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Pasaron inquietos lo que quedaba del día. La noche había caído cuando las linternas iluminaron el corredor y una guardia militar abrió la puerta. Los prisioneros fueron llevados en silencio hasta una salida trasera donde esperaban dos automóviles; ellos fueron en uno, y toda la tropa en el otro.

Catuvellaunan carecía de iluminación vial, y no había mucho tráfico nocturno. De alguna forma eso hacía que la extensa ciudad pareciese irreal en la oscuridad. Everard prestó atención a la mecánica del coche. A vapor, como había supuesto, por combustión de carbón; ruedas de goma; una carrocería esbelta de morro afilado y un mascarón en forma de serpiente; el conjunto, de sencillo manejo y construido con esmero, pero no demasiado bien diseñado. Aparentemente aquel mundo había desarrollado lentamente una ingeniería práctica, pero no una ciencia sistemática que mereciese ser tenida en cuenta.

Atravesaron un burdo puente de hierro hasta Long Island, que en aquel mundo también era una zona residencial para acomodados. A pesar de la luz mortecina de los faros de aceite, iban a gran velocidad.

En dos ocasiones estuvieron a punto de sufrir un accidente: no había señales de tráfico ni, por lo visto, ningún conductor que no despreciase la precaución.

Gobierno y tráfico… Humm. En cierto modo al estilo francés, exceptuando los raros intervalos en que Francia tuvo a un Enrique de Navarra o a un Charles de Gaulle. Incluso en el siglo XX de Everard, Francia era predominantemente celta. No creía demasiado en las teorías sobre características raciales innatas, pero algo había que decir sobre las tradiciones que, de tan antiguas se convertían en inconscientes e imposibles de erradicar. Un mundo occidental en el que los celtas se habían convertido en dominantes y los germanos habían quedado reducidos a unos cuantos asentamientos… Sí, mira la Irlanda de tu mundo; o recuerda cómo la política tribal había fastidiado la revuelta de Vercingetórix… Pero ¿qué decir de Littorn? ¡Espera un minuto! A principio de «su» Edad Media, Lituania era un estado poderoso; había contenido a los alemanes, a los polacos y a los rusos durante mucho tiempo, y ni siquiera había adoptado el cristianismo hasta el siglo XV. Sin la competencia de los alemanes, Lituania bien podría haberse extendido hacia el este.

A pesar de la inestabilidad política celta, aquél era un mundo de grandes estados, con menos naciones separadas que en el de Everard. Eso indicaba una sociedad más antigua. En su propio mundo, la civilización occidental se había desarrollado a partir de la decadencia del Imperio romano, digamos en el 600 d.C; los celtas de este mundo debían haber tomado el control mucho antes.

Everard empezaba a entender lo sucedido con Roma, pero por el momento se guardó sus conclusiones.

Los coches llegaron hasta la puerta ornamentada de una larga muralla de piedra. Los conductores hablaron con dos guardas armados que vestían la librea de una hacienda privada y los delgados collares de acero de los esclavos. Las puertas se abrieron y los coches recorrieron un camino de gravilla entre prados y árboles. Al otro extremo, casi en la playa, había una casa. A Everard y Van Sarawak les hicieron un gesto para que se apeasen y los llevaron a ella.

Era una estructura de madera laberíntica. Las lámparas de gas del porche mostraban la fachada pintada de vistosas rayas; las terminaciones de los aguilones y las vigas estaban tallados en forma de cabeza de dragón. El mar se oía cerca, y había suficiente luz de una luna que se hundía como para que Everard distinguiese un barco cercano: presumiblemente un carguero, con una chimenea alta y mascarón.

Por las ventanas sana una luz amarilla. Un mayordomo esclavo dejó entrar al grupo. El interior estaba panelado con madera oscura, también tallada, y el suelo cubierto de gruesa moqueta. Al fondo del vestíbulo había una sala de estar atestada de muebles, varias pinturas de un estilo envarado y convencional y un alegre fuego en una enorme chimenea de piedra.

Saorann ap Ceorn estaba sentado en un sillón, Deirdre en otro. Cuando entraron, ella dejó a un lado un libro y se levantó sonriente. El oficial chupó su cigarro y miró con el ceño fruncido. Se intercambiaron algunas palabras y los guardias desaparecieron. El mayordomo trajo vino en una bandeja y Deirdre invitó a sentarse a los patrulleros.

Everard bebió de su vaso —el vino era un borgoña excelente— y preguntó con brusquedad.

—¿Por qué estamos aquí?

Deirdre lo deslumbró con una sonrisa.

—Seguro que os resultará más agradable que la celda.

—Claro está. También lo encontramos más bien decorado. Pero quiero saberlo. ¿Van a soltarnos?

—Sois… —Buscó una respuesta diplomática, pero parecía ser demasiado sincera—. Sois bienvenidos aquí, pero no podéis salir de la hacienda. Esperamos persuadiros para que nos ayudéis. Se os recompensaría bien.

—¿Ayudaros? ¿Cómo?

—Enseñando a nuestros artesanos y druidas cómo fabricar más armas y carros mágicos como los vuestros.

Everard suspiró. No tenía sentido intentar explicarlo. No tenían las herramientas para fabricar las herramientas para fabricar lo necesario, pero ¿cómo iba a hacérselo entender a una gente que creía en la magia?

—¿Es ésta la casa de tu tío? —preguntó.

—No, la mía —dijo Deirdre—. Soy hija única de mis padres, y eran nobles ricos. Murieron el año pasado.

Ap Ceorn dijo varias palabras. Deirdre las tradujo con un fruncimiento de preocupación.

—A estas alturas todos los catuvellaunanos conocen la historia de vuestra llegada, incluidos los espías extranjeros. Esperamos ocultaros de ellos aquí.

Everard, recordando las cosas que Aliados y Eje habían hecho en pequeñas naciones neutrales como Portugal, se estremeció. Hombres desesperados por una guerra inminente probablemente no serían tan corteses como los afalonios.

—¿A qué se debe este conflicto? —preguntó.

—Es por el control del océano Iceniano, claro, en particular, de ciertas islas ricas que nosotros llamamos Ynys yr Lyonnach. —Deirdre se puso en pie con un único movimiento fluido y señaló Hawai en un globo terráqueo—. Entiende —siguió diciendo—, como te dije, Littorn y los aliados occidentales, incluyéndonos a nosotros, se agotaron luchando. Hoy, los grandes poderes, en expansión y luchando entre sí, son Huy Braseal e Hinduraj. Su conflicto se traga a naciones menores, porque la lucha no es sólo entre ambiciones, sino entre sistemas: la monarquía de Hinduraj contra la teocracia adoradora del sol de Huy Braseal.

—¿Cuál es vuestra religión, si puedo preguntarlo?

Deirdre parpadeó. La pregunta le parecía sin sentido.

—La gente más educada cree que hay un gran Baal que hizo a todos los dioses menores —contestó lentamente al fin—. Pero naturalmente, mantenemos los cultos antiguos y también ofrecemos respeto a los más poderosos dioses extranjeros, como el Perkunas y Czernebog de Littorn, Wotan Ammon de Cimberland, Brahma, el Sol… Mejor no incurrir en su cólera.

—Entiendo.

Ap Ceorn ofreció cigarros y cerillas. Van Sarawak inhaló y dijo quejumbroso.

—Maldición, tenía que ser una línea temporal en la que no hablan ninguna lengua que conozca —se animó—. Pero aprendo con rapidez, incluso sin hipnosis. Conseguiré que Deirdre me enseñe.

—A ti y a mí —añadió Everard con rapidez—. Pero escucha, Van. —Le informó de lo que había descubierto.

—Humm. —El más joven se acarició la barbilla—. No es bueno, ¿eh? Claro, si nos dejasen simplemente subirnos al escúter podríamos irnos con facilidad. ¿Por qué no les seguimos la corriente?

—No son tan tontos —contestó Everard—. Puede que crean en la magia, pero no en el puro altruismo.

—Es curioso que estén tan atrasados intelectualmente y sin embargo tengan motores de combustión.

—No. Es fácil de entender. Por eso pregunté por su religión. Siempre ha sido puramente pagana; incluso el judaismo parece haber desaparecido, y el budismo no ha tenido mucha influencia. Como señaló Whitehead, la idea medieval de un dios todopoderoso fue importante para el crecimiento de la ciencia, al inculcar la noción de un orden en la naturaleza. Y Lewis Mumford añadió que los primeros monasterios fueron probablemente los responsables de la invención del reloj mecánico, un invento realmente básico, al tener horas regulares de oración. En este mundo parece que los relojes son tardíos. —Everard sonrió sardónico, una defensa contra la tristeza interior—. Es raro hablar así. Whitehead y Mumford nunca vivieron. —Sin embargo…

—Sólo un minuto. —Everard se volvió hacia Deirdre—. ¿Cuándo fue descubierto Afallon?

—¿Por los hombres blancos? En el año 4827. —Humm… ¿cuándo empieza vuestro cómputo? Deirdre parecía inmune a más sorpresas.

—La creación del mundo. Al menos, la fecha que han dado algunos filósofos. Eso fue hace 5964 años.

Lo que coincidía con la famosa estimación del 4004 a.C. del obispo Ussher, quizá por pura coincidencia… pero aun así, definitivamente había un componente semítico en aquella cultura. La historia de la creación en el Génesis era también de origen babilonio.

—¿Y cuándo se usó por primera vez el vapor (pneuma) para mover motores? —preguntó.

—Hace unos mil años. El gran druida Boroihme O’Fiona…

—No importa. —Everard dio una chupada al cigarro y pensó un rato antes de mirar a Van Sarawak—. Empiezo a entenderlo todo —dijo—. Los galos estaban lejos de ser los bárbaros que todos piensan que eran. Aprendieron mucho de los comerciantes fenicios y de los colonos griegos, así como de los etruscos en la Galia cisalpina. Un pueblo muy aventurero y lleno de energía. Los romanos, por otra parte, eran un grupo impasible, con muy pocos intereses intelectuales. En nuestro mundo hubo poco progreso tecnológico hasta la Edad Media, cuando el Imperio había sido destruido.

»En "esta" historia, los romanos desaparecieron antes. Al igual que, estoy seguro, los judíos. Mi suposición es que, sin el efecto de equilibrio de poder de Roma, los sirios derrotaron a los macabeos; casi sucedió así en nuestra propia historia. El judaismo desapareció y, por tanto, el cristianismo no llegó a existir. Pero, de cualquier modo, con Roma eliminada, los galos adquirieron la supremacía. Empezaron a explorar, construyeron mejores naves, descubrieron América en el siglo IX. Pero no estaban tan por delante de los indios como para que éstos no se pusiesen a su altura… incluso podrían sentirse estimulados a construir imperios propios, como Huy Braseal hoy. En el siglo XI, los celtas empezaron a jugar con los motores de vapor. Parece que también tienen pólvora, quizá obtenida de China, y han inventado otras cosas. Pero todo ha sido por ensayo y error, sin fundamento científico.

Van Sarawak asintió.

—Supongo que tienes razón. Pero ¿qué pasó con Roma? —No lo sé. Todavía. Pero el punto clave está ahí. Everard devolvió su atención a Deirdre.

—Puede que esto te sorprenda —dijo con suavidad—. Nuestra gente visitó este mundo hace dos mil quinientos años. Por eso hablamos griego. Pero no sabemos lo que ha sucedido desde entonces. Me gustaría que me lo contases; creo que eres una erudita.

Deidre se ruborizó y bajó las largas pestañas oscuras, algo que pocas pelirrojas tienen.

—Será una alegría para mí ayudar en todo lo que pueda. —Luego preguntó de repente—: Pero ¿nos ayudaréis vosotros a cambio?

—No lo sé —dijo Everard con seriedad—. Me gustaría. Pero no sé si podemos.

Porque, después de todo, mi trabajo es condenarte a ti y a todo tu mundo a la muerte.

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