Dieciséis años-luz de la Tierra hoy, en el quinto mes del viaje, y el impulso silencioso de la aceleración continúa aumentando la velocidad. Tres juegos de Go se están desarrollando en el salón de la nave. El capitán del año permanece de pie a la entrada del salón, observando casualmente a los jugadores: Roy y Sylvia, León y Chiang, Heinz y Elliot. El Go está muy de moda en la nave desde hace varias semanas. Los jugadores —por ahora se han sentido atraídos por la manía del juego unos dieciocho a veinte miembros de la expedición— permanecen sentados hora tras hora, contemplando las estrategias, inventando variaciones, cogiendo las piedras negras o blancas entre los dedos índice y medio, dejando caer las suaves piedras contra el tablero de madera, con ese característico y agudo sonido que producen. El capitán del año no juega, aunque el Go llegó a interesarle casi hasta la obsesión, hace ya mucho tiempo; nota que sus responsabilidades son tan acuciantes que no le atrae ahora ninguna clase de ejercicio en conquista territorial simulada. Sin embargo, viene aquí para observar, quedándose cinco o diez minutos, dedicándose después a sus deberes.
El mejor de los jugadores es Roy, el matemático, un hombre grande y pesado con un rostro suave y dormilón. Está sentado con los ojos cerrados, esperando con tranquilidad a que le llegue el turno para jugar.
—Me depuro a mí mismo contra la necesidad de ganar —le dijo ayer al capitán del año, cuando éste le preguntó en qué ocupaba su mente mientras esperaba.
Depurado o no, Roy gana más de la mitad de los juegos en que participa, aun cuando concede a la mayoría de sus contrincantes una ventaja de cuatro o cinco piedras.
A Sylvia sólo le concede una ventaja de dos. Ella es una mujer delicada, delgada y tímida; es genetista y juega bien, aunque con lentitud. Hace ahora su movimiento. Al escuchar el sonido, Roy abre los ojos. Estudia el tablero, señala y dice:
—Atari.
Es la forma convencional de llamar la atención al contrincante sobre el hecho de que su movimiento le va a permitir capturar varias de sus piedras. Sylvia sonríe ligeramente y retrasa su movimiento. Un momento después, vuelve a mover. Roy asiente con un gesto y recoge una piedra blanca, que sostiene en la mano durante casi un minuto antes de colocarla en el tablero.
Al capitán del año le gustaría hablar con Sylvia sobre uno de sus experimentos, pero comprende que estará ocupada con el juego durante una hora o más. La conversación puede esperar. En la nave nadie tiene prisa. Disponen de mucho tiempo para todo: toda una vida, quizá, si no pueden encontrar ningún planeta habitable. El universo es suyo. Examina el tablero y trata de anticipar cuál será el siguiente movimiento de Sylvia.
Tras él suenan unos pasos suaves; el capitán del año se vuelve. Noelle, la comunicadora de la nave, se aproxima al salón. Es una joven delgada y ciega de largo pelo negro, y habitualmente camina por los pasillos sin ayuda alguna: sin sensores, sin utilizar siquiera un bastón. Ocasionalmente tropieza, pero su equilibrio suele ser excelente, y su sentido de la situación de los obstáculos es extraordinario. Quizá para la ciega sea una especie de arrogancia el evitar toda clase de ayuda; pero también es una especie de poesía desesperada.
—Buenos días, capitán del año —saluda, al acercarse.
Noelle es infalible cuando se trata de hacer tales identificaciones. Ella afirma ser capaz de distinguir a los miembros de la expedición por pequeñísimos sonidos característicos que hace cada uno de ellos: la forma de respirar, las toses, el roce de las ropas. Entre los otros reina un cierto escepticismo al respecto. Muchos de quienes viajan a bordo de la nave creen que Noelle lee sus mentes. Ella no niega que posea el poder de la telepatía, pero insiste en afirmar que la única mente a la que tiene acceso directo es la de su hermana gemela Yvonne, que se ha quedado en la Tierra.
Se vuelve hacia ella y los ojos de ambos se encuentran; es un acto automático, una costumbre. Los de ella, oscuros y límpidos, miran con una fijeza desconcertante a través de la frente de él.
—Tendré un informe para que lo transmitas dentro de un par de horas —le dice él.
—Estoy dispuesta en cualquier momento —dice, sonriendo débilmente; a continuación escucha un momento el sonido de las piedras del Go y añade—: ¿Se están jugando tres juegos?
—Sí.
—Qué extraño que el juego no haya empezado a perder ya la afición que le tienen.
—Su atracción es poderosa —dice el capitán del año.
—Tiene que serlo. ¡Qué bonito es poder entregarse de ese modo a un juego!
—Lo dudo. El jugar al Go consume una gran cantidad de tiempo valioso.
—¿Tiempo? —Noelle se echó a reír—. ¿Qué podemos hacer con el tiempo, excepto consumirlo? —tras una pausa, pregunta—: ¿Es un juego difícil?
—Las reglas son bastante simples. La aplicación de esas reglas ya es una cuestión totalmente aparte. Creo que es un juego más profundo y sutil que el ajedrez.
Los ojos de ella recorren su rostro y de repente se detienen en los suyos.
—¿Cuánto tiempo tardaría yo en aprender a jugar?
—¿Tú?
—¿Y por qué no? También necesito algo de distracción, capitán del año.
—El tablero tiene cientos de intersecciones. Se pueden hacer movimientos en cualesquiera de ellas. Los modelos que se forman son complejos y están cambiando constantemente. Para alguien que no puede ver…
—Mi memoria es excelente —dijo Noelle—. Puedo visualizar el tablero y hacer las correcciones necesarias a medida que avance el juego. Sólo necesitas decirme dónde colocas tus piedras. Y, supongo, también deberías guiar mi mano cuando hiciera mis movimientos.
—Dudo que eso funcione, Noelle.
—De todos modos, ¿me enseñarás?
La nave es lisa y brillante, ahusada, elegante: una bala de plata cruzando el universo como un rayo, a una velocidad que en estos momentos excede ya el millón de kilómetros por segundo… Bueno, no. De hecho, la nave no es una bala, sino algo bastante rechoncho y solemne, tan desgarbado como cualquier vehículo espacial ordinario, dotada de una elaborada superestructura de brazos extensores, antenas, botalones de observación y otros artilugios externos. Pero, debido a su increíble velocidad, el capitán del año insiste en pensar en ella como algo liso y brillante, ahusado y elegante. Le lleva sin fricción alguna a través de la vasta capa gris y vacía del no-espacio, a una velocidad superior a la de la luz. Él sabe cómo es, pero se siente incapaz de eliminar de su mente esa imagen aerodinámica.
La expedición ya se encuentra a dieciséis años luz de la Tierra. Eso es algo que no le resulta fácil comprender. Percibe la fuerza, pero no el verdadero significado. Se puede decir a sí mismo: «ya estamos a dieciséis kilómetros de casa»; eso lo puede comprender. «Ya estamos a mil seiscientos kilómetros de casa»… sí, eso también puede comprenderlo. ¿Qué pasaría con «ya estamos a dieciséis millones de kilómetros de casa»? Eso ya le exige un esfuerzo a su capacidad de comprensión —un abismo, un abismo, un terrible, vacío y negro abismo—, pero cree poder llegar a comprender incluso una distancia tan grande. Pero… ¿dieciséis años luz? ¿Cómo puede explicárselo a sí mismo?
Brillantes estrellas flanquean el tubo de no-espacio a través del cual viaja ahora la nave, y él sabe que su barba, salpicada de canas, se habrá hecho completamente blanca antes de que la luz de esas estrellas brille en el cielo nocturno de la Tierra. Sólo han transcurrido unos pocos meses desde la partida de la expedición. Qué milagroso es, piensa, haber llegado tan lejos y de un modo tan rápido.
Aún así, existe un milagro todavía mayor. Le pedirá a Noelle que transmita un mensaje a la Tierra una hora después de comer, y sabe que obtendrá acuse de recibo del Control Central situado en Brasil antes de la cena. Para él, eso parece un milagro aún mayor.
Su cabina está limpia y es austera, con pocos muebles; no hay pinturas, ni esculturas de luz, nada que halague al sentido de la vista; sólo unas pequeñas estatuillas de bronce, un suave bloque ovalado de piedra verde, y algunos objetos evidentemente elegidos por sus ricas texturas: una banda de trozos de tejido extendidos a través de un marco, un análisis pétreo de galopín marino, una colección de fragmentos bastos de piedra arenisca. Todo está meticulosamente dispuesto. ¿Le ayuda alguien a mantener en orden el lugar?
Ella se mueve con serenidad de un lado a otro de la pequeña habitación, no corriendo nunca peligro de tropezar con nada; la confianza que tiene en sus movimientos acobarda al capitán del año, que permanece pacientemente sentado, en espera de que ella haga lo mismo. Noelle está pálida, aunque muy elegante, con su pelo oscuro peinado apretadamente hacia atrás a partir de la frente y sujetado con un complicado broche de marfil. Sus labios son abultados y la nariz redondeada. Lleva puesto un suave vestido ondulante. Su cuerpo resulta atractivo; la ha visto en los baños y conoce sus pechos, erguidos y llenos, la amplia curva de sus caderas, su piel cremosa y perfecta. Por lo que ha oído decir hasta ahora, no ha tenido ninguna relación amorosa a bordo. ¿Será porque es ciega?
Quizá tienda uno a no pensar en una ciega como una compañera sexual en potencia. ¿Por qué debe ser así? Quizá porque dude uno de aprovecharse de una ciega en una relación sexual, se sugiere a sí mismo, e inmediatamente se contiene, asombrado, preguntándose por qué razón ha tenido que pensar en una relación sexual en la que se aproveche uno de alguien. Bueno, entonces quizás sea porque la compasión para con su ceguera se interpone en las sensaciones eróticas; la lástima se convierte con facilidad en protectora y mata el deseo. Rechaza esa teoría: es poco sincera, nada plausible. ¿Podría ser que la gente temiera aproximarse a ella, sospechando que es capaz de leer los pensamientos más íntimos? Ella ha negado repetidamente cualquier capacidad para penetrar las mentes de otras personas, excepto la de su hermana. Además, si uno no tiene nada que ocultar, ¿por qué dejarse derrotar por su telepatía?
No, tiene que ser algo más, y ahora que lo piensa, ha logrado aislarlo: Noelle es tan independiente, tan serena, se halla tan envuelta en su ceguera, en su poder mental y en su insondable comunicación con su distante hermana, que nadie se atreve a romper las barricadas cristalinas que protegen su yo interno. Nadie se ha aproximado a ella, porque parece inabordable; su extraña perfección anímica la aisla, manteniendo a los demás a esa distancia a que la extraordinaria belleza física puede mantener a veces a los demás. No despierta deseo porque no parece ser humana. Ella brilla. Es como una máquina impecable, como una parte integral de la nave.
Él despliega el texto del informe de hoy a la Tierra.
—No es que haya nada nuevo que decirles —comenta—, pero supongo que, de todos modos, tenemos que cumplir con el comunicado diario.
—Sería cruel si no lo hiciéramos. Significamos mucho para ellos.
—Lo dudo.
—¡Oh, sí! Yvonne dice que toman los mensajes de ella en cuanto llegan, y los transmiten por todos los canales disponibles. Las palabras que les llegan de nosotros son terriblemente importantes para ellos.
—Como una diversión, nada más. Algo así como la última novedad: «Intrépidos exploradores aventurándose por las zonas no exploradas del no-espacio interestelar»…
Su voz suena dura incluso para él, y su forma de hablar es ronca. Las palabras le sorprenden a él mismo; no sabía que fuera capaz de sentir de este modo con respecto a la Tierra. Sin embargo, continúa:
—Eso es todo lo que representamos: novedad, aventura experimentada por otros, un momento de entretenimiento.
—¿Lo dices en serio? ¡Suena tan terriblemente cínico!
—Dentro de otros seis meses —dice, encogiéndose de hombros—, se sentirán completamente aburridos de nosotros y de nuestras comunicaciones. Quizás incluso antes. Dentro de un año se habrán olvidado de nosotros.
—No te concibo como un hombre cínico —observa ella—. Y, sin embargo, a menudo dices esas… —titubea—… esas cosas tan…
—¿Tan francas? Supongo que soy un realista. ¿Significa eso lo mismo que ser cínico?
—No trates de etiquetarte a ti mismo, capitán del año.
—Sólo trato de considerar las cosas de un modo realista.
—No sabes qué es lo real. No sabes lo que eres, capitán.
De repente, la conversación parece haber perdido el control: demasiado densa, demasiado íntima. Ella nunca había hablado así antes. Es como si hubiera una malsana electricidad en el aire, un campo algo malhumorado que distorsionara sus personalidades normales, convirtiéndoles en sujetos antinaturalmente tensos y agresivos. Él siente pánico: si perturba el delicado equilibrio de conciencia de Noelle, ¿seguirá siendo capaz de establecer contacto con la lejana Yvonne? Pero no puede dejar de defenderse.
—¿Sabes entonces lo que soy yo?
—Eres un hombre en busca de sí mismo —le dice ella—. Ésa es la razón por la que te presentaste voluntario para llegar hasta aquí.
—¿Y por qué te presentaste tú voluntaria, Noelle? —pregunta, sin poderlo evitar.
Ella deja que los párpados se cierren lentamente sobre sus ojos invidentes, y no ofrece ninguna respuesta. Y él trata de salvar las cosas un poco diciendo, algo más tranquilamente, en medio del tenso silencio de ella:
—No te enojes. No era mi intención molestarte. ¿Transmitimos el informe?
—Espera.
—Muy bien.
Noelle parecía estar concentrándose. Al cabo de un momento dijo, con un tono menos cortante:
—¿Cómo crees que nos ven a nosotros, allá en casa? ¿Como seres humanos ordinarios que hacen un trabajo insólito, o como criaturas sobrehumanas comprometidas en un viaje épico?
—En estos momentos, como criaturas sobrehumanas en un viaje épico.
—Y más tarde, ¿seremos más ordinarios ante sus ojos?
—Más tarde, nos convertiremos en nada para ellos. Nos olvidarán.
—¡Qué triste! —el tono de Noelle muestra una graciosa nota de ironía; puede que se esté riendo de él—. ¿Y tú, capitán del año? ¿Te imaginas a ti mismo como un ser ordinario o sobrehumano?
—Algo intermedio. Algo bastante más que ordinario, pero sin llegar a un semidiós.
—Yo me considero a mí misma como una persona bastante ordinaria, exceptuando dos aspectos —dice, con dulzura.
—Uno de ellos es tu comunicación telepática con tu hermana, y el otro… —duda, sintiéndose misteriosamente incómodo al tener que nombrarlo—. El otro es tu ceguera.
—Desde luego —confirma ella, sonriente, radiante—. ¿Transmitimos el informe ahora?
—¿Has establecido contacto con Yvonne?
—Sí. Está esperando.
—Muy bien, entonces —mirando sus notas empieza a leer lentamente—: Dia de navegación 117. Velocidad… Situación aparente…
Ella se echa a dormir un rato después de cada transmisión. Eso la agota; estaba empezando a desvanecerse incluso antes de que él llegara al final del mensaje de hoy. Ahora, al salir al pasillo, sabe que se habrá quedado dormida antes de que cierre la puerta. Se marcha con el ceño fruncido, preocupado por la extraña tensión surgida entre ellos, así como por su misterioso ataque de «realismo».
¿Con qué derecho dice él que la Tierra se irá aburriendo de los viajeros? Durante todos los años de preparación de este primer viaje interestelar no descendió nunca el interés del público; de hecho, ese mismo interés estimuló a los propios viajeros cuando sus interminables rutinas de entrenamiento, en ocasiones, amenazaban con aburrirles a ellos. Los mensajes de la Tierra, transmitidos por Yvonne a Noelle, vibraban de ansiosas preguntas; la curiosidad demostrada por el mundo hogar ha sido abrumadora desde el principio: ¡Cuéntanos! ¡Cuéntanos! ¡Cuéntanos!
Pero, en realidad, hay tan pocas cosas que contar… a excepción de esa zona tan trascendental, en la que sí que hay mucho. ¿Y cómo se podría contar algo de eso?
¿Cómo puede esto…?
Se detiene ante el ventanal visor del pasillo de tránsito central. Es rectangular, de doce metros de longitud, y permite un acceso directo al ambiente externo. La vaciedad gris perla del no-espacio, denso y omnipresente, se aprieta con fuerza contra la piel de la nave. Durante el período de entrenamiento, se había advertido a los miembros de la expedición que no contaran con vistas exteriores mientras cruzaban la galaxia; se verían lanzados a través de un vacío de longitud infinita, un tubo libre de toda materia, y no habría ninguna vista con la que entretenerse: ni remotas nebulosas de fondo, ni parpadeantes estrellas, ni raudos meteoros, ni siquiera un par de átomos en colisión produciendo el más mínimo chispazo momentáneo; sólo una uniformidad eterna, como una pared negra. Se les habían enseñado métodos para enfrentarse con esto: volverse hacia adentro, no esperar encanto alguno del universo situado más allá de la propia nave, convertir la nave en su universo. Y, sin embargo, ¡qué equivocadas habían sido aquellas advertencias!
El no-espacio no era una pared, sino más bien una ventana. Para quienes permanecían en la Tierra resultaba imposible comprender las revelaciones existentes en aquella aparente vaciedad. El capitán, con la cabeza palpitándole a causa de su encuentro con Noelle, se siente ahora en su más profundo placer. Un vistazo por el ventanal visor revela el lugar donde lo inmanente se convierte en trascendente: ve una vez más las infinitas ondas de energía reverberante que cruzan lo grisáceo. Lo que hay más allá de la nave no es ni una pared negra, ni un tubo vacío: es una asombrosa profusión de campos energéticos interrelacionados que lo unen todo con todo; es música que también es luz, es luz que también es música, y los que se encuentran a bordo de la nave son partículas sensibles completamente inmersas en esa vasta reverberación que lo abarca todo, en esa canción radiante de satisfacción que es el universo. Los viajeros se desplazan alegremente hacia el centro de todas las cosas, entregándose con alegría al cuidado de las fuerzas cósmicas que sobrepasan con mucho el control y la comprensión humanas.
Aprieta las manos contra el frío cristal, acerca la cara a él. ¿Qué veo, qué siento, qué estoy experimentando?En cada ocasión, es una revelación instantánea. Es casi, casi… la búsqueda de la unidad. Las barreras permanecen, y a pesar de todo es consciente de un sentido alterado del espacio y del tiempo, de un conocimiento de ese algo impresionante que se oculta en los vacíos, entre los rayos del cosmos, algo majestuoso y poderoso; pero sabe que ese algo forma parte de sí mismo, y que él es parte de ello. Cuando permanece ante el ventanal visor, ansía abrir la gran escotilla de la nave y lanzarse hacia lo eterno. Pero todavía no, todavía no. Sigue habiendo barreras. El viaje no ha hecho más que empezar. Cada día que pasa se acercan más hacia aquello que buscan, pero el viaje no ha hecho más que empezar.
¿Cómo podríamos transmitir algo de esto a quienes han quedado atrás? ¿Cómo les podríamos hacer comprender? No con palabras. Nunca podría ser con palabras. Que vengan ellos aquí y lo vean por sí mismos…
Sonríe. Tiembla, y nota un ligero estremecimiento de delicia. Se aparta del ventanal visor, agotado, extático.
Noelle tiene sueños inquietos. Se encuentra a bordo de un velero, una arcaica nave de tres mástiles que se debate en un mar de hielo. Los aparejos centellean con violentos carámbanos, que de vez en cuando libera el cruel ventarrón, estrellándolos contra el puente con tintineo de cristal. El puente tiene una dura, resbaladiza y brillante capa de hielo, y cualquier paso es traicionero. Grandes icebergs erosionados empujan furiosamente en el agua gris, elevándose, golpeando las olas con fuerza, hundiéndose. Si uno de esos icebergs chocara contra el casco, la nave se hundirá. Hasta el momento han tenido suerte al respecto, pero ahora se cierne sobre ellos una amenaza más sutil: el mar se está helando. Se congela, se coagula, se convierte en un fluido viscoso, agitándose perezosamente. Anchas placas brillantes se mueven sobre las olas; flotan nuevos trozos de hielo, chocando, rechinando, agitándose; los témpanos parecen haberse declarado la guerra, destruyéndose los bordes unos a otros; pero algunos parecen haber establecido tratados, uniéndose para formar un solo escudo implacable.
Cuando el mar se hiele por completo, la nave será triturada. Y ahora se está helando; el barco apenas puede avanzar. Las velas se hinchan inútilmente, tensando sus lonas. El viento hace sonar su música; las cuerdas y las telas se expanden y cantan. El casco cruje como un anciano; el apretón del hielo es fuerte. El maderamen está cediendo. El fin está cerca. Todos perecerán. Todos ellos perecerán. Noelle sale de su cabina, sube arriba, observa la barandilla, las sacudidas, reza y se pregunta cuándo atravesará el puño del viento las rígidas lonas heladas de las velas. Nada puede salvarles.
Pero… ¡ahora! ¡Sí, sí! ¡Un resplandor por encima de su cabeza! Es Yvonne… ¡Yvonne! Ella acude. Permanece suspendida como una diosa en el cielo negro moteado de estrellas; una suave luz dorada irradia de ella. Está sonriendo, y su sonrisa derrite el hielo del mar. El hielo cede. El aire se suaviza. La nave se libera. Y sigue navegando, sin impedimento alguno, hacia los perfumados trópicos.
A últimas horas de la tarde, Noelle penetra silenciosa como un fantasma en la sala de control, donde está trabajando el capitán. Parece tan agotada que casi es translúcida; tiene un aspecto insólitamente vulnerable, como si hasta un sonido fuerte pudiera conmocionarla. Trae consigo la respuesta de la Tierra al capitán, a su mensaje de esta mañana. El capitán coge el pequeño y claro cubo de información en que ella ha registrado su última conversación con su hermana. A medida que Yvonne habla en su mente, Noelle repite el mensaje en alta voz, grabándolo en un disco sensor que es captado a continuación en el cubo.
Él se pregunta por qué parece tan agotada.
—¿Algo anda mal?
Ella le dice que ha tenido algunas dificultades para recibir el mensaje; la señal de la Tierra le ha llegado extrañamente borrosa. Y se siente perturbada por eso.
—Era algo así como estática —dice.
—¿Estática mental?
Se siente aturdida. El tono de Yvonne siempre ha sido puro, cristalino, sin la menor perturbación. Noelle nunca ha pasado antes por una experiencia como ésta.
—Quizá te sentías cansada —sugiere él—. O quizá lo estaba ella.
Introduce el cubo en la ranura, y la voz de Noelle surge por los altavoces. El sonido de su voz es poco familiar, forzado e incómodo; con frecuencia balbucea las palabras y a menudo pide a Yvonne que repita. En cuanto al mensaje ―lo que puede comprender de él―, es el cariñoso material de siempre: noticias preseleccionadas del mundo hogar. Política, deportes, el tiempo planetario, comentarios sobre las artes y las ciencias, saludos especiales para tres o cuatro miembros de la expedición, expresiones de buenos deseos generales… Todo es claro, superficial, amable.
La estática le molesta. ¿Qué sucedería si fallara alguna vez la comunicación telepática? ¿Qué ocurriría si, de pronto, perdieran el contacto con la Tierra? Se pregunta a sí mismo por qué debería preocuparle tanto eso. La nave es autosuficiente; no necesita guía alguna de la Tierra para funcionar adecuadamente, ni los viajeros necesitan tampoco disponer de información diaria sobre lo que acontece en el planeta madre. Entonces, ¿por qué precuparse si se produce el silencio? ¿Por qué no aceptar el hecho de que ya no están unidos a la Tierra de ningún modo, de que se han convertido virtualmente en una nueva especie mientras viajan hacia las estrellas, a una velocidad superior a la de la luz?
No. Se preocupa. La unión importa. Llega a la conclusión de que tiene algo que ver con lo que están experimentando en relación con el intenso gris del exterior, con ese intercambio de energías, con esa creciente sensación de conexión universal. Están haciendo descubrimientos a cada día que transcurre. No son astronómicos, sino… bueno, espirituales… y el capitán piensa que sería una verdadera lástima que nada de esto pudiera ser comunicado a los que han quedado detrás. Tenemos que mantener abierto el contacto.
—Quizá deberíamos permitir que tú e Yvonne descansarais unos días —dice.
Me miran como si fuera una especie de monja, porque soy ciega y especial. Odio eso, pero no puedo hacer nada para cambiarlo. Soy lo que ellos creen que soy. Permanezco despierta, imaginando que los hombres tocan mi cuerpo, que el capitán se tiende sobre mí. Veo su rostro con claridad, con la piel enrojecida y sudorosa, con los ojos brillantes. Me acaricia los senos. Aprieta sus labios contra los míos. De repente, terriblemente, me abraza y yo grito. ¿Por qué grito?
—Me has prometido enseñarme a jugar —dice ella, poniendo mala cara.
Están en la sala de la nave. Se desarrollan cuatro juegos: Elliot y Sylvia, Roy y Paco, David y Heinz, Mike y Bruce. Aquella ligera mala cara le fascina: un gesto tan de niña pequeña, tan encantador, tan humano. Parece encontrarse hoy mucho mejor, aún cuando hubo problemas de nuevo con la transmisión, con Yvonne quejándose de que el informe de la mañana le habia llegado confusa y ruidosamente. Noelle ha llegado a la conclusión de que el ruido se debe a alguna especie de fenómeno local, algo así como un efecto de manchas solares, y que se desvanecerá en cuanto se hayan alejado lo suficiente de este sector del no-espacio. Él no se siente tan seguro al respecto, pero probablemente ella comprende esas cosas mucho mejor.
—Enséñame, capitán —insiste—. De veras que quiero aprender a jugar. Ten fe en mí.
—Está bien —admite él; después de todo, quizás el juego sea relajante para Noelle, como una distracción pasajera—. Éste es el tablero. Tiene diecinueve lineas horizontales y diecinueve líneas verticales. Las piedras se juegan en las intersecciones de estas líneas, no en los cuadrados que forman.
Le toma la mano y, con la punta de los dedos de Noelle, va trazando el modelo de las líneas que se cruzan. Han sido impresas con una tinta espesa, fácilmente discernibles de la plana uniformidad del tablero.
—A estos nueve puntos se les llama salidas —le dice—. Sirven como puntos de orientación —y hace que las puntas de los dedos de ella toquen las nueve estrellas—. Numeramos las líneas en esta dirección, del uno al diecinueve, y a las otras líneas, en esta otra dirección, les damos letras, de la A a la T, dejando fuera la I. De este modo podemos identificar las posiciones en el tablero. Ésta es la B10, ésta la D18, ésta la J4, ¿me sigues?
El capitán siente desesperación. ¿Cómo podrá ella memorizar todo el tablero? Pero ella no parece tener el menor problema mientras recorre con su mano a lo largo de los bordes del tablero, murmurando:
—A, B, C, D…
El curso de los otros juegos se ha detenido. Todos los presentes en la sala les están observando. El guía su mano hacia las dos filas de piedras, la blanca y la negra, y le muestra la forma tradicional de coger una piedra entre dos dedos y dejarla caer contra el tablero.
—Los jugadores más fuertes utilizan las piedras blancas —le dice—. Las negras siempre mueven primero. Los jugadores juegan alternativamente la colocación de las piedras, una en cada ocasión, situándola en una intersección no ocupada. Una vez que se ha colocado una piedra ya no se puede mover, a menos que sea capturada, en cuyo caso es apartada inmediatamente del tablero.
—¿Y cuál es el propósito del juego? —pregunta ella.
—Controlar la zona más amplia posible con el menor número posible de piedras. Se construyen muros. La media se obtiene contando el número de intersecciones vacías situadas dentro de los muros propios, más el número de prisioneros que has cogido.
Metódicamente, le va explicando la técnica del juego: la colocación de las piedras, la valoración del tamaño del territorio ocupado, el apresamiento de las piedras del adversario. Lo ilustra imaginando situaciones ficticias sobre el tablero, nombrando en voz alta la situación de cada piedra a medida que las coloca:
—Negras tienen P12, Q12, R12, S12, T12 y también P11, P10, P9, Q8, R8, S8, T8. Las blancas tienen…
De algún modo, ella va visualizando las posiciones; repite el modelo que forman las piedras sobre el tablero, y hace preguntas que demuestran que ve el tablero con toda claridad en su mente. Al cabo de veinte minutos ya ha comprendido las estratagemas básicas. En varias ocasiones, al describirle maniobras, él le ha dado una coordenada errónea —después de todo, el tablero no está marcado con números y letras, y de vez en cuando se equivoca—, pero en cada ocasión ella le corrige con suavidad, diciendo: «¿N13? ¿No querrás decir N12?»
—Creo —dice ella finalmente— que ahora ya lo puedo seguir todo. ¿Te gustaría jugar una partida?
Considera tu situación cuidadosamente. Tienes veinte años, eres mujer y ciega. No te has casado nunca, ni has formado nunca una pareja básica. Tu único contacto realmente humano lo has mantenido con tu hermana gemela, que es como tú: soltera y ciega. Su mente está totalmente abierta a la tuya. La tuya es de ella. Tú y ella sois dos mitades de una misma alma, inexplicablemente personificada en cuerpos separados. Con ella ―y sólo con ella― te sientes completa. Te han pedido que formes parte de un viaje hacia las estrellas sin ella, un viaje que estás segura te apartará de ella para siempre. Te han dicho que si abandonas la Tierra a bordo de esa nave espacial, no hay posibilidades de que vuelvas a ver de nuevo a tu hermana. También te han dicho que tu presencia es importante para el éxito del viaje, porque sin tu ayuda se necesitarían décadas, e incluso siglos, para que las noticias de la nave espacial llegaran a la Tierra, mientras que si tú estás a bordo sería posible mantener una comunicación instantánea a través de cualquier distancia. ¿Qué debes hacer? Piénsalo. Considéralo.
Y lo consideras. Y te presentas voluntaria para ir, desde luego. Se te necesita; ¿cómo podrías negarte? En cuanto a tu hermana, evidentemente perderás toda oportunidad de tocarla, de estrecharla entre tus brazos, de obtener un consuelo directo de su presencia. Pero, por lo demás, no pierdes nada. ¿No volver a «verla» nunca más? No. Tú puedes «verla», incluso desde una distancia de un millón de años luz, del mismo modo que la puedes ver desde la habitación contigua. De eso no puede haber la menor duda.
La transmisión de la mañana. Noelle, sentada de espaldas al capitán, escucha lo que él lee y lo transmite a través de un abismo de más de dieciséis años luz.
—Espera —dice ella—. Yvonne me pide que repita. Desde «metabólico».
El capitán se detiene. Retrocede y lee de nuevo:
—Los equilibrios metabólicos permanecen normales, aunque, como ya se ha informado antes, algunos de los miembros de mayor edad de la expedición han empezado a mostrar deficiencias de manganeso y potasio. Estamos dando los pasos correctores necesarios, y…
Noelle le detiene con un gesto brusco. Él espera, mientras ella se inclina hacia adelante, con la frente contra la mesa y las manos fuertemente apretadas contra las sienes.
—Otra vez la estática —dice Noelle—. Y hoy es peor.
—¿Estás consiguiendo pasar?
—Si, estoy consiguiendo pasar; pero tengo que empujar, empujar, empujar. Y aún así, Yvonne me pide que repita. No sé lo que está sucediendo, capitán.
—La distancia…
—No.
—Mejor que dieciséis años luz…
—¡No! —vuelve a negar ella—. Ya hemos demostrado que los efectos de la distancia no son un factor. Si no se produce el menor debilitamiento de la señal después de un millón de kilómetros, de un año luz, de diez años luz, si con esas distancias no se ha notado ningún descenso perceptible en la claridad y exactitud…, entonces no debería producirse una repentina disminución de calidad a los dieciséis años luz. ¿Acaso no crees que ya hemos pensado en esto?
—Noelle…
—La atenuación de la señal es una cosa, y la interferencia otra. Una curva de atenuación es un declive gradual, pero Yvonne y yo hemos mantenido un contacto perfecto desde el día en que abandonamos la Tierra, hasta hace sólo unos pocos días. Y ahora… No, capitán, ¡no puede ser atenuación! Tiene que tratarse de alguna clase de interferencia. Algún efecto local.
—Sí, como las manchas solares, lo sé. Pero…
—Empecemos de nuevo. Yvonne está pidiendo la señal. Continúa a partir de manganeso y potasio.
—…manganeso y potasio. Estamos dando los pasos correctores necesarios y…
El jugar al Go parece aliviar la tensión de Noelle. Hacía años que él no jugaba, y al principio se muestra un poco tosco; pero al cabo de pocos minutos recupera las antiguas asociaciones y se encuentra disponiendo cadenas de piedras con habilidad. Aunque espera que el juego de Noelle sea pobre, por lógicas dificultades al recordar los modelos del tablero después de los primeros movimientos, ella demuestra no tener la menor dificultad en mantener todo el despliegue de piezas en su mente. Sólo en un aspecto se ha sobreestimado: a pesar de toda la precisión de su coordinación, es incapaz de colocar las piedras con exactitud, tendiendo a perturbar las piedras ya situadas sobre el tablero cuando hace sus movimientos. Al cabo de un rato Noelle admite su fracaso en este sentido, y a partir de entonces pronuncia en voz alta las jugadas que desea hacer: MI7, Q6, P6, R4, C11; él le coloca las piedras en el lugar correspondiente.
Al principio el capitán juega sin la menor agresividad, suponiendo que, como novata que es, ella jugará un poco tanteando y con debilidad; pero no tarda en darse cuenta de que Noelle está extendiendo y protegiendo hábilmente su territorio, al mismo tiempo que lanza un ataque en profundidad contra el suyo. Entonces empieza a buscar estrategias más atrevidas. Juegan durante dos horas, y él termina por ganar con una diferencia de dieciséis puntos: un margen bastante cómodo, pero nada de lo que poder fanfarronear, considerando que fue un jugador experto y adicto y que ella es la primera vez que juega.
Los otros se muestran escépticos en cuanto a la habilidad instantánea de Noelle.
—Claro que juega bien —murmura Heinz—. Está leyendo tu mente, ¿no? Puede ver el tablero a través de tus ojos y sabe lo que estás planeando.
—La única mente que le está abierta es la de su hermana —replica el capitán con vehemencia.
—¿Cómo puedes estar seguro de que dice la verdad?
—Juega tú mismo con ella —dice el capitán, frunciendo el ceño—. Ya verás si se trata de habilidad o de lectura de mente.
Heinz, con aspecto malhumorado, asiente. Esa misma noche desafia a Noelle; más tarde, acude a ver al capitán, avergonzado.
—Juega muy bien. Casi me derrota, y lo hizo honradamente.
El capitán juega una segunda partida con ella. Noelle permanece sentada, casi inmóvil, con los ojos cerrados, los labios apretados, pronunciando las coordenadas de sus movimientos con un tono monótono y tranquilo, como si se tratara de una especie de mecanismo jugador. Raras veces tarda mucho tiempo en decidir sus movimientos, y no comete equivocaciones que tenga que corregir después. Su capacidad para imaginar modelos de juego ha aumentado de modo asombroso; en esta ocasión, casi le arroja del centro del tablero, pero él recupera la iniciativa y se las arregla para lograr una estrecha victoria. Más tarde, Noelle vuelve a perder con Heinz, aunque despliega una creciente capacidad, y por la noche ya consigue derrotar a Chiang, que es un jugador respetado.
Finalmente, se convierte en la jugadora invencible. Participa en dos o tres partidas al día y vence sobre Heinz, Sylvia, el capitán y León; el Go se ha convertido en algo inmenso para ella, en algo mucho más importante que un simple juego, que una simple prueba de fortaleza; enfoca su energía en el tablero con tal intensidad, que su juego se aproxima al nivel de una disciplina religiosa, de una especie de meditación. Al cuarto dia derrota a Roy, el campeón de la nave, y lo hace con tal holgura que todos quedan asombrados. Roy apenas si puede hablar de otra cosa. Exige la celebración de una nueva partida… y vuelve a ser derrotado.
Cuando la nave se elevó de la Tierra, Noelle se preguntó si realmente podría mantener el contacto con Yvonne a través de la vasta extensión del espacio interestelar. No disponía más que de la fe para apoyar su creencia en que el poder que unía sus mentes no quedaría en modo alguno afectado por la distancia. A menudo se habían hablado la una a la otra desde puntos opuestos del planeta, pero… ¿sería así de sencillo cuando estuvieran a media galaxia de distancia? Durante las primeras horas del viaje mantuvieron un contacto casi continuo, y la señal permaneció clara y nítida, sin ningún descenso perceptible en la recepción a medida que la nave se alejaba. Salieron de la órbita lunar, atravesaron la marca del millón de kilómetros, pasaron la órbita de Marte: claro y nítido, claro y nítido. Habían pasado, pues, la primera prueba: la claridad de la señal no era una función cuantitativa de la distancia.
Pero Noelle siguió mostrándose insegura sobre lo que podría ocurrir una vez que la nave abandonara el poder impulsor convencional y se lanzara hacia el no-espacio para alcanzar una velocidad superior a la de la luz. Entonces se encontraría en el espacio, alejada de Yvonne; de hecho, estaría en otro universo… ¿Seguiría siendo capaz de alcanzar la mente de su hermana? La tensión aumentó en su interior a medida que se aproximaba el momento de la maniobra, pues no tenía la menor idea de cómo podría ser la vida para ella en ausencia de Yvonne. Enfrentarse con ese terrible silencio, encontrarse inmersa en un aislamiento tan terrible…
Pero no sucedió nada de eso. Penetraron en el no-espacio, y su conciencia de Yvonne ni siquiera parpadeó. «Aquí estamos, estemos donde estemos», dijo ella, y momentos depués le llegaba la respuesta de Yvonne, un cariñoso saludo desde el viejo continuum. Claro y nítido. Claro y nítido. La señal tampoco se atenuó durante las semanas que siguieron. Clara y nítida, clara y nítida… hasta que empezó a notarse la perturbación estática.
El capitán visualiza el contacto entre las dos hermanas como una flecha que silba de una estrella a otra, como fuego avanzando a toda velocidad a través de un tubo brillante, como un río de pura fuerza que sigue el curso de una onda-guía celestial. Ve la unión de esas dos mentes como una corriente de luz pura, que pone en contacto el lejano mundo madre con la nave en movimiento. A veces sueña con Yvonne y Noelle, y el brillante lazo que se extiende entre las hermanas emite una radiación tan brillante que se agita, gime y aprieta la frente contra la almohada.
La interferencia empeora; ni Noelle ni Yvonne pueden explicarse lo que está sucediendo. Noelle se aferra sin demasiada convicción a su analogía de la mancha solar. Aún consiguen establecer contacto dos veces al día, pero eso representa un creciente esfuerzo para los recursos de las dos hermanas, puesto que cada frase debe repetirse dos o tres veces y ahora hay bloques enteros de palabras que no consiguen pasar. Noelle tiene un aspecto delgado y agotado. El Go la reconforta, o al menos la distrae de este descenso de sus poderes. Se ha convertido en una verdadera maestra del juego, concediendo a Roy incluso una ventaja de dos piedras; aunque pierde ocasionalmente, su juego siempre se distingue, siempre resulta extraordinariamente original en su concepción y alcance. Cuando no juega, muestra tendencia a sentirse remota y reservada. Se ha convertido, en todos los aspectos, en una persona más esquiva de lo que lo era antes de la iniciación de esta crisis de comunicación.
Noelle sueña que le ha desaparecido la ceguera. De repente, se ve rodeada por la luz, y abre los ojos, se sienta, mira a su alrededor, con respeto y admiración, diciéndose a sí misma: esto es una mesa, esto es una silla, éste es el aspecto que tienen mis estatuillas, éste es el aspecto de mi galopín marino. Se siente extrañada por la belleza de todo lo que contempla en su habitación. Se levanta, avanza, tambaleándose al principio, agarrándose, ganando después, mágicamente, posición y equilibrio, aprendiendo a caminar de esta nueva forma, juzgando las posiciones de las cosas no por los ecos y por las corrientes de aire, sino por la utilización de sus propios ojos… La información la inunda. Se mueve alrededor de toda la nave, descubriendo cómo son los rostros de sus compañeros de viaje. Tú eres Roy, tú eres Sylvia, tú eres Heinz, tú eres el capitán. Sorprendentemente, todos ellos se parecen mucho a la imagen que se había hecho de ellos: Roy, carnoso y de cara enrojecida; Sylvia, frágil; el capitán, flaco y de mirada penetrante; Heinz así, Elliot asá, todos adaptándose a lo que ella esperaba. Todos hermosos.
Se dirige hacia el ventanal visor del que hablan todos y mira hacia el famoso gris. Si, sí, es tal y como ellos dicen: un cosmos de maravillas, un milagro de complejos tonos pulsantes, nivel tras nivel de reverberación incandescente ondulando hacia el borde del universo sin fronteras. Permanece durante una hora ante esa densa explosión de energías ondulantes, entregándose a ella y absorbiéndola en sí misma, y entonces, y entonces… en el instante en que llega sobre ella el último momento de iluminación, se da cuenta de que algo está mal. Yvonne no está con ella. Extiende su mente y no encuentra a Yvonne al otro lado. De algún modo, ha cambiado su poder por el don de la vista. ¿Yvonne? ¿Yvonne? Todo permanece en silencio. ¿Dónde está Yvonne? Yvonne no está con ella. Esto es sólo un sueño, se dice Noelle a sí misma, y no tardaré en despertarme. Pero no puede despertarse. Llena de terror, grita.
—Todo está bien —le susurra Yvonne—. Estoy aquí, amor. Estoy aquí, estoy aquí, como siempre.
Sí. Noelle siente el estrecho contacto. Temblando, abraza a su hermana. La mira. ¡Puedo ver, Yvonne! ¡Puedo ver! Noelle se da cuenta de que, en su primer rapto de alegría, se ha olvidado por completo de mirarse a sí misma, aunque fue precipitadamente de un lado a otro, mirándolo todo. Los espejos nunca han formado parte de su mundo. Mira a Yvonne, que es como mirarse a sí misma, e Yvonne le parece hermosa, con su pelo negro, sedoso y lustroso, su rostro suave y pálido, sus rasgos de finas características, sus ojos… sus ojos ciegos, vivos y chispeantes. Noelle le dice a Yvonne lo hermosa que es, e Yvonne asiente y las dos se echan a reír y se abrazan y empiezan a llorar de alegría y de amor, y Noelle se despierta, y el mundo es negro a su alrededor.
—Tengo el nuevo comunicado para enviar —dice débilmente el capitán—. ¿Te sientes con fuerzas para intentarlo de nuevo?
—Desde luego —y le dirige una sonrisa valiente—. Ni siquiera aludas a la posibilidad de abandonar, capitán. Tiene que haber, absolutamente, algún modo de evitar esta interferencia.
—Absolutamente —refuerza él, mientras revuelve incansable sus papeles—. Muy bien, Noelle. Empecemos. Día de navegación 128. Velocidad…
—Dame un momento más para prepararme —pide Noelle.
Él se detiene, y ella cierra los ojos y comienza a penetrar en estado de transmisión. Está consciente, como siempre, de la presencia de Yvonne. Aun cuando no fluya ninguna información específica entre ellas, siempre existe un contacto permanente a bajo nivel, y una sensación de que la otra está cerca, y esa propia conciencia cálida, propia, receptiva, como la que tiene una persona de su propio brazo, pierna o labio. Pero entre ese contacto subliminal impalpable y la verdadera transmisión de contenido específico hay varios pasos clave que dar. Yvonne y Noelle son resonadores biopsíquicos humanos que constituyen una red de comunicación de amplio alcance; existe un procedimiento de llamada para ellas, como lo hay para cualquier persona que transmite y recibe. Noelle se abre al radiante espectro de energía, vibrador, pulsante, que llevará su mensaje a su hermana, atada a la Tierra. Como circuito transmisor en este intercambio, ella tiene que ser la que mantenga un máximo de flujo energético. Rápida, intuitivamente, Noelle activa sus propios centros de energía, el de la espina dorsal, el del plexo solar, el situado en la parte superior del cráneo; la energía surge de ella y se expande instantáneamente por la galaxia. Pero hoy hay un extraño y problemático efecto de rechazo; al controlar el circuito, se da cuenta inmediatamente de que la señal no ha podido llegar hasta Yvonne. Yvonne está ahí, Yvonne está sintonizada y expectante, pero algo está obstruyendo el canal y nada pasa a través de él, ni una sola sílaba.
—La interferencia es peor que nunca —le dice al capitán—. Tengo la sensación de que podría extender la mano y tocar a Yvonne. Pero ella no me está leyendo y yo no recibo tampoco nada de ella.
Con un pequeño estremecimiento de los hombros, Noelle cambia la frecuencia de emisión. Nota un ajuste correspondiente por parte de Yvonne, al otro extremo de la conexión, pero una vez más se ven perturbadas, una vez más se encuentran con un bloqueo total. Su señal está siendo enviada y absorbida por… ¿qué? ¿Cómo puede ocurrir algo así?
Ahora hace un esfuerzo decidido para forzar la salida del sistema. Se dirige al centro neurálgico de su propia espina dorsal, excitando sus propias energías, utilizándolas para impulsar el siguiente centro para que alcance un tono vibracional más intenso, y empleándolo para empujar al centro más elevado de todos hacia su mayor capacidad armónica. Su conciencia recorre arriba y abajo las bandas de energía. Nada. Nada. Se estremece; se encoge; ha quedado físicamente agotada por el esfuerzo.
—No puedo pasar —murmura—. Ella está ahí, la puedo sentir ahí, sé que está trabajando para alcanzarme. Pero no puedo transmitir ningún mensaje coherente e inteligible.
A casi diecisiete años luz de la Tierra, y ha quedado bloqueado el único canal de comunicación. El capitán se siente abrumado por helados terrores. La nave, autosuficiente y autónoma, se ha convertido en un simple mosquito en medio de un huracán. Los viajeros se adentran ciegamente hacia las profundidades de un universo desconocido, solos, solos, solos. Presumió de no necesitar ninguna conexión con la Tierra, pero ahora que se ha roto la conexión, se estremece y se siente acobardado. Todo parece haber adquirido una nueva perspectiva. No hay reglas. Los seres humanos no han estado nunca tan lejos de su hogar. Se aprieta contra el ventanal visor y contra el famoso color gris que hay al otro lado, girando y arremolinándose, como si se mofara de él con su inmensidad. Salta hacia mí, dice, salta, salta, déjate suelto en mí, húndete en mí.
Detrás de él, escucha el sonido de unos pasos suaves. Es Noelle. Le toca sus hombros tensos y hundidos.
—Todo está bien —le susurra ella—. Estás experimentando una reacción excesiva. No lo hagas todo tan trágico.
Pero lo es. Es su propia tragedia más que la de nadie; de Noelle y de Yvonne. Pero también la de él, la de ellos, la de todos. Separados. Perdidos en un silencio neblinoso.
Abajo, en la sala, la gente está cantando. Son voces bulliciosas: Elliot, Chiang, León.
Viajando, iba un hombre espacial
que saltó al tubo del no-espacio…
El capitán se vuelve, mira a Noelle, la aprieta contra sí. Nota su temblor. La consuela, cuando hace apenas un momento ella le estaba consolando a él.
—Sí, sí… —le murmura.
Con el brazo en los hombros de ella, se vuelve, de modo que los dos quedan frente al ventanal visor. Como si ella pudiera ver. El no-espacio baila y se retuerce a un par de centímetros de su nariz. Siente como un viento cálido soplando a través de la nave: el khamsin, el siroco, el simún, el leveche; un viento bochornoso, un viento mortal surge del extraño gris…, y se obliga a sí mismo a no temer a ese viento. Es un viento de vida, se dice a sí mismo; un viento de alegría, un viento frío y dulce, el mistral, la tramontana. ¿Por qué iba a pensar que habría algo que temer en el reino situado más allá de la plancha del visor? ¡Qué hermoso es lo que hay ahí fuera, qué estáticamente hermoso! ¡Qué triste que no se lo podamos contar a nadie, excepto a nosotros mismos!
Inesperadamente, una extraña paz desciende sobre él. Todo va a estar bien, insiste para sí mismo. De lo que ha sucedido no se derivará daño alguno. Y quizá pueda derivarse algún bien. El beneficio se esconde en los lugares más oscuros.
Ella juega obsesivamente al Go, derrotándolos a todos. Parece como si viviera en la sala durante veinte horas al día. A veces se enfrenta al mismo tiempo a dos contrincantes —un hecho increíble, considerando que debe retener en su memoria los intrincados y constantes cambios que se producen en ambos tableros—, y derrota a los dos: dos días después de haber perdido el contacto a nivel verbal con Yvonne, triunfa simultáneamente sobre Roy y Heinz ante un grupo de treinta compañeros que contemplan las partidas. Parece sentirse animada y alegre; tiene mucho cuidado en mantener oculta la pena que debe sentir por la pérdida del contacto. Los otros sospechan que la expresa sólo a través de su maníaco jugar al Go.
El capitán es uno de sus más frecuentes adversarios, ocupando su turno ante el tablero durante el tiempo que debería haber dedicado a componer y dictar los comunicados para la Tierra. Había pensado que hacía años que el Go se había terminado para él, pero también está jugando obsesivamente ahora, construyendo muros y esas fortalezas inasaltables conocidas como ojos. Se siente una cierta confianza escuchando el sonido familiar de las piedras negras y blancas chocando contra el tablero. Noelle le gana todas las partidas; cubre el tablero de ojos.
¿Quién puede explicar la interferencia? Nadie cree que el problema sea función de algo tan evidente como la distancia. Noelle se ha mostrado muy convencida al respecto: una señal que se propaga perfectamente durante los primeros dieciséis años luz de un viaje no debería deteriorarse tan repentinamente. Se tendrían que haber producido al menos signos previos de deterioro, y no hubo ninguna atenuación; sólo ruidos que interferían y que, finalmente, destruyeron la señal. Alguna fuerza está interviniendo entre las dos hermanas, pero ¿qué puede ser? Al final hubo que rechazar la idea de que se trate de algún efecto físico análogo a la estática producida por las manchas solares, el producto de la radiación emitida por alguna estrella gigantesca. No hay energía de superficie de contacto entre el espacio real y el no-espacio, no existe oportunidad de que se produzca intrusión electromagnética de ninguna clase. Eso ya había sido ampliamente demostrado mucho antes de que se emprendiera cualquier viaje tripulado. El tubo de no-espacio es una pared impermeable; nada que tenga masa o carga puede saltar la barrera existente entre el universo de los fenómenos aceptados y el capullo de la nada que ha tejido el mecanismo de impulsión de la nave alrededor de ellos. Ni siquiera un fotón puede atravesarlo, ni siquiera un neutrino deslizante.
Los viajeros se sienten excitados por numerosas especulaciones. La única fuerza que puede atravesar la barrera, señala Roy, es el pensamiento: intangible, inconmensurable, ilimitado. ¿Qué pasaría si el sector de espacio real correspondiente a esta región del no-espacio estuviera habitado por seres de poderosa capacidad telepática, cuyas transmisiones, fluyendo hacia el exterior a través de una esfera con un radio de muchos años luz, fueran capaces de cruzar la barrera con la misma facilidad que las transmisiones de Yvonne? Roy supone que las extrañas emanaciones mentales estarían sofocando la señal procedente de la Tierra.
Heinz amplía esta teoría hacia una posibilidad diferente: que la interferencia sea causada por alienígenas del no-espacio. Existe una aparente paradoja en esto, puesto que se ha demostrado matemáticamente que el tubo de no-espacio tiene que estar completamente libre de materia, a excepción de la nave que viaja a través de él; de otro modo, un cuerpo que se moviera a velocidades superiores a las de la luz generaría resonancias destructoras a medida que su masa excediera la infinitud. Pero quizá las ecuaciones hayan sido comprendidas de un modo imperfecto. Heinz imagina gigantescos seres incorpóreos, tan grandes como asteroides, tan grandes como planetas, como masas de energía pura e incluso de fuerza mental pura que se desplazan libremente a través del tubo. Estos seres pueden ser la fuente de las transmisiones biopsíquicas que perturban el circuito Yvonne-Noelle, o quizás estén alimentándose de la energía mental de las hermanas, postula Heinz. Les llama «ángeles». Se trata de un concepto poco plausible, pero extraño, que fascina a todos durante varios dias.
La cuestión de si los «ángeles» viven dentro del tubo, como propone Heinz, o en algún otro mundo situado en el exterior, como imagina Roy, es algo que no tiene importancia por el momento; en la nave todo el mundo está de acuerdo en que la interferencia es obra de una inteligencia extraña, y eso despierta admiración en todos ellos.
¿Qué hacer? León, que se inclina por la hipótesis de Roy, propone que abandonen inmediatamente el no-espacio y busquen el mundo o mundos donde habitan los «ángeles». El capitán se opone, observando que el plan del viaje les obliga a alcanzar una distancia de cien años luz de la Tierra antes de iniciar su búsqueda de planetas habitables. Roy y León argumentan que el plan es una simple guía, concebida arbitrariamente, y no una orden por escrito; tienen libertad para dejar de cumplirla si se presenta alguna razón con la suficiente urgencia. Heinz, que apoya al capitán, observa que en realidad no hay necesidad alguna de abandonar e! no-espacio, al margen de cuál pueda ser la fuente de las transmisiones extrañas; si los pensamientos de tales criaturas pueden llegar desde más allá del tubo, quiere decir que los pensamientos de Noelle pueden avanzar seguramente por el tubo hacia ellos, y que se puede establecer contacto sin necesidad de desviarse del plan. Después de todo, si la interferencia es obra de seres que comparten el tubo con ellos y los viajeros los buscan inútilmente fuera del tubo, puede resultarles imposible encontrarlos de nuevo cuando la nave regrese al no-espacio.
Esta aproximación a la cuestión pareció razonable, y se le planteó a Noelle la pregunta: ¿puedes intentar establecer un diálogo con estos seres?
—No garantizo nada —dice ella, echándose a reír—. Nunca he intentado hablar antes con ángeles. Pero lo intentaré, amigos míos. Lo intentaré.
Ella nunca ha hecho nada similar antes. Parece casi un acto de infidelidad, esta apertura de su mente hacia algo o alguien que no es Yvonne. Pero se tiene que hacer. Extiende una tenue prolongación de pensamiento que tantea, como un lento riachuelo de mercurio. A través de la pared de la nave, en todo lo gris que les rodea, hacia arriba, hacia fuera, hacia, hacia…
…¿ángeles?…
Angeles. ¡Oh! Luminosidad. Fortaleza. Magnetismo. Sí. Conciencia ahora de una poderosa masa de energía concentrada, muy cerca. Una masa en movimiento, ejerciendo una terrible presión sobre el tejido del cosmos: el ángel tiene un momento angular. Gira pesadamente sobre su colosal eje. ¿Quién habría imaginado que un ángel pudiera ser tan enorme? Noelle se siente oprimida por el desplazamiento de peso a medida que realiza su lento giro axial.
Ella se acerca más. ¡Oh! Se siente aturdida. ¡Demasiada luz! ¡Demasiada energía!Retrocede, abrumada por la intensidad del rendimiento del otro ser. Es una mente tan poderosa que ella se siente enormemente empequeñecida. Si la toca con su mente, será destruida. Debe descender gradualmente por la abertura, establecer alguna clase de transformador que la proteja contra toda la explosión de energía que procede de él. Eso requiere tiempo y disciplina. Ella trabaja con firmeza, haciendo ajustes, dominando nuevas técnicas, descubriendo capacidades que ni siquiera sabía que poseyera. Y ahora… sí. Vuelve a intentarlo. Con lentitud, despacio, muy despacio, con el máximo cuidado. Hacia fuera va su extensión de pensamiento.
Sí.
Aproximándose al ángel.
¿Ves? Aquí estoy yo. Noelle. Noelle. Me acerco a ti llena de amor y temor. Tócame ligeramente. Sólo tócame…
Un ligero contacto…
Contacto…
¡Oh! ¡Oh!
Te veo. La luz… ojo de cristal… fuentes de lava… ¡oh! La luz… tu luz… Comprendo… comprendo…
¡Oh! Como un dios…
…y Semele deseó contemplar a Zeus en toda su luminosidad, y Zeus la había desanimado; pero Semele insistió y Zeus, que la amaba, no pudo rechazarla; así es que se acercó a ella con toda su majestuosidad y Semele fue consumida por su gloria, de modo que sólo quedaron cenizas de ella; pero el hijo concebido con Zeus, el pequeño Dionisos, no quedó destruido y Zeus salvó a Dionisos y se lo llevó, herméticamente cerrado en un muslo, volviéndolo a traer después y otorgándole la divinidad…
…¡Oh, Dios, yo soy Semele!…
Ella se vuelve a retirar. Descansa, reagrupa sus poderes. La fuerza de este ser es aterradora. Pero hay formas de aislarse a sí misma contra la destrucción, de permitir que el superflujo de energía se disipe por sí mismo. Lo intentará una vez más. Sabe que se encuentra al borde del mayor milagro de todos. Ahora. Ahora. La mente interrogante se extiende hacia adelante.
Yo soy Noelle. Me acerco a ti llena de amor, ángel.
Contacto.
El universo está ardiendo. Explosiones de una feroz luz plateada atraviesan la bóveda metálica del cielo. Las palabras se convierten en cenizas. Los muros se derrumban y se transforman en cenizas llameantes. Hay contacto. Un danzante resplandor solar… una corriente de fuego líquido… una marea de brillante resplandor, irresistible, sin fin, introduciéndose en ella, rodeándola, penetrándola. Luz por todas partes.
…Semele.
El ángel sonríe y ella tiembla. Ábrete a mí, grita la vasta voz, y ella se abre y la fuerza penetra por completo, inundándola.
Ella ha estado en coma durante días, errante en su delirio. Preocupado, temeroso, el capitán mantiene una sombría vigilia a la cabecera de la cama. A veces, ella parece despertar a la conciencia; balbucea unas palabras inteligibles, incluso frases enteras, procedentes de su sueño. Habla de luz, de un brillo blanco insoportablemente brillante, de arcos de energía, de intensas erupciones solares. Una estrella me retiene, murmura. Le dice al capitán que ha estado conversando con una estrella. ¡Qué poético!, piensa el capitán; ¡qué metáfora tan maravillosa! Hablando con una estrella. Pero ¿dónde está ella? ¿Qué le está sucediendo?
El rostro de Noelle aparece encendido; sus ojos se mueven con rapidez de un lado a otro, precipitándose como peces atrapados bajo los párpados cerrados. De mente a mente, murmura, la estrella y yo, de mente a mente. Empieza a tararerar algo… es un sonido agudo, que asciende hasta hacerse casi inaudible, cercano a la alta frecuencia. Al capitán le produce dolor escucharlo: una dura radiación áurea. Después, ella permanece en silencio.
Su cuerpo se pone rígido. ¿Una convulsión de alguna clase? No. Se está despertando. El capitán observa rayas de percepción relampagueando a través de la temblorosa musculatura de Noelle, como una rana galvanizada, retorciéndose en sus extremidades. Sus pestañas tiemblan. Produce un pequeño sonido, como un gemido.
Abre los ojos y le mira.
Con suavidad, el capitán le dice:
—Tienes los ojos abiertos, Noelle. Creo que ahora puedes verme. Tus ojos me están siguiendo, ¿verdad?
—Puedo verte, sí.
Su voz es vacilante, se desvanece, resulta ajena por un momento, como si fuera una voz extraña; pero después se hace más su propia voz, cuando pregunta:
—¿Cuánto tiempo he estado fuera?
—Ocho días de navegación. Estábamos preocupados.
—Tienes un aspecto exactamente igual a como me lo imaginaba —dice ella—. Tu rostro es duro, pero no es sombrío. No es un rostro hostil.
—¿Quieres hablar sobre dónde estuviste, Noelle?
—Estuve hablando… —sonríe—…con un ángel.
—¿Ángel?
—En realidad, no es un ángel, capitán. No es un ser físico tampoco, ni nada de una especie extraña. Se trata más bien de las criaturas energéticas de las que habla Heinz. Pero mayores. Mucho mayores. No sé lo que es, capitán.
—Me dijiste que estabas hablando con una estrella.
—…¡una estrella!
—En tu delirio. Eso fue lo que dijiste.
Los ojos de Noelle brillan, llenos de excitación.
—¡Una estrella! ¡Sí! ¡Sí, capitán! Creo que hablé con ella, ¡sí!
—¿Pero qué significa eso de hablar con una estrella?
—Pues —dice, sonriendo—, significa hablar con una estrella, capitán. Una enorme bola de gas, y tiene una mente, tiene una conciencia. Creo que eso es lo que es. Ahora estoy segura. ¡Estoy segura!
—¿Pero cómo puede una…?
La luz desaparece abruptamente de los ojos de Noelle. Vuelve a estar viajando; ya no está con él.
El capitán espera, junto a la cabecera de la cama. Transcurre una hora, dos. Medio día. ¿En qué poderoso reino ha penetrado Noelle? Su respiración es distante, con una monotonía impersonal. Ahora se halla tan lejos, tan lejos de cualquier lugar que él sea capaz de comprender… Finalmente, los ojos de Noelle vuelven a parpadear. Los abre. Su rostro parece transfigurado. Al capitán le parece que ella sigue estando parcialmente en ese otro mundo situado más allá de la nave.
—Sí —dice ella—. No es un ángel, capitán. Es un sol. Un sol vivo e inteligente —los ojos de Noelle están radiantes—. Un sol, una estrella, un sol —murmura—. He tocado la conciencia de un sol. ¿Cree lo que le digo, capitán? He encontrado una red de estrellas que viven, que piensan, que tienen mentes, que tienen almas. Que se comunican. Todo el universo está vivo.
—Una estrella —dice él sordamente—. Las estrellas, ¿tienen mentes?
—Sí.
—Todas ellas? ¿Incluyendo a nuestro propio sol?
—Todas ellas. Hemos llegado al lugar de la galaxia donde vive esta estrella y está emitiendo en mi misma longitud de onda, y su energía empezó a perturbar mi conexión con Yvonne. Esa era la interferencia, capitán. La gran estrella estaba emitiendo.
Esta conversación ha tomado para él la textura de un sueño. Ahora, pregunta tranquilamente:
—¿Y por qué el sol de la Tierra no se interfirió entre tú e Yvonne cuando estabais allí?
—No tiene la edad suficiente —contesta ella, encogiéndose de hombros—. Se tarda… no lo sé, miles de millones de años… hasta que han madurado, hasta que pueden transmitir. Nuestro sol aún no tiene la edad suficiente, capitán. Ninguna de las estrellas cercanas a la Tierra tiene la edad suficiente. Pero aquí…
—¿Estás ahora en contacto con él?
—Sí. Con él y con muchos otros. Y con Yvonne.
—¿Con Yvonne también?
—Ella ha vuelto a establecer contacto conmigo. Está en el circuito —Noelle se detiene un momento—. Puedo hacer entrar a otros en el circuito. Podría conectarte a ti, capitán.
—¿A mí?
—Sí, a ti. ¿Te gustaría tocar una estrella con tu mente?
—¿Qué me ocurrirá? ¿Me hará daño?
—¿Acaso me ha hecho daño a mí, capitán?
—¿Seguiré siendo yo mismo después?
—¿Sigo siendo yo misma ahora, capitán?
—Tengo miedo.
—Ábrete a mí. Inténtalo. Observa lo que sucede.
—Tengo miedo.
—Toca una estrella, capitán.
Él coloca su mano sobre la de ella.
—Adelante —dice el capitán.
Y su alma se convierte en un solarium.
Después, con las pulsaciones solares aún reverberando en los espejos de su mente, con destellos blanco-azulados saltando en sus sinapsis, el capitán dice:
—¿Qué hay de los otros?
—También les pondré en contacto.
Él nota un parpadeo de resentimiento momentáneo. No desea compartir la iluminación. Pero rechaza ese resentimiento en el mismo instante en que lo concibe. Que ellos también entren.
—Toma mi mano —dice Noelle.
Todos extienden las manos. Uno tras otro, se van tocando entre sí. Roy. Sylvia. Heinz. Elliot. El capitán siente a Noelle agitándose en tándem con él, siente a Yvonne, siente presencias mayores, luminosas, eternas. Todo está unido. Nave-hermana, estrella-hermana: todo se convierte en una sola cosa. El capitán se da cuenta de que los días del juego al Go se han terminado. Ahora son todos una sola persona; todos están más allá de los juegos.
—Y ahora —susurra Noelle—. Ahora nos extenderemos hacia la Tierra. Pondremos nuestra fuerza en Yvonne, y ella…
Yvonne conecta a los siete mil millones de seres de la Tierra con la red.
La nave avanza como un rayo a través del tubo de no-espacio.
Dentro de poco, el capitán iniciará la búsqueda de un planeta habitable. Si descubren uno, se instalarán allí. Si no, continuarán, y no importará en absoluto, y la nave y sus siete mil millones de pasajeros seguirá su curso eternamente, calentada por la luz amiga de las estrellas.