentamente bajo la nave, Drake se imaginó de repente con Ana, devuelta a su forma humana, paseando sin traje y con el cabello al viento por los bosques de Argentil.

Ese pensamiento fue como una conmoción. Hacía mucho tiempo que Ana estaba ausente de su cabeza. Hubo un tiempo en que hubiera jurado que eso era imposible, que no podría pasar ni una hora sin pensar en ella.

—De acuerdo, Tom —Drake tenía que actuar. Sentía su mente extrañamente desequilibrada. Puede que llevara observando Argentil demasiado tiempo—. En marcha. Acércanos. Bajemos hasta aterrizar.

¿Cómo era posible que no estuviera pensando constantemente en Ana, cuando ella era el único motivo de que él estuviera vagabundeando por el borde exterior de la galaxia?

Oyó gritar a Tom, pero su mente estaba lejos de allí. No vio Argentil mientras la nave se acercaba a la pauta de acercamiento final. Cuando las llamaradas de fusión brotaron de la superficie para vaporizar la nave que descendía, solo vio a Ana. Estaba frente a él, diciéndole que no se preocupara; disfrutarían juntos del futuro, cuando todo esto no fuera más que una mota inapreciable en el lejano horizonte del tiempo.

La unidad de comunicaciones de la nave no estaba controlada por la errabunda consciencia de Drake. Un sucinto mensaje final, activado por el ataque, partió en forma de señal de ondas-S en dirección al cuartel general: decía que esta nave, como tantas otras, estaba siendo destruida… por un sistema enviado a Argentil para defender al planeta del Shiva.

Otro intento más. ¿Después de cuántos?

Drake había perdido la cuenta.

Estudió las pantallas. Era algún tipo de información, aunque solo confirmara lo que ya sabía. Donde antes flotaba en el espacio libre una gigantesca colonia artificial, ahora los sensores no mostraban nada en absoluto. Sin embargo, las capas externas de la estrella más próxima, a tan solo cuatro minutos luz de distancia, revelaban sutiles cambios en su espectro. Había más líneas de absorción de metal que en los antiguos informes. Y un planeta próximo, donde antes vivía una colonia humana, estaba en silencio pero aparentemente ileso.

Era como si el Shiva destruyera las colonias del espacio libre pero dejara los planetas conquistados aptos para la vida. Drake pensó en eso mientras su nave insignia regresaba cautamente al planeta. En vez de estar acompañado por Tom Lambert, Drake había sido descargado en ambas naves. Sus dos versiones electrónicas habían decidido una estrategia al salir del cuartel general. Se habían enviado antes combinaciones de naves, sin éxito. Después de un millón de intentos frustrados ya no esperaba respuestas definitivas. Se conformaría con cualquier brizna de información adicional.

Cuando la primera nave llegó a segundos luz del planeta, la segunda liberó una cápsula diminuta. Carecía de sistemas de propulsión, pero contenía sensores en miniatura, una copia descargada de Drake y un transmisor de datos de baja frecuencia.

La cápsula flotaba silenciosa e inmóvil en el espacio, mientras a bordo Drake presenciaba el acercamiento de las dos naves principales al planeta. La primera se desvaneció en una niebla de partículas de alta energía y radiación. La segunda viró para huir, pero un arrollador ariete de fuego voló hacia ella desde el lugar en que había sido destruida la otra nave.

Drake llegó a una conclusión: el enlace de transmisión era un talón de Aquiles. La segunda nave tendría que haber estado a una distancia segura, pero después de que los Shiva acabaran con la primera nave habían podido seguir los diminutos pulsos de comunicación entre las dos.

Era otra migaja de información sobre el Shiva. Le indicaba que debía actuar con suma cautela al transmitir. Empezó a enviar datos, lenta y precavidamente, variando la fuerza y la dirección de la señal. Miles de estaciones receptoras, repartidas por toda la galaxia, recibirían una pepita inconexa de información. Cuando acabara, el cuartel general se enfrentaría a la tarea de ordenar temporalmente la secuencia de débiles señales, teniendo en cuenta los desajustes temporales, y ensamblándolas en un solo mensaje.

Drake envió los pulsos mil veces, variando el orden de los destinatarios de las señales. Cuando terminó, habían transcurrido doce mil años y se había alejado mucho de la estrella donde habían perecido las naves.

No tenía sistemas de propulsión. Ni siquiera ahora se atrevía a enviar una señal de socorro.

También sirven los que se quedan de pie y esperan.

Esperó. Durante otros ciento cuarenta mil interminables años, esperó. La cápsula contenía un mínimo de recursos informáticos y ninguna otra distracción. No tenía nada que hacer.

Por fin emitió la orden interna de apagar todos los sistemas del interior de la cápsula.

—¿Todos los sistemas? —La inteligencia de la cápsula era limitada, pero bastaba para comprender las implicaciones de esa orden.

—Esas son mis órdenes.

—Lo siento, pero no puedo cumplirlas.

—Ya entiendo. Está bien. Pásame el control.

—Eso es posible.

Drake obtuvo el control total de las operaciones de la nave.

Desactivó todos los sistemas; fue borrado; se convirtió en nada.

22

«Sus labios son rojos, despejada su mirada,

sus bucles amarillos como el oro;

su piel blanca como la lepra,

y mucho más se parece a la Muerte

que su acompañante;

helado el aire calmo vuelven sus carnes»

No iba a salir bien. Drake decidió que alguien más inteligente que él se habría dado cuenta de la verdad hacía tiempo. Pese a todos sus esfuerzos, no habían aprendido casi nada.

La información más tangible de que disponían se la había proporcionado Mel Bradley: la tasa de propagación de la zona de influencia del Shiva era de entre medio y tres kilómetros por segundo. En otras palabras, el dominio del Shiva se expandía por un año luz de espacio a entre cien mil y seiscientos mil años de la Tierra. Eso también implicaba algo. El cortafuego que había creado Mel con ayuda de las cesuras tenía cuarenta años luz de espesor. Habían pasado cuatro millones de años antes de que se perdiera un mundo de su zona «segura»; veinticinco millones de años después, hasta el último mundo del inmenso arco del cortafuego había desaparecido.

La otra cosa, señalada por Cass Leemu, era más peculiar: al parecer el Shiva se propagaba más deprisa por aquellas regiones donde los humanos tenían colonias. Por lógica tendría que ser al revés; la resistencia de las colonias debería frenar a los Shiva. En cambio, les daba alas. La política de huida, abandonar un mundo antes de la llegada prevista del Shiva, había demostrado ser la mejor defensa para otras colonias.

Y eso era todo; la suma total de cuanto habían averiguado tras cincuenta millones de años de esfuerzos y millones de sistemas estelares perdidos. La buena noticia, si se podía llamar así, era que habrían de pasar unos cuantos miles de millones de años más antes de que la galaxia entera formara parte de la Zona Silenciosa.

Drake se preguntó qué sugerir a continuación a los compuestos. ¿Que la humanidad, en todas sus formas, debía huir a otra galaxia?

Una huida universal no parecía algo factible, aunque resultara psicológicamente aceptable.

Volcó toda su atención en una sola pregunta: ¿Había algo, cualquier cosa, que no hubieran intentando ya? Solo se le ocurría una cosa. Habían enviado colonias especialmente entrenadas a mundos que en los próximos siglos o milenios serían candidatos a sucumbir frente al Shiva. Se había hecho con entidades orgánicas e inorgánicas aisladas, y con compuestos, y el resultado siempre era el mismo: las colonias informaban de que todo era correcto, todo iba bien, ningún problema. Hasta el día en que enmudecían.

Pero he aquí algo curioso: los mundos distantes no resultaban afectados. La influencia del Shiva era un efecto local. Si hubiera alguna manera de acercarse lo suficiente para observar un mundo en el momento de perderse, pero manteniéndose al mismo tiempo lo bastante alejado como para que el observador no fuera engullido por el silencio, quizá la humanidad pudiera descubrir algo nuevo.

Eso conducía a otro pensamiento: ¿Era posible que no acudieran lo suficientemente pronto a los mundos en peligro? Quizá se dieran cambios a largo plazo, sutiles advertencias de la llegada del Shiva, que los observadores de Drake no percibían porque no llevaban el tiempo suficiente viviendo en el planeta.

¿Qué tipo de indicadores eran plausibles? No sabría decirlo. Eras glaciales, variaciones en la duración de las estaciones, movimiento de los casquetes polares, inversión de la polaridad de los campos magnéticos, terremotos, modificaciones fisiológicas de los individuos a nivel celular, cambios homeostáticos… podía ser cualquier cosa. Pese a todos sus estudios, no era, ni lo sería nunca, un científico.

Pero se le ocurría una forma de poner a prueba su idea. Encarnarse en alguien, en una forma de vida prolongada. Hacer miles de copias de sí mismo, orgánicas e inorgánicas. Enviar una copia a cada mundo, mucho antes de que se anticipara la llegada del Shiva. Encargar a cada una que esperara, observara y se preparara. Pedirles que tuvieran paciencia. Ordenarles que informaran de cualquier anomalía, por pequeña que fuera.

Drake llegó a otra conclusión. Estaba pensando en «él», y no era difícil darse cuenta del porqué. ¿Cómo podía pedir a nadie que soportara una espera interminable, sobre todo cuando esta, seguramente, culminaría con su extinción definitiva?

No era ningún «él» indefinido. Era Drake.

No podía ser nadie más que Drake. Tenía que ser él. Se prepararía y enviaría copias de sí mismo. Al mismo tiempo, estaría en el cuartel general y controlaría todos los mensajes que llegaran. Y algún día, antes de que enmudeciera la galaxia entera, puede que los Drakes de allí y el Drake de aquí descubrieran algo útil.

Debía hacerse algo más. Debía ocultarse una información crucial a todas las copias de Drake que descendieran a cada planeta.

Consultaría con Cass la manera de conseguirlo.

Drake extendió los pies en la superficie pantanosa y levantó la cabeza para echar un último vistazo a la nave espacial. Era complicado, no solo porque el tamaño aparente de la nave era cada vez menor, sino porque a medida que ascendía disminuía la tasa de movimiento en el cielo. Drake estaba encarnado en una forma nativa llamada mander. Sus ojos eran como los de una rana, adecuados para ver objetos que se movieran rápidamente, menos eficaces a la hora de divisar algo inmóvil.

Un último vistazo y la nave desapareció. La vista humana podría seguirla, pero Drake no. Daba igual. Sabía dónde estaba y dónde se iba a quedar, muy por encima de la atmósfera en una órbita polar de observación.

Miró en rededor. Este planeta, Lukoris, era su nuevo hogar. Haría bien en acostumbrarse a él, porque iba a pasar aquí mucho tiempo. Medio millón de años no parecía gran cosa… si se decía deprisa. Era probable que transcurrieran entre trescientos y quinientos mil años antes de que llegara el Shiva. Medio millón de años de espera, antes de que este mundo entrara a formar parte de la creciente Zona Silenciosa.

Lo primero sería comprender y sentirse a gusto en su propio cuerpo. Hacía menos de diez minutos que lo habían animado, mientras la nave se preparaba para partir. Drake examinó la fisiología del mander con no poca curiosidad. Se suponía que iba a vivir de esa guisa, despierto o dormido, durante mil vidas humanas. Según los compuestos, este cuerpo nunca envejecería ni se desgastaría. Aunque permaneciera consciente continuamente, lo cual no era el plan, el mander se conservaría tan fuerte y ágil como hoy dentro de un millón de años.

¿Cómo era posible tal cosa? Aunque quizá la pregunta adecuada fuera: ¿Por qué no? ¿Por qué envejecían los organismos, para empezar?

La respuesta se había descubierto hacía mucho, mucho tiempo, seguida rápidamente de los protocolos de longevidad. La muerte por envejecimiento era un anacronismo casi olvidado. Pero nada de eso explicaba, de forma que Drake pudiera entender, por qué envejecían los seres, ni cómo la ciencia actual podía prolongar la edad indefinidamente.

Era como tantas otras cosas científicas: importante, útil y un completo misterio.

Drake reanudó la inspección de su cuerpo. Esta era, según el especialista en alienígenas Milton, la forma más aproximada a la humana de todo el planeta. Costaba creerlo.

Drake examinó los pies del mander. Eran grandes y palmeados. Las patas eran largas y musculosas, ideales para dar grandes saltos sin perder el equilibrio. Si nada como una rana, salta como una rana y ve como una rana…

Sacó una de sus dos lenguas. Era corta y no pegajosa ni con forma de porra. Ya lo sabía, intelectualmente, pero quería cerciorarse.

En otros aspectos el cuerpo del mander no parecía batracio en absoluto. Su piel era seca y suave al tacto, y estaba cubierta de un material semejante al aterciopelado pelaje de un topo. Sus dos bocas no estaban en la cabeza, donde se arracimaban los órganos sensoriales, sino una a cada lado del torso, bajo las aperturas nasales. Tenía el cerebro situado entre ellas, alojado en el interior de su pecho y protegido por anillos de placas óseas. No había nada que pudiera alcanzarlo sin matarlo antes.

Su encarnación no era, según Milton, la forma de vida más inteligente del planeta Lukoris. Ese puesto lo ocupaba un monstruoso depredador volador conocido como sphexbat, una criatura que rozaba la consciencia de sí mismo y cabalgaba las permanentes corrientes térmicas alrededor de los riscos y los precipicios verticales de Lukoris, sin aterrizar para comer ni aparearse. La cría del sphexbat se desarrollaba dentro de la cavidad corporal del progenitor hasta el día en que era expulsado, para volar o morir en el intento. La tasa de mutación de Lukoris era elevada. Las probabilidades de supervivencia de los sphexbats jóvenes no superaban el treinta por ciento.

A Drake le interesaban los animales principalmente porque estos estaban interesados en él; los manders eran uno de los platos favoritos del sphexbat. Un cuerpo inmortal solo lo era a efectos del envejecimiento. Todavía podían matarlo. Él, evidentemente, podía ser reencarnado, pero la muerte a manos de un sphexbat sonaba extraordinariamente desagradable. Los sphexbats no se abalanzaban en picado sobre su presa para llevársela por los aires, como las rapaces de la Tierra. Primero efectuaban una pasada a baja altura, segregando una fina neblina de vapor neurotóxico por las glándulas que tenían en la base de las alas. La cobertura que ofrecía la vegetación no era suficiente. Cualquier mander que inhalara la niebla no moriría, sino que sentiría el impulso de salir al descubierto y quedarse allí paralizado. El sphexbat que regresara al final del día para realizar su segunda batida encontraría a su presa viva y consciente pero incapaz de moverse. La víctima era abducida de la superficie y consumida a placer. Los sphexbats tenían despensas vivas en las elevadas cornisas de piedra, donde un mander —o Drake— podía aguardar despierto e inmovilizado durante varios días.

El peligro de sufrir el ataque de un sphexbat era un problema potencial en la superficie, pero no era ahí donde Drake planeaba pasar la mayor parte de su tiempo. Nadie podía vivir solo y consciente durante un millón de años, ya fuera en su propio cuerpo o en otro, sin perder la cordura. Drake estaría principalmente en el fondo del pantano con los demás manders, a diez metros de profundidad, aletargado y a salvo de cualquier ataque. Su especie estivaba con regularidad.

Lo que ocurriera en la superficie no sería ignorado. Una red de instrumentos grabarían los datos hasta que Drake volviera a la superficie. Esa información complementaría las observaciones de la nave orbital.

Drake esperaba regresar a la superficie durante el invierno de Lukoris, pero no siempre. Una vez cada cien o cada mil años saldría del pantano durante unos meses para comprobar los instrumentos y efectuar un rastreo planetario. Aquellos cambios que se produjeran demasiado despacio en tiempo real resultarían evidentes para él cuando viera el planeta como una serie de diapositivas, instantáneas tomadas a intervalos ampliamente espaciados entre sí.

Antes, empero, necesitaba un punto de referencia a partir del que medir los cambios. Debía comprender Lukoris en todos sus aspectos. Viajaría por el mundo y observaría como nunca antes había observado.

Drake suspiró y se dijo: ¿Por qué molestarse? ¿Por qué todo esto?

Pero ya conocía la respuesta. Se puso manos a la obra.

Antes de la llegada de Drake, Lukoris había sido el hogar de una floreciente colonia durante cientos de millones de años terrestres. Cuando la gran amalgama de humanos aterrados, ordenadores y compuestos, junto con todos sus enseres huyeron para apartarse del camino del Shiva, no se lo llevaron todo consigo. Drake era el heredero de un planeta entero y de la tecnología de la antigua colonia.

Esa tecnología le servía para examinar Lukoris. La red de información mundial mostraba un planeta dividido de horizontales y verticales extremas, de mares apacibles y pantanos que rodeaban cordilleras montañosas cortadas a cuchillo. El cuerpo del mander no podía sobrevivir al aire enrarecido de las cumbres más altas sin equipo, pero Drake tenía que saber qué ocurría allí arriba. ¿Quién sabía dónde y de qué manera decidiría presentarse el Shiva?

Dedicó el primer largo invierno a recorrer el planeta. En persona e indirectamente, con la ayuda de unidades sensoras en miniatura operadas por control remoto, surcó el helado río de quinientos mil kilómetros del sur, visitó los trópicos donde el agua en verano hervía hasta evaporarse y solo las bacterias aficionadas al azufre podían sobrevivir, y exploró los páramos del norte donde los sphexbats comenzaban a desarrollar sus primeras y primitivas obras de arte, dibujando con sangre animales estilizados en las paredes de roca desnuda. Los sphexbats volaban en círculos alrededor de su equipo. Eran precavidos y no atacaron de inmediato, sino que se llamaban constantemente con lo que, evidentemente, era un idioma incipiente.

Drake almacenó cada imagen, sonido y olor en la memoria aumentada de su cuerpo. No omitió nada, ni se apresuró. Tenía tiempo de sobra. Si se le pasaba algo por alto este invierno, tendría otras mil oportunidades de dar con ello.

Por fin llegó el momento de su primera estivación.

Su cuerpo comenzó el proceso de forma automática, exudando un líquido transparente que se endureció en una resistente membrana semipermeable. A través de ella podía importar pequeñas cantidades de oxígeno y agua, así como expeler los excrementos. Conforme se solidificaba el cascarón, el cuerpo de Drake empezó a enterrarse. Fuera de su control consciente excavó y escarbó en un denso cieno verde que se endurecía a medida que profundizaba en él.

El proceso era algo natural para el mander, pero no para la consciencia atrapada en él. Drake sentía que se hundía en una oscuridad absoluta, rodeado de un fluido viscoso que frustraba todos sus intentos por salvarse.

Cuando, finalmente, comprendió que no se estaba ahogando, que el cuerpo en que habitaba podía soportar las inmersiones prolongadas, siguió sin sentirse reconfortado. No era así como había imaginado su futuro: atrapado en un pantano, en un cuerpo alienígena, la única inteligencia humana en muchos años luz a la redonda sin nada más que soledad por delante. Y tendría que pasar por esto miles y miles de veces.

Su cuerpo empezaba a apagarse, ahorrando energía para pasar la larga noche. Drake combatió el letargo, intentando ser él quien dictara el curso de sus sueños. No quería estar aquí. Quería abrirse paso hasta la superficie, indicar a la nave que lo vigilaba que lo recogiera. Quería volver a casa, a la Tierra. Quería retroceder en el tiempo, a aquellos días dichosos de amor y música.

Quería a Ana…

Pero, evidentemente, ese era el motivo de que estuviera aquí. Ese era el motivo de que fuera correcto que estuviera aquí. Estaba en Lukoris para, algún día, poder reunirse con Ana de nuevo.

Algún día me reuniré con Ana de nuevo.

Mientras su cuerpo cortaba el suministro de oxígeno al cerebro, Drake se aferró a ese pensamiento. Se hizo un ovillo y abrazó el sueño con satisfacción.

La cadencia de las estaciones en Lukoris era más lenta que en la Tierra. Debido a la escasa inclinación del eje de rotación, el verano y el invierno quedaban dictados únicamente por el movimiento del planeta a lo largo de su excéntrica órbita elíptica de veinte años.

El cuerpo modificado de Drake había sido programado para dormir durante cincuenta de esos largos ciclos. Al despertar, por fin, a comienzos de un invierno, salió arrastrándose de las profundidades y esperó a que se resquebrajara su cascarón. Cuando se hubo desmenuzado lo suficiente como para permitirle libertad de movimientos, intentó comenzar su inspección. Su cuerpo de mander se lo impidió. Le insistía para que comiera y bebiera, vorazmente, terminando con un ayuno de ochocientos años. No pudo fijar su atención en Lukoris hasta haberse saciado.

Pensó de inmediato que se apreciaban algunos cambios. Los instrumentos le aseguraban que era una ilusión. Las variaciones que creía observar eran puramente psicológicas. Se estaba adaptando al cuerpo del mander y, en el proceso, los pantanos verde vidrio y los precipicios llameantes de Lukoris cobraban belleza a sus ojos.

Confirmó así lo acertado de haber venido aquí mucho antes de que se esperara la influencia del Shiva. La adaptación era un efecto pasajero, algo que remitiría tras las primeras estivaciones.

Reanudó su metódica vigilancia y medición de las poblaciones de flora y fauna, de las variaciones de la temperatura diurna, de la geología de la superficie y el subsuelo, de los niveles de radiación solar y de otras diez mil variables. Todas las mediciones se transmitían a la nave orbital. Desde allí se enviaban vía enlace de datos de ondas-S al cuartel general, a media galaxia de distancia.

¿Qué era lo importante? Drake no lo sabía. Puede que todo, puede que nada.

Se produjo un incidente impremeditado y desagradable cuando se mostró demasiado interesado en una planta filamentosa que tejía grandes tapices sobre la superficie del pantano para atraer grandes animales. Al romperse los filamentos, al parecer intencionadamente y sin previo aviso, el animal se hundía en el cieno para morir y liberar sus nutrientes. Drake no pesaba lo suficiente como para estar en peligro; pero distaba de tener cobertura alguna cerca cuando el sphexbat se abalanzó en picado sobre él durante su primera batida del día.

Lo vio y cambió de dirección. Una nube de vapor blanco cayó sobre Drake cuando surcó el aire sobre su cabeza. La única escapatoria posible consistía en enterrarse. Drake se tiró de cabeza al légamo con las bocas y los ojos fuertemente cerrados, preguntándose si no sería ésta simplemente otra forma de morir. Todavía andaba mediado el invierno, era demasiado pronto para que estivaran los manders.

Sintió frío contra la piel el cieno del pantano. Transcurridos unos minutos, Drake se dio cuenta de que no estaba ahogándose. Su cuerpo podía absorber oxígeno suficiente a través de la epidermis, siempre y cuando no se moviera demasiado.

Esperó siete horas, casi medio día de Lukoris. La nube neurotóxica debería haber sido absorbida ya por el pantano, si antes no se había disociado químicamente en presencia de la luz del sol.

Cuando salió a la superficie rompiendo el barro pegajoso, el sphexbat se encontraba en medio de su batida de recolección y a tan solo un par de kilómetros de distancia. Se abalanzó sobre Drake sin hacer ruido, impulsado por sus alas de veinte metros, con la bolsa de captura ya abierta para la recogida. Estaba a menos de treinta metros de distancia cuando vio que Drake estaba de pie y en movimiento, en vez de inerte sobre la alfombra del pantano. Sus fauces gemelas emitieron una llamada bitonal de rabia y sorpresa. El sphexbat remontó el vuelo y se alejó.

Diez segundos después, a mayor altura, regresó para volar justo por encima de su cabeza. Un par de ojos negros situados encima de la bolsa traspasaban a Drake.

¿Qué diría a sus congéneres cuando volviera a los acantilados? ¿Que había aparecido una especie de variante de mander, dotado de una nueva técnica de autodefensa?

Quizá, en el distante futuro de Lukoris, las historias narradas en torno al fuego de una tribu de sphexbats refirieran la ocasión en que había surgido una extraña criatura en la superficie, invulnerable a la neurotoxina paralizadora de la que dependía toda la caza.

Drake se dijo que estaba fantaseando. Lukoris no tenía un futuro lejano que fuera consistente con el pasado y el presente. La llegada del Shiva marcaría un punto de inflexión en la línea temporal, un momento en el que futuro y pasado quedarían discontinuamente conectados.

Reanudó su meticulosa inspección de Lukoris en todos sus aspectos.

Una y otra vez.

Los inviernos se sucedieron, uno tras otro tras otro, hasta que Drake dejó de verlos en su mente como hechos únicos y empezó a considerarlos un largo continuo de cambio insignificante. Si los veranos le parecían más memorables, era tan solo porque estaba despierto más raramente. Formaban desagradables puntos de información, en los que casi todo Lukoris experimentaba unas condiciones de calor y sequedad que el cuerpo del mander apenas si podía resistir. Drake tenía la impresión de que debía complementar los instrumentos de grabación de la superficie y en órbita con exploraciones de campo tanto en verano como en invierno, pero no resultaba sencillo. Los cambios efectuados en el cuerpo del mander permitían que estuviera despierto, sí, pero a cierto nivel no se le escapaba la realidad. Conforme subían las temperaturas, hasta la última célula de su cuerpo ansiaba estar a diez metros bajo tierra, cobijado en la fría y serena oscuridad.

Una y otra vez.

Año tras año, invierno tras invierno, verano tras verano. La posible llegada del Shiva adquiría tintes de leyenda antigua. En su mente, la confrontación definitiva era el Armagedón, el Ragnarok, el Dies Irae, el Fimbulwinter, la Última Trompeta. No se produciría nunca. No llegaría jamás.

Hasta que, de repente, se produjo.

Drake salió una mañana de su umbrosa guarida, como hiciera antes quinientas o mil veces. Las lluvias habían cesado y el aire era agradablemente fresco. Antes incluso de perder su caparazón defensivo, supo que ocurría algo extraño.

No se trataba de un simple cambio pequeño y aislado; los cambios estaban por todas partes.

Miró al cielo. El firmamento de finales de verano de Lukoris mostraba por lo general un tinte amarillo sucio. Hoy era de un prístino azul, rayado con un delicado dibujo en espiga de nubes rosas y blancas. El aire era límpido, y a lo lejos se divisaban las colinas. No las vertiginosas alturas que señoreaban escarpadas sobre la llanura circundante, sino suaves pendientes moteadas de una vegetación verde claro y pequeños sotos de árboles de rugosa corteza.

En Lukoris nunca había habido árboles. Tan solo plantas de lento crecimiento que cubrían los inacabables pantanos y formaban tupidas alfombras sobre las extensiones de agua oscura.

Los pantanos.

¿Dónde estaba entonces la fría sensación del cieno?

Drake miró hacia abajo. Debería ver una cobertura de algas y charcos legamosos, no las espigadas briznas de hierba y los macizos de azules flores silvestres que se extendían a sus pies. Y esos pies deberían ser anchos, grises y palmeados, no rosados y dotados de cinco dedos.

Inhaló hondo. Olió a lavanda, a tomillo y a rosas.

Levantó la cabeza y vio que alguien caminaba hacia él por el verde tapiz de hierba. Su cabello brillaba como el oro a la luz del sol y se movía con la antigua gracia familiar de los perfectamente sanos. No habló, pero sus labios rojos sonrieron a modo de saludo. Cuando lo abrazó Drake supo dónde estaba.

Su larga búsqueda había terminado. Estaba en el Paraíso, y la única persona que alguna vez había querido o necesitado estaba allí para compartirlo con él.

El cuerpo del mander había sido modificado de maneras deliberadamente ocultas para Drake. A lo largo de todos aquellos días y noches en Lukoris, se había enviado sin que él lo supiera un informe continuo de su condición y sus actos, procedente del módulo de memoria aumentada de su cerebro de mander, con destino a la nave orbital y de ahí al lejano cuartel general.

Cuando empezó el comportamiento anómalo en la superficie, la copia de Drake que existía en formato electrónico a bordo de la nave no se detuvo a realizar análisis ni a buscar explicaciones. No intentó enviar una señal superlumínica, que tantas veces en el pasado había fracasado cuando estaba el Shiva de por medio. En vez de eso, activó la cesura.

Llevaba cerca de la nave, preparada y aguardando este momento, más de medio millón de años. Al interior de la cesura, una tras otra, fueron a parar los diez millones de copias distintas de cada observación realizada en Lukoris, hasta el último segundo.

La nave entera y su copia de Drake entrarían a su vez en la cesura. Resultaba casi irresistiblemente tentador esperar e intentar averiguar qué había sucedido; al parecer Drake estaba allí abajo, en la superficie de Lukoris, con Ana, milagrosamente devuelta a él.

Pero esperar era demasiado arriesgado. El Drake en órbita debía asumir que el Shiva pronto encontraría y aprendería a utilizar todo lo que se quedara atrás, igual que había empleado otras defensas planetarias contra la humanidad. La nave y él debían correr la misma suerte que los paquetes de información. Inmediatamente después de eso, la cesura se cerraría.

En los milisegundos previos a la entrada de la nave en la cesura, Drake intuyó lo que era y lo que hacía el Shiva. No había tiempo para intentar enviar otro mensaje. Tan sólo podía esperar que el Drake Merlin del cuartel general llegara a la misma conclusión.

Diez millones de conjuntos de datos habían abandonado la nave para trasladarse, no al espacio, donde podrían interceptarlos, sino completamente fuera del mismo. Ni siquiera el Shiva sería capaz de seguir la pista de algo a través de una cesura ni de evitar el tránsito.

Drake conocía las probabilidades. Los compuestos las habían calculado hacía miles de millones de años. Cabía una posibilidad entre 969.119 de que uno solo de esos conjuntos de datos llegara a su destino en el cuartel general. La misma probabilidad minúscula de que la nave y el propio Drake llegaran allí. En todos los demás casos, casi con toda seguridad, Drake se desvanecería completamente del universo y experimentaría una muerte impredecible.

Pero se habían enviado diez millones de paquetes de información sobre Lukoris al interior de la cesura. Eso cambiaba por completo las posibilidades. La probabilidad de que uno o más de ellos llegaran al cuartel general era alta: de hecho, solo había una probabilidad entre treinta mil de que ningún conjunto de datos en absoluto llegara a su destino.

Era una apuesta aceptable. La certidumbre sería preferible; pero en el universo escaseaban las certidumbres.

Drake esperó, tranquilo y sorprendentemente satisfecho, a que la cesura engullera la nave y lo arrojara al olvido.

23

«El viento arrecia,

muchachos, el viento arrecia.

Oh, qué agradable caminar al frente,

señor, cuando el viento arrecia»


Por fin.

Después de cientos de millones de años y cientos de miles de millones de intentos, Drake y su equipo tenían algo con lo que trabajar.

Ese algo apenas si tenía sentido, desde luego. El grupo reunido en la Sala de Guerra estaba revisando ocho copias de informes de datos, todos ellos idénticos, que habían llegado a través de la cesura.

—Es perfectamente consistente con las estadísticas —señaló Cass Leemu—. Había un diez por ciento de probabilidades de que recibiéramos exactamente ocho copias, aunque cualquier cifra entre seis y catorce es una probabilidad elevada. Me temo que no hay ni rastro de la nave que orbitaba alrededor de Lukoris.

No le hacía falta añadir: «La nave en la que viajaba Drake».

—Las estadísticas tienen sentido. —Tom Lambert estaba estudiando uno de los monitores—. Pero nada más. Mirad esto.

La grabación de los últimos minutos sobre Lukoris existía en dos formatos. Uno de ellos mostraba lo ocurrido desde la perspectiva de los sensores repartidos por toda la superficie. El otro era la propia percepción de Drake tal y como él la recibía mediante la encarnación del mander.

Según los sensores de superficie, Lukoris estaba casi igual que hacía un año; o, ya puestos, medio millón de años. Pantanos, interrumpidos por macizos de vida vegetal, que se extendían llanos y monótonos hasta el horizonte, donde las escarpadas paredes de roca se alzaban a kilómetros de altura. El cielo sobre ellas mostraba el inalterable amarillo sulfuroso de finales de verano.

Pero la perspectiva de Drake…

—¿Qué está viendo? —dijo Milton—. ¿Y qué cree que está haciendo?

Veían con los ojos del mander cómo caminaba este por un césped de suelo fértil y flores de primavera. Milton, que nunca había visto la antigua Tierra, estaba justificadamente desconcertado. Pero Drake, sentado en la Sala de Guerra del cuartel general, sabía dónde estaba. Le costaba dar una respuesta a Milton, porque también intuía lo que vendría a continuación.

La encarnación del mander había adquirido forma humana. Caminaba descalzo por Sussex Downs, uno de los lugares de recreo favoritos de Drake y Ana. Esta estaba de pie junto a un seto, admirando un nido de zorzal. Se giró ahora para sonreír a Drake. Espontáneamente, sin mediar palabra, se abrazaron.

En aquel primer y extático momento, el Drake de la Sala de Guerra se obligó a desviar la mirada hacia el otro monitor. Los sensores mostraban al mander, inalterado en su forma, de pie, inmóvil ante una planta bulbosa de treinta centímetros de alto, con puntiagudas hojas plateadas.

—¡Alto! —exclamó apresuradamente. Y luego, a los otros—, conocéis los anteriores informes. —Señaló la pequeña planta—. ¿Es eso nuevo en Lukoris, o en esta región? Me parece que no lo había visto nunca.

—Es nuevo, aparentemente. —Los demás, empleando el poder de sus compuestos, podían responder casi de inmediato y simultáneamente.

—Pero ¿qué importancia tiene? —preguntó Par Leon—. No es más que una planta.

—No estoy seguro. Buscad más como esa.

Ese análisis concluyó también casi antes de que diera la orden. Todo el potencial de computación de la galaxia estaba a disposición de Drake. Con semejantes recursos, el problema era trivial. Utilizando la planta de hojas puntiagudas como plantilla para ejecutar un algoritmo de emparejamiento, la base de datos global de Lukoris fue escaneada y analizada, hasta el último día de cada año desde el comienzo de las observaciones.

—Están por todas partes —dijo Cass—. De este tamaño o más pequeñas. Pero hace diez años no había ninguna. Han brotado todas en los últimos años. ¿Crees que son reales?

—Seguro que sí. Es la otra escena la que es una realidad falsa. —Drake se odió por decir eso. Quería que fuera cierto lo que había visto, pero le resultaba casi imposible apartar la vista de la imagen de Ana—. Creo que esa planta es capaz de crear ilusiones en la mente de los seres inteligentes.

—¿Por qué inteligentes? —quiso saber Par Leon.

—La imaginación requiere inteligencia. —Drake indicó el primer monitor de nuevo. El mander estaba paralizado delante de la planta, mientras otros animales merodeaban por la superficie pantanosa sin reparar aparentemente en ella—. Debe existir un determinado mínimo de consciencia, cierto nivel de inteligencia, para que la mente pueda ser obligada a imaginar algo más de lo que percibe a través de los sentidos.

—Como con la hipnosis —dijo Melissa—. El sujeto ve lo que le piden que vea.

Mel Bradley frunció el ceño.

—¿Hipnotizado por una planta?

—¿Se te ocurre alguna explicación mejor? —Drake amplió la imagen del mander—. Mírame. Seguro que Cass puede sugerir mil maneras de que una señal electromagnética, o un aroma que contenga los componentes químicos adecuados, afecte al funcionamiento del cerebro. Recordemos que la planta no cambia Lukoris. Tan solo persuade al sujeto para que vea una realidad alternativa.

—Pero ¿qué realidad? —Milton parecía confuso—. Está claro que no puede imponer su realidad a nadie.

—No. —A Drake no le sorprendía saber lo que ocurría cuando los demás no. Su comprensión era exactamente proporcional a su dolor—. Su realidad no. Tu realidad. Te permite ver la realidad que deseas más que cualquier otra, e imaginar que vives en ella.

Él, más que nadie en todo el universo, comprendía el poder de seducción de semejante visión. Daría lo que fuera por ser ese otro Drake y besar a Ana en la plácida campiña. Ese era el canto de sirena del Shiva: Quédate conmigo y obtendrás lo que tu corazón anhela.

Drake intentó explicárselo a los demás, pero al cabo comprendió que no daría resultado. No podían conocer la mente del otro Drake, y era imposible que cualquiera de ellos sintiera lo que sentía él. No podían más que seguir haciendo preguntas.

—¿Cómo llega al planeta, para empezar? —dijo Tom Lambert.

—No lo sé.

—¿Eso es todo? —dijo Mel Bradley—. ¿Crees que el Shiva no es más que un puñado de plantas?

—No lo sé.

—Y el fallo de los sistemas de defensa planetarios…

—Y su propagación entre las estrellas, entre las galaxias… ¿Cómo?

—Y el que avancen más despacio donde no tenemos colonias…

—Y el que las colonias perdidas no enviaran ningún mensaje…

—No lo sé. —Drake no podía esperar a terminar con esta reunión, para poder disfrutar del placer indirecto del abrazo de Ana a su otro yo; aunque no fuera más que una ilusión, lo deseaba.

»Estáis pasando por alto lo más importante —continuó—. Esto no demuestra que el Shiva no sea más que una planta plateada con púas. No nos dice cómo se propaga el Shiva, ni por qué. No explica qué ocurre con los mundos a los que llega. Nos dice muy poco sobre el Shiva en sí. Pero a pesar de todo tenemos motivos para congratularnos. Hemos hecho un descubrimiento. Por primera vez, estábamos presentes en un planeta cuando llegó el Shiva. Hemos enviado información sobre lo ocurrido.

»No tenemos un final. Apenas si puede decirse que tengamos un comienzo. Esto es lo que debemos hacer a continuación. Tenemos que instalar copias orgánicas de mí en todos los planetas a lo largo del frente de propagación del Shiva.

Drake hizo una pausa, comprendiendo lo que acababa de decir. Esas copias estaban abocadas a desaparecer, hasta la última de ellas. Él iba a desaparecer, un millón de veces. Pero ahora existía la esperanza de que algunas de sus encarnaciones sobrevivieran. Quizá lo transportaran a un paraíso personal… una vida de ensueño, aunque fuera un sueño perfecto del que las copias no despertaran jamás.

—Además —añadió por último— debemos colocar sensores independientes en todos los planetas. Tenemos que instalar cesuras en o cerca de cada planeta, listas para actuar en cuanto cualquier cambio en la realidad indique la aparición del Shiva. Debemos instalar en una nave próxima a la cesura el equipo necesario para producir millones de copias idénticas de toda la información, con el equipo necesario para introducir esas copias en la cesura a la menor señal de problemas.

Equipo. Era una forma de describirlo. Pero ese equipo incluiría copias de sí mismo… y estas copias, al contrario que las de la superficie planetaria, estaban condenadas sin remisión.

—Y cuando hayamos hecho todo eso —La mirada de Drake, ajena a su voluntad, volvió a posarse en el monitor; este le mostraba su otro yo, con Ana todavía entre sus brazos—, cuando hayamos hecho todo eso y hayamos grabado la información de mil o un millón o diez millones de mundos, puede que tengamos lo que necesitamos. Puede que encontremos la forma de contraatacar.

Descubrimiento.

Así lo había llamado Drake, pero era la palabra equivocada. No había habido ningún torrente de información procedente de los otros mundos en el camino de la expansión del Shiva. No había habido ninguna inspiración repentina que lo aclarara todo.

Lo que había era un lento goteo de trozos y pedazos aislados, una imagen por aquí, una paradoja por allá; la confirmación de una hipótesis, la medición de tamaños, tasas y masas, cálculos de geometría galáctica, la correlación de hechos acontecidos en un millón de mundos mientras se sumían en la Zona Silenciosa.

Drake no podía llevar a cabo ese análisis. Era algo que escapaba a sus conocimientos y requería la potencia de análisis combinada de un billón de compuestos. Lo único que podía hacer era quedarse sentado en el cuartel general y grabar la desaparición de cada una de sus copias. Siempre existía la posibilidad de que alguna cesura llevara una copia de Drake de vuelta al cuartel general, junto con los conjuntos de datos obtenidos; pero eso nunca ocurría.

La recogida de información y los análisis continuaban; el arco de la Zona Silenciosa seguía extendiendo su oscuridad por la faz de la galaxia; parecía que nada había cambiado. Pero un buen día, un día que Drake no consideraba distinto de los mil millones que lo habían precedido, sus ayudantes se presentaron sin previo aviso en el chalé que hacía las veces de cuartel general.

—Drake, tenemos que hablar. —Milton había sido designado portavoz. La forma física del Servidor era la acostumbrada, pero ahora Drake detectaba en ella una cierta fatiga e incomodidad, un traslumbramiento de su presencia. La maraña de alambres de la escobilla metálica estaba en constante agitación.

—Te escucho. —Drake los miró a todos, a Cass, Milton y Tom; a Melissa, Par Leon y Mel Bradley. Todos hacían gala del mismo nerviosismo—. ¿Malas noticias?

—Sí —respondió Milton—. Pero no las que te imaginas. Hasta el último compuesto de la galaxia ha estado en contacto superlumínico pleno durante los últimos días. Por fin tenemos una imagen integrada de las actividades del Shiva. Es una inferencia derivada de muchos billones de motas de información, pero estamos convencidos de que es correcta.

—No parece que eso sea una mala noticia. Al contrario.

—En más de un sentido tienes razón, pero plantea… complicaciones. Antes de nada, permíteme que te resuma lo que sabemos de la naturaleza y los actos del Shiva. Muchas de estas cosas ya las sabrás o las habrás deducido. Algunas de tus conclusiones originales, si se me permite el atrevimiento, eran erróneas.

Milton hizo una pausa y Drake se rió.

—No tengas miedo de herir mis sentimientos. Me he equivocado más veces de las que te imaginas.

—Pero también has acertado en más ocasiones que ningún otro ser de la galaxia. Permíteme continuar. Los Shiva son organismos vivientes, distintos a todo lo que conocíamos. Su ciclo vital consta de cuatro etapas. En dos de ellas son posibles dos formas distintas de reproducción. La primera etapa, que llamamos el Shiva adulto, es inmóvil y enorme… un ejemplar completamente desarrollado puede llegar a medir doscientos kilómetros de diámetro en su base, y su altura llega a rebasar la atmósfera de muchos planetas. El adulto es invulnerable a los ataques de depredadores normales, debido a su tamaño y a que lo protege una segunda forma. Llamaremos a esta segunda forma guerrero, aunque solo da muestras de agresividad para defender al adulto. Los guerreros son una forma de progenie de los adultos.

»Es importante destacar que el adulto, pese a su tamaño, solo puede sobrevivir en determinados entornos. El oxígeno y el vapor de agua de la atmósfera deben cumplir con unos parámetros muy estrictos. La mayoría de mundos de la galaxia no satisfacen ese requisito. Volveremos sobre esto más adelante.

»Y otro detalle, puede que obvio: el adulto, debido a su tamaño, crece, vive y muere en un mismo planeta. Ningún Shiva adulto puede viajar a otro mundo.

»Pero cuando alcanzan todo su tamaño, los adultos pueden enviar otro tipo de progenie al espacio. Esto es un misterio…, el mecanismo de propagación no es algo tan simple como la dehiscencia, una proyección explosiva de semillas. No obstante, emplearemos esa analogía y llamaremos a esta etapa semilla de Shiva. La semilla es diminuta y ligera, en nada parecida al guerrero, y una vez en el espacio su movimiento se ve asistido por dos factores: la presión de la radiación, que la impulsa lejos del planeta original, y el campo magnético galáctico. En principio, las semillas podrían haberse propagado tan solo a otras partes de su mundo natal; pero hace miles de millones de años se convirtieron en viajeras interplanetarias e interestelares; con el tiempo, en intergalácticas. No sabemos dónde se originó el Shiva, pero no fue en nuestra galaxia.

»La semilla de Shiva es increíblemente resistente y longeva, capaz de sobrevivir en entornos extremos y a varios millones de años de viaje espacial. Este es otro misterio aún sin explicación: el movimiento de la semilla no es aleatorio, sino que apunta preferentemente hacia otros sistemas estelares. En las etapas finales, eso implica movimiento contra la presión de la radiación.

»Muchas semillas de Shiva deben acabar sus vidas en planetas estériles, o quemarse al caer en estrellas; pero hay un gigantesco número de ellas. Una pequeña fracción encontrará un mundo y traspasará su atmósfera hasta llegar a una superficie donde poder transformarse en la siguiente etapa del ciclo vital.

»Esta fase es la que llamamos obrero, aunque la analogía con los insectos gregarios de la Tierra no debería ir demasiado lejos. Lo mismo podríamos llamarlo cambiador o preparador. El obrero, igual que el adulto, es una forma sésil incapaz de moverse. Es la entidad parecida a una planta que vimos hace tiempo en Lukoris. Al igual que las semillas, es resistente y robusta. Los obreros medran en mundos que acabarían rápidamente con un adulto. También se propagan como las plantas, y lo hacen muy deprisa.

»Hemos discutido sobre si debería considerarse que la forma madura del Shiva es el obrero o el adulto, para decidir al final que la cuestión es irrelevante. Como ocurre con los criptógamos, los helechos de la Tierra, estas dos formas, son fases maduras alternas de un complejo ciclo vital.

»Mucho más importante, desde el punto de vista humano, es la otra función del obrero. Es capaz, mediante una combinación de campos generados y difusión química, de afectar a la conducta de los animales nativos de un planeta. Según tú, solo los seres inteligentes podían verse afectados por el Shiva, puesto que solo ellos pueden considerar una realidad alternativa. Por consiguiente, era natural concluir que la forma obrera del Shiva debía de ser inteligente.

»Ahora creemos que esas deducciones son falsas. En nuestra galaxia, antes de la difusión de la humanidad, se desarrolló la vida en mil millones de mundos. Solo cinco de esa inmensa multitud de formas alcanzaron conciencia de sí mismas. Una forma de vida que dependiera de la presencia de inteligencia en cada planeta al que llegara estaría sin duda condenada al fracaso. Es más, el obrero no es inteligente de por sí, de modo que desconoce el concepto de inteligencia. Incapaz de moverse, debe lograr su objetivo como sea sin abandonar su sitio. Dicho objetivo es sencillo: el planeta debe cambiar de su estado inicial a uno en el que se pueda desarrollar un Shiva adulto. Entonces, y no antes, avanzará el obrero a su segunda forma de reproducción para generar, no más obreros, sino nuevos adultos. Estos, a su vez crecerán, madurarán y permitirán que el Shiva llegue a nuevos mundos.

»Los obreros utilizan las formas de vida nativas de un mundo como agentes inconscientes del cambio planetario. Su reproducción, su número y sus pautas de conducta se alteran bajo el control de los obreros, para adecuar el mundo al Shiva adulto. Algunas especies nativas se extinguirán. Otras medrarán, otras evolucionarán a otras formas. Cuando el planeta esté preparado, los adultos empezarán a crecer. Los obreros desaparecen. El ciclo vital comienza de nuevo.

Milton se quedó callado. La cabeza de alambre empezó a temblar más violentamente que nunca.

—Eso es estupendo. —Drake se preguntó qué era lo que no le habían contado—. Una vez se comprende algo, resulta mucho más fácil detenerlo. Los Shiva son vulnerables. Podemos destruir sus semillas cuando lleguen a un planeta, o eliminar a los obreros en cuanto aparezcan las plantas. Si te he entendido bien, los humanos no sufren ningún cambio en su percepción de la realidad hasta que comienzan a actuar los obreros.

—Correcto.

—Entonces, en marcha. Tenemos mucho trabajo por delante.

Milton siguió callado. Por fin, fue Tom Lambert el que dijo:

—Un montón de trabajo. Pero antes tenemos que tratar otros asuntos. Para empezar, hemos pensado siempre que el Shiva era malvado… un destructor premeditado y calculador. Eso no es cierto. En sus actos no hay malicia implícita, ningún plan orientado hacia la destrucción. El cambio de las percepciones humanas, incluso hacer que las colonias emplearan contra nosotros las defensas que instalamos, fue un accidente. Creemos que la forma adulta del Shiva posee algún tipo de inteligencia y conciencia de sí, pero los obreros no. Simplemente hacían lo que hacen todas las formas de vida, intentar asegurar su propia supervivencia y propagación. En el caso de los humanos, la propagación del Shiva requería la aceptación de una realidad falsa que justificara nuestras acciones.

—Y que, tarde o temprano, condujera a la muerte de la humanidad.

—Cierto. Pero ahora que sabemos lo que ocurre, podríamos encontrar muchas maneras de detener al Shiva. Me refiero a formas pacíficas. Nada de destrucción masiva de nuestro planeta o el suyo; nada de cortafuegos que devasten arcos enteros de la galaxia; nada de cesuras que proyecten naves e inteligencias y mundos más allá de los límites del espacio y el tiempo. Y no habrá necesidad de determinadas otras cosas.

Y Drake, por fin, comprendió lo que se resistían a decirle directamente.

—Te refieres a que ya no habrá más necesidad de mí.

—Sí. El servicio que nos has prestado es inconmensurable. Estamos eternamente en deuda contigo. Cuando pensábamos que el Shiva era malvado y que intentaba destruirnos deliberadamente, tu presencia, tu coraje y tu forma de pensar eran absolutamente esenciales. Ahora no. Naturalmente, no quisiéramos sugerir que debas, o debamos, hacer nada de inmediato. Aún quedan muchas, muchísimas incógnitas y dificultades en potencia. Esperamos que nos ayudes a resolverlas. Pero en última instancia pensamos que eres un obstáculo en el camino que nos lleve a encontrar respuestas pacíficas. Estás demasiado imbuido de guerra, demasiado a favor de los rigores del combate. —Tom Lambert agachó la cabeza—. Lo siento, Drake.

—No pasa nada. —No tenía sentido explicar que él no era agresivo, que sus instintos siempre habían sido pacíficos. No lo comprenderían. Había ejercido de comandante en jefe durante muchos cientos de millones de años. Por lo que a los compuestos respectaba, se había conjurado un Drake militante de la nada electrónica para librar una batalla, para librar al universo de la amenaza del Shiva. Y una vez superada la crisis, la utilidad de Drake quedaba en entredicho. Peor que eso; era una lacra, un foco de violencia, un recordatorio de la antigua y cruel historia de la humanidad.

»No me necesitáis ahora que el problema se ha resuelto y la guerra toca a su fin, ¿verdad? Lo entiendo, Tom. Todo esto ya ha pasado antes.

—¿Sí? —Tom parecía y sonaba perplejo—. ¿Te has encontrado con alguna situación parecida en el pasado?

—Personalmente no. Pero es tan antiguo como la historia de la humanidad. ¿Os acordáis del Flautista de Hamelin, y de Tommy Atkins?

No se acordaban, como tampoco él esperaba que lo hicieran. Todos los rostros se mostraban inexpresivos. A Drake no le costaba imaginarse a incontables compuestos invisibles ahondando en memorias de cuarto y quinto nivel, intentando encontrar sentido a su referencia. Quizá encontraran algo; o quizá fuera él el único que conservaba esa partícula de cultura popular humana. En cualquier caso, daba lo mismo. Estaba claro cuál sería su siguiente paso.

—Dices que estáis en deuda conmigo. Estoy de acuerdo. De modo que haced algo por mí. Devolvedme a mi continente electrónico y dejadme dormir. Seguid buscando la manera de devolverme a Ana. Y no me despertéis hasta que hayáis conseguido algo.

Drake no preveía ningún problema con su solicitud. Pero, de nuevo, vio vacilación y azoramiento en los ojos de Tom.

—¿Qué ocurre ahora? Venga, Tom, escúpelo.

—Hay otra complicación. Siempre te has negado a formar parte de un compuesto.

—Sigo negándome. Ya sabes por qué. No he sobrevivido ocho mil millones de años para perder ahora mi motivación. No puedo permitirme el lujo de formar parte de una memoria colectiva. Quiero seguir siendo yo mismo. Piensa en qué tesitura estaríais ahora si mi decisión hubiera sido distinta.

—Eso lo entendemos. Sabemos que no podemos curar tu obsesión. Pero lo que pides es imposible. Ya existes en múltiples formas. Cuando el avance del Shiva se detenga, muchas de esas formas sobrevivirán. Algún día, regresarán.

Y, por supuesto, Tom tenía razón. Drake se había acostumbrado a la idea de tener mil millones de copias de su personalidad repartidas por toda la galaxia vía señales de ondas-S. Sabía que se habían encarnado en formas nativas en cien millones de planetas, y apostado para escuchar y vigilar en mil millones de naves distribuidas a lo largo de la frontera con el Shiva. Esas innumerables versiones de sí mismo estarían cambiando, absorbiendo nuevas experiencias, convirtiéndose en algo distinto al Drake Merlin que seguía en el cuartel general.

Había aprendido a vivir con la idea de morir, día a día, de incontables formas distintas. Lo que nunca se había parado a pensar era qué ocurriría cuando se averiguara el secreto del Shiva y todas esas copias diseminadas dejaran de estar condenadas. Cuando se encontrara la forma de contrarrestar el Shiva, sobrevivirían en un número cada vez mayor.

—Entiendo. No podéis con uno. ¿Cómo ibais a apañároslas con mil millones?

—Nos tememos que no podríamos. Queremos pedirte tu ayuda… una vez más. Muchas de las mentes que regresen habrán cambiado, muchas estarán gravemente dañadas. Tú eres el único ser de todo el universo capaz de comprenderlas y ayudarlas. Te prometemos recursos ilimitados por nuestra parte, todo lo que esté en nuestra mano, para ayudarte a desempeñar tu tarea. Lo único que te pedimos es que evites el contacto con nuestros compuestos.

—¿Queréis encerrarme, a mí y a cada una de mis versiones?

—No. Tu libertad no se vería restringida. Viajarías a tu antojo y harías lo que quisieras. La única condición que te pedimos es que haya una separación entre tú y nosotros. Te parecerá ridículo, pero nos asusta tu intensidad…, es decir, literalmente, tu independencia en nuestro universo de compuestos. Si accedes, a cambio te prometemos investigar ininterrumpidamente lo que más te interesa: el regreso de Ana.

—¿Ha habido algún avance? —Hacía cien millones de años que Drake apenas pensaba en esa pregunta.

—Nada de valor inmediato. Debería ser posible recrear a Ana en el escatón, cuando el universo se aproxime a la convergencia definitiva. Pero aún falta mucho para eso. Te prometemos seguir investigando otras posibilidades, si tú a cambio nos ayudas. ¿Qué respondes? ¿Te ocuparás de las copias de Drake Merlin cuando regresen destrozadas por miles de millones de la frontera con el Shiva?

¿Qué opción tenía? ¿Cómo podía una persona darse la espalda a sí misma, y menos cuando se sabía herida y confusa?

—«Dadme vuestros seres pobres y cansados. Dadme esas masas ansiosas de ser libres, los tristes desechos de costas populosas. Que vengan los desamparados que las tempestades batan».

Habló más para sí que para los demás, y sus expresiones de desconcierto le indicaron de nuevo que no comprendían. Drake se dio la vuelta. Los compuestos estaban escarbando en los bancos de datos, buscando una referencia, preguntándose qué acababa de decir.

Aunque ellos no lo supieran, él sí. Había accedido a hacer lo que le pedían. La guerra con el Shiva posiblemente tocara a su fin, pero para él lo más difícil estaba aún por llegar.

24 Et pluribus unum

Billones de bits, miles de millones de páginas; ahora todo era innecesario. Drake repasó la masa de información almacenada que representaba su diario personal y reflexionó sobre una curiosa ironía: la proximidad de la victoria inutilizaba su trabajo por irrelevante, como no podrían hacerlo el peligro y la derrota.

No tenía motivos para quejarse. Había sabido lo que le esperaba desde que dijo que sí a Tom y a los demás en la Sala de Guerra.

Durante todos los años transcurridos desde su primera resurrección, se había mantenido estrictamente fiel a sí mismo. Al principio lo hacía porque nadie más comprendía su necesidad ni compartía su búsqueda de Ana. Su soledad se le había antojado aún más crucial cuando entró en juego el Shiva. La suya era la única consciencia de toda la galaxia procedente de los primeros días de la humanidad, y no se atrevía a acercarse a ningún compuesto; estaba claro que ni siquiera consideraba la idea de fundirse con las redes. Se había negado, incluso, a compartir el contenido de sus bancos de datos.

Su obstinación había ocasionado problemas mil millones de veces, pero tenía la impresión de que no le quedaba otra elección. Por ineficaz que fuera el depender de otros para conseguir la mayor parte de su información, debía hacerlo así. Tenía que permanecer al margen. Alguien debía tomar las decisiones difíciles. Alguien tenía que estar dispuesto a sacrificar humanos, compuestos y aun planetas enteros. Nadie más que Drake podía hacerlo, y no se atrevía a diluir en absoluto su fuerza de voluntad.

Drake volvió a echar un vistazo al largo historial de sucesos. Los compuestos debían de pensar que no tenía alma ni corazón; sin duda pensaban que carecía de imaginación. No lograban entender cómo si no era capaz de enviar incontables versiones de sí mismo a afrontar un futuro incierto en los oscuros confines de la galaxia.

No tenían ni idea del esfuerzo que le había costado. ¿Por qué deberían? No les había contado nada. Lo había hecho, y eso era lo que importaba.

Cuando el Shiva estaba en plena expansión, era un proceso de un solo sentido. Sus copias se iban para no regresar. Pero ese ya no era el caso. Hacía una semana que había vuelto la primera copia. Él había vuelto.

Los compuestos le instaron a estudiar a conciencia esa copia antes de intentar ponerse en contacto con ella. Estaban preocupados porque su yo reaparecido había pasado por lo que ellos consideraban una «experiencia traumática». Había además, advertían, cien mil millones como esa copia en camino.

¿Una experiencia traumática? Se podía llamar así.

Drake había comprobado el trasfondo, y este caso era probablemente típico. Descargada y embarcada hacía ochocientos mil años, en forma de señal superlumínica a una nave en órbita permanente alrededor del planeta de una débil estrella emplazada en la otra punta de la galaxia. Bajada a la superficie de ese mundo y encarnada en una forma de vida alienígena mejorada, de esperanza de vida aumentada. Abandonada a su suerte para sobrevivir, resistir, observar y esperar la llegada del Shiva.

Solo que esta había sido repatriada, sin previo aviso. Se esperaba que las semillas de Shiva aterrizaran pronto en su mundo. Los compuestos estaban realizando preparativos especiales allí, al igual que en otros cien millones de planetas, y no querían que ningún elemento incontrolado entorpeciera sus planes. Temían que este ser, como los demás que iban a ser recuperados, adoleciera de «graves inestabilidades».

«Experiencia traumática», «estudiar a conciencia», «graves inestabilidades». Términos eufemísticos, asépticos.

¿Acaso no comprendían que cualquiera que hubiera pasado solo un millón de años debía adolecer de alguna inestabilidad? ¿No se daban cuenta de que a Drake no le hacía falta estudiar la copia repatriada, que la comprendía de sobra? Que lo que fuera que regresara de los confines de la galaxia no era una copia. Lo que regresaba era él, Drake Merlin.

Un él diferente, sin duda. Así debía ser, puesto que el remedo habría vivido experiencias únicas. Pero seguía tratándose de Drake, no obstante. Los compuestos tenían razón en una cosa: el Drake reaparecido necesitaba ayuda.

Había pasado tanto tiempo aislado de todos que se había convertido en una costumbre adquirida. Pero ¿cómo podría aislarse de sí mismo?

No podía.

De modo que, al final, Drake Merlin iba a entrar a formar parte de un compuesto. Este, sin embargo, iba a ser un compuesto de excepción: cada uno de sus elementos sería, a su vez, Drake.

No se imaginaba cómo saldría todo aquello. Los yoes reaparecidos habían estado dispersos por el tiempo y el espacio. Hacía mucho que había perdido la cuenta de sus copias. Algunas serían versiones mutiladas o incompletas de un Drake Merlin entero; algunas estarían totalmente desquiciadas, sin lugar a dudas. Puede que desequilibraran el conjunto.

Daba igual lo que ocurriera a la larga: al principio iba a ser un caos. Cada uno de él, sin excepción, sería distinto. El tiempo y la experiencia producen cambios de forma, de perspectiva y aun de percepción propia.

Su trabajo consistiría en comprender, asimilar y, en última instancia —si podía—, integrar cada una de las partes en un solo ser.

¿Cómo? No tenía la menor idea.

Pidió a Ana que le diera fuerzas.

25

«Que no le ponga inconvenientes yo

a la alianza de espíritus constantes»


La primera vez es la más difícil.

Drake se lo repetía constantemente e intentaba convencerse de ello. Su remedo estaba dormido cuando lo sacaron de sus ochocientos mil años de aislamiento. Lucía aún la forma ofidia que se consideraba más adecuada para la superficie de Mantoverde.

Drake se enfrentaba a su primera decisión: ¿Debería transferir la mente de su otro yo a un continente electrónico, antes de iniciar la interacción? La técnica necesaria era pura rutina, y sin duda la transferencia de información resultaría más fácil y rápida en formato electrónico. Pero ¿añadiría ese cambio una impresión adicional que hiciera el despertar más intolerable para el remedo?

Sería mejor hacerlo al revés, al menos para la primera reunión. La descarga y fusión electrónicas vendrían después. Drake dispuso su transferencia a la misma forma ofidia. Cuando despertó, ocupaba el cuerpo de un animal sin patas, con alas vestigiales en los costados y un triplete de tentáculos prensiles en su chata cabeza.

Dio la señal para despertar al otro y se preguntó: ¿Cómo lo voy a llamar, cuando quiera distinguirlo de mí en mi cabeza?

De nuevo, la respuesta era evidente. Si quiero que sufra una impresión mínima, tendrá que ser Drake Merlin. Si alguien debe cambiar de nombre, seré yo.

Unos ojos verdes y rasgados se abrieron para clavarse en él.

—Hola. —El saludo se produjo en forma de una complicada ondulación de las tres probóscides flexibles.

El otro Drake lo miró con curiosidad pero no dijo nada. Estaba seguro de saber por qué. Drake Dos estaba pensando: ¿Ha sucumbido el planeta ante los Shiva? ¿Será esta alguna manifestación de ellos, diseñada para engañarme y destruirme?

—Drake, no te fíes de las apariencias. Vuelves a estar entre humanos. Te hemos repatriado antes de que el Shiva llegara a tu planeta.

Se produjo una larga pausa pensativa. La respuesta, cuando llegó, no era exactamente la que él habría dado. El aislamiento del remedo había ocasionado cambios.

—¿Quién eres?

—Soy tú. Otra versión tuya.

—Demuéstralo. Dime algo que no sepa nadie más en el universo. Algo sobre mí que solo yo pueda saber.

Que solo yo pueda saber. Tardó unos segundos en dar con ello.

—Nuestro profesor se llamaba Bonvissuto.

—Lo que sabemos yo y todos los bancos de datos.

—Claro. El segundo año que estudiamos con él, nos apuntó a un torneo estatal. Ganamos, principalmente porque gran parte de la competición consistía en improvisar sobre un tema en concreto.

—Lo que también está registrado, supongo, en los mismos bancos de datos. —Drake Dos debía de intuir adónde conducía esto, pero sus sinuosos tentáculos permanecían inescrutables.

—Solo que nosotros no improvisamos en absoluto. Cuando desayunamos en un hotel próximo a la sala de conciertos aquella mañana antes de la competición, nos dieron una mesa que aún no estaba recogida. El comensal anterior había garabateado una serie de notas en una servilleta, antes de tacharlas. Nos fijamos en la última, porque tenía las mismas tres notas ascendentes en sol menor que inician el tercer movimiento de la Cuadragésima Sinfonía de Mozart, y además el tercer movimiento de la Quinta Sinfonía de Schubert. Empezamos a darle vueltas a lo que podríamos hacer con el tema y nos pasamos el resto del día garabateando ideas.

»Cuando el juez nos ofreció el tema sobre el que debíamos improvisar, supimos quién había ocupado aquella mesa antes que nosotros. Naturalmente, hicimos un trabajo espectacular e impresionamos a todo el mundo. Sabíamos que habíamos hecho trampa, pero no se lo dijimos a nadie…, ni siquiera a Ana.

Drake Dos estaba indicando su acuerdo.

—Me has convencido. ¿Y ahora qué? ¿Por qué me han traído de vuelta? —Y luego, con una contorsión de cómico desconcierto que Drake comprendió a la perfección—. Yo me llamo Drake… pero ¿cómo debo llamarte a ti?

—Llámame Walter, si te apetece. Ya sabes cómo detestamos el nombre que nos pusieron. Tengo que ponerte al día de lo ocurrido. Ha habido grandes cambios; principalmente para bien, pero también hay malas noticias.

Perfiló el avance en la comprensión del Shiva, y el efecto que tendría en la necesidad de Drake Merlin por parte de la sociedad. Al final de la explicación, su otro yo hizo un gesto de torvo asentimiento.

—Si ya no te necesitan, yo estoy en la misma situación. Igual que todas nuestras versiones. Somos peligrosos atavismos… hasta la próxima vez que la galaxia nos necesite.

—Lo que quizá no ocurra nunca. —Observó a su yo. Dadas sus experiencias, era reconfortantemente normal. Eso ya lo sabía, puesto que las respuestas eran parecidas a sus propias respuestas. Lo que sugería otro paso—. Habrá incontables miles de millones como nosotros, que regresarán de su servicio más allá de las estrellas. No todos serán tan equilibrados como tú. Aun así, se les debe dar la bienvenida, proporcionar explicaciones y restaurar a sus funciones normales lo antes posible. ¿Me ayudarás?

Si Drake era en verdad Drake, la respuesta no podría ser otra.

—Dime lo que tengo que hacer.

—Algunos de nuestros yoes repatriados probablemente den muestras de inestabilidad. No sé si yo… o tú… podríamos resistir semejante interacción en solitario y conservar la cordura. Tenemos que apoyarnos mutuamente. Tenemos que combinar nuestras fuerzas. Tenemos…

—…que fusionarnos. Lo comprendo.

—Pero no en esta forma. Ni siquiera sé si sería posible. Habrá que hacerlo cuando estemos en formato electrónico.

—Claro. Adelante.

Sin necesidad de explicaciones, sin necesidad de persuasión. Claro que no. No a menos que uno tuviera que persuadirse a sí mismo.

Se le había empezado a nublar la vista. La carga y la fusión eran más sencillas cuando la mente estaba plenamente quiescente. Mientras su consciencia comenzaba a desvanecerse, pensó.

¿Cómo sería él —ellos— cuando se completara la fusión? ¿Era una oruga, lista para cambiar a crisálida antes de convertirse en una mariposa? No sería así. En la metamorfosis de la oruga no se producía ninguna combinación de materiales. ¿Dos gametos, entonces, uniéndose para formar un solo zigoto en el óvulo fecundado? Eso se aproximaba más, solo que sus partes eran o lo fueron una vezexactamente idénticas.

Mientras se sumía en el limbo, se le ocurrió otro símil: era como dos gemelos idénticos; nacidos juntos, separados durante mucho, mucho tiempo, y reunidos por fin.

Drake despertó y reconoció de inmediato que sus tentativas comparaciones no tenían ningún valor. No tenía la impresión de ser una fusión. Nunca creería que una vez había sido dos individuos separados, salvo por el hecho de que sus recuerdos, a partir de cierto punto en el pasado, eran duplicados. Había nadado en los pantanos de Mantoverde, y al mismo tiempo había dirigido operaciones en la Sala de Guerra. En su mente miraba al cielo y veía dos paisajes estelares en dos firmamentos completamente distintos.

Pero también había estado en lo cierto. Su fortaleza mental, su estabilidad y su resistencia jamás habían sido mayores. Por vez primera, entendió por qué la humanidad decidía existir como elementos de un compuesto. Si la fusión de dos era así, ¿cómo sería la de una multitud? ¿Omnipotente y omnisciente?

Estaba a punto de descubrirlo. Mil copias repatriadas reclamaban su atención. Había millones más en camino.

Pero aun cuando todas ellas se fundieran en un solo Drake Merlin, eso no sería más que el principio.

La primera vez es la más difícil.

Drake recordó esa optimista aseveración y deseó que fuera verdad. Esta no era la primera vez, ni siquiera la centésimo primera. Pero estaba luchando por mantener su cordura y su misma existencia.

No había habido previo aviso. Un remedo orgánico, en apariencia igual a otros diez mil como él, había accedido a fundirse en la conciencia colectiva. La carga al formato electrónico había sido pura rutina. Se inició la fusión. Y Drake sintió en su interior una llamarada abrasadora de locura.

Solo no habría tenido ninguna oportunidad. Fue su yo ampliado, protegido por la finita tasa de transmisión aun de la comunicación por ondas-S, lo que le dio la posibilidad de defenderse.

Una posibilidad, que no una garantía. La fuerza de la locura era inimaginablemente poderosa. Se repetía una sola orden una y otra vez. Ordenaba que cada parte de Drake olvidara el mundo exterior, que se hundiera con él en un autismo que no conocía nada más allá del yo.

Pero una parte de Drake, alejada en el espacio, pudo resistirse. Ofreció un aviso urgente: Sí nos encerramos en nuestro interior, no saldremos jamás. Acordaos del condenado Narciso, que se enamoró de su reflejo. Mirad hacia fuera. Salid.

La batalla continuó. Drake perdió la noción del tiempo y el espacio. Eso era precisamente lo que quería el desquiciado componente. Tan solo una voz persistente, intrusa y distante —mirad hacia fuera, salid— proporcionaba el salvavidas que mantenía a Drake aferrado a la realidad exterior.

Llegado un momento le pareció ver una oportunidad de destruir al compuesto, borrándolo por completo de todas las formas de memoria almacenada. En el último momento comprendió que era una trampa. Él era la copia, y la copia era Drake. Al aceptar su aniquilación, estaría contemplando la idea de la auto-aniquilación y, en última instancia, garantizaría su propia disolución.

Mirad hacia fuera, salid. Continuó la lucha. Al final, poco a poco, su yo disperso encontró un asidero en la mente descarriada. La giró, gritando y debatiéndose, para encarar la fuerza conjunta de diez mil componentes, cada uno de ellos con el mismo mensaje.

Era inútil. El remedo era obtuso, irracional, impenetrable. Y en el mismo momento en que llegó a esa conclusión, se alcanzó una fase crítica. Sin previo aviso, se produjo el cambio de fase. Toda la resistencia acabó y se disolvió la locura. La mente enloquecida, rota y perturbada más allá de los límites de la locura, no lograba explicar qué había ocurrido.

Drake la consoló y dio la bienvenida a otro yo a la creciente sociedad del compuesto. Al mismo tiempo, se hizo una solemne promesa: Nunca, daba igual cuántos componentes se añadieran a su yo compuesto, volvería a dar por sentado que añadir el siguiente resultaría sencillo.

Debería ser un momento de júbilo. Drake había llevado una cuenta estricta y este era el millonésimo componente que regresaba para su rehabilitación. Estaba avanzando, con paso lento pero seguro.

Era una pena que el número un millón tuviera que ser un caso así, un caso que hacía imposible la idea de celebrar nada. Quizá fuera obra de los dioses de antaño, que castigaban su orgullo desmesurado a su manera. Drake había sentido cómo aumentaba su poder a la par que el número de sus componentes, y se había solazado en él. Abarcaba un millón de estrellas y no había nada que escapara a su alcance.

Excepto esto.

Examinó el perfil del nuevo remedo. Este Drake había corrido una suerte única y terrible. Cien millones de años atrás, había asumido una forma local orgánica y había aterrizado en un mundo donde se esperaba al Shiva. Allí había permanecido medio millón de años, para al final ser rescatado y devuelto para su posible rehabilitación.

En algún momento durante esos quinientos mil años, un parásito había entrado en el cuerpo de Drake sin que este se enterara. Para las formas de vida nativas, el organismo era en realidad un simbionte que aumentaba las probabilidades de supervivencia de su huésped. Ninguna forma de vida nativa era inteligente, de modo que no era importante que, como efecto secundario accidental, el tejido cerebral se atrofiara en presencia del parásito. El animal infectado todavía podía reproducirse. Su esperanza de vida y su capacidad reproductora aumentaban en cierto modo.

La inteligencia de Drake estaba alojada en el cerebro del animal nativo, con un ligero aumento de memoria orgánica. El declive había sido demasiado lento como para llamar la atención, hasta que llegó un momento en que dejó de haber intelecto —o cualquier otra cosa— por el que preocuparse.

La mente y la memoria de la copia repatriada se habían descargado en un continente electrónico, para que el compuesto de Drake pudiera examinarlo poco a poco. Todavía quedaba algo, un vago y débil ápice de conciencia propia. Bajo ningún concepto racional estándar podría llamarse a eso inteligencia. Pero tampoco bajo ningún concepto emocional se podía justificar su eliminación.

Drake inició la fusión. La desventurada y dañada reliquia del remedo había cumplido con su deber. Se merecía lo mejor que podía ofrecerle el compuesto. Aunque no contribuyera en nada al potencial intelectual de la mente grupal extendida, quizá el millonésimo añadido sumara una mota de emoción y compasión.

Y quizá el millonésimo primer remedo, o el mil millonésimo, se beneficiara de este gesto.

Meditabundo al filo del abismo, Drake veía crecer su propio yo. Se extendía por un millón de galaxias, aumentando en número a cada día, a cada año que pasaba. La amenaza del Shiva para la humanidad era ya historia. No había peligro en ninguna parte, no había conflicto en ningún sitio. El potencial de su desarrollo personal era ilimitado. Algún día podría llegar a abarcar el universo entero.

Y sin embargo…

Sin embargo sentía que le faltaba algo.

¿Cómo era posible? Su labor había finalizado. Había recuperado hasta el último de los componentes que había enviado a cada uno de los planetas amenazados alguna vez por el Shiva. Todos los que no habían perecido en la batalla estaban allí. A lo largo de eones se habían añadido a su compuesto extendido. Era imposible que se le hubiera pasado uno por alto.

De modo que era un espejismo. Nada iba mal. Nada había perdido u olvidado, nada.

Drake se sentía, por primera vez que pudiera recordar, en paz. Al fin podía relajarse.

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