Escuchad la canción de los sabios, descendiendo del cielo cual lluvia o lágrimas, purificando los años, tañendo el Cántico de la Gran Leyenda de la Dragonlance. Anterior al recuerdo o la palabra, hace muchos, muchos años, en los primeros albores de vida, cuando las tres lunas ascendían sobre el regazo del bosque, los inmensos y terroríficos dragones sobrevolaban los cielos de Krynn.
De la oscuridad de los dragones, gracias a nuestros ruegos de luz, en la vacía superficie de la pálida luna negra [1] una luz naciente brilló en Solamnia, un poderoso caballero invocó a los verdaderos dioses y forjó la poderosa Dragonlance, atravesando el alma de los dragones, apartando de las relucientes costas de Krynn la sombra de sus alas.
Así Huma, Caballero de Solamnia, Portador de Luz, Primer Lancero, siguió su luz hasta el pie de las Montañas Khalkist, hasta los pies de piedra de los dioses, hasta el agazapado silencio del templo. Invocando a los forjadores de la Dragonlance, tomó su indecible poder para aplastar al horroroso mal, haciendo que la garganta del dragón engullese la envolvente oscuridad.
Paladine, el Gran Dios del Bien, brilló al lado de Huma, reforzando la lanza de su brazo derecho, y Huma, resplandeciente bajo miles de lunas, expulsó a la Reina de la Oscuridad, expulso al enjambre de sus ululantes huestes devolviéndolos al reino sin sentido de la muerte, donde sus maldiciones cayeron sobre un vacío absoluto lejos de aquella tierra iluminada.
Así acabó la Era de los Sueños y comenzó la Era del Poder. En el este apareció Istar, reino de luz y verdad, donde minaretes de blanco y oro, elevándose al cielo y a la gloria del cielo, anunciaron el final del mal, e Istar, acunando y cantando a los largos veranos del bien, brilló como un meteoro en los blancos cielos de lo verdadero.
Pero en la plenitud de la luz del sol el Rey de Istar vio sombras: En la oscuridad vio que los árboles tenían dagas, los riachuelos se oscurecían y se es-pesaban bajo la silenciosa luna. Buscó libros en los que hallar los senderos de Huma, buscó pergaminos, señales y encantamientos, para que también él pudiera invocar a los dioses, encontrar apoyo para sus fines, y desterrar, así, el mal del mundo. Los dioses abandonaron el mundo y llegó la hora de la oscuridad y la muerte. Una montaña de fuego asoló Istar, la ciudad explotó como un esqueleto en llamas; de fértiles valles nacieron montañas, los mares se filtraron en las grietas de las montañas, sobre los mares abandonados suspiraron los desiertos, los amplios caminos de Krynn estallaron, convirtiéndose en senderos de muertos.
Entonces comenzó la Era de la Desesperación. Los caminos se mezclaron.
Vientos y tormentas de arena visitaron las ciudades. Llanuras y montañas se convirtieron en nuestros hogares. Cuando los antiguos dioses perdieron su poder, gritamos hacia el cielo vacío, hacia el frío y desmembrado gris, a los oídos de los nuevos dioses. Pero el cielo está sereno, silencioso, quieto. Y aún tenemos que escuchar su respuesta.