Título: La ciudad y las estrellas
1967 Clarke, Arthur C.
Título original: The city and the stars
Traductor: F. Cazorla
Editorial: EDHASA
Como una joya resplandeciente, la ciudad descansaba sobre el corazón del desierto. Una vez, conoció el cambio y la alteración, pero ahora el TIEMPO había ido transcurriendo. La noche y el día tenían sus efectos sobre la superficie del desierto; pero en las calles de Diaspar, siempre era de día, y jamás llegaba la oscuridad. Las largas noches del invierno podían salpicar la arena del desierto con la escarcha y el rocío, procedente aún de la leve capa atmosférica que todavía quedaba en la Tierra, congelada, pero la ciudad no conocía ni el frío ni el calor. No tenía el menor contacto con el mundo exterior; Era un universo en sí misma.
Los hombres, habían construido ciudades antes; pero jamás una ciudad como aquélla. Algunas habían permanecido durante siglos, algunas incluso por milenios, antes de que el Tiempo hubiera barrido sus nombres de la superficie terrestre. Sólo Diaspar había desafiado a la Eternidad, defendiéndose a sí misma y protegiéndose y escudándose contra la lenta erosión de las edades, el embate de la decadencia y la corrosión y la herrumbre.
Desde que se construyó la ciudad, los océanos de la Tierra habían desaparecido y el desierto se había extendido por el globo entero. Las últimas montañas se habían ido erosionando y deshaciendo hasta convertirse en polvo por los vientos y las lluvias, y el resto del mundo era ya demasiado débil en sus fuerzas naturales para seguir atacándola. La ciudad vivía al margen de todo cuidado; la Tierra había desaparecido prácticamente hundida en todo su glorioso esplendor pasado y Diaspar seguía y seguirla protegiendo a los hijos de sus constructores, sosteniéndoles, dándoles vida y conservando sus tesoros en seguridad por el transcurso de los tiempos.
Sus habitantes habían ya olvidado muchas cosas; pero no importaba. Estaban tan perfectamente adaptados y encajados a su entorno vital, ya que así había sido diseñado y construido. Lo que existiese más allá de las murallas de la ciudad, era algo que ya no importaba a nadie, sencillamente constituía algo para lo que sus mentes permanecían absolutamente cerradas. Diaspar era cuanto existía, todo cuanto necesitaban, todo cuanto se podía imaginar. Tampoco importaba en absoluto que el Hombre hubiese llegado una vez a dominar las estrellas.
Con todo, los viejos mitos surgían de tanto en tanto, para fascinarles con su misterioso atractivo, ante el que se estremecían con cierto malestar, recordando las leyendas del Imperio, cuando Diaspar era joven y hacía circular su sangre por el Universo del que había recogido la vida y las riquezas, procedentes del comercio con muchos sistemas solares alejados en el Cosmos. Nadie quería volver a los viejos días, puesto que se hallaban contentos y felices en su eterno otoño. Las glorias de la pasada grandeza del Imperio pertenecían al pasado, y allí podían quedarse para siempre, ya que recordaban cómo el Imperio había encontrado su fin y ante el pensamiento de los Invasores, el frío de los espacios interestelares parecía volver a calarles los huesos.
Entonces; volvían de nuevo a sumergirse una vez más en la vida y en el calor de la ciudad, en la larga y dorada edad cuyos principios ya se habían borrado de sus mentes, en una gran parte, y cuyo fin quedaba aún muy lejano en el futuro. Otros hombres habían soñado tal edad de oro; pero sólo ellos lo habían logrado.
Ya que ellos habían vivido en la misma ciudad, habían paseado las mismas calles milagrosamente incambiadas, mientras que habían ido transcurriendo en el Tiempo más de mil millones de años.
Les había llevado muchas horas abrirse paso fuera de la Cueva de los Gusanos Blancos. Incluso entonces, no podían estar seguros de que alguno de aquellos pálidos monstruos no estuviera persiguiéndole, estando como estaban con la carga de sus armas casi agotada. Ante ellos, las flotantes flechas de luz que habían sido su misteriosa guía a través de los laberintos de la Montaña de Cristal, todavía continuaban haciéndoles señas. No tenían otra alternativa sino seguirlas, aunque al hacerlo así, corrieran el peligro de volver a caer en espeluznantes situaciones de mortales riesgos.
Alvin, volvió la vista atrás para ver si sus compañeros permanecían aún con él. Mystra se hallaba muy cerca y tras él, llevando en las manos la esfera de luz fría y luminosa que les había revelado la existencia de tales horrores y tanta belleza al mismo tiempo, desde que comenzó su aventura. Aquel pálido resplandor inundaba el estrecho corredor y reverberaba en los relucientes muros; y mientras durase su energía podrían ir viendo hacia dónde se dirigían y como detectar la presencia de cualquier peligro visible. Pero Alvin sabía demasiado bien, que los mayores peligros en aquellas cavernas, no eran precisamente los visibles.
Detrás de Mystra, luchando con el peso de su proyector, venían Narilian y Floranus. Alvin se preguntó interiormente él por qué aquellos proyectores resultaban tan pesados, ya que podían haber sido neutralizados en su gravedad con el más sencillo de los dispositivos. Alvin pensaba en cosas así, incluso en medio de las más desesperadas aventuras. Cuando tales pensamientos cruzaban su mente, parecía como si la estructura de la realidad temblase por un instante y que tras el mundo de los sentidos, captaba un vistazo de otro universo totalmente diferente.
El corredor llegó a su fin sobre un muro liso. ¿Les habrían traicionado de nuevo aquellas flechas luminosas? No, al aproximarse, la roca comenzó a disolverse en polvo. A través del muro rocoso, perforaba una broca giratoria que ensanchó rápidamente un paso como un gigantesco paso de tuerca. Alvin y sus amigos echaron un paso atrás, esperando que la máquina forzara su paso en la caverna. Con un ensordecedor ruido de metal sobre la roca, que seguramente era producido por los ecos de la Montaña, el terreno se aplastó repentinamente junto a la muralla y todo quedó en silencio. Una puerta maciza se abrió, por la que apareció Callistron gritándoles que se dieran prisa. ¿Por qué Callistron? Imaginó Alvin. ¿Qué es lo que ella está haciendo ahora? Un momento después todos estaban seguros y la máquina prosiguió su camino por las profundidades de la tierra.
La aventura había terminado. Pronto, como siempre ocurría, deberían hallarse en casa y toda la maravilla, el terror y la excitación quedaría tras ellos. Estaban cansados, pero contentos.
Alvin comprobó desde el filo en que se hallaba que él subterráneo conducía hacia las profundidades. Presumiblemente, Callistron sabía lo que estaba haciendo y aquélla era la forma de volver a casa. Con todo, era una lástima…
— Callistron — dijo súbitamente— ¿por qué no subir arriba? Nadie sabe qué es lo que guarda en sus entrañas la Montaña de Cristal. ¡Qué maravilloso sería poder salir al exterior en alguna parte de sus laderas, para ver el cielo y toda la tierra que la rodea! Hemos permanecido bajo tierra demasiado tiempo…
Aunque pronunciaba tales palabras, de alguna forma sabía en su subconsciente que eran equivocadas. Mystra emitió un grito ahogado, el interior del subterráneo vibró como una imagen vista a través del agua y detrás y más allá de las murallas metálicas que le rodeaban. Alvin pudo captar una vez más, una mirada de reojo y muy rápida de otro universo. Aquellos dos mundos parecían hallarse en conflicto, dominando primero uno y después el otro. Después, y con toda presteza, todo acabó. Se produjo una sensación restallante… y el sueño llegó a su fin. Alvin, se encontraba de nuevo en Diaspar, en su propio hogar, en su habitación privada y flotando a uno o dos pies del suelo, a causa del campo gravitatorio especial que le protegía del molesto contacto con la materia bruta.
De nuevo, era él mismo. Aquella, era la realidad… y sabía ya exactamente qué era lo que ocurriría a renglón seguido.
Mystra fue la primera en aparecer; Daba la impresión de hallarse más sobresaltada que molesta, ya que estaba realmente enamorada de Alvin.
— ¡Oh, Alvin! — se lamentó, mientras le miraba desde la pared en donde acababa de materializarse. ¡Ha sido una aventura tan excitante! ¿Por qué la echaste a perder?
Lo siento. No tuve intención de hacerlo… sólo pensé que sería una buena idea…
Sus palabras quedaron interrumpidas por la llegada simultánea de a Callistron y Floranus.
— Ahora escucha, Alvin — comenzó a decir Callistron —. Esta es la tercera vez que has interrumpido el curso de una leyenda. Ayer rompiste también la secuencia al desear saltar fuera del Valle del los Arco Iris. Y anteayer lo trastornaste todo, intentando volver al Origen en el rastro del tiempo que estábamos explorando. ¡Si no guardas las reglas del juego, tendrás que hacerlo tú solo!
Y desapareció llevándose a Floranus con él. Narilian no aparecería eh absoluto, con toda seguridad se hallaba trastornado para hacerlo, según su carácter. Sólo le quedaba la imagen de Mystra mirando tristemente hacia donde se hallaba Alvin.
Alvin inclinó el campo de gravedad, se puso en pie y caminó hacia la mesa que había materializado. Sobre ella apareció un enorme jarrón repleto de frutas exóticas, aunque no era precisamente el alimento que había imaginado, que en su confusión sus ideas se habían entremezclado. No queriendo revelar su equivocación, cogió uno de los frutos de aspecto menos peligroso y comenzó a mordisquearlo cuidadosamente.
— Bien… — dijo Mystra al fin— ¿qué vas a hacer?
— No puedo evitarlo: creo que esas reglas son algo estúpido. Además ¿cómo puedo recordarlas mientras estoy viviendo una leyenda? Yo me conduzco en la forma que me parece más natural. ¿No querías tú realmente echar un vistazo a la montaña?
Los ojos de Mystra se dilataron con horror.
— ¡Eso habría significado salir al exterior! — exclamó asustada.
Alvin sabía que resultaba inútil seguir adelante en aquella conversación. Allí estaba la barrera que detenía toda la gente de aquel mundo y que podría condenarle él a una vida de total frustración. Siempre estaba deseando salir al exterior de la ciudad, tanto en la realidad como en los sueños. Pero en Diaspar, el «exterior» era una pesadilla a la que no podía nadie encararse. Nadie hablaba del asunto y se evitaba a toda costa, era algo sucio y maligno. Ni incluso Jeresac, su tutor, le habría podida explicar por qué…
Mystra continuaba observándole con ojos tiernos, aunque confusa.
— Te veo desgraciado, Alvin — le dijo ella —. Nadie debe serlo en Diaspar. Déjame que te hable sobre eso.
Poco galante en aquella ocasión, Alvin sacudió la cabeza negativamente. Sabía a dónde le llevaría tal clase de conversación con la joven, y por el momento lo único que deseaba era quedarse solo. Doblemente decepcionada, Mystra se desvaneció.
En una ciudad de diez millones de habitantes, pensó Alvin, no existía realmente una sola persona con quién poder hablar. Eriston y Etania le apreciaban a su manera, pero ahora que terminaba el período de tutela, ambos se alegraban, y eran felices en cierto modo de dejarle que viviera su vida a su gusto y tuviese sus propias diversiones. En los últimos años recientes, haciéndose la divergencia más y más patente entre su propia personalidad y la de sus tutores, Alvin había llegado casi a sentir un cierto resentimiento hacia ellos y había advertido en lo vivo, igual resentimiento respecto a él, en sus tutores. Tal vez no fuese sobre su misma persona, cosa, que de hecho podían haber encarado y contra la que habrían podido luchar, sino contra la mala suerte por haberle elegido entre tantos millones de personas, el día en que entraron y salieron en la Sala de la Creación, hacía veinte años atrás.
Veinte años. Alvin pudo recordar aquel primer momento y las primeras palabras que oyó: «Bienvenido, Alvin, yo soy Eriston, designado como tu padre. Aquí tienes a Etania, tu madre.» Aquellas palabras no habían significado nada entonces, pero su mente las había registrado con una aguda precisión fijándolas en sus recuerdos. Alvin recordó de qué forma se había mirado a su propio cuerpo; entonces era apenas una o dos pulgadas más bajo de talla cuestión que apenas se había alterado desde el momento de su nacimiento. Había llegado al mundo casi en idéntica forma a como se encontraba ahora y apenas si había cambiado, ni cambiaría sino únicamente de forma muy ligera en altura corporal, cuando estuviera a punto de abandonar aquel mundo, a mil años de distancia de su presente actual.
Antes de aquel primer recuerdo, no había existido nada para Alvin. Un día, quizás, volvería a la misma nada; pero aquello era un pensamiento tan remoto, que apenas podía influir en sus sensaciones de ningún modo.
Volvió una vez más el curso de su mente y sus pensamientos hacia el misterio de su nacimiento. No le parecía extraño a Alvin que pudiera haber sido creado, en un simple momento del curso del tiempo, por poderes y fuerzas que constantemente materializaban toda clase de objetos en su vida diaria. No, aquello no era el misterio. El enigma que nunca había estado en condiciones de resolver que nadie podría seguramente estar en condiciones explicarle, residía en su calidad de ser Único.
Único. Era algo extraño, una triste palabra… y una cosa extraña y triste que ser. Cuando se le aplicaba a él, como mente lo había oído decir, cuando nadie creía que él pudiera escucharlo, le parecía poseer un aciago que le amenazaba más que a su propia felicidad.
Sus padres, su tutor… a todos a quienes conocía, habían de protegerle contra la verdad, como en un ansia de preservar la inocencia de su larga infancia. Aquella situación pronto estaría acabada, dentro de pocos días se convertiría de pleno derecho en un ciudadano de Diaspar nada podría apartarle del esfuerzo que pudiera o quisiera hacer para cuanto deseara conocer.
¿Por qué por ejemplo, no encajaba en las Leyendas? De entre las mil formas de recreo existentes en la ciudad, las Leyendas eran de lo más popular. Cuando se entraba a vivir una Leyenda, no se era un simple observador pasivo, en los sencillos entretenimientos que Alvin había disfrutado años antes, más joven en el tiempo. Se era participante activo y se poseía — o parecía poseerse— una libre voluntad Los acontecimientos y escenas que constituían la materia prima de las aventuras de cualquier Leyenda, podían haber sido preparados de antemano por artistas ya olvidados; pero siempre conservaban bastante flexibilidad para permitir las más amplias variaciones en sus vivencias. Se podía ir y adentrarse en aquellos mundos fantasmales con los amigos, en busca de la excitación por lo nuevo y nunca visto, que no existía en la ciudad de Diaspar y mientras duraba aquel sueño, no había nada que lo diferenciase de la realidad. Aunque con certeza, ¿quién podía estar cierto de que la propia Diaspar en sí no era un sueño?
Nadie pudo agotar todas las leyendas que habían sido concebidas y registradas desde que comenzó la vida de la ciudad. Las Leyendas tocaban todos los temas imaginables y producían toda la gama de emociones de una infinita e interminable sutileza. Algunas, las más populares entre la gente joven, eran sólo dramas poco complicados de— aventuras y descubrimientos, Otras constituían puras exploraciones de estados psicológicos, mientras que otras eran en sí ejercicios en lógica y matemáticas, capaces de producir las delicias más exquisitas a mentes de tipo más sofisticado.
Las Leyendas parecían satisfacer a sus compañeros; pero a Alvin le producían siempre la sensación de ser algo incompleto. A pesar de su colorido y variación, de su excitación y su amenidad, existía algo en todas ellas que parecía perdido, echado de menos por la particular mente de Alvin.
Alvin decidió que las Leyendas jamás le conducirían a ninguna parte. Siempre aparecían como pintadas en un estrecho lienzo. No poseían la dilatación de una gran vista, un gran panorama extenso y amplio por lo que su alma suspiraba y ansiaba ardientemente. Por encima de todo, no existía ni un toque de la inmensidad en donde tuviesen lugar las hazañas que habían llevado a cabo los antiguos hombres, el luminoso vacío entre las estrellas y los planetas del universo. Los artistas que habían planificado y llevado a cabo las Leyendas, habían estado infectados de la misma extraña fobia que dominaba y gobernaba la mente de todos los ciudadanos de Diaspar. Todas las aventuras se desarrollaban de puertas adentro o en cavernas subterráneas o en valles rodeados de montañas que cerraban paso a toda vista del resto del mundo.
Sólo podía haber una explicación. Atrás, en el tiempo pasado, tal vez antes de que Diaspar hubiese sido fundada, algo tuvo que haber ocurrido que no solamente hubiese destruido toda la ambición y la curiosidad del Hombre, sino que le había devuelto a casa abandonando los caminos de las estrellas para encerrarse cobardemente en el refugio del diminuto y cerrado mundo de la última ciudad de la Tierra. Había renunciado al Universo para cobijarse en el vientre de Diaspar, artificial y acogedor El deseo ardiente que una vez le había empujado sobre los mundos de la Galaxia y hacia las islas de las nebulosas siempre más y más allá, se habían muerto de una vez. Ninguna nave estelar había pasado por el sistema solar desde eones de tiempo atrás, desde las lejanías y entre las estrellas en que los descendientes del Hombre podían todavía estar construyendo imperios… La Tierra ni lo sabía, ni parecía importarle.
A la Tierra no. Pero sí a Alvin.
La habitación estaba sumida en la oscuridad, excepto en una de las resplandecientes paredes sobre la cual se reflejaban en oleadas de color circulantes y fluidas, las sensaciones de los sueños de Alvin y contra las que el joven luchaba desesperadamente. Una parte de aquello satisfacía íntimamente a Alvin, el sentirse fascinado por el aspecto que le ofrecían las altas montañas y sus crestas surgiendo del mar. En todo aquello, existía un poder y un orgullo que se reflejaba en sus curvas ascendentes; era algo que había estudiado durante mucho tiempo y después había insertado en la unidad de memoria del visualizador, donde quedaría preservado, mientras experimentaba con el resto de las imágenes. Pero había algo que se le escapaba aunque no sabía con exactitud lo que era. Una y otra vez, intentaba rellenar aquel espacio en blanco, mientras que el aparato transcribía los modelos y pautas de su mente y quedaban materializados contra la resplandeciente pared. Pero allí había algo equivocado, no quedaba bien. Las líneas aparecían borrosas e inciertas y los colores desvaídos y sombríos. Si el artista que lo había concebido no conoció el objetivo previsto, ni la más milagrosa de las herramientas o dispositivos adecuados, hubieran podido hacerlo en su lugar.
Alvin suprimió aquel espectáculo que no le satisfacía y se quedó mirando fijamente al rectángulo vacío en sus tres cuartas partes y que había intentado rellenar con una bella exhibición, En un súbito impulso, dobló el tamaño del diseño proyectado y lo elevó hacia el centro de la estructura visualizadora. No, aquello no resultaba tampoco y resultaba erróneo de alguna manera. Lo peor de todo, además, es que el cambio de escala había revelado los defectos de su construcción, evidenciando la falta de certidumbre de aquellas líneas dignas de confianza a primera vista. Tendría que recomenzar de nuevo.
Que se borre la totalidad de la proyección — ordenó a la máquina.
Se desvaneció el azul del mar, las montañas se disolvieron en la neblina, y todo quedó borrado hasta quedar en blanco la blanca pared sobre la que se proyectaban las imágenes. Era como si nada de todo aquello hubiera existido, como si se hubieran perdido en el limbo que había engullido todos los mares de la Tierra y todas sus montañas, edades pasadas en el tiempo, antes del nacimiento de Alvin.
La luz volvió de nuevo inundando el luminoso rectángulo sobre el que Alvin había proyectado sus sueños, combinándose con sus alrededores, hasta confundirse en una sola cosa con las demás paredes de su habitación. Pero ¿eran realmente paredes? Para cualquiera que nunca hubiera visto semejante lugar con anterioridad, aquella era ciertamente una habitación muy peculiar. Era algo sin características especiales y totalmente desprovista de toda ornamentación, dando así la impresión de que Alvin permaneciese en el centro de una esfera hueca. Ninguna línea divisoria visible servía de separación a las paredes del techo o del suelo.
No existía nada en donde los ojos pudieran enfocarse, el espacio que constituía el entorno de Alvin podía tener diez pies o diez millas de amplitud, por cuanto el sentido de la visión hubiera podido comprobar. Habría resultado difícil resistir a la tentación de comenzar a caminar en cualquier dirección en la distancia con las manos extendidas para descubrir los límites físicos de tan extraordinario lugar.
Con todo, tales habitaciones habían sido «hogares» de la mayor parte de la raza humana, durante la mayor parte de su historia. Alvin sólo tenía que estructurar el pensamiento apropiado, y las paredes se convertían en ventanas abiertas a cualquier lugar de la ciudad que quisiera elegir. Otro deseo cualquiera y las máquinas que nunca hubo visto llenarían la cámara con las imágenes proyectadas de cualquier artículo o mobiliario que pudiese necesitar. Tanto si eran cosa «real» o no, era un problema que apenas si había molestado a unos cuantos hombres en los pasados mil millones de años. En realidad, no era menos real que otro cualquier tipo de materia sólida o figurada, y cuando ya no se tenía necesidad de ella, se le hacía volver al mundo fantasmal de los bancos de memoria de la ciudad. Como todas las demás cosas en Diaspar, jamás se desgastaba y jamás cambiaría, a menos que sus estructuras O modelos fuesen cancelados o cambiados por un acto deliberado de voluntad.
Alvin había reconstruido en parte su habitación, cuando un timbrazo persistente, con el suave y metálico sonido de una campanilla de cristal, llegó a sus oídos. Mentalmente ordenó la señal de admisión y la pared sobre la cual estaba conformando sus inmediatas experiencias, se disolvió al instante. Como esperaba, aparecieron sus padres, con Jeresac a unos pasos tras ellos. La presencia de su tutor significaba que aquélla no era una reunión familiar corriente; pero esto era cosa que ya conocía.
La ilusión fue perfecta y nada de ella se perdió cuando habló Eriston. En realidad, como Alvin sabía muy bien, Eriston, Etania y Jeresac se hallaban a millas de distancia, ya que los constructores de la ciudad habían dominado tan completamente el espacio como subyugado el tiempo. Alvin ni siquiera sabía con certidumbre dónde vivían sus padres, entre la multitud de altas espiras y laberintos de Diaspar, ya que se habían movido hasta hallarse físicamente en su presencia.
Alvin — comenzó Eriston —, hace veinte años que tu madre y yo te conocimos. Tú sabes lo que esto significa. Nuestro tutelaje ha terminado y ya eres libre para hacer lo que estimes más oportuno.
En la voz de Eriston se advertía una traza, aunque leve, de tristeza. Pero había un alivio considerablemente mayor, como si Eriston estuviese contento de que aquel estado de cosas que había existido por algún tiempo, tuviese entonces una legal terminación y reconocimiento. Alvin ya disponía de su libertad.
Comprendo — repuso —. Te agradezco lo que has hecho por mí y os recordaré en todas mis vidas. — Aquella solía ser la respuesta formal, ya había oído aquello tan frecuentemente que todo su significado carecía de importancia emocional; era sólo una fórmula de palabras y sonidos sin significación particular. Con todo el decir «todas mis vidas» tenía una extraña expresión, cuando se detuvo a considerarla. Tenía una vaga idea de lo que quería decir y entonces le había llegado el momento de saberlo exactamente. Había muchas cosas en Diaspar que no comprendía, las cuales debería aprender en los siglos que se extendían ante su futuro.
Por un momento pareció como si Etania fuese a decir algo. Ella levantó una mano, distorsionando el iridiscente resplandor espectral de su vestido y después la mano cayó a uno de sus costados. Después se volvió como desamparada hacia Jeserac y por primera vez en toda su presente vida, Alvin comprendió que sus padres se hallaban preocupados.
Su memoria rebuscó rápidamente los acontecimientos de las últimas semanas. No, no había nada en aquello últimos días que pudiera haber causado ni la más leve incertidumbre en el aire de la ligera alarma que mostraban sus tutores hasta aquel momento.
Jeserac, sin embargo, apareció dominando la situación Dirigió una mirada inquisitiva a Eriston y Etania, como satisfecho de que no tuvieran otra cosa que decir y se embarcó en una disertación para la que había estado esperando muchos años.
— Alvin — comenzó— durante veinte años has sido mi alumno, y he hecho cuanto ha estado en mi mano para enseñarte los caminos de la ciudad y conducirte a la herencia que ahora es tuya. Me has hecho muchas preguntas, no habiendo podido responder a todas. En algunas cosas, aún no estás en condiciones de aprenderlas e incluso ni yo mismo podría decir que las sé tampoco. Todavía es deber mío el guiarte, si necesitas mi ayuda. En doscientos años, Alvin, puedes comenzar a saber algo de esta ciudad y un poco de su historia. Incluso yo, que estoy al término de esta vida he visto menos de una cuarta parte de Diaspar y tal vez menos de una milésima parte de sus tesoros.
Todo aquello era algo conocido para Alvin, pero no era cosa de dar prisa a Jeserac en su discurso. El anciano parecía recorrer el inmenso espacio de los siglos pesando las palabras con la sabiduría de tan dilatada experiencia que le había proporcionado su contacto vital con hombres y máquinas.
— Dime — Alvin continuó— ¿te has preguntado a ti mismo dónde estabas antes de haber nacido… antes de haberte encontrado cara a cara con Etania y Eriston en la Sala de la Creación?
— He asumido que no estaba en ninguna parte… que no era nada excepto una pauta o un propósito en la mente de la ciudad, esperando el momento de ser creado… así.
Un cojín resplandeció y se espesó hasta materializarse bajo Alvin. Se sentó en él y esperó a que Jeserac continuase.
— Eso es correcto, Alvin — fue la respuesta del anciano —. Pero es sólo una parte de la respuesta, y una parte muy pequeña, ciertamente. Hasta ahora, sólo te has reunido con muchachos de tu misma edad y ellos han permanecido ignorantes de la verdad. Pronto ellos podrán recordar, pero tú no, por tanto, prepárate a encararte con los hechos.
Durante mil millones de años, Alvin, la raza humana ha vivido en esta ciudad. Desde que cayó el Imperio Galáctico y los Invasores volvieron a las estrellas, este ha sido nuestro mundo. Al exterior de las murallas de Diaspar, no hay nada, excepto el desierto de que hablan nuestras leyendas.
Sabemos muy poco de nuestros primeros antepasados que eran seres de vida muy corta y que por extraño que parezca, podían reproducirse por sí mismos sin la ayuda de las unidades de memoria de nuestros ordenadores de materia. En un complejo proceso, aparentemente incontrolable, las pautas clave de cada ser humano fueron preservadas en células microscópicas de misteriosa estructura ya creadas en el interior de sus cuerpos. Si estas interesado, los biólogos pueden explicarte mucho de particular, aunque el método tiene poca importancia ahora, ya que fue abandonado en el amanecer de nuestra historia.
Un ser humano, como cualquier otro objeto, se define por su estructura, su modelo o pauta concreta. La de un hombre y todavía más, la pauta que especifica la mente de un hombre, es algo increíblemente complicado y todo, la Naturaleza fue capaz de reducir todo en una célula diminuta demasiado pequeña para ser observada por el ojo humano.
Lo que la Naturaleza puede hacer, el Hombre también puede hacerlo, a su propio estilo. Ignoramos que tiempo se llevó semejante tarea. Un millón de años, tal vez… ¿pero qué es eso? Al final, nuestros antepasados aprendieron a analizar y a almacenar la información que pudiese definir con exactitud a un ser humano especifico, y a utilizar tal información para recrear el original, de la misma forma que tú has recreado hace unos momentos ese cojín en que te hallas ahora sentado.
«Sé que esas cosas te interesan, Alvin, pero no puedo decirte exactamente cómo fue hecho. La forma en que se almacenó esa información es lo de menor importancia, todo lo que importa es realmente la información en sí misma. Puede haber sido en forma de la palabra escrita sobre papel, o en campos magnéticos variables, o modelos de determinada carga eléctrica. Los hombres han utilizado todos esos medios de conservación y muchos otros. Es suficiente decir que hace mucho tiempo, estuvieron en condiciones de conservarse a sí mismos, O para ser más precisos, los modelos sin cuerpo a partir de los cuales pudiesen volver de nuevo a revivir la existencia.
Ya sabes mucho de eso. En esta forma, nuestros antepasados nos legaron una virtual inmortalidad y también evitaron los problemas que surgieron por la abolición de la muerte. Un millar de años en un cuerpo es bastante tiempo para un hombre. Al final de este período, su mente está deshecha por el almacenamiento de recuerdos y lo único que ya desea es sólo descansar… O un nuevo comienzo vital.
«Dentro de muy poco, Alvin, deberé prepararme para dejar esta vida. Deberé volver hacia atrás en mis recuerdos y memorias, Suprimiéndolos y cancelando especialmente aquellos que no deseo conservar. Entonces, deberé encaminarme a la Sala de la Creación pero a través de una puerta que tú no has visto jamás Este viejo cuerpo cesará de existir y con él su consciencia. Nada quedará de Jeserac sino una galaxia de electrones helados en el corazón de un recipiente de cristal.
«Dormiré entonces, Alvin, sin sueños. Y después, un día, tal vez a cien mil años de distancia del presente, me encontraré de nuevo en otro nuevo cuerpo, y conoceré a los que hayan sido elegidos para ser mis guardianes y tutores. Ellos me cuidarán como Etania y Eriston te han guiado a ti, ya que al principio, yo no sabré nada de Diaspar y no tendré recuerdo alguno de lo que fui anteriormente. Esos recuerdos, sin embargo, volverán después lentamente, al final de mi infancia, y construiré sobre ellos otra vida conforme vaya adelantando en el curso de mi nuevo ciclo de existencia.
«Esa es la pauta general de nuestras vidas, Alvin. Todos hemos estado aquí muchas, muchas veces antes, aunque conforme los intervalos de no — existencia varíen de acuerdo aparentemente con las leyes del azar, esta población hoy presente, nunca volverá a repetirse a sí misma otra vez. El nuevo Jeserac del futuro, tendrá nuevos amigos y diferentes intereses, pero el viejo — tanto como de él pueda quedar— continuará existiendo todavía en el nuevo.
«Esto no es todo. En cualquier momento, Alvin, sólo una centésima parte de los ciudadanos de Diaspar viven y caminan por las calles. La inmensa mayoría dormitan en una vida latente en los bancos de memorias, esperando la señal de ser llamados al estadio de existencia, una vez más. De esta forma, poseemos la continuidad y con todo, el cambio… la inmortalidad; pero no el estancamiento.
«Sé lo que estás imaginando, Alvin. Quieres saber cuándo podrás recordar las memorias de tus otras vidas pasadas, como tus compañeros lo están haciendo.
«No hay tales recuerdos ni memorias, porque tú eres único. Hemos tratado de evitarte que lo supieras tanto tiempo como nos ha sido posible, para que ninguna sombra entorpeciera tu infancia feliz, aunque supongo que en cierta forma, has debido ir suponiéndolo a tu vez, como parte de esta verdad. Tampoco lo sospechábamos nosotros mismos, hasta hace cinco años; pero ahora ya no hay duda alguna.
«Tú, Alvin, eres algo que ha ocurrido en Diaspar sólo un puñado de veces desde que se fundó la ciudad. Quizá hayas permanecido durmiendo en los bancos de memorias a través de todas las edades… o tal vez fuiste creado hace sólo veinte años por alguna permutación debida al azar. Puedes muy bien haber sido diseñado y concebido en los principios por los constructores de Diaspar, o ser solamente un accidente sin propósito determinado de nuestro propio tiempo.
«Es algo que ignoramos. Todo lo que sabemos, es esto: tú, Alvin, solo en toda la raza humana, nunca has vivido antes. Expresado literalmente en una cierta verdad: tú eres el primer muchacho que de veras has nacido en la Tierra desde hace, por lo menos, mil millones de años».
Cuando Jeserac y sus padres se desvanecieron de su vista, Alvin permaneció descansando durante largo rato, tratando de mantener su memoria vacía de todo pensamiento. Cerró su habitación por completo para que nadie pudiese interrumpir aquella especia de trance mental.
No estaba durmiendo, el sueño era algo que jamás había experimentado, puesto que era algo que pertenecía a un mundo que tuviese día y noche, pero en Diaspar sólo existía el día. Aquello era lo más cercano que podía existir a un hecho olvidado y aunque no era realmente esencial para él, sabía que de tal forma podía componer su estado mental.
Había aprendido poco, casi todas las cosas que Jeserac le había dicho ya lo había supuesto. Pero había una cosa que suponer e imaginar y que tal suposición fuese confirmada más allá de toda posibilidad de refutación.
¿De qué forma podría afectar su vida, si es que debía afectarle? Alvin no pudo estar seguro y la incertidumbre fue una nueva sensación para el joven. Tal vez aquello no tuviese ninguna importancia ni estableciese diferencia alguna en su vida si no encajaba por completo en la vida de Diaspar, podría hacerlo en la próxima… o en otra más lejana…
Aunque se había esforzado en conformar y encararse con tal pensamiento, su mente rehusaba aceptarlo. Diaspar podría ser suficiente para el resto de la Humanidad; pero no lo bastante para él. No dudaba de que podían emplearse un millar de vidas sin apurar el gozo de tanta maravilla y de experimentar todos sus cambios. Él podría hacer todo aquello; pero aun así, si no pudiese hacer algo más, jamás estaría contento.
Se planteaba un problema con que encararse. ¿Qué más había que hacer?
Aquella pregunta sin respuesta, le sacó de su estado de ensoñación. No podía permanecer allí estático, en semejantes circunstancias y estado de ánimo. En la ciudad existía sólo un lugar en donde poder hallar alguna paz para su mente excitada.
La pared se desvaneció en parte al salir hacia el corredor y las moléculas polarizadas de su estructura resistieron su paso como un débil viento soplándole en el rostro. Existían muchos medios de ser transportado sin esfuerzo a cualquier parte; pero prefirió caminar. Su habitación se hallaba casi al nivel principal de la ciudad y un corto pasaje le llevo a una rampa en espiral que a su vez conducía a la calle.
Alvin ignoró el camino rodante y siguió a pie por la estrecha acera, un gesto excéntrico, ya que tenía varias millas que caminar. Pero a Alvin le gustaba el ejercicio, servía para relajarle la mente. Además, había tantas cosas que ver que resultaba una lástima pasar de largo sin contemplar de cerca las últimas maravillas de Diaspar, cuando tenía ante él una verdadera eternidad de tiempo.
Era la costumbre de los artistas de la ciudad, y todos sus ciudadanos lo eran en una u otra ocasión el mostrar públicamente sus producciones corrientes a lo largo de los caminos móviles, para que los transeúntes pudiesen admirar su trabajo. De esta manera, era usualmente cosa de pocos días el que la totalidad de la población de Diaspar hubiese criticado y examinado cualquier producción notable expresando así sus diferentes puntos de vista al respecto de la creación artística. El veredicto resultante, registrado automáticamente por dispositivos especiales que recogían las opiniones de forma tal que nadie pudiera sobornar o alterar, aunque alguna vez se habían realizado intentos en tal sentido, decidían la aparición de una obra maestra. Si existían bastantes votos afirmativos, su forma iría a parar a la memoria de la ciudad, de tal manera que cualquiera que lo deseara, en cualquier fecha futura, pudiese poseer una reproducción absolutamente indistinguible del original.
Las obras de menos éxito, seguían el camino de tales trabajos bien disolviéndose en sus materiales elementales de origen o expuestas en los hogares de los amigos del artista.
Alvin tan sólo vio un objeto de arte en su jornada que realmente llamó su atención. Era una creación casi abstracta, como la reminiscencia pura de una flor a punto de abrirse a la luz. Creciendo lentamente y procedente de un diminuto núcleo de color, expandiría sus complejas espirales y estructuras para después colapsarse y. recomenzar de nuevo el ciclo. Aun así no del todo con exactitud, puesto que no había dos ciclos idénticos. Aunque Alvin la observaba a través de una especie de pulsaciones cada vez se producían unas sutiles e indefinibles diferencias, aunque la pauta básica permanecía la misma.
Alvin sabía por qué le gustaba aquella pieza de intangible escultura. Su ritmo expansivo, daba una impresión de espacio… casi de evasión. Por tal razón, no llamaría probablemente la atención de la mayor parte de sus compatriotas. Tomó nota del nombre del artista y decidió visitarle en la más próxima oportunidad.
Todos los caminos, tanto los móviles como los estacionarios, llegaban a un fin, al alcanzar el Parque que era el gran corazón verde de la ciudad. Allí, en un espacio circular de tres millas de anchura, se hallaba un recuerdo de lo que la Tierra había sido antes de que el desierto lo engullera todo, excepto Diaspar. Primero, un gran cinturón de hierba, después arbustos que crecían en árboles más y más altos y espesos conforme se caminaba hacia delante bajo su sombra. Al propio tiempo, el terreno se inclinaba suavemente hacia abajo, de tal forma que cuando al final se emergía del bosque quedaba desvanecido todo rastro de la ciudad, escondida por una pantalla de árboles.
La amplia corriente acuosa que Alvin tenía frente a sí, era llamada sencillamente el Río. No tenía otro nombre, ni lo precisaba. A intervalos, era cruzado por estrechos puentes y fluía alrededor del Parque en un círculo cerrado y completo, roto ocasionalmente por algunos lagos. Aquel río de rápida corriente, volvía sobre sí mismo tras un recorrido de unas seis millas y nunca había sorprendido a Alvin con nada fuera de lo normal, en realidad ni siquiera había pensado dos veces respecto a la cuestión de sí en cualquier punto de su circuito, el Río hubiese fluido colina arriba. Había cosas mucho más extrañas que aquélla en Diaspar.
Una docena de personas jóvenes estaban nadando en uno de los pequeños lagos de su recorrido y Alvin se detuvo para observarlas. Conocía a la mayor parte de vista, aunque no por sus nombres y por un momento estuvo tentado de unirse a su distracción. Pero el secreto que llevaba en su interior le decidió contra tal decisión y se contentó con su papel de simple observador.
Físicamente, no había forma de decir cuáles de aquellos jóvenes ciudadanos habían salido de la Sala de Creación en aquel año, o cual vivía en Diaspar tanto tiempo como Alvin mismo. Aunque existía una considerable variación en altura y peso, tales características no tenían correlación alguna con la edad. La gente nacía sencillamente de aquella forma y aunque por término medio, cuanta mayor talla tenía una persona, mayor era su edad, no constituía una regla segura para ser aplicada a menos que no hubiesen transcurrido siglos de tiempo.
El rostro de la persona era una guía más segura. Algunos de los recién nacidos eran más altos que Alvin, pero tenían un aspecto de falta de madurez y una expresión de maravillada sorpresa ante el mundo en que se encontraban, que lo revelaba inmediatamente. Resultaba extraño pensar, que aletargadas y sin desvelar todavía en sus mentes, existían infinitas vivencias que pronto podrían ir comenzando a recordar. Alvin les tuvo envidia en este aspecto, aunque no estuvo muy seguro de sí debería hacerlo así. La primera existencia de un ser es un precioso regalo que jamás puede repetirse. Resultaba maravilloso ver la vida por primera vez, como en la frescura de una aurora, al amanecer. Si hubiera otros como él, con quienes poder compartir sus pensamientos y sensaciones…
Con todo, Alvin estaba fundido en el mismo molde como aquellos muchachos que jugueteaban en el agua del Río. El cuerpo humano no había cambiado en absoluto en los mil millones de años desde la construcción y fundación de Diaspar, puesto que el diseño básico había sido archivado inalterado en los bancos de memoria de la ciudad. Había cambiado, no obstante, en comparación con su original y primitiva forma, aunque la mayor parte de las alteraciones eran internas y no visibles a la vista. El Hombre se había reconstruido muchas veces en su larga historia, en el esfuerzo de abolir los defectos y males de la carne que constituían su herencia.
Detalles tales como los dientes y uñas se habían desvanecido.
El cabello se había quedado confinado a la cabeza; ya no quedaba traza alguna del pelo en el resto del cuerpo. La característica que más habría podido sorprender a cualquier hombre de las remotas edades pasadas, sería sin duda, la desaparición del ombligo. Su inexplicable ausencia le habría dado mucho en que pensar, por lo mismo que a primera vista, se hubiera encontrado chasqueado ante el problema de distinguir al macho de la hembra. Hubiera incluso llegado a la conclusión de que apenas existía diferencia, lo que en realidad, hubiera constituido un grave error. En las apropiadas circunstancias propias de la época, no había duda alguna respecto a la masculinidad de cualquier varón de Diaspar. Era sencillamente que su disposición externa respecto a los órganos diferenciales se hallaba más perfectamente oculta cuando no era precisa, y su conservación interna enormemente mejorada respecto a la original dispuesta por la Naturaleza, inelegante y desde luego debida en gran parte a disposiciones desarrolladas un tanto al azar en sus primeras edades sobre la Tierra.
Era cosa cierta que la reproducción había dejado ya tiempo ha de ser algo concerniente a una función corporal, en que tal función reproductiva consistía en mucho dejar que el azar influyese en la génesis de un cuerpo como una partida de dados tirados al aire. Con todo, aunque la concepción y el nacimiento ya no eran ni incluso recuerdos, el sexo permanecía. Incluso en los antiguos tiempos, ni una centésima parte de la actividad sexual había tenido que ver con la reproducción. La desaparición de ese sencillo uno por ciento había cambiado la pauta de la sociedad humana, y las palabras tales como «padre» y «madre»; pero el deseo persistía, aunque entonces su satisfacción no tuviese un objetivo más profundo que cualquiera de los placeres propios de los demás sentidos.
Alvin dejó a sus juguetones contemporáneos y continuó hacia el centro del Parque. Allí existía un incontable número de senderos cruzándose y volviéndose a cruzar a través de la baja espesura y ocasionales descensos por suaves hondonadas entre grandes rocas recubiertas de líquenes. Se encontró con una máquina poliédrica flotando entre las ramas de un árbol, no más grande que la cabeza de un hombre. Nadie sabía con certeza cuantas variedades de robots había en Diaspar, en general solían apartarse de las personas y llevar a cabo sus cometidos con tal perfección que resultaba bastante raro encontrarse con alguno.
En aquel momento, el terreno comenzó a elevarse de nuevo. Alvin se aproximaba a la pequeña colina que se hallaba en el mismo centro exacto del Parque, y en consecuencia, de la propia ciudad de Diaspar. Para llegar había muy pocos obstáculos en el camino, teniendo así una clara visión de la cima de la colina y del sencillo edificio que la coronaba. Llegó un tanto fatigado al final de la meta propuesta y le encantó quedarse descansando con la espalda apoyada contra una de las columnas de color rosado y mirar el camino que le había llevado hasta allá.
Existen ciertas formas arquitectónicas que nunca pueden cambiar por haber alcanzado la perfección. La Tumba de Yarlan Zey pudo haber sido diseñada por los constructores de templos de las primeras civilizaciones que el hombre hubo conocido, aunque resultaba imposible imaginar de qué clase de materiales estaba construida. El techo estaba abierto a pleno cielo y la simple cámara estaba pavimentada con grandes losas que a primera vista daban la impresión de ser piedra natural. Pero durante edades geológicas enteras, los pies humanos habían cruzado, y vuelto a cruzar aquel piso sin dejar la menor traza ni desgaste en aquel material inconcebiblemente sólido y perfecto.
El creador del gran Parque, esto es, el mismo constructor de la propia Diaspar, aparecía sentado con unos ojos literalmente inclinados hacia abajo, como examinando los planos extendidos sobre sus rodillas. Su rostro aparecía con una tal curiosa ausencia de cuanto parecía rodearle, que había sorprendido y dejado confuso al mundo durante incontables generaciones de seres humanos. Algunos habían opinado que sólo se trataba de un gesto producto de la imaginación del artista; pero a otros les parecía que Yarlan Zey sonreía a algún secreto indescifrable.
La totalidad de la construcción en sí, era un enigma, ya que nada de cuanto concernía a aquella construcción arquitectónica podía ser investigado, ni existía traza alguna en los archivos y registros de la ciudad. Alvin, ni siquiera estaba seguro de lo que significaba la palabra «tumba»; Jeserac pudo probablemente habérselo dicho, ya que era tan aficionado a coleccionar palabras antiguas y salpicar su conversación con ellas, para la confusión de quienes le escuchaban.
Desde aquel punto central ventajoso, Alvin pudo mirar claramente por todo el Parque, por encima de las barreras de árboles y a las lejanías de la gran ciudad. Los edificios más próximos, se hallaban casi a dos millas de distancia, formando como un cinturón de baja altura circundando el Parque. Más allá, fila tras fila de otros edificios cada vez más altos, se encontraban las torres y las terrazas que constituían el núcleo central de Diaspar. Aquello se extendía milla tras milla, como escalando poco a poco el propio cielo, haciéndose cada vez más completo y más impresionante. Diaspar había sido concebida como una entidad; en realidad era una sola y gigantesca máquina, poderosísima y misteriosa. A pesar de todo su aspecto exterior casi sobrepasaba su extraordinaria complejidad, pero sólo chocaba con las escondidas maravillas de la tecnología sin las cuales, todos aquellos grandes y fabulosos edificios hubieran sido sólo unos sepulcros sin vida.
Alvin se quedó mirando fijamente los límites de aquel, su propio mundo. Diez, veinte millas, con sus detalles ya perdidos en la distancia, eran los límites exteriores de la ciudad, sobre los cuales parecía descansar el techo del firmamento. No existía nada más allá de aquellos límites, nada excepto la dolorosa soledad del desierto en donde un hombre cualquiera se habría vuelto loco.
Pero… ¿por qué aquella soledad, aquel vacío arenoso le llamaba, le atraía misteriosa e imperativamente, como no lo había hecho con nadie de quienes había conocido?
Alvin lo ignoraba. Miró con fijeza a lo ancho de las espiras multicolores y de los gigantescos edificios que ahora encerraban la totalidad del dominio del género humano, como si de aquella forma pudiera hallar respuesta a su pregunta.
Pero no la halló. Sin embargo, en aquel momento, mientras su corazón le impulsaba a lo inalcanzable, tomó una decisión irrevocable.
Y supo entonces qué era lo que iba a hacer con su vida.
Jeserac no resultó de mucha ayuda para Alvin, aunque no fuera tan falto de cooperación como a Alvin casi le había parecido. Le había hecho tales preguntas antes, en su larga carrera como mentor del joven, y no creyó que incluso un único como Alvin pudiese producir muchas sorpresas, o plantearle problemas que no pudiera resolver.
Era cierto que Alvin estaba comenzando a mostrar ciertas excentricidades de menor importancia en su conducta, las cuales eventualmente necesitaban la debida corrección. Alvin no se adhirió tan completamente como hubiera deseado a la increíble y elaborada compleja vida social de Diaspar, o en los mundos de fantasía de sus jóvenes compañeros. Tampoco había mostrado un particular interés para sumergirse en los dominios más altos del pensamiento, aunque a su edad, hubiera sido más bien sorprendente. Más notable resultaba su errática vida amorosa, llegó a la conclusión de que no formaría una relativamente estable pareja por lo menos de un siglo de duración y la brevedad de sus asuntos amorosos fue pronto famosa. Era intensa mientras permanecía en su período ardiente, pero ninguna relación duraba más allá de unas cuantas semanas. Por lo que parecía, sólo podía interesarse por una sola cosa cada vez.
Había veces en que se mezclaba de todo corazón en los eróticos juegos de sus compañeros o desaparecía con la compañera de su elección durante varios días. Pero una vez pasada la fuga pasional, se producía largos períodos en que daba la impresión de hallarse totalmente desinteresado de lo que debería ser su mayor preocupación a su edad. Aquello resultaba malo para él probablemente y ciertamente para sus amoríos dejados de lado, que vagaban por la ciudad desconsoladamente hasta encontrar otra consolación adecuada. Mystra, según había notado Jeserac, había llegado entonces en tan desgraciada época para Alvin.
No es que Alvin fuese falto de corazón ni desconsiderado. En el amor, como en las demás cosas, parecía ir buscando un objetivo una meta que Diaspar no podía proporcionarle.
Ninguna de tales características de Alvin preocuparon demasiado a Jeserac. Un Único, debía comportarse seguramente de aquella forma y a su debido tiempo el joven encajaría en la conducta y forma de vivir propios de la ciudad. Ningún individuo, por excéntrico o brillante que fuese, podría concebir otra cosa distinta.
— El problema que te afecta es uno ya muy viejo — le dijo a Alvin —, pero te sorprenderías de cuánta gente toma el mundo tal y como es y jamás se preocupa de nada y tampoco permite que le turbe su mente. Es cierto que la raza humana ocupó una vez un espacio infinitamente más grande que esta ciudad de Diaspar. Tú ya has visto algo de lo que era la Tierra antes de que llegase el desierto y desaparecieran los océanos Esos registros a los cuales eres tan aficionado de proyectar, son los más antiguos que poseemos, son los únicos que muestran la Tierra tal y como era antes de que llegasen los Invasores. No imagino que mucha gente los haya visto, esos espacios abiertos, sin límites son algo que no podemos contemplar, ni resistir. Incluso la Tierra entera, por supuesto, era sólo un granito de arena en el Imperio Galáctico. Lo que esas inmensidades entre las estrellas tienen que haber sido y son, es como una pesadilla que ningún hombre en su sano juicio trata de imaginar. Nuestros antepasados los cruzaron en el amanecer de nuestra historia, cuando se dirigieron a construir el Imperio. Los cruzaron de nuevo por última vez cuando los Invasores se dirigieron liada la Tierra.
«La leyenda dice, aunque sea sólo una leyenda, que hicimos un pacto con los Invasores. Ellos tendrían para sí el Universo si tanta falta les hacía y nosotros nos conformaríamos con el mundo en que nacimos.
«Hemos mantenido ese pacto y olvidado los vanos sueños de nuestra lejana infancia, como tú también los olvidarás, Alvin. Los hombres que constituyeron esta ciudad y establecieron la sociedad que en ella vive, fueron los señores de la materia y del pensamiento. Pusieron todo lo que la raza humana pudiera necesitar para siempre dentro de estas murallas, y después tomaron las medidas de seguridad necesarias para no abandonarlas jamás.
— Oh, las barreras físicas son las menos importantes. Tal vez haya rutas que conduzcan al exterior de la ciudad, pero estoy seguro de que no irías muy lejos por ellas, incluso en el caso de que las encontraras. Y aunque tuvieses éxito en el intento ¿qué bueno podría proporcionarte eso? Tu cuerpo no permanecería vivo mucho tiempo en el desierto, allá donde la ciudad dejaría de protegerte y alimentarte.
— Si existe una salida que conduzca al exterior de la ciudad — preguntó Alvin —, ¿qué es lo que me prohíbe utilizarla?
— Esa es una pregunta tonta — le respondió Jeserac —. Creó que ya conoces la respuesta.
Jeserac tenía razón; pero no en la forma que él imaginaba. Alvin lo sabía, o más bien lo había supuesto así. Sus compañeros le habían dado la respuesta, tanto en su vida consciente, como en las aventuras en sueños que había compartido con ellos. Ellos nunca estarían en condiciones de dejar a Diaspar; pero lo que Jeserac ignoraba era que las motivaciones que gobernaban sus vidas, no ejercían el menor poder ni la más pequeña influencia sobre Alvin. Tanto si su calidad de Único era debida a un accidente o a algún antiguo designio, era cosa que lo ignoraba; pero aquel era uno de sus resultados. Alvin trató de imaginar cuantos otros tendría que descubrir.
Nadie se daba prisa en Diaspar, y esto constituía una regla que incluso Alvin raramente alteraba. Consideró el problema cuidadosamente durante varias semanas y empleó mucho tiempo en la búsqueda de las más antiguas memorias históricas de la ciudad. Durante horas sin cuento, permanecía yacente en los brazos impalpables del campo antigravitatorio con el proyector hipnótico abierto y su mente proyectada al pasado. Cuando el registro había terminado, la máquina descansaba y todo se desvanecía; pero Alvin todavía continuaba en reposo con la mente fija en la nada anterior a su vuelta a través de las edades para encontrarse de nuevo con la realidad. Volvía a ver de nuevo las extensiones sin fin de aguas azules de los mares, más vastas que la propia tierra firme, con sus olas yendo a romper en las doradas orillas de los mares. Sus oídos percibían el rumor de los rompientes, callados hacía ya millones de años atrás. Recordaba los bosques y las praderas y las extrañas bestias que una vez compartieron el mundo con el Hombre.
Existían muy pocos de tales registros, como cosa generalmente aceptada, aunque nadie sabía por qué y que en algún momento entre la llegada de los Invasores y la construcción de Diaspar todos los recuerdos primitivos de los tiempos antiguos se habían perdido. Tan completo había sido el olvido de tales acontecimientos que resultaba difícil creer que aquello pudo haberse debido a un simple accidente. El género humano había perdido su pasado, excepto por unas cuantas crónicas que podían ser más bien una cosa ya legendaria. Antes de Diaspar sólo había existido… las Edades del Amanecer. En aquel limbo se hallaban inmersos inextricablemente juntos los primeros hombres que encendieron el fuego y los primeros que utilizaron la energía atómica, los primeros hombres que construyeron una canoa con sus manos y los primeros que llegaron a las estrellas. Al extremo lejano de aquel inmenso desierto de tiempo pasado, todos eran como vecinos próximos.
Alvin había intentado hacer solo sus experiencias; pero la soledad era algo que no siempre se podía tener a mano en Diaspar. Apenas dejaba su habitación, se encontraba con Mystra, quien no hacía el menor intento para pretender que su presencia fuese puramente accidental.
Nunca se le ocurrió a Alvin pensar que Mystra fuese bella, ya que jamás había visto la fealdad humana. Cuando la belleza es universal, pierde su poder de hacer latir el corazón y sólo su ausencia es la que puede producir efectos emocionales.
En los primeros momentos y al encontrarla, Alvin se sentía un tanto aburrido y molesto por el encuentro con el recuerdo de pasiones que ya no le afectaban apenas. Era todavía demasiado joven para sentir la ausencia de una amistad perdida y cuando llegara el momento podría darse el caso de resultarle difícil él hacerlas de nuevo. Incluso en sus momentos de mayor intimidad la barrera de su calidad de Único surgía entre él y sus amantes. Para aquel cuerpo ya completamente formado, era sin embargo un muchacho y así continuaría aún durante décadas, mientras que sus compañeros, uno tras otro, recordarían las memorias de sus pasadas vidas y le dejarían muy atrás en tal aspecto. Ya lo había experimentado. Incluso Mystra que tenía un aspecto tan ingenuo y desprovista de artificio entonces, pronto se convertiría en todo un complejo de recuerdos y memorias, con un talento más allá de la imaginación de Alvin.
Su ligera molestia solía desvanecerse casi al instante. No había razón alguna para que Mystra no pudiese ir con él si ella lo deseaba. Alvin no era egoísta y no deseaba tampoco encerrar para sí sus nuevas experiencias en el fondo de un escondrijo, como un avaro. Por lo demás, podía ir aprendiendo mucho de las reacciones de la bella muchacha enamorada de él.
Ella no solía hacer preguntas, cosa que resultaba poco usual y en aquella ocasión permaneció callada mientras el canal exprés les iba sacando fuera del agitado corazón de la ciudad. Juntos siguieron su camino hacia la sección central de alta velocidad sin molestarse en echar un vistazo de pasada al milagro que yacía bajo sus pies. Un ingeniero del viejo mundo, se habría vuelto loco de remate poco a poco, al tratar de comprender cómo una calzada aparentemente sólida podía estar fija a ambos lados, mientras que por el centro discurría a una velocidad creciente. Pero para Alvin y Mystra era perfectamente natural, que la materia pudiese existir de tal forma que resultase salida en una dirección y líquida en la opuesta.
A su alrededor, los edificios se hacían más y más altos, como si la ciudad fuese reforzando sus defensas contra el mundo exterior. Qué extraño resultaría, pensó Alvin, si aquellas imponentes murallas se hiciesen transparentes como el cristal y se pudiese observar la vida que latía en su interior. Esparcidos por doquier y en el espacio que les rodeaba se hallaban amigos a quienes conocía, amigos que conocería en alguna ocasión y personas extrañas a quienes jamás, probablemente llegaría a conocer. En realidad estas últimas personas serían pocas, ya que en el curso normal de su dilatada vida futura tendría ocasión de encontrarse y conocer a casi toda la población de Diaspar. La mayor parte de aquellas personas, estarían en sus habitaciones particulares, aunque no estuviesen solas. Sólo tenía que formarse una idea y formular un deseo, para que apareciesen junto a ellas en todo, excepto en realidad física, la apariencia de la persona elegida o deseada. Nadie se aburría, ya que tenían acceso a todas las cosas que habían sucedido en 105 dominios de la imaginación o de la realidad, desde los días en que fue construida la ciudad. Para los hombres con una mente así constituida, la existencia era de lo más placentero y agradable. Que ello no fuese algo realmente fútil, era algo que Alvin todavía no había llegado a comprender.
Conforme Alvin y Mystra se dirigían alejándose del corazón de la ciudad, el número de personas que veían por las calles, iba decreciendo lentamente, y no hubo nadie a la vista, al llegar a un lento descanso contra una larga plataforma de mármol brillantemente coloreada. Caminaron a través de aquella helada materia donde la sustancia del camino rodante fluía de vuelta hacia su origen y se enfrentaron con una muralla agujereada con túneles brillantemente iluminados. Alvin escogió uno de ellos sin vacilar y entró en él con Mystra tras él a corta distancia. El campo peristáltico les acogió en el acto y les impulsó hacia delante, mientras se recreaban con cuanto les rodeaba.
Parecía imposible que en realidad se hallasen en un túnel subterráneo. El arte que se había empleado en Diaspar pintando cuadros de bellísima factura, se había desplegado allí y por encima de sus cabezas los cielos parecían abiertos a todos los vientos y corrientes del firmamento. Por todo su entorno, observaban las espiras de la ciudad, reluciendo a la luz del sol. No era la ciudad que Alvin conocía, sino la Diaspar de una edad muy anterior. Aunque muchos de sus edificios le eran familiares existían sutiles diferencias que añadían más interés al escenario general. Alvin deseó ir muy despacio; pero nunca había hallado la forma de retardar su paso a través del túnel.
Pronto se sintieron depositados en una ancha cámara elíptica completamente rodeada de ventanas. A través de ellas, pudieron captar arrebatadoras vistas de maravillosos jardines, encendidos y salpicados de brillantes flores. Aún quedaban jardines en Diaspar; pero aquellos sólo habían existido en la mente de los artistas que los habían concebido. En realidad, muchas de aquellas flores, todavía existían en el mundo presente de Alvin.
Mystra se mostraba fascinada por su belleza y obviamente convencida que aquella había sido la finalidad por la que Alvin la había llevado hasta allí. Alvin la observó durante un rato, mientras corría alegremente de un lado a otro, de escena en escena gozando su delicia en cada nuevo descubrimiento. Había centenares de lugares como aquel, en los edificios medio desiertos que rodeaban la periferia de Diaspar, conservados en perfecto orden por los ocultos poderes que cuidaban de todo lo relacionado con la gran ciudad. Un día la marea irresistible de la vida podría fluir de aquella forma una vez más; pero hasta entonces, aquellos antiguos jardines eran como un secreto que compartían juntos.
— Tenemos que ir más lejos — dijo Alvin —. Esto es sólo el principio.
Entró por una de las ventanas y la ilusión se deshizo. No había jardín tras los cristales sino un pasaje circular curvándose ligeramente hacia arriba. Podía ver a Mystra a algunos pasos de distancia, aunque sabía que ella no le vería a él. Pero la chica no vaciló y un momento más tarde se hallaba junto a él en aquel pasaje.
Bajo sus pies el suelo comenzó a deslizarse lentamente hacia delante como si tuviese prisa en conducirles hacia su meta. Siguieron caminando en aquella forma unos cuantos pasos, hasta que su velocidad era tan grande que cualquier esfuerzo en contra habría resultado inútil.
El corredor continuaba todavía subiendo y a unos cien pies se había curvado casi en un ángulo recto. Pero aquello sólo podía conocerse por pura lógica, para todos los sentidos era como si se acelerase el paso por un corredor totalmente plano. El hecho de que en realidad estuviesen siendo llevados hacia arriba a miles de pies verticalmente, como por una gigantesca chimenea, no les ocasionaba la menor sensación de inseguridad, ya que cualquier fallo del campo polarizante era Inimaginable.
A poco el corredor comenzó a declinar «hacia abajo» de nuevo hasta que una vez más torció en un ángulo recto. El movimiento del piso disminuyó Imperceptiblemente hasta que llegó a detenerse al final de un largo salón adornado con espejos. Alvin sabía de antemano que sería muy difícil dar prisa a que Mystra saliese de allí. No era sólo que las características femeninas de la coquetería habían sobrevivido incambiadas desde la madre Eva, es que además, nadie podía resistir la fascinación de aquel lugar. No había nada como aquello, por lo que Alvin conocía, en el resto de Diaspar. Por algún capricho del artista, sólo unos cuantos espejos reflejaban la escena tal y como era, y aun aquellos según estaba convencido Alvin, estaban cambiando constantemente su posición. El resto reflejaban ciertamente algo, pero era ligeramente desconcertante para el que paseara entre ellos, el de verse entre unos alrededores siempre cambiantes y totalmente imaginarios.
A veces había gente que iba de un lado a otro en el mundo existente tras los espejos y más de una vez Alvin había visto rostros que había reconocido. Comprobó muy bien que no había estado mirando a ningún amigo que conociese en existencia real. A través de la mente del artista desconocido había estado mirando en el pasado, observando las anteriores encarnaciones de gentes que Vivían en el mundo de sus días. Aquello le entristeció, al recordarle su condición de Único y al pensar que por mucho que esperase las cambiantes escenas, jamás encontraría eco alguno de su propio yo.
— ¿Sabes dónde estamos? — preguntó a Mystra cuando hubieron contemplado la vuelta completa al salón de los espejos.
Ella sacudió la cabeza negativamente.
— Supongo que en algún lugar al borde de la ciudad — repuso ella sin darle demasiada importancia —. Parece que nos hemos alejado bastante; pero no tengo ni idea de cuánto.
— Estamos en la Torre de Loranne — replicó Alvin —. Este es uno de los puntos más altos de Diaspar. Ven… te lo mostraré.
Tomó la mano de Mystra y la condujo fuera del salón. No había salidas visibles a la vista; pero en varios puntos las señales del suelo indicaban corredores laterales. Al aproximarse a los espejos en aquellos puntos, las reflexiones parecían fundirse en una arcada luminosa, pudiendo salir hacia otro pasaje. Mystra perdió toda traza consciente del camino seguido entre tanto retorcimiento y tanta vuelta hasta que al final emergieron en un túnel largo, perfectamente recto y a través del cual soplaba un viento frío y persistente. Se extendía horizontalmente por cientos de pies en cada dirección y su extremo lejano aparecía como un círculo luminoso.
— No me gusta este lugar — se quejó Mystra —. Hace frío.
Probablemente ella nunca había experimentado un frío real en toda su vida y Alvin se sintió en cierta forma culpable de la molestia de la joven. Tendría que habérselo advertido para que hubiese llevado una capa, y buena, ya que todas las ropas en Diaspar eran puramente ornamentales y completamente inútiles como protección.
Puesto que la incomodidad de la chica era completamente falta de Alvin, le entregó su capa sin pronunciar una palabra. No hubo en aquel gesto la menor traza de galantería; la igualdad de los sexos era desde hacía demasiado tiempo, completa en todos los aspectos, como para que tales gestos tuvieran que sobrevivir con algún significado especial. Mystra pudo a su vez haber hecho lo mismo y él la hubiera aceptado automáticamente.
No resultaba nada agradable caminar por el túnel con el viento soplando a la espalda, aunque pronto alcanzaron el extremo del mismo. Un amplio enrejado de filigrana en la piedra marcaba el final del camino, previniendo continuar hacia ninguna otra parte, lo que por lo demás, era preciso, ya que estaban en la frontera misma de la ciudad. Aquel gran aeroducto se abría a una de las caras de la torre y bajo ellos, caía a plomo una profundidad de más de mil pies. Se hallaban en la parte más alta de los aledaños de la ciudad y Diaspar se extendía bajo ellos en una forma como pocos de sus habitantes la habían visto nunca. La vista era el reverso de la observada por Alvin desde el centro del Parque. Mirando hacia abajo, se apreciaban las oleadas concéntricas de piedra y metal conforme iban descendiendo en escalones de una milla de anchura hacia el corazón de la ciudad. Lejos y en la distancia, en parte escondidos por las torres que interceptaban la vista, Alvin pudo mirar los campos distantes con sus árboles y el eterno río circundante. Todavía más allá en la lejanía, los remotos bastiones de Diaspar saltaban una vez más hacia el cielo.
Tras él, Mystra compartía aquel panorama con placer aunque sin mucha sorpresa. La joven había visto la ciudad incontables veces antes, desde otros puntos igualmente ventajosos y con mucha más comodidad.
— Este es nuestro mundo… todo él — dijo Alvin —. Ahora quiero mostrarte algo más.
Se apartó del enrejado y comenzó a caminar hacia el distante círculo de luz del extremo del túnel. El viento era frío contra su cuerpo apenas vestido; pero apenas si le dio importancia.
Había recorrido ya alguna distancia, cuando se dio cuenta de que Mystra no tenía la menor intención de seguirle. Ella había quedado plantada en el enrejado observándole, apretándose al cuerpo la capa prestada por Alvin y con una mano medio levantada hacia la cara. Alvin vio cómo se movían sus labios; pero no le llegaron sus palabras. Se volvió hacia ella asombrado al principio, después con impaciencia no desprovista de lástima. Lo que Jeserac había dicho era verdad. Ella no podía seguirle. La joven había calculado el significado de aquel remoto círculo de luz desde el cual el viento soplaba desde siempre al interior de Diaspar. Tras Mystra estaba el mundo conocido, lleno de maravillas y con todo, desprovisto de sorpresas, levantado como un brillante; pero cerrado como una burbuja que discurría por el río del tiempo. Delante de ella y a una distancia de unos cuantos pasos, se hallaba el vacío de lo extraño, el mundo del desierto… el mundo de los Invasores.
Alvin volvió a reunirse con ella y se sorprendió de encontrársela temblando.
— ¿De qué estás asustada? — le preguntó —. Seguimos estando seguros en Diaspar. ¡Ya que has mirado por esa ventana, podrías mirar también por aquella otra!
Mystra le estaba mirando fijamente como sí sé tratase de un extraño monstruo. Y en realidad, para sus formas de pensar y comportarse, lo era, ciertamente.
— No podría hacerlo dijo ella al fin —. Nada más que de pensarlo me da más frío que el de este viento. ¡No vayas más lejos, Alvin!
— Pero eso no tiene nada de lógico — protestó Alvin —. ¿Qué es lo que puede dañarte con llegar al final del corredor y mirar hacia el exterior? Hay algo de extraño y de solitario; pero no es nada horrible. De hecho, cuando más lo miro, más hermoso pienso que…
Mystra no permaneció hasta terminar de oír sus palabras. Se volvió sobre sus pasos y echó a correr a lo largo de la rampa que les había llevado hasta el piso del túnel. Alvin no hizo el menor intento de detenerla, ya que ello comportaba las malas formas de imponer la voluntad de una persona sobre otra. Sabía que Mystra no se detendría hasta reunirse con sus amigos. No existía peligro tampoco de que no volviera a encontrar el camino de vuelta por aquellos laberintos y pasajes. Una habilidad instintiva para salir de los más intrincados apuros, era uno de los mayores logros que el Hombre había aprendido desde que comenzó a vivir en las ciudades. La rata, extinguida ya hacía milenios, se había visto forzada a adquirir una similar destreza cuando abandonó los campos y se lanzó a vivir en masa junto a los seres humanos.
Alvin esperó un momento como si todavía esperase a medias que Mystra volviese. No se sorprendió de su reacción, sólo de su violencia y falta de racionalidad. Aunque lo lamentaba sinceramente, no pudo evitar el recordar que la joven le hubiera devuelto la capa al marcharse.
No solamente era el frío, era también difícil moverse contra el viento que soplaba a través de los pulmones de la ciudad. Alvin luchaba contra la corriente de aire y contra la que de cualquier forma desconocida mantenía su movimiento en la misma dirección. No pudo descansar hasta llegar hasta la rejilla de piedra y apoyarse allí con las manos. En la rejilla había suficiente espacio como para asomar la cabeza a través de la abertura, aun siendo ésta no muy grande ya que se hallaba algo restringida y reforzada contra las murallas de la ciudad.
Así y todo pudo ver bastante. A miles de pies bajo él, la luz del sol estaba a punto de esconderse por el lejano horizonte de aquel desierto sin límites. Los rayos de luz casi horizontales chocaron contra la rejilla y formaron una fantástica exhibición de sombras y luz dorada por el túnel. Alvin cerró los ojos contra el resplandor y miró hacia el terreno yacente bajo sus pies y que ningún hombre había hollado durante edades y milenios.
Es como si hubiera estado contemplando un mar eternamente helado. Milla tras milla, las dunas de arena se ondulaban hacia el oeste, con sus contornos exagerados por la inclinación y el efecto de la luz solar en el crepúsculo. Aquí y allá, el capricho del viento había tallado curiosos remolinos y barrancos en la arena, de tal forma, que a veces resultaba difícil creer que algunos de ellos no fuesen el resultado de alguna inteligencia humana. A una grandísima distancia, tan lejos que era poco menos que imposible juzgar su remoto emplazamiento, se apreciaba una larga hilera de colinas suavemente redondeadas. Aquello produjo en Alvin una especie de decepción; ya que le habría gustado ver surgir del suelo las imponentes montañas que había contemplado en los antiguos registros y en sus propios sueños.
El sol descansaba sobre el filo de las colinas con su luz rojiza por los cientos de millas de atmósfera que atravesaba hasta llegar a su retina. En su disco se apreciaban dos manchas negras; Alvin había aprendido en sus estudios que tales cosas existían, pero se encontró sorprendido al comprobar lo fácil que era verlo con sus propios ojos. Eran como un par de ojos escudriñándole, mientras permanecía en aquel agujero como un espía con el viento soplándole incesantemente en los oídos.
En realidad, no había crepúsculo. Con la puesta del sol, las grandes lagunas de sombra yacentes junto a las dunas se unieron inmediatamente para formar un vasto mar de sombras. El color del cielo fue apagándose; los cálidos rojos y dorados barridos de la vista, dejando un azul que se hacía más y más profundo en la noche. Alvin esperó hasta aquel momento maravilloso en que él solo entre todo el género humano hubo conocido… el momento en que comenzaron a brillar las primeras estrellas en el firmamento.
Hablan transcurrido muchas semanas desde que estuvo la última vez en aquel lugar y sabía que la disposición del cielo nocturno tuvo que haber cambiado mientras tanto. Aun así, no estaba preparado para su primera contemplación de los Siete Soles.
No podían tener otro nombre, la frase surgió espontánea de sus labios. Formaban un diminuto, muy compacto y sorprendente grupo simétrico contra el último resplandor del crepúsculo. Seis de aquellas estrellas aparecían dispuestas en una elipse aplastada pero que Alvin estaba seguro de que en realidad era un círculo perfecto, ligeramente inclinado hacia la línea de visión. Cada estrella era de un color diferente, y distinguió fácilmente el rojo, azul, oro y verde, aunque otros matices escaparon a sus ojos. En el mismo centro de aquella formación se hallaba una simple estrella gigante, la estrella más brillante de todo el cielo visible. La totalidad de la constelación tenía el aspecto de una pieza maestra de joyería, parecía como algo increíble y más allá de todas las leyes del azar, que la Naturaleza pudiese haber contribuido a una disposición tan perfecta.
Conforme sus ojos fueron acostumbrándose a la oscuridad, Alvin pudo descubrir el grandioso y neblinoso velo que una vez fue llamado la Vía Láctea. Se extendía desde el cenit hasta el horizonte y los Siete Soles aparecían inmersos en sus encajes. Las otras estrellas que fueron apareciendo después y su disposición al azar sólo resaltaban el enigma de tan perfecta simetría. Era casi como si algún poder hubiese opuesto deliberadamente al desorden del universo natural, aquel signo sobre las estrellas.
La Galaxia había dado unas diez veces un giro completo sobre su eje desde que el Hombre hizo su primera aparición sobre la Tierra. A escala cósmica, aquello sólo representaba un momento. Y con todo, en tan corto tiempo, había cambiado completamente. Los grandes soles que una vez brillaron llenos de luz y calor en el orgullo de su juventud, se hallaban entonces caminando hacia su extinción. Pero Alvin no había visto los cielos en el esplendor de su antigua gloria y por tanto no pudo apreciar lo que de ellos se había perdido.
El frío que acabó calándole los huesos le hizo volver a la ciudad. Se frotó los miembros vigorosamente para hacer volver la circulación de su sangre a su cuerpo entumecido. Ante él, la luz que surgía de Diaspar era tan brillante que tuvo que cerrar los ojos por unos instantes. Al exterior de la ciudad existía el día y la noche; pero en su interior sólo había un día eterno. Conforme el sol descendía por el cielo de Diaspar, se iba llenando en su lugar con otra luz igual de tal forma que nadie podía apercibirse de que la iluminación natural se hubiera desvanecido. Incluso antes de que el hombre hubiese perdido la necesidad de dormir, ya habían barrido la oscuridad de sus ciudades. La sola noche que alguna vez cayó sobre Diaspar, era un raro e imprevisible oscurecimiento que a veces se producía en el Parque transformándolo en un lugar de misterio.
Alvin volvió lentamente al salón de los espejos, con la mente todavía llena de noche y de estrellas. Le hacía sentirse inspirado y al propio tiempo deprimido. Parecía no haber forma de escapar hacia aquella enorme extensión vacía… sin ningún propósito racional para llevarla a cabo. Jeserac había dicho que un hombre moriría muy pronto solo en el desierto, y Alvin le había creído siempre. Tal vez podría algún día descubrir alguna manera de salir de Diaspar; pero de hacerlo, sabía que pronto tendría que volver. Llegar al desierto podía ser un juego divertido, arriesgado y apasionante; pero nada más. Era un juego que no podía compartir con nadie y podría no llevarle a ninguna parte. Pero al menos valdría la pena de hacerlo si con aquello mitigaba la vehemencia y el anhelo de su alma.
Como si no quisiera volver al mundo familiar en que había nacido, Alvin se entretuvo entre los reflejos procedentes del pasado. Permaneció de pie frente a uno de los grandes espejos y observó las escenas que iban y venían mezcladas en sus profundidades. Sea cual fuese el mecanismo que producían aquellas imágenes, estaba controlado por su presencia física y en cierta medida por sus pensamientos. Los espejos aparecían siempre en blanco al llegar a la habitación, pero llenos de acción y movimiento tan pronto como cualquiera se movía ante ellos.
Le pareció hallarse en un ancho patio al descubierto que nunca había visto en la realidad; pero que probablemente existiese en algún lugar de Diaspar. Aparecía apretujado de gente fuera de lo corriente como si celebrase alguna especie de reunión. Dos hombres se hallaban discutiendo cortésmente sobre una plataforma que se elevaba a cierta altura del suelo, mientras que los reunidos les rodeaban interpelándoles de tanto en tanto. El silencio completo añadía más encanto a aquella escena, ya que la imaginación comenzaba inmediatamente a trabajar supliendo los sonidos que faltaban. ¿Qué estarían debatiendo? Tal vez no fuese una escena real ocurrida en el pasado; sino un episodio creado por algún artista. El cuidadoso equilibrio de las figuras y los movimientos levemente formales de sus componentes, hacían que toda aquella escena pareciese muy próxima a la misma vida.
Estudió los rostros de aquella multitud, en busca de alguno que pudiera reconocer. No había nadie reconocible; pero podría muy bien estar mirando a amigos que aún no conocería durante siglos en el futuro. ¿Cuántos modelos de fisonomía humana había allí? El número era enorme, casi infinito, especialmente cuando todos los faltos de estética habían sido eliminados.
La gente que se movía en aquel mundo del espejo continuó su discusión largamente olvidada, ignorando la imagen de Alvin que permanecía inmóvil entre ella. A veces resultaba difícil creer que Alvin no formara parte de la escena por sí mismo, ya que la ilusión era tan perfecta. Cuando uno de los fantasmas del interior del espejo pareció moverse detrás de Alvin, se desvaneció como pudiera haberlo hecho un objeto real y cuando otro se movía frente a él, era él precisamente el que se desvanecía eclipsado. Se estaba disponiendo a salir de allí cuando se dio cuenta de la presencia de un hombre vestido de una forma singular, de pie y ligeramente aparte del grupo principal. Sus movimientos, sus ropas, todo lo que a él concernía, parecía hallarse desfasado de aquella asamblea. Estropeaba el conjunto de aquella perfecta disposición; como Alvin, constituía un anacronismo.
Pero era algo más que aquello. Era real y se hallaba mirando a Alvin con una sonrisa ligeramente burlona.
En su corto espacio de vida, Alvin apenas si conocía a una milésima parte de los habitantes de Diaspar. No se sorprendió, por tanto, de que el hombre a quien tenía frente a sí, fuese un desconocido. Lo que le sorprendió fue el encontrar a cualquiera en aquella desierta torre, tan cerca a la frontera de lo desconocido.
Volvió la espalda al mundo del espejo y se encaró con el intruso. Antes de que pudiera hablar, el otro se dirigió a él.
— Tú eres Alvin, según creo. Cuando descubrí que alguien se dirigía aquí, me supuse que serías tú.
Aquellas palabras no tenían la menor intención de ser una ofensa, eran una sencilla declaración que Alvin aceptó como tal. Tampoco se sintió sorprendido de ser reconocido, tanto si le gustaba como si no, el hecho de su calidad de Único y sus potencialidades desconocidas aún, le hacían ser conocido por todos en la ciudad.
— Soy Khedrom continuó aquel extraño como si aquello lo explicase toda. Me llaman el Bufón.
Alvin no supo qué responder y Khedrom se encogió de hombros con un gesto de burlona resignación.
— Ah, así es la fama. Claro, tú eres joven y no ha habido bufones en tu vida. Tu ignorancia queda excusada.
Había algo de gracioso y nuevo, simpático y refrescante en aquel tipo singular. Alvin se rebuscó en la mente en busca del significado de aquella palabra «bufón», buceó en sus últimos y más profundos conocimientos y en su memoria; pero no pudo identificarla. Habla muchos títulos en la compleja vida social de la ciudad y con seguridad le llevaría muchísimos años el aprenderlos.
— ¿Viene usted aquí con frecuencia? — le preguntó Alvin, casi con cierta envidia. Alvin había crecido, considerando la Torre de Loranne como de su personal propiedad y se sintió ligeramente molesto de que alguien más pudiese conocer tales maravillas. Pero… ¿habría mirado Khedrom el desierto o visto las estrellas en el Oeste?
— No — repuso Khedrom, casi como respondiendo a sus pensamientos no expresados en palabras —. Nunca estuve antes aquí. Pero me produce un gran placer el ir aprendiendo las cosas que existen en la ciudad, fuera de lo normal y corriente y hace mucho tiempo desde que cualquier persona haya venido a la Torre de Loranne.
Alvin trató de suponer cómo Khedrom podría estar al corriente de sus anteriores visitas; pero rápidamente echó de lado la cuestión apartándola de su mente. Diaspar estaba llena de ojos y oídos y de otros sentidos más sutiles que mantenían a la ciudad alerta de todo cuanto sucediese dentro de ella.
— Entonces, si no es corriente para casi nadie el venir aquí —dijo entonces Alvin— ¿por qué está ahora interesado en hacerlo?
— Porque en Diaspar — repuso Khedrom— lo fuera de lo corriente es mi prerrogativa. Hacía tiempo que había reparado en ti, muchacho y sabía que cualquier día nos encontraríamos aquí. Aparte de mi aspecto, yo también soy un Único. Oh, no en la forma en que tú lo eres, esta no es mi primera vida. Yo he pasado ya un millar de veces por la Sala de la Creación. Pero en alguna ocasión, allá en el pasado y en los principios, fui escogido como el Bufón, y sólo existe un Bufón en cada vez en Diaspar. Mucha gente incluso cree que uno es demasiado.
En el discurso de Khedrom había una cierta ironía que dejó algo perplejo a Alvin. No era la mejor manera de conducirse el hacer preguntas directas; pero después de todo, Khedrom había sido el que comenzó el asunto.
— Lamento mi ignorancia — dijo Alvin —. Pero ¿qué es un Bufón, y qué es lo que hace?
— Tú preguntas «qué» — replicó Khedrom— por tanto, yo empezaré por decirte «por qué». Es una larga historia, pero creo que te interesará de veras.
— A mí me interesan todas las cosas — repuso Alvin con verdadera sinceridad.
— Muy bien. Los hombres — si es que fueron los hombres, lo cual pongo muchas veces en duda —, que diseñaron Diaspar tuvieron que resolver un problema increíblemente complejo. Diaspar no es solamente una gran máquina, ya sabes, es un organismo viviente, un organismo inmortal. Estamos tan acostumbrados a nuestra sociedad que no podemos apreciar qué extraño le hubiera parecido a nuestros antepasados. Aquí tenemos un mundo diminuto y cerrado que nunca cambia, salvo en pequeños detalles, y con todo, es perfectamente estable, edad tras edad. Así ha permanecido probablemente más tiempo que el resto de la historia humana y con todo en esa historia, hubo, así se cree, incontables millares de distintas culturas y civilizaciones que se sostuvieron durante cierto tiempo y después perecieron. ¿Cómo es que Diaspar logró esta extraordinaria estabilidad?
Alvin se quedó sorprendido de que alguien pudiera hacerse una pregunta tan elemental y sus esperanzas de aprender algo comenzaron de nuevo a desvanecerse.
— Pues a través de los Bancos de Memoria, por supuesto — replicó —. Diaspar está siempre compuesta de la misma gente, aunque sus actuales agrupaciones cambien como sus cuerpos, conforme vayan siendo creados o destruidos.
Khedrom sacudió la cabeza negativamente.
— Esa es sólo una parte muy pequeña de la respuesta, querido joven. Con exactamente la misma gente, se podrían construir muchas y diferentes clases de sociedad. No puedo probarlo, ni tampoco tengo una evidencia directa de ello; pero creo que es cierto. Los diseñadores de la ciudad, no se limitaron a fijar su población; fijaron y establecieron también las leyes que iban a gobernar su conducta. Nosotros apenas si nos damos cuenta de que tales leyes existen; pero las obedecemos. Diaspar es una cultura congelada, que no puede cambiar fuera de unos estrechos límites. Los Bancos de Memoria almacenan muchas otras cosas, aparte de los modelos y pautas de nuestros cuerpos y personalidades. Almacenan la imagen de la ciudad en sí misma, sosteniendo cada uno de sus átomos rígidamente contra todos los cambios que el Tiempo pueda implicar. Mira este pavimento… se construyó hace ya millones de años, y pisadas en número infinito de incontables criaturas vivientes han pasado por encima. ¿Puedes ver algún signo de desgaste? La materia desprotegida, aunque sea el diamante, habría sido ya reducida a polvo, haría ya muchísimos siglos. Pero en tanto que el poder o la energía que accione los Bancos de Memoria, en tanto en que las matrices que contienen todo pueden seguir controlando la configuración íntegra de la ciudad, con su completa estructura física, Diaspar jamás cambiará.
Pero han existido algunos cambios — protestó Alvin —. Muchos edificios han sido destruidos desde que se construyó la ciudad y se han erigido otros nuevos…
— Por supuesto que sí… pero sólo descargando la información almacenada en los Bancos de Memoria y disponiendo después nuevas estructuras. En cualquier caso, yo me limitaba a mencionarlo como un ejemplo de la forma en que la ciudad se preserva a sí misma físicamente. El punto que quería hacer resaltar, es que en la misma forma, existen máquinas en Diaspar, que preservan nuestra estructura social. Esas máquinas vigilan cualquier cambio y lo corrigen antes de que se haga demasiado grande. ¿Cómo lo hacen? No lo sé… tal vez seleccionando a aquellos que emergen de la Sala de la Creación. Quizá se produzca escudriñando secretamente nuestros propios modelos de personalidad; nosotros podemos creer y estar seguros de que tenemos una libre voluntad pero… ¿podemos estar seguros de que es así?
«De cualquier forma, el problema quedó resuelto. Diaspar ha sobrevivido y ha marchado adelante con seguridad a través de las edades, como una gran nave que condujese todo lo que quedó de la raza humana. Es un tremendo logro de la ingeniería social, aunque si tal logro ha valido la pena, es otra cosa distinta.
«Sin embargo, la estabilidad, no es suficiente. Conduce demasiado fácilmente al estancamiento, y de ahí a la decadencia. Los diseñadores de la ciudad, tomaron muy elaboradas precauciones para evitarlo, aunque esos edificios abandonados sugieren que no lo consiguieron del todo. Yo, Khedrom el Bufón, soy una parte de ese plan. Una parte muy pequeña, tal vez. Me gusta pensar de otra forma; pero nunca puedo estar seguro.
— ¿Y cuál es esa parte? — preguntó Alvin, todavía sumido en la incomprensión de todo aquello, volviéndose un tanto exasperado.
— Digamos que yo introduzco una cantidad calculada de antemano de desórdenes en la ciudad. Explicar mis actuaciones, sería destruir su efectividad. Júzgame por mis acciones, aunque sean pocas, más bien que por mis palabras, que son muchas.
Alvin jamás se había encarado antes con nada parecido a Khedrom. El Bufón era una personalidad real, un personaje que levantaba la cabeza y los hombros por encima de la generalidad de las gentes que conocía y se apartaba del nivel uniforme que era lo típico en Diaspar. Aunque parecía no poder tener esperanzas en descubrir precisamente cuáles eran sus obligaciones y cómo las llevaba a cabo, aquello era lo menos importante. Alvin sintió, que lo que importaba era que existía alguien a quien pudiese hablar, aprovechando un respiro en el monólogo, y a quien pudiera preguntar y de quien recibir respuestas de los problemas que le tenían confuso y embrollado desde hacía tanto tiempo.
Ambos volvieron a través de los corredores de la Torre de Loranne y emergieron junto al desierto camino móvil. Hasta que no se hallaron una vez más en las calles, no se le ocurrió a Alvin que Khedrom nunca le preguntó qué había estado haciendo al borde de lo desconocido. Sospechó que Khedrom lo sabía y que estaba interesado, pero no sorprendido. Algo le dijo que sería muy difícil sorprender a Khedrom.
Se intercambiaron sus números índices, al objeto de poder llamarse recíprocamente cada vez que lo necesitaran. Alvin se hallaba realmente ansioso de saber más cosas del Bufón, aunque supuso que su compañía le aburriría de ser demasiado prolongada. Antes de volverse a ver, Alvin deseó encontrarse con sus amigos y particularmente con Jeserac, para hablarle respecto a Khedrom.
— Hasta la próxima dijo Khedrom, desapareciendo prontamente de su vista.
Alvin se encontró en cierta forma molesto. Cuando se encuentra a alguien que no está presente en carne y hueso si no una mera proyección de sí mismo, era lo más cortés el haberlo puesto en claro desde el principio. Aquello le situaba por su ignorancia en una considerable desventaja. Probablemente, Khedrom había permanecido tranquilamente en su hogar todo el tiempo… dondequiera que su hogar pudiera hallarse. El número que le había dado aseguraba que cualquier mensaje le llegaría; pero no revelaba dónde vivía. Aquello al menos, estaba de acuerdo con las costumbres normales de la ciudad. Se podía dar el número índice a cualquier persona conocida o amiga; pero la verdadera dirección quedaba descartada y sólo a disposición de los íntimos amigos.
Mientras volvía hacia el corazón de la ciudad, Alvin estuvo sopesando las cosas que Khedrom le había dicho respecto a Diaspar y su organización social. Era extraño que nunca se hubiera encontrado con nadie que hubiera parecido insatisfecho con su modo de vivir. Diaspar y sus habitantes habían sido diseñados como parte de un plan grandioso; una y otros formaban una perfecta simbiosis. A través de sus dilatadas vidas, las gentes de la ciudad jamás parecían aburridas. Aunque su mundo fuese algo diminuto a escala comparada con el existente en edades pasadas, su complejidad resultaba abrumadora y sus riquezas, maravillas y tesoros, más allá de cualquier cálculo. Allí, el Hombre, había reunido todos los frutos de su genio, todas las cosas que habían sido salvadas de las ruinas del pasado. Todas las ciudades que habían existido sobre la Tierra, se decía, habían dado algo a Diaspar antes de la llegada de los Invasores, su nombre había sido conocido en todos los mundos que el Hombre había perdido. En la construcción de Diaspar se había vertido toda la destreza y todo el arte, en sus mil matices imaginables, del Imperio. Cuando los grandes días de esplendor llegaron a su fin, hombres de genio habían refundido la ciudad y le habían suministrado las máquinas que la hicieron inmortal. Cualquier cosa que pudiese haber sido olvidada, Diaspar la reviviría, sosteniendo a los descendientes del Hombre seguros y protegidos contra la corriente indefinible del Tiempo.
No habían logrado nada, salvo la supervivencia y con ello estaban contentos. Había millones de cosas en que ocupar sus vidas entre la hora en que surgían, ya completamente formados y adultos de la Sala de la Creación y la hora en que con sus cuerpos, ya carcomidos por la vejez, retornaban a los Bancos de Memoria de la ciudad. En un mundo en donde todos sus hombres y mujeres poseen una inteligencia que una vez marcó la altura del genio, no podía existir el peligro del aburrimiento. Las delicias de la conversación y sus argumentaciones, las intrincadas fórmulas de intercambio social, ello sólo era suficiente como para ocupar una gran porción de la duración de toda una vida. Aparte de aquello, y más allá, estaban los grandes debates formales en que la totalidad de Diaspar escuchaba fascinada a sus más altas inteligencias, reunidas en un combate incruento alcanzando las cimas más elevadas de la filosofía, nunca conquistadas del todo y cuyo desafío era un eterno aliciente.
No existía ningún hombre o mujer sin que tuviese algún interés intelectual absorbente. Eriston, por ejemplo, empleaba la mayor parte de su tiempo en prolongados soliloquios con el Computador Central, que virtualmente gobernaba la ciudad y que así y todo estaba dispuesto siempre a enfrentarse con discusiones simultáneas con cualquiera que deseara compulsar su sabiduría contra él. Durante trescientos años Eriston había estado intentando la construcción de paradojas lógicas que la máquina no podía resolver. No esperaba hacer serios progresos en tal sentido antes de haber gastado varias vidas.
El interés de Etania se inclinaba más por la naturaleza de lo estético. Diseñaba y construía, con la ayuda de organizadores de materia tridimensionales, entrelazando modo los de tan bella complejidad, que constituían problemas extremadamente avanzados en topología. Sus trabajos podían ser vistos por todo Diaspar, y algunas de sus creaciones habían sido incorporadas en los suelos de los grandes salones de coreografía, cuando eran utilizados como base de evolución de nuevos ballets y motivos sobre la danza.
— Tales ocupaciones podrían haber parecido algo árido a aquellos que no poseyesen el intelecto preciso para apreciar sus sutilezas. Pero no había nadie en Diaspar que no pudiese comprender algo, al menos, de lo que tanto Eriston como Etania trataban de hacer.
El atletismo y diversos deportes, incluyendo muchos de ellos que sólo eran posibles gracias al control de la gravedad, hacían las delicias de los primeros siglos de la juventud. Para la aventura y el ejercicio de la imaginación, las Leyendas proveían todo lo que cualquiera pudiese desear. Ellas constituían el inevitable producto final de aquel deseo de realismo que comenzó cuando los hombres empezaron a reproducir las imágenes en movimiento y a registrar los sonidos, y después a usar las técnicas para entresacar y revivir escenas de la vida real o producto de la imaginación. En las Leyendas, la ilusión era perfecta porque todas las impresiones de los sentidos implicados eran alimentados directamente en la mente y cualquier sensación de conflicto era descartada. El fascinado espectador, era apartado de la realidad mientras duraba la aventura; era como si viviese un sueño y con todo, creyendo hallarse despierto.
En un mundo de orden y estabilidad, que en sus grandes perfiles no había cambiado por mil millones de años, no era quizás sorprendente el hallar un absorbente interés en los juegos del azar. La Humanidad siempre estuvo fascinada por el misterio del resultado de unos dados tirados al aire, la vuelta de una carta de baraja, el giro de una ruleta. En su más bajo nivel, el interés estaba basado sobre la mera concupiscencia, siendo una emoción que no podía tener lugar ni sitio en un mundo donde todo el mundo poseía todo cuanto podía necesitar razonablemente. Incluso cuando esta cuestión fue dispuesta y estatuida, no obstante, la pura fascinación de la suerte permanecía para seducir las mentes más sofisticadas. Máquinas que se comportaban en una forma puramente azarosa, acontecimientos cuya aparición nadie podía predecir, sin importar qué información pudiesen implicar, de todo ello el filósofo y el jugador podían obtener una distracción y un gozo parecido.
Y allí seguían permaneciendo, para compartirlo entre todos los hombres, los mundos eslabonados del Amor y el Arte. Unidos por un eslabón y encadenados, porque el Amor sin el Arte es simplemente el desahogo del deseo y el Arte no puede ser gozado a menos que no se tenga una aproximación con el sentimiento del Amor.
Los hombres habían buscado la belleza de mil maneras distintas, en secuencias de sonido, en líneas escritas sobre el papel, en los movimientos del cuerpo humano, en la superficie de la piedra, en los colores esparcidos por el espacio. Todos esos medios seguían sobreviviendo en Diaspar y en el curso de las edades, se habían ido añadiendo otros más. Nadie estaba cierto de que todas las posibilidades del Arte hubieran sido descubiertas, o de sí tenía algún significado fuera de la mente del Hombre.
Y lo mismo era respecto al Amor.
Jeserac estaba sentado inmóvil en medio de un torbellino de números. El primer millar de números primos, expresados en la escala binaria que había sido utilizada para todas las operaciones aritméticas desde que fueron inventados los computadores electrónicos, marchaban en perfecto orden ante él. Filas sin fin de unos y ceros pasaban en constante desfile, trayendo a los ojos de Jeserac las secuencias completas de todos aquellos números que no poseían factores, excepto ellos mismos y la unidad. Había un misterio en los números primos que siempre había fascinado al Hombre y continuaba sosteniéndose en su Imaginación.
Jeserac no era un matemático, aunque a veces le gustaba creerlo así. Todo lo que podía hacer era investigar entre el infinito agrupamiento de primos en busca de las relaciones y reglas que muchos hombres de talento podían incorporar en leyes generales. Él podía hallar cómo se comportaban los números; pero sin poder explicar el por qué. Para él constituía un placer sumergirse en la intrincada jungla de la aritmética y a veces descubría maravillas que otros investigadores más diestros, habían errado.
Dispuso la matriz de todos los posibles números enteros y puso en marcha su computador esparciendo los números primos por su extensión en la forma en que se disponen las cuentas en las intersecciones de una malla. Jeserac había hecho aquello cien veces antes, sin que le hubiera enseñado nada. Pero estaba realmente fascinado en la forma en que los números que estudiaba se hallaban esparcidos, sin ninguna ley aparente, a través y a lo ancho del espectro de los números enteros. Conocía las leyes de distribución que ya habían sido descubiertas; pero siempre esperaba descubrir algo más.
Apenas si tuvo tiempo de quejarse de la interrupción sufrida. De haber deseado permanecer aislado sin que nadie le molestase habría dispuesto su anunciador adecuadamente. Mientras que el suave zumbido sonaba en sus oídos, los dígitos se disiparon conjuntamente y Jeserac volvió al mundo de la simple realidad.
Reconoció al instante a Khedrom, lo que no le gustó mucho. Jeserac no se preocupaba habitualmente por ser interrumpido de su ordenada forma de vivir, pero Khedrom representaba lo imprevisible. Sin embargo, saludó a su visitante bastante cortésmente ocultando cualquier traza de disgusto.
Cuando dos personas se saludaban en Diaspar por primera vez e incluso por la centésima, era cosa de costumbre educada el emplear una hora más o menos en el intercambio de cortesías, antes de entrar de lleno en el objeto de su conversación o sus negocios, de haberlos. Khedrom ofendió de cierta forma a Jeserac, al saltarse a la torera aquellas formalidades en sólo quince minutos, para después y a renglón seguido, decirle sin otro preámbulo.
— Me gustaría hablarle sobre Alvin. Usted es su tutor, según creo, ¿no es cierto?
— Es verdad — replicó Jeserac —. Aún le veo varias veces en la semana… tan frecuentemente como él lo desea.
— Y… ¿diría usted que ha sido un discípulo apto?
Jeserac meditó sobre aquello, era una pregunta difícil de contestar. La relación tutor — discípulo era extremadamente importante y constituía, ciertamente, uno de los fundamentos de la vida de Diaspar. Por término medio, diez mil nuevas mentes surgían a la vida en la ciudad cada año. Sus antiguas memorias, permanecían aún en estado latente y durante los primeros veinte años de su existencia, todo lo que les rodeaba resultaba nuevo y extraño. Tenían que ser enseñados a utilizar las miríadas de máquinas y dispositivos que formaban la base y el fondo de la vida diaria, teniendo que aprender a conducirse por sí mismos a través de la más compleja sociedad que el Hombre jamás hubiera construido.
Parte de aquella instrucción, procedía de la pareja escogida para ser los padres de los nuevos ciudadanos. La selección se confiaba a la suerte y los deberes no resultaban onerosos. Eriston y Etania habían dedicado devotamente no más de una tercera parte de su tiempo en la educación de Alvin y habían hecho en ello todo cuanto se podía esperar de tales personas.
Los deberes de Jeserac se confinaban a los aspectos más formales de la educación de Alvin, se asumía que sus padres le enseñarían cómo conducirse en sociedad y de presentarle en un círculo creciente de amistades. Eran los responsables del carácter de Alvin y Jeserac, de su mente.
— Encuentro más bien difícil responder a esa pregunta — replicó Jeserac —. Ciertamente no hay nada equivocado o que vaya mal en la inteligencia de Alvin; pero la mayor parte de las cosas que deberían importarle, parecen ser una cuestión de completa indiferencia. Por otra parte, muestra una morbosa curiosidad respecto a cuestiones que nosotros no discutimos generalmente.
— ¿El mundo que hay al exterior de Diaspar, por ejemplo?
— Si… pero ¿cómo lo sabe usted?
Khedrom vaciló unos instantes, queriendo estar seguro de hasta qué límite podría conceder su confianza a Jeserac. Sabía que Jeserac era amable y bien intencionado; pero a su vez también sabía que Jeserac estaba ligado y esclavo de los mismos tabúes que controlaban a todo el mundo de Diaspar; a todos, excepto a Alvin.
— Lo había imaginado, simplemente.
Jeserac se hundió más confortablemente en el sillón que ocupaba y que acababa de materializar bajo él. Aquella resultaba una situación interesante y deseó analizarla tan completamente como le fuese posible. No había mucho que tuviese que aprender, por supuesto, a menos que Khedrom estuviese dispuesto a cooperar.
Tenía que haberse imaginado que algún día Alvin se encontraría con el Bufón, con todas sus consecuencias imprevisibles. Khedrom era la única persona en la ciudad a quien podía llamársele un excéntrico, pero incluso aquella excentricidad de carácter tuvo sin duda que haber sido diseñada y dispuesta por los que planearon la ciudad. Hacía ya mucho tiempo que se había comprobado y descubierto que sin algún crimen, alteración o desorden, la Utopía pronto se convertiría en una pesada losa de plomo insoportable de conllevar. El crimen, sin embargo, de la naturaleza de las cosas, no podía ser garantizado para que permaneciese al óptimo nivel que exigía una sociedad como aquella. Se le dispensaba, reglamentaba y regulaba, cesando, por tanto, de ser un crimen.
El oficio del Bufón era la solución: a primera vista ingenuo y con todo, de hecho, profundamente sutil, y a quien los diseñadores de la ciudad habían dado vida. En toda la historia de Diaspar hubo menos de doscientas personas cuya herencia mental encajase para desempeñar aquel papel tan peculiar. Disfrutaban de ciertos privilegios que les protegían de las consecuencias de sus acciones, aunque habían existido Bufones que habían sobrepasado la racha marcada y habían tenido que purgar las penalidades que Diaspar tuvo que imponerles como castigo, tal como el ser barridos del futuro antes de que su corriente encarnación hubiese concluido.
En raras e imprevisibles ocasiones, el Bufón había vuelto la ciudad de arriba abajo por algún disparate que no podía ser considerado más que una gran broma o él haberse interpuesto en la vida corriente de cualquier ciudadano temporalmente, con alguna intriga pasajera. Consideradas todas las circunstancias, el nombre de «Bufón» era el más apropiado para aquella ocasión. En tiempos antiguos de pasadas épocas, hubo hombres con similares deberes, y actuando con las mismas licencias, en los días en que había reyes y cortes.
— Sería de mucha ayuda — dijo Jeserac— si somos francos el uno con el otro. Ambos sabemos que Alvin es un Único, y que nunca ha experimentado ninguna vida anterior en Diaspar. Quizá pueda usted imaginar, mejor que yo, lo que esto implica. Dudo mucho de que todo lo que sucede en la ciudad haya dejado de ser previamente planeado, por tanto, tiene que haber existido un propósito en su creación. Si alcanza lo que se propone, sea lo que fuere, es algo que desconozco. Tampoco sé si será bueno o malo. No entiendo imaginar qué es, en realidad.
Supongamos sin mala intención que concierne al exterior de la ciudad…
Jeserac sonrió pacientemente; el Bufón estaba ya metido con sus bromas, como era de esperar.
— Yo ya le dije lo que había allá al exterior, Alvin sabe muy bien que no existe nada fuera de Diaspar, excepto el Desierto. Llévelo allí si es que puede usted hacerlo, tal vez usted encuentre la forma y el camino. Cuando vea la realidad, creo que se curará para siempre de sus morbosos deseos al Respecto.
Creo que ya lo ha visto — dijo Khedrom en voz baja, más bien para él que para que le oyese Jeserac.
— Creo que Alvin no es feliz continuó Jeserac —. No ha formado adhesiones reales y es duro ver cómo sufre con tales obsesiones. Pero después de todo, Alvin es muy joven todavía. Puede superar esta fase y convertirse en un elemento natural y constitutivo de la ciudad.
Jeserac hablaba como para asegurarse a sí mismo; y Khedrom creía estar seguro de que no creía en lo que estaba diciendo.
— Dígame, Jeserac — preguntó Khedrom inopinadamente —. ¿Sabe Alvin que él no es el primer Único?
Jeserac pareció sorprendido y después un tanto desafiante.
— Tuve que haberlo imaginado — dijo en tono disgustado —. Usted tenía que saberlo. ¿Cuantos Únicos han existido en toda la historia de Diaspar? ¿Tantos como diez?
— Catorce — repuso Khedrom sin vacilar —. Sin contar con Alvin.
— Usted dispone de mejor información al respecto. Tal vez pudiera decirme lo que ocurrió con esos otros Únicos…
— Desaparecieron.
Gracias, eso ya lo sabía. Por esa causa dije tan poco a Alvin respecto a sus predecesores: le habría servido de muy poco en su presente estado de ánimo. ¿Puedo tener confianza en su cooperación?
— Por el momento… sí. Quiero estudiarlo por mí mismo; los misterios me han intrigado siempre y hay demasiado pocos en Diaspar. Además, creo que el Destino puede estar disponiendo alguna sorpresa en la que todos mis esfuerzos serán muy modestos, desde luego. En tal caso, quiero estar seguro de hallarme presente cuando llegue el clímax.
— Es usted muy aficionado a expresarse en acertijos — se quejó Jeserac —. Exactamente… ¿qué es lo que está usted anticipando?
— Dudo de que mis suposiciones sean mejores que las de usted. Pero creo esto: ni usted ni yo, ni nadie en Diaspar será capaz de detener a Alvin cuando haya decidido hacer lo que desea. Tenemos por delante unos cuantos siglos muy interesantes que ver.
Jeserac siguió sentado inmóvil durante bastante tiempo, con sus matemáticas olvidadas, una vez que la imagen de Khedrom se hubo desvanecido de su vista. Un extraño presentimiento pesó sobre él como nunca lo había experimentado antes. Durante unos instantes pensó en haber solicitado una audiencia en el Consejo… pero ¿no resultaría algo ridículo dar un paso semejante y crear un problema para nada? Quizá todo aquello no era más que una complicada y oscura broma de Khedrom, aunque no pudo discernir por qué le había escogido a él como blanco de tal broma.
Permaneció durante bastante tiempo considerando el asunto cuidadosamente, examinando el problema desde todos los ángulos posibles. Tras poco más de una hora, tomó una decisión característica en él.
Esperaría a ver lo que pasaba.
Alvin no perdió el tiempo aprendiendo todo cuanto pudo de Khedrom. Jeserac, como de costumbre, era su principal fuente de información. El anciano tutor le proporcionó un cuidadoso y detallado relato de su conversación con el Bufón, y añadió que por lo demás, sabía muy poco respecto a la forma de vida de éste. Hasta donde era posible en Diaspar, Khedrom era un recluso: nadie sabía dónde vivía o cualquier cosa respecto a su forma de vivir. La última broma a la que había contribuido había sido más bien una jugarreta infantil que tuvo como consecuencia una paralización general de los caminos rodantes móviles. De aquello había pasado quince años. Un siglo antes había dejado suelto un dragón particularmente revoltoso que había errado por toda la ciudad comiéndose cuanto existía en especies de trabajos del más popular escultor de la ciudad. El propio artista justificadamente alarmado ante la dieta única de la bestia, huyó a esconderse y no reapareció hasta que el monstruo desapareció tan misteriosamente como había aparecido.
Una cosa resultaba evidente de aquellos relatos. Khedrom precisaba tener un profundo conocimiento de las máquinas y poderes que gobernaban la ciudad y podía hacerles obedecer a su voluntad en formas que nadie más era capaz de hacerlo. Presumiblemente, debía existir cierto control sobre aquella persona de tal forma que pudiese prevenir cualquier disparate de un Bufón demasiado ambicioso al causar un daño permanente e irreparable a la compleja estructura de Diaspar.
Alvin tomó buena nota de aquella información e hizo lo posible por tomar contacto con Khedrom. Aunque tenía muchas preguntas que hacer el Bufón, su obstinado deseo de independencia — tal vez la más realmente única de todas sus cualidades— le hizo tomar la determinación de descubrir todo lo que pudiera por sus propios esfuerzos, sin ayuda de nadie. Se había embarcado en un proyecto que podría mantenerle ocupado durante años; pero mientras que se iba aproximando a su objetivo se sentía era feliz.
Como cualquier viajero de los antiguos constructores de mapas en una tierra desconocida, había comenzado la sistemática exploración de Diaspar. Empleó días y semanas a través de las torres solitarias, en el borde de la ciudad, con la esperanza de que en alguna parte pudiese descubrir una salida hacia el mundo exterior de la ciudad. Durante el curso de su investigación, encontró una docena de grandes ventanales conductores de aire, abiertos en lo más alto cara al desierto; pero todos estaban protegidos con barrotes. Aunque no hubiera sido por la presencia de semejante obstáculo, la caída a pico de un millar de pies de altura ya habría sido suficiente obstáculo.
No encontró otras salidas, aunque exploró un millar de corredores y diez mil cámaras vacías. Todas aquellas construcciones se hallaban en tan perfecta condición y estado, que las gentes de Diaspar tenían como cosa segura que formaban parte del orden normal de las cosas. A veces, Alvin se encontró con algún robot aislado y errante, sin la menor duda dando una vuelta de inspección, y nunca dejó de hacer preguntas a la máquina. No pudo sacar nada en claro, porque las máquinas que encontró al paso no estaban programadas para responder al discurso ni al pensamiento humano. Y aunque se daban perfecta cuenta de su presencia, ya que cortésmente se echaban de lado para dejarle pasar, rehusaban sistemáticamente comprometerse en ninguna clase de conversación.
Había veces en que Alvin no se encontraba un solo ser humano durante días enteros. Cuando sentía apetito, no tenía más que ir a su apartamento y ordenar una comida. Máquinas milagrosas de cuya existencia raramente sé apercibía Alvin y a las cuales apenas si le dedicaba un pensamiento, despertaban mágicamente para atenderle al punto en sus necesidades. Los programas de acción que tenían insertos en sus memorias, bordeaban la misma realidad organizando y dirigiendo la materia que controlaban. Y así, una comida preparada por un jefe de cocina cien millones de años antes, podía ser solicitada a su existencia real para delicia del paladar o sencillamente para satisfacer el apetito.
La soledad de aquel mundo desierto — la cáscara vacía que contorneaba el corazón de la ciudad— no deprimió a Alvin. Se había acostumbrado a la soledad, incluso cuando se hallaba entre los que él llamaba sus amigos. Aquella ardiente exploración, absorbiendo toda su energía e interés, le hicieron olvidar por el momento el misterio de su herencia y la anomalía que le separaba del resto de sus otros compañeros.
Había explorado ya una centésima parte del borde de la ciudad, cuando decidió que estaba malgastando su tiempo. Su decisión, no fue el resultado de la impaciencia, sino de un agudo sentido común. Si fuese preciso, estaba dispuesto a volver y a terminar la tarea aunque ello le llevara lo que le quedaba de vida. Había visto bastante, sin embargo, para convencerse de que si había un camino de salida de Diaspar, no sería encontrado tan fácilmente en aquella forma. Podría estar gastando siglos enteros en una búsqueda infructuosa, a menos que no se ayudase con la asistencia de hombres más sabios.
Jeserac le había dicho claramente que no conocía de ningún camino para salir de la ciudad, y que dudaba que pudiera existir. Las máquinas informativas, cuando Alvin las había consultado, habían rebuscado en vano sus memorias casi infinitas. Podían suministrarle cualquier detalle de la historia de la ciudad, yendo hacia atrás en el tiempo y desde sus principios, hasta llegar a la barrera en que las Edades del Amanecer yacían escondidas y pérdidas para siempre. Pero ninguna pudo responder ni a una sola de las preguntas de Alvin. Tal vez algún poder más alto les había prohibido hacerlo así…
Tendría que ver de nuevo a Khedrom.
Te llevaste tu tiempo… — le dijo Khedrom— pero sabía que me llamarías más pronto o más tarde.
Aquella confianza molestó a Alvin; no le gustaba en absoluto pensar que su conducta pudiera ser predicha tan agudamente. Incluso se imaginó si el Bufón no habría observado todas sus búsquedas infructuosas y sabía exactamente qué es lo que estaba haciendo.
— Estoy tratando de encontrar una salida de la ciudad — le dijo lisa y llanamente —. Tiene que haber alguna, y espero que usted me ayude en esta tarea que me he propuesto.
Khedrom permaneció silencioso por un momento. Aún había tiempo, si lo deseaba, de volver la espalda al camino que se extendía ante él y que conducía a un futuro más allá de todos sus poderes de profecía. Ninguna persona más hubiera vacilado, ningún otro hombre en la ciudad se hubiese atrevido a perturbar los fantasmas de una edad que había permanecido muerta por millones de siglos. Tal vez no hubiese peligro, quizás nada podría alterar el perpetuo estado de cosas incambiables de Diaspar. Pero si existía algún riesgo o algo extraño y nuevo que tomase carta de naturaleza en el mundo, aquélla podía ser la última ocasión de conjurarlo.
Khedrom estaba contento con el orden de las cosas, tal y como eran. Cierto que podía trastornar aquel orden de tanto en tanto pero sólo en muy pequeña medida. Él era un crítico, no un revolucionario. Sobre la placidez del fluir de la corriente del tiempo, deseaba a veces arrojar unas piedrecillas para producir algún pequeño efecto de diversión. El deseo de aventuras, aparte del de la mente, había sido eliminado de él tan cuidadosa y totalmente como del resto de los demás ciudadanos de Diaspar.
Aun así, todavía poseía, aunque casi ya estaba extinguida, la chispa de curiosidad que una vez fue el mayor don del Hombre. Todavía se hallaba preparado para correr un riesgo.
Miró a Alvin y trató de recordar su propia juventud, sus propios sueños de quinientos años atrás. Cualquier momento de su pasado le parecía todavía claro y agudo cuando volvía su atención concentrada hacia él. Como las cuentas de un rosario, su vida y todas las anteriores transcurridas en edades pasadas, se entrelazaban a lo largo del tiempo, y podía sopesarías y reexaminarías una a una cuando lo deseaba. La mayor parte de aquellos otros Khedrom, pasados, le parecían ahora extraños; la pauta básica era la misma; pero el peso de la experiencia le separaba de sus otras encarnaciones en un bache insalvable. De haberlo deseado, podía dejar su mente limpia de sus anteriores encarnaciones, cuando llegase la próxima vez en que atravesara la Sala de la Creación para dormir en vida latente hasta que la ciudad le volviese de nuevo a la vida. Pero aquello sería como una especie de muerte, y aún no estaba dispuesto todavía para aquello. Todavía se hallaba en condiciones de ir recogiendo todo lo que la vida podía ofrecerle, como un caracol encerrado en su concha añadiendo pacientemente nuevas células a su espiral en lenta expansión.
En su juventud, no había sido diferente de sus compañeros. No fue sino hasta que le llegó la edad de sus recuerdos latentes, cuando comenzó a experimentar las sensaciones y las disposiciones para desempeñar el papel para el que había sido elegido en tiempos pretéritos. A veces sentía una especie de resentimiento contra la inteligencia que había hecho de Diaspar lo que era, con tal infinita destreza, y que había dispuesto que tuviera que vivir como una marioneta por toda la duración de su vida adulta. Allí, tal vez, existía una oportunidad de obtener una venganza tan largamente demorada. Un nuevo actor había hecho acto de presencia y que podía levantar el telón por última vez en una comedia que ya había visto con demasiados actos una y otra vez repetidos.
La simpatía hacia uno cuya soledad tenía que ser seguramente mayor que la suya propia, el aburrimiento producido por edades enteras de repetición y un cierto impulso de divertirse, dado su carácter, fueron los discordantes factores que empujaron a Khedrom a actuar.
— Podría estar en condiciones de ayudarte — le dijo a Alvin— o puede que no. No quiero que te hagas falsas esperanzas. Encuéntrate conmigo dentro de media hora en la intersección del Radio 3 y el Anillo 2. Si no puedo hacer otra cosa, al menos puedo prometerte pasar una interesante jornada.
Alvin acudió a la cita con diez minutos de adelanto, aunque se hallaba al otro lado de la ciudad. Aguardó con impaciencia, mientras que la vía rodante pasaba y pasaba eternamente junto a él, conduciendo a la plácida gente de la ciudad hacia sus negocios de tan poca trascendencia. Al fin distinguió la alta figura de Khedrom aparecer en la distancia y un momento más tarde, se hallaba junto a la física presencia del Bufón. Aquella no era una imagen proyectada; cuando se tocaron las palmas de las manos, a la antigua usanza de saludo, Khedrom era efectivamente un ente real de carne y hueso.
El Bufón se sentó en una de las balaustradas de mármol y miró a Alvin con curiosa intención.
— Quisiera saber lo que estás pidiendo, y si de veras sabes lo que significa. Y también lo que harías sí lo consiguieras. ¿Es que realmente imaginas que podrías salir de la ciudad, en el caso de hallar una salida?
— Estoy bien seguro de ello — replicó Alvin con aplomo, aunque Khedrom pudo notar alguna incertidumbre en su voz.
— Entonces, déjame decirte algo que puede que ignores todavía. ¿Ves aquellas torres de allá? —Y Khedrom apuntó a las torres gemelas de la Central de Energía y de la Sala del Consejo, una frente a otra a través de un espacio de una milla de distancia —. Supongamos que yo tendiese una pasarela perfectamente lisa y firme entre ambas torres… pero que sólo tuviese seis pulgadas de anchura. ¿Te atreverías a cruzarlas a pie?
Alvin vaciló.
— No sé… contestó. No me gustaría intentarlo.
— Estoy completamente seguro de que no lo harías. Te marearías y caerías de cabeza antes de andar una docena de pasos. Pero si esa pasarela estuviera sobre suelo firme, estarías en condiciones de atravesarla sin la menor dificultad.
— Bien… ¿y qué prueba eso?
— Una sencilla cuestión que quiero hacerte resaltar. En los dos experimentos que he descrito, la pasarela sería exactamente la misma en ambos casos. Uno de esos robots con ruedas que alguna vez encuentras por la ciudad, podría cruzaría tan fácilmente, tanto si hacía de puente entre aquellas torres, como estando firmemente asentada en el suelo. Nosotros, no podríamos hacerlo, porque sentirnos temor a las alturas y padecemos el vértigo. Esto podría parecer irracional; pero es demasiado fuerte como para ser ignorado. Es algo que está inserto en nosotros, nacemos con ello. En idéntica forma, sentimos temor al espacio. Muestra a cualquier hombre de Diaspar un camino fuera de la ciudad, un camino que puede ser uno igual al que ahora tenemos frente a nosotros… y no podría de ningún modo seguirlo. Tendría que volverse, como tú volverías si comenzases a cruzar la pasarela tendida entre aquellas torres.
— Pero… ¿por qué? Tuvo que haber existido un tiempo…
— Ya sé, ya sé —le interrumpió Khedrom —. Los Hombres viajaron una vez por todo el mundo e incluso saltaron a las estrellas. Algo les hizo cambiar radicalmente y les dio ese temor con que ahora nacen. Tú te crees que no tienes miedo. Bien, lo veremos. Voy a llevarte a la Sala del Consejo.
El Ayuntamiento era uno de los mayores edificios de la ciudad y estaba casi entregado por completo a las máquinas que eran en realidad, las verdaderas administradoras de Diaspar. A poca distancia de su cúspide se hallaba la cámara donde el Consejo se reunía en aquellas infrecuentes ocasiones cuando existía algún importante asunto que discutir.
El amplio vestíbulo pareció tragarles con su enorme amplitud y Khedrom siguió su camino hacia delante, envuelto por el resplandor dorado que lo inundaba todo por doquier. Alvin nunca había estado allí; no había impedimento alguno en hacerlo, en realidad, apenas si existían prohibiciones contra nada en Diaspar, pero como todos los demás conciudadanos, sentía un temor casi religioso por aquel lugar. En un mundo sin dioses como aquel, la Sala del Consejo, era la cosa más parecida a un templo.
Khedrom no vaciló ni por un momento mientras conducía a Alvin por aquellos enormes corredores y rampas, hechas obviamente para máquinas provistas de ruedas y no para tráfico humano. Algunas de aquellas rampas zigzagueaban hacia abajo y hacia las profundidades en ángulos tan bruscos que resultaba imposible mantenerse de pie de no estar acondicionada la gravedad para compensar la inercia.
Por fin llegaron a una puerta cerrada que se deslizó silenciosamente al aproximarse y que después les cerró el paso a su espalda. Ante ellos había otra puerta, que esta vez no se abrió. Khedrom no hizo el menor gesto para tocarla, sino que permaneció inmóvil frente a ella. Tras una corta pausa, una voz tranquila, dijo:
— Por favor, digan sus nombres.
— Yo soy Khedrom, el Bufón. Mi compañero es Alvin.
— ¿Y el motivo de su visita?
— Pura curiosidad.
Casi ante la sorpresa de Alvin, la puerta se abrió al instante. En su experiencia, si se daba a las máquinas una pregunta ambigua, casi siempre se caía en la confusión y era preciso comenzar de nuevo. La máquina que había interrogado a Khedrom tenía que ser una realmente sofisticada, con seguridad una de las más importantes en la jerarquía del Computador Central.
No hallaron más obstáculos; pero Alvin sospechó que habían pasado muchas comprobaciones de las cuales no tenía el menor conocimiento. Un corto corredor les llevó de repente hacia una impresionante cámara circular, con el suelo hundido y cuya disposición general era algo tan formidable, que por un momento Alvin quedó atónito y maravillado. Estaba mirando a sus pies, toda la ciudad de Diaspar, extendida ante él con sus más altos edificios que apenas si le llegaban a la altura del hombro.
Empleó mucho tiempo en ir localizando los lugares que le eran conocidos y familiares y observando inesperadas vistas, antes de dedicar atención al resto de aquella vasta cámara. Sus paredes estaban cubiertas con una disposición microscópicamente detallada de cuadros blancos y negros; la disposición estructural era en sí completamente irregular, y cuando cambió la mirada, tuvo la impresión de que emitían rápidos destellos, aunque nunca cambiaban. A intervalos frecuentes y alrededor de la cámara se hallaban máquinas operadas en clave de cierto tipo, cada una de ellas completa con una pantalla visora y un asiento para el operador.
Khedrom dejó al joven que se recreara en aquella vista fabulosa. Después, apuntó a la diminuta ciudad y le dijo:
— ¿Sabes lo que es esto?
Alvin estuvo tentado de responder «Una maqueta modelo, por supuesto»; pero aquella respuesta era tan obvia que tuvo por cierto no era la precisa. En su lugar, sacudió la cabeza negativamente y esperó a que Khedrom respondiese por él su propia pregunta.
— Recordarás — le dijo el Bufón— que te dije una vez cómo se mantenía la ciudad… de qué forma los Bancos de Memoria sostenían y conservaban su estructura congelada para siempre, inmóvil e incambiada. Esos Bancos se encuentran a nuestro alrededor, con todo su incalculable almacenamiento de información, definiendo completamente la ciudad como es ahora mismo. Cada átomo de Diaspar está de alguna forma sujeto en clave, por fuerzas que nos son desconocidas y que hemos olvidado, a las matrices enterradas en estos muros. Y señaló con la mano hacia el perfecto y detallado simulacro de Diaspar que yacía a sus pies.
— Esto no es un modelo, en realidad es algo inexistente. Es sencillamente la imagen proyectada del dispositivo encerrado en los Bancos de Memoria y por tanto, es absolutamente idéntico a la ciudad misma. Esas máquinas visoras de allí, son capaces de aumentar cualquier porción deseada hasta dar el aspecto de su tamaño natural o mayor. Se usan cuando es necesario para hacer alguna alteración en el diseño, aunque suele transcurrir mucho tiempo de una a otra operación de este tipo. Si quieres saber cómo es Diaspar, es preciso venir a este sitio. Puedes aprender aquí en unos cuantos días más que en toda una vida de exploraciones personales.
— Es algo maravilloso dijo Alvin —. ¿Cuánta gente sabe que existe?
— Oh, mucha; pero apenas si alguien tiene interés en ello. El Consejo viene por aquí de vez en cuando; ya que no se hace alteración alguna en la ciudad a menos que ellos no vengan a dar su aprobación. Pero no es suficiente, si el Computador Central no aprueba el cambio propuesto. Dudo que esta sala haya sido visitada más de dos o tres veces por año.
Alvin deseó conocer cómo Khedrom tenía tan fácil acceso a ella, pero después recordó que muchas de sus más elaboradas jugarretas tenían que suponer un profundo conocimiento de la ciudad y de sus mecanismos interiores y que sólo tal conocimiento podía ser el resultado de un profundo estudio. Tenía que ser uno de los privilegios del Bufón, él poder ir a cualquier parte y aprenderlo todo; realmente, no podía tener mejor guía para todos los secretos de Diaspar.
— Lo que tú estás buscando no existe — dijo Khedrom— pero de existir, aquí es donde podrás encontrarlo. Voy a enseñarte cómo manejar los monitores.
Durante la hora siguiente, Alvin permaneció sentado ante una de las pantallas visoras, aprendiendo el uso de los controles. Pudo así, seleccionar a voluntad cualquier punto de la ciudad y examinarlo en cualquier grado de magnificación. Calles, torres, murallas y vías rodantes se movían rápidamente a través de la pantalla al cambiar las correspondientes coordenadas; era como si estuviese en un punto de verlo todo al descubierto, descubriendo el propio espíritu de la ciudad, sin ninguna obstrucción física que lo impidiese.
Así y todo, no era en realidad Diaspar lo que estaba examinando. Se movía a través de las células de memoria, mirando a la imagen de un sueño de la ciudad, el sueño que había tenido el poder de sostener a la Diaspar real intocada por el tiempo en mil millones de años. Por la pantalla sólo podía ver la parte de la ciudad que en sí era permanente; la gente que paseaba por las calles no formaba parte de aquella imagen congelada. Pero para sus propósitos, no importaba lo accesorio. Su interés, por el momento, estaba concentrado en la creación de la piedra y el metal en donde se hallaba aprisionado y no en aquellos que compartían su confinamiento, aunque de buena voluntad.
Siguió buscando, y pronto tuvo ante la vista la Torre de Loranne moviéndose rápidamente a través de sus corredores y pasajes, que había explorado en persona. Al expandirse ante sus ojos la imagen de la verja que cerraba el paso al túnel que daba al desierto, casi sintió el frío viento azotarle la cara y que soplaba eternamente por aquellos pulmones vitales de la ciudad, seguramente por la mitad de toda la historia del género humano. Llegó hasta la rejilla, miró hacia fuera… y no vio nada. Por un momento la sorpresa fue tan grande que casi le hizo dudar del estado de su propia memoria. ¿Habría sido la visión del desierto nada más que un sueño?
Después recordó la verdad. El desierto no formaba parte de Diaspar, y por tanto la imagen no existía en el mundo fantasmal que estaba explorando.
Con todo, podía mostrarle algo que ningún ser humano hubiera visto antes. Alvin avanzó su mirada a través de la rejilla hacia fuera y en la nada existente más allá de los límites de la ciudad amurallada. Hizo volver el control que alteraba la dirección de lo que estaba observando, de tal forma que pudiese mirar hacia atrás a lo largo del camino por el que había ido. Y allí, tras él camino seguido, aparecía Diaspar… visto desde el exterior.
Para el computador, los circuitos de memoria y la multitud de mecanismos que creaban la imagen que Alvin estaba observando, constituían sencillamente un problema de simple perspectiva. Ellos conocían la forma de la ciudad; por tanto, podían mostrarla como apareciendo desde fuera. A pesar de comprobar y apreciar cómo resultaba el efecto deseado, el efecto que produjo sobre Alvin, fue impresionante. En espíritu, aunque no en realidad, se había escapado de Diaspar. Aparecía como suspendido en el espacio a pocos pies de distancia de la muralla cortada a pico de la Torre de Loranne. Por un momento se quedó mirando fijamente la suave y gris superficie que tenía ante sus ojos, después tocó el control y dejó que el visor fuese descendiendo hasta el suelo.
Ahora que conocía las posibilidades de aquel maravilloso instrumento, su plan de acción se le apareció claro. No había necesidad alguna de gastar meses o años en explorar Diaspar por el interior, edificio por edificio, sala por sala, corredor por corredor. Desde aquel ventajoso punto de visión, podía volar realmente y recorrer todo el contorno de la ciudad, pudiendo ver inmediatamente cualquier abertura que pudiese conducir hacia el desierto y al mundo que se extendía más allá.
El sentido de la victoria conseguida, de logro obtenido, le hizo experimentar una alegría sin límites y el deseo de compartir su alegría y su satisfacción. Se volvió hacia Khedrom, deseando dar las gracias al Bufón por haber hecho aquello posible. Pero Khedrom se había marchado y le llevó unos instantes el comprobar por qué.
Alvin era tal vez el único hombre en todo Diaspar que podía mirar sin afectarse las imágenes que entonces surgían de la pantalla. Khedrom pudo haberle ayudado en su investigación; pero incluso el Bufón compartía el extraño terror del universo que había confinado por tanto tiempo al género humano en el interior de aquel pequeño mundo. Y había dejado solo a Alvin para que continuase sus investigaciones.
La sensación de soledad y aislamiento, que por un rato había desaparecido del espíritu de Alvin, volvió a caerle como una carga pesada. Pero reaccionó valientemente, al pensar que no había tiempo que gastar en la melancolía; había mucho que hacer. Se volvió al monitor, dispuso la imagen de la ciudad de forma que sus murallas fuesen discurriendo lentamente frente a sus ojos y comenzó una búsqueda sistemática y minuciosa.
Diaspar vio muy poco a Alvin durante varias semanas, aunque sólo pocas personas notaron su ausencia. Jeserac, cuando supo que su discípulo empleaba su tiempo en la Sala del Consejo en lugar de patrullar alrededor de la frontera de la ciudad, se sintió aliviado de su preocupación, imaginando que allí no sufriría ningún disgusto ni perturbación. Eriston y Etania le llamaron a su habitación una o dos veces, y al notarle ausente, dejaron de preocuparse también. Pero Mystra fue más persistente.
Por la propia paz de su mente, era una lástima que se hubiera enamorado de Alvin, cuando existían tantos muchachos a quienes elegir. Mystra nunca había tenido dificultad en hallar pareja pero en comparación con Alvin, todos sus amigos y pretendientes le parecían nulidades, individuos surgidos del mismo molde, sin pena y sin gloria. Ella no le dejaría perder sin lucha: su retraimiento y su indiferencia le planteaban un desafío al que no podía resistir.
Así y todo, sus motivos no eran enteramente egoístas, siendo maternales más bien que de orden sexual. Aunque el dar a luz un hijo era cosa ya olvidada en la mujer, los instintos femeninos habían persistido implicando la protección y la simpatía. Alvin podía aparecer como una persona testaruda, obstinada y autosuficiente y determinado a seguir su propia vida, pero con todo, Mystra sentía la interior soledad del joven.
Cuando descubrió que Alvin había desaparecido, se apresuró a preguntar a Jeserac qué había ocurrido. El maestro de Alvin, aunque vaciló un tanto, acabó por decírselo. Si Alvin no quería compañía la respuesta estaba en sus propias manos. Su tutor, ni aprobaba ni desaprobaba aquella relación entre los jóvenes. En el conjunto de la cuestión, más bien apreciaba a Mystra y esperó que su influencia pudiera ayudar a Alvin a encajarse en la vida de Diaspar.
El hecho de que Alvin emplease todo su tiempo en la Sala del Consejo, sólo podía significar que se hallaba enfrascado en alguna investigación especial y tal conocimiento, por lo menos, alivió a la joven de la idea de que pudiese contar con rivales peligrosas. Pero aunque no se despertaron sus celos, sí se exacerbó su curiosidad. A veces se reprochaba a sí misma por haberle dejado abandonado en la Torre de Loranne, aunque estaba segura que de repetirse las mismas circunstancias, volvería a obrar de igual modo. No existía medio de comprender la mentalidad de Alvin, se dijo muchas veces a sí misma, a menos que descubriese qué era lo que intentaba hacer.
Se encaminó decididamente al edificio y atravesó el salón principal, impresionada aunque no asustada por la sensación que experimentó al entrar en él. Las máquinas de información estaban alineadas una junto a otra en la pared opuesta, y ella escogió una al azar.
En cuanto se encendió la luz de reconocimiento, Mystra dijo:
— Estoy buscando a Alvin; está en alguna parte de este edificio. ¿Dónde podría encontrarle?
Incluso en la duración de toda una larga vida, nadie se acostumbraba, por lo general a la completa ausencia del espacio de tiempo en que una máquina informativa replicaba a una cuestión ordinaria. Había gente que sabía — aseguraba saberlo— cómo lo hacía y hablaba enfáticamente de «acceso al tiempo» o de «espacio almacenado» pero de todas formas, no por ello dejaba de resultar algo maravilloso. Cualquier pregunta de naturaleza puramente actual, dentro de la enorme cantidad de información disponible del interior de la ciudad, podía ser respondida inmediatamente. Sólo si la pregunta implicaba algún cálculo complejo, antes de dar su respuesta podía notarse una apreciable demora.
— Está con los Monitores — fue la respuesta que llegó enseguida a la joven.
Aquello no le resultaba de mucha ayuda, puesto que el nombre no significaba apenas nada para Mystra. Ninguna máquina suministraba voluntariamente más información que la estrictamente solicitada, y el aprender a construir adecuadamente la pregunta, era como una especie de arte que tardaba mucho tiempo en adquirirse.
— ¿Cómo puedo llegar hasta él? — volvió a preguntar la chica.
— No puedo decírselo a menos que tenga usted el permiso del Consejo.
Aquello constituía una situación inesperada y desconcertante para Mystra. Había muy pocos lugares en Diaspar que no pudieran ser visitados por cualquier persona que lo deseara. Mystra estaba completamente segura de que Alvin no había obtenido el permiso del Consejo, lo que significaba que una alta autoridad estaba ayudándole en sus propósitos.
El Consejo gobernaba a Diaspar, pero el Consejo por sí mismo podía ser derrotado en sus decisiones por un poder superior… el todopoderoso e infinito intelecto del Computador Central. Resultaba difícil pensar que el Computador Central fuese una entidad viviente, localizado en un simple lugar, aunque de hecho era la suma total de todas las máquinas de Diaspar. Incluso no estando vivo en un sentido biológico, ciertamente que poseía al menos mucha más inteligencia y autoconciencia que cualquier ser humano. Tenía que conocer lo que Alvin estaba haciendo, y en consecuencia, aprobarlo; de otra forma habría sido detenido antes de tener acceso a él o enviado al Consejo, como la máquina de información había hecho con Mystra.
No tenía objeto permanecer allí. Mystra estaba segura que cualquier intento de buscar a Alvin aunque conociese con exactitud dónde estaba en aquel enorme edificio estaría condenado al fracaso. Las puertas fallarían al abrirse; los caminos rodantes revertirían su paso cuando pusiese en ellos los pies llevándola hacia atrás en lugar de hacia delante, los campos magnéticos de los elevadores permanecerían misteriosamente inertes, rehusando subirla de una planta a otra. Si persistía en su intento sería conducida gentilmente, sin ninguna violencia a la calle por un robot, educado y cortés; pero firme en su decisión o bien permanecería dando una y otra vuelta alrededor de la Sala del Consejo hasta llegar al cansancio y el abandono de sus propósitos.
La joven estaba de mal humor al salir a la calle. Se encontraba más que confusa y por primera vez sintió que algo misterioso radicaba allí donde había puesto su personal interés. No tenía idea de cuál sería su próxima acción a seguir; pero sí estuvo segura de una cosa. Alvin no iba ser la única persona en Diaspar que fuese obstinada y persistente.
La imagen del monitor se desvaneció en la pantalla, al levantar las manos del panel de control y se cerraron sus circuitos. Por un momento permaneció inmóvil, mirando al negro rectángulo que había ocupado toda su mente consciente durante tantas semanas. Había circunnavegado su mundo; a través de aquella pantalla había desfilado una a una toda la muralla exterior de Diaspar, pulgada a pulgada. Conocía de la ciudad más que otro cualquier ser viviente, salvo Khedrom tal vez, y ahora estaba convencido de que no existía salida alguna a través de aquellas murallas. La sensación que le embargaba entonces no era de mero desaliento; en realidad nunca había esperado que sería la cosa tan sencilla y que encontraría lo que buscaba al primer intento. Lo que era más importante, era el haber descartado una posibilidad. Ahora tendría que intentar otras.
Se puso en pie y se encaminó hacia la imagen de la ciudad que casi llenaba por completo la cámara. Resultaba difícil no imaginarla como un modelo, aunque sabía muy bien que en la realidad no era más que la proyección óptica del dispositivo inserto en las células de la memoria que había estado explorando. Cuando alteró los controles del monitor y dispuso su punto de enfoque moviéndolo a través de Diaspar, una mancha de luz se movería sobre la superficie de lo que constituía su réplica, por lo que podría ver exactamente a donde se dirigía. Había sido una guía útil en los primeros días, aunque pronto adquirió la suficiente destreza para disponer las coordenadas mediante lo cual dejó de necesitar tal ayuda.
La ciudad yacía extendida bajo él y miró a sus pies como un dios. Y con todo apenas si pudo verla al considerar uno por uno todos los pasos que debería ir tomando de nuevo.
Si todos fallaban, sólo existía una solución al problema. Diaspar podría mantener un perpetuo estasis por sus circuitos, inmóviles y helados para siempre de acuerdo con la pauta inserta en las células de la memoria de sus computadoras. Pero aquella pauta podría ser alterada y la ciudad debería cambiar con ella. Podría ser posible rediseñar una sección de la muralla exterior de tal forma que contuviese una salida, alimentar con tales datos tal dispositivo en los monitores y dejar que la ciudad sé reconformase a sí misma en una nueva concepción.
Alvin sospechó que las grandes áreas del banco de control de los monitores, cuyo propósito no le había explicado Khedrom, estaban relacionadas con tales alteraciones. Hubiera sido infructuoso operar con ellos; los controles que podían alterar la mismísima estructura de la ciudad se hallaban firmemente bloqueados y sólo podían manejarse mediante la autoridad del Consejo y la aprobación del Computador Central. Existía muy poca posibilidad de que cl Consejo le autorizase a hacer lo que pedía, incluso estando de antemano preparado por décadas o incluso durante siglos a esperar pacientemente el permiso debido. Aquello constituía una perspectiva inconcebible para la impaciencia de Alvin.
Volvió los ojos hacia el cielo. A veces había imaginado, en las fantasías que casi se avergonzaba de recordar, el haber reconquistado la libertad del aire, a la cual, el Hombre, había renunciado desde tanto tiempo atrás. Sabía que una vez los cielos de la Tierra habían estado repletos de extrañas formas volantes. Desde el espacio exterior las grandes naves habían llegado llevando con ellas desconocidos tesoros para recalar en el Puerto de Diaspar. Pero el Puerto había estado más allá de los límites de la ciudad eones de tiempo en el pasado y que había sido enterrado por la arena transportada por los vientos del desierto. Soñó que en alguna parte y entre los laberintos de Diaspar podría quedar alguna nave del espacio escondida pero realmente no lo creyó. Incluso en los días en que los pequeños e individuales aparatos voladores habían sido de uso corriente, debió ser muy poco verosímil que se les hubiera permitido sobrevolar dentro de los límites de la ciudad.
Por unos instantes se dejó llevar por aquel viejo y familiar sueño. Se imaginó que era el dueño del cielo, que todo el mundo yacía a sus pies, invitándole a desplazarse a donde quisiera ir. No se trataba del mundo de su propio tiempo lo que veía, sino el mundo perdido del Amanecer del tiempo… un rico y hermoso panorama de colinas, lagos y flores. Sintió entonces una amarga envidia de sus desconocidos antepasados, que habían podido volar con tanta libertad por toda la faz de la Tierra y que asimismo habían dejado morir tanta belleza.
Aquella ensoñación que como una droga intoxicaba su mente, era inútil e inoperante; era preciso volver al presente y enfocar el problema que se había planteado. Si los cielos eran inalcanzables y el camino por tierra prohibido ¿qué le quedaba?
Una vez más llegó a la conclusión de que necesitaba ayuda una vez que le resultaba imposible progresar en su empeño por sus propios esfuerzos. Le disgustaba admitir el hecho; pero era lo bastante honesto consigo mismo para negarlo. Inevitablemente, sus pensamientos son volvieron hacia Khedrom.
Alvin nunca había decidido en realidad si le gustaba o no el Bufón. Se hallaba contento de hallarse en su compañía y le agradecía sinceramente la asistencia y la simpatía que la había dispensado en su propósito. No había nadie más en Diaspar con quien tuviera tanto en común, y con todo había un cierto elemento en la otra personalidad que le resultaba chocante. Tal vez fuese el irónico aire de despego que era peculiar en la conducta de Khedrom, que a veces daba a Alvin la impresión de estar riéndose secretamente de sus esfuerzos, incluso mientras parecía estar ayudándole. A causa de aquello, lo mismo que su propia obstinación congénita y sentido de la independencia, Alvin vaciló en aproximarse de nuevo al Bufón, de no ser como el último resorte que tocar.
Dispusieron una entrevista en un pequeño patio circular, no lejos de la Sala del Consejo. Existían muchísimos lugares escondidos y discretos en la ciudad, a veces a poca distancia de donde se movían multitudes ocupados en sus diversos asuntos o placeres, y que aislaban a dos personas por completo. Corrientemente se llegaba a ellos sencillamente a pie, tras algunas vueltas o un corto paseo, aunque a veces hubiera que dar un complicado rodeo entre el laberinto de calles y lugares de la inmensa ciudad. Resultaba una cosa típica de Khedrom que hubiese escogido tal lugar para una cita.
Aquel pequeño patio no tenía más de quince pies de anchura estando en realidad localizado en la profundidad y en el interior de algún gran edificio. Así y todo, parecía no tener límites definidos físicamente, al hallarse rodeados por un material traslúcido y azul verdoso que resplandecía con una leve luz interna. Sin embargo, aún no apreciándose limites visibles, el lugar estaba tan perfectamente adaptado que no daba la impresión de haber perdido su carácter de lugar recoleto y escondido. Paredes bajas, de una altura inferior a la cintura y rotas a intervalos para poder pasar fácilmente de un lado a otro, estaban arregladas como para dar la impresión de un seguro confinamiento, sin lo cual, nadie en Diaspar, se hubiera sentido a gusto y contento.
Khedrom estaba examinando una de las paredes, cuando llegó Alvin. La pared estaba recubierta con intrincados mosaicos de pequeñas losas multicolores, tan fantásticamente entremezcladas que Alvin ni siquiera intentó desenmarañar.
— Mira este mosaico, Alvin — le dijo el Bufón —. ¿Notas algo extraño en él?
— No confesó el joven tras un breve examen —. Es algo que no me preocupa… pero no hay nada extraño en eso.
Khedrom dejó correr sus dedos por las baldosas multicolores.
— No eres muy observador — le dijo. Mira aquí, en este borde… y fíjate cómo se ha redondeado y suavizado. Esto es algo que rara vez se ve en Diaspar, Alvin. Está gastada… es el desgaste de la materia por el asalto del tiempo. Yo puedo recordar muy bien cuando esto era nuevo, sólo ochocientos años atrás, en mi vida última. Si volviese a este mismo lugar tras una docena de vidas a partir de ahora, las losetas habrían sido completamente disueltas y deshechas.
— Pues yo no veo nada sorprendente en todo esto — repuso Alvin —. Hay otras obras en la ciudad, verdaderas obras de arte, no lo bastante buenas para ser preservadas en los circuitos de memoria pero tampoco tan malas como para ser destruidas sobre la marcha. Un día, supongo, algún otro artista vendrá y hará un trabajo mejor. Y tal trabajo será resguardado y no se permitirá que se deteriore.
— Yo conocí al hombre que diseñó esta pared — dijo Khedrom, mientras continuaba pasando los dedos como si esperase que una de aquellas baldosas sé resquebrajara en el mosaico. Es extraño que pueda recordar el hecho, cuando ni siquiera me acuerdo de cómo era el hombre que lo hizo, en detalle. Es posible que no me simpatizara y así lo borré de mi mente. — Y dejó escapar una ligera carcajada —. Quizá lo diseñara yo mismo durante una de mis fases artísticas y me encontrara tan molesto cuando la ciudad rehusó inmortalizar la obra, que decidí olvidarlo todo. Mira aquí… ¡sabía que este trozo se desprendería!
Se las arregló para desprender del mosaico una cascarilla dorada, pareciendo satisfecho de haber realizado aquel pequeño sabotaje. Tiró el fragmento al suelo: añadiendo: ¡Ahora tendrán algo que hacer los robots del servicio de mantenimiento!
Alvin comprendió que allí se había producido una lección nueva para él. Aquel extraño instinto, conocido como la intuición, que parecía seguir una especie de cortocircuitos no accesibles a la simple lógica, se lo dio a entender. Miró a la escamita dorada yacente a sus pies, intentando eslabonaría de alguna forma con el problema que ocupaba su mente por entero.
No resultó difícil hallar la respuesta, una vez comprobada su existencia.
— Veo lo que está usted tratando de decirme dijo a Khedrom —. Hay objetos en Diaspar que no están preservados en los circuitos de memoria, por lo que nunca podré encontrarlos sirviéndome de los monitores de la Sala del Consejo. Si fuese allá y enfocase este patio, no existía ni la menor traza de la pared que estamos observando en este momento.
— Creo que podrías hallar la pared; pero sin mosaicos.
— Sí, ahora lo veo — repuso Alvin, demasiado impaciente para molestarse en aquellas sutilezas del Bufón —. Y de la misma manera, pueden existir partes de la ciudad que jamás han sido destruidos. Sin embargo, no veo realmente de qué forma podría servirme eso. Yo sé que existen las murallas exteriores, y que no hay abertura alguna en todas ellas.
— Quizá no haya ninguna salida — respondió Khedrom —. No puedo prometerte nada. Pero pienso que todavía hay mucho que los monitores puedan mostrarnos… si el Computador Central lo permite. Y parece ser que te ha tomado afecto de alguna manera…
Alvin sopesó las palabras del Bufón, en su camino hacia la Sala del Consejo a donde se dirigieron de nuevo. Hasta entonces, había supuesto que su acceso a los monitores se debía enteramente a la influencia personal de Khedrom. No se le había ocurrido pensar que ello podría ser debido a alguna especial circunstancia intrínseca de su propia personalidad. El ser un Único, comportaba muchas desventajas; pero seguramente habría algo que le compensara de tal circunstancia…
La incambiada imagen de la ciudad dominaba la cámara en la que Alvin había pasado tantas horas. La miró entonces con una nueva comprensión; todo lo que había allí existía… pero la totalidad de Diaspar no se hallaba reflejada. Así y todo, seguramente cualquier discordancia tenía que ser trivial y por lo que pudo imaginar, prácticamente indetectable.
— Yo intenté hacer esto hace ya muchos años — dijo Khedrom, al sentarse en el butacón de uno de los monitores— pero los controles estaban bloqueados para mí. Tal vez obedezcan ahora. Lentamente al principio y con aumentada confianza después, a medida que iba reconquistando sus habilidades ya largamente olvidadas en el pasado, las yemas de los dedos de Khedrom se movieron sobre los controles, permaneciendo por un momento en los puntos nodales de la sensible rejilla enterrada en el panel que tenía delante.
— Creo que es correcto — dijo al fin —. De todas formas, pronto lo veremos.
La pantalla se iluminó; pero en lugar de la imagen que Alvin esperaba ver, apareció un mensaje chocante en cierto modo:
LA REGRESION COMENZARA TAN PRONTO COMO HAYA DISPUESTO EL TIPO DE CONTROL.
— Tonto de mí —murmuró Khedrom —. Lo tenía todo bien dispuesto y había olvidado la cosa más importante de todas—: Sus dedos se movieron entonces con la segura confianza del que sabe lo que hace sobre el tablero de mandos y conforme el mensaje se desvaneció de la pantalla giró en su asiento para poder ver lo que sucedía en la réplica proyectada de la ciudad.
— Observa bien Alvin — dijo. Creo que ambos vamos a aprender algo nuevo respecto a Diaspar.
Alvin esperó pacientemente; pero no ocurrió nada. La imagen de la ciudad flotaba allí ante sus ojos en toda su conocida maravilla y esplendorosa belleza aunque entonces no estaba consciente de tales detalles. Estaba a punto de preguntar a Khedrom qué es lo que debería buscar, cuando un súbito movimiento captó su atención y volvió la cabeza para seguirlo en el sitio adecuado. Aquello había sido algo como un destello tan breve que a Alvin le resultó demasiado tarde para apreciarlo. Nada se había alterado; Diaspar continuaba apareciendo como él la conocía. Entonces vio que Khedrom le estaba observando con una sonrisa burlona, por lo que de nuevo volvió a mirar la imagen de la ciudad. Entonces, la cosa ocurrió ante sus ojos.
Uno de los edificios existentes al borde del Parque, se desvaneció súbitamente, siendo reemplazado instantáneamente por otro de un diseño totalmente distinto. La transformación había sido tan repentina que Alvin parpadeó temiendo haberlo echado de menos. Se quedó fijamente absorto con el mayor asombro en aquella sutil alteración de la ciudad; pero incluso durante aquella primera sorpresa su mente había permanecido activamente buscando la respuesta. Recordó las palabras que aparecieron en el monitor: COMENZARA LA REGRESION — y supo entonces lo que estaba sucediendo.
— Así era la ciudad hace un millar de años atrás, — dijo a Khedrom —. Estamos viajando hacia atrás en el tiempo…
— Una pintoresca; pero bastante acertada forma de definirlo — replicó el Bufón —. Lo que está ocurriendo ahora es que el monitor está recordando las anteriores versiones de la ciudad. Cada vez que se hizo cualquier modificación, los circuitos de memoria no se vaciaban simplemente; la información contenida en ellos era llevada a otras unidades subsidiarias de almacenamiento, de forma que pudiera ser recordada cuando fuera preciso. He dispuesto el monitor de forma tal que regrese a través de esas unidades a la tasa de mil años por segundo. Ahora mismo, estamos viendo la Diaspar de hace un millón de años. Tenemos que ir muchísimo más atrás para apreciar cambios sustanciales… voy a incrementar el tipo de regresión.
Se volvió hacia el control y al hacerlo, no fue sólo un edificio, sino todo un bloque lo que se desvaneció de la ciudad, siendo reemplazado por un ancho anfiteatro de forma oval.
— ¡Ah, el Circo! — exclamó Khedrom —. Recuerdo la discusión que se organizó cuando decidimos librarnos de él. Apenas si se utilizaba; pero muchísimas personas son afectaron sentimentalmente.
El monitor se hallaba entonces recordando sus memorias pasadas pero a una mayor velocidad; la imagen de Diaspar iba retrocediendo hacia el pasado a un millón de años por minuto y los cambios se sucedían tan rápidamente que los ojos apenas si podían seguirlos. Alvin comprobó que las alteraciones de la ciudad, aparecían por ciclos; había un largo período de situación estática para seguir a continuación una rápida sucesión de reconstrucciones seguido después por otra pausa. Era como si Diaspar fuese un organismo viviente, que tenía que recobrar su fuerza tras una de aquellas explosiones de crecimiento.
A través de todos aquellos cambios, el diseño básico de la ciudad no se había alterado. Los edificios iban y venían y el Parque permanecía como el corazón verde de Diaspar, así como las calles cuya pauta parecía una cosa eterna. Alvin trató de imaginar hasta qué distancia en el pasado podría llegar el monitor. ¿Podría volver hasta la fundación de la ciudad y atravesar el velo que ocultaba la historia conocida desde los mitos y las leyendas?
Ya habían transcurrido quinientos millones de años hacia el pasado. Al exterior de las murallas de Diaspar, más allá del conocimiento de los monitores, debería existir una Tierra diferente. Quizá habría por todas partes océanos y bosques, incluso otras ciudades que el hombre no habría abandonado en su retirada lenta y prolongada hasta su hogar definitivo.
Los minutos fueron pasando arrastrados por el tiempo, cada minuto contando una edad entera en el pequeño universo de los monitores. Pronto, pensó Alvin, las más antiguas de las memorias allí almacenadas se alcanzarían por fin y la regresión llegaría a su fin. Pero aun sintiéndose fascinado por lo que significaba aquella lección, no vela cómo aquello podría ayudarle a escapar de la ciudad, allí y entonces.
Con una súbita implosión sin sonido, Diaspar sé contrajo a sólo una fracción de su antiguo tamaño. El Parque se desvaneció y las fronteras de aquellas titánicas torres y murallas se evaporaron instantáneamente. La ciudad estaba abierta al mundo, ya que los caminos se extendían radialmente fuera de los límites de la imagen del monitor, sin obstrucción alguna. Allí estaba Diaspar como había sido antes del gran cambio que cayó sobre el género humano.
— No podemos seguir más allá —dijo Khedrom apuntando hacia la pantalla del monitor. Sobre ella, aparecieron las palabras:
REGRESION CONCLUIDA
— Esta tiene que ser la versión más antigua de la ciudad que haya sido preservada en las células de memoria. Antes de esto, dudo si los circuitos de eternidad se usaban y se permitían que los edificios se gastaran de una forma natural.
Durante un buen rato, Alvin se quedó mirando fijamente el modelo de la antigua ciudad. Pensó en el tráfico que aquellos caminos habían soportado, cuando los hombres iban y venían libremente a todos los rincones del mundo, y a otros mundos, igualmente. Aquellos hombres fueron sus antepasados y entonces sintió un parentesco más íntimo hacia ellos que con respecto a las gentes que compartían ahora su vida actual. Deseó haberlos visto en la realidad y compartir sus pensamientos, conforme se movían por aquellas calles de mil millones de años atrás en la vida de Diaspar. Con todo, tales pensamientos no pudieron ser muy felices, ya que tuvieron que vivir bajo la sombra de los Invasores. Pasados algunos siglos, tuvieron que haber vuelto la espalda a toda la gloria que habían conquistado y construir una muralla contra el resto del universo.
Khedrom hizo que el monitor volviera en un sentido u otro por una docena de veces a través del breve período de historia que había elaborado la transformación. El cambio desde una pequeña ciudad abierta a otra muchísimo más grande y cerrada, se había llevado poco más de un millar de años. En tal tiempo, las máquinas que habían servido a Diaspar tan fielmente, tuvieron que haber sido diseñadas y construidas y el conocimiento que las capacitaría para llevar adelante sus tareas habría sido inserto en los circuitos de memoria y dentro de ellos también, tendrían que haber sido depositados las pautas fundamentales de todos los hombres que ahora estaban vivos, de tal forma que cuando el adecuado impulso les llamase hacia delante a una nueva vida, estarían en condiciones de ser arropados con la materia precisa, para emerger renacidos de la Sala de la Creación. En cierto sentido, pensó Alvin, él tuvo que haber existido en aquel viejo mundo. Era posible, por supuesto, que hubiese sido completamente de forma sintética y que su entera personalidad hubiese sido diseñada por técnicos — artistas que habían utilizado herramientas e instrumentos de inconcebible complejidad hacia cierta meta prevista. Así y todo, creyó más bien que estaba compuesto de hombres que una vez habían vivido y caminado por la Tierra.
Muy poco de la antigua Diaspar quedaba cuando se construyó la nueva ciudad; el Parque casi la había ocupado por completo. Incluso antes de la transformación, había existido un claro cubierto de hierba en el centro de Diaspar circunvalando la conjunción de todas las calles radiales. Después se había expandido diez veces más barriendo todas aquellas calles y los edificios próximos en la misma forma. La Tumba de Yarlan Zey, había surgido al mismo tiempo, reemplazando una estructura circular muy ancha que previamente había estado situada en el punto de reunión de todas las calles. Alvin nunca había creído en la antigüedad que las leyendas atribuían a la Tumba; pero entonces comprobó que era cosa cierta.
Supongo — dijo Alvin, asaltado súbitamente por una idea— que podremos explorar esta imagen, de igual manera que hemos explorado la imagen presente de la ciudad…
Los dedos de Khedrom se movieron ágilmente sobre el control del monitor y la pantalla dio la respuesta a la pregunta de Alvin. La ciudad, tan lejanamente desvanecida en el pasado, comenzó a expandirse ante sus ojos, examinando detenidamente aquellas antiguas avenidas y calles estrechas de la vieja Diaspar. Aquella imagen de la ciudad, de la Diaspar que hubo existido una vez en el pasado era todavía tan clara y definida como lo era en la actualidad. Durante mil millones de años, los circuitos de memoria, la habían mantenido en una fantasmal pseudoexistencia, esperando que alguien quisiera reviviría hacia el presente. Y no era simplemente una memoria lo que estaba observando. Era algo más complejo que aquello, era… la memoria de una memoria.
Alvin no sabía qué podría aprender de su contemplación y si podría ayudarle en sus propósitos. Pero no importaba, era fascinante mirar en el pasado y ver un mundo que había existido en los días en que los hombres todavía viajaban entre las lejanas estrellas. Señaló hacia el bajo y circular edificio que aparecía erecto en el corazón de la ciudad.
— Comencemos desde aquí —dijo a Kheldrom —. Parece un buen lugar para empezar.
Tal vez fuese una pura suerte, quizás era algún viejo recuerdo, o posiblemente una lógica elemental. Pero no existía diferencia, desde que había llegado a aquel lugar más pronto o más tarde, el punto sobre el cual convergían todas las calles radiales de la ciudad.
Le llevó diez minutos descubrir que no se reunían allí por razones de pura simetría solamente… diez minutos en que comprendió que su larga búsqueda había hallado por fin, una recompensa.
Mystra descubrió una sencilla manera de seguir a Alvin y a Khedrom sin que ellos lo advirtieran. Parecían ir con prisa, algo que en ellos estaba fuera de lo usual, sin mirar nunca atrás. Le había resultado un divertido juego perseguirles a lo largo de las vías rodantes, escondiéndose entre la multitud; pero sin quitarles ojo de encima. Hacia el fin su meta resultaba obvia; cuando abandonaron las calles y se dirigieron hacia el Parque, sólo podían dirigirse hacia la Tumba de Yarlan Zey. El Parque no contenía otros edificios y dos personas animadas de tanta prisa como Alvin y Khedrom, no estarían, sin duda alguna, interesadas en la contemplación del paisaje circundante.
Al no poder esconderse en las últimas cien yardas que quedaban para llegar hasta la Tumba, Mystra esperó a que Khedrom y Alvin desaparecieran en la inmensa construcción de mármol. Después, y en cuanto se quitaron de su vista, se dio prisa a todo correr ladera arriba. La joven estaba completamente segura de esconderse entre alguna de las grandes columnas de la Tumba y que le llevaría algún tiempo él verles; pero lo importante era que al fin pudiese saber lo que estaban haciendo allí.
La Tumba consistía en dos círculos concéntricos de grandes columnas, encerrando en su interior un patio circular. Excepto en un sector, las columnas ocultaban totalmente el interior de la construcción, y Mystra lo evitó aproximándose desde uno de los lados. Se las arregló con toda clase de precauciones entre el primer círculo de las columnas, vio que no tenía a nadie a la vista y anduvo de puntillas hacia el segundo. A través de los espacios de las columnas, vio la colosal figura de Yarlan Zey mirando hacia la entrada y a través del Parque que había construido en tiempos, sobre la ciudad que había estado observando tan silenciosamente durante tantas edades.
Pero no había nadie más en aquella soledad marmórea. La Tumba estaba vacía.
En aquel momento, Alvin y Khedrom se hallaban a cien pies bajo tierra, en una pequeña habitación como una caja en forma de cubo perfecto cuyas paredes resplandecían misteriosamente dando la sensación de discurrir firmemente hacia arriba. Aquella era la única indicación de movimiento; no existía traza alguna de vibración que mostrase que se hundían rápidamente hacia abajo, descendiendo hacia una meta, que ninguno de ellos comprendía del todo.
Parecía absurdamente fácil, por la forma en que parecía estar preparada para ellos. (¿Por quién? — se preguntó Alvin. ¿Por él Computador Central? ¿O tal vez por el propio Yarlan Zey cuando transformó la ciudad?) La pantalla del monitor les había mostrado aquella chimenea vertical hundiéndose en las profundidades, habiéndola seguido durante un cierto trecho hasta que la imagen quedó en blanco. Aquello significaba, pensó Alvin, que estaba solicitando una información que el monitor no poseía, y que tal vez jamás hubiera poseído.
Apenas había considerado aquella idea, cuando la pantalla se iluminó de nuevo. Sobre ella apareció un breve mensaje estampado en la simple escritura que las máquinas solían utilizar para comunicarse con los hombres desde que habían logrado una equivalencia intelectual con ellos:
«Permanezcan quietos donde mira la estatua… y recuerden:»
DIASPAR NO FUE SIEMPRE ASÍ
Las últimas palabras aparecían escritas en letras mucho mayores y el significado de la totalidad del mensaje, se le apareció a Alvin evidente y al instante. Mensajes codificados y estructurados mentalmente se habían utilizado por dilatadas épocas de la historia de la ciudad para abrir las puertas o poner las máquinas en acción. Y por lo que respectaba a… «Permanezcan quietos donde mira la estatua«…resultaba realmente demasiado sencillo.
— Me gustaría saber cuántas personas han leído este mensaje — dijo Alvin pensativamente.
— Catorce, por lo que yo sé —replicó Khedrom —. Puede que lo hayan leído otras. — Y no amplificó aquel comentario bastante misterioso a pesar de la prisa que Alvin tenía en seguir preguntándole más cosas.
No pudieron estar muy seguros de que los mecanismos pudieran responder a un inmediato impulso. Cuando llegaron a la Tumba, les había llevado apenas unos instantes en localizar la simple losa entre todas las que formaban el pavimento, y sobre la cual la fija mirada de Yarlan Zey aparecía detenida eternamente. A primera vista daba la impresión de que miraba a toda la ciudad, si se permanecía frente a ella; pero mirándola más detenidamente, se comprendía que su evasiva sonrisa estaba dirigida hacia un lugar exacto precisamente en el interior de la entrada de la Tumba. Una vez descubierto el secreto, ya no existía duda de su significado. Alvin se desplazó hacia la losa inmediata y vio que Yarlan Zey ya no le miraba.
Se reunió con Khedrom y mentalmente, como un eco repitió las palabras que el Bufón había pronunciado en voz alta: DIASPAR NO FUE SIEMPRE Así. Instantáneamente, como si los millones de años transcurridos desde la única operación no hubiesen jamás existido, las expectantes máquinas respondieron. La gran losa de piedra sobre la que permanecían, comenzó a conducirles suavemente hacia las profundidades.
Por encima de sus cabezas el recuadro de cielo azul parpadeó un instante y desapareció por completo. Aquella chimenea ya no estaba abierta al exterior; y no existía peligro alguno de que alguien hubiese podido despeñarse por ella. Alvin imaginó si otra losa igual habría reemplazado a la que les había soportado a él y a Khedrom, aunque después se decidió en sentido contrario. La losa original probablemente seguiría pavimentando el suelo de la Tumba; y sobre la que ellos descendían podría sólo existir por infinitesimales fracciones de segundo, siendo continuamente recreada a mayores y mayores profundidades en la tierra dándole así la ilusión de un movimiento descendiente y seguro.
Ni Alvin ni Khedrom hablaron mientras que las paredes discurrían silenciosamente a su paso. Khedrom reflexionaba, como si le remordiese la conciencia, si no estaría yendo demasiado lejos en aquella ocasión. No podía imaginar a dónde les llevaba aquel camino, si es que conducía a alguna parte. Por primera vez en su vida, empezó a comprender el verdadero sentido del terror.
Alvin no sentía miedo; estaba demasiado excitado para ello. Aquella era la misma sensación que había experimentado en la Torre de Loranne, cuando había mirado al desierto a través de aquella rejilla, viendo después las estrellas conquistando la noche en el espacio. Entonces, sólo había echado un Vistazo hacia lo desconocido, ahora se dirigía rectamente hacia él.
Las murallas cesaron de pasar. Una mancha de luz apareció a un lado de aquella misteriosa habitación en movimiento, se hizo más y más brillante y repentinamente apareció una puerta. Pasaron a través de ella, anduvieron unos cuantos pasos por el corto corredor que se extendía más allá… y se encontraron en una caverna circular y enorme cuyos muros confluían juntos en una suave curva a trescientos pies por sobre sus cabezas.
La gran columna por la que habían bajado, parecía demasiado esbelta y sencilla para soportar los millones de toneladas de roca que tenía sobre si, ciertamente no parecía ser una parte integral de la cámara en absoluto; pero daba la impresión de ser una impresión tardía. Khedrom, siguiendo la mirada de Alvin, llegó a la misma conclusión.
— Esta columna — dijo hablando rápidamente con la ansiedad de explicar algo tuvo que ser construida simplemente para albergar a la chimenea, que como una caja de ascensor, nos ha traído hasta aquí. Con seguridad que no estaba destinada al tráfico cuando Diaspar estaba abierta al mundo. El tráfico tuvo que haber discurrido por aquellos túneles que hay allí, supongo que los conocerás ahora…
Alvin miró con detenimiento hacia las paredes de la gran cámara a más de un centenar de yardas de distancia. Perforándolas a intervalos regulares, aparecían anchos túneles, una docena de ellos, partiendo radialmente en todas direcciones exactamente como lo hacían las vías rodantes de la Diaspar actual en el exterior. Comprobó que ascendía suavemente hacia arriba, reconociendo la familiar superficie gris de las vías rodantes. Eran del mismo extraño material de aquellos sistemas de comunicación y que entonces permanecían inmóviles y sin vida, condenados a una perpetua detención. Cuando se construyó el Parque, el núcleo del sistema de las vías rodantes tuvo que haber sido sellado y enterrado. Pero nunca destrozado.
Alvin comenzó a caminar hacia el túnel más próximo. Había andado unos cuantos pasos cuando se dio cuenta de que algo estaba ocurriendo en el suelo bajo sus pies. Se estaba volviendo transparente. A unas cuantas yardas más de distancia, daba la impresión de hallarse suspendido en medio del aire, sin soporte visible. Se detuvo y miró fijamente al vacío que se extendía a sus pies.
— ¡Khedrom! — llamó— ¡Venga y mire esto!
El Bufón se le aproximó y juntos miraron la maravilla existente a sus pies. Ligeramente visible a una profundidad indefinible, aparecía extendido como un enorme mapa… una gran red de líneas convergiendo hacia un lugar que radicaba bajo la chimenea central. Se miraron en silencio por un momento y entonces el Bufón, dijo con calma:
— ¿Te das cuenta lo que esto es?
— Creo que sí —repuso Alvin —. Es un mapa de la totalidad del sistema de transporte y esos pequeños círculos tienen que ser otras ciudades de la Tierra. Puedo ver sus nombres junto a ellos; pero apenas si puedo leerlos.
— Alguna vez tuvo que haber existido alguna forma de iluminación interna — dijo Khedrom como ausente, mientras que iba trazando líneas bajo sus pies siguiéndolas hacia el terminal en las paredes de la gran cámara —. ¡Creo que di con la cuestión! ¿Ves cómo todas esas líneas en forma de radios conducen hacia los pequeños túneles?
Alvin había comprobado que además de los grandes trazados de las vías rodantes existían innumerables túneles más pequeños que conducían a la caverna… túneles que conducían hacia abajo, en vez de la dirección contraria.
Khedrom continuó, sin esperar réplica del joven:
— Hubiera sido difícil pensar en un sistema más sencillo. La gente vendría aquí abajo por las vías rodantes, escogería en lugar a donde querían dirigirse y seguirían la línea apropiada sobre el mapa…
— Bien, ¿y qué ocurriría después? — preguntó Alvin.
Khedrom estaba silencioso, intentando descubrir con sus ojos el misterio de aquellos túneles descendentes. Había treinta o cuarenta de ellos, todos con la misma exacta apariencia. Sólo los nombres impresos en el mapa habrían permitido distinguirlos, nombres que ahora resultaban indescifrables.
Alvin había comenzado a errar a cierta distancia, dando la vuelta al pilar central. A poco su voz llegó hasta Khedrom, reverberando con los ecos de la enorme caverna subterránea.
— ¿Qué es ello? — repuso Khedrom no deseando moverse de donde estaba, pues estaba a punto de conseguir leer uno de aquellos casi ilegibles grupos de caracteres. Pero la voz de Alvin era insistente, y así fue a reunirse con él.
Más profunda, se hallaba la otra mitad del gran mapa, con sus líneas radiantes parecidas a una tela de araña, extendidas hacia todos los puntos de la rosa de los vientos. Esta vez, sin embargo, no todo aparecía oscurecido para ser apreciado claramente, ya que una de las líneas, y sólo una… aparecía brillantemente iluminada. Daba la impresión de no tener conexión con el resto del sistema y apuntaba como una brillante flecha a uno de los túneles inclinados hacia abajo. Cerca de su final, la línea sé transfiguraba en un círculo de luz dorada y contra aquel círculo, aparecía la simple palabra: LYS. Aquello era todo.
Durante un buen rato Alvin y Khedrom permanecieron mirando hacia abajo hacia aquel símbolo silencioso. Para Khedrom era como un desafío que sabía no podía aceptar y que, ciertamente, hubiera deseado que no existiera. Pero para Alvin significaba el despertar al logro de todos sus sueños, aunque la palabra LYS no significara nada para él. Repitió una y otra vez aquella palabra, como si la estuviese paladeando en su exótico sabor. La sangre le latía en las venas y su piel se puso ardiendo como si estuviese atacado de fiebre. Miró a su alrededor, tratando de imaginar lo que habría sido en los antiguos tiempos, cuando los transportes aéreos habían terminado; pero las ciudades de la Tierra continuaban comunicándose una con otra. Pensó en el incontable número de siglos que habían transcurrido con aquel tráfico allí inmovilizado, muriendo una tras otras luces que habían iluminado el curso de las líneas hasta no quedar más que aquella de LYS. ¿Por cuánto tiempo había estado encendida entre las demás, esperando servir de guía a los pasos que nunca llegaron hasta que Yarlan Zey había sellado los caminos rodantes y había cerrado a Diaspar del resto del mundo?
Aquello tuvo que haber ocurrido hacía ya mil millones de años. Incluso entonces, LYS tuvo que haber tenido contacto con Diaspar. Parecía imposible que hubiera podido sobrevivir; tal vez, el mapa ya no significaba nada ahora.
Khedrom salió el primero del sueño en el que estaba inmerso. Daba la impresión de hallarse nervioso y a disgusto, habiendo dejado de ser el hombre seguro de sí mismo que siempre había parecido ser arriba en la ciudad.
— Creo que no deberíamos seguir adelante — No podría ser nada seguro… hasta que estuviéramos mejor preparados…
En aquella opinión latía una prudencia y una sabiduría evidente; pero Alvin reconoció una oculta nota de temor en la voz de Khedrom. De no haber sido por aquello, se habría mostrado más sensible; pero un impulso juvenil de valor en sí mismo combinado con un cierto desprecio por la intimidación de que hacía gala el Bufón, hizo que el joven se sintiera más empujado hacia delante en su aventura.
Parecía una enorme estupidez haber llegado tan lejos para volver la espalda a la meta que tenía a la propia vista.
— Voy a bajar por ese túnel — dijo Alvin obstinadamente, como si con ello desafiara a Khedrom a seguirle o evitar que intentara disuadirle —. Quiero saber a dónde conduce, es cosa decidida. —Y echó a andar resueltamente. Tras un momento de vacilación, Khedrom le siguió siguiendo la flecha de luz que brillaba bajo sus pies.
Al entrar en el túnel, sintieron la sensación familiar del campo peristáltico y en un instante fueron descendiendo hasta las profundidades. La jornada apenas si duró un minuto, y cuando el campo de energía les dejó al fin de su término, se encontraron al extremo de una cámara larga y estrecha en forma de medio cilindro. En su extremo final, dos túneles sombríamente iluminados se extendían en la distancia hasta el infinito.
Los hombres de casi todas las civilizaciones y que vivieron desde el Amanecer, habrían encontrado aquel entorno completamente familiar; con todo, para Alvin y Khedrom aquello era como una visión fugaz de otro mundo diferente. El propósito de la máquina que se extendía a lo largo del túnel, listada y resplandeciente aún, como un proyectil dirigido hacia el final lejano del túnel, resultaba evidente, aunque no dejara de resultarle a ambos algo nuevo y desconocido. La parte superior era transparente y mirando a través de su estructura, Alvin pudo observar una serie de lujosas hileras de butacas. No aparecía ninguna señal de entrada en aquel misterioso vehículo y toda la máquina flotaba como un pie por encima de un raíl metálico que se perdía en la distancia desapareciendo en el interior de uno de los túneles. A unas cuantas yardas, otro raíl conducía al segundo túnel; pero allí no había ninguna otra máquina flotando. Alvin tenía la seguridad, como si se lo hubieran dicho, de que en alguna parte, bajo lo desconocido, la ciudad de Lys lejana y misteriosa esperaba con otra máquina igual que aquélla esperando en otro subterráneo parecido a aquél.
Khedrom comenzó a hablar con cierta nerviosa precipitación.
— ¡Qué sistema tan peculiar de transporte! Apenas si puede llevar a un centenar de personas de una sola vez, por lo que es de suponer que no hubiese entonces mucho tráfico. Y… ¿por qué tendrían que tomarse tantas molestias en construir este subterráneo estando los cielos abiertos al transporte? Tal vez los invasores no les permitieran volar, aunque me resulta difícil creerlo. Quizás, esta obra se construyese durante el período de transición, mientras que los hombres viajaban todavía, pero sin querer saber nada del espacio. Podrían ir de una ciudad a otra, sin ver nunca el cielo y las estrellas… — Y dejó escapar una nerviosa carcajada —. Estoy seguro de una cosa, Alvin. Cuando Lys existió, debía ser muy parecida a Diaspar. Todas las ciudades deberían ser esencialmente las mismas. No es de extrañar que fuesen abandonadas para venir a reunirse solamente aquí, en Diaspar. ¿Qué ocurriría para que quedase una sola ciudad en el mundo?
Alvin apenas si escuchaba las palabras del Bufón. Estaba demasiado ocupado examinando aquel largo proyectil, tratando de encontrar la entrada. Si la máquina estaba controlada por alguna orden codificada o mental, nunca estaría en condiciones de que le obedeciese, y permanecería como un enloquecedor enigma para el resto de su vida.
La puerta que se descorrió silenciosamente, les dejó atónitos. No se había producido ningún ruido, ni ningún aviso, cuando toda una sección se desvaneció súbitamente ante sus ojos y quedó al descubierto el interior bellamente ornamentado y decorado ante sus propios ojos.
Era el momento de elegir y decidirse. Hasta aquel instante, podía haber vuelto la espalda, de haberlo deseado. Pero si entraba al interior de aquella puerta que parecía darle la bienvenida, sabía lo que podía ocurrirle, aunque no dónde pudiera conducirle. Dejaría ya de ser dueño de su propio destino, para quedar a merced de fuerzas desconocidas.
Apenas si Alvin vaciló. Tenía miedo de esperar demasiado, ante el temor de que si lo hacía, aquel momento no volvería a presentársele jamás o que seguramente perdería el valor para volver a enfrentarse con lo que tanto había anhelado en su loco deseo en busca del conocimiento. Khedrom abrió la boca en una ansiosa protesta; pero antes de que pudiera decir algo, Alvin ya había entrado en el misterioso vehículo. Se volvió para mirar al Bufón, que parecía petrificado frente a la entrada que acababa de franquear y durante unos breves instantes se produjo un denso silencio, como si cada uno esperase que hablara el otro.
La decisión fue tomada fuera de la voluntad de ambos. Se produjo un leve chasquido y la puerta abierta en la translúcida pared curvada del proyectil se cerró de nuevo. Aunque Alvin levantó la mano en un gesto de despedida, el largo cilindro metálico comenzó a deslizarse silenciosamente a lo largo del raíl. Antes de entrar en el túnel ya llevaba una velocidad superior a la de un hombre corriendo.
Tuvo que haber existido un tiempo en que cada día, millones de hombres realizaban tales viajes, en máquina básicamente igual a aquella, yendo desde sus hogares a sus lugares de trabajo. Desde aquel remoto pasado, el Hombre había explorado el Universo y vuelto de nuevo a la Tierra… había conquistado todo un Imperio y lo había dejado escapar de sus manos. Ahora aquel viaje volvía a hacerse de nuevo en una máquina donde legiones de hombres aventureros y ya olvidados, se habrían sentido completamente como en su propia casa.
Y constituía además, el más importante viaje que cualquier ser humano hubiese emprendido desde hacía mil millones de años.
Mystra había rebuscado la Tumba por más de una docena de veces aunque una sola hubiera sido suficiente, ya que no existía lugar en donde nadie pudiera esconderse. Tras la primera sorpresa, la chica comenzó a imaginar si lo que había estado siguiendo a través del Parque, no serían Alvin y Khedrom, sino sus imágenes proyectadas. Pero aquello resultaba absurdo; las proyecciones se podían materializar en cualquier lugar que se deseara visitar, sin la molestia de ir en persona. Ninguna persona en su sano juicio hubiese «paseado» su imagen proyectada durante un par de millas cuando podía hacerlo instantáneamente. No, eran realmente los propios Alvin y Khedrom a quienes había seguido hasta la Tumba de Yarlan Zey.
En alguna parte, por tanto, tenía que existir una entrada secreta. Ella podría igualmente buscarla, mientras esperaba que volviesen.
Como por azar, se perdió la reaparición de Khedrom, ya que estaba examinando una columna tras la estatua cuando el Bufón emergió del otro lado. Ella oyó sus pisadas, se volvió hacia él y comprobó que estaba solo.
— ¿Dónde está Alvin? — le preguntó excitada.
Al Bufón le llevó unos instantes el responderle. Aparecía confuso e irresoluto y Mystra tuvo que repetir la pregunta, antes de que Khedrom pareciese darse cuenta de la presencia de la joven. No pareció, de todos modos muy sorprendido de encontrarla allí.
— No sé dónde está ahora — repuso Khedrom —. Sólo puedo decirte que está en camino hacia Lys. Ahora sabes tanto como yo.
Nunca resultaba prudente tomar las palabras del Bufón al pie de la letra. Pero Mystra no tuvo necesidad de comprender que el Bufón no estaba en su papel en aquel momento. Le estaba diciendo la verdad… cualquiera que fuese su alcance y su significado.
Cuando la puerta se cerró tras Alvin éste se dejó caer en el asiento más próximo. Toda la fuerza de sus piernas, parecía haber desaparecido en un momento: por fin supo el significado del temor que había tenido siempre hechizados a sus conciudadanos de Diaspar. Sentía temblar todos sus miembros y su visión se hizo incierta y borrosa. De haber podido escapar a aquella misteriosa máquina ya en movimiento, lo hubiera hecho aún al precio de haber abandonado todos sus sueños.
No era tan sólo el temor lo que le dominaba, sino una sensación de espantosa soledad. Todo lo que había conocido y amado quedaba en Diaspar y aun en el caso de que no sufriera peligro alguno su vida, muy bien pudiera suceder que jamás volviese a ver su mundo de nuevo. En aquel momento de desolación, no tenía ya importancia si el camino que emprendía le conducía al peligro o a la seguridad; todo lo que importaba era el sentirse alejado del hogar, de su mundo.
Sin embargo pronto pasó aquel estado de ánimo; aquellas oscuras sombras parecieron abandonar rápidamente su mente. Comenzó a prestar atención a cuanto le rodeaba y a ver lo que podía ir enseñándole aquel vehículo en el que viajaba inconcebiblemente antiguo. No le sorprendió a Alvin particularmente ni tan siquiera le maravilló, el que aquel enterrado medio de transporte pudiese funcionar todavía perfectamente tras haber pasado eones de tiempo. No estaba preservado en los circuitos de eternidad de los propios monitores de la ciudad; pero muy bien podían existir circuitos similares en cualquier otra parte, evitando su destrucción o envejecimiento.
Por primera vez se dio cuenta del indicador que aparecía formando parte de la pared delantera del vehículo. Mostraba un breve mensaje; pero que le infundía confianza:
LYS 35 minutos.
Mientras lo estuvo observando, cambió a 34. Aquello, al menos parecía una útil indicación, aunque no tuviese idea de la velocidad de la máquina, ni tampoco de la longitud del viaje que estaba llevando a cabo. Las paredes del túnel sólo eran un continuo borrón grisáceo y sólo la sensación de movimiento era la ligera vibración, que nunca hubiera comprobado, de no haberlas mirado.
Diaspar podría muy bien quedar ya a muchas millas de distancia en la lejanía y por encima se hallaría el desierto con sus dunas cambiantes. Tal vez en aquel mismo momento, pasaba raudo bajo las rotas colinas que con tanta frecuencia había observado desde las Torres de Loranne.
Su imaginación comenzó entonces a dirigirse hacia la misteriosa Lys, como si quisiera llegar antes que su cuerpo. ¿Qué clase de ciudad podría ser? Por muchos esfuerzos que hacía, sólo podía concebir una imagen similar a otra Diaspar a escala reducida. Se imaginó si aún existiría; pero después se aseguró a sí mismo que de otra forma distinta, aquella máquina no le conduciría tan suave y rápidamente a través de la tierra.
De repente, se produjo un cambio distinto en la vibración y bajo sus pies. El vehículo estaba reduciendo su marcha… no había duda. El tiempo tuvo que haber pasado más rápidamente de lo pensado: sorprendido en cierta medida, Alvin miró rápidamente al indicador, que en aquel instante, marcaba:
LYS 23 minutos.
Sintiéndose confundido y un tanto preocupado, pegó literalmente la cara contra uno de los costados de la máquina. Su velocidad aún hacía borrosas las paredes del subterráneo dando simplemente el aspecto de un gris constante, pero así y todo, pudo ir captando de tanto en tanto vistazos de marcadores que desaparecían casi al instante de aparecer. En cada una de aquellas desapariciones, las imágenes quedaban impresas en su retina por algunos segundos.
Después, sin previo aviso, las paredes del túnel parecieron apartarse de la máquina dando lugar a una impresionante expansión de espacio subterráneo. La máquina pasaba todavía a gran velocidad, a través de un enorme espacio vacío, mucho mayor que las cámaras de las vías rodantes de Diaspar.
Mirando cuidadosamente a través de la pared transparente de la máquina, Alvin siguió captando, bajo él, una intrincada red de postes indicadores, postes que se cruzaban y volvían a cruzarse para desaparecer entre una maraña de túneles a cada lado del camino que seguía. Un torrente de luz azulada pareció caer del techo, procedente de la arqueada bóveda y en silueta contra aquel resplandor, pudo descubrir las estructuras de otras grandes máquinas. La luz era tan brillante que le hacía daño en los ojos dándole a Alvin la impresión de que aquel lugar no era adecuado para los hombres. Un momento más tarde, su vehículo pasó como una flecha dejando atrás línea tras línea de cilindros como aquel en que viajaba, yaciendo inmóviles sobre su raíl conductor. Eran mucho más grandes que el suyo, lo que hizo suponer a Alvin que tales vehículos serían utilizados como transporte de mercancías. A su alrededor, aparecían agrupados incomprensiblemente para el joven, muchos mecanismos reunidos, todos silenciosos e inmóviles también.
Casi con la misma rapidez que había aparecido, aquella vasta y solitaria cámara, se desvaneció tras él. Su paso dejó un rastro de temor en la mente de Alvin, al comenzar a comprender por primera vez el significado del mecanismo de aquel gran mapa oscurecido existente bajo Diaspar. El mundo estaba mucho más lleno de maravillas de lo que había podido imaginar.
Alvin dio otro vistazo al indicador. No había cambiado, le había llevado menos de un minuto atravesar aquella gran caverna. La máquina aceleraba de nuevo, aunque apenas si se notaba la sensación de mayor movimiento y las paredes laterales del subterráneo continuaban pasando a una velocidad que le fue imposible calcular.
Le pareció una eternidad, cuando volvió a ocurrir de nuevo aquel cambio de vibraciones. Entonces, el indicador marcaba:
LYS 1 minuto.
Aquel solo minuto que faltaba para su destino, fue el más largo que Alvin hubiera conocido en toda su vida. La máquina se movía cada vez más lentamente; ya no era una sencilla pérdida de velocidad; el vehículo iba a detenerse de un instante a otro.
Suave y silenciosamente, el largo cilindro se deslizó fuera del túnel dirigiéndose a otra caverna que podía considerarse como una hermana gemela de la existente en Diaspar. Por un momento, Alvin se hallaba tan excitado que apenas si podía ver nada con claridad; la puerta se había abierto mucho tiempo antes de comprobar que tenía que abandonar la maquina como fin del viaje. Al salir del vehículo subterráneo, miró de pasada al indicador. Las palabras habían cambiado y entonces el mensaje que allí aparecía claramente iluminado, le resultó infinitamente confortante:
DIASPAR 35 minutos.
Mientras que comenzó a buscar la salida de aquella cámara, Alvin sintió el primer toque de que podría hallarse frente a una civilización diferente de la que procedía. El camino que conducía hacia la superficie, se extendía claramente ante sus ojos, por un bajo y amplio túnel al extremo de la caverna, y conduciendo hacia arriba… un regular tramo de escaleras. Aquello era algo extremadamente raro en Diaspar; los arquitectos de la ciudad habían construido rampas o corredores inclinados, allí donde quiera que existía cualquier cambio de nivel. Aquello era sólo la supervivencia de los antiguos tiempos en que los robots se habían movido sobre ruedas y para los cuales, las escaleras constituían una barrera imposible.
La escalera era corta y finalizaba contra unas puertas que se abrieron automáticamente al aproximarse Alvin. Caminó por una pequeña habitación parecida a la que había conducido a los pies de la Tumba de Yarlan Zey y no le sorprendió cuando minutos más tarde, las puertas volvieron a abrirse para mostrarle un corredor abovedado que se elevaba lentamente hacia un punto donde observó un semicírculo de cielo. No había existido sensación alguna de movimiento; pero Alvin estuvo seguro que debió haberse elevado a varios centenares de pies. Se dio prisa en subir corriendo la rampa hacia la abertura abierta a la luz del sol, con todos sus temores ya olvidados en la prisa por ver lo que se extendía ante sus ojos en aquel lugar.
De pronto se halló a sí mismo de pie en la falda de una pequeña colina y por un instante creyó de nuevo hallarse en el centro del Parque de Diaspar. Pero aun siendo aquello un Parque, era demasiado enorme para captarlo mentalmente. La ciudad que había esperado hallar, no se apreciaba por ninguna parte. Por todo cuanto— su vista pudo alcanzar en la lejanía y en todas direcciones, no apareció más que bosques y llanuras recubiertas de hierba.
Después, Alvin levantó sus ojos hacia el horizonte, y allí por sobre los árboles, y surgiendo de derecha a izquierda como un fantástico arco que parecía abrazar el mundo, apreció una línea pétrea que dejaba enanas a las más gigantescas construcciones de piedra existentes en Diaspar. Se hallaba tan lejana que sus detalles se perdían en la distancia; pero había algo respecto a su silueta, que Alvin halló desconcertante. Poco a poco, sus ojos fueron acostumbrándose a la escala de aquel panorama colosal. Y comprendió entonces que aquellas lejanas murallas de piedra, no eran construcciones humanas.
El tiempo no había dominado todas las cosas; la Tierra todavía poseía montañas de la que sentirse orgullosa.
Durante mucho tiempo Alvin siguió de pie e inmóvil a la boca del túnel, acostumbrándose lentamente al extraño mundo en donde había ido a parar. Se hallaba tremendamente impresionado por el impacto causado por el tamaño y el espacio; aquel anillo de neblinosas y lejanas montañas habría podido abarcar una docena de ciudades tan grandes como Diaspar. Por mucho que lo intentó, no pudo descubrir traza alguna de la presencia de vida humana. Así y todo, el camino que conducía hacia abajo por la colina, daba la impresión de estar bien conservado, y no pudo hacer nada mejor que aceptar su guía.
Al pie de la colina, el camino desapareció entre grandes árboles que casi le ocultaban el sol. Mientras Alvin caminaba a su sombra, una extraña mezcla de colores, perfumes y sonidos, pareció darle la bienvenida. Sintió el rumor del aire entre las hojas de los árboles, que ya conocía; pero bajo otros mil vagos ruidos que no le decían nada a su mente. Le asaltaron colores desconocidos, y perfumes y olores que ya se habían perdido de la memoria de su raza. La tibieza, la profusión de perfumes y colores y la invisible presencia de millones de criaturas vivientes, le rodearon produciéndole casi una física violencia.
Llegó frente a un lago, casi sin previo aviso. Los árboles que existían a su derecha, terminaron súbitamente, para dar paso ante sus ojos, a una enorme extensión de agua, salpicada con las verdes manchas de pequeñas islas. Jamás había visto Alvin en toda su vida semejante cantidad de agua; por comparación las grandes piscinas de Diaspar con sus grandes estanques, apenas sí eran unos insignificantes charquitos. Se encaminó lentamente al filo del lago y llenó sus manos con aquel agua tibia que fue dejando escurrir entre sus dedos.
El gran pez plateado que de repente pasó ante sus ojos, bajo la superficie clara del lago, fue la primera criatura no humana que jamás hubiera visto Alvin. Le produjo una sensación de total extrañeza; pero así y todo, su conformación especial pareció despertar en lo íntimo de Alvin una fascinadora familiaridad. Moviéndose entre el líquido elemento, en aquella especie de vacío verdoso de las aguas del lago, con tan leve movimiento de sus pequeñas aletas, parecía la verdadera encarnación del poder y la velocidad. Allí estaban incorporadas en la carne viviente, las graciosas líneas de las grandes naves que una vez surcaron los cielos de la Tierra. La evolución y la ciencia habían llegado a la misma respuesta y el trabajo de la naturaleza se había perpetuado y continuado.
Al fin Alvin se sustrajo al encanto hechizante del lago y continuó a lo largo del camino, acariciado por el viento. El bosque se cerró de nuevo sobre él; pero por menos tiempo que antes. A poco, el camino terminó sobre un gran claro de media milla de anchura y dos veces más largo… y Alvin comprendió por qué no había visto hasta entonces traza alguna de seres humanos.
Aquel espacio abierto, aparecía lleno de edificios pequeños de dos pisos de altura, coloreados en suaves sombras de tal forma que prestaban descanso a los ojos a plena luz del día. La mayor parte eran de un diseño limpio y funcional, aunque otros aparecían de un estilo arquitectónicamente complejo, implicando el uso de esbeltas columnas y graciosas piedras labradas. En aquellos edificios, que parecían muy antiguos, se empleaban los viejos diseños del arco punteado de una inconmensurable antigüedad.
Mientras caminaba lentamente en dirección a la población, Alvin seguía todavía luchando para captar su entorno. Nada le era familiar; incluso el aire era distinto, con su toque de vida misteriosa y desconocida. También lo era la gente de alta talla y cabellos dorados que discurría entre los edificios con tal gracia inconsciente, que se hizo evidente para Alvin que procedía de una reserva diferente de los hombres y mujeres de Diaspar.
Aquellas personas no parecieron darse cuenta de la presencia de Alvin, lo que resultaba extraño, ya que su vestido era totalmente distinto. Desde que la temperatura jamás cambiaba en Diaspar, los vestidos eran puramente ornamentales aunque con frecuencia extremadamente elaborados. Allí daban el aspecto de ser algo funcional, concebidos y diseñados para su uso más que para su ostentación, consistiendo frecuentemente en una simple banda de tejido arrollada alrededor del cuerpo.
No fue sino hasta que Alvin se halló en el interior de la población, que la gente de Lys reaccionó ante su presencia y entonces su respuesta tomó una forma más bien inesperada. Un grupo de cinco hombres emergió de una de las casas y comenzó a dirigirse hacia él con un propósito decidido… como si ciertamente, le hubiesen estado esperando. Alvin sintió una fuerte excitación y oyó casi el latir de su sangre en las venas. Pensó en los funestos encuentros que tenían que haber tenido otras razas en mundos lejanos. Aquellos a quienes se encaraba entonces, eran de su misma especie, pero ¿no podrían haber cambiado y divergido sustancialmente en los eones de tiempo transcurridos desde que Diaspar se había encerrado en sí misma?
La delegación se detuvo a unos cuantos pies de distancia de Alvin. El que parecía hallarse al frente del grupo, le sonrió, levantando la mano en el viejo gesto de amistad.
— Pensamos que sería mejor encontrarte aquí —le dijo. Nuestro país es muy diferente de Diaspar, y el paseo que hay desde el terminal hasta aquí, proporciona al visitante una oportunidad para que se vaya… aclimatando.
Alvin aceptó la mano que se le ofrecía; aunque por unos instantes estuvo indeciso en la respuesta. Entonces comprendió por qué los demás habitantes de la población le habían ignorado tan completamente.
— ¿Sabíais que venía? — dijo al fin.
— Por supuesto. Sabemos siempre cuando los conductores funcionan. Dime… ¿cómo descubriste el camino? Hace tanto tiempo que tuvimos la última visita, que temíamos ya que el secreto se hubiera perdido.
El portavoz del grupo fue interrumpido por uno de sus compañeros.
— Creo que será mejor que refrenemos nuestra curiosidad, Gerane. Seranis está esperando.
Aquella palabra de «Seranis» estuvo precedida por una palabra desconocida para Alvin, lo que le hizo suponer que se trataba de un título de cierta clase. No tenía dificultad en comprender el lenguaje de los otros, y nunca se le ocurrió pensar que ocurriese de forma diferente. Diaspar y Lys compartieron el mismo lenguaje hereditario y la antigua invención del registro de los sonidos habían conservado el discurso hablado en un molde irrompible.
Gerane se encogió de hombros con un cierto gesto de buen humor.
Muy bien — dijo sonriendo —. Seranis tiene sus privilegios, y no seré yo quien se los robe.
Conforme se adentraban más en la población Alvin fue estudiando a los hombres que veía a su alrededor. Teman el aspecto de ser bondadosos e inteligentes; pero aquéllas eran virtudes que él daba por descontadas toda su vida; fijándose más en otras formas en las que pudiesen diferir de cualquier grupo similar de Diaspar. Existían tales diferencias, aunque resultaba difícil definirlas. Todos eran algo más altos de talla que Alvin y dos de ellos, ostentaban las marcas equívocas de la vejez en sus cuerpos. Tenían la piel morena tostada y en todos sus movimientos parecían irradiar un vigor y un atractivo que Alvin halló grato y refrescante al espíritu, aunque al propio tiempo un tanto asombroso. Sonrió al recordar la profecía de Khedrom, de que si alguna vez llegaba a Lys lo hallaría exactamente igual a Diaspar.
La gente de la población le observaba, entonces con franca curiosidad, mientras que Alvin seguía a sus guías. De repente, se produjeron unos chillidos procedentes de los árboles situados a la derecha y un grupo de pequeñas y excitadas criaturas surgieron del bosque y rodearon a Alvin.
El joven se detuvo, lleno de un completo asombro, incapaz de creer a sus propios ojos. Allí aparecía algo, que su mundo había perdido hacía ya demasiado tiempo atrás y había quedado relegado al dominio de la mitología. Aquella era la forma en que la vida había comenzado siempre, con aquellas ruidosas y fascinantes criaturas que eran los Alvin les observó sumido en la maravilla y la confusión, niños humanos.
Alvin les observó sumido en la maravilla y la confusión, sintiendo algo en su corazón, cuya sensación no pudo identificar. Ninguna otra visión le hubiera podido llevar a su ciudad de origen tan vívidamente, para mostrarle su pasado lejano, como aquélla. Diaspar había pagado, y muy alto, el precio de la inmortalidad.
El grupo se detuvo frente al edificio más grande y amplio de los que parecían existir en la población. Se alzaba en el centro y de una torre coronada por un asta, un pendón verde se mecía a la brisa del día.
Todos, excepto Gerane, quedaron tras él, al entrar en el edificio. El interior aparecía lleno de quietud y de frescor; la luz del sol se filtraba a través de paredes traslúcidas produciendo un resplandor suave y sedante. El suelo era suave también y brillante, bordado de finos mosaicos. Sobre las paredes, un artista de exquisita sensibilidad y destreza, había dibujado una serie de escenas de los bosques y praderas. Mezcladas con aquellas pinturas, existían otros murales que no decían nada a la mente de Alvin, siendo como eran, atractivos al reposar la vista sobre ellos. Sobre una de las paredes, aparecía una pantalla rectangular repleta de un colorido cambiante… presumiblemente un receptor visifónico, aunque más bien de pequeño tamaño.
Caminaron juntos subiendo un corto tramo de escalones que les condujo al piso superior del edificio. Desde aquel punto, resultaba visible la totalidad de la población, donde Alvin pudo calcular que consistía en un centenar de edificios. En la distancia, los árboles se abrían paso para mostrar extensas praderas, donde unos animales de diverso tipo, aparecían tranquilamente pastando. Alvin no pudo ni siquiera imaginar qué animales serían; la mayor parte eran cuadrúpedos, aunque ciertos otros parecían disponer de seis e incluso ocho patas.
Seranis le estaba aguardando en la sombra de la torre. Alvin trató de imaginarse la edad de aquella mujer, ya que sus largos cabellos dorados aparecían con ligeros toques grises, que sugerían el paso de la edad. La presencia de los chiquillos, con todas las consecuencias que implicaban, le habían dejado muy confuso. Donde existía el nacimiento, tenía que existir con toda seguridad la muerte y la duración de la vida en Lys, debería ser muy diferente a la de Diaspar. No pudo decir si Seranis tenía cincuenta, quinientos o cinco mil años; pero mirándola a los ojos, sí pudo apreciar que la sabiduría y la experiencia asomaban en ellos, como sentía frecuentemente cuando estaba con Jeserac en Diaspar.
Ella hizo un gesto para que tomase asiento en un pequeño taburete, pero aunque sus ojos parecieron sonreírle en un exquisito gesto de bienvenida, no dijo nada hasta que Alvin se sintió confortablemente sentado, tan confortablemente como podía estarlo bajo el escrutinio a que estaba sometido, sí bien amistoso y cordial. Ella suspiró después y se dirigió al joven con una voz gentil y suave.
— Esta es una ocasión que no se presenta con frecuencia, por lo que te ruego me perdones si no me conduzco con la conducta correcta. Pero hay ciertos deberes que se deben a un invitado, incluso a uno que no se espera. Antes de que hablemos, hay algo que deseo advertirte. Puedo leer tu mente. Sonrió ante la consternación de Alvin y continuó: No es preciso que esto te preocupe. No hay derecho que más se respete que la vida mental privada de cada uno. Yo entraré en tu mente, sólo si me invitas a hacerlo. Pero creo que no sería conducirse lealmente si te hubiese ocultado este hecho, que por otra parte explica él por qué encontramos el discurso en cierta forma, lento y dificultoso. Aquí apenas si se utiliza.
Aquella revelación, aunque ligeramente alarmante, no sorprendió a Alvin. En tiempos pasados tanto los hombres como las máquinas habían poseído aquel poder y las incambiantes máquinas de Diaspar podían leer todavía las órdenes mentales de sus dueños. Pero en su ciudad, el hombre en sí mismo, había perdido ya aquel regalo que una vez había compartido con sus esclavos.
— No sé qué es lo que te ha traído desde tu mundo al nuestro continuó Seranis—; pero si estás buscando la vida, tu búsqueda ha terminado. Aparte de Diaspar, sólo queda el desierto más allá de esas montañas.
A Alvin le resultó extraño que habiendo aceptado creencias diferentes con tanta frecuencia antes, creyese totalmente en las palabras de Seranis. Su sola sensación que el hallar cierto lo que se le había enseñado, produciéndole una sombra de tristeza y de decepción.
— Háblame de Lys, por favor — dijo a Seranis —. ¿Cómo es que han permanecido ustedes separados totalmente de Diaspar durante tanto tiempo, cuando parecen saber tanto de nosotros?
Seranis sonrió ante la vivacidad y el anhelo del joven Alvin.
— Desde luego, enseguida dijo ella —. Pero me gustaría primero saber algo de ti. Dime cómo encontraste la salida para llegar hasta aquí y por qué has venido.
Con cierta precaución al principio y apresuradamente después, Alvin le contó toda su historia. Jamás había hablado con tanta libertad en ninguna ocasión de su joven vida anteriormente; allí al menos, tenía frente a sí a alguien que no se burlaría de sus sueños, porque sabía que tales sueños eran verdad. Una o dos veces le interrumpió Seranis con agudas preguntas, al mencionar ciertos aspectos de Diaspar, que parecían serle poco familiares. Le resultaba difícil a Alvin imaginar qué cosas de las que formaban parte de su vida diaria pudieran tener una carencia de significado para cualquiera que nunca hubiese vivido en la ciudad y no supiese nada de su compleja cultura y de su organización social. Seranis escuchó con tal comprensión, que Alvin dio por descontado la captación de tales explicaciones, aunque después cayó en la cuenta de que otras mentes estaban escuchando sus palabras.
Cuando acabó su relato se produjo un prolongado silencio. Entonces, Seranis le miró y con una dulce y calmosa voz le preguntó:
— ¿Por qué viniste a Lys?
Alvin la miró sorprendido.
— Ya se lo dije. Quería explorar el mundo. Todos me habían dicho que sólo existía el desierto más allá de la ciudad; pero era preciso que lo comprobase con mis propios ojos.
— ¿Y… ha sido ésa la única razón?
Alvin vaciló. Cuando repuso al fin, no era el explorador indomable el que hablaba, sino el muchacho que había nacido en un mundo extraño.
— No dijo entonces, no ha sido ésa la única razón… aunque no la supiera antes. Me encontraba solo.
— ¿Solo? ¿En Diaspar? — Se dibujó una sonrisa en los labios de Seranis y una gran expresión de simpatía en sus bellos ojos. Alvin comprobó que ella no esperaba ya otra respuesta.
Una vez que ya hubo contado toda su historia, Alvin esperó que Seranis compartiese sus sentimientos. Ella se puso en pie y comenzó a andar de un lado a otro por la terraza.
— Sé las preguntas que quieres hacer — le dijo —. Puedo contestar a algunas de ellas; pero me resultaría un tanto complicado y molesto expresarlo en palabras. Si quieres abrir tu mente para mí, te diré cuanto necesitas saber. Puedes confiar absolutamente: no tomaré nada sin permiso tuyo.
— ¿Y qué es lo que quieres que haga? — preguntó Alvin.
— Que aceptes mi ayuda. Cierra los ojos… y olvídate de todo — le ordenó Seranis.
Alvin no estaba seguro de lo que ocurriría entonces. Se produjo como un eclipse total de todos sus sentidos y aunque nunca pudo recordar cómo lo había adquirido, cuando miró en el interior de su mente, el conocimiento se hallaba allí. Miró atrás en el pasado, aunque no con toda claridad, sino más bien como el hombre que en la cúspide de una alta montaña, mira a través de una vasta y neblinosa llanura. Comprendió que el Hombre no había sido siempre un habitante de la ciudad y que desde que las máquinas le dieron libertad para liberarse de ciertas servidumbres, había existido siempre una rivalidad entre dos diferentes tipos de civilización. En las Edades del amanecer, habían existido millares de ciudades; pero una gran mayoría del género humano había preferido vivir más bien en pequeñas comunidades. El transporte universal y las comunicaciones instantáneas les habían provisto de todo contacto requerido con el resto del mundo y que tales personas no necesitaban vivir amontonadas o juntas con millones de sus congéneres en grandes ciudades como colmenas.
Lys había sido poco diferente, desde las épocas más remotas, de cientos de otras comunidades. Pero gradualmente a lo largo de las edades, fue desarrollando una cultura independiente que llegó a ser una de las más grandes que había conocido la humanidad. Era una cultura basada principalmente en el uso directo del poder mental, lo que llegó a colocarla al margen de la sociedad humana en general, que fue confiando ciegamente más y más en la utilización de las máquinas.
A través de eones de tiempo, y mientras avanzaban por tan divergentes caminos, el abismo existente entre Lys y las demás ciudades se fue ensanchando. Se tendía un puente en ocasiones de crisis, cuando la Luna comenzó a desplomarse sobre la Tierra y cuya destrucción fue llevada a cabo por los hombres de ciencia de Lys. Así también, fue el baluarte de defensa de la Tierra contra los Invasores, que fueron rechazados finalmente en la gran batalla de Shalmirane.
Aquella prueba, como una inacabable ordalía, dejó agotado al género humano; una por una fueron muriendo todas las ciudades y el desierto las acabó devorando. Al ir disminuyendo la población, la humanidad comenzó su emigración cuya consecuencia fue hacer de Diaspar la última y la más grande de todas las ciudades.
La mayor parte de aquellos cambios no afectaron a Lys, pero tuvo sin embargo, que luchar su propia batalla: la batalla contra el desierto. La barrera natural de las montañas no era suficiente, teniendo que transcurrir siglos para que aquel gran oasis quedase anclado como cosa segura. La imagen mental de Alvin quedó borrosa, quizás deliberadamente. Alvin no pudo ver qué se había hecho para dar a Lys la virtual eternidad que había logrado Diaspar.
La voz de Seranis parecía llegarle desde una gran distancia, y con todo, no era sólo su voz, ya que aparecía entremezclada con una sinfonía de palabras, como si muchas otras lenguas fuesen cantando las palabras al unísono con la suya.
— «Y ésa es brevemente, nuestra historia, de forma muy resumida. Habrás visto, que incluso en las Edades del Amanecer, tuvimos muy poco que ver con las ciudades, aunque sus gentes vinieron con frecuencia a nuestra tierra. Nunca pusimos obstáculos a nadie, ya que muchos de nuestros más grandes hombres vinieron desde el Exterior; pero cuando las ciudades fueron muriendo, no deseamos vernos envueltos en su caída. Al acabarse el transporte aéreo, sólo quedaba un medio de comunicación en Lys… el sistema subterráneo hacia Diaspar. Fue cerrado en el terminal de Diaspar, al construirse el Parque y vosotros nos olvidasteis aunque ciertamente, nosotros nunca os hemos olvidado.
«Diaspar nos había sorprendido. Esperamos que hubiera seguido la pauta de las demás ciudades; pero en su lugar, consiguió lograr una cultura estable que puede permanecer tanto como la propia Tierra. No es precisamente una cultura que admiremos, con todo, estamos contentos de que todos aquellos que escaparon a la destrucción del desierto, hayan podido hacerlo. Más de los que tú te imaginas han hecho esa misma jornada, y han sido casi siempre hombres relevantes que trajeron algo valioso cuando llegaron hasta Lys».
La voz se desvaneció, la parálisis de los sentidos de Alvin fue desapareciendo y de nuevo se halló a sí mismo. Comprobó con asombro que el sol había descendido ya por debajo de los árboles y que por el horizonte oriental, asomaba un ligero toque anunciador de la noche próxima. En alguna parte, el tañido de una campana vibró con un resonante sonido que se extendió lentamente en el silencio, dejando en el aire una sensación de misterio y premonición. Alvin se encontró a sí mismo temblando ligeramente, no a causa del frescor del atardecer; si no tocado de un profundo sentimiento de sorpresa y de maravilla por cuanto había sabido en su estado hipnótico. Era ya demasiado tarde y se hallaba lejos de su ciudad. Sintió un repentino impulso de volver a ver a sus amigos de nuevo y entre el ambiente familiar de Diaspar.
— Tengo que volver Khedrom… mis padres… estarán esperándome.
Aquello no era ciertamente la verdad Khedrom estaría con seguridad tratando de imaginar lo que hubiera podido ocurrirle, y era con toda seguridad, la única persona que sabía que faltaba de Diaspar. No pudo explicar la razón de haber dicho tal cosa y casi se sintió avergonzado de haber pronunciado tales palabras.
Seranis le miró pensativamente.
Me temo que la cosa no sea tan fácil.
— ¿Qué quiere decir? ¿Acaso el vehículo que me trajo no está en condiciones de devolverme a Diaspar? — Al decir aquello, rehusaba encararse con el hecho de que podía ser retenido en Lys contra su voluntad, aunque la idea le cruzó por la mente.
Por primera vez Seranis dio la sensación de hallarse incómoda.
— Hemos estado hablando de ti — dijo ella, sin explicar lo que él «nosotros», al hablar en plural podía significar, ni cómo pudo haber consultado a otras personas. Si vuelves a Diaspar toda la ciudad tendrá noticias nuestras. Incluso si me prometieses no decir nada, sé que te sería imposible guardar el secreto.
— ¿Y por qué habría de guardarlo? Seguramente que sería una buena cosa para ambos pueblos si pudiesen volver a encontrarse.
Seranis parecía disgustada.
— Nosotros no lo creemos así. Si se abriesen las puertas, nuestra tierra se vería inundada por curiosos y buscadores de sensaciones nuevas. Como está ahora, sólo lo mejor de tu pueblo ha estado rara vez en condiciones de llegar hasta aquí.
Aquella réplica implicaba una inconsciente superioridad. Basada en falsas suposiciones, Alvin sintió que su molestia quedaba eclipsada por la alarma.
— Eso no es cierto — replicó sin cortapisas —. Estoy seguro de que no encontrarían ustedes en Diaspar a nadie que quisiera dejar la ciudad, incluso aunque lo deseara. Si me deja volver, no habrá ocurrido nada y apenas si habrá existido diferencia alguna en la situación de Lys.
— Esa no es decisión mía — explicó Seranis— y tú subestimas los poderes de la mente, si crees que las barreras que conservan a tu pueblo encerrado en Diaspar, no pueden ser nunca rotas. Sin embargo, no queremos en modo alguno retenerte aquí contra tu voluntad; pero si vuelves a Diaspar, es preciso erradicar de tus recuerdos todo lo referente a Lys. — Y Seranis vaciló por un momento —. Esto no ha sucedido jamás, todos tus predecesores vinieron para quedarse aquí.
Y entonces se presentó una elección que Alvin rehusó aceptar. Deseaba explorar Lys, aprender sus secretos, descubrir las formas en que difería de su propia ciudad. Pero igualmente estaba determinado a volver a Diaspar, para poder probar así a sus amigos que no había sido un sonador estúpido y perezoso. Comprobó, y se dio cuenta, de que debía jugar a ganar tiempo o tratar de convencer a Seranis que lo que ella pretendía era imposible.
— Khedrom sabe dónde estoy — dijo —. Y usted no podrá erradicar sus recuerdos.
Seranis sonrió. Era una sonrisa plácida y confiada y la mejor que en semejantes circunstancias hubiera podido mostrar como signo de amistad. Pero tras aquella sonrisa, Alvin sospechó, por primera vez, la invisible presencia de un poder implacable y terrible.
— Creo que nos subestimas, Alvin — dijo Seranis —. Eso sería de lo más fácil. Yo puedo llegar a Diaspar con mayor rapidez que el atravesar Lys. Otros hombres han venido antes por aquí y dijeron a sus amigos a dónde iban. Así y todo, tales amigos les olvidaron, y desaparecieron de la historia de Diaspar.
Alvin había sido un inocente al ignorar tal posibilidad, aunque resultaba evidente que en aquel momento, Seranis estaba resaltando claramente la cuestión. Y trató de saber e imaginarse, cuántas veces, en los millones de años transcurridos desde que las dos culturas se separaron, los hombres de Lys habrían ido a Diaspar con objeto de preservar su secreto tan celosamente guardado. También pensó en la extensión que tendrían tales poderes mentales en posesión de aquella extraña raza, y que no dudarían en utilizar, llegado el caso.
¿Era seguro hacer cualquier plan, en absoluto? Seranis le había prometido que no entraría en su mente sin su consentimiento, pero especuló sí surgirían circunstancias en las cuales, tal promesa no pudiese quedar en pie…
— Seguramente — dijo Alvin, tras aquellas rápidas reflexiones —, no esperará usted que tome tal decisión inmediatamente. ¿No podría ver algo de su país antes de que tome una decisión?
— Por supuesto — repuso Seranis —. Puedes quedarte aquí tanto tiempo como gustes, y después volver a Diaspar eventualmente, si cambias de opinión. Pero si tal decisión la tomas dentro de pocos días, sería mucho mejor y más fácil para todos. Naturalmente que no querrás que tus amigos estén preocupados y cuanto más tiempo transcurra, más difícil nos resultará tomar las medidas necesarias.
Alvin agradeció aquellas palabras; pero le hubiera gustado saber en qué consistían aquellas «medidas necesarias». Presumiblemente, alguien desde Lys podría tomar contacto con Khedrom (sin que el Bufón se diese cuenta), y manipular secretamente en su mente. El hecho de la desaparición de Alvin era algo que no podría ocultarse; pero la información que tanto él como Khedrom habían obtenido y descubierto, quedaría anulada.
Y al pasar de los tiempos, el nombre de Alvin, se uniría al de los otros Únicos que habían desaparecido misteriosamente, sin dejar rastro detrás de sí, para ser olvidados después totalmente.
Allí existían muchos misterios para Alvin, y no parecía hallarse cerca de la solución de ninguno. ¿Existía algún propósito tras aquella curiosa relación de un solo sentido, entre Lys y Diaspar, o se trataba sólo de un accidente histórico? ¿Quiénes y qué eran los Únicos, y si la gente procedente de Lys entraba en Diaspar, por qué no había cancelado los circuitos de memoria que mantenían la pista de su existencia? Tal vez, aquélla era la única pregunta a la que Alvin pudiera encontrar una respuesta plausible. El Computador Central, podría muy bien comportares de una forma tan obstinada y opuesta a que nadie hurgase en su estructura, que apenas pudiera ser afectado ni incluso por las más avanzadas técnicas mentales…
El joven dejó todas aquellas preguntas de lado; un día, cuando hubiese aprendido mucho más, estaría en condiciones de tener una oportunidad para responderlas. Resultaba inútil hacer especulaciones, era como querer construir pirámides de conjeturas, sobre cimientos de ignorancia.
— Muy bien — dijo, aunque no muy graciosamente, ya que sin poder evitarlo se encontraba molesto por aquel obstáculo que le había surgido al paso —. Le daré mi respuesta lo más pronto que pueda, si usted quiere que pueda ver qué tal es esta tierra.
— Excelente — repuso Seranis y su sonrisa no ocultaba ninguna amenaza —. Estamos orgullosos de Lys y será un placer mostrarte cómo los seres humanos pueden vivir sin necesidad de las ciudades. Entre tanto, no tienes nada de qué preocuparte… tus amigos no se alarmarán por tu ausencia. Nos ocuparemos de eso, aunque sólo sea por tu propia protección.
Era la primera vez que Seranis hubo hecho una promesa que no pudiese mantener.
Por más esfuerzos que hizo Mystra no pudo obtener ninguna otra información de Khedrom. El Bufón se había recuperado prontamente de su primera sorpresa y del pánico que le había hecho salir huyendo a todo correr hasta la superficie, cuando se encontró solo en las profundidades bajo la Tumba de Yarlan Zey. También se sintió avergonzado de su cobarde conducta y trató de especular si de nuevo tendría el valor de volver a la cámara de las Vías Rodantes y hacia la red radial de comunicaciones con el resto del mundo que allí existía. Aunque sabía que Alvin había estado demasiado impaciente en su forma de comportarse, e incluso de manera alocada, no creyó en el fondo de su corazón que correría ningún riesgo. Volvería a su debido tiempo, de aquello sí que estaba seguro. Bien, casi cierto; puesto que siempre existía la duda de hacerle sentir la necesidad de la precaución y la prudencia. Decidió que habría de ser lo más acertado y prudente, decir lo menos posible respecto al asunto en el futuro, y darle a la cuestión el carácter de una de sus famosas bromas.
Desafortunadamente para aquel plan, no había sido capaz de ocultar sus emociones cuando Mystra le encontró de vuelta a la superficie. Ella había leído claramente el temor y la angustia pintado en su rostro e inequívocamente en la expresión de sus ojos, y en el acto supuso que Alvin tenía que hallarse en peligro. Todas las razones de seguridad y confianza que Khedrom intentó dar a la chica resultaron en vano, y Mystra se puso más y más irritada con él, conforme hicieron el camino de vuelta a través del Parque. Al principio, Mystra persistió en permanecer en la Tumba y esperar a que Alvin volviese, cualquiera que hubiese sido la misteriosa forma que había tenido de desaparecer de la vista. Khedrom se las arregló para convencerla de que aquello sólo sería una pérdida de tiempo, y se sintió sinceramente aliviado cuando ella le siguió de vuelta a la ciudad.
Existía la posibilidad de que Alvin volviese de un momento a otro y de ninguna manera quiso que nadie más descubriese el secreto de la Tumba de Yarlan Zey.
Para cuando llegaron a la ciudad, era obvio para Khedrom que toda su táctica evasiva había fallado completamente y que la situación era seria y se escapaba de sus manos. Era la primera vez en su vida que se encontró desarmado, sin sentirse capaz de enfrentarse con cualquier problema que se le hubiese puesto de frente. Su temor irracional fue reemplazado lentamente por una alarma más profunda y más firmemente basada. Hasta entonces, Khedrom apenas si había dado la menor importancia a las consecuencias de sus acciones. Su propio interés y una ligera aunque sincera simpatía por Alvin, había sido suficiente motivo para hacer cuanto había hecho por el joven. Aunque había alentado y ayudado a Alvin, nunca había creído que nada parecido a aquello pudiese haber ocurrido.
A despecho del abismo de años y experiencia entre ambos, la voluntad de Alvin había sido siempre más poderosa que la suya. Era demasiado tarde para hacer nada respecto al asunto; Khedrom comprendía que los acontecimientos se iban deslizando hasta una situación que caía más allá de su control. En vista de aquello, habría sido poco elegante de parte de Mystra, que ésta considerase a Khedrom como el genio del mal respecto de Alvin, reprochándole culpable de todo lo ocurrido. Mystra no era realmente vengativa; pero estaba disgustada y gran parte de su disgusto estaba enfocado sobre Khedrom. Si cualquier acción de la chica le causaba dificultades, ella sería la última en lamentarlo.
Partieron en un silencio de piedra, cuando llegaron al gran camino circular que rodeaba el Parque. Khedrom se esperó a ver cómo desaparecía Mystra en la distancia, tratando de imaginar qué planes llevaría la joven en la mente.
Sólo había una cosa de la que podía hallarse cierto. El aburrimiento no iba a ser un serio problema para los tiempos por venir.
Mystra actuó con rapidez y con inteligencia. No se molestó en tomar contacto con Eriston y Etania; los padres de Alvin eran unas agradables nulidades, por quienes ella sentía un cierto afecto; pero ningún respeto. Hubiera perdido el tiempo con ellos perdida en fútiles argumentos y después se habrían decidido por hacer lo que la chica estaba haciendo.
Jeserac escuchó el relato completo de Mystra, sin emoción aparente. Si estaba alarmado o sorprendido, lo ocultó muy bien, tan bien que Mystra se quedó totalmente decepcionada. Le pareció como si nada de extraordinario y de importancia hubiese sucedido y la conducta de Jeserac la dejó aplanada. Cuando la chica hubo terminado, él la preguntó durante cierto tiempo, dándole a entender, aunque sin expresarlo, que ella podía haber sufrido un error o cometer una equivocación. ¿Qué razón existía para suponer que en realidad Alvin había abandonado la ciudad? Tal vez, todo aquello no hubiese sido más que una pesada broma a su costa, el hecho de que Khedrom se hallaba de por medio, lo hacía parecer altamente probable. Alvin podía muy bien estar riéndose de ella, escondido en cualquier parte de Diaspar y en aquel preciso instante.
La única positiva reacción que obtuvo del tutor de Alvin, fue su promesa de hacer investigaciones y tomar contacto con ella de nuevo en el plazo de un día. Mientras tanto, ella no debería preocuparse y sería lo mejor de todo que no dijese nada a nadie de aquel asunto. No había necesidad de extender la alarma respecto a un incidente que probablemente podía estar aclarado en el transcurso de unas cuantas horas.
Mystra dejó a Jeserac en un estado de ánimo de ligera frustración. Ella habría estado mucho más satisfecha de haberle visto dispuesto a actuar inmediatamente y sin pérdida de tiempo.
Jeserac, tenía amigos en el Consejo; él mismo había sido un miembro componente a lo largo de su extensa vida e incluso podría serlo de nuevo de sentirse desgraciado. Llamó a tres de sus más influyentes colegas, y cautamente despertó su interés. Como tutor de Alvin, se daba cuenta de su delicada posición y se hallaba ansioso de preservar su propia postura en el asunto. Por el momento cuanto menos personas supieran lo sucedido, mucho mejor.
Se llegó a la conclusión de que la primera cosa que debía hacerse, era ponerse en contacto con Khedrom y pedirle una explicación. Sólo había un fallo en aquel excelente plan. Khedrom, anticipándose al mismo, había desaparecido como tragado por la tierra.
Si había alguna ambigüedad respecto a la posición de Alvin en Lys, sus anfitriones tuvieron el exquisito tacto de no recordárselo. Era libre de ir donde le pareciese en Airlee, la pequeña población donde gobernaba Seranis, aunque ésta fuese una palabra demasiado fuerte para definir su posición. A veces, le parecía a Alvin que ella se comportaba como un dictador benevolente; pero en otras, daba la impresión de no poseer ningún poder, en absoluto. Lo cierto es que había fallado en comprender totalmente el sistema social de Lys, bien porque fuese demasiado simple o demasiado complejo, de forma tal, que sus consecuencias se le escaparon de toda comprensión apropiada. Todo lo que había descubierto como cosa cierta, era que Lys estaba dividida en innumerables poblaciones de las cuales, Airlee era un ejemplo típico. Con todo, en un sentido, no parecían existir ejemplos típicos, ya que Alvin había recibido la seguridad de que cada una de aquellas poblaciones trataban de no parecerse a sus vecinos, en la medida en que les era posible. Aquello le resultaba extremadamente confuso.
Aunque era muy pequeña y contenía menos de un millar de personas Airlee, estaba llena de sorpresas. Apenas si existía un simple aspecto en la vida corriente que no fuese distinto, por comparación, con Diaspar. Las diferencias se extendían a cuestiones tan fundamentales como la conversación. Sólo los chiquillos utilizaban el lenguaje hablado para comunicarse; los adultos apenas si hablaban, y Alvin decidió que si lo hacían en su presencia, era una mera cuestión de cortesía hacia él. Resultaba una curiosa y decepcionante experiencia que producía la más profunda frustración, el sentirse inmerso en una gran red de palabras sin sonido e indetectables; pero tras algún tiempo, Alvin se acostumbró. Parecía sorprendente, en realidad, que el uso del lenguaje hubiera sobrevivido en absoluto, ya que no había la menor necesidad de utilizarlo; pero Alvin descubrió más tarde que las gentes de Lys eran muy aficionadas a cantar y ciertamente, a todas las formas de la música. Sin semejante incentivo, hubiese sido lo más verosímil que desde mucho tiempo atrás, aquellas gentes se hubieran vuelto mudas por simple atrofia de sus órganos de fonación.
Siempre parecían ocupadas en algo, comprometidas en tareas o problemas que corrientemente le resultaban incomprensibles a Alvin. Cuando pudo comprender lo que estaban haciendo, la mayor parte de aquellos trabajos les parecieron al joven totalmente innecesarios. Una considerable parte de su alimento, por ejemplo, era cultivado en la tierra y no sintetizado de acuerdo con los conocimientos y procedimientos utilizados hacía ya tanto tiempo en el pasado. Cuando Alvin lo comentaba, se le explicaba pacientemente por las gentes de Lys, que era un placer ver cómo crecían los frutos y los alimentos en sus respectivas plantas, llevándose a cabo complicados métodos genéticos para obtener por evolución y mejoramiento, un sabor y paladar más sutil y agradable. Airlee, era famosa por sus frutas; pero cuando Alvin comió algunas elegidas como muestras, no le parecieron mejores que las que bajo un simple conjuro, tenía en Diaspar a su disposición, sin otra molestia que levantar un dedo.
Al principio, Alvin especuló con la idea de que el pueblo de Lys había debido olvidar o no había poseído nunca, el poder de las máquinas, que como cuestión descontada, se basaba toda la vida en Diaspar. Pero pronto encontró que aquél no era el caso. Las herramientas y el conocimiento estaban allí a disposición de sus gentes; pero sólo utilizadas en lo más esencial. El ejemplo más sorprendente de aquello, era lo concerniente al sistema de transporte, si es que podía ser dignificado con tal nombre. Para cortas distancias, la gente iba a pie, lo que parecía hacerles disfrutar. Si tenían prisa en cualquier momento, o tenían pequeñas cargas que transportar, utilizaban animales que obviamente habían sido criados y evolucionados para tal propósito. La especie más utilizada para la carga, era una bestia de seis patas, muy dócil, fuerte y pobre de inteligencia. Los animales para correr a gran velocidad, eran criados aparte, andando normalmente sobre sus cuatro patas y utilizando sus miembros fuertemente musculosos, cuando realmente debían correr a velocidad estimable. Podían recorrer la totalidad de Lys en pocas horas y los pasajeros iban subidos en un asiento giratorio, sujeto a la espalda del animal. Por nada del mundo habría Alvin utilizado tal sistema de carreras, aunque constituía un deporte popular entre la gente joven del país. Sus miembros finos y estilizados les hacían la aristocracia del mundo animal, y parecían sentirse muy bien avisados al respecto y conscientes de su valía. Disponían de cuantiosos vocabularios y Alvin les sorprendía a veces hablando y fanfarroneando entre ellos, respecto a pasadas y futuras victorias. Cuando pretendió mezclarse en conversación con ellos, mostrándose amistoso; ellos pretendieron que el joven no podía comprenderlos y de persistir, se apartaban con una especie de dignidad ofendida.
Aquellas dos especies de animales parecían bastar a las necesidades ordinarias, proporcionando a sus dueños un gran placer que ningún dispositivo mecánico hubiera podido proporcionarles. Pero cuando se requería una gran velocidad, en caso extremo, o grandes cargamentos para transporte, allí estaban también las máquinas, que se utilizaban sin la menor vacilación.
Aunque la vida animal en Lys, se presentó a los ojos de Alvin como un nuevo mundo de interés y sorpresas, lo que más le fascinó fue los dos extremos de la situación vital de sus habitantes. Los muy jóvenes y los muy ancianos… ambos igualmente extraños e igualmente sorprendentes. El habitante más viejo de Airlee, sólo había llegado al segundo siglo de su vida, y apenas si le quedaban ya unos pocos años por delante en el futuro. Cuando el propio Alvin hubiese cumplido aquellos doscientos años, su propio cuerpo, apenas si tendría la más leve apariencia de vejez; mientras que aquel anciano, que no tenía ninguna cadena de futuras existencias a que mirar en el futuro, casi habría agotado todas sus fuerzas físicas. Tenía los cabellos completamente blancos y su rostro era una maraña indescifrable de arrugas. Daba la impresión de emplear la mayor parte de su tiempo, sentado al sol, o paseando lentamente alrededor de la población cambiando saludos cordiales con cuantas personas hallaba al paso. Por cuanto pudo colegir Alvin, daba la impresión de hallarse contento de sí mismo, no pidiéndole nada más a la vida y sin preocuparse por su próximo fin.
En todo aquello radicaba una filosofía tan distinta en sus aspectos con la de Diaspar que se hallaba más allá de toda comprensión por parte de Alvin. ¿Por qué tendría nadie que aceptar la muerte definitiva, siendo algo innecesario, cuando se tenía la opción de vivir durante mil años y después, transcurridos milenios, saber que se despertaría nuevamente a otra vida nueva, a la que se había ayudado a conformar en todos sus aspectos? Aquél fue un misterio que Alvin estuvo determinado a resolver, tan pronto como tuviese la oportunidad de discutirlo francamente. Era muy difícil y duro para él creer que Lys hubiera elegido tal camino por su propia y libre voluntad, si sabía que existía la otra alternativa.
Encontró parte de la respuesta que buscaba entre los chiquillos, aquellas pequeñas criaturas que le resultaban tan extrañas como cualquiera de los animales de Lys. Empleó mucho tiempo entre ellos observando sus juegos y eventualmente siendo aceptado por ellos como un amigo. A veces le parecía que no eran humanos en absoluto, ya que sus motivaciones, su lógica y su lenguaje eran algo tan extraño e irreal. Miraba entonces a los adultos, preguntándose cómo podrían haber evolucionado desde el estado de aquellas pequeñas y extraordinarias criaturas, que parecían emplear la mayor parte de su tiempo en un mundo privado, sólo para ellos mismos.
Y con todo, incluso cuando resultaba chasqueado de su presencia misteriosa, levantaban y despertaban en su corazón un sentimiento jamás conocido antes. Cuando aunque no fuese con frecuencia, pero que a veces ocurría —, estallaban en lágrimas, en frustración o desamparo, sus pequeñas decepciones le parecían más trágicas que la gran retirada que el Hombre había llevado a cabo, tras la pérdida de su Imperio Galáctico. Aquello resultaba demasiado grandioso y remoto; pero las lágrimas de un niño eran algo capaz de encoger el corazón de cualquiera.
Alvin había hallado el amor en Diaspar; pero además, estaba aprendiendo algo igualmente precioso y sin lo cual el amor en sí mismo no hubiera llegado a alcanzar sus grandes cimas y hubiera permanecido incompleto. Estaba aprendiendo lo que significaba la ternura.
Si Alvin estaba estudiando a Lys, Lys le estudiaba a él, y no se sintió insatisfecho con lo que había encontrado en aquel extraño y misterioso país. Había permanecido va durante tres días en Airlee, cuando Seranis le sugirió que podría ir más allá y ver más del país. Era una proposición como para ser aceptada inmediatamente… a condición de no subirse en alguna de aquellas bestias para cabalgar.
— Puedo asegurarte — le dijo Seranis, con un raro destello de humor —, que nadie aquí soñaría con arriesgar uno de sus preciosos animales. Pero puesto que éste es un caso excepcional, dispondré un transporte en el cual te sientas como en Diaspar. Hilvar actuará como tu guía, sin que ello impida, por supuesto, que puedas ir a donde gustes.
Alvin especuló sobre si aquello era estrictamente cierto. Imaginó que podría haber alguna objeción si intentaba volver a la pequeña colina desde cuya ladera emergió por primera vez a la vista de Lys. Sin embargo, aquello no le preocupó, desde el momento en que no tenía prisa alguna para volver a Diaspar, a cuyo problema dedicaba ahora poca atención, tras sus conversaciones con Seranis. La vida allí le resultaba tan interesante y tan nueva que en realidad se hallaba realmente contento con vivir en el presente.
Agradeció mucho el gesto de Seranis de ofrecerle a su propio hijo como guía, aunque sin duda, a Hilvar se le habrían dado cuidadosas instrucciones para que bajo ningún concepto pudiera sufrir ningún daño. Le había llevado algún tiempo en acostumbrarse a la presencia de Hilvar, por una razón que no hubiera podido explicarle sin herir sus sentimientos. La perfección física era tan universal en Diaspar, que la belleza personal había llegado a perder todo su valor; los hombres allí no le daban más importancia que al aire que respiraban. Aquél no era el caso en Lys, y el más halagador adjetivo que hubiera podido dedicar a Hilvar era la de ser «vulgar». Para las concepciones de Alvin, era francamente feo y por un cierto tiempo le había evitado deliberadamente. Si Hilvar se había dado cuenta, no parecía demostrarlo en absoluto; pero no transcurrió mucho tiempo antes de que su amistosa compañía y buena naturaleza congénita, rompiese la barrera existente entre ellos. Ya llegó el momento en que Alvin se acostumbró a la amplia sonrisa de Hilvar, a su fuerza y a su caballerosidad que apenas si pudo creer que antes le hubiera encontrado repelente, y no habría cambiado su presente opinión ya, por nada del mundo.
Abandonaron Airlee a poco del amanecer en un día y en un pequeño vehículo a quien Hilvar llamó un coche todo terreno, y que aparentemente funcionaba sobre los mismos principios que el que le había traído desde Diaspar. Flotaba en el aire a pocas pulgadas sobre la tierra recubierta de césped y aunque no había signo alguno de raíl conductor, Hilvar le dijo que aquellos coches, sólo podían viajar por rutas ya predeterminadas. Todos los centros de población se hallaban ligados entre sí en la misma forma; pero durante su estancia en Lys, Alvin no había visto ninguno en funcionamiento.
Hilvar había puesto un gran esfuerzo y cuidado en organizar la expedición, cuidándose de todos los detalles al igual que Alvin. Había planeado la ruta a seguir con su mismo interés, ya que la Historia Natural era su pasión favorita, y esperaba hallar nuevos tipos de insectos en regiones relativamente despobladas de Lys, a las que irían a visitar. Planearon viajar hacia el sur y hasta donde la máquina pudiese llegar, haciendo el resto del camino que les quedase a pie. Sin comprender las implicaciones de esto último, Alvin aceptó encantado.
Llevaban un compañero en la expedición: Krif, el más espectacular de los animales domésticos de Hilvar. Cuando Krif se hallaba en reposo, sus seis alas brillantes y coloreadas, aparecían plegadas sobre el cuerpo, que brillaba como un cetro recubierto de joyas deslumbrantes. Si algo le asustaba, se alzaba por el aire con unos destellos iridiscentes del batir casi invisible e inaudible de sus alas. Aunque el gran insecto solía acudir a cualquier llamada de su dueño, obedeciendo las más simples órdenes, era casi totalmente una criatura desprovista de mente inteligente, para las apreciaciones de Alvin. Sin embargo, tenía una definida «personalidad» en sí mismo, y por alguna razón parecía mostrarse receloso de la presencia de Alvin, cuyos esporádicos intentos de ganarse su confianza, habían terminado siempre en un completo fracaso.
Para Alvin, la jornada a través de Lys, había sido como un sueño al margen de la realidad. Silenciosa como un fantasma, la máquina se deslizaba a través de ondulantes llanuras, pasando a través de los bosques, sin desviarse jamás de su invisible sendero. Viajaría seguramente a una velocidad superior a la de diez veces la de un hombre a buen paso, raramente cualquier habitante de Lys solía caminar a mayor prisa.
Pasaron a través de muchas poblaciones, algunas mayores que Airlee; pero en general construidas con aspecto similar. Alvin se hallaba interesado en comprobar las sutiles diferencias en el vestir e incluso en la apariencia física que iban surgiendo a medida que pasaban de una a otra comunidad del país. La civilización de Lys, estaba compuesta por cientos de diferentes culturas, contribuyendo cada una con algún especial talento al bien común de la totalidad. El coche todo terreno, estaba bien provisto de los más famosos productos de Airlee, y entre ellos un tipo de pequeño y amarillo melocotón que era muy bien recibido y agradecido allí donde Hilvar obsequiaba con él. Con frecuencia, se detenía para saludar y hablar con sus amigos y para presentar a Alvin, que no cesaba nunca de sentirse impresionado por la sencilla cortesía que todos empleaban al dirigirse a él con palabras en cuanto se daban cuenta de quién era. Aquello tenía que resultar frecuentemente tedioso para ellos, ya que por lo que Alvin pudo juzgar, siempre se resistían a la tentación de comunicarse más cómodamente entre ellos utilizando la telepatía, lo cual le hubiera excluido de la conversación.
Hicieron su parada más larga en una pequeña población casi escondida por un mar de hierba, alta y dorada, que les sobresalía por encima de la cabeza, ondulando al suave viento, como si estuviese dotada de vida propia. Al moverse entre ella, se sentían continuamente acariciados por las constantes oleadas que parecían inclinarse a su paso.
Al principio pareció resultar algo molesto, ya que Alvin tuvo la tonta suposición de que la hierba se inclinaba para mirarle de cerca; pero tras un rato, encontró que aquel suave movimiento continuo era como algo agradable.
Alvin comprendió pronto por qué habían hecho aquella parada. Entre la pequeña multitud que se había congregado alrededor del coche, aparecía una chica tímida y morena a quien Hilvar presentó como a Nyara. Era evidente que ambos se hallaban felices de volver a verse y Alvin sintió una cierta envidia de su felicidad en aquella breve reunión. A Hilvar se le notaba notoriamente confuso, teniendo que elegir entre sus deberes como guía y el deseo de no tener otra compañía que Nyara.
Alvin halló la solución, despegándose del grupo y dándose una vuelta, haciendo por su cuenta una pequeña exploración. No había mucho que ver en aquella pequeña población; pero procuró tomar el tiempo con calma en obsequio de Hilvar.
Cuando reemprendieron de nuevo el viaje, Alvin tenía muchas preguntas que plantear a Hilvar. No comprendía cómo el amor tenía sentido en una sociedad telepática como aquella, y tras un discreto intervalo, así se lo preguntó a su amigo. Hilvar intentó explicárselo incluso aunque Alvin sospechaba que había interrumpido en la mente de su amigo una tierna despedida telepática.
Según parecía, en Lys, todo amor comenzaba con un contacto mental y podían transcurrir meses o incluso años antes de que la pareja se encontrase. En aquella forma, le explicó Hilvar, no había lugar a falsas impresiones, ni decepciones por ninguna de las partes. Dos personas que tienen la mente abierta recíprocamente, no pueden tener oculto ningún secreto. Si alguno de ellos lo intentaba, la pareja lo sabría inmediatamente y comprobaría que algo se deseaba mantener escondido.
Sólo unas mentes maduras y bien equilibradas podían permitirse una tal honestidad; Sólo el amor basado en un absoluto desprendimiento carente de todo egoísmo, podía sobrevivir al paso del tiempo. Alvin comprendió fácilmente que un amor así, tenía que ser mucho más profundo y más rico que el que sentían las gentes que le eran conocidas en su propio mundo. En sí, de hecho, constituía una cosa perfecta y por primera vez se sorprendió de no haber imaginado nunca que tal sentimiento pudiese existir entre seres humanos.
Hilvar le fue dando seguridades de que así era en realidad y parecía quedar sumido en el encanto de una ensoñación de la que Alvin tenía que sacarle, presionándole el brazo para que fuese más explícito. Había ocasiones en que no se comunicaban, o dejaban de saber el uno del otro. Alvin decidió con tristeza que él jamás podría alcanzar aquella especie de natural comprensión que aquel pueblo afortunado tenía como base de sus vidas.
Cuando el coche emergió de aquella gran planicie verde, que terminaba abruptamente como si la frontera natural hubiese estado trazada por la línea de las altas hierbas, apareció una hilera de colinas bajas, densamente pobladas de bosques. Aquello era como un puesto fronterizo, le explicó Hilvar, del principal baluarte que resguardaba a Lys. Las grandes montañas se hallaban más allá en la distancia; pero para Alvin incluso aquellas pequeñas colinas constituyeron una visión impresionante.
El coche se detuvo en un estrecho y protegido valle que aún se hallaba acariciado por el sol poniente, todavía cálido y agradable. Hilvar miró a Alvin con una amplia y franca mirada totalmente ausente de malicia.
— Desde aquí comenzaremos a caminar — le dijo alegremente, comenzando a sacar todo el equipo del vehículo. No podemos seguir en el coche más adelante.
Alvin miró a las colinas que le rodeaban y después al confortable asiento en el que había viajado hasta allí.
— ¿No hay ningún camino que dé la vuelta? — preguntó Alvin aún sin muchas esperanzas.
— Por supuesto que lo hay — replicó Hilvar —. Pero no vamos a rodear las colinas. Subiremos en derecho hasta la cima que es mucho más interesante. Pondré el coche en automático, para que esté esperándonos del otro lado para cuando volvamos.
Determinado a no entregarse sin lucha, Alvin hizo su último esfuerzo.
— Pronto se hará de noche — protestó. No podremos llegar allá antes de que el sol se haya puesto.
— Exactamente — dijo Hilvar, disponiendo el equipaje y los utensilios con increíble velocidad y destreza —. Pasaremos la noche en la cima y terminaremos la jornada por la mañana.
Y por una vez, Alvin comprendió que estaba derrotado.
Los paquetes que tuvieron que echarse a la espalda tenían un aspecto formidable; pero con el enorme bulto no pesaban prácticamente nada. Todo estaba empacado en recipientes con polarizadores de gravedad que neutralizaban el peso, dejando sólo a la inercia luchar con ellos.
Mientras que Alvin marchaba en línea recta, no parecía darse cuenta de que llevaba peso alguno. El acostumbrarse a manejar aquellos paquetes requería cierta destreza y práctica ya que si intentaba hacer un súbito cambio de dirección, la carga parecía desarrollar súbitamente una obstinada sensación de que se hallaba presente con su peso ordinario, obligándole a seguir un curso casi rectilíneo hasta vencer el moméntum físico.
Cuando Hilvar se hubo atado a la espalda sus paquetes y pareció hallarse satisfecho de que todo estaba en orden, comenzaron a caminar sin prisa falda arriba por el valle. Alvin miró hacia atrás hasta que el coche se perdió de vista, y trató de imaginar cuántas horas pasarían todavía antes de que pudiera relajarse en su confortable asiento.
Sin embargo, resultaba agradable ir subiendo con aquel sol suave batiéndole en las espaldas, y apreciando nuevas vistas escondidas hasta entonces para él. Existía un paso en parte cerrado que desaparecía de vez en cuando; pero que Hilvar parecía capaz de seguir aun cuando Alvin ni se daba cuenta de su existencia. Preguntó a Hilvar quién había hecho aquel paso y su compañero le informó que estaba formado por el constante paso de muchos pequeños animales habitantes de las colinas, algunos solitarios, y otros viviendo en comunidades primitivas que recordaban como un eco muchas características de la civilización humana. Unos pocos habían descubierto o se les había enseñado el uso de las herramientas y el fuego. Nunca se le ocurrió a Alvin que tales criaturas pudieran ser amistosas, y tanto él como Hilvar lo dieron por descontado, ya que desde hacía miles de años nada había desafiado la supremacía del Hombre.
Estuvieron ascendiendo durante media hora, cuando Alvin notó un leve murmullo reverberante en el aire que les rodeaba. No pudo detectar su procedencia, ya que parecía no provenir de ninguna dirección en particular. Aquel murmullo era algo persistente y crecía en intensidad a medida que el paisaje iba extendiéndose frente a ellos. Estuvo a punto de preguntar a Hilvar de qué se trataba; pero creyó más prudente conservar su aliento para propósitos más esenciales.
Alvin se hallaba en perfecta salud, jamás había estado ni una sola hora enfermo en su vida. Pero el bienestar físico, a pesar de ser importante y necesario, no era suficiente para la tarea con que entonces se había enfrentado. Tenía un cuerpo fuerte y sano, pero carecía de destreza. Los pasos fáciles y seguros de Hilvar, y la escalada que estaba realizando sin esfuerzo aparente, llenaron de envidia a Alvin, que determinó no rendirse mientras pudiese echar un paso delante del otro. Sabía perfectamente que Hilvar estaba probándole, y no se resintió del hecho en sí. Era un juego de buena naturaleza y Alvin así lo captó aunque la fatiga ya le invadía todos los miembros de su cuerpo.
Hilvar se compadeció de Alvin cuando habían hecho ya los dos tercios de la ascensión a la colina y descansaron durante un rato, sobre una gran losa de cara a occidente, dejando que el suave resplandor del sol poniente mitigara la fatiga de sus cuerpos. El murmullo sentido antes por Alvin era ahora un trueno, y aunque Alvin preguntó la causa a Hilvar, éste se negó a contestar con una evasiva. Aquello sería como echar a perder la sorpresa, si Alvin sabía de antemano qué era lo que le esperaba al culminar la cima. Al poco siguieron corriendo contra el sol; pero afortunadamente el último tramo era de suave pendiente y llegaron con relativa facilidad. Los árboles que habían recubierto la parte más baja de la colina, habían ido disminuyendo, como si se sintiesen demasiado cansados de luchar con la gravedad, y en los últimos cientos de yardas, el suelo aparecía alfombrado de una hierba corta y suave, por donde resultaba agradable caminar. Al tener a la vista la cúspide, Hilvar tomó alientos y en un esfuerzo final llegó corriendo ladera arriba. Alvin decidió ignorar aquella especie de desafío, ya que ciertamente, no tenía elección. Hizo un supremo esfuerzo y para cuando llegó a la cima lo hizo en un estado de agotamiento dejándose caer al lado de Hilvar, totalmente exhausto. Hasta que no se rehizo de la fatiga pasada, no pudo captar la amplia vista y el extenso panorama que se esparcía a sus pies viendo el origen de aquel trueno sin fin que por entonces, parecía llenar el aire circundante. El terreno que tenía ante él, caía a plomo casi, desde la cima de la colina, tan profundamente, que parecía un acantilado en vertical. Allá abajo y en la distancia, lejos de la falda del acantilado, una gran masa de agua que se curvaba en el espacio, caía, aplastándose contra las rocas a un millar de pies de profundidad. Aquella cascada, en el fondo, se perdía en una fina lluvia de neblinosas partículas de agua, mientras que desde la profundidad se elevaba aquel trueno sordo, permanente e incesante cuyo eco reverberaba desde las colinas del entorno.
La mayor parte de la catarata se hallaba entonces en la sombra pero la luz del sol, filtrándose aún por entre las montañas, iluminaba el terreno de abajo añadiéndole un toque final de magia a la escena, va que en el fondo y con una evanescente belleza por encima de la base de la cascada, se hallaba el último arco iris que quedaba sobre la faz de la Tierra.
Hilvar hizo un gesto con la mano que parecía abrazar la totalidad del horizonte.
— Desde aquí —dijo en voz alta para dominar el sordo rugir de la cascada— puedes ver toda la extensión de Lys.
Alvin miró en su entorno y lo pudo comprender muy bien. Hacia el norte y milla tras milla de bosques, rotos aquí y allá por algunos claros, existían campos de verdor y la serpenteante silueta de un centenar de pequeños ríos. Escondida en alguna parte, estaba la población de Airlee, resultando muy difícil localizarla. Alvin imaginó haber podido captar la visión del lago por que pasó en su entrada a Lys; pero decidió que sus ojos le estaban gastando una broma. Mucho más al norte todavía, los árboles y los claros del terreno se perdían en una alfombra moteada de verdor, salpicada de tanto en tanto por una fila de colinas. Y más allá de todo aquello, al límite de la visión, las enormes montañas que enmarcaban el territorio de Lys protegiéndole del desierto, como un banco de nubes distantes.
Al este y oeste, la vista era ligeramente distinta; pero hacia el sur, las montañas parecían hallarse sólo a unas cuantas millas de distancia. Alvin pudo distinguirlas claramente y comprobó que eran muy superiores a la cima en que se encontraba en aquel momento con Hilvar. Estaban separadas de aquel lugar, por un territorio mucho más selvático que la tierra que hasta entonces habían atravesado. En un cierto e indefinible sentido, parecía desierto vacío, como si el Hombre no hubiera vivido allí desde muchos, muchos años…
Hilvar respondió la muda pregunta de Alvin.
— Una vez, esta parte de Lys estaba habitada — le dijo —. No sé por qué fue abandonada, y es posible que en cualquier ocasión, un día lleguemos hasta allí de nuevo. Por ahora sólo viven animales.
Ciertamente, allí no se advertía signo alguno de vida humana, ninguno de los grandes claros del terreno ni en las márgenes de los ríos se advertía la menor presencia del Hombre. Sólo en un lugar alejado, se notaba la traza de que hubiese vivido allí alguna vez, ya que a algunas millas de distancia aparecían las blancas y solitarias ruinas que sobresalían de entre los matorrales como las garras rotas de un animal muerto. Por todo lo demás, la jungla se había apoderado del resto del terreno.
El sol estaba ya hundiéndose tras las montañas occidentales de Lys. Por un momento, aquellas montañas parecieron incendiadas de un rojo resplandor; después, la tierra que guardaban como eternos centinelas fue cayendo rápidamente en la sombra y la noche reinó sobre el paisaje.
— Teníamos que haber hecho esto antes — dijo Hilvar, práctico como siempre, dándose prisa a desempaquetar las cosas —. Estará muy oscuro en cinco minutos… y hará frío, además.
Unas curiosas piezas de aparatos, comenzaron a cubrir la hierba. Un esbelto trípode se extendió en un poste vertical a cuyo extremo superior se abrió una cubierta en forma de pera. Hilvar lo dispuso de forma que aquella cubierta le cubriese la cabeza, dándole un nombre que Alvin no pudo entender. Inmediatamente, el campamento se vio inundado de luz y las sombras se retiraron del entorno. Aquella especie de pera no sólo suministraba luz, sino calor, ya que Alvin sintió su caricia suave como adentrándosele en los huesos.
Llevando el trípode en una mano y su mochila en la otra, Hilvar se dirigió falda abajo de la colina, con Alvin a sus talones haciendo lo posible por no salir fuera de aquel círculo de luz. Finalmente clavó el trípode estableciendo el campamento en una pequeña depresión del terreno a unos centenares de yardas bajo la cresta de la colina, comenzando después a disponer el resto de la instalación de campaña.
Primero surgió un ancho hemisferio de algún rígido y casi invisible material que les envolvió por completo, protegiéndoles de la fría brisa, que por entonces había comenzado a soplar. Aquella cúpula parecía ser generada por una caja pequeña y rectangular que Hilvar colocó sobre el suelo, ignorándola después por completo, incluso hasta el extremo de enterrarla casi por completo con el resto de las demás cosas. Quizá aquello también proyectaba los semitransparentes y confortables asientos sobre los que Alvin estaba tan contento de relajarse. Era la primera vez que veía cómo se materializaban los objetos, fuera de Lys, donde para Alvin las casas se hallaban terriblemente recargadas de mobiliario y artefactos permanentes, cuya presencia hubiera resultado mucho mejor tener alejada en los bancos de memoria.
La comida que Hilvar sacó de otro de los receptáculos, era también la primera puramente sintética de las que Alvin había tomado desde su llegada a Lys. Se produjo una comente de aire absorbida a través de algún orificio de la cúpula que les protegía, mientras que el convertidor de materia manipulaba sus materias primas y lograba el milagro de todos los días. En conjunto, Alvin se sentía mucho más feliz y contento con el alimento puramente sintético. La forma en que aquél parecía preparado, le chocó con cierto desagrado, pareciéndole antihigiénico. Al menos con los convertidores de materia, se sabía lo que se estaba comiendo…
Descansaron tras la comida, y la noche, mientras, fue adueñándose del paisaje. A poco, las estrellas lucían con todo su esplendor. Más allá del círculo de luz que emitía el misterioso aparato de Hilvar, Alvin distinguió las fantasmales figuras de las criaturas de los bosques, al ir saliendo de sus escondrijos. De vez en cuando, captaba el vistazo de unos ojos en los que se reflejaba la luz del pequeño campamento, pálidos y mirándole fijamente; pero cualesquiera que fuesen aquellas bestias, se mantenían a una prudente distancia y nada pudo saber de ellas con certeza.
La paz le rodeaba por doquier y Alvin se sintió relajado y contento. Durante un buen rato descansaron en los asientos y estuvieron hablando de las cosas que había visto, del misterio que envolvía a los dos y de los muchos aspectos en que ambas culturas diferían. Hilvar estaba fascinado por el milagro de los Circuitos de la Eternidad que habían colocado a Diaspar más allá del alcance del tiempo y Alvin encontró alguna de las preguntas de su amigo, realmente difíciles de contestar.
— Lo que no comprendo — dijo Hilvar— es cómo los diseñadores de la ciudad de Diaspar estuvieron ciertos de que nada podría equivocarse, ni ir mal en esos circuitos de memoria. Me has contado que la información que define a Diaspar y a toda la gente que en ella vive, está almacenada en dispositivos de cargas eléctricas en el interior de cristales. Bien, los cristales pueden permanecer eternamente, pero ¿qué de todos los demás circuitos asociados con ellos? ¿No ha ocurrido nunca ningún fallo?
— Yo hice a Khedrom la misma pregunta y me respondió, que los Bancos de Memoria, están virtualmente triplicados. Cualquiera de esos bancos pueden mantener la ciudad tal y como es, y si algo fuese mal con uno de ellos, los otros dos lo corrigen automáticamente. Sólo si el mismo fallo ocurre simultáneamente en dos de los bancos, podría ocurrir algún daño permanente… pero las posibilidades son infinitesimales.
— ¿Y qué hay respecto a la relación mantenida entre los modelos almacenados en los circuitos de memoria y la estructura actual de la ciudad? Es decir, entre el plan, como era en su origen, y lo que actualmente describe…
Alvin apenas supo que responder. Sabía que una contestación correcta y adecuada implicaba una alta tecnología que suponía el manejo del propio espacio en sí mismo… pero cómo se podía encerrar un átomo rígidamente en la posición definida por los datos almacenados en cualquier parte de aquella enorme complejidad, era algo que se hallaba incapaz de poder explicar.
Como en una súbita inspiración, apuntó a la invisible cúpula que les protegía de la noche.
— Explícame de qué forma ese techo que tenemos por encima es creado por esa caja que tienes en el suelo y entonces yo podría explicarte cómo funcionan los Circuitos de la Eternidad.
Hilvar se sonrió de buena gana.
— Sí, supongo que es una buena comparación. Tendrías que preguntar eso a uno de nuestros expertos en la teoría de los campos, si quieres saberlo. Desde luego, ciertamente, no soy yo quien pueda decírtelo.
Aquella respuesta hizo que Alvin se quedase pensativo. Según aquello, aún quedaban en Lys quien comprendía cómo funcionaban sus máquinas, lo que suponía mucho más de lo existente en Diaspar.
Y así siguieron hablando y discutiendo hasta que Hilvar le dijo:
— Estoy cansado, Alvin. ¿Qué te parece… si nos vamos a dormir?
Alvin se frotó sus miembros fatigados todavía.
— Pues sí que me gustaría — contestó— pero no estoy seguro de que pueda. Es algo todavía difícil para mí él acostumbrarme a la idea de dormir.
— Es algo más y mejor que una costumbre — le dijo Hilvar —. Me han dicho hombres sabios que una vez constituyó una verdadera necesidad para todos los seres humanos. Nosotros todavía gustamos de dormir al menos una vez al día, aunque sólo sean unas cuantas horas. Durante este tiempo, el cuerpo se refresca y también la mente. ¿Es que en Diaspar no duerme nadie?
— Sólo en muy raras ocasiones. Jeserac, mi tutor, ha dormido una o dos veces en su vida, tras haber hecho algún esfuerzo mental de tipo excepcional. Un cuerpo perfectamente construido no tendría necesidad de tales períodos de reposo; esto es algo que ya conocemos desde hace millones de años.
Aunque pronunciaba aquellas palabras con cierto orgullo de ser superior, sus acciones estaban traicionándole. Sintió una laxitud que jamás había experimentado antes; algo dulce y agradable que se extendía de la cabeza a los pies, como fluyendo por todo su cuerpo. No había nada de desagradable en tal sensación… más bien lo contrario. Hilvar le estaba observando con una sonrisa divertida. Y Alvin supuso si su compañero no estaría ejerciendo sobre él sus misteriosos poderes mentales. De ser así, no tuvo ninguna objeción que hacer.
La luz que se esparcía procedente de la cúpula se redujo a un leve resplandor, aunque el calor radiante continuaba incambiado. Al llegar a su mínimo resplandor, la mente adormecida de Alvin registró un curioso hecho, que no pudo inquirir hasta la mañana siguiente:
Hilvar se desnudó de sus ropas, y por primera vez Alvin comprobó en qué medida se habían diferenciado y divergido los seres humanos. Algunas de tales variaciones eran simplemente de énfasis o proporción; pero otros, tales como los órganos genitales externos y la presencia de dientes, unas y pelo en el cuerpo, resultaban más fundamentales. Lo que más le sumió en la perplejidad, sin embargo, fue el hoyito que Hilvar tenía poco más abajo del estómago.
Cuando, algunos días más tarde, recordó súbitamente la cuestión le llevó mucho rato la explicación adecuada. Cuando Hilvar le explicó convenientemente y con claridad lo que significaba el ombligo, ya había tenido que hacer media docena de diagramas y emplear cientos de nuevas palabras para Alvin.
Y así, los dos amigos, fueron dando un gran paso hacia delante en la comprensión de la base sobre la que estaban asentadas sus respectivas culturas.
La noche aún estaba en medio de su normal transcurso, y Alvin se despertó. Algo le había sobresaltado, como un sonido o un murmullo que había penetrado claramente en su mente, a despecho del constante tronar de la catarata. Se incorporó en la oscuridad, agudizando la mirada por todo el contorno, hasta distinguir perfectamente el sordo rumor profundo de la cascada y los sonidos más huidizos e irregulares de las criaturas de la noche.
— ¿Qué ocurre? — le llegó el murmullo interrogante de Hilvar.
— Pensé que había escuchado un ruido.
— ¿Qué clase de ruido?
— No lo sé, tal vez haya sido cosa de la imaginación.
Se produjo un silencio, mientras que dos pares de ojos escudriñaban como queriendo perforar el misterio de la noche. Entonces, súbitamente, Hilvar cogió a Alvin por el brazo.
— ¡Mira! — exclamó.
A lo lejos y hacia el sur, resplandecía un punto de luz solitario, demasiado bajo en los cielos para ser confundido con una estrella. Era de un blanco brillante, tintado de violeta y aun cuando no dejaban de mirarlo, comenzó a subir el espectro de su intensidad, hasta que sus ojos no pudieron soportar el brillo. Después, pareció explotar… y fue como si un gigantesco rayo hubiese caído en el límite del mundo. Por unos breves instantes, las montañas y el terreno que circundaban, dieron la sensación de arder con aquel fuego contra la oscuridad de la noche. Mucho más tarde, les llegó claramente el estampido de una gigantesca explosión y en los bosques yacentes a sus pies, comenzó a soplar un repentino viento que sacudía ostensiblemente los árboles. Después, el fenómeno se fue desvaneciendo poco a poco, mientras que las estrellas surgían de nuevo en el firmamento.
Por segunda vez en su vida, Alvin sintió miedo. No era tan personal e inminente como el padecido en la cámara de las Vías Rodantes, cuando tuvo que tomar la decisión de embarcarse hacia Lys. Tal vez fuese espanto más que temor, estaba de cara a lo desconocido y era como si sintiese que allá a lo lejos, más allá de las montañas, existía algo que no tendría otro remedio que ir a encontrar, y con lo que encararse.
— ¿Qué fue eso? — dijo al fin.
— Estoy tratando de descubrirlo — le repuso Hilvar, quedándose de nuevo en silencio. Alvin supuso qué era lo que estaba haciendo y no quiso interrumpir la búsqueda silenciosa de su amigo.
A poco Hilvar dejó escapar un suspiro de decepción.
— Todo el mundo duerme — dijo —. No ha habido nadie que haya podido decírmelo. Tendremos que esperar hasta la mañana, a menos que despierte a alguno de mis amigos. Y es algo que no quisiera hacer, a menos que fuese realmente importante.
Alvin se preguntó mentalmente qué sería lo que Hilvar consideraba de real importancia. Estaba a punto de sugerirle a Hilvar un poco irónicamente, que muy bien se merecía la cosa el interrumpir el sueño de cualquiera. Pero antes de que dijese nada, su amigo le dijo:
— Tenía que haberlo recordado — dijo Hilvar en un tono de excusa —. Hace mucho tiempo que no vengo por aquí, y no estoy absolutamente cierto; pero tiene que haber sucedido en Shalmirane.
— ¿Shalmirane? Pero… ¿es que existe todavía?
— Sí, casi lo había olvidado. Seranis me dijo una vez que la fortaleza está en esas montañas. Por supuesto se halla en ruinas desde hace miles de años; pero es posible que alguien o algo siga viviendo allí todavía.
— ¡Shalmirane! Para aquellos jóvenes de las dos razas, en ampliamente distintos en sus respectivas culturas e historia, constituía ciertamente un nombre mágico. En toda la larga historia de la Tierra, no había existido una epopeya mayor que la defensa de Shalmirane contra el Invasor que hubo conquistado todo el mundo. Aunque los verdaderos hechos se hallaban totalmente perdidos en la, neblina pasada tan espesamente reunida alrededor de las Edades del Amanecer, las leyendas no se habían olvidado del todo, sin embargo, y durarían tanto como el Hombre sobre la superficie de la Tierra.
La voz de Hilvar interrumpió las ideas de Alvin y el discurrir de su Imaginación.
— La gente del sur, podría decirnos muchas cosas al respecto Tengo allí algunos amigos, res llamare por la mañana.
Alvin apenas si le escuchaba, estaba inmerso en profundos pensamientos, tratando de recordar todo cuando había oído decir sobre Shalmirane. No era mucho; tras aquel inmenso lapso de tiempo transcurrido, nadie pudo decirle la verdad de la leyenda. Todo lo que de ello había de cierto, es que la gran Batalla de Shalmirane marcaba el fin de las conquistas del Hombre y constituía el principio de su larga decadencia.
Entre aquellas montañas, pensó Alvin, podría hallarse la respuesta a todos los problemas que le habían atormentado durante tantos años.
— ¿Cuánto tiempo nos llevaría llegar hasta la fortaleza?
— le preguntó a Hilvar.
— Nunca he estado allí; pero es mucho más lejos de lo que pensaba ir. Dudo mucho que pudiéramos hacerlo en un día.
— ¿No podríamos utilizar el coche todo terreno y ahorrarnos así todo ese tiempo?
— No, sólo puede irse a pie, ningún coche dispone de líneas para su recorrido.
Alvin creyó que todo habría acabado. Estaba cansado, los pies le dolían y los músculos de sus piernas aún le martirizaban por el esfuerzo al que estaba desacostumbrado. Estuvo tentado de posponer la cuestión para otra ocasión. Pero… lo más probable es que jamás tuviera otra oportunidad.
Bajo la pálida luz de las estrellas, algunas de las cuales tal vez hubiesen muerto ya desde que fue construida Shalmirane, Alvin luchó con sus revueltos pensamientos y acabó tomando su decisión. Nada había cambiado; las montañas estaban al límite de aquel mundo sumido en sueños. Pero un punto parecía cobrar vida en las idas y venidas de los ciclos históricos y la raza humana se movía de nuevo hacia un extraño y nuevo futuro.
Alvin y su amigo Hilvar apenas si durmieron la noche completa; con el primer resplandor suave del amanecer, levantaron el campamento. La colina estaba alfombrada con gotas de rocío y Alvin se maravilló de la presencia de aquellas minúsculas joyas esparcidas sobre cada hoja, por minúscula que fuese, de la vegetación del entorno. El suave chasquido de la hierba mojada le fascinó conforme caminaba de nuevo con Hilvar, bajando la colina y adentrándose en una faja de terreno llano. El sol apareció por el horizonte de las murallas orientales de Lys cuando llegaron a los límites de los bosques. Allí, la Naturaleza había vuelto por sus propios fueros. Incluso el propio Hilvar parecía en cierta forma, perdido entre aquellos gigantescos árboles que bloqueaban la luz del sol y las manchas de sombra profunda esparcidas en el suelo de la jungla. Afortunadamente, el río que procedía de la catarata discurría hacia el sur en una línea casi recta, demasiado recta tal vez para ser natural, y bastaba conservar su paso a la orilla para evitar la parte más densa de los grandes bosques. Una buena parte del tiempo se la llevó Hilvar en dominar y controlar a Krif, que desaparecía ocasionalmente en el interior de la jungla o volaba raudo a ras del agua del río. Incluso Alvin, para quien cualquier cosa seguía siendo algo nuevo, pudo apreciar que aquellos bosques tenían una fascinación no poseída por los más pequeños y cuidados grupos de árboles del norte de Lys. Muy pocos de aquellos árboles eran semejantes, muchos de ellos se hallaban en diversos estadios de regresión y algunos habían revertido a través de las edades a casi sus formas originales. Otros muchos, no eran en absoluto pertenecientes a la Tierra probablemente ni incluso al sistema solar. Montando guardia sobre los más pequeños, estaban presentes las gigantescas sequoias a trescientos o cuatrocientos pies de altura. Una vez fueron llamados los árboles y las cosas más antiguas de la Tierra; aún seguían siendo todavía algo más viejas que el propio Hombre.
El río comenzó a ensancharse, para abrirse e ir formando una y otra vez pequeños lagos, en los cuales, unos pequeños islotes parecían hallarse anclados. En todo el entorno, aparecía la presencia de insectos, pequeñas criaturas de vivos colores yendo de un lado a otro sobre la superficie del agua. Una vez, a despecho de Hilvar y de sus órdenes, Krif se alejó demasiado en busca de sus distantes parientes. Desapareció casi instantáneamente entre una nube de brillantes aleteos y el zumbido furioso les llegó claramente a los oídos. Unos momentos más tarde, la nube pareció abrirse como en una erupción volcánica y Krif volvió hacia ellos por sobre la superficie del agua como una centella. A partir de entonces, procuró no alejarse de su dueño y de Alvin.
A la caída de la tarde, comenzaron a ir captando de tanto en tanto, esporádicas vistas de las montañas que tenían como objetivo hacia el sur. El río que había sido un guía tan fiel hasta entonces, discurría ya de una forma más tortuosa como si estuviese próximo el fin de su curso. Pero estaba claro que no llegarían a las montañas a la caída de la noche, bastante antes del crepúsculo la jungla se había vuelto tan oscura que cualquier avance en su marcha se hizo imposible.
Los enormes árboles se extendían en grandes manchas — de sombras oscuras y una brisa fría y helada comenzó a fluir por entre el ramaje y la espesura. Alvin e Hilvar se dispusieron a pasar la noche junto a un pino gigante, cuya copa todavía aparecía coloreada con los últimos rayos del sol poniente.
Cuando al final desapareció toda claridad diurna, la luz todavía discurría suave entre aquellas aguas rumorosas. Los dos exploradores, que así se consideraban ya, descansaron de la fatigosa, jornada, observando el río y pensando sobre cuanto habían visto de nuevo. A poco, Alvin volvió a sentir la dulce sensación que le había invadido la noche anterior y alegremente se resignó a dormir. Aquello era inútil en una vida sin esfuerzo como la que llevaba en Diaspar todo el mundo pero allí era algo que parecía una bendición. En el instante anterior a quedar sumido en la inconsciencia del sueño, pensó vagamente en quién habría sido la última persona que había hecho aquel camino y cuánto tiempo haría desde entonces…
El sol ya estaba alto en el cielo, cuando abandonaron el bosque y se hallaron frente a las montañas de Lys. Ante ellos, el suelo se elevaba abruptamente hacia el cielo en oleadas de desnudas rocas. Allí cerca, el río llegaba a su final en una forma espectacular, al abrirse el suelo y tragárselo literalmente, desapareciendo de la vista. Alvin se preguntó a dónde iría a parar y cuál sería su curso ulterior, y a través de que camino subterráneo viajaría antes de surgir de nuevo a la luz del día. Tal vez existían aún los perdidos Océanos de la Tierra, lejos, muy lejos en la oscuridad eterna y aquel río tan antiguo como el mundo todavía sintiese la llamada misteriosa del mar.
Por un momento, Hilvar se quedó mirando al remolino final del río y la tierra quebrada existente más allá. Después, apuntó hacia un lugar en las colinas.
— Shalmirane está en aquella dirección — dijo confiadamente. Alvin no le preguntó cómo lo sabía y asumió que la mente de su amigo ya habría realizado algún contacto con algún amigo a muchas millas de distancia y que la información precisa ya estaba en su poder.
No le llevó mucho el alcanzar el paso que parecía más a propósito para la ascensión a las montañas y cuando llegaron a la cima, se enfrentaron con una curiosa altiplanicie con suaves laderas a los lados. Alvin ya había dejado de experimentar la fatiga del camino ni tampoco sentía temor alguno… sólo una febril impaciencia por la proximidad y el encanto de la aventura buscada. No tenía la menor idea de qué sería lo que pudiese descubrir. Pero si tenía el cierto presentimiento de que descubriría algo.
Al aproximarse a la cima, la naturaleza del terreno se alteró bruscamente. Las laderas más bajas, consistían en piedra de tipo poroso y volcánico, apiladas aquí y allá en formaciones caprichosas y de grandes volúmenes. Pero entonces, la superficie se convirtió en algo duro, suave traicionero y conformada por largas capas de aquella roca especial, como si alguna vez, las piedras hubiesen discurrido por allí en ríos de lava fundida montaña abajo.
El borde de la altiplanicie estaba ya bajo sus pies. Hilvar llegó primero y segundos más tarde se le unió Alvin, jadeando y sin poder pronunciar una palabra. Sé encontraban sobre el mismo filo, no de la meseta que habían esperado, sino de un gigantesco embudo de media milla de profundidad y de tres de diámetro. Frente a ellos, el terreno se hundía bruscamente hacia abajo, revelando poco a poco la conformación de la ladera que conducía al fondo del valle existente en lo más hondo del embudo y volviendo a subir de nuevo en idéntica forma en el lado opuesto del borde, donde se hallaban. La parte más baja de aquella olla gigantesca, aparecía ocupada por un lago circular cuya superficie temblaba constantemente como si estuviese agitada por olas incesantes.
Aunque estaba expuesto a la completa luz solar la totalidad de aquella gran depresión tenía un aspecto de negro de ébano. Ninguno de los dos amigos pudieron imaginar de qué clase de materia estaba compuesto aquel cráter; pero era negro como las rocas de un mundo que jamás hubiera conocido la luz de un sol. Ni tampoco era aquello, ya que extendiéndose a sus pies y alrededor de la totalidad del cráter aparecía una banda inconsútil de metal de varios cientos de pies de anchura, patinada por una edad inconmensurable aunque aun mostrándose brillante y sin la menor huella ni signo de corrosión.
Mientras que sus ojos se fueron acostumbrando a aquélla escena extraterrestre, Alvin y su compañero apreciaron que la negrura de aquel embudo no era absolutamente completa como les pareció a primera vista. Aquí y allá de forma tan fugaz que apenas si podían ser observadas directamente, unas tenues explosiones de luz, hacían surgir destellos de aquellas paredes de ébano. Surgían al azar, desvaneciéndose tan pronto como surgían, como los reflejos de las estrellas en un mar alterado.
— ¡Eso es maravilloso! — exclamó Alvin —. Pero ¿qué es?
—Parece como si fuese un reflector de alguna especie.
— ¡Pero tan negro!
Sólo para nuestros ojos, recuérdalo. No sabemos qué tipo de radiaciones utilizaron ellos.
— Pero seguramente que tiene que haber algo más que eso… ¿Dónde está la fortaleza?
Hilvar apuntó hacia el lago.
— Mira con cuidado — advirtió a Alvin.
Alvin se quedó fijamente mirando a la ondulante superficie del lago, intentando penetrar en los secretos de sus profundidades. Al principio apenas si pudo ver nada; después, en las aguas menos profundas próximas al borde, descubrió una ligera disposición reticular de luz y sombras. Estuvo finalmente en condiciones de rastrear el dispositivo aparente hacia el centro del lago, hasta que las aguas más profundas ocultaban ya ulteriores detalles.
Aquel oscuro lago se había engullido la fortaleza. Allá abajo se hallaban las ruinas de lo que una vez fueron poderosos e imponentes edificios, aniquilados por el tiempo. Así y todo, no toda la gigantesca y poderosa construcción estaba sumergida, ya que al extremo lejano del cráter, Alvin pudo descubrir enormes pilas de rocas y piedras mezcladas en caótica confusión y grandes bloques que en tiempos pretéritos tuvieron que haber formado parte de sus murallas. Las aguas lamían rumorosamente aquellas impresionantes ruinas, sin que aún hubiesen podido completar su victoria sobre tan fantásticas construcciones hechas por la mano del Hombre.
— Iremos alrededor del lago dispuso Hilvar, hablando en voz baja, como si la majestad de aquella desolación pusiera una nota de espanto en su espíritu —. Quizá podamos encontrar algo entre esas terribles ruinas.
Durante los primeros centenares de pies, las paredes del cráter eran tan profundas y suaves que apenas si les permitían mantenerse en pie; pero tras un buen rato de ir deslizándose medio agachados y sosteniéndose firmemente en el suelo, llegaron a donde la ladera se hacía menos brusca y pudieron caminar más fácilmente. Cerca del borde del lago, la suave superficie de ébano aparecía escondida por una fina capa de tierra sucia que sin duda debió llevar hasta allí el constante soplar de los vientos procedentes de Lys a través de las edades.
A un cuarto de milla de distancia, bloques titánicos de piedra, aparecían apilados uno sobre otro, como los juguetes rotos de algún niño hijo de un gigante. En una parte, toda una sección maciza de la muralla era aún reconocible, más allá, dos obeliscos grabados con misteriosos signos, marcaban, lo que una vez tuvo que haber sido una imponente entrada al recinto amurallado. Por todas partes crecían el musgo y plantas trepadoras y algunos raquíticos y maltrechos árboles. Incluso el viento parecía haberse alejado de aquel lugar de completa desolación.
Y de aquella forma, Hilvar y Alvin se fueron aproximando a las ruinas de Shalmirane. Contra aquellas murallas y contra las energías y el poder que habían albergado, unas fuerzas que hicieron saltar al mundo en pedazos reduciéndolo a polvo habían tronado y lanzado su fuego infernal y habían sido totalmente derrotadas. Alguna vez en el pasado, aquel cielo entonces en calma, habría ardido con fuegos sacados del corazón de los soles y las montañas de Lys tendrían que haberse conmovido hasta sus entrañas por la poderosa fuerza y la furia de sus amos.
Nadie pudo capturar a Shalmirane. Pero ahora, aquella fabulosa fortaleza, la inexpugnable fortaleza de la epopeya, había caído al fin… capturada y prisionera, abatida y destrozada por los pacientes tentáculos de la hiedra, por las incontables generaciones de gusanos e insectos trabajando ciegamente con su instinto y las agitadas aguas del lago.
Sobrecogidos por aquella imponente majestad, Alvin e Hilvar marcharon en silencio hacia aquella catástrofe colosal. Pasaron por el interior de la sombra de una muralla rota y entraron en un pasadizo en forma de cañón donde aquellas montañas de piedra se habían desgarrado de arriba abajo. Ante ellos, yacía el lago y enseguida estuvieron a su mismo borde, con el agua rumorosa lamiéndoles los pies. Diminutas olas, de unas cuantas pulgadas de altura, se rompían en cadena sin fin contra la estrecha orilla.
Hilvar fue el primero en hablar, y su voz sonó como tocada de incertidumbre, lo que hizo que Alvin le mirase en el acto en una súbita sorpresa.
— Hay algo aquí que no logro comprender dijo. No hay aire, por tanto… ¿qué es lo que causa ese rizar constante del agua? El agua debería hallarse perfectamente en calma.
Antes de que Alvin pudiera pensar algo y responder, Hilvar se amagó, volvió la cabeza de lado y hundió la oreja derecha en el agua. Alvin trató de imaginar qué sería lo que esperaba descubrir su amigo en aquella ridícula postura; después comprobó que estaba escuchando algo. Con cierta repugnancia — ya que aquellas aguas oscuras no invitaban a hacerlo siguió el ejemplo de Hilvar.
El primer contacto frío sólo le sorprendió por un instante y cuando pasó, pudo distinguir claramente, leve pero con claridad, un firme y rítmico palpitar. Era como si estuviese escuchando desde las profundidades del lago, el latido pulsátil de un gran corazón.
Se sacudieron el agua de los cabellos y se quedaron mirándose el uno al otro con la mayor perplejidad. Ninguno de los dos quería decir lo que estaba sintiendo: que el lago estaba vivo.
— Creo que sería lo mejor — dijo entonces Hilvar— si buscamos entre esas ruinas y nos alejamos del lago.
— ¿Crees que habrá algo en esas profundidades? — preguntó Alvin señalando hacia las enigmáticas rizaduras de la superficie, que continuaban rompiéndose suavemente; constantemente contra sus pies —. ¿Supones que podría ser algo peligroso?
— Nada que posea una mente puede ser peligroso — replicó Hilvar. (¿Sería aquello verdad? — pensó Alvin —. ¿Qué había ocurrido con los invasores?) No puedo detectar pensamientos de ninguna clase aquí aunque no creo que estemos solos. Es algo muy extraño.
Y entonces caminaron despacio de vuelta a las ruinas de la fortaleza, llevando cada uno en la mente, aquel sonido firme y misterioso del rítmico palpitar de las profundidades del lago. Le pareció a Alvin que un misterio se superponía a otro y que todos los esfuerzos que realizase, nunca le conducirían al descubrimiento de la verdad que anhelaba conocer.
No parecía que aquellas ruinas pudiesen enseñarles alguna cosa. Sin embargo, continuaron buscando cuidadosamente entre la pila de cascotes, y enormes trozos de roca. Allí, tal vez, estuviera la tumba de las enterradas máquinas… la maquinaria que tuvo que haber ayudado — a construir todo aquello en tiempos remotísimos. Estarían inútiles por entonces, pensó Alvin, y lo serían desde luego si los Invasores volvían de nuevo. ¿Por qué no habían vuelto más? Pero aquel era todavía otro misterio: ya que tenía bastantes enigmas con qué enfrentarse, no era preciso enfrascarse en la meditación de otro más.
A pocas yardas de distancia del lago, encontraron un pequeño claro del terreno entre los cascotes y las ruinas. Daba el aspecto de haber estado recubierto de matorrales; pero entonces se les apareció ennegrecido y chamuscado por un tremendo calor, de tal forma, que fueron sorteando el terreno con cuidado entre las cenizas al aproximarse, manchándose las piernas con tiznes de carbón. En el centro de aquel claro, aparecía erguido un trípode de metal, firmemente anclado en el suelo, soportando un anillo circular, inclinado sobre su eje de tal forma que apuntaba hacia un lugar a medio camino del cielo. A primera vista, aquel anillo no parecía contener nada; pero al mirar Alvin con más cuidado observó que estaba ocupado en su totalidad con un leve resplandor que hacía daño a la vista con alguna radiación extraña seguramente procedente del límite del espectro visible de la luz. Era el resplandor de alguna gran energía, sin duda alguna, y tampoco dudó que aquel aparato misterioso fuese el autor de la explosión que les había llamado como un señuelo hacia Shalmirane.
No se aventuraron más cerca, sino que prefirieron mirar fijamente la extraña máquina desde una distancia que consideraron segura. Se hallaban ya sobre la pista segura, pensó Alvin; ahora todo lo que quedaba por hacer era descubrir quién — qué cosa— había dispuesto aquel aparato allí, y cuáles podían ser sus propósitos y finalidad. Aquel anillo inclinado… era cosa clara que apuntaba hacia el Espacio. ¿Habría sido el resplandor que observaron alguna especie de señal? Aquella era una idea que suponía una serie de implicaciones como para perder el aliento.
— Alvin dijo Hilvar de repente, con un tono de urgencia en la voz —. Tenemos visitantes.
Alvin dio la vuelta sobre sus talones inmediatamente y se encontró de pronto mirando fijamente a un triángulo con unos ojos sin párpados. Aquella era, cuando menos la primera impresión, después, tras aquellos ojos fijos, vio la silueta de una pequeña pero compleja máquina. Aparecía suspendida del aire a pocos pies sobre el suelo y su aspecto era el de una especie de robot que jamás hubiera visto en toda su vida anterior.
Una vez se hubo disipado la sorpresa inicial, se sintió completamente dueño de la situación. Toda su vida había estado acostumbrado a dar órdenes a las máquinas robóticas y el hecho de que aquélla no le fuese familiar, no tenía importancia. En realidad apenas si había podido ver un pequeño porcentaje de todos los robots que proveían sus necesidades diarias allá en Diaspar.
— ¿Puedes hablar? — preguntó. Silencio.
— ¿Hay alguien que te controle?
El silencio continuó por parte de la máquina.
— Vete. Ven aquí. Levántate. Cae.
Ninguno de aquellos pensamientos convencionales en forma de órdenes mentales produjeron ningún efecto. La máquina continuaba despectivamente inactiva. Aquello sugirió a Alvin dos posibilidades. O era demasiado inteligente para comprenderle… o siendo ciertamente inteligente, disponía de su propio poder de elección y volición para sus actos. En cualquier caso, estaba siendo tratado como a un igual. Incluso aunque pudiera subestimarlo, no podría sentir ningún resentimiento, ya que la arrogancia no era un vicio que sufrieran nunca los robots.
Hilvar no pudo evitar la risa ante el desconcierto sufrido por Alvin, tan evidente. Estaba a punto de sugerirle que debería abandonar aquel empeño de comunicarse con la extraña máquina, cuando las palabras murieron en sus labios. La calma de Shalmirane fue sacudida repentinamente por un espantoso e inequívoco ruido… el gorgoteante chasquido de un cuerpo enorme que emergiese del agua del lago.
Fue la segunda vez, desde que salió de Diaspar, en que Alvin deseó con todas sus fuerzas haberse encontrado plácidamente en su hogar. Entonces recordó que aquella no era la forma apropiada para ir en busca de aventuras y comenzó entonces a aproximarse lentamente al lago.
La criatura que estaba emergiendo de las oscuras; aguas, parecía la parodia de un monstruo, hecha de materia viva, y del robot que seguía manteniéndoles como objeto de silencioso escrutinio. No podía ser una coincidencia la misma disposición equilateral de los ojos, incluso el dispositivo de sus tentáculos y de sus cortos y pequeños miembros juntos, habían sido en ella rudamente reproducidos, de una forma tosca y primitiva. Más allá de aquel parecido cesaba toda coincidencia. El robot carecía — lo que obviamente no necesitaba— de las delicadas orlas de palpos casi suaves como hechas de plumas, que batían el agua con rítmica firmeza, de las múltiples patas macizas con que la bestia se aproximaba a la orilla ni de los orificios de ventilación, si tal cosa podía llamarse a aquello, y con los cuales parecía respirar profundamente el aire sutil del entorno.
La mayor parte de aquella monstruosa criatura, permanecía dentro del agua, sólo los primeros diez pies de su envergadura, asomaban en lo que resultaba claramente para ella un extraño elemento. El cuerpo de la bestia debería tener unos cincuenta pies de largo y cualquiera, incluso sin tener nociones de biología, hubiera podido comprobar que en ella radicaba algo fuera de lo normal. Tenía como un aspecto de improvisación y falta de diseño, como si sus componentes hubiesen sido fabricados sin mucho cuidado y arrojados en masa, para utilizarla cuando Surgiese la necesidad.
A despecho de su tamaño y de sus dudas iniciales, ni Alvin ni Hilvar sintieron la menor nerviosidad una vez que hubieron mirado bien al habitante del fondo del lago. En aquella extraña criatura radicaba también una especie de torpeza, que hacía casi imposible el mirarla como a una seria amenaza, incluso suponiendo como parecía lógico, que pudiera ser peligrosa. La raza humana se había sobrepuesto desde hacía siglos al terror infantil de lo puramente extraterrestre en apariencia. Aquel era un temor que había dejado de sobrevivir tras el primer contacto con razas amistosas de otros mundos.
— Déjame tratar con esa bestia — advirtió Hilvar —. Estoy acostumbrado a tratar con los animales.
— Pero eso no es un animal — murmuró Alvin como respuesta —. Estoy seguro de que es una criatura inteligente y que posee un robot.
— Lo más probable es que el robot sea dueño de la bestia. En cualquier caso, su mentalidad tiene que ser muy extraña. Ni siquiera puedo detectar la sensación de cualquier pensamiento. ¡Eh! ¡Hola! ¿Qué está ocurriendo…?
El monstruo no se había movido de su posición de medio cuerpo fuera del agua, lo que parecía costarle un considerable esfuerzo. Pero una membrana semitransparente había comenzado a formarse en el centro del triángulo formado por sus ojos, membrana que latía y se estremecía, comenzando a los pocos instantes a emitir unos sonidos. Tales sonidos eran de muy baja frecuencia, como sordos zumbidos que no creaban palabras inteligibles, aunque resultaba evidente que la criatura estaba tratando de decirles algo.
Resulta doloroso observar aquella desesperada lucha en busca de un medio de comunicación. Durante varios minutos, la criatura aquella luchó en vano; después, completamente de improviso, pareció darse cuenta de lo que había sido un error. La membrana pulsátil se contrajo de tamaño y los sonidos que volvió a emitir se elevaron en varias octavas de frecuencia auditiva hasta llegar a la escala del lenguaje normal. Comenzaron a oírse palabras reconocibles, aunque todavía se hallaban entremezcladas con una jerga incomprensible. Parecía que el monstruo estuviese recordando un vocabulario que hubiese conocido hacía mucho tiempo; pero que no había tenido ocasión de utilizar en muchísimos años.
Hilvar intentó prestarle la ayuda que pudiese.
— Ahora podemos comprenderte — le dijo hablando despacio y claramente —. ¿Podemos ayudarte en algo? Vimos la luz que hiciste. Esa luz nos trajo aquí desde Lys.
Al oír la palabra «Lys» la criatura pareció hundirse como si hubiera sufrido una amarga decepción.
— Lys… — repitió el monstruo, sin poder expresar muy bien la «5» final, por lo que la palabra sonó como a «Lyd» — . Siempre de Lys… Nadie viene de otra parte. Nosotros llamamos a los Grandes, pero no nos oyen…
— ¿Quiénes son los Grandes? — preguntó Alvin, adelantándose hacia el monstruo vivamente.
Aquellos delicados palpos del monstruo hicieron un gesto en dirección al cielo, brevemente.
— Los Grandes — dijo entonces —. Proceden de los planetas del día eterno. Ellos vendrán. El Maestro lo prometió.
Aquello no pareció aclarar mucho las cosas. Antes de que Alvin pudiera continuar su examen minucioso, Hilvar intervino de nuevo. Su sistema de preguntas fue, tan paciente, con una entonación tan llena de simpatía y con todo, tan penetrante, que Alvin creyó como más prudente no intervenir por su parte a despecho de su intensa curiosidad. No le gustaba admitir que Hilvar fuese superior a él en inteligencia; pero no había duda que su destreza en el manejo de los animales se extendía incluso hasta aquella fantástica criatura. Y lo que era más, parecía responderle adecuadamente a Hilvar. Su discurso se hizo más claro conforme avanzaba la conversación y lo que al principio parecía incoherente y rudo, se fue haciendo más fluido, proporcionando respuestas más elaboradas, suministrando una importante y completa información de su propia existencia.
Alvin perdió toda noción del tiempo conforme Hilvar fue penetrando en los detalles de la increíble historia que le relató el monstruo del lago. Resultaba imposible descubrir la verdad completa, había un lugar sin fin para la conjetura y el debate. Conforme la criatura aquella iba respondiendo a las preguntas de Hilvar cada vez con mejor buena voluntad, su apariencia comenzó a sufrir un cambio notable. Se desplomó poco a poco en el lago y las enormes patas que le habían estado soportando hasta entonces parecieron disolverse con el resto de su cuerpo. A renglón seguido otro cambio aún más extraordinario comenzó a darse ante la asombrada vista de los dos exploradores: los tres enormes ojos se cerraron, se fueron encogiendo hasta no ser más que unos simples puntos de referencia y finalmente desaparecieron por completo. Era como si aquella criatura hubiese visto lo que deseaba ver por el momento y por tanto prescindiera del uso de sus ojos en triángulo.
Otras alteraciones más sutiles fueron operándose, una tras otra y eventualmente, casi todo lo que quedaba por encima de la superficie del agua, fuese sólo el vibrante diafragma a través del cual continuaba hablando. Sin duda, aquello también se disolvería, volviendo a la masa amorfa original de protoplasma, cuando ya no lo fuera preciso.
Alvin se quedó atónito y a duras penas podía creer que la inteligencia pudiese resistir en una forma inestable… pero la más grande de las sorpresas estaba aún por llegar. Aunque parecía evidente que la criatura no era de origen terrestre, transcurrió algún tiempo antes de que Hilvar, a pesar de su gran conocimiento de biología, comprobase el tipo de organismo viviente con el que estaba tratando. No era una simple entidad; a lo largo de toda su conversación el monstruo siempre se refería a «nosotros». De hecho, no era más que una auténtica colonia de criaturas independientes organizada y controlada por fuerzas desconocidas.
Animales de un tipo similar a las medusas, por ejemplo, florecieron una vez en los antiguos océanos de la Tierra. Algunas de ellas fueron de enorme tamaño, arrastrando sus cuerpos traslúcidos con un verdadero bosque de tentáculos picantes a cincuenta pies del agua. Pero ninguna de ellas había alcanzado ni la más remota señal de inteligencia, más allá del simple hecho de reaccionar a simples estímulos.
Pero allí existía realmente una inteligencia, aunque fuese una inteligencia fallida y degenerada. Jamás pudo Alvin olvidar aquel encuentro con una criatura extraterrestre, de cómo Hilvar fue obteniendo poco a poco la increíble y fantástica historia del Maestro a través de aquel pólipo proteiforme con aquellas palabras poco familiares, con aquel panorama del lago batiendo rumorosamente las ruinas de Shalmirane y el robot de tres ojos observándoles con su fantástica mirada impasible.
El Maestro había venido a la Tierra, entre el caos de los Siglos de la Transición, cuando el Imperio Galáctico estaba hundiéndose, aunque las líneas de comunicación entre las estrellas no se habían roto todavía. Había sido de origen humano, aunque su hogar lo había constituido un planeta en órbita alrededor de uno de los Siete Soles. Mientras que todavía era joven, se había forzado a abandonar su planeta nativo y su recuerdo le había hechizado durante toda su vida posterior. Su expulsión se la reprochó a sus vengativos enemigos; pero el hecho es que sufrió de una incurable manía morbosa, que al parecer, atacaba sólo al homo sapiens entre todas las demás razas inteligentes del universo. Aquella enfermedad, en realidad, era una manía religiosa.
A todo lo largo de la más joven parte de su historia, la raza humana, había ido aportando la presencia de una sucesión sin fin de profetas, videntes, mesías y evangelistas convencidos ellos mismos y que convenciendo a sus seguidores de que tan sólo ellos poseían los secretos revelados del universo. Algunos de ellos tuvieron éxito, al haber establecido religiones que sobrevivieron durante muchas generaciones e influenciaron a miles de millones de hombres; otros fueron olvidados a poco de su muerte.
El resurgir de la ciencia, que con tan monótona regularidad fue refutando la cosmología de los profetas y produciendo milagros que ellos jamás pudieron alcanzar, fue destruyendo poco a poco y eventualmente todas aquellas formas de fe. Pero no fue capaz de destruir el asombro, el miedo o la reverencia y humildad que todo ser inteligente siente ante la contemplación del fantástico universo en que se encontraron a sí mismos. Pero sí fueron debilitándose y finalmente se olvidaron, las incontables religiones, cada una de las cuales, a su vez, reclamaba con increíble arrogancia que era por sí el único depósito de la Verdad y que sus millones de rivales y predecesores, estaban en un completo error.
Con todo, aunque nunca poseyeron cualquier poder efectivo, una vez que la humanidad logró un elemental nivel de civilización, a través de las edades, fueron reapareciendo cultos aislados y a pesar de lo fantástico de sus credos siempre se las habían arreglado para atraer a un cierto número de discípulos. Estos, reverdecían sus fueros en especial durante los períodos de confusión y desorden; no siendo por tanto ninguna sorpresa que durante los Siglos de la Transición, se hubiese contemplado en la Tierra un gran estallido de irracionalidad. Cuando la realidad era deprimente, los hombres trataban de consolarse a sí mismos con la ayuda de los mitos.
El Maestro, aun habiendo sido expulsado de su propio mundo, no lo dejó desprovisto. Los Siete Soles habían sido el centro del poder galáctico y el núcleo de la ciencia y él tuvo que haber poseído amigos de influencia. Había pues, llevado a cabo su Hégira en un pequeño, pero rápido navío espacial, reputado como uno de los más rápidos jamás construido hasta entonces. Al marcharse al exilio se llevó con él a uno de los últimos productos de la Ciencia Galáctica… el robot con quien se habían encarado Hilvar y Alvin en Shalmirane.
Nadie podía saber el alcance verdadero de su talento ni sus funciones. Ciertamente, que en determinada extensión, se había convertido en el alter ego del Maestro; sin él, la Religión de los Grandes, se habría colapsado probablemente tras la muerte del Maestro. Juntos, habían vagabundeado erráticamente entre las nubes de estrellas un rastro en zigzag que les condujo, al fin, y ciertamente no por accidente, al mundo de origen en el cual, el Maestro y sus antepasados habían surgido a la vida.
Se habían escrito bibliotecas enteras con relación a la leyenda, cada uno de cuyos libros estaba redactado inspirándose en todo un amasijo de comentarios hasta que por una especie de reacción en cadena, se perdieron los volúmenes originales enterrados en una montaña de exégesis y anotaciones. El Maestro se había detenido y hecho escala en muchos mundos, haciendo un gran número de discípulos y adictos entre diversas razas. Su personalidad, tuvo que haber sido de un inmenso poder, como para haber inspirado sus principios tanto a humanos como a otras criaturas extraterrestres, y sin duda que la religión predicada por el Maestro debió tener un gran atractivo, conteniendo mucho de noble y elevado. Probablemente, el Maestro fue el mesías de más éxito de todo el género humano, siendo el último de todos ellos. Ninguno de sus predecesores tuvo tantos conversos, ni sus enseñanzas llevadas a través de inmensos abismos del espacio y del tiempo.
Ni Hilvar, ni Alvin pudieron descubrir con certeza el contenido de aquellas enseñanzas. El gran pólipo hizo cuanto estuvo en su poder para convencerles; pero muchas de las palabras utilizadas eran algo sin ningún significado para los dos jóvenes, teniendo el hábito de repetir sentencias o discursos completos con una especie de viva y mecánica rutina, cuyo seguimiento resultaba muy difícil. Tras un buen rato, Hilvar hizo cuanto pudo para derivar la conversación lejos de aquel maremágnum de teología, con objeto de concentrarse en hechos averiguables.
El Maestro y la pandilla de sus más fervorosos seguidores, habían llegado a la Tierra en los días anteriores a la ruina de las ciudades, mientras que todavía el Puerto de Diaspar permanecía abierto al camino de las estrellas. Habían llegado en naves de todo género; los pólipos por ejemplo en una repleta de agua marina, que constituía su medio ambiente natural. Tanto si su movimiento fue o no bien recibido en la Tierra, era algo incierto; pero al menos, no pareció encontrar oposición violenta y tras ulteriores desplazamientos se asentaron definitivamente entre las montañas y los bosques de Lys.
Al final de su dilatada vida los pensamientos del Maestro volvieron, una vez más, hacia la patria de donde había sido exiliado, solicitando de sus amigos que le siguieran hacia los espacios abiertos desde donde contemplar las estrellas. El Maestro había esperado, mientras que sus fuerzas se desvanecían, hasta la culminación de los Siete Soles y ya próximo al fin, había farfullado muchísimas cosas en las cuales se inspiraron centenares de libros de interpretación con destino a las edades del futuro. Una y otra vez hablaba siempre de los «Grandes», que habían abandonado su espacio en el Universo, afirmando que llegarían un día encargando a sus discípulos y seguidores que aguardasen para darles la bienvenida cuando llegaran a la Tierra. Aquellas habían sido sus últimas palabras racionales. Después nunca permaneció consciente de su entorno y poco antes de su muerte, había pronunciado una frase que se había conservado a través de las edades para hechizar las mentes de cuantos la oyeron:
«Es hermoso contemplar las sombras de color en los planetas de la luz eterna.» Y después murió.
A la muerte del Maestro, muchos de sus seguidores se dispersaron; pero otros permanecieron fieles a sus enseñanzas, que después fueron minuciosamente elaboradas al paso de los tiempos. Al principio creían que los Grandes fuesen quienes fuesen llegarían pronto; pero tal esperanza fue desvaneciéndose con el paso de las edades. La historia en aquel punto, se hacía ya más confusa, pareciendo que la verdad y la leyenda se hubiesen entrelazado inextricablemente. Alvin sólo pudo captar la imagen vaga de generaciones de fanáticos esperando algún determinado y gran acontecimiento, cuya localización resultaba incomprensible en ninguna fecha determinada en el futuro.
Los Grandes no llegaron jamás. El poder del movimiento fue fallando lentamente y la desilusión hizo presa en sus discípulos. Los seguidores humanos de corta vida fueron los primeros en marcharse, siendo algo increíblemente irónico, que todavía permaneciese allí frente a los jóvenes el último seguidor del profeta humano; una criatura absolutamente diferente al Hombre.
El gran pólipo se había convertido en el último discípulo del Maestro por una sencilla razón. Era inmortal. Los miles de millones de células individuales de que estaba compuesto su cuerpo irían muriendo; pero antes de que tal cosa sucediera, se volvían a reproducir a sí mismas, en un proceso sin fin. A largos intervalos, el monstruo se desintegraba en sus minadas de células separadas, que seguirían su propio camino al multiplicarse por fisión, de ser conveniente el entorno vital. Durante esta fase, el pólipo dejaba de existir como una entidad inteligente y autoconsciente, lo que hizo que Alvin volviera irresistiblemente su recuerdo a la forma en que los habitantes de Diaspar pasaban sus milenios de quietud en el interior de los Bancos de Memoria de la ciudad.
A su debido tiempo por alguna fuerza biológica misteriosa, los esparcidos componentes del monstruo se reunían de nuevo y el pólipo recomenzaba otro nuevo ciclo de existencia. Volvía a la consciencia, reuniendo sus vidas anteriores en un todo, aunque con frecuencia de una forma Imperfecta según que cualquier accidente pudiese dañar a veces las células que llevaban en sí las delicadas pautas de la memoria.
Tal vez, ninguna otra forma de vida hubiese mantenido la fe tan largo tiempo en un credo, ya que de otra forma, habría sido olvidado millones de años atrás. En cierto sentido el gran pólipo era una víctima indefensa de su naturaleza biológica. A causa de su inmortalidad, no podía cambiar, sino forzado a repetir eternamente la misma invariable pauta de profesión de fe.
La religión de los Grandes, en su última fase, había llegando a identificarse con una especie de veneración de los Siete Soles. Cuando los Grandes rehusaron obstinadamente en volver a la Tierra, se intentó hacer señales a su distante patria. Desde mucho tiempo atrás aquellas llamadas luminosas, se habían convertido en un ritual sin concreta significación, siendo mantenidas ya por un animal que había olvidado muchas cosas y conceptos y un robot que nunca había sabido olvidar nada.
Mientras que aquella voz, inconmensurablemente antigua, se disipó en el aire en calma, Alvin sintió una profunda piedad por aquel monstruo. Aquella devoción desfasada, la lealtad que había mantenido en eones de tiempo, mientras que estrellas y planetas iban muriendo en el Cosmos, hizo para el joven que aquel relato hubiera sido— absolutamente imposible de creer, de no haberlo visto por sus propios ojos. Más que nunca, sintió su inmensa ignorancia por las cosas y el mundo. Un diminuto fragmento del pasado le había iluminado por un momento; pero casi enseguida la oscuridad se había cerrado de nuevo sobre tal conocimiento.
La historia de todo el Universo tenía que ser una masa de hechos así de fantásticos, increíbles y desconectados de un mundo a otro, sin que nadie estuviera en condiciones de discernir qué cosa era trivial o importante. Aquella fantástica leyenda del Maestro y de los Grandes se parecía a otra de las incontables que de una u otra forma habían sobrevivido procedentes de las antiguas civilizaciones en el Amanecer de Diaspar. Y con todo, la presencia real de aquel pólipo y del silencioso y vigilante robot, le hacía imposible a Alvin despreciar la totalidad de aquella historia, como si se tratase de una fábula construida por la desilusión sufrida por alguien sobre los fundamentos de la locura.
¿Cuál podría ser la relación existente entre aquellos dos entes que en tan distinta forma habían mantenido su extraordinaria compañía a lo largo de incontables siglos? De alguna forma, Alvin estuvo seguro que el robot era el más importante de los dos. ¿Por qué no hablaría? ¿Qué pensamientos discurrían por su mente complicada y extraterrestre? Así y todo, si tal mente había sido concebida y diseñada por el Maestro, no debería ser del todo extraterrestre y debería responder a órdenes humanas.
Pensando en la cantidad de secretos que contendría aquella obstinada y silenciosa máquina, Alvin sintió una curiosidad que se convirtió en desesperado anhelo. Parecía absurdo que semejante conocimiento atesorase maravillas muy por encima de las cuidadosamente almacenadas en el Computador Central de Diaspar.
— ¿Por qué tu robot no querrá hablarnos? — preguntó Alvin al pólipo, en un momento en que Hilvar había cesado de hacerle preguntas. La respuesta fue ciertamente la que estaba esperando.
Los deseos del Maestro fueron de que sólo hablara su voz pero ahora está en silencio.
Pero… ¿podrá obedecerte?
Si el Maestro lo puso de vigilancia. Podemos ver a través de sus ojos, dondequiera que vaya. Vigila las máquinas que preservan la existencia de este lago y mantiene pura el agua. A pesar de eso, sería mejor llamarlo compañero que sirviente, para nosotros.
Una idea a medio formar y vaga en principio comenzó a tomar vida en la mente de Alvin. Tal vez estuviera inspirada por la pura codicia de conocimiento y con ello, de poder, aunque no estuviese cierto de la verdadera motivación. Sus motivos podían ser extensamente egoístas pero no desprovistos de una buena dosis de auténtica compasión. De poder hacer lo que pensaba, rompería aquella fútil situación y arrancaría aquellas criaturas de su fantástico y absurdo destino. No estaba seguro de lo que podía hacer respecto al pólipo, pero sí que podría ser posible curar al robot de su demencia, y al propio tiempo llenar sus recuerdos almacenados, que realmente no tendrían precio.
— ¿Estás seguro — dijo lentamente al pólipo, pero mirando al robot —, que en realidad estás llevando y cumpliendo las palabras del Maestro al permanecer aquí? Él deseó que todo el mundo conociese sus enseñanzas, enseñanzas que se han perdido mientras que habéis permanecido ocultos aquí en Shalmirane. Os descubrimos sólo por pura casualidad; y tiene que haber otros muchos que deseen conocer y oír la doctrina del Maestro.
Hilvar le miró agudamente, evidentemente incierto respecto a sus intenciones. El pólipo daba la impresión de hallarse agitado y la firme respiración de su equipo de ventilación pulmonar o celular se detuvo por algunos segundos. Después, dijo en una voz no del todo controlada y segura:
— Hemos discutido este problema durante muchos años. Pero no podemos abandonar Shalmirane, así el mundo tendrá que venir a nosotros, no importa el tiempo que transcurra.
— Yo tengo una idea mucho mejor — repuso vivazmente Alvin —. Si es verdad que vosotros podéis permanecer aquí en el lago, no existe razón alguna para que tu compañero pueda venir con nosotros. Puede volver cuando le plazca, o bien cuando lo necesitéis. Han cambiado muchísimas cosas desde que murió el Maestro… cosas que deberíais conocer; pero que jamás podréis comprender si permanecéis aquí.
El robot continuaba inmóvil; pero en la agonía de su indecisión el gran pólipo se hundió completamente bajo la superficie del lago y permaneció allí durante varios minutos. Tal vez estuviese sosteniendo un mudo cambio de impresiones con su colega; varias veces comenzó a reaparecer para volver a hundirse en el lago. Hilvar aprovechó la ocasión para intercambiar algunas palabras con Alvin.
— Me gustaría saber qué estás tratando de hacer — le dijo en voz baja —. ¿O es que ni tú mismo lo sabes?
— Pues claro que sí —replicó Alvin —. ¿Es que no sientes lástima por esas pobres criaturas? ¿No crees que sería una buena acción el rescatarlas del estado en que se encuentran?
— Por supuesto que sí; pero sé lo bastante de ti para estar cierto de que el altruismo no es una de tus emociones dominantes. Es preciso que tengas otros motivos.
Alvin sonrió a regañadientes. Aunque Hilvar no estuviese leyendo en su mente — y no tenía razón para suponer que lo hiciera —, sí que pudo muy bien haber leído indudablemente su carácter.
— Tu pueblo posee poderes notables de tipo mental — replicó tratando de apartarse en la conversación de un terreno peligroso —. Creo que podéis hacer algo por el robot, aunque no se haga por ese animal. — Habló con voz muy baja, casi como en un susurro. La precaución sería inútil de todas formas; pero si el robot oyó la conversación no dio el menor signo de haberla escuchado.
Afortunadamente, antes de que pudiese presionar en su empeño, el pólipo emergió una vez más del lago. En los últimos minutos se había convertido en algo sensiblemente menor de tamaño y sus movimientos aparecían más desorganizados. Mientras Alvin observaba, un gran segmento de su cuerpo traslúcido y complejo se desprendió del bulto principal para desintegrarse en multitudes de porciones pequeñas que rápidamente desaparecieron de la vista. La criatura estaba empezando a desintegrarse ante sus ojos.
Su voz, cuando habló de nuevo, era muy errática y difícil de entender.
— Empieza el próximo… ciclo — dijo trabajosamente como en un gran suspiro —. No lo esperábamos tan pronto… sólo nos quedan unos minutos… el estímulo es demasiado grande… no podemos mantenernos unidos mucho tiempo… Alvin e Hilvar miraron fijamente a la criatura del lago con una fascinación llena de terror. Aunque el proceso que observaban era algo natural en su especial constitución, hecho que ya conocían, resultaba espantoso ver al monstruo en sus últimos suspiros de muerte. También sintieron una íntima sensación de culpabilidad; era en realidad algo irracional ya que no tenía ninguna importancia el hecho de que el pólipo comenzase otro ciclo de existencia; pero tenían el presentimiento de que el gran esfuerzo realizado y la excitación causada por su presencia eran los responsables de su prematura metamorfosis.
Alvin se dio cuenta de que debía actuar rápidamente, o su oportunidad quedaría perdida para siempre, tal vez, ya que aquello podía ocurrir dentro de pocos años, o quizás en siglos.
— ¿Qué habéis decidido? — preguntó con urgencia —. ¿Viene el robot con nosotros?
Se produjo una pausa opresiva, mientras que el pólipo trataba de forzar a su cuerpo en disolución a obedecer su voluntad. El diafragma parlante se estremeció; pero no surgió ningún sonido audible. Después, como en un desesperado gesto de adiós, sacudió suavemente sus delicados palpos débilmente para caer al agua desde donde pronto desaparecieron en todas direcciones, flotando por encima de las aguas del lago. En cuestión de minutos, la transformación había terminado. No quedaba completa de la totalidad de aquella criatura ni un trozo mayor de una pulgada. El agua aparecía saturada de unos copos verdosos que parecían tener vida propia y movilidad independiente, acabando por desaparecer en la vasta extensión del lago.
Las leves olas que como un rizo habían agitado la superficie desaparecieron totalmente y Alvin comprendió en el acto que el poderoso pulso que había latido en sus profundidades había dejado de agitarse. Aquellas profundidades no volverían a agitar más la superficie por un período de tiempo imposible de adivinar, ni siquiera suponer. El lago parecía muerto otra vez… o al menos así lo parecía. Pero sólo era una ilusión; un día, las fuerzas desconocidas que nunca habían fallado en sus funciones en el pasado, volverían a ponerse en movimiento otra vez y el pólipo volvería a renacer. Resultaba un extraño y maravilloso fenómeno, y con todo, aun pareciendo más extraño que la organización del cuerpo humano, ¿no sería en sí mismo una vasta colonia de células separadas y vivientes?
Alvin empleó poco esfuerzo en tales especulaciones. Se sentía oprimido por su fracaso aunque nunca había tenido una clara idea del objetivo que perseguía. Se había perdido una única oportunidad, fascinante y extraordinaria, y podría ser muy bien que jamás volviese. Miró tristemente a través del lago y fue algún tiempo antes de que su mente registrase el mensaje que Hilvar le comunicaba, cuando comprendió lo que su compañero había querido decirle.
— Alvin — le estaba diciendo Hilvar tranquilamente —. Creo que has vencido en tu empeño.
Dio la vuelta rápidamente sobre sus talones. El robot, que hasta entonces había permanecido flotando en la distancia, sin aproximarse nunca a veinte pies por lo menos, se había movido silenciosamente y se había colocado a una yarda por encima de su cabeza. Sus ojos inmóviles, con tan enorme ángulo de visión, no parecían indicar ninguna dirección de su interés. Probablemente estaría viendo la totalidad del hemisferio situado ante él con idéntica claridad, pero Alvin tuvo sus dudas de que su atención estuviese enfocada hacia él.
Estaba esperando el próximo movimiento. Hasta cierto límite, por lo menos, el robot se encontraba ahora bajo el control de Alvin. Podría seguirle hasta Lys, tal vez a Diaspar… a menos que cambiase de opinión. Hasta entonces, Alvin era su dueño provisional.
La jornada de regreso a Airlee duró casi tres días, en parte porque Alvin, por razones personales, no tenía demasiada prisa en hacerlo antes. La exploración física de Lys ocupaba entonces un puesto de segunda importancia en los propósitos del joven, no reduciéndose más que a un proyecto excitante, mientras que se dedicaba casi por entero a ir tomando contacto con aquel ente extraño y de obsesionada inteligencia, que entonces se había convertido en su compañero.
Sospechó que el robot estaba intentando utilizarle para sus propios fines, lo que no habría sido más que una poética justicia. No pudo tampoco tener la certidumbre de cuáles pudieran ser tales propósitos, puesto que la misteriosa máquina rehusaba sistemáticamente el hablar con él. Por alguna razón suya, tal vez el miedo que el Maestro hubiese depositado en su mente para que no descubriese algunos de sus muchos secretos, disponiendo sólidos bloqueos mentales sobre sus circuitos de lenguaje, por lo que los intentos que hizo Alvin fueron del todo infructuosos. Incluso las preguntas indirectas tales como «si no dices nada, asumiré que dices sí»; fallaron también por completo. El robot era demasiado inteligente como para ser atrapado en trucos semejantes.
En otros aspectos, sin embargo, se mostró más dispuesto a colaborar. Obedecía órdenes que no requerían el uso del lenguaje o información revelada. Tras cierto tiempo, Alvin descubrió que podía controlarlo al igual que solía hacer y a ello estaba acostumbrado con los robots de Diaspar, sólo con el pensamiento. Aquél fue un gran paso hacia delante, y poco más tarde, aquella criatura — ya que resultaba muy difícil llamarla máquina— relajó su guardia recelosa y le permitió mirarle a los ojos. Parecía no poner inconvenientes a tal sistema de información mutua, aunque pasiva en cierta forma, pero continuó entorpeciendo todo intento de llegar a la intimidad.
Ignoró por completo la existencia de Hilvar; no habría obedecido ni una sola de sus órdenes y su mente aparecía cerrada para el joven de Airlee a toda prueba. Al principio, aquello constituyó una cierta decepción para Alvin, quien había esperado que con los grandes poderes mentales de Hilvar, se hallara en condiciones de forzar el cierre de aquel tesoro, un cofre sin precio de recuerdos bien guardados y preciosos. Más tarde, acabó comprendiendo la ventaja de poseer un sirviente que no obedecería a nadie más en el mundo.
El miembro de la expedición que más fuertemente objetó contra la presencia del robot fue Krif. Tal vez se imaginase que entonces constituía un rival o quizá desaprobase, en principios generales, a cualquier otra criatura que volase sin tener alas. Cuando nadie le miraba, hizo diversos intentos de asaltar al robot, que le había puesto furioso hasta la exasperación, sencillamente por no haberle hecho el menor caso, ni le había dedicado la menor atención. Eventualmente, Hilvar pudo calmarlo y en el viaje de retorno a Airlee en el coche todo terreno, Krif pareció haberse resignado finalmente a semejante situación. El robot y el insecto escoltaron al vehículo mientras que seguía deslizándose silenciosamente a través de los campos y los bosques, cada uno cerca de su respectivo dueño y pretendiendo que su rival ni siquiera estaba a la vista.
Seranis ya estaba esperándoles, al llegar el coche flotando a Airlee. «Era imposible sorprender a aquella gente», pensó Alvin. Sus mentes entrelazadas permanecían en íntimo contacto con cualquier cosa que ocurriese en su territorio. Trató de imaginarse cómo habrían reaccionado ante el conocimiento de sus aventuras en Shalmirane, que presumiblemente deberían ya conocer todos en Lys.
Seranis daba el aspecto de estar preocupada y más incierta de lo que Alvin jamás la hubiera visto antes, recordando la elección que tenía planteada ante él. En la excitación de aquellos últimos días casi lo había olvidado; Alvin no quiso gastar energías para enfrentarse con problemas que aún no se habían presentado en el futuro. Pero aquel futuro estaba ahora frente a él, y era preciso que decidiese en cuál de los dos mundos se quedaría a vivir.
La voz de Seranis aparecía turbada cuando comenzó a hablar y Alvin tuvo la súbita impresión de que algo había ido torcido con los planes que Lys había hecho para él. ¿Qué podía haber ocurrido durante su ausencia? ¿Habrían enviado emisarios a Diaspar para entrometerse en la mente de Khedrom… y habían fracasado en su cometido?
— Alvin comenzó a decirle Seranis —. Hay muchas cosas que no te dije antes, pero que es preciso que sepas, si quieres en verdad comprender el alcance de nuestras acciones. Ya sabes una de las razones para haber llegado al aislamiento de nuestras dos razas. El temor a los Invasores, y la oscura sombra de las profundidades de la mente humana, hicieron que tu pueblo volviese la espalda al mundo y se encerrase en sus propios sueños. Aquí en Lys, ese temor nunca fue tan grande, aunque nos hemos preocupado por la llegada de ese ataque final. Tenemos mejores razones para justificar nuestras acciones y lo que hicimos, lo hicimos con los ojos abiertos y con toda consciencia.
«Hace mucho tiempo, querido Alvin, los hombres buscaron la inmortalidad y acabaron lográndola. Olvidaron que en un mundo en que se ha barrido la muerte, también ha desaparecido el nacimiento de las criaturas. El poder de extender la vida indefinidamente, puede aportar un gran contento al individuo aislado; pero comporta el estancamiento de una raza. Hace ya edades de tiempo en el pasado, que nosotros sacrificamos nuestra inmortalidad; pero Diaspar aún continúa con ese falso sueño. Esa es la causa fundamental de que nuestros caminos se apartasen… y por qué nunca más deben volver a reunirse».
Aunque aquellas palabras eran algo casi esperado de parte de Alvin, su exposición concreta no dejó de causar una profunda impresión en el joven de Diaspar. Así y todo, Alvin rehusó admitir el fracaso de sus planes — medio formados como aún estaban —, y sólo una parte de su cerebro escuchaba a Seranis en aquella ocasión. Comprendió y tomó buena nota de sus palabras; pero la parte consciente de su mente iba rehaciendo el camino de vuelta a Diaspar, tratando de imaginar qué clase de obstáculos hubieran podido interponerse ahora en su vuelta.
Seranis aparecía claramente desgraciada. Su voz era una súplica conforme hablaba y Alvin comprendió que no sólo le hablaba a él, sino a su hijo. Ella debió darse cuenta del afecto y la comprensión que había surgido y afianzado entre ellos durante los días que pasaron juntos en sus exploraciones. Hilvar escuchaba atentamente a su madre mientras hablaba; y Alvin creyó ver en su mirada que no sólo le parecía algo despectivo, sino que implicaba una cierta censura.
— No queremos que hagas nada contra tu libre voluntad — continuó Seranis— pero sí queremos que te des cuenta de lo que significaría si nuestro pueblo se conoce de nuevo con el de Diaspar. Entre nuestra y cultura y la vuestra ha existido un abismo tan grande como el que separó a la Tierra de sus antiguas colonias del espacio. Piensa bien en este solo hecho, Alvin. Tú y mi hijo Hilvar, sois casi de una misma edad ahora… pero tanto él como yo habremos muerto siglos antes de que tú dejes todavía de ser joven. Y ésta es sólo la primera de una indefinida serie de vidas.
La habitación quedó silenciosa, tan en silencio y en calma, que Alvin pudo oír claramente los extraños y quejumbrosos gritos de los animales sueltos por los campos existentes más allá de la población. Entonces, como en un murmullo, se dirigió a Seranis.
— Bien… ¿qué es lo que quiere que haga?
— Esperamos haberte dado la oportunidad para que eligieses él quedarte aquí o volver a Diaspar; pero ahora esto es imposible. Han ocurrido demasiadas cosas para dejarte esa elección en tus manos. Incluso en el breve tiempo que has permanecido entre nosotros tu influencia ha resultado altamente perturbadora. No es que lo repruebe, estoy segura de que no has tenido la menor idea de causar ningún daño. Pero creo que hubiera sido mucho mejor haber dejado a esas criaturas halladas en Shalmirane que hubieran seguido su propio destino. Y por lo que respecta a Diaspar… — Seranis hizo entonces un gesto de disgusto. Demasiada gente sabe ahora dónde has ido; no actuamos a tiempo. Y lo que es más serio aún, el hombre que te ayudó a descubrir Lys ha desaparecido como tragado por la tierra; ni tu consejo ni nuestros agentes lo han podido localizar por ninguna parte, por lo que permanece como un peligro potencial para nuestra seguridad. Quizá te sorprenda que te diga esto; pero resulta más seguro para mí él hacerlo. Me temo que sólo tengamos una elección que hacer; tendremos que devolverte a Diaspar con una serie falsa de recuerdos en tu memoria. Estos recuerdos han sido construidos con gran cuidado, de tal forma, que cuando regreses a tu ciudad, no sabrás nada sobre nosotros. Creerás en lo sucesivo, que todo esto ha ocurrido en alguna sombría caverna subterránea y en alguna de esas peligrosas aventuras a que sois tan aficionados allá en tu ciudad. Para el resto de tu vida, seguirás creyendo que ésa ha sido la verdad y todo el mundo en Diaspar aceptará esa versión como cierta. Por tanto, no habrá ningún misterio que seduzca como un señuelo a futuros exploradores, y creerán que ya saben todo lo que es posible conocer respecto a una ciudad misteriosa llamada Lys.
— Seranis hizo una pausa y miró a Alvin con ojos de ansiedad:
— Lamentamos sinceramente que esto sea necesario, querido Alvin, y te rogamos nos perdones mientras puedas recordarnos. Puede que tú no aceptes nuestro veredicto; —pero nosotros conocemos muchas cosas que siguen estando ocultas para ti. Al menos no tendrás nada que lamentar, ya que creerás en lo sucesivo que has descubierto todo lo que habría que descubrir.
Alvin trató de imaginar si todo aquello sería cierto. No podía estar seguro de que volviera a acostumbrarse a la rutina de la vida en Diaspar, incluso aunque se hubiese convencido a sí mismo de que nada qué valiese la pena existiese más allá de sus murallas. Y lo que era más aún, no tenía la intención de ponerlo a prueba.
— ¿Cuándo desean ustedes someterme a ese… tratamiento? — preguntó Alvin.
— Inmediatamente. Estamos dispuestos ya. Abre tu mente a la mía, como hiciste en la ocasión anterior y nada sabrás ya hasta que te encuentres de vuelta en Diaspar.
Alvin permaneció silencioso unos momentos. Después, dijo con calma:
— Me gustaría despedirme de Hilvar.
Seranis hizo un gesto afirmativo.
— Comprendo. Dejaré que te ausentes durante un rato y vuelvas cuando estés dispuesto a someterte a la prueba. — Seranis se levantó y se dirigió por la escalera que conducía hacia abajo y al interior de la casa, dejándole solo en la terraza.
Tenía ante sí algún tiempo antes de hablar con Hilvar. Sentía una gran tristeza; pero con todo una inquebrantable determinación hizo que no estuviese dispuesto a aceptar el naufragio de todas sus esperanzas. Miró una vez más sobre la población en la que había encontrado una cierta medida de una desconocida felicidad, que nunca podría volver a ver si permitía que aquellos que se ocultaban tras Seranis llevaran a cabo su propósito. El coche que habían utilizado en la exploración continuaba detenido bajo uno de los árboles próximos a la residencia de Seranis, con el paciente robot colgando en el aire sobre él. Unos cuantos chiquillos se habían reunido para examinar a aquel extraño recién llegado a Airlee; pero ninguno de los adultos parecía estar especialmente interesado en su presencia.
— Hilvar — dijo bruscamente Alvin —. Lamento sinceramente todo esto.
— Y yo también — repuso Hilvar, con una voz inestable a causa de la emoción —. Había esperado que te hubiera gustado quedarte aquí…
— ¿Crees que lo que quiere Seranis es lo correcto?
— No reproches nada a mi madre. Ella sólo está haciendo lo que se le ha pedido que haga — replicó Hilvar. Aunque no había respondido a la pregunta, Alvin no tuvo corazón para repetir la cuestión de nuevo. Resultaba poco leal poner una nueva preocupación sobre la amistosa lealtad de su amigo.
— Dime una cosa, entonces dijo Alvin —. ¿Cómo podría tu pueblo detenerme si intento marcharme con mis recuerdos intactos?
— Sería de lo más fácil. Si tratas de escaparte, ejerceríamos nuestro control mental sobre ti y te obligaríamos a volver.
Alvin no podía esperar tanto y se sintió descorazonado. Deseó haber confiado en Hilvar, que sinceramente se hallaba trastornado por la inminente separación; pero no se atrevía a arriesgar el fracaso de sus planes. Cuidadosamente y comprobando detalle por detalle, fue trazando el único camino que le llevaría de vuelta a Diaspar en los términos que él deseara.
Existía un riesgo al que tenía que dar frente y contra el cual no podía hacer nada para autoprotegerse. Si Seranis rompía su promesa y se entrometía en su mente, toda su cuidadosa preparación para sus planes resultaría vana en absoluto.
Alargó una mano a Hilvar que su amigo estrechó con fuerza y efusivamente, incapaz de hablar una palabra.
— Vayamos al encuentro de Seranis dijo Alvin —. Me gustaría ver a ciertas personas de la población antes de irme.
Hilvar le siguió silenciosamente, en el frescor y la quietud de la casa y después por la salida y en la franja circular de hierba multicolor que circundaba la residencia. Seranis estaba esperándole allí, con un aspecto calmoso y resuelto. Sabía que Alvin intentaba ocultarle algo y pensó de nuevo en las precauciones tomadas al respecto. Como un hombre flexiona sus músculos antes de realizar un gran esfuerzo, ella se dispuso a actuar a través de las pautas compulsorias que debería poner en uso.
— ¿Estás dispuesto, Alvin?
— Completamente dispuesto — replicó el joven, aunque por el tono de su voz, Seranis le miró con más agudeza que de costumbre.
— Entonces, será mejor que relajes tu mente hasta dejarla en blanco como hiciste antes. No sentirás nada, ni conocerás nada tampoco, después de esto, hasta que te encuentres de nuevo en Diaspar.
Alvin se volvió a Hilvar y le dijo en un murmullo inaudible para Seranis:
— Adiós, Hilvar. No te preocupes… volveré. —Y se volvió de nuevo hacia Seranis.
— No tengo ningún resentimiento por; lo que está tratando de hacerme dijo a Seranis —. Sin duda creo que esto es lo mejor; pero a pesar de todo, pienso que está usted completamente equivocada. Diaspar y Lys no deberían permanecer apartadas para siempre. Yo vuelvo a mi hogar con todo lo que he aprendido… y no creo que usted pueda detenerme.
No esperó más tiempo. Seranis, que no se había movido de donde estaba, pareció actuar de forma que Alvin sintió que su cuerpo se escapaba de todo control. Los poderes que estaban actuando sobre su voluntad eran mucho más fuertes de lo que había esperado y se dio cuenta exacta de que muchas mentes ocultas tenían que estar ayudando a Seranis. Sin poder evitarlo, comenzó a marchar de regreso a la casa y por un momento angustioso, creyó que todos sus planes estaban condenados al fracaso más rotundo.
Pero entonces se produjo un relámpago de acero y cristal y unos brazos metálicos se cerraron rápidamente alrededor de su cuerpo. Intentó luchar contra aquello, instintivamente; pero toda su lucha resultó infructuosa. El suelo comenzó a alejarse de sus pies y captó una mirada rápida de Hilvar helado por la sorpresa, y con una sonrisa casi estúpida extendida por su rostro.
El robot estaba llevándole a una docena de pies de altura sobre el suelo, mucho más rápidamente de lo que un hombre pudiera correr con todas sus fuerzas. A Seranis le llevó un instante el comprender la astucia y su lucha se desvaneció al relajar ella su control mental. Pero Seranis no se consideró todavía fracasada y en seguida ocurrió lo que Alvin había temido y por lo que había luchado en contrarrestar.
En su mente existió entonces como la lucha de dos entes combatiendo entre sí y una de ellas rogaba al robot, suplicándole que le dejase caer. El Alvin real esperó, casi sin aliento, resistiendo solamente un poco contra fuerzas que sabía no estaba capacitado para enfrentarse. Había jugado su partida, no había forma de expresar de antemano si su incierto aliado obedecería sus órdenes, tan complejas como las que se le habían dado. Bajo ninguna circunstancia, le había dicho al robot, tenía que obedecer a cualquier orden ulterior hasta que él se encontrase seguro en Diaspar. Aquéllas habían sido sus órdenes terminantes. De ser obedecidas, Alvin había situado su destino más allá del alcance de cualquier interferencia humana. Sin dudar un solo instante, la misteriosa máquina corrió a todo lo largo del camino que cuidadosamente había trazado para ella. Una parte de él aún estaba rogando irritadamente que se le soltase; pero comprendió que entonces podía considerarse seguro. Y por entonces, Seranis debió haberlo comprendido también, ya que las fuerzas que combatían en el interior de su cerebro dejaron de hacerse la guerra. Una vez más, se sintió en paz, como hacía milenios un antiguo aventurero había estado; cuando amarrado al mástil de su nave, había escuchado el canto de las sirenas desvanecerse en un oscuro y proceloso mar.
Alvin no se sintió relajado hasta encontrarse de nuevo en la cámara de las Vías Rodantes. Había existido el peligro que la gente de Lys hubiera podido detener el vehículo dándole marcha atrás y llevándole al punto de partida. Pero su vuelta fue una repetición, sin ningún inconveniente, de su anterior viaje en sentido contrario; cuarenta minutos después de abandonar Lys se hallaba en la Tumba de Yarlan Zey.
Los agentes del Consejo le estaban esperando, vestidos formalmente con sus uniformes oscuros, que seguramente no se habrían puesto desde siglos. Alvin no sintió sorpresa alguna, ni la más pequeña alarma por la recepción del comité. Había superado tantos obstáculos, que uno más no importaba. Había aprendido mucho desde que abandonó Diaspar y con tal conocimiento había llegado a un grado de confianza que bordeaba en la arrogancia personal. Por si fuera poco, contaba entonces con aquel aliado poderoso, aunque un tanto versátil. Las mejores mentes de Lys no habían sido capaces de interferir en sus planes, por tanto, estuvo convencido de que Diaspar no lo haría tampoco.
Existía un fundamento racional para su creencia; pero estaba basada en parte en algo más allá de todo razonamiento… una fe en su destino que había crecido en la mente de Alvin. El misterio de su origen, su éxito en haber hecho lo que nunca hizo otro hombre antes que él y la forma en que nuevas perspectivas se abrían a su vehemente pasión aventurera, todo ello, en conjunto, se añadía a su confianza en sí mismo. La fe en el propio destino fue uno de los mayores dones que los dioses hubieron puesto en la mano del hombre, aunque Alvin desconocía de qué forma a muchos les había conducido a los mayores desastres en el pasado.
— Alvin — dijo el jefe de los agentes de la ciudad — tenemos órdenes de acompañarte a donde quiera que vayas hasta que el Consejo haya oído tu caso y pronuncie el veredicto.
— ¿De qué delito se me acusa? — preguntó Alvin. Aún se hallaba bajo la impresión del regocijo de haber escapado de Lys, y no tomó aquella situación demasiado en serio. Presumiblemente, Khedrom tuvo que haber hablado y en aquel instante sintió una cierta irritación contra el Bufón por haber traicionado su secreto.
— No se ha hecho todavía ningún cargo — fue la respuesta —. En caso necesario, se pronunciará tras haberte escuchado.
— ¿Y cuándo será eso?
— Muy pronto, supongo. — El agente se hallaba evidentemente en un aprieto sin saber muy bien cómo manejar aquella situación. En un momento había tratado a Alvin como a un ciudadano miembro de la ciudad de Diaspar, y después tuvo que recordar sus deberes como guardián, teniendo que adoptar una actitud de exagerado retraimiento —. Ese robot — añadió señalando al compañero de Alvin— ¿de dónde proviene? ¿No es uno de los nuestros?
— No. Lo encontré en Lys, el país en donde he estado. Lo he traído para que confronte con el Computador Central.
Aquella tranquila declaración produjo una considerable conmoción. El hecho de que existiese algo fuera de Diaspar, ya era duro de aceptar; pero que Alvin hubiese traído con él, además, uno de sus habitantes y proponer su presentación al cerebro de la ciudad, era todavía peor. Los agentes se miraron entre sí, con tan alarmante desaliento, que Alvin apenas si pudo contener la risa que todo aquello estaba produciéndole.
Caminando a través del Parque, su escolta quedó discretamente detrás, cuchicheando entre ellos en animado coloquio entre susurros y Alvin consideró el próximo paso a dar. La primera cosa que tenía que hacer, era descubrir con exactitud qué es lo que había ocurrido durante su ausencia. Khedrom, le había dicho Seranis, había desaparecido como por arte de magia. En Diaspar existían incontables lugares donde una persona pudiese hallarse oculta, y puesto que el conocimiento del Bufón respecto a la ciudad, era insuperable, era poco verosímil que pudiera encontrarlo a menos que no reapareciera por su propia voluntad. Tal vez le habría dejado algún recado en cualquier sitio en que pudiera leerlo fácilmente y haber dispuesto una cita con él. Pero la presencia de los guardias hacían la cuestión imposible por el momento.
Tuvo que admitir que la vigilancia a que estaba sometido, era muy discreta. Para cuando llegó a su apartamento, casi había olvidado la presencia de los agentes. Imaginó que sus guardianes no interferirían sus acciones, a menos que intentase salir nuevamente de Diaspar, lo que no tenía la menor intención de hacer por algún tiempo. Estaba convencido, con toda seguridad, de que le habría resultado imposible volver a Lys por el camino seguido la primera vez. En aquel momento, sin duda alguna, el sistema de transporte subterráneo habría sido desconectado y puesto fuera de servicio por Seranis y sus colegas.
Los agentes no le siguieron hasta su apartamento; sabían que sólo tenía una entrada y se estacionaron al exterior. No teniendo instrucciones respecto al robot, dejaron que acompañara a Alvin. No era una máquina con la que sintieran el menor deseo de mezclarse, y puesto que su construcción era extraterrestre, con mucho mayor motivo. A deducir por su conducta, los guardianes no pudieron sacar en conclusión si era un sirviente pasivo de Alvin o si operaba por su propia voluntad. En vista de tal incertidumbre, les pareció lo mejor dejarla totalmente sola.
Una vez que la pared se hubo cerrado tras Alvin, éste materializó su diván favorito y se echó sobre él. Gozando de aquellas comodidades en lo que le era tan familiar, hizo una llamada a los circuitos de memoria para que le presentaran una escultura y una serie de pinturas que examinó con ojo crítico. Si antes habían fallado en complacerle del todo, ahora le resultaban doblemente fastidiosas, no pudiendo sentirse orgulloso de aquella maravilla tecnológica. La persona que había creado aquello, ya no existía, y en los pocos días que había estado ausente de Diaspar, le pareció que había reunido toda la experiencia de una larga vida.
Anuló aquellos productos de su adolescencia, suprimiéndolos para siempre, aparte de haberlos hecho volver a los bancos de memoria. La habitación está vacía de nuevo, aparte del diván en que se hallaba reclinado, con el robot que seguía impasible con sus ojos abiertos, incomprensibles y fantasmales. ¿Qué sería lo que el robot estaría pensando de Diaspar? Entonces recordó que en realidad, no era un extraño en la ciudad, ya que la había conocido en los últimos días de su contacto con las estrellas.
Hasta no haberse sentido completamente a gusto en su hogar, Alvin no cayó en la cuenta de llamar a sus amigos. Comenzó por Eriston y Etania, más bien como un deber que por el deseo de hablar con ellos. No se lamentó cuando el comunicador le informó de que no estaban visibles, dejando a ambos un breve recado de su vuelta. La cosa en sí resultaba completamente innecesaria, ya que por entonces todo el mundo en la ciudad sabría que había vuelto. Sin embargo, esperó que apreciarían su atención afectiva; Alvin había comenzado a aprender lo que significaba la consideración, aunque sin darse cuenta, que como todas las demás virtudes, apenas si tiene mérito de no ser espontánea y altruista, desprovista de todo egoísmo.
Después, actuando en un súbito impulso, llamó al número de Khedrom, el que hacía tiempo le había dado en la Torre de Loranne. No esperó, desde luego, obtener respuesta; pero siempre existía la oportunidad de que hubiera dejado algún mensaje para él.
Su suposición fue acertada: pero el mensaje fue de lo más sorprendente e inesperado.
La pared se disolvió y Khedrom apareció de pie frente a él. El Bufón aparecía cansado y nervioso, ya no era el hombre confiado en sí mismo y ligeramente cínico de siempre y que había puesto a Alvin sobre el camino hacia Lys. En sus ojos había una mirada temerosa y habló como si dispusiera de poco tiempo.
— Alvin — Comenzó —, esto es sólo un registro ya efectuado por mi voz y mi imagen. Sólo podrás recibirlo; pero puedes hacer de ello el uso que creas conveniente. A mí no va a importarme. Cuando volví a la Tumba de Yarlan Zey, encontré que Mystra estaba siguiéndonos. Ella ha tenido que decir al Consejo que abandonaste Diaspar y que yo te ayudé. Muy pronto los a en es se pusieron en mi busca y decidí esconderme. Estoy acostumbrado a esto… ya lo he hecho antes cuando mis bromas fracasaron y no gustaron. (Aquello, al menos, era un gesto de humor de Khedrom.) Ellos seguramente no me hubiesen encontrado en cien años, pero alguien estuvo a punto de hacerlo. Hay extranjeros en Diaspar, Alvin; sólo pueden proceder de Lys y me están buscando. No sé lo que esto pueda significar pero no me gusta ni pizca. El hecho de que casi estuvieran a punto de echarme el guante, aun estando en una ciudad que tiene que resultarles extraña por fuerza, sugiere que poseen poderes telepáticos. Yo podría enfrentarme con el Consejo; pero esto último es un peligro desconocido al que no tengo la menor intención de encararme.
«Me hallo, por tanto, anticipando un paso que creo que el Consejo me obligaría a dar, ya que me han amenazado antes en tal sentido. Voy a marcharme a donde nadie pueda seguirme, y donde escaparé a todos los cambios que pueda sufrir Diaspar, sean los que fueren. Tal vez cometa una estupidez con proceder así; esto es algo que el tiempo se encargará de demostrar. La respuesta, ya la conoceré algún día.
«En este momento, supongo que habrás imaginado que he vuelto a la Sala de la Creación, a la seguridad de los Bancos de Memoria. Suceda lo que suceda, deposito toda mi confianza en el Computador Central y en las fuerzas que controla en beneficio de Diaspar. Si algo se entremete en el Computador Central, todos estamos perdidos; en caso contrario, no tengo temor alguno.
«Para mí, parecerá que sólo habrá pasado un momento desde el instante en que vuelva a resurgir a la vida, de nuevo en Diaspar, de aquí a cincuenta o a cien años en el futuro. Me pregunto qué clase de ciudad me encontraré para entonces… Creo que será extraño si aún permaneces aquí; algún día, supongo, volveremos, no obstante, a encontrarnos. No sé si desear ese encuentro o temerlo.
«Nunca te he comprendido Alvin, aunque hubo un tiempo en que estuve seguro de que sí. Sólo el Computador Central conoce la verdad, como la conoce respecto a los otros Únicos que han ido apareciendo de tiempo en tiempo a través de las edades y que después han desaparecido y no vistos más. ¿Has descubierto lo que les ocurrió?
«Una razón por la que desaparezco hacia el futuro, supongo, es la de que soy un hombre impaciente. Quiero ver los resultados de lo que has empezado; pero al mismo tiempo, ansioso de suprimir los estados intermedios… que sospecho no van a ser muy agradables. Será interesante ver en aquel mundo, que sólo estará a unos minutos para mí, a partir de este momento, si se te recuerda como un creador o como destructor… o si eres recordado en absoluto.
«Adiós, Alvin… Había pensado en darte algún consejo; pero supongo que no lo tomarías. Sé que seguirás tu propio camino, como siempre lo has hecho y que tus amigos sólo serán herramientas para utilizarlas o descartarlas, según convenga a la ocasión.
«Esto es todo. No creo que tenga ya otra cosa que decirte.
Por un momento, Khedrom — el Khedrom que ya no existía, sino en forma de un dispositivo de cargas eléctricas en las células de memoria de la ciudad— miró a Alvin con resignación y al parecer, también con tristeza. Después, la pantalla quedó en blanco.
Alvin permaneció inmóvil durante largo rato, tras haberse desvanecido la imagen de Khedrom. Estaba rebuscando en lo profundo de su alma, como rara vez lo había hecho en su vida, ya que no podía negar la verdad de mucho de cuanto le había transmitido Khedrom en su mensaje final. ¿Cuándo se había detenido a pensar en todas sus aventuras y sus propósitos, en el efecto que sus acciones producían sobre sus amigos? Les había llevado la ansiedad, y pronto podría ser aún peor… todo a causa de su insaciable curiosidad y su urgencia por descubrir lo que no debería ser conocido, por saberlo todo, descubrirlo todo, a costa de lo que fuera…
Nunca había sentido demasiada simpatía por Khedrom, la absorbente personalidad del Bufón prevenía contra cualquier relación íntima, aunque Alvin lo hubiera deseado. Con todo, entonces, al pensar en las palabras de adiós a Khedrom, se encontró sacudido interiormente por el remordimiento. Por culpa de sus acciones, el Bufón había tenido que salir volando de su época para un desconocido futuro.
Pero seguramente, pensó Alvin, no tenía necesidad de reprocharse nada. Aquello probaba sólo una cosa que ya conocía: que Khedrom era un cobarde. Tal vez no fuese más cobarde de lo que cualquier otro lo fuese en Diaspar, pero tenía la adicional desgracia de poseer una poderosa imaginación. Alvin no podía aceptar ninguna responsabilidad por su destino, bajo ningún pretexto.
¿A quién más en Diaspar había molestado o producido algún daño? Pensó en Jeserac, su tutor, persona que había sido paciente con él, como el más difícil de sus discípulos. Recordó todas las pequeñas amabilidades que sus padres le habían dedicado durante sus años de vida y ahora que lo recordaba con más detenimiento, habían sido de mayor importancia que lo que él había supuesto.
Y pensó también en Mystra. Ella le había amado, y su amor había sido un juego para él, lo había tomado o dejado a puro capricho. Pero ¿cuál hubiera tenido que ser su conducta? ¿Habría sido la época más feliz si la hubiera despreciado completamente?
Entonces comprendió por qué no había amado a Mystra ni a ninguna de las mujeres que había conocido en Diaspar. Aquélla era otra lección aprendida en Lys. Diaspar había olvidado muchas cosas y entre ellas, era el verdadero significado del amor. En Airlee, había observado a las madres meciendo a los niños sobre sus rodillas e incluso él mismo había sentido la ternura por aquellas pequeñas e indefensas criaturas, sentimiento hermano gemelo del amor y totalmente falto de egoísmo. Y en Diaspar no existía ni una sola mujer que supiese o se hubiese preocupado de lo que una vez constituyó el principal objetivo del amor. En la ciudad inmortal no había emociones reales, pasiones profundas ni arraigados sentimientos. Quizá, tales cosas perdurasen a causa de su intrascendencia, ya que resultaría imposible que durasen para siempre en una ciudad, como Diaspar, que había subvertido todos los valores humanos en su inmortalidad.
Aquél fue el momento en que Alvin comprobó cuál tema que ser su destino. Hasta entonces, había sido el agente inconsciente de sus propios impulsos. De haber podido conocer tan arcaica analogía, se hubiera comparado a sí mismo a un jinete montando a un caballo en una loca galopada. Le habría llevado a muchos lugares extraños y le habría mostrado y enseñado dónde quería realmente ir.
Aquella especie de ensoñación, se vio bruscamente interrumpida por el zumbador de la pantalla situada en la pared. El timbre le dijo en el acto que no era una proyección lejana, sino que alguien iba a verle en carne y hueso. Dio la señal de admisión y un momento después, estaba encarándose con Jeserac.
Su tutor tenía un aspecto grave, aunque no inamistoso.
— Se me ha pedido que te lleve ante el Consejo, Alvin — dijo —. Está esperando para escucharte. — Entonces Jeserac observó la presencia del robot y lo examinó cuidadosamente —. Vaya, conque éste es el compañero que has traído de tus viajes… Creo que será mejor que venga con nosotros.
Aquello le convenía a Alvin. El robot ya le había sacado de una situación realmente difícil y peligrosa una vez, y de nuevo podría volver a hacerlo. Trató de imaginarse qué había pensado aquella máquina respecto a las aventuras y vicisitudes en las que había estado implicado, y deseó por milésima vez haber podido comprender lo que existía dentro de aquel fabuloso cerebro, impenetrable y misterioso. Alvin había llegado a la conclusión de que por el momento, el robot había determinado esperar, analizar y sacar sus propias conclusiones, sin poner nada de su propia voluntad, hasta que juzgase llegado el tiempo oportuno. Después, tal vez y de forma repentina, decidiese actuar, sin saber si su actuación favorecería o perjudicaría los planes de Alvin. El único aliado con que contaba el joven estaba por el momento encerrado en sí mismo y ligado a él por los lazos más tenues del propio interés, pudiendo abandonarle en cualquier momento dado.
Mystra estaba aguardándole en la rampa que conducía a la calle. Aunque Alvin hubiese querido reprocharle por la parte que hubiera jugado revelar su secreto, no tuvo corazón para hacerlo. Resultaba evidente la desolación de la chica y sus ojos brillaban llenos de lágrimas mientras corría a saludarle.
— ¡Oh, Alvin! — le dijo llorando. ¿Qué es lo que van a hacer contigo?
Alvin le tomó las manos con una ternura que sorprendió a ambos.
— No te preocupes, Mystra — le dijo. Todo irá bien. Después de todo, y como lo peor, el Consejo me enviará de nuevo a los Bancos de Memoria… pero de alguna forma el corazón me dice que no va a ocurrir así.
Su belleza y su pena resultaban tan impresionantes en aquel momento, que Alvin sintió su cuerpo responder a su presencia al viejo estilo. Pero era sólo el señuelo de su cuerpo, que no desdeñó, y procuró descartar inmediatamente sus sentimientos. Gentilmente se desprendió de sus manos y se volvió hacia Jeserac encaminándose ambos a la Cámara del Consejo.
El corazón de Mystra quedó solitario; pero sin amargura, al observar a Alvin alejarse entonces. Sabía que no le había perdido ya que nunca le había pertenecido por entero a ella. Y con la aceptación del hecho concreto, Mystra trató de superar aquellas vanas lamentaciones.
Alvin apenas si se dio cuenta de las curiosas y aterradas miradas de sus conciudadanos mientras que caminaba por las calles en compañía del fantástico robot y de su tutor. Se hallaba preocupado en instrumentar los argumentos que debería usar en el tribunal y de arreglar su relato de la forma más favorable para él. De vez en cuando se aseguró a sí mismo de no sentir miedo y de que seguía siendo dueño de la situación.
Esperaron unos minutos en la antecámara aunque le resultó demasiado tiempo para imaginar el porqué. Si creyó no sentir temor alguno, sus piernas le temblaban ligeramente de una forma curiosa. La única vez anterior que había conocido tal sensación, fue cuando se había esforzado en subir las colinas distantes de Lys, donde Hilvar le había mostrado la catarata y desde cuya cima hubieron sido testigos de la explosión de luz procedente de Shalmirane. Entonces pensó en Hilvar y qué sería lo que estaría haciendo en aquel momento y si volviesen a verse de nuevo alguna vez. De repente, sintió que aquello debería producirse a toda costa.
Se abrieron las grandes puertas y siguió a Jeserac hasta el interior de la Cámara del Consejo. Sus veinte miembros ya estaban sentados alrededor de la mesa en forma de media luna creciente y Alvin se sintió aplanado al comprobar que no había ningún lugar vacante. Aquélla tenía que ser la primera vez en muchos siglos, en que la totalidad del Consejo se hubiese reunido, sin una simple abstención. Aquellas raras reuniones, eran usualmente de una mera formalidad, ya que los asuntos corrientes se trataban con una simple llamada o conversación por el visífono y de ser preciso, una entrevista entre el Presidente y el Computador Central.
Alvin conocía de vista a la mayor parte de los miembros del Consejo y se sintió más seguro al ver a su alrededor muchos rostros familiares. Como Jeserac, no tenían aspecto hostil hacia él, sino más bien de hallarse ansiosos y confundidos. Después de todo, todos eran hombres razonables y comprensivos. Podían molestarse de que cualquiera les demostrase que estaban equivocados; pero Alvin no creyó que ninguno de ellos le guardase ningún resentimiento. En tiempos pasados, aquello habría sido una falsa presunción, pero la naturaleza humana había mejorado mucho en ciertos aspectos.
Le escucharían en su relato; pero lo que aquellos miembros pensaran, no tendría demasiada importancia. Su juez no sería entonces el Consejo. Lo sería el Computador Central.
Apenas si hubo formalidades. El Presidente declaró abierta la sesión y se volvió hacia Alvin.
— Alvin — le dijo con bastante afabilidad— quisiéramos saber qué es lo que ha ocurrido desde que desapareciste de la ciudad, desde hace diez días.
El uso de la palabra «desaparecer» resultó para Alvin altamente significativo. Incluso entonces, El Consejo se resistía a admitir que en realidad había estado fuera de Diaspar. Trató de imaginar si aquellas venerables personas conocían que había extranjeros en la ciudad; pero lo puso en duda. De haber sido así, habrían mostrado una alarma mucho más considerable.
Alvin relató su historia claramente, prescindiendo de todo dramatismo. El relato en sí era fantástico y casi increíble para sus mismos oídos, por lo que no necesitaba ser exagerado ni embellecido. Sólo en un aspecto, se aparta de la estricta verdad de lo ocurrido, ya que no dijo nada de la forma en que tuvo que escapar de Lys. Le pareció más que verosímilmente, que tal procedimiento tendría que ser utilizado de nuevo.
Resultaba fascinante observar la forma en que fue cambiando la actitud de los miembros del Consejo durante el curso de su narración. Al principio, parecían escépticos, rehusando aceptar la negación de todas sus creencias, la violación de sus más arraigados prejuicios. Cuando Alvin les dijo su apasionado deseo de explorar el mundo existente más allá de la ciudad y su irracional convicción de que tal mundo existía, se le quedaron mirando con fijeza como si fuese algún extraño e incomprensible animal. Para sus mentes, lo era, ciertamente. Pero finalmente, se vieron compelidos a admitir que el joven había estado en lo cierto y que ellos se habían equivocado. Conforme fue desarrollándose el largo relato de Alvin, cualquier duda que pudiesen haber tenido hasta entonces fue disolviéndose lentamente. Podría no haberles gustado lo que les dijo; pero ya no podían por más tiempo negar la verdad. De haber lo intentado, sólo tenían que echar un vistazo al silencioso compañero de Alvin.
Hubo sólo un aspecto en su relato que levantó la indignación general del Consejo… y no estaba dirigido precisamente hacia él. Un murmullo de sorda irritación se produjo en todo el Consejo al explicar Alvin la ansiedad que mostraba Lys para evitar la contaminación con Diaspar y los pasos que Seranis había dado y las precauciones adoptadas para prevenir semejante catástrofe. La ciudad estaba orgullosa de su cultura y con buenas razones. Que cualquiera pudiese considerarle como inferiores, era mucho más de lo que cualquier miembro del Consejo podía tolerar.
Alvin tuvo mucho cuidado en que no apareciese ninguna ofensa en cuanto dijo; deseaba, a toda costa, inclinar al Consejo de su parte. A través de sus palabras y de todo el relato, trató de dar la impresión de que no había nada malo ni fuera de razón en cuanto había hecho, esperando una alabanza más bien que una censura por sus estupendos descubrimientos. Era la mejor política que podía haber adoptado, ya que así desarmaba a los que le hubieran criticado por anticipado. Además, tenía el efecto — aunque no lo hubiera intentado ex profeso— de transferir parte de la culpa sobre el desaparecido Khedrom. El propio Alvin era demasiado joven para ver ningún peligro en lo que hacía, cosa que parecieron ver clara todos los miembros del Consejo. El Bufón, sin embargo, debería ciertamente haber conocido mejor la cuestión y haber actuado de una forma mucho más responsable.
El propio Jeserac, como tutor de Alvin, se merecía de todas formas algunas censura, y de tanto en tanto varios de los miembros le dirigieron miradas en tal sentido. No pareció importarle mucho aunque se hallaba perfectamente advertido de lo que estaban pensando. Existía un cierto honor y orgullo en haber instruido a la mente más original que había aparecido en Diaspar desde las Edades del Amanecer, y nadie podía quitar a Jeserac semejante mérito.
Hasta no haber terminado por completo su exposición de los hechos acaecidos en sus aventuras, no intentó un poco de persuasión. De algún modo, tenía que convencer a aquellos hombres de las verdades que había conocido en Lys; pero, ¿cómo hacerles comprender realmente algo que ellos no habían visto jamás y que apenas podían imaginar?
— Creo que es una gran tragedia — dijo el joven— que dos ramas supervivientes de la raza humana hayan podido estar tan separadas por tan enormes períodos de tiempo. Un día, tal vez, podamos conocer lo ocurrido; pero es más importante ahora reparar el daño causado… y prevenir de que vuelva a suceder otra vez. Cuando estuve en Lys, protesté contra su punto de vista de considerarse superior a nosotros; tienen, ciertamente, mucho que enseñarnos; pero nosotros también tenemos mucho que enseñarles a ellos. Si ambos creemos que nada tenemos que aprender los unos de los otros, ¿no será obvio que ambos estemos equivocados?
Y miró con expectación a lo largo de aquella línea de graves rostros. Se le alentó para que continuase.
— Nuestros antepasados — continuó Alvin— construyeron un Imperio que llegó a las estrellas. Los hombres iban y venían entre todos esos incontables mundos del espacio exterior… y ahora, sus descendientes tienen miedo de sacar una mano al exterior de las murallas que protegen la ciudad: ¿Tendré que decir por qué? —Hizo una pausa pero no se movió absolutamente nada dentro de aquella Inmensa cámara del Consejo —. Y es porque tenemos miedo, miedo de algo que ocurrió al principio — de nuestra historia. Se me dijo la verdad en Lys, aunque yo la había sospechado tiempo ha. ¿Es que debemos seguir escondidos como cobardes en Diaspar, pretendiendo que no existe nada… porque hace mil millones de años los Invasores hicieron que volviésemos a la Tierra?
Alvin había puesto el dedo en la llaga y en el secreto temor de la verdad… el temor que él nunca había compartido con sus conciudadanos y cuyo poder y alcance nunca comprendería a partir de aquel momento. Ahora, que ellos hicieran lo que quisieran, él había dicho la verdad tal y como la había visto con sus propios ojos.
El Presidente le miró con aire grave.
— ¿Tienes algo más que decir, antes de que consideremos los hechos?
— Sólo una cosa. Me gustaría llevar a este robot hasta el Computador Central.
— Pero… ¿para qué? Tú ya sabes que el Computador sabe todo cuanto haya ocurrido u ocurra en esta sala.
— A pesar de eso, quisiera hacerlo — replicó Alvin cortés pero obstinadamente —. Solicito el permiso del honorable Consejo y del Computador.
Antes de que el Presidente pudiera hablar, una voz calmosa, clara y potente sonó a través de la cámara. Alvin no la había oído jamás en su vida; pero sabía lo que iba a decir. Las máquinas de información, que no eran más que fragmentos fronterizos de su gran inteligencia, podían hablar a los hombres; pero ninguna de ellas poseía aquel inequívoco acento de sabiduría y autoridad.
— Permitan que vengan a mí —dijo el Computador Central.
Alvin miró al Presidente. A su crédito estaba el no querer explotar aquella victoria. Se limitó a preguntar, siempre con la mayor cortesía:
— ¿Tengo permiso para salir?
El Presidente miró a todos los miembros del Consejo, no vio ningún signo de oposición y replicó un tanto desamparado:
— Muy bien. Los agentes te acompañarán y volverán a traerte cuando hayas terminado tu discusión.
Alvin se inclinó gentilmente dando las gracias; las grandes puertas se abrieron de par en par y salió lentamente de la Cámara. Le acompañaba Jeserac y cuando las puertas se cerraron tras ellos, se volvió hacia su tutor.
— ¿Qué crees que hará ahora el consejo? — preguntó con ansiedad.
Jeserac sonrió.
— Impaciente como siempre, ¿verdad? No creo que el valor de mis suposiciones sean ciertas; pero imagino que decidirán sellar la Tumba de Yarlan Zey para que nadie más intente volver a hacer ese viaje. Después, Diaspar continuará su vida como antes, sin ser molestada por el mundo exterior.
— Eso es lo que peor temo — dijo Alvin con amargura.
— ¿Es que acaso intentas evitarlo?
Alvin no replicó al instante; sabía que Jeserac había leído sus intenciones; pero al menos, su tutor no podía prever sus planes ya que no tenía ninguno por el momento. Había llegado a la situación en que sólo podían improvisarse las cosas y enfrentarse con cada nueva situación, según fuera apareciendo.
— ¿Acaso me lo reprochas? — dijo a poco y Jeserac pareció sorprendido por el nuevo tono de su voz. En ella existía un matiz de humildad, como si fuese la primera vez que Alvin buscase la aprobación de sus conciudadanos. Jeserac se sintió afectado; pero era demasiado prudente y sabio para tomarlo demasiado en serio. Alvin se hallaba bajo una fuerte impresión y habría resultado poco seguro asumir que cualquier mejoramiento de su carácter especial pudiese ser algo permanente.
— Esa es una pregunta difícil de contestar — repuso Jeserac con lentitud —. Estoy tentado a decir que todo conocimiento es valioso y no puede negarse que tú has aportado mucho al nuestro. Pero al propio tiempo, has aportado peligros y en el largo devenir de ambas cosas, ¿cuál será la más importante? ¿Con cuánta frecuencia te has detenido a considerarlo?
Por unos instantes, maestro y discípulo se miraron el uno al otro pensativamente, tal vez viendo cada uno respecto al otro su punto de vista más claramente que en ninguna ocasión anterior de sus vidas. Entonces, a un solo impulso, se volvieron juntos hacia el largo pasaje que procedía de la Cámara del Consejo, siguiéndoles a retaguardia la escolta de guardianes, pacientemente y en silencio.
Alvin sabía que aquel mundo no había sido hecho para el hombre. Bajo el terrible resplandor de las luces azules… tan brillantes que herían los ojos, aquellos largos y amplios corredores parecían extenderse hacia el infinito. Por todos aquellos pasadizos los robots de Diaspar podían ir y venir a través de sus vidas sin fin y con todo, en siglos enteros, no había resonado el eco de unas pisadas humanas. Allí estaba la ciudad subterránea, la ciudad de las máquinas, sin las cuales Diaspar no existiría. A unos centenares de yardas hacia delante, el corredor se abría en una cámara circular de más de una milla de distancia, con el techo soportado por grandes columnas que deberían aguantar el inimaginable peso de la Central de Energía. Allí, de acuerdo con los mapas, el Computador Central cobijaba eternamente el destino de Diaspar.
La cámara estaba allí presente, y aun siendo más vasta de lo que Alvin hubiera podido imaginar… pero ¿dónde estaba el Computador? En cierta forma, había esperado encontrarse con alguna gigantesca máquina solitaria de impresionantes proporciones. Aquel tremendo panorama, sin significación concreta para él, hizo que se detuviera asombrado.
El corredor por el que habían llegado terminaba a la altura de la pared de la cámara — seguramente la mayor cavidad jamás construida por el hombre —, y a cada lado unas largas rampas se inclinaban hacia abajo, para llegar al piso distante del enorme espacio. Recubriendo la totalidad de la Instalación con una brillante luz, y esparcidas a lo largo y a lo ancho de aquella fabulosa construcción, aparecían centenares de blancas estructuras grandes y amplias, tan inesperadas, que por un momento Alvin pensó que estaba mirando a una ciudad subterránea. La impresión era impresionantemente vívida y era algo que Alvin no olvidaría jamás. Por ninguna parte apareció lo que el joven esperaba, el brillo familiar del metal que desde los principios del tiempo el Hombre había aprendido a asociar con sus sirvientes.
Allí se encontraba el fin de una evolución casi tan duradera como el propio Hombre. Sus principios se hallaban perdidos en las brumas de las Edades del Amanecer, cuando la humanidad hubo comenzado a utilizar el uso de la energía y a enviar sus ruidosos ingenios por la faz del mundo. Vapor, agua, viento, todo había sido dominado y utilizado y después abandonado. Durante siglos, la energía de la materia había gobernado al mundo hasta ser también pospuesta y con cada cambio, las viejas máquinas habían sido olvidadas para dejar paso a otras. Muy lentamente, a lo largo de millares de años, el ideal de la máquina perfecta se iba aproximando más y más, el ideal que una vez fue sólo un sueño, después una perspectiva lejana y finalmente una realidad:
— Una máquina que no contuviese ninguna pieza en movimiento.
Y allí estaba la última expresión de aquel ideal antiguo. Su logro había costado al Hombre quizá cien millones de años y en el momento del triunfo había vuelto la espalda a la máquina para siempre. Había alcanzado la finalidad y de allí en adelante podría sostenerse a sí misma eternamente, a la par que servía en todo al Hombre que la había creado.
Alvin dejó de preguntarse cuál de aquellas silenciosas estructuras blancas era el Computador Central. Tuvo la certeza que era la suma de todo aquello y que se extendía, además, mucho más allá de aquel recinto enorme, incluyendo también en su ser a todas las otras incontables máquinas existentes en Diaspar, tanto si eran móviles o estáticas. Por lo mismo que su propio cerebro era la suma de miles de millones de células independientes, dispuestas en un pequeño volumen de unas cuantas pulgadas de extensión, así los elementos físicos del Computador Central se hallaban esparcidos a través y por toda la anchura y largura de toda Diaspar. Aquella cámara podría sólo mantener el sistema de conexiones mediante el cual aquellas dispersas unidades se mantenían en contacto unas con otras.
Incierto respecto a dónde dirigirse primero, Alvin miró fijamente las grandes rampas en declive y al gigantesco espacio circular que se extendía a sus pies. El Computador Central tenía que saber que estaba allí, por la misma razón que sabía todo lo que ocurría en Diaspar en todos sus detalles y aspectos. Sólo tenía que esperar recibir instrucciones.
La ahora ya familiar y con todo, aún temible voz, habló tan suavemente y tan próxima a él que llegó a suponer que ni su propia escolta pudiese oiría.
— Baja por la rampa de la izquierda — le dijo —. Te dirigiré desde allí.
Descendió lentamente la rampa señalada, con el robot flotando por encima de él. No le siguieron ni Jeserac ni los agentes de custodia. Alvin imaginó si no habrían recibido instrucciones a su vez en tal sentido, o si por el contrario, hubiesen decidido espontáneamente permanecer allí para observar lo que ocurriese desde aquel punto ventajoso, sin la molestia de tan largo descenso. O tal vez, se habían aproximado tanto a aquella especie de santuario de Diaspar, que tuviesen miedo de seguirle…
Al pie de la rampa, la voz calmosa del Computador Central volvió a dar nuevas instrucciones a Alvin y siguió caminando entre una avenida de formas titánicas sumidas en un eterno sueño. Por tres veces volvió aquella voz a hablarle, hasta que llegó el momento en que comprobó que había llegado al sitio señalado.
La máquina que tenía ante él, era más pequeña que muchas de sus compañeras, aunque se sintió como un enano en su presencia. Las cinco hileras transversales en que estaba dispuesta, daban en cierto modo la impresión de una bestia acurrucada, y mirándola y después al robot de Alvin, éste encontró difícil de creer que ambos productos fuesen resultado de la misma evolución, y ambos descritos por el mismo nombre.
A unos tres pies del suelo, un amplio panel transparente corría a todo lo largo de la estructura. Alvin apoyó la frente contra la suave y curiosamente tibia constitución de aquel material, y escudriñó con toda atención en el interior de la máquina. Al principio no distinguió nada; pero algo más tarde, una vez que sus ojos se acostumbraron y escudándoselos con las manos, pudo distinguir unos leves puntos de luz por millares y millares suspendidos en la nada. Estaban alineados unos tras otros en un enrejado como una especie de celosía tridimensional, tan extraño para él como lo habían sido las estrellas para el hombre de la antigüedad. Aunque estuvo observando durante unos cuantos minutos, con un completo olvido del paso del tiempo, aquellas luces coloreadas nunca cambiaban de lugar, no variando tampoco su intensidad luminosa y su multiforme coloración.
De haber podido mirar en el interior de su propio cerebro, pensó Alvin, el resultado habría sido idéntico. La máquina parecía inerte e inmóvil, ya que le resultaba imposible ver sus pensamientos. Por primera vez, comenzó a tener una sombra de entendimiento de los poderes y fuerzas que sostenían a la ciudad. Toda su vida había aceptado, sin discusión alguna, el milagro de los sintetizadores, que edad tras edad, habían provisto de cuanto hubiera sido necesario para la fácil y cómoda vida de Diaspar. Millares de veces había visto aquel acto de creación, recordando rara vez que en alguna parte debería existir el prototipo de lo que había visto cobrar la realidad del mundo visible.
Lo mismo que una mente humana puede retener durante un cierto tiempo un simple pensamiento, así aquel cerebro infinitamente más poderoso, suma a su vez de muchos otros maravillosos cerebros, que eran los componentes del Computador Central podían retener y captar para siempre las ideas más intrincadas. Los modelos y pautas de todas las cosas creadas se hallaban congeladas en aquellas mentes eternas, no precisando más que el toque de una voluntad humana para convertirlas en realidad.
El mundo había adelantado mucho, desde que hora tras hora, el primer hombre de las cavernas había afilado pacientemente sus cabezas de flechas y sus cuchillos contra el duro pedernal…
Alvin esperó, sin preocuparse de hablar nada, hasta u e recibiese un ulterior signo de reconocimiento. Hubiera deseado saber de qué forma el Computador Central se hallaría advertido de su presencia, pudiendo verle y oír su voz. En ninguna parte se advertían signos de órganos sensoriales, ninguna de las rejillas o pantallas, u ojos de cristal estaban desprovistos de toda emoción a través de los cuales los robots tenían normalmente conocimiento del mundo que les rodeaba.
— Cuenta tu problema — dijo la quieta voz que sonó en su oído. Resultaba increíble que tan gigantesca maquinaria pudiera producir un lenguaje tan perfecto y con un tono tan sensible y delicado. Después, Alvin comprobó que estaba halagándose a sí mismo, puesto que quizás ni una millonésima parte del cerebro del Computador Central se hallaba ocupado en su asunto particular. Él constituía pura y llanamente uno de los innumerables incidentes que reclamaban su atención simultánea por toda la ciudad de Diaspar.
Resulta difícil hablar a una presencia que llena por completo la totalidad del espacio que envuelve a una persona. Las palabras de Alvin parecieron morir en el vacío tan pronto como eran pronunciadas.
— ¿Quién soy yo? — preguntó.
Si hubiera hecho tal pregunta a una de las máquinas de información diseminadas por toda la ciudad, Alvin sabía de antemano la respuesta adecuada que hubiese recibido. Lo había hecho con frecuencia y la respuesta era invariablemente: «Eres un hombre». Pero ahora estaba encarándose con una inteligencia de otro orden muy diferente, y no era preciso emplear agudezas semánticas. El Computador Central, sabía lo que él quería decir; pero no suponía en sí que tuviera que responderle. Pero la respuesta fue justamente la que Alvin se había temido.
— No puedo responder a esa pregunta. Hacerlo, sería como revelar el propósito de los que me construyeron, y en consecuencia, anularlo.
— Entonces… el papel que yo juego en la vida fue planeado cuando se construyó la ciudad, ¿no es cierto?
— Eso mismo puede decirse de todos los hombres.
Aquella respuesta evasiva hizo que Alvin reflexionara. Era cierto, todos los habitantes de Diaspar habían sido diseñados tan cuidadosamente como las máquinas. El hecho de que fuese un Único, daba a Alvin una cierta rareza; pero no necesariamente una virtud especial.
Alvin sabía que no podría saber nada más allí con respecto al misterio de su origen. Resultaba inútil intentar emplear trucos con aquella vasta inteligencia o esperar que dejase escapar alguna información que hubiese sido ordenada mantener en secreto por el gran cerebro del Computador Central. El joven no se sintió realmente decepcionado, sintió que ya había comenzado a otear la verdad desde lejos, y en todo caso, aquélla no era la causa fundamental de su visita.
Miró al robot que había traído y pensó en la forma de dar el siguiente paso. Podría reaccionar violentamente, de conocer lo que estaba planeando, por lo que resultaba esencial que no pudiese oír lo que intentaba decir al Computador Central.
— ¿Puedes disponer de una zona de silencio? — preguntó.
Instantáneamente, sintió la inequívoca formación de una zona muerta, impenetrable, totalmente aislada de todo sonido, que se producía al crear aquella zona de aislamiento. La voz del Computador, ahora curiosamente enérgica y siniestra en cierto modo, le habló de nuevo.
— Nadie puede oírnos ahora. Di cuanto tengas que decir.
Alvin miró de reojo al robot, que no se había movido de su posición. Tal vez no sospechase nada y hubiera estado completamente equivocado al suponer que pudiese hacer planes por su propia cuenta. Podría muy bien haberle seguido a Diaspar como un sirviente confiado y leal, en cuyo caso lo que estaba planeando entonces no tenía por qué ocultarlo.
— Tienes que haber oído de la forma en que este robot — comenzó a decir Alvin —. Debe poseer conocimientos del pasado que no tienen precio, ya que proceden de los días en que nuestra ciudad aún no existía como ahora la conocemos. Puede incluso estar en condiciones de decirnos cosas respecto a otros mundos diferentes de la Tierra, ya que siguió al Maestro en sus viajes. Desgraciadamente, sus circuitos de lenguaje se hallan bloqueados totalmente. Ignoro de qué forma tan efectiva puedan estarlo; pero solicito de ti que los suprimas.
Su voz sonaba a hueco en aquella zona de silencio que absorbía cada palabra antes de que pudiese formar un eco. Esperó dentro de aquel vacío falto de reverberaciones, ya que su solicitud tenía que ser obedecida o rehusada.
— Tu orden implica dos problemas — replicó el Computador —. Uno es moral y el otro de orden técnico. Ese robot fue diseñado para obedecer las órdenes de cierto hombre. ¿Qué derecho tengo yo a contrarrestarías, aunque pudiera?
Era una pregunta a la que Alvin se había anticipado y para la que había preparado varias respuestas.
— No sabemos qué forma exacta tuvo la prohibición del Maestro — replicó. Si puedes hablar con el robot, podrías con toda seguridad persuadirle, de que las circunstancias en las que ese bloqueo fue impuesto, han cambiado.
Aquél era, evidentemente, el paso siguiente hacia su — objetivo. Alvin lo había intentado sin éxito; pero esperó —que el Computador Central, con sus recursos mentales — infinitamente más grandes, pudiese llevar a cabo lo que él había fallado en realizar.
— Eso depende completamente de la naturaleza de ese — bloqueo — fue la respuesta que le llegó a Alvin —. Es posible disponer un bloqueo mental, de tal forma, que entrometiéndose en él, tendría como causa final la erradicación de las células de memoria que lo han causado. Sin embargo, creo que el Maestro no poseyese suficiente destreza — como para hacer tal cosa; eso requiere unas técnicas altamente especializadas. Preguntaré a tu máquina si se ha insertado un circuito suprimible en sus unidades de memoria.
_Pero supongamos que tiene por causa la supresión de la memoria simplemente por preguntar si existe un circuito suprimible — advirtió entonces Alvin en una súbita alarma.
— Para tales casos, existe un procedimiento típico, que es el que voy a poner en práctica. Le insertaré unas instrucciones secundarias, diciéndole a la máquina que ignore mi pregunta, si tal situación existe en ella. Así, es simple asegurarse de que se convertirá en una paradoja lógica, de forma tal que tanto si me contesta o si no me dice nada, se verá forzado a desobedecer sus instrucciones. En tales casos, todos los robots actúan de la misma manera, por su propia protección. Se desentienden de sus circuitos de fuerza mecánica y actúan como si no se les hubiera hecho ninguna pregunta.
Alvin casi lamentó haber planteado aquella cuestión y tras un momento de lucha mental decidió que él también adoptaría la misma táctica y pretender que nunca había preguntado tal cuestión. Al menos había recibido la seguridad en un punto importante: el Computador Central se hallaba totalmente preparado para encararse con cualquier trampa que pudiera existir en las unidades de memoria de cualquier robot, de la clase que fuera. Alvin no tenía el menor deseo de ver su máquina reducida a una pila de chatarra, sino por el contrario, volver a toda costa a Shalmirane con él y sus secretos intactos.
Esperó con paciencia, mientras se llevaba a cabo el silencioso e impalpable encuentro de aquellos dos intelectos. Allí estaba produciéndose la reunión entre dos mentes, ambas creadas por el genio humano en una edad dorada, tiempo atrás perdida, en el más grande de sus logros científicos. Y ahora se hallaban mucho más allá de la completa comprensión de cualquier hombre viviente.
Muchos minutos más tarde, la hueca voz sin ecos del Computador Central, habló de nuevo.
— He establecido un contacto parcial con tu robot — le dijo —. Al menos, conozco la naturaleza del bloqueo y creo saber ahora por qué le fue impuesto. Sólo existe una forma de poder romperlo. El robot no volverá a hablar jamás, a menos que los Grandes no vuelvan a la Tierra.
— ¡Pero eso es absurdo! — protestó Alvin —. El otro discípulo del Maestro también creía en ellos y trató de explicar que eran como nosotros. La mayor parte del tiempo, lo que dijo fue una pura jerga. Los Grandes no han existido, y nunca existirán.
Aquello parecía un callejón sin salida y Alvin sintió un amargo desamparo. Se hallaba imposibilitado de conocer la verdad por los deseos de un hombre que había muerto hacía ya mil millones de años atrás.
— Puede que estés en lo cierto al decir que los Grandes nunca han existido — dijo el Computador Central —. Pero eso no significa que nunca existirán.
Se produjo otro silencio mientras que Alvin analizaba aquel comentario del Computador Central, en tanto que los dos robots volvían de nuevo a realizar otro delicado contacto. Y entonces, sin previo aviso, se encontró en Shalmirane.
Era exactamente el mismo lugar en que se había encontrado con Hilvar, teniendo ante él el gigantesco embudo de ébano bebiendo la luz del sol, sin reflejar nada para el ojo humano. Permaneció entre las ruinas de la fortaleza, mirando a través del lago de aguas inmóviles, donde el enorme pólipo era ahora sólo una nube de animáculos dispersos, no siendo ya un animal sensible ni organizado.
El robot continuaba junto a él; pero de Hilvar no había ni el menor signo. No tuvo tiempo de calcular lo que aquello significaba, ni de lamentar la ausencia de su amigo, ya que casi al instante se produjo algo tan fantástico que todas las demás sensaciones y pensamientos quedaron barridos de su mente.
El cielo comenzó a rajarse en dos. Una delgada hendidura de total oscuridad abarcaba desde el horizonte hasta el cenit, ensanchándose lentamente, como si la noche y el caos fueran a precipitarse sobre el mundo. Inexorablemente, la hendidura se expandió hasta abarcar una cuarta parte del cielo. Por todos sus conocimientos de los hechos reales de la Astronomía, Alvin no pudo luchar contra la abrumadora impresión de que él y su mundo se encontraban protegidos bajo una gran cúpula azul… y que algo estaba entonces introduciéndose por aquella cúpula, procedente del exterior del espacio cósmico.
Aquella hendidura negra como la más negra noche, había cesado de aumentar. Los poderes que la habían causado escudriñaban dentro de aquel universo de juguete que habían descubierto, tal vez conferenciando entre ellos respecto a sí valía la pena dedicar su atención. Bajo tal cósmico escrutinio, Alvin no sintió ni alarma ni terror. Sabía que se hallaba cara a cara con el poder y la sabiduría, ante cuyas fuerzas un hombre puede sentir asombro, pero nunca temor.
Y pareció que hubieron decidido… gastar algunos fragmentos de eternidad sobre la Tierra y sus habitantes. Llegaban a través de aquella ventana que habían abierto en el cielo.
Como chispas procedentes de alguna forja celestial, comenzaron a caer sobre la Tierra. Se fueron haciendo más y más espesas hasta que una catarata de fuego parecía desprenderse desde los cielos y llegar a la Tierra aplastándose en charcos de luz líquida al tocar el suelo. Alvin no tuvo necesidad de oír las palabras que sonaron en sus oídos como una bendición.
— «Los Grandes han Llegado».
El fuego le alcanzó; pero sin quemarle. Se hallaba por todas partes, llenando el gran embudo de Shalmirane con un rojo resplandor. Maravillado por el espectáculo, Alvin vio que no se trataba de una inundación de luz sin formas; si no que tenían una determinada estructura. Comenzó a resolverse en formas distintas y a reunirse en puntos separados y animados de una fuerza especial. Aquellas manchas luminosas giraban más y más rápidamente sobre sus ejes respectivos, con sus centros elevándose hasta formar columnas dentro de las cuales, Alvin captó un vistazo de configuraciones evanescentes. De aquella especie de postes totémicos resplandecientes, surgió una leve nota musical, infinitamente distante y cautivadoramente dulce.
Los Grandes han llegado.
El tiempo fue la réplica en tal situación. Al oír Alvin las palabras: «Los sirvientes del Maestro te saludan. Hemos estado esperando tu llegada», el joven supo que la barrera había caído. En aquel mismo momento, Shalmirane y sus extraños visitantes desaparecieron de la vista, y de nuevo se encontró de pie y frente al computador Central de las profundidades de Diaspar.
Todo había sido una pura ilusión, no más real que el mundo de fantasía de las Leyendas en las cuales había empleado tantas horas de su juventud. Pero… ¿cómo había sido creado aquello y de dónde habrían procedido las extrañas imágenes que había visto?
— Se trataba de un problema fuera de lo corriente — dijo la tranquila voz del Computador Central —. Sabía que el robot precisaba tener alguna concepción visual de los Grandes en su mente. Si podía convencerle de que las impresiones sensoriales recibidas coincidían con tal imagen, el resto era muy sencillo.
— ¿Y cómo lo hiciste?
— Básicamente, preguntando al robot cómo eran los Grandes y después manejando la pauta formada en sus pensamientos. Esa pauta era algo incompleta y tuve que improvisar bastante. Una o dos veces, la imagen que creé comenzó a apartarse peligrosamente de la propia concepción del robot; pero cuando tal cosa ocurrió, pude sentir la creciente perplejidad de la máquina y modificar la imagen antes de que concibiera sospechas. Tendrás que apreciar que he empleado cientos de circuitos allí donde él suele emplear uno solo y desconectar una imagen de la otra tan rápidamente que su cambio no pudiese ser apercibido. Ha sido una especie de artimaña para producir un conjuro, y tuve que saturar los circuitos sensoriales del robot y desbordar también sus facultades críticas. Lo que tú has visto ha sido sólo la imagen corregida y final… la única que encajaba con la revelación del Maestro. Fue algo en bruto; pero ha sido suficiente. El robot se ha convencido de su autenticidad lo suficiente, para que el bloqueo de su mente haya sido suprimido y en ese instante, estuve en condiciones de completar el contacto con su mente. Ya ha dejado de estar fuera de razón; ahora contestará a cuantas preguntas quieras hacerle.
Alvin estaba inmerso en una pura maravilla; el resplandor de aquel falso Apocalipsis todavía le quemaba la mente, y no intentó llegar a comprender en toda su extensión la explicación que acababa de darle en detalle el Computador Central. Pero no importaba; se había llevado a cabo un milagro terapéutico y las puertas del conocimiento se le abrían de par en par para entrar por ellas.
Después recordó la advertencia que el Computador Central le había hecho.
Jeserac y los agentes aún seguían esperando pacientemente cuando se les unieron. En lo alto de la rampa, y antes de entrar en el corredor, Alvin volvió la vista atrás por aquella enorme caverna y la ilusión aún fue más fuerte que antes. A sus pies, se extendía una ciudad muerta de extraños edificios blancos bañados por una potente luz no apropiada para ojos humanos. Podría estar muerta, ya que nunca había vivido; pero se estremecía misteriosamente con el pulso de energías más potentes que cualquiera de las que pudiera haber liberado jamás la materia orgánica. Mientras el mundo existiese, aquellas silenciosas máquinas seguirían allí, sin apartar sus mentes de los pensamientos que aquellos hombres geniales les habían proporcionado tiempo atrás, en el pasado remoto.
Aunque Jeserac le hizo preguntas en su vuelta hacia la Sala del Consejo, no pudo captar nada de la conversación que Alvin había sostenido con el Computador Central. No se trataba de una mera discreción por parte de Alvin, el joven estaba demasiado perdido en la maravilla de lo que había visto y demasiado intoxicado con el éxito, para llevar adelante ninguna conversación coherente. Jeserac comprendió en parte lo que ocurría a su discípulo y aguardo con paciencia a que el joven saliese de aquella especie de trance en que estaba sumido.
Las calles de Diaspar estaban bañadas con una luz que parecía pálida y descolorida en comparación con la observada en el fulgor que bañaba la máquina de la ciudad. Pero Alvin, apenas si se dio cuenta de su entorno, no tuvo apenas interés en fijarse en la familiar belleza de las grandes torres que encontraba al paso, como otras veces, ni hacer caso de las miradas de sus conciudadanos, curiosas y sorprendidas. Resultaba extraño, pensó, cómo todas las cosas que le habían ocurrido, le habían llevado al momento presente. Desde que encontró a Khedrom, todo parecía haberse movido automáticamente hacia un objetivo predeterminado. Los Monitores… Lys… Shalmirane, cada una de cuyas fases pudo muy bien haberle apartado de su inconsciente propósito; pero algo le había impelido a continuar hacia delante. ¿Era él el constructor de su propio destino, o estaría especialmente favorecido por el Hado? Quizá todo fuese una sencilla cuestión de probabilidades, o resultado de las leyes del azar. Cualquier hombre puede encontrar las huellas de sus pisadas trazadas en el camino seguido, y seguramente, que en incontables veces en el pasado, otros hombres habrían llegado tan lejos. Aquellos raros y antiguos Únicos por ejemplo… ¿qué habría sido de ellos? Tal vez sería él el único favor merecido con la suerte y la fortuna.
Por todo el camino de regreso a través de las calles de Diaspar, Alvin fue estableciendo un contacto más y más íntimo con el robot que había sido desligado de su traba tan antiguamente impuesta. Ya estaba en condiciones de sostener una completa comunicación con el robot; pero aún dudaba de sí obedecería sus instrucciones o no. Ahora que la incertidumbre había desaparecido; podía hablarle como si se tratase de otro ser humano cualquiera, aunque no estando solo no podía utilizar el discurso verbal sino mediante el empleo de imágenes mentales de pensamientos que pudiese comprender. Alvin se sentía resentido a veces por el hecho de que los robots pudiesen entenderse entre sí mediante la telepatía, cosa que él no podía, ni el resto de los demás hombres… excepto en Lys. Aquélla era otra fuerza que Diaspar había perdido o que había dejado deliberadamente perder.
Continuó silenciosamente su conversación con el robot, mientras que aguardaban de nuevo en la antecámara de la Sala del Consejo. Era imposible dejar de comparar aquella situación con aquella otra de Lys, cuando Seranis y sus colegas habían tratado de inclinar su voluntad hacia ellos. Esperó que no se presentaran ulteriores conflictos de aquella especie; pero de surgir alguno, ahora estaba bien preparado para enfrentarse a él con nuevas armas.
Su primera mirada a los miembros del Consejo, le dijo qué decisión había sido ya tomada. No se encontraba ni sorprendido ni particularmente decepcionado y no mostró ninguna emoción particular que los Consejeros hubieran esperado ver reflejada en su rostro al tener que escuchar el resumen del Presidente, en forma de veredicto:
— Alvin — comenzó a decir el Presidente —. Hemos considerado con gran atención la situación causada por tus descubrimientos y hemos llegado a una decisión unánime. Como quiera que ninguno de nosotros deseamos cambio alguno en nuestras vidas y porque sólo una vez en muchos millones de años hay alguien capaz de abandonar Diaspar, aunque exista el medio de hacerlo, el sistema de túneles conducentes a Lys va a ser cerrado para siempre, ya que puede constituir un peligro. La entrada a la Cámara de las Vías Rodantes ya ha sido sellada a partir de este momento. Por lo demás, puesto que existe la posibilidad de que haya otra forma de escape en la ciudad, se está llevando a cabo una búsqueda sistemática por los monitores.
«Hemos estado considerando qué acción sé tomarla contra ti, de haber alguna. En vista de tu juventud y de las peculiares circunstancias de tu origen, creemos que no puedes ser censurado por lo que has hecho. Ciertamente también, al descubrir un peligro potencial para nuestra forma de vivir, has prestado a la ciudad un gran servicio, que reconocemos y que constará en acta por tal hecho.
Se produjo un murmullo de aplausos y la satisfacción se extendió por todos los rostros de los Consejeros. Se había tratado una difícil situación, se había evitado la necesidad de una reprimenda hacia Alvin, y ya podían irse, como ciudadanos de Diaspar, seguros de haber cumplido con sus deberes. Con una razonable buena suerte, podían contarse que transcurrirían siglos antes de que tuvieran que reunirse de nuevo.
El Presidente miró expectante hacia Alvin; tal vez esperase que éste, en reciprocidad, se expresase en un sentido de aprecio por haberle permitido el Consejo salir tan bien librado del asunto. Pero pareció sentirse decepcionado.
— ¿Puedo hacer una pregunta? — dijo Alvin cortésmente.
— Por supuesto.
— El Computador Central… ¿ha aprobado su decisión?
Corrientemente, aquélla era una impertinencia casi inadmisible. Se suponía que el Consejo no tenía que justificar sus decisiones o explicar de qué forma había llegado a sus juicios finales. Pero Alvin había gozado de la confianza del Computador Central por alguna extraña razón. Se encontraba en una posición privilegiada.
La pregunta causó un cierto embarazo y la réplica llegó a sus oídos con cierta reluctancia.
— Naturalmente; hemos consultado con el Computador Central. Nos ha dicho que actuásemos según nuestro propio juicio.
Alvin había esperado aquello. El Computador Central pudo haber estado conferenciando con el Consejo en el preciso momento en que estuvo hablando con él, de hecho en el mismo instante como si atendiese a cualquiera de las otras millones de tareas que le estaban asignadas en una ciudad como Diaspar. El gran cerebro sabía, como Alvin ahora, que la decisión que tomase el Consejo no tenía apenas importancia. El futuro había pasado totalmente más allá de su control en el preciso instante, en que con una feliz ignorancia, decidió que la crisis con la que se había enfrentado, había sido resuelta con seguridad.
Alvin no sintió ninguna idea de superioridad, ni ninguna de las dulces anticipaciones de un triunfo inmenso, mientras observaba a aquellos viejos ilusos que se creían rectores de la ciudad. Alvin sí que había visto al verdadero rector de los destinos de Diaspar y había hablado con él en el silencio de su brillante y oculto mundo. Aquél había sido un encuentro que había quemado la mayor parte de la arrogancia de su espíritu; pero dejándole la suficiente para una aventura final que sobrepasaría todo cuanto había hecho hasta entonces.
Al abandonar la Sala del Consejo, se imaginó si sus miembros se hallarían sorprendidos respecto a su quieta aquiescencia y a su falta de indignación por haber cerrado el paso hacia Lys. Los agentes dejaron ya de acompañarle; ya no estaba bajo observación ni vigilancia, al menos, de una forma abierta. Sólo Jeserac le siguió fuera de la Cámara del Consejo y a las calles llenas de gente y multicolores, de la gran ciudad.
— Bien, Alvin — dijo el anciano tutor —. Estuviste en tu mejor forma; pero a mí no puedes decepcionarme. ¿Qué es lo que estás planeando?
Alvin se sonrió.
— Sabía que estarías sospechando algo; pero si vienes conmigo te mostraré que el subterráneo que conduce a Lys ha dejado de tener importancia. Hay otro experimento que voy a intentar; no te hará el menor daño, pero puede que no te guste.
— Está bien. Se supone todavía que sigo siendo tu tutor; pero parece que los papeles se hayan invertido. ¿Adónde vas a llevarme?
— Vamos a ir a la Torre de Loranne y voy a mostrarte el mundo que existe al exterior de Diaspar.
Jeserac palideció; pero disimuló su emoción. Después, como si no diese crédito a las palabras del joven, hizo un rígido gesto de aprobación y siguió a Alvin por la suave y deslizante superficie de la vía rodante.
Jeserac no mostró miedo mientras se dirigían a lo largo del túnel a través del cual, el viento soplaba eternamente en el interior de Diaspar. El túnel había cambiado entonces, la rejilla de piedra que había bloqueado el acceso al mundo exterior había desaparecido. No servía para ningún propósito estructural y el Computador Central la había suprimido sin comentario alguno a petición de Alvin. Más tarde, daría instrucciones a los Monitores para recordar de nuevo la rejilla, que aparecía otra vez en su lugar. Pero por el momento el túnel desembocaba sin valía alguna y sin defensa ni guardia, a la muralla exterior de la ciudad y a su profundidad casi cortada a pico desde su gran altura.
Jeserac no se dio cuenta de que el mundo exterior se hallaba sobre él, basta casi haber llegado al fin del aeroducto. Miró el círculo de cielo que se extendía ante sus ojos y sus pasos se hicieron más y más inciertos hasta que finalmente se detuvo. Alvin recordó cómo Mystra había salido corriendo desde aquel mismo lugar y pensó en cómo induciría a Jeserac a avanzar un poco más.
— Sólo te estoy pidiendo que mires — suplicó Alvin —, no a que dejes la ciudad. ¡Creo que podrás hacerlo!
Durante su breve estancia en Airlee, Alvin había visto a una madre enseñar a andar a su hijito. Sin poderlo evitar, se le vino aquella escena a la memoria, al tener que coger por el brazo a su viejo tutor y ayudarle a seguir adelante por el corredor, dándole ánimos, mientras Jeserac avanzaba paso a paso con evidente resistencia contraria a su voluntad. Pero Jeserac, a diferencia de Khedrom, no era cobarde. Estaba preparado a luchar contra su compulsión y fue una lucha desesperada. Alvin estaba casi agotado al igual que el anciano en el momento en que llegaron a un punto desde donde se podía ver la totalidad de aquel inmenso e ininterrumpido océano del desierto que se extendía ante sus ojos.
Una vez allí, el interés y la extraña belleza de la escena, tan extraña para Jeserac y para todos los recuerdos de todas sus anteriores existencias, que pareció sobreponerse a sus temores. Estaba claramente fascinado por aquella inmensa vista de las dunas ondulantes y de las lejanas y distantes colinas, casi perdidas en la lejanía Eran ya las horas del atardecer y dentro de muy poco toda aquella tierra sería visitada por la noche que jamás llegaba a Diaspar.
— Te rogué que vinieses aquí —le dijo Alvin, hablando rápidamente como si apenas pudiese controlar su impaciencia— porque sé que te tienes merecido más derecho que ninguna otra persona a ver dónde me conducen mis viajes. Quería también que vieras el desierto y además que seas un testigo para que el Consejo sepa lo que he hecho.
«Como le dije al Consejo, traje este robot de Lys en la esperanza de que el Computador Central fuese capaz de quebrantar el bloqueo que le fue impuesto una vez en sus recuerdos, por el hombre que fue conocido por el Maestro. Mediante un truco que todavía no he comprendido muy bien del todo, el Computador lo hizo— Ahora, tengo acceso a todas las memorias de esta maravillosa máquina, lo mismo que a los sutiles dispositivos que se diseñaron en su interior. Voy a utilizar ahora una de sus habilidades. Observa.
Bajo una orden silenciosa que ni siquiera Jeserac pudo imaginar el robot flotó y salió volando fuera del túnel, a una velocidad enorme cada vez mayor, hasta que a los pocos segundos, sólo era perceptible como una mácula brillante de metal, a la luz del sol, en la distancia sobre el desierto. Volaba a baja altura sobre las dunas, con su aspecto de olas inmóviles y heladas, zigzagueando a veces pero dando la impresión de que buscaba algo, que Jeserac no podía ni imaginar siquiera.
Después, bruscamente, aquella manchita brillante, se elevó rápidamente hacía el cielo y quedó inmóvil a un millar de pies de altura. En el mismo momento. Alvin dejó escapar un suspiro de alivio y de satisfacción. Echó una mirada de reojo a Jeserac, como si quisiera decir: ¡Allí está!
Al principio, no sabiendo qué esperar, Jeserac no pudo apreciar ningún cambio en la escena. Después, y casi no dando crédito a sus propios ojos, vio que una nube de polvo comenzaba a levantarse lentamente del desierto.
No hay nada más terrible que el movimiento, allí donde no se espera movimiento alguno; pero Jeserac estaba ya desbordado por lo fantástico, cuando las dunas comenzaron a abrirse en un largo trecho como queriendo dejar algo al descubierto. Bajo las arenas del desierto, algo se movía, como un gigante despierto de un largo sueño y en el acto llegó a los oídos de Jeserac el ruido estruendoso de la tierra que se desploma y la conmoción de las rocas que se parten en dos por una fuerza irresistible. Entonces, súbitamente, un gran géiser de arena surgió en erupción a cientos de pies por el aire, escondiendo el terreno existente debajo.
Poco a poco, el polvo comenzó a sedimentarse, mostrando como una enorme herida dentada que se hubiese abierto en pleno desierto. Pero Jeserac y Alvin todavía tenían los ojos puestos en el cielo abierto donde hacía tan poco rato sólo permanecía suspendido el robot. Por fin Jeserac comprendió por qué Alvin se había mostrado tan indiferente a la decisión del Consejo y por qué no había mostrado emoción alguna cuando le dijeron que se había condenado la única salida de Diaspar.
Las capas de arena y tierra emborronaron algo; pero no pudieron ocultar las orgullosas líneas de una espléndida nave espacial que ascendía del hendido desierto. Mientras Jeserac observaba atónito, la nave espacial giró suavemente hacia ellos propia dirección. Hasta dirigirse rectamente en su Alvin comenzó a hablar rápidamente, como sí le faltase tiempo.
— Este robot fue designado para ser el acompañante del Maestro y servirle y más que todo, como el piloto de esa nave espacial. Antes de ir a Lys, ya había aterrizado en el Puerto de Diaspar que ahora yace bajo esa tumba de arena. Incluso en aquella época ya debió hallarse bastante abandonado, creo que la nave del Maestro fue tal vez una de las últimas que llegaron a la Tierra. Vivió algún tiempo en Diaspar antes de ir a Shalmirane; el camino debía estar abierto normalmente en aquella época lejana. Pero ya no volvió jamás a necesitar la nave espacial y durante todas estas edades pasadas ha permanecido oculta en la arena del desierto. Como la propia Diaspar, y como este mismo robot, y como todas las cosas a las cuales concedieron importancia los constructores del pasado, fue preservada por sus propios circuitos de eternidad. Teniendo sus propios recursos energéticos, nunca ha podido ser estropeada o destruida; las imágenes que llevan sus células de memoria no se han desvanecido nunca y esa imagen controla su estructura física.
La nave se encontraba ya muy próxima a la boca del túnel sobre el precipicio, yendo controlada por el robot y dirigida lentamente hacia la Torre. Jeserac pudo apreciar que tendría unos treinta metros de longitud y agudamente afilada en punta en ambos extremos. No se apreciaban aberturas ni ventanas de ningún género, aunque la espesa capa de tierra que la recubría hacía imposible el estar cierto de aquello.
Bruscamente, se abrió toda una sección de la nave, arrojando con ella la tierra que la recubría al exterior, y Jeserac captó un vistazo de una pequeña cabina con una segunda puerta al otro extremo. La nave estaba suspendida en el aire a un pie escaso de la entrada del aeroducto y se aproximaba suave y cautelosamente como un ser sensible.
— Adiós, Jeserac — le dijo Alvin —. No puedo volver a Diaspar para despedirme de mis amigos: por favor, hazlo por mí. Di a Eriston y a Etania que volveré pronto; de no ser así, les quedaré muy reconocido por cuanto han hecho por mí. También te quedo a ti muy agradecido, aunque no hayas aprobado la forma en que he aprendido muchas de tus lecciones. Respecto al Consejo… ¡diles de mi parte que un camino que se abre una vez no puede cerrarse de nuevo por el simple hecho de aprobar una resolución!
La nave era ya sólo una simple manchita perdida en el cielo, hasta que Jeserac la perdió de vista. Apenas si vio cómo desaparecía; pero a sus oídos llegó el eco procedente de los cielos del más aterrador ruido de cuantos el Hombre había producido… el trueno lejano y persistente del aire que cae, milla tras milla, a lo largo de un túnel al vacío súbitamente en la distancia del firmamento.
Aún después de haberse perdido todo eco lejano de la nave espacial y quedar nuevamente el desierto con su calma infinita, Jeserac continuó allí inmóvil. Estaba pensando en el muchacho que se había ido… ya que para Jeserac, Alvin siempre sería un chiquillo, el único llegado a Diaspar desde que el ciclo del nacimiento y la muerte se habían roto, tanto tiempo atrás en el pasado. Alvin nunca crecería; para él, la totalidad del universo era una cosa para jugar con ella, un rompecabezas a resolver para su propia distracción y entretenimiento. En aquel juego, había encontrado el último y más terrible juguete que podía hundir lo que quedaba de la civilización humana… pero ocurriese lo que ocurriese, para él siempre seguiría siendo un juego.
El sol ya estaba muy bajo en el horizonte y un viento frío soplaba procedente del desierto. Pero Jeserac aguardó todavía dominando sus temores, hasta que de pronto, y por primera vez en su vida, vio las estrellas…
Incluso en Diaspar, Alvin rara vez había visto un tal lujo y una tal comodidad como la existente en el interior de la nave espacial, una vez cerrada la cámara de compresión. Sea lo que hubiera sido en vida, por lo menos el Maestro no había sido un asceta. Hasta algo más tarde, Alvin no comprendió que todo aquel confort podría no ser una vana extravagancia y que aquel pequeño mundo tuvo que haber sido el hogar permanente del Maestro en muchas y largas jornadas entre las estrellas.
No aparecían controles visibles de ningún género, sino la ancha pantalla oval que cubría completamente la pared opuesta y que mostraba a las claras que no era aquella una habitación ordinaria y corriente. Alineadas en semicírculo ante ella, aparecían tres camas de poca altura y el resto de la cabina, ocupado por dos pequeñas mesas y un cierto número de sillas plegadas, algunas de las cuales obviamente no concebidas para soportar cuerpos humanos.
Cuando se hubo puesto cómodo frente a la pantalla, Alvin miró en busca del robot. Para su sorpresa, había desaparecido; después le localizó, tranquilamente suspendido contra el techo curvado de la cabina. Había traído al Maestro a través del espacio a la Tierra y después, como fiel sirviente, le había seguido hasta Lys. Ahora estaba otra vez dispuesto, como si los eones de tiempo pasado no hubieran contado, a llevar a cabo de nuevo sus deberes una vez más.
— Llévame a Lys. — La orden era bastante sencilla… pero ¿Cómo podría obedecerle la nave si ni él mismo tenía la menor idea de su situación geográfica?
Alvin no había considerado esta importante cuestión; pero al ocurrírsele, la máquina estaba ya moviéndose a través del desierto a una tremenda velocidad. Se encogió de hombros, aceptando agradecido el hecho de que disponía de sirvientes más sabios que él.
Resultaba difícil juzgar la escala de la imagen que corría sobre la pantalla; pero debieron transcurrir muchísimas millas por minuto. No lejos de la ciudad, el color del terreno había cambiado bruscamente hacia un gris sombrío y Alvin comprendió que deberían estar pasando sobre lo que en tiempos tuvo que haber sido el lecho de uno de los océanos perdidos de la Tierra. Diaspar estuvo en remotísimos tiempos no lejos del mar, aunque nunca vio ni la más ligera huella en los más antiguos registros e imágenes que se conservaban en la ciudad. Aunque la ciudad era antigua, los océanos tuvieron que haber desaparecido mucho tiempo antes de su construcción.
Cientos de millas más tarde, el suelo se elevó visiblemente y recomenzó el desierto. En una ocasión, Alvin detuvo la nave sobre un curioso dispositivo de líneas entrecruzadas que se mostraban levemente a través de aquella sábana arenosa. Por un momento se sintió confundido; hasta darse cuenta, poco después, de que estaba sobre las ruinas de alguna ciudad olvidada. La visión duró poco y más pronto aún retiró sus ojos de ella; resultaba estremecedor contemplar que cientos de millones de hombres no hubiesen dejado tras de sí nada más que aquellas rayas en la arena…
La suave curva del horizonte, se alteró al fin, definiéndose en montañas que se hallaron bajo la nave apenas fueron divisadas. La máquina deceleraba ostensiblemente en aquel momento, reduciendo su velocidad y cayendo hacia tierra en un gran arco de unas cien millas de longitud. Bajo él se halla el territorio de Lys, con sus bosques y ríos sin fin formando una escena de incomparable belleza. Aquella visión le cautivó de tal manera, que durante un rato, no pudo continuar adelante. Hacia el este, la tierra aparecía oscurecida y sombreada y los grandes lagos surgían como enormes piscinas de un negro de noche. Pero en dirección al oeste y al crepúsculo, las aguas se movían y brillaban con los últimos toques de luz solar, enviándole los más bellos juegos de colores que jamás hubiese contemplado.
No resultó difícil localizar Airlee, lo que resultó una circunstancia afortunada, ya que el robot no podía conducirle más allá. Alvin así lo había esperado, alegrándose en cierta forma de las limitaciones de sus poderes. No era verosímil que el robot hubiera oído jamás hablar de Airlee, por tanto, la posición de la pequeña ciudad no habría sido jamás almacenada en sus circuitos y células de memoria.
Tras unos pequeños experimentos, Alvin llevó a la nave a una posición de reposo en la falda de la colina, desde donde vio por primera vez el territorio de Lys. Resultaba completamente fácil controlar aquella maravillosa nave espacial; sólo tenía que indicarle sus deseos generales, y el robot atendía inmediatamente los detalles. Tendría, naturalmente, que ignorar aquellas órdenes peligrosas o imposibles, según imaginó Alvin y ni que decir tiene que el joven no tenía la menor intención de dárselas, siempre que pudiese evitarlo.
Alvin estuvo bastante seguro de que nadie debió haberles visto llegar. Aquello era muy importante, ya que no sentía tampoco el menor deseo de mezclarse en una lucha mental con Seranis una vez más. Sus planes todavía eran vagos, en cierta forma. Se tendrían que correr algunos riesgos, hasta haber establecido ulteriores relaciones amistosas. El robot podría muy bien actuar como su embajador, mientras él permanecía seguro en la nave espacial.
No se encontró a nadie en su camino hacia Airlee. Resultaba extraño permanecer sentado en la astronave, mientras que su campo de visión se movía sin esfuerzo a lo largo del sendero que ya le era familiar, con los murmullos del bosque sonándole en sus oídos. Así y todo era incapaz de identificarse a sí mismo completamente con el robot. El esfuerzo de su control remoto era todavía muy considerable.
Era ya oscuro, en el anochecer, cuando llegó a Airlee, donde las casitas de la pequeña ciudad lucían inundadas de luz. Alvin se mantuvo en las sombras y casi llegó al hogar de Seranis antes de que fuese descubierto. Sé produjo de repente un irritado chillido y su vista se vio bloqueada por un furioso aletear de una masa de pequeñas alas. Se echó hacia atrás involuntariamente ante aquel asalto inesperado, hasta darse cuenta al instante de lo ocurrido. Krif expresaba de nuevo su resentimiento contra cualquier cosa que volase suspendido del aire sin tener alas.
No queriendo hacer daño a aquella bella, aunque estúpida criatura, Alvin llevó el robot a un punto de reposo, aun teniendo que soportar lo mejor que pudo los picotazos y ataques que parecían caer como una lluvia sobre el robot, proyección lejana de su propia personalidad. Aun estando sentado confortablemente a una milla de distancia no podía evitar lo que sucedía, hasta comprobar con gran alegría que apareciese Hilvar a investigar lo que estaba ocurriendo.
Al aproximarse su dueño, Krif se marchó, todavía zumbando irritado. En el silencio que siguió, Hilvar se quedó mirando fijamente al robot durante unos instantes. Después, sonrió francamente.
— Hola, Alvin — dijo. Me alegro de que hayas vuelto. ¿O estás todavía en Diaspar?
De nuevo Alvin sintió una envidiosa admiración por la rapidez y la precisión de la mente de Hilvar.
— No — repuso, imaginando si su voz se oiría bien a través del robot —. Estoy en Airlee, y a poca distancia de ti. Pero voy a quedarme aquí por ahora.
Hilvar rió abiertamente.
— Creo que has hecho muy bien. Seranis ya ha olvidado lo sucedido, aunque por lo que respecta a la Asamblea… bueno, eso ya es otra cosa. De aquí a un rato habrá una conferencia… la primera que hayamos tenido jamás en Airlee.
— ¿Quieres decir que los consejeros han venido a reunirse en persona? Yo creía que con vuestros poderes telepáticos tales reuniones serían innecesarias.
— Y lo son; pero hay veces en que son deseables. No conozco la exacta naturaleza de la crisis; pero ya han llegado tres senadores y el resto están a punto de aparecer.
Alvin no pudo por menos de sonreír en la forma en que los acontecimientos de Diaspar se habían reflejado allí. A donde quiera que fuese, parecía ir dejando un rastro de consternación y alarma tras él.
— Creo que sería una buena idea — dijo a Hilvar— si yo pudiese hablar ante vuestra Asamblea… en tanto en cuanto pueda hacerlo con la suficiente seguridad.
— Sería mucho más seguro para ti que vinieses en persona — le contestó su amigo, si la Asamblea promete no tratar de asaltar tu mente otra vez. Además, yo estaré donde tú estés. Llevaré también a tu robot a los senadores… creo que se sentirán más bien trastornados al verlo.
Alvin volvió a sentir aquella sensación de aprecio hacia su amigo y de alegría Interior al seguir a Hilvar hacia su casa. Ahora se enfrentaría con los gobernadores de Lys en igualdad de términos, y aunque no sentía rencor contra ellos, era muy agradable saber que entonces era el dueño de la situación y en posesión de poderes que ni siquiera él mismo tenía una perfecta idea de su grandioso alcance.
Se cerró la puerta de la sala de la conferencia y transcurrió algún tiempo antes de que Hilvar atrajese la atención de los allí reunidos. Las mentes de los senadores, al parecer, se hallaban tan completamente inmersas en intercambios telepáticos, que resultaba difícil interrumpir sus silenciosas deliberaciones. Después y como con cierta reluctancia, se deslizó una de las paredes hacia un lado y Alvin movió su robot rápidamente al interior de la sala de conferencias.
Los tres senadores se quedaron helados en sus asientos, mientras que volaba hacia ellos; pero sólo una chispa de sorpresa cruzó el rostro de Seranis. Tal vez Hilvar le hubiese enviado ya un aviso previo o quizá ella lo hubiese esperado, pensando que más pronto o más tarde, Alvin volvería.
— Buenas noches — dijo cortésmente, como si aquella simple entrada hubiera sido la cosa más natural del mundo. He decidido volver con vosotros.
La sorpresa excedió a cuanto esperaba, ciertamente. Uno de los senadores, un joven con algunos cabellos grises, fue el primero en recobrar su compostura.
— ¿De qué forma viniste hasta aquí? —le preguntó.
La razón para la sorpresa era evidente. Al igual que Diaspar había hecho, Lys había puesto el transporte subterráneo fuera de todo servicio.
— Pues de la misma forma que la última vez — repuso Alvin, sin poder resistir la tentación de divertirse un poco a costa de los gobernadores de Lys.
Dos de los senadores miraron fijamente al tercero, que extendió los brazos en un gesto de chasqueada resignación. Entonces, el joven que se había dirigido a él por primera vez, habló de nuevo.
— ¿Y no tuviste… ninguna dificultad?
— En absoluto — repuso Alvin en el acto, determinado a incrementar la confusión de sus oyentes. Comprobó entonces que su éxito era indiscutible —. He vuelto de nuevo — continuó —, por mi propia y libre voluntad y porque tengo algunas importantes noticias para vosotros. Sin embargo, en vista del anterior desacuerdo, permanezco fuera de vuestra vista por el momento. Si aparezco en persona ante vosotros, ¿prometéis no intentar de nuevo el restringir mis movimientos?
Nadie respondió durante un rato, y Alvin estuvo seguro de que mientras tanto se estaban intercambiando rápidas impresiones telepáticas. Al final, Seranis habló en nombre de todos.
— No intentaremos controlarte de nuevo, Alvin, aunque no pienso que antes tuviéramos éxito.
— Muy bien, pues. Estaré en Airlee tan pronto como pueda.
Alvin esperó que el robot estuviese de vuelta; después, con mucho cuidado, dio instrucciones a la nave estelar e hizo que se las repitiera. Estaba seguro de que Seranis no faltaría a su palabra; pero de todas formas, prefería tener salvaguardada su línea de retirada, por lo que pudiera ocurrir.
La cámara de compresión se cerró silenciosamente tras él al abandonar la nave. Un momento después, se oyó un murmurante silbido apagado, como un silencioso grito de sorpresa y el aire dejó paso a la nave que saltaba al espacio. Por unos instantes, una mancha oscura salpicó el cielo estrellado, para desaparecer de la vista casi al momento.
Hasta no desvanecerse por completo, Alvin no cayó en la cuenta de que había hecho una ligera y preocupante equivocación posible, que muy bien pudiera acarrearle el desastre de todos sus planes. Había olvidado que los sentidos del robot eran mucho más agudos que los suyos propios y que la noche era mucho más oscura de lo que habría esperado. Más de una vez perdió el sendero por completo, en su camino hacia Airlee y varias veces apenas si pudo evitar el chocar contra los árboles. En los bosques reinaba una casi completa oscuridad y una vez vio algo bastante grande de tamaño que se dirigía hacia él a través de la espesura. Se produjo un ligero aleteo y dos ojos de color esmeralda le miraron a la altura del pecho. Llamó a aquella criatura con voz suave y una lengua increíblemente larga raspeó contra su mano. Momentos después un cuerpo poderoso se frotaba afectuosamente contra él y se marchó sin el menor ruido. No pudo tener idea de lo que habría sido.
A poco, las luces de la pequeña población brillaron entre los árboles que tenía frente a él y ya no tuvo necesidad de la guía que le hubiese podido ofrecer el sendero de acceso a Airlee, ya que bajo sus pies se extendía todo un río de una intensa luz azul. El musgo sobre el que caminaba, era luminiscente y sus pisadas iban dejando oscuras manchas que desaparecían lentamente tras él. Fue una hermosa entrada en Airlee y queriendo comprobar aquel misterioso musgo fluorescente, Alvin tomó un puñado entre sus manos que brilló durante unos minutos antes de desvanecerse su luminiscencia.
Hilvar le salió al encuentro al exterior de la casa y por segunda vez le presentó a Seranis y a los senadores. Le saludaron con una especie de bondadosa y algo retraída cortesía y respeto. Si quisieron saber a dónde habría ido a parar el robot, al menos no lo dieron a entender.
— Lo lamento mucho comenzó a decir Alvin— de que tuviera que abandonar vuestro país en una forma tan poco digna. Es posible que os interese saber que fue casi tan difícil como el abandonar Diaspar… — Dejó unos instantes en suspenso su discurso para que hiciera efecto su observación, para continuar—: He hablado a mi pueblo respecto a lo que es Lys e hice cuanto estuvo en mis manos para darles la más favorable de las impresiones. Pero Diaspar no quiere saber nada con vosotros. A despecho de cuanto pude decirles en vuestro favor, Diaspar se muestra enemiga de contaminarse con una cultura inferior y quiere evitarlo por todos los medios.
A Alvin le resultó de lo más satisfactorio el presenciar las reacciones de los senadores e incluso la educada Seranis enrojeció visiblemente ante sus palabras. De poder enfrentar a Diaspar y a Lys lo suficientemente, su problema estaría casi más que medio resuelto. Cada una de las dos partes se hallaba tan ansiosa de demostrar la superioridad de su forma de vida, que las barreras existentes entre los dos territorios pronto habrían caído para siempre.
— ¿Por qué has vuelto de nuevo a Lys? — preguntó Seranis.
— Porque quiero convenceros a vosotros, lo mismo que a Diaspar, de que habéis cometido todos un grave error. — No añadió ninguna razón… la de que en Lys estaba el único amigo con quien estaba seguro de contar y cuya ayuda necesitaba en aquel momento.
Los senadores continuaron silenciosos, esperando a que continuase Alvin en su disertación, y éste comprendió que a través de los ojos de los allí presentes y escuchando por sus oídos, había muchas otras personas invisibles en la sala de conferencias, de poderosas inteligencias. El actuaba como representante de Diaspar y la totalidad de Lys estaba juzgándole por aquello que pudiera decir. Era una enorme responsabilidad y se sintió un tanto amilanado ante ella. Dominó valientemente sus pensamientos y continuó:
Su tema fue concretamente Diaspar. Pintó a la ciudad inmortal tal y como la había visto, soñando en el corazón del desierto, con sus enormes torres resplandeciendo como cautivos arco iris luciendo contra el cielo. Del tesoro de su memoria, recordó líricamente los cantos que los escritores y poetas antiguos habían escrito en alabanza de Diaspar, y se refirió al incontable número de hombres que habían empleado sus vidas en embellecer la ciudad. Ningún ser humano, por mucho tiempo que hubiera vivido, podría haber agotado los inmensos tesoros de la ciudad inmortal, ya que siempre existía algo nuevo. Contó con detalle algunas de las muchas maravillas que los hombres de Diaspar habían conseguido, tratando de calar en la mente de los que le escuchaban, para darles una visión aproximada, algunos de los encantos que los artistas del pasado habían creado genialmente para la eterna admiración de los hombres. Remarcó incluso, que la música de Diaspar era el último sonido que la Tierra hubiera esparcido entre las estrellas.
Le escucharon hasta el fin, sin interrumpirle y sin formularle preguntas. Cuando acabó, era ya bastante tarde y Alvin se sintió realmente cansado, tanto como jamás recordó haberlo estado en toda su vida. El esfuerzo y la excitación de aquel largo día había podido más que su voluntad y sin apenas darse cuenta se quedó profundamente dormido.
Cuando despertó, se halló en una habitación extraña y transcurrieron algunos momentos antes de darse cuenta de que no estaba realmente en Diaspar. Conforme retornaba su consciencia, la luz fue aumentando en su entorno hasta hallarse bañado en el suave y frío resplandor del sol de la mañana, filtrándose por las traslúcidas paredes. Permanecía en una especie de duermevela recordando los acontecimientos del día anterior y especulando sobre qué poderes y fuerzas tendrían ahora que ponerse en acción.
Con un suave y musical sonido, una de las paredes comenzó a replegarse sobre sí misma en una forma tan sutil y extraña que escapaba a sus propios ojos. Hilvar entró por la abertura y miró a Alvin con una expresión medio divertida y medio preocupada.
— Ahora que estás despierto, Alvin, tal vez quisieras explicarme cuál va a ser el próximo paso que vas a dar, al menos, y cómo vas a arreglártelas para volver aquí. Los senadores acaban de ir a echar un vistazo al sistema de transporte subterráneo, ya que no pueden comprender en modo alguno cómo viniste por él. ¿Fue así como viniste a Lys?
Alvin se tiró de la cama y se desperezó con fuerza mientras decía:
— Quizá será mejor que vayamos a su encuentro No quiero que pierdan el tiempo lastimosamente. Y respecto a la pregunta que acabas de hacerme… dentro de poco te mostraré la respuesta.
Casi habían llegado hasta el lago antes de alcanzar a los tres senadores, y ambos grupos se intercambiaron los saludos de rigor. El Comité de Investigación pudo comprobar que Alvin sabía a donde iba y su inesperado encuentro les dejó en cierta forma perplejos.
— Me temo que os confundí la noche pasada — dijo Alvin alegremente —. No vine a Lys por la antigua ruta; pero vuestro intento de cerrarla fue totalmente innecesario. De hecho y como cosa cierta, El Consejo de Diaspar también ha cerrado el otro extremo, con la misma falta de éxito.
Los rostros de los senadores eran un verdadero estudio de perplejidad mientras que una solución tras otra, discurría a través de sus mentes.
— Entonces ¿cómo llegaste hasta aquí? —le preguntó el jefe del grupo. Entonces pareció surgir una chispa de comprensión en sus ojos y a Alvin le pareció que había comenzado a sospechar la verdad. Especuló sobre si la orden que había dado había sido interceptada a través de las montañas. Pero no dijo nada, limitándose a señalar hacia el cielo del norte.
Demasiado rápido para seguirse con la vista, algo en forma de una gran aguja plateada y luminosa se arqueó por sobre las montañas dejando detrás de sí un rastro de una milla de incandescencia. Se detuvo a unos veinte mil pies encima de Lys, permaneciendo allí como una estrella brillante. No se produjo deceleración ninguna, ni frenazo aparente en tan colosal velocidad. Se detuvo instantáneamente, de forma tal que los ojos que le habían seguido en su marcha cruzaron un cuarto del cielo aparente para volver a comprobar más atrás el sorprendente fenómeno de aquella fabulosa nave espacial. A los pocos instantes, pareció desprender de los cielos un trueno; el sonido producido por el aire al ser batido y aplastado por la violencia del paso de la nave. Un poco más tarde, la propia nave, brillando esplendorosamente a la luz del sol, se detuvo silenciosamente en la falda de una colina a un centenar de yardas de distancia.
Resultaba difícil decir quién estaba más asombrado; pero Alvin fue el primero en recobrarse. Conforme se aproximaban, casi corriendo hacia la nave, el joven se preguntó si siempre viajaría de aquella forma meteórica. El pensamiento era desconcertante, aunque lo cierto es que viajando en su interior, no se notaba la menor sensación de movimiento. Considerablemente más desconcertante, sin embargo, era el hecho de que el día de antes, aquella resplandeciente maravilla mecánica hubiera permanecido escondida bajo una espesa capa de roca dura como el hierro; la envoltura que aún retenía al ser liberada de las entrañas del desierto. No fue sino hasta que Alvin llego a la nave y se quemó los dedos al dejarlos posar incautamente sobre el casco, cuando comprendió lo sucedido. Cerca de la popa, aún quedaban restos de tierra; pero se habían fundido en lava. Todo lo demás había desaparecido, dejando al descubierto la Purísima estructura metálica que ni el tiempo, ni ninguna fuerza natural, pudo haberla afectado.
Con Hilvar a su lado, Alvin se irguió en la puerta abierta de la nave y se volvió hacia los silenciosos senadores. Quiso saber en qué estarían pensando y qué… por cierto, pensaría todo Lys. A juzgar de sus expresiones, parecía que se hallasen más allá de todo pensamiento…
— Voy a ir a Shalmirane — dijo Alvin— y volveré a Airlee en una o dos horas. Pero esto es sólo el principio, y mientras estoy ausente hay algo que quiero que sepáis. Este no es un aparato volador de cualquier clase, de la que los hombres utilizaban para volar sobre la Tierra en tiempos pasados. Es una nave estelar, una de las más rápidas jamás construidas por el genio humano. Si queréis saber dónde la encontré, tendréis que ir a Diaspar y encontrar allí la solución. Pero es preciso que vayáis, ya que Diaspar nunca vendrá aquí.
Se volvió hacia Hilvar y le hizo una señal hacia la puerta. Hilvar vaciló un solo instante, mirando el paisaje que le era tan familiar a su alrededor. Después se introdujo en la cámara de compresión.
Los senadores se quedaron observando hasta que la nave estelar que viajaba despacio, ya que era un corto espacio de recorrido, desaparecía hacia el sur. Después, el joven de cabellos grises, que encabezaba el grupo, se encogió filosóficamente de hombros y se volvió hacia sus colegas.
— Siempre os habéis opuesto a cualquier cambio — les dijo. Y hasta ahora habéis vencido. Pero no creo ahora que el futuro se encuentre de nuestra parte, en ningún grupo. Lys y Diaspar han llegado ambos al final de una era, y es preciso que saquemos de ello el mejor partido.
— Me temo que tienes razón — fue la respuesta sombría que se produjo. Esto es una crisis y Alvin sabe muy bien lo que ha dicho, al indicarnos que tenemos que ir a Diaspar. Ellos ya tienen noticias nuestras, por lo que resulta inútil seguir ocultando nada. Creo que es mucho mejor que nos pongamos en contacto con nuestros antiguos parientes… y creo que podremos hallarlos mucho más ansiosos de cooperar ahora.
— ¡Pero el sistema de enlace subterráneo está cerrado en ambos lados!
— Podemos abrir otro, no se tardará mucho en Diaspar hacer lo mismo.
Las mentes de los senadores, tanto los de Airlee como demás esparcidos por la totalidad del territorio de Lys, Consideraron la proposición sinceramente detestable. Pero al final, no vieron otra alternativa.
Mucho antes de lo que hubiese tenido derecho a esperar, la semilla sembrada por Alvin, estaba comenzando a florecer.
Las montañas estaban todavía inmersas en la sombra cuando llegaron a Shalmirane. Desde la altura a que volaban, el gigantesco embudo de la fortaleza parecía algo que no y sin importancia; parecía imposible que el destino de la Tierra hubiese dependido una vez de aquel círculo de ébano.
Cuando Alvin llevó la nave a un punto de reposo entre las ruinas, junto al lago, la desolación más absoluta se cerró sobre ellos, de forma sobrecogedora. Abrió la cámara de compresión y la quietud mortal del lugar pareció entrar en el interior de la nave del espacio. Hilvar, que apenas si había hablado durante el viaje, preguntó con calma:
— ¿Por qué has vuelto aquí otra vez?
Alvin no respondió hasta haber llegado al borde del lago.
— Quería mostrarte cómo era esta nave del espacio. También esperaba que el pólipo surgiese a la existencia una vez más; siento que estoy en deuda con él y quisiera decirle lo que he descubierto.
— En tal caso, tendrás que esperar — replicó Hilvar —. Creo que has vuelto demasiado pronto.
Alvin lo había esperado también; había sólo una remotísima esperanza, y no se sintió decepcionado al ver de cerca la realidad.
Las aguas del lago continuaban en una paz total, ya no se oía el latido rítmico que tanto les había sorprendido en su primera visita. Se arrodilló al borde del agua y miró a sus frías y oscuras profundidades.
Como diminutas campanillas, translúcidas, arrastrando unos tentáculos casi invisibles, aparecían bajo la superficie una infinita cantidad de pequeñas criaturas vivientes yendo de un lado a otro. Alvin sumergió la mano y captó una de ellas en el hueco; pero tuvo que arrojarla inmediatamente al sentir la quemadura instantánea de la piel, mientras profería una ligera exclamación de sorpresa y malestar.
Algún día… — quizás en años, tal vez en siglos en el futuro porvenir— aquellas medusas carentes de significado se reunirían de nuevo, y el gran pólipo volvería a renacer con todas sus memorias y recuerdos pasados eslabonados y con su consciencia surgiendo como una chispa, de nuevo a la existencia. Alvin pensó de qué forma recibiría los descubrimientos que él había hecho; podría ser muy bien que no le gustase saber la verdad relativa al Maestro. Ciertamente que sería muy difícil admitir el que todas aquellas edades de paciente espera habían sido en vano.
¿Sería así, en realidad? Por desilusionadas que aquellas criaturas tuviesen que estar en su día, su larga vigilia tendría al final su recompensa. Como por una especie de milagro, ellas habían preservado un fabuloso conocimiento del pasado del mundo, que de otra forma se habría perdido para siempre. Entonces, podrían descansar, al fin, y su credo seguiría el mismo camino que otras formas de fe hubieron seguido en la historia del mundo, creyéndose eternas.
Hilvar y Alvin volvieron en reflexivo silencio hacia la nave estelar que les aguardaba. Despegaron y al instante, la fortaleza de Shalmirane era de nuevo una oscura sombra hundida en el gigantesco embudo del cráter. Durante unos segundos, dio el aspecto de un enorme ojo sin párpados que mirase fija y eternamente hacia el espacio, hasta que pronto se perdió en el gran panorama del territorio de Lys.
Alvin no hizo nada para controlar la nave; continuaron subiendo hasta que la totalidad de Lys yacía extendida a sus pies, como una isla verde en un mar ocre. Jamás en su vida se había visto Alvin a tanta altura, y cuando finalmente detuvo la marcha ascensional de la nave del espacio, toda la Tierra era visible como un creciente lunar a sus pies. Lys era entonces algo demasiado pequeño, sólo una esmeralda contra un rojizo desierto; pero en la lejanía y en la curvatura del globo terrestre, algo brillaba como una joya tallada en mil facetas. Y así por primera vez, Hilvar contempló la ciudad de Diaspar.
— Permanecieron un buen rato contemplando la Tierra girando bajo ellos. De todos los antiguos poderes de la Tierra, aquél era tal vez el único que se hallaba en poder de ambos jóvenes. Alvin deseó haber mostrado al mundo real, tal y como lo veían ellos desde la nave del espacio, a los que gobernaban la vida de Lys y Diaspar.
— Hilvar — dijo Alvin al fin —, ¿crees que está bien lo que estoy haciendo y que tengo razón?
— La pregunta sorprendió a Hilvar, quien no había sospechado de las dudas que a veces sobrecogían a su amigo, sin saber nada tampoco todavía del encuentro de Alvin con el Computador Central y el impacto tremendo que había sufrido la mente de éste. No era una pregunta fácil de responder desapasionadamente; al igual que Khedrom, aunque con menos motivos, Hilvar se daba cuenta de que su propio carácter se iba poco a poco sumergiendo y cambiando. Sin poderlo evitar, estaba sintiéndose arrastrado por la vorágine que Alvin iba dejando detrás de sí en su paso por la vida.
— Creo que tienes razón — repuso Hilvar con calma —. Nuestros dos pueblos han estado separados demasiado tiempo. — Aquello, pensó, era cierto, aunque sintiendo que la respuesta soslayaba un tanto el fondo de la cuestión, Alvin continuaba preocupado.
— Existe un problema que me atormenta — continuó con voz turbada— y es la diferencia tan grande que hay en la duración de nuestras vidas. — No añadió nada más, pero tanto el uno como el otro sabían muy bien el alcance de las palabras de Alvin.
— Yo también me he preocupado profundamente del problema — admitió Hilvar—; pero supongo que este problema se resolverá por sí mismo, cuando nuestra gente vuelva a tomar contacto. No podemos ambos tener razón. Nuestras vidas son demasiado cortas y las vuestras demasiado largas. Eventualmente, podrá instrumentarse una solución de compromiso, tender un puente entre ese abismo.
Alvin continuó pensativo. En aquella forma, era cierto que yacía la única esperanza; pero las edades de transición serían realmente muy difíciles. Recordó entonces otra vez las amargas palabras de Seranis: Mi hijo y yo habremos muerto siglos antes, mientras que tú seguirás siendo joven. Muy bien, aceptaría las condiciones. Incluso en Diaspar todas las amistades permanecían bajo la misma sombra; el hecho de que fuesen cien años o un millón, al fin, la cuestión no establecía una diferencia fundamental.
Alvin sabía, con una certidumbre que sobrepasaba toda lógica, que el bienestar de la raza humana exigía la mezcla de aquellas dos culturas; en cualquier caso, la felicidad individual no era importante. Por un momento Alvin vio a la humanidad como algo más que el fondo egoísta y ventajoso de su propia existencia y aceptó sin rechistar mentalmente, la infelicidad que tal elección pudiese acarrearle un día.
Bajo ellos, el mundo continuaba su eterno giro. Comprendiendo el estado de ánimo de su amigo, Hilvar no dijo nada, hasta que Alvin rompió el silencio reinante.
— Cuando abandoné Diaspar por primera vez, no sabía qué iría a encontrar. Lys pudo haberme satisfecho y lo cierto es que lo hizo en grado extremo; pero así y todo, todas las cosas de la Tierra parecen tan pequeñas y tan sin importancia… A cada descubrimiento que hago, se alzan mayores interrogantes y se abren más vastos horizontes. Quisiera saber dónde acabará todo esto…
Hilvar no había visto nunca antes a Alvin en semejante estado de espíritu y no quiso interrumpir su soliloquio. En pocos minutos había aprendido muchas cosas de su amigo.
— El robot me dijo continuó Alvin— que esta nave puede llegar hasta los Siete Soles en menos de un día. ¿Crees que debería ir hasta allá?
— ¿Y crees tú que soy yo quien va a impedirlo?
Alvin sonrió.
— Eso no es una respuesta, querido Hilvar. ¿Quién sabe lo que hay en el espacio exterior? Los Invasores pudieron dejar en paz un día al Universo; pero tienen que existir otras inteligencias hostiles al Hombre.
— ¿Y por qué tendría que suceder así? Esa es una de las cuestiones que nuestros filósofos han debatido por edades enteras. Una raza verdaderamente inteligente no tiene necesariamente que ser hostil o inamistosa.
— Pero los Invasores…
— He de admitir que fueron un enigma. Si ciertamente fueron perversos y crueles, tuvieron ya que haberse destruido a sí mismos para la época presente. Y si no lo fueron… — Hilvar apuntó entonces al desierto sin fin existente bajo ellos —. Una vez tuvimos un Imperio. ¿Qué tenemos nosotros ahora que ellos codiciaron?
Alvin se halló un poco sorprendido de que alguien más compartiese su punto de vista y tan íntimamente aliado.
— ¿Piensa toda tu gente de esa misma forma?
— Sólo una minoría. La gente de término medio no se preocupa por la cuestión y probablemente digan que si los Invasores hubieran deseado realmente destrozar la Tierra, lo habrían hecho ya hace mucho tiempo. Creo que nadie tiene por ahora miedo de ellos.
— En Diaspar las cosas son muy diferentes — dijo entonces Alvin —. Mi gente son unos grandes cobardes. Se sienten aterrados de dejar su ciudad y no sé qué ocurrirá cuando oigan que he localizado y puesto en uso esta nave estelar. Jeserac lo habrá contado va al Consejo y me gustaría realmente saber qué están haciendo…
— Puedo decírtelo. Se está preparando a recibir la primera delegación procedente de Lys. Seranis acaba de decírmelo.
Alvin miró a la pantalla. Pudo medir la distancia de Lys a Diaspar de un simple vistazo y aunque uno de sus objetivos había sido ya logrado, parecía sin embargo una cuestión de muy pequeña importancia. Se alegró, no obstante, ya que por entonces las inmensas edades de aislamiento tocaban a su fin.
El conocimiento de haber triunfado en sus propósitos, aclaró las dudas aún existentes en su cerebro. Ya había cumplido su propósito en la Tierra, con mucha más rapidez y amplitud de lo que se hubiese atrevido a esperar. El camino se abría claro ahora para lo que podría ser ciertamente su más grandiosa aventura.
— ¿Quieres venir conmigo, Hilvar? — dijo entonces, totalmente consciente de lo que estaba pidiendo a su amigo.
Hilvar le miró rectamente a los ojos.
— Eso no tenías necesidad de habérmelo preguntado, Alvin. Le dije a Seranis y a todos mis amigos que iría contigo… hace ya más de una hora.
Se hallaban a una gran altura, cuando Alvin dio al robot las instrucciones finales. La nave se había detenido en el espacio y la Tierra estaría a unas mil millas a sus pies, casi llenando todo el espacio de la pantalla. Mostraba así un aspecto poco invitador y Alvin imaginó cuántas naves espaciales, en tiempos remotos, la habrían contemplado de igual manera y habrían continuado su camino sin detenerse en ella.
Se produjo una pausa apreciable, como si el robot estuviese comprobando los controles y circuitos que estaban sin utilizar desde edades geológicas. Después, se produjo un leve zumbido, el primero que Alvin percibía procedente de la nave. Después, se oyó un murmullo vibrante que fue subiendo de escala en escala hasta perderse en la gama de los ultrasonidos. No se apercibía sensación de cambio o de movimiento; pero de repente, Alvin se dio cuenta de que las estrellas pasaban raudas a través de la pantalla. La Tierra reapareció, y rodó alejándose… después volvió a aparecer en una posición ligeramente distinta. La nave parecía moverse en el espacio como la aguja de una brújula que busca el norte. Durante minutos, los cielos parecieron revolverse y dislocarse retorciéndose alrededor de ellos, hasta que al final, la nave adoptó una posición de reposo se lanzó como un gigantesco proyectil al encuentro de las estrellas.
Centrado en la pantalla, el anillo formado por los Siete Soles aparecía como un arco iris de incomparable belleza. De la Tierra aún se vio algo en el borde iluminado por el sol, ara desaparecer casi al instante. Algo estaba ocurriendo entonces, pensó Alvin, que se hallaba más allá de toda experiencia suya. Esperó, agarrotado en su asiento nerviosamente, mientras que los segundos iban pasando y los Siete Soles resplandecían en la pantalla visora. No se apercibía ningún sonido, sólo una súbita arrancada que parecía nublar un tanto la visión. La Tierra había desaparecido como barrida por la mano de un gigante. Se hallaban ya solos en el espacio, a solas con las estrellas un extraño sol lejano y borroso. La Tierra había desaparecido como si jamás hubiera existido.
De nuevo se produjo aquel tirón y con él, un nuevo y ligero zumbido, como si por primera vez los generadores de la nave estuvieran ejerciendo alguna apreciable fracción de su grandiosa energía. Con todo, pareció como si nada hubiese ocurrido; después Alvin comprobó que el Sol también había desaparecido y que las estrellas iban quedando atrás al paso de la nave estelar.
Miró hacia atrás por un instante y vio… nada. Todo el cielo existente tras él, se había desvanecido por completo, como cerrado por un hemisferio de noche. Continuó mirando, apreciando solamente las estrellas surgir como chispas de luz que caen a un lago y desvanecerse al instante. La nave viajaba a velocidad superior a la de la luz. Alvin comprendió entonces, que el espacio familiar de la Tierra y del Sol, ya no le envolvía.
Cuando llegó el súbito y vertiginoso tercer tirón, pareció que su corazón se le paralizaba. Aquel extraño fenómeno de su visión borrosa era ahora inequívoco; por un momento su entorno fue distorsionado fuera de todo posible reconocimiento. El significado de semejante distorsión le pasó como un relámpago por la mente y que no pudo explicar. Era algo real y no una ilusión de sus ojos. De alguna forma, se hallaba captando, conforme pasaba a través de la película del Presente, un vistazo de lo que estaba ocurriendo en el espacio de su entorno.
En el mismo instante, el murmullo de los generadores se elevó— hasta un rugido que estremeció a toda la nave, sonido doblemente impresionante ya que era el primer grito de protesta que Alvin jamás hubiera escuchado de una máquina. Después, todo se desvaneció y el súbito silencio pareció sorprender su sentido de la audición. Los grandes generadores de la astronave habían cumplido su trabajo, no tendrían ya que repetirlo mientras durase el viaje. Las estrellas que tenía ante sí en la pantalla, flameaban en un blanco azulado para desvanecerse en el ultravioleta. Y con todo, algo mágico de la Ciencia o de la Naturaleza, hacía posible que los Siete Soles continuasen visibles, aunque su posición y sus colores hubiesen cambiado notablemente de aspecto. La nave se dirigía hacia ellos como un rayo a lo largo de un túnel de oscuridad, más allá de las fronteras del espacio y del tiempo a tan enorme velocidad, que resultaba imposible de contemplar a cualquier mente humana.
Resultaba difícil creer que habían salido muy lejos va del sistema solar a una velocidad, que a menos que pudiera ser controlada, pronto les llevaría a través del corazón de la Galaxia y hacia el vacío cósmico que se extendía más allá. Ni Hilvar ni Alvin podían concebir la real inmensidad de aquella jornada; las grandes leyendas de las exploraciones del espacio habían cambiado completamente la perspectiva del Hombre hacia el Universo, que incluso entonces, millones de siglos más tarde, no habían muerto totalmente en las viejas tradiciones. Una vez había existido una nave, según decía la leyenda, que había circunnavegado el Cosmos entre la salida y la puesta del sol. Los miles de millones de millas entre las estrellas nada significaban ante tales velocidades. Para Alvin, aquel viaje era muy poco más grande y tal vez menos peligroso que su primera jornada hacia Lys.
Fue Hilvar el que habló en palabras con los pensamientos de ambos conforme los Siete Soles brillaban más y más frente a ellos.
— Alvin — hizo notar— esa formación no es posible que sea natural.
El otro asintió con un gesto.
— Lo he estado pensando durante mucho tiempo; pero todavía sigue pareciéndome fantástico.
— Ese sistema puede no haber sido construido por el Hombre convino Hilvar— pero puede haber sido creado por la inteligencia. La Naturaleza nunca ha podido crear tan perfecto círculo de estrellas, todas igualmente brillantes. Además, no existe nada en el Universo visible como ese Sol Central.
— Entonces ¿por qué pudo haber sido hecha semejante cosa?
— Oh, para mí pueden existir varias razones. Tal vez sea una señal, para que cualquier nave extraña que entrara en nuestro universo supiese dónde buscar la Vida. Quizá marque el centro de la administración galáctica. O, quien sabe, y creo que ésta sea la única plausible explicación, es sencillamente la más grande de las obras de arte. Dentro de pocas horas conoceremos la verdad.
«Conoceremos la verdad». Tal vez, pensó Alvin; pero ¿qué parte de esa verdad y en qué cuantía podremos conocerla? Le pareció extraño, que entonces, cuando había abandonado a Diaspar y por supuesto la propia Tierra, a una velocidad más allá de toda comprensión, su mente se volviera una vez más hacia el misterio de su origen. Así y todo, tal vez no fuese tan sorprendente, había ya aprendido muchas cosas desde su primera llegada a Lys; pero desde entonces no había tenido un momento de respiro para la reflexión serena de las cosas.
No había nada que pudiera hacer, sino permanecer sentado y esperar; su inmediato futuro estaba controlado por aquella maravillosa máquina… seguramente uno de logros supremos de la ingeniería de todos los tiempos, y que entonces le transportaba hacia el propio corazón del universo. Entonces era llegada la hora de la reflexión y los pensamientos, tanto si lo deseaba como si no. Pero primero quiso decirle a Hilvar todo lo que le había ocurrido desde su escapada apresurada de Lys tan sólo dos días antes.
Hilvar absorbió todo el relato, sin hacer ningún comentario, y sin exigir explicaciones; daba la impresión de comprenderlo todo en el acto en que Alvin lo iba describiendo, sin mostrar signos de sorpresa incluso cuando escuchó la conversación sostenida con el Computador Central y la operación que había realizado sobre la mente del robot. No es que fuese incapaz de maravillarse; pero aquella historia del pasado estaba tan llena de maravillas que podían emparejarse muy bien con el relato de Alvin.
— Resulta evidente — dijo, al acabar Alvin— que el Computador Central tiene que haber recibido instrucciones especiales con respecto a ti cuando fue construido. Tienes ya que haber imaginado el porqué.
Creo que sí. Khedrom me dio parte de la respuesta cuando explicó de qué forma los hombres hubieron diseñado y concebido a Diaspar y tomaron las medidas necesarias para prevenir que se convirtiera en algo sujeto a la decadencia.
— ¿Crees, pues, que tú y los otros Únicos anteriores a ti sois parte del mecanismo social que preserva el estancamiento completo de Diaspar? Claro; de esa forma, los Bufones son los factores correctores de ese defecto a corto plazo y tú y tus congéneres a otro mucho más largo.
Hilvar había expresado la idea mucho mejor que Alvin hubiera podido hacerlo aunque no era exactamente lo que tenía en el pensamiento.
— Creo que la verdad es algo mucho más complicado que todo eso. Parece como si hubiese existido un conflicto opinión cuando se construyó la ciudad, entre aquellos que deseaban cerrarla totalmente del mundo exterior y los que deseaban mantener ciertos contactos con él. Debió ganar la primera facción, pero los otros no admitieron la derrota. Creo que Yarlan Zey tuvo que haber sido uno de sus líderes; aunque no tuvo suficiente poder como para poder haber actuado abiertamente. Hizo cuanto pudo en tal sentido, dejando en funcionamiento el sistema subterráneo de comunicaciones, de tal forma que se asegurase de que a largos intervalos alguien de los que fueran saliendo de la Sala de la Creación, que no compartiese los temores de sus conciudadanos, pudiera utilizarlo y escapar. De hecho, estoy pensando si… — Y Alvin se detuvo, con los ojos velados por un pensamiento que por un momento le abstrajo de su entorno.
— ¿En qué estás pensando ahora? — preguntó Hilvar.
— Acaba de ocurrírseme… que tal vez sea yo Yarlan Zey. Es perfectamente posible. Tuvo muy bien que haber insertado su personalidad en los Bancos de Memoria confiando en romper el molde de Diaspar antes de que se hallase firmemente establecido. Un día puede que descubra lo que ha sido de esos otros Únicos anteriores a mí; ello ayudaría a llenar la laguna existente en la imagen completa de todo el misterio.
— Y Yarlan Zey, o quienquiera que fuese, daría también instrucciones al Computador Central para que prestase especial ayuda a los Únicos, cuando fuesen creados — musitó Hilvar, siguiendo aquella línea de razonamiento.
— Exactamente. Lo irónico del caso, es que pude haber obtenido toda la información que precisaba, directamente del Computador Central, sin especial asistencia por parte de Khedrom. Me habría dicho más de lo que me dijo. Pero no hay duda de que el Bufón me ahorró mucho tiempo y de que me enseñó muchas cosas de las que yo pude haber aprendido por mí mismo.
Creo que tu teoría cubre muy bien los hechos conocidos — intervino Hilvar con cautela —. Desgraciadamente, deja abierta la mayor de todas las interrogantes; el propósito original de Diaspar. ¿Por qué trató tu pueblo de pretender que el mundo exterior no existía? Esta es la pregunta que quisiera ver contestada.
— Es precisamente la pregunta a la que intento hallar su réplica justa — replicó Alvin —. Pero no sé dónde… ni cómo.
Y así continuaron argumentando y soñando, mientras que hora tras hora los Siete Soles iban aproximándose hasta llenar por completo aquel misterioso túnel oscuro como la noche en donde la nave volaba como el pensamiento. Después, una por una, las seis estrellas se desvanecieron en el anillo exterior, al borde de la oscuridad, quedando únicamente el Sol Central a la vista. Aunque podía hallarse evidentemente en su propio espacio, seguía brillando con la luz perlada que la distinguía de las otras seis que formaban el anillo. Minuto tras minuto, fue incrementando su brillo hasta que dejó de ser un punto para transformarse en un pequeño disco. Y a poco, el disco fue ensanchándose…
Se produjo el más breve de los avisos: por un instante, una nota profunda y vibrante como la de una campana, resonó por la cabina. Alvin se aferró con los brazos al asiento, aunque fuese un gesto inútil.
De nuevo, los grandes generadores de la nave estelar estallaron llenos de vida y con una brusquedad casi cegadora, las estrellas reaparecieron en el cielo. La nave había surgido del hiperespacio al espacio normal, al universo de soles y planetas, al mundo natural en que nada podía moverse a velocidad mayor que la de la luz.
Se encontraban ya dentro del sistema de los Siete soles, ya que el gran anillo de globos multicolores dominaba el firmamento visible. ¡Y qué firmamento! Todas las estrellas que habían conocido, todas las constelaciones familiares, habían desaparecido. La Vía Láctea ya no era la banda lechosa que podía apreciarse a un lado de los cielos; los cosmonautas se encontraban ahora en el centro de la creación y su gran círculo dividía el universo en dos. La nave se dirigía rectamente hacia el Sol Central, y las seis otras estrellas que formaban el círculo a su alrededor eran como joyas de colores diversos dispuestas alrededor del cielo. No lejos de la más próxima de ellas, se observaban ya las diminutas chispas de luz de sus planetas en órbita; mundos que deberían tener un enorme tamaño para ser apreciados desde tan colosal distancia.
La causa de la luz nacarada característica del Sol Central, resultaba entonces claramente visible. La gran estrella se hallaba envuelta por una cobertura de gas que suavizaba su radiación proporcionándole tan peculiar coloración. La nebulosa envolvente podía ser vista indirectamente, retorcida en extrañas formas que escapaban a la simple visión del ojo humano. Pero allí estaba, y cuanto más se la miraba, más grande parecía ser.
— Bien, Alvin — dijo Hilvar— tenemos ahora muchos mundos para elegir. ¿O es que esperas explorarlos todos?
— Será mucha suerte el no tener que hacerlo — admitió Alvin —. Si podemos hacer algún contacto en cualquier parte, creo que podremos obtener la información que necesitamos. La cosa más lógica sería dirigirse al planeta más grande del Sol Central.
— Sí, a condición de que no sea demasiado grande. Algunos planetas, según tengo entendido, que son tan enormes que la vida humana no podría sostenerse en ellos; un hombre sería aplastado bajo su propio peso gravitatorio.
— Dudo que esta circunstancia pueda darse aquí, puesto que tengo la seguridad de que este sistema es totalmente artificial. En cualquier caso, estaremos en condiciones de apreciar desde el espacio si existen ciudades o edificaciones de algún tipo.
Hilvar señaló al robot.
— Creo que el problema se nos resolverá solo. No olvides que nuestro guía ha estado ya antes aquí. Nos está llevando a su hogar y francamente, me gustaría saber qué está pensando en este momento.
Aquello era algo que también le habría gustado saber a Alvin. Pero… ¿resultaba cuerdo, y no sería un completo absurdo imaginar que el robot sintiese algo que tuviese parecido con las emociones humanas ahora que estaba de vuelta al viejo hogar del Maestro, tras tantos eones de tiempo pasado?
En todos sus tratos con él, el robot no había mostrado el menor signo de sentimientos ni de emoción alguna. Había contestado a sus preguntas y obedecido sus órdenes, pero su personalidad real había resultado absolutamente inaccesible. De que tenía una personalidad definida, Alvin estaba más que seguro.
Ahora estaría, sin duda, trazando de nuevo sus recuerdos inmemoriales hacia atrás en su origen. Casi perdido en el resplandor del Sol Central, apareció una pálida chispa de luz y a su alrededor, los leves puntos luminosos de otros tantos pequeños mundos. Aquella enorme jornada llegaba a su fin; dentro de bien poco, sabrían los dos cosmonautas si había sido en vano.
El planeta al que estaban aproximándose, se hallaba ahora a sólo unos cuantos millones de millas de distancia, y aparecía como una bella esfera de luz multicolor. No debería existir sombra alguna en su superficie esférica, ya que girando bajo el Sol central las otras estrellas le proporcionarían su luz una tras otra, en su paso por la órbita correspondiente. Alvin comprendió en aquel instante el significado de las palabras del Maestro: «Es maravilloso contemplar las sombras multicolores de los planetas de la luz eterna».
A poco, se hallaron tan cerca, que pudieron apreciar continentes y océanos y un leve resplandor de atmósfera. A pesar de todo, había algo de desconcertante respecto a sus características visibles y enseguida comprobaron que las divisiones entre las tierras y los mares, eran curiosamente regulares. Los continentes de aquel planeta no eran los que la Naturaleza había dejado; pero ¡qué tarea tan pequeña tuvo que haber sido la de conformar aquel mundo para aquellos que construyeron sus soles!
— ¡Eso no son océanos, en absoluto! — exclamó Hilvar de repente —. ¡Mira… puedo ver señales artificiales en ellos!
Hasta que el planeta estuvo mucho más próximo, Alvin no pudo ver claramente qué es lo que había querido decir su amigo. Entonces comprobó unas leves bandas y líneas a lo largo de los bordes continentales, bien hacia el interior y que él había tomado por los límites del mar. Aquella visión le llenó de una súbita duda, porque conocía demasiado bien el significado de aquellas líneas. Ya las había visto una vez en el desierto que se extendía al exterior de Diaspar, y le dijeron que el viaje había sido en vano.
— Este planeta está tan seco como la Tierra — dijo sombríamente —. El agua ha desaparecido… esas marcas son los lechos salados de donde se han evaporado los mares.
— Nunca debieron permitir que eso ocurriera — replicó Hilvar —. Creo que después de todo llegamos demasiado tarde.
Su decepción fue tan amarga que Alvin no quiso ni seguir hablando, limitándose a mirar fijamente aquel gran mundo que tenía ante sus ojos. Con una impresionante lentitud, el planeta giraba bajo la astronave, y su superficie fue levantándose majestuosamente para encontrarse con ellos. Entonces, los dos cosmonautas pudieron apreciar edificios; unas diminutas incrustaciones blancas por todas partes, excepto en los lechos de los océanos.
Una vez aquel mundo había sido el centro del Universo. Ahora permanecía en la quietud y el silencio, vacío de aire y sobre el suelo no se apreciaba nada que pudiera sugerir la presencia de la vida. Y con todo, la nave continuaba deslizándose con un obstinado propósito sobre aquel mar helado de piedra… un mar que aquí y allá debió haberse reunido en grandes olas que desafiaron al cielo.
El navío estelar llegó a un punto de reposo, como si el robot hubiese seguido las trazas de sus recuerdos, desde su exacto origen. Bajo ellos, aparecía una columna de piedra blanca como la nieve, surgiendo del centro de un inmenso anfiteatro de mármol. Alvin esperó durante un buen rato; después, mientras la máquina había quedado inmóvil, la dirigió a un punto de aterrizaje al pie del inmenso pilar.
Incluso hasta aquel momento, Alvin había jugado con la esperanza de hallar alguna vida en aquel planeta. La esperanza se desvaneció al instante, al abandonar la cámara de compresión. Nunca antes en su vida, incluso en la desolación de Shalmirane, se había hallado ante un silencio tan profundo y absoluto. En la Tierra siempre existía el murmullo de voces, el producido por las criaturas vivientes o el suspiro del viento. Allí no existía nada de aquello, ni probablemente volvería a existir.
— ¿Por qué nos has traído a este lugar? — preguntó Alvin. Sintió un ligero interés en la respuesta, interés que se desvaneció antes de que llegase a su mente.
— El Maestro salió de aquí —repuso el robot.
— He pensado que esto sería toda una explicación — dijo Hilvar —. ¿No ves la ironía que hay en todo esto? Salió volando de este mundo en desgracia… ¡y fíjate el mausoleo que construyeron para él!
La gran columna de piedra tendría quizá cien veces la altura de un hombre, y estaba dispuesta en un círculo de metal, ligeramente levantada sobre el nivel del suelo, en aquella inmensa planicie. No tenía ningún ornamento especial, ni ostentaba inscripción alguna. ¿Por cuántos millones de años, pensó Alvin, se habrían reunido allí sus discípulos para honrarle? ¿Habrían sabido de alguna forma que murió en el exilio en la lejana Tierra?
Entonces, la cosa tenía poca importancia. El Maestro y sus discípulos se hallaban enterrados y en el más completo olvido.
— Vamos afuera — dijo Hilvar, tratando de impulsar a Alvin a salir de aquel estado depresivo de ánimo —. Hemos viajado casi la mitad del universo para ver este lugar. Al menos podremos hacer el pequeño esfuerzo de salir fuera de la nave, ¿no te parece?
A despecho de sí mismo, Alvin sonrió y siguió a Hilvar a través de la cámara reguladora de presión. Una vez fuera, sus fuerzas parecieron revivir un poco. Aunque aquel mundo estaba muerto, contenía muchas cosas de interés, cosas que podrían ayudarles a resolver alguno de los misterios del pasado.
El aire era rancio; pero respirable. A pesar de tantos soles en el cielo, la temperatura era baja. Sólo el blanco disco del Sol Central proveía de calor, dando la impresión de haber perdido mucha de su fuerza en su pasaje a través de la nebulosa que envolvía a la estrella. Los otros soles ponían su nota de color pero sin calor alguno.
Les llevó algunos minutos el hallarse seguros de que el obelisco no les diría nada. Aquel durísimo material de que estaba hecho, mostraba algunos signos definidos del paso del tiempo; sus bordes aparecían redondeados y el metal sobre el cual se erguía, había sido corroído por los pies de las generaciones de discípulos y visitantes. Resultaba extraño pensar que ellos pudieran ser los últimos, entre miles de millones de seres humanos, los que visitaran aquel lugar.
Hilvar estaba a punto de sugerir la vuelta a la nave estelar y volar hacia los edificios de los alrededores, cuando Alvin advirtió una raja larga y estrecha en el piso de mármol del anfiteatro. Caminaron a pie una considerable distancia, mientras que la hendidura se ensanchaba a medida que caminaban hasta llegar el momento en que era demasiado amplia para que un hombre la retuviera entre las piernas. Momentos más tarde, llegaron a su origen. La superficie de la planicie había sido aplastada y dividida en una enorme depresión hueca de poco calado, en más de una milla de largura. No hacía falta mucha inteligencia ni imaginación para rehacer su causa. Edades antes — aunque ciertamente mucho después de que aquel mundo hubiera quedado desierto— una forma inmensa y cilíndrica había permanecido allí y después surgido una vez más hacia el espacio abandonado el planeta y sus recuerdos.
¿Quiénes habrían sido? ¿De dónde llegaron? Alvin sólo pudo mirar y hacer especulaciones. Nunca podría saber si aquellos visitantes estuvieron allí hacía mil o un millón de años.
Caminaron en silencio hacia la nave, ahora como algo diminuto en comparación con el monstruo que había yacido enterrado en aquella inmensa grieta del suelo y salieron volando lentamente a través de la planicie hasta que llegaron al más impresionante de los edificios que la flanqueaba. Al tomar tierra frente a la ornamentada entrada principal, Hilvar resaltó algo que Alvin no había advertido hasta entonces.
— Ese edificio no parece ofrecer seguridad. Mira todas esas piedras caídas allí… es un milagro que aún se mantenga en pie. De haber algunas tormentas en este planeta, estarían ya reducidas a polvo hace mucho tiempo. No creo que sea muy prudente que nos aventuremos en el interior ninguno de los dos.
— No voy a ir, enviaré al robot, él puede hacerlo con mucha más velocidad que nosotros y no le causará mucho trastorno aunque le caiga encima todo el techo.
Hilvar aprobó la medida de precaución de su amigo; pero insistió en algo que Alvin había pasado por desapercibido. Antes de que el robot saliese de reconocimiento al lugar indicado, Alvin hizo que pasara un juego de instrucciones casi iguales a las del inteligente cerebro electrónico de la nave, para que ocurriese lo que ocurriese, pudiesen volver a la Tierra sin el piloto, cuando menos.
Les llevó poco tiempo a ambos el convencerse de que aquel mundo tenía muy poco que ofrecerles. Juntos observaron millas de corredores vacíos, alfombrados con una gruesa capa de polvo y pasajes incontables que desfilaban por la pantalla conforme el robot exploraba sus desiertos laberintos. Todos aquellos edificios diseñados por seres inteligentes, fueran cuales fueran la forma de sus cuerpos, parecían cumplir con ciertas leyes básicas y tras un buen rato incluso las formas más fantásticas y extrañas de arquitectura fallaban en evocar ninguna sorpresa, si bien la mente se hacía a fuerza de tanta repetición, propensa a caer en una especie de hipnotismo, incapaz ya de absorber más impresiones. Según parecía, aquellas edificaciones habían sido puramente residenciales y los seres que las habían habitado, habrían tenido aproximadamente el tamaño de los seres humanos. Muy bien pudieron haber sido hombres, aunque era cierto que existía una sorprendente cantidad de habitaciones y habitáculos más apropiados para criaturas dotadas con la facultad de volar, si bien no sugerían que sus constructores hubieran tenido que ser criaturas dotadas con alas. Podrían haber utilizado dispositivos antigravitatorios personales que alguna vez fuesen de uso común; pero de los cuales ya no quedaba ni rastro en Diaspar.
— Alvin — dijo Hilvar al fin —. Podríamos gastar un millón de años en explorar todos esos edificios. Es obvio que no han sido meramente abandonados… han sido cuidadosamente despojados de cuanto contenían de valor. Creo que estamos perdiendo nuestro tiempo.
— Bien, ¿y qué sugieres ahora?
— Creo que deberíamos echar un vistazo por dos o tres zonas de este planeta a ver si vemos lo mismo… como espero que así suceda. Después, podremos efectuar una rápida inspección por otros planetas y aterrizar sólo si tienen algún aspecto fundamentalmente distinto o si advertimos algo fuera de lo corriente. Eso es todo lo que podemos esperar, a menos que nos quedemos aquí por el resto de nuestras vidas.
Aquello era una verdad aplastante; ellos intentaban conectar con alguna inteligencia viva y no llevar a cabo una exploración arqueológica. Lo primero era cuestión de días, si es que podía conseguirse de alguna manera. La segunda tarea habría llevado siglos de trabajo con un ejército de hombres y de robots.
Abandonaron el planeta dos horas más tarde, sintiéndose contentos de alejarse. Aun habiendo tenido alguna vida, Alvin decidió que aquel mundo con edificaciones sin fin, le hubiera resultado deprimente. No existían signos de Parques y de espacios abiertos donde pudiese haber habido vegetación alguna. Tuvo que haber sido un mundo estéril, resultando difícil imaginar la psicología de los seres que una vez lo habitaron. Si el próximo planeta a visitar, era igual que aquél, probablemente abandonarían toda exploración.
Pero no fue así; un contraste más grande hubiera sido imposible imaginar. El otro planeta más próximo al Sol, ya parecía más cálido visto desde el espacio. Se hallaba parcialmente cubierto con nubes bajas, indicando una gran cantidad de agua y de humedad, aunque no existían signos de océanos o mares a la vista. Tampoco advirtieron signos de inteligencia, dieron una vuelta a todo el planeta por dos veces, sin poder observar la presencia de ningún artefacto. La totalidad de aquel orbe, desde los polos al ecuador, estaba arropado con una manta de un verde virulento.
— Creo que debemos tener aquí mucho cuidado — dijo Hilvar —. Este mundo está vivo… y no me gusta nada el color de esa vegetación. Creo que será mejor permanecer en la nave y no abrir la cámara reguladora por ningún pretexto.
— ¿Ni siquiera enviar fuera al robot?
— Ni eso. Has olvidado que pueden existir enfermedades inimaginables en esa fantástica vida que ahí florece y estamos a mucha distancia de la Tierra, con muchos peligros a la vista que no podemos entrever. Creo que este mundo está gobernado por la locura. Alguna vez tuvo que haber comenzado por ser un gran jardín o un Parque; pero al ser abandonado, la Naturaleza volvió por todos sus fueros. No ha podido nunca estar así cuando estuvo habitado.
Alvin estuvo por completo de acuerdo con Hilvar. Algo había allí de maligno, de hostil y de temible contra todo lo que significaba el orden y la regularidad sobre los cuales estaban basados Lys y Diaspar. Lo que se observaba allá abajo era una espantosa anarquía, en sentido biológico. Sin duda, se libraba una batalla sin término desde hacía mil millones de años, y sin duda habría de tenerse la cualidad nata de un guerrero para sobrevivir en aquel mundo repelente.
Se aproximaron con precaución a una gran llanura, tan uniforme en su vastedad que planteaba un verdadero problema. La planicie estaba bordeada por terrenos más altos completamente cubiertos de árboles cuya altura era imposible imaginar, y estaban tan espesos y tan entremezclados con la espesa vegetación y los matorrales que sus troncos deberían estar virtualmente enterrados. Se advertía la incontable presencia de criaturas voladoras, revoloteando sobre las ramas más altas de la espesura, aunque se movían tan rápidamente que resultaba imposible decir si eran animales o insectos o ni una cosa ni otra.
De tanto en tanto, un bosque gigante se las había arreglado para sobresalir unos pies por encima de sus combatientes vecinos, que con seguridad habrían formado alguna especial alianza hasta destrozar la ventaja que hubieran conseguido alcanzar. A despecho de ser una guerra silenciosa, llevada a cabo tan lentamente que la vista no pudiera detectarla, la impresión de un conflicto implacable e inmisericorde resultaba sobrecogedora.
La llanura, por comparación, aparecía plácida y sin nada que llamase la atención. Era completamente plana y con variaciones de unas cuantas pulgadas se extendía hasta el horizonte, pareciendo hallarse recubierta con una hierba pinchosa. Aunque descendieron hasta unos cincuenta pies sobre la llanura, no vieron signo alguno de vida animal, cosa que Hilvar encontró sorprendente en cierta forma. Tal vez, decidió, habría sido asustada por su aproximación.
Se mantuvieron flotando por sobre la llanura, mientras que Alvin intentaba convencer a Hilvar de que sería seguro el abrir la cámara de compensación e Hilvar a su vez; le explicaba pacientemente conceptos tales como las bacterias, los hongos, virus y microbios, ideas que Alvin encontró difíciles de asimilar y más difícil todavía de aplicarlas a él mismo. La discusión había ido en aumento durante varios minutos antes de que se diesen cuenta de un hecho peculiar. La pantalla visora, que un momento antes mostraba el bosque que yacía frente a ellos, sé había vuelto completamente blanca.
— ¿La has cambiado? — preguntó Hilvar, como de costumbre anticipándose a Alvin.
— No — repuso éste mientras que un escalofrío le recorría la espalda, ante la simple idea. A su vez preguntó al robot—: ¿Eres tú quien la ha cambiado?
— No — fue la respuesta, como un eco.
Con un suspiro de alivio, Alvin desechó la idea de que el robot pudiera haber actuado por su propia voluntad… y que pudiera tener a bordo y en sus manos un motín mecánico.
— Entonces, ¿por qué está la pantalla en blanco?
— Los receptores de imagen colocados en el exterior de la nave han sido cubiertos.
— No lo comprendo — dijo Alvin olvidándose por un momento de que el robot actuaría solamente bajo órdenes definidas o preguntas determinadas. Se recobró y preguntó rápidamente:
— ¿Qué es lo que ha cubierto los receptores?
— No lo sé.
La mente de los robots actuando siempre en una sola línea de conducta, resultaba a veces tan exasperante como el exceso de discurso de los humanos. Antes de que Alvin siguiera el interrogatorio, Hilvar le interrumpió.
— Dile que eleve la nave… despacio — dijo, con una nota de urgencia en la voz.
Alvin repitió la orden. No se produjo sensación alguna de movimiento, como nunca se producía. Entonces, lentamente, la imagen se volvió a formar en la pantalla visora aunque por un momento apareció borrosa y distorsionada. Pero era suficiente como para acabar la discusión respecto a la toma de tierra.
La llanura plana, había dejado de serlo. Un enorme bulto se había formado entre ellos… un bulto rajado de abajo arriba por donde la proa de la nave lo había cortado al elevarse. Enormes seudópodos aparecían removiéndose de un lado a otro entre la raja como si tratasen de volver a capturar la presa que acababa de escapársele de las garras. Mirándole con una horrible fascinación, Alvin captó de un vistazo un orificio pulsátil de color escarlata, bordeado con tentáculos como látigos batiendo al unísono como deseando frenéticamente captar algo que tuviera casi al alcance de su poder. Fuera ya del alcance de su víctima, aquella criatura se fue hundiendo lentamente hacia el suelo… siendo entonces cuando Alvin comprobó ciertamente que la llanura que existía bajo la nave era simplemente la delgada capa de espuma de la superficie de un mar nauseabundo.
— ¿Qué era esa… cosa?
— Tendría que bajar y estudiarlo antes de que pudiera decírtelo — replicó Hilvar —. Podría ser alguna forma de animal primitivo, tal vez un pariente de nuestro amigo de Shalmirane. Con seguridad no es inteligente, ya que de serlo habría estudiado otra forma mejor de comerse esta nave del espacio.
Alvin se sintió temblar de pies a cabeza, aunque ya sabía que no estaba en inmediato peligro. Trató de imaginar cuántas cosas más vivirían bajo aquella inocente superficie, que invitaba a descender y darse un paseo como por un prado en la primavera.
— Yo podría emplear aquí mucho tiempo — dijo Hilvar sinceramente fascinado por lo que había visto. La evolución tiene que haber producido resultados muy interesantes bajo esas condiciones. No sólo la evolución, sino la propia regresión, de la misma forma que las más altas formas de vida regresan cuando un planeta queda desierto. Por ahora, tiene que haberse alcanzado el equilibrio y… ¿no vas a salir ya? — Y su voz resonó quejumbrosa conforme el panorama se alejaba bajo ellos.
— Sí —repuso Alvin —. He visto un mundo sin vida y otro con demasiada. No sé cuál de los dos me disgusta más.
A cinco mil pies sobre la llanura, el planeta les proporcionó la sorpresa final. Se encontraron con toda una flotilla de enormes balones inflados arrastrados por el viento. De cada una de sus semitransparentes envolturas, colgaban racimos enormes de zarcillos, dando el aspecto de un bosque virtualmente invertido. Parecía que algunas plantas, en el esfuerzo de escapar del feroz conflicto que se desarrollaba en la superficie, habían aprendido a conquistar el aire: Por un milagro de adaptación, se las habían arreglado para preparar el hidrógeno necesario y almacenarlo en sus recipientes internos, a fin de poder levantarse y elevarse en una paz comparativa en la baja atmósfera que rodeaba al planeta.
Así y todo, no era cierto que incluso allí hubiesen encontrado la seguridad. Sus tallos y hojas colgando hacia abajo, aparecían infectados con una entera fauna de animales en forma de arañas que seguramente emplearían sus vidas flotando por encima de la superficie del globo continuando así la batalla universal por la existencia en sus solitarias islas flotantes. Presumiblemente tendrían que tener algún contacto con el suelo, de tanto en tanto, Alvin pudo ver uno de aquellos grandes balones colapsarse y caer súbitamente, con su rota envoltura actuando de paracaídas. Le hubiera gustado saber si se trataba de un accidente o parte del ciclo vital de aquellas extrañas criaturas.
Hilvar durmió mientras llegaban al próximo planeta. Por alguna razón que el robot no pudo explicarles, la nave viajaba despacio, al menos por comparación con su anterior velocidad cósmica desde la Tierra hasta los Siete Soles, entonces que se encontraba en un sistema solar. Les llevó casi dos horas alcanzar el nuevo mundo que Alvin había elegido para su tercera etapa e incluso le pareció sorprendente que un simple viaje interplanetario hubiese durado tanto tiempo.
Despertó a Hilvar al ir descendiendo en la atmósfera del nuevo planeta.
— ¿Qué sacas en conclusión de eso? — preguntó, apuntando hacia la pantalla visora.
Bajo ellos, se extendía un panorama yermo salpicado de negros y grises, no mostrando signo alguno de vegetación o cualquier otra directa evidencia de vida. Pero existía una indirecta; las bajas colinas y huecos valles estaban moteados con hemisferios perfectamente conformados, algunos de ellos dispuestos en pautas simétricas complejas.
Habían aprendido a usar la precaución en el anterior planeta y tras haber considerado cuidadosamente todas las posibilidades, cerniéndose en la alta atmósfera, enviaron al robot a investigar. A través de sus ojos, vieron cómo se aproximaba a uno de aquellos hemisferios y al robot flotando a pocos pies de distancia de la superficie completamente suave y sin características especiales de ornamentación externa.
No aparecía señal alguna de acceso, ni la menor indicación del propósito a que estaba destinada semejante estructura. Era bastante ancha y de unos cien pies de altura, siendo algunos de los otros hemisferios más grandes aún. De ser un edificio, no aparecía allí, ni entrada, ni salida.
Tras una leve vacilación, Alvin ordenó al robot que se adelantase y tocara la cúpula. Ante su completo asombro, el robot rehusó cumplir la orden recibida. Aquello era ciertamente un motín… o así lo parecía en principio.
— ¿Por qué no has hecho lo que te he ordenado? — preguntó Alvin una vez repuesto de su asombro.
— Está prohibido — fue la respuesta de la máquina.
— Prohibido… ¿por quién?
— No lo sé.
— Entonces, cómo… no, cancelada la orden. ¿Esa orden ha sido construida en tus circuitos?
— No.
Aquello parecía eliminar una posibilidad. Los constructores de aquellas cúpulas podrían muy bien haber sido la raza que fabricó el robot, habiendo introducido aquel tabú entre las instrucciones originales de la máquina.
— ¿Cuándo recibiste la orden? — preguntó Alvin.
Al aterrizar.
Alvin se volvió hacia Hilvar, con una luz de esperanza en los ojos.
— ¡Aquí existe una auténtica inteligencia! ¿No puedes apreciarla?
— No — repuso Hilvar —. Este lugar me parece tan muerto como el primer mundo que visitamos,
— Voy a ir a reunirme con el robot. Lo que pueda hablarle a él, me hablará a mí.
Hilvar no discutió aquel punto, aunque no parecía sentirse muy a gusto. Llevaron la nave a tierra a un centenar de pies de la cúpula, no lejos del robot que aguardaba, y abrieron la cámara reguladora de presión.
Alvin sabía que la puerta no se abriría a menos que el cerebro de la nave hubiese comprobado de antemano sí la atmósfera sería respirable. Por un momento, pensó que había cometido un error; el aire era tan sutil que apenas si sus pulmones pudieron respirarlo suficientemente. Después, inhalando profundamente, comprendió que podía captar suficiente oxígeno para sobrevivir, aunque supuso que no podría soportar aquella situación mucho tiempo.
Jadeando, se encaminaron hacia el robot y la pared curvada de aquella enigmática cúpula. Dieron un paso más… y se detuvieron al unísono como sacudidos por la misma y súbita sorpresa. En sus mentes, como el resonar de un gong poderoso, había aparecido el mismo mensaje.
PELIGRO. NO SE APROXIMEN MAS
Aquello era todo. Era un mensaje sin palabras, expresado en un puro pensamiento. Alvin estaba cierto que cualquier criatura, fuese cual fuese su nivel de inteligencia, habría recibido el mismo aviso en la misma forma totalmente inequívoca: en lo más profundo de su mente.
Se trataba de una advertencia, no de una amenaza. En cierta forma, ellos sabían que no iba dirigida especialmente contra ellos, y que sin duda era en favor de su propia protección. Allí, parecía decir, existía algo intrínsecamente peligroso y ellos, los constructores, sentían la ansiedad de evitar que nadie pudiese resultar dañado al irrumpir ignorantes de ello.
Alvin e Hilvar recularon unos pasos, mirándose el uno al otro, esperando a su vez que alguno dijese lo que tenía en el pensamiento. Hilvar fue el primero en resumir la posición a adoptar.
— Yo tenía razón, Alvin. Aquí no existe inteligencia alguna. Esa advertencia ha sido algo automático… disparada por nuestra presencia al llegar demasiado cerca.
Alvin hizo un signo de aprobación.
— Me gustaría saber qué están tratando de proteger. Podría, haber edificios… alguna cosa… bajo estas cúpulas.
— No existe forma de descubrirlo, si todas estas cúpulas nos advierten en el mismo sentido. Es interesante, por la diferencia con los otros planetas que hemos explorado. Del primero se lo llevaron todo, abandonaron el segundo sin molestarse respecto a su suerte; pero han tenido que tener muchas dificultades en éste. Tal vez esperasen volver de nuevo algún día deseando que todo estuviese dispuesto para ellos, cuando estuvieran de vuelta.
— Pero nunca lo hicieron… y tiene que haber transcurrido mucho tiempo.
— Puede que hayan cambiado de opinión.
Era curioso, pensó Alvin, cómo ambos habían comenzado a expresarse inconscientemente empleando la palabra «ellos». Quienes fuesen o lo que fuesen «ellos» su presencia había sido importante en aquel primer planeta… pero era aún más fuerte allí. Aquél era un mundo que había sido cuidadosamente conservado y dejado en condiciones hasta que pudieran volver a necesitarlo…
— Volvamos a la nave dijo Alvin quejándose —. Me cuesta mucho él poder respirar este aire.
Tan pronto como la cámara reguladora se hubo cerrado y estuvieron a gusto nuevamente acomodados en la cabina, discutieron su próximo paso a realizar. Para llevar a cabo una extensa exploración, tendrían que intentar el tanteo de gran número de cúpulas de aquéllas, con la esperanza de hallar una que no advirtiese ningún peligro y a donde pudiera tenerse algún acceso. Si aquello fallaba… pero Alvin no se quiso encarar con tal posibilidad hasta haberlo llevado a cabo.
Se tuvo que encarar con ella, menos de una hora más tarde, y en una forma mucho más dramática de lo que hubiera podido soñar. Habían enviado al robot una docena de veces y siempre con el mismo resultado, cuando se enfrentaron con una escena que parecía totalmente fuera de lugar, en un mundo como aquél, cerrado y limpiamente aislado de cualquier contacto exterior.
Bajo ellos, aparecía un amplio valle, moteado a grandes trechos con aquellas cúpulas impenetrables e inasequibles. En el centro aparecía la inequívoca cicatriz de una gran explosión… una explosión que había lanzado ruinas y destrozos en millas de distancia en todas direcciones y fundido un hueco cráter en el terreno.
Y junto al cráter, lo que quedaba en forma de destrozada chatarra, de lo que hubo sido una vez una nave estelar.
Aterrizaron junto al escenario de aquella antigua tragedia, y caminaron despacio, manteniendo la respiración, hacia el inmenso y destrozado casco que sobresalía por sobre sus cabezas. Sólo una corta sección, que podía ser la proa o la popa, quedaba de la hermosa nave del espacio; presumiblemente el resto había sido destrozado por completo a causa de aquella explosión. Conforme se aproximaban a los restos de la catástrofe, un pensamiento comenzó a cobrar vida en la mente de Alvin, haciéndose más y más fuerte, hasta llegar al estado de la certidumbre.
— Hilvar — dijo a su amigo, encontrando difícil hablar y caminar al mismo tiempo. Creo que esta nave es la que aterrizó en el primer planeta que visitamos.
Hilvar estuvo de acuerdo con un sencillo gesto, prefiriendo no gastar aire. La misma idea le había ocurrido a él. Era una buena lección aquel objeto y esperó que Alvin no la menospreciara.
Llegaron hasta el casco y miraron con atención al expuesto interior de la nave destrozada. Era como mirar en un gran edificio abierto a la curiosidad de cualquiera, partido en dos, con sus paredes, techo y suelo rotos en el punto de la explosión, proporcionando una visión distorsionada de la sección central de la nave. ¿Qué extraños seres, imaginó Alvin, se hallarían allí cuando murieron en la catástrofe de su nave?
— No comprendo esto dijo bruscamente Hilvar —. Esta porción de la nave se halla seriamente destrozada; pero por lo demás aparece claramente intacta. ¿Dónde se halla el resto? ¿Se partiría en dos en el espacio y caería aquí esto aplastándose al estrellarse?
La respuesta la hallaron, después de que hubieron enviado el robot a explorar la zona alrededor de la catástrofe. No existía sombra de duda; cualquier reserva que pudiera haber hecho Alvin mentalmente, quedó del todo desvanecida cuando halló la línea de bajos montones de tierra, cada uno de diez pies de largura, sobre la pequeña colina existente junto a la nave.
— Así que aterrizaron aquí —murmuró Hilvar— ignorando la advertencia… Debieron ser gentes inquisitivas, como eres tú. Intentaron abrir aquella cúpula. — Y apuntó al otro lado del cráter y hacia la suave y aún intacta envoltura dentro de la cual, los regidores exiliados de aquel mundo habían sellado sus tesoros. Pero ya no era una cúpula hemisférica, aparecía casi como una esfera completa, ya que el terreno en que había estado asentada, había sido lanzado a gran distancia.
— Debieron destrozar la nave, habiendo debido resultar muertos muchos de ellos. Pero a despecho de tal circunstancia, se las arreglaron para hacer las debidas reparaciones y marcharse de nuevo cortando esta sección y despojándola de todo su valor. ¡Vaya tarea que debió haber sido!
Alvin, apenas si oía a su compañero. Estaba mirando al curioso marcador que le había conducido hacia aquel lugar… una esbelta columna con un anillo horizontal situado en el último tercio de su altura. Aunque fuese algo extraño y nada familiar, pudo responder al mudo mensaje que había llevado a cabo al paso de los tiempos.
Bajo aquellas piedras, de haberse preocupado de buscar entre ellas, estaba la respuesta a una pregunta, al menos. Podía permanecer incontestada, quienes hubieran sido las criaturas que lo hubieran sufrido se habían ganado el derecho a descansar para siempre en aquel mundo perdido.
Hilvar apenas si oyó las pocas palabras que Alvin iba murmurando de vuelta a la nave.
— Espero que llegaran a su patria dijo.
— ¿Y a dónde ahora? — preguntó Hilvar cuando se hallaron de nuevo en el espacio.
Alvin se quedó fijamente mirando la pantalla antes de responder.
— ¿Crees que debería volver?
Creo que sería una cosa sensata. Nuestra buena suerte puede que deje de acompañarnos por mucho tiempo y ¿quién sabe qué otras sorpresas tienen esos planetas que nos están esperando?
Aquélla era la voz de la cordura y la prudencia y Alvin estaba preparado para prestarles mucha más atención que la que hubiera prestado días antes. Pero había hecho un largo viaje y esperado toda su vida para aquel momento; no debería volver la espalda y correr a refugiarse en la Tierra cuando tanto había que ver todavía.
— Permaneceremos en la nave de ahora en adelante — dijo— y no tocaremos en ninguna superficie, ni en ninguna parte. Esto será suficientemente seguro, espero.
Hilvar se encogió de hombros como si rehusara aceptar cualquier responsabilidad que volviera a presentarse en lo sucesivo. Ahora que Alvin demostraba poseer un cierto sentido de la prudencia, pensó que sería imprudente por su parte el admitir que se hallaba igualmente ansioso de continuar su exploración, aunque hubiese abandonado ya hacía tiempo toda esperanza de encontrarse una vida inteligente en aquellos planetas.
Frente a ellos, aparecía ahora un doble mundo; un gran planeta con uno más pequeño como satélite en órbita. El principal, debería ser seguramente un planeta gemelo del anteriormente visitado, se mostraba recubierto por una capa de verde lívido de parecidas características. No era preciso esforzarse mucho para rechazar la idea de tomar contacto con él; era ya una historia bien aprendida.
Alvin condujo a la nave a escasa altura sobre el satélite, y apenas si necesitó consejo de los complejos mecanismos de la astronave para comprobar que no existía atmósfera alguna. Las sombras se recortaban con agudeza, sin penumbras, sin gradaciones entre el día y la noche. Era el primer cuerpo celeste, en donde al menos, se veía algo que se pareciese a un anochecer próximo, ya que sólo uno de los soles más distantes, se hallaba sobre el horizonte en la zona en que hicieron primeramente contacto en aquel sistema. El panorama que les ofrecía el satélite estaba bañado de un rojo sombrío, como si estuviera coloreado de sangre.
Durante muchas millas volaron bajo sobre las montañas que aparecían tan dentadas como agudas en sus picos, desde los lejanos orígenes de su nacimiento. Se trataba de un mundo que nunca habría conocido ni el cambio ni el desgaste, al no haber sufrido nunca la acción de las lluvias ni de los vientos. No eran precisos ningunos circuitos de eternidad para conservarlo en la pureza de su primitiva conformación.
Pero si no existía aire; no existiría vida… ¿o es posible que la hubiera de algún modo?
— Por supuesto — respondió Hilvar cuando le fue hecha la pregunta —. Biológicamente, no hay nada de absurdo en tal idea. La vida no puede originarse en un espacio sin aire; pero sí que pueden evolucionar formas vivientes que sobrevivan en tales condiciones. Eso tiene que haber sucedido millones de veces, allí donde cualquier planeta ha perdido su atmósfera.
— Pero… ¿podría esperarse vida inteligente, o formas vivientes sensibles en el vacío? ¿Tal vez podrían protegerse de algún modo contra la pérdida de aire…
— Eso es probable; pero tras haber logrado bastante inteligencia para detener tal acción, si es que ha ocurrido así. Pero si la atmósfera se marchó cuando se hallaban todavía en un estado primario, tendrían que adaptarse o perecer. Después de haberse adaptado, han podido desarrollar una muy alta inteligencia. De hecho, probablemente ha podido ocurrir así… el incentivo es de lo más interesante.
El argumento, según decidió Alvin, era puramente teórico por lo que a aquel planeta concernía. Por ninguna parte se advertía el menor signo de haber nacido la vida, inteligente o de otra forma. Pero en tal caso… ¿cuál era el propósito de semejante mundo? La totalidad del sistema múltiple de los Siete Soles era artificial, ahora estaba seguro Alvin; y aquel mundo necesitaba ser parte de su gran diseño.
Podía ser, concebiblemente, dispuesto allí puramente por fines ornamentales, como el proveer de una luna en el cielo de su gigantesco compañero. Incluso en semejante caso, no obstante, parecía verosímil, que debería haber sido dispuesto para algún uso.
— Mira — le advirtió Hilvar apuntando hacia la pantalla —. En aquella parte, hacia la derecha…
Alvin cambió el curso de la astronave y el panorama pareció inclinarse ante ellos. Aquellas rocas teñidas de rojo, se borraron con la velocidad del movimiento; la imagen se estabilizó después y allá abajo, sobre el terreno, se hallaba la inequívoca presencia de la vida.
Inequívoca… y con todo, sorprendente. Tenía el aspecto de un amplio espacio con hileras de esbeltas columnas, cada una a cien pies de su vecina más próxima y dos veces tal altura. Se extendían en la distancia, alejándose en una hipnótica perspectiva, hasta desaparecer en el horizonte lejano.
Alvin condujo a la nave hacia la derecha y comenzó a correr a lo largo de aquella hilera de columnas, tratando de imaginar para qué propósito estarían dispuestas así y a qué fin podrían servir.
Resultaban absolutamente uniformes, alineadas y marchando en una fila continua a través de valles y colinas. No aparecían en ellas signos de soportar o haber soportado alguna cosa, sino de un aspecto completamente liso y ligeramente agudizadas en la parte alta.
De una manera abrupta, la línea cambió de curso en ángulo recto. Alvin sobrevoló algunas millas sobre aquella extraña alineación por la nueva dirección. Las columnas continuaban con la misma imperturbable alineación a través del paisaje, sin romper ni alterar su regular emplazamiento a trechos regulares también. Después, a cincuenta millas desde el último cambio de dirección, volvieron a torcer rápidamente en otro ángulo recto. Siguiendo aquella pauta, pensó Alvin, tendría que volver al punto de partida.
Aquella secuencia sin fin de columnas, les había hipnotizado de tal forma, que cuando la encontraron rota, y a habían pasado algunas millas antes de que Hilvar lo hiciese advertir a Alvin que por lo visto ni siquiera lo había notado, y volvieron la nave hacia atrás. Descendieron lentamente y mientras planeaban sobre el terreno, la sospecha que había concebido Hilvar, tomo cuerpo en su mente, aunque al principio no se atrevió a comunicarla a su amigo.
Dos de las columnas habían sido destrozadas por casi la misma base y yacían tumbadas a trozos sobre las rocas de la superficie y en el mismo lugar en que habían caído. Aquello no era todo, ya que las dos columnas rotas y tumbadas por el suelo, habían sido derribadas por alguna fuerza colosal.
No había escape para llegar a una conclusión aterradora. Ahora ya sabía Alvin lo que habían estado sobrevolando; era algo que con frecuencia había observado en Lys; pero hasta aquel momento el súbito cambio de escenario, le había impedido comprenderlo bien.
— Hilvar — dijo a su camarada, todavía no atreviéndose a poner sus pensamientos en palabras —, ¿puedes figurarte lo que significa esto?
— Resulta difícil creerlo; pero hemos estado dándole vueltas a un gigantesco corral. Eso es una valía… una valía colosal que parece no haber sido lo suficientemente fuerte.
— La gente que guarda animales domésticos — repuso Alvin con la risa nerviosa con que los hombres muchas veces ocultan su miedo deberían asegurarse de que saben guardarlos bajo control.
Hilvar no hizo comentario alguno, limitándose a mirar fijamente la barricada rota, con el ceño fruncido.
— No lo comprendo — dijo al fin —. ¿Dónde han podido encontrar alimento en un planeta como éste? ¿Y por qué rompería este refugio? Daría cualquier cosa por averiguar qué clase de animal era éste…
— Tal vez fue abandonado aquí y rompió la valla por hallarse hambriento. O puede que algo le haya trastornado…
— Descendamos más — dijo Hilvar —. Quiero echarle un vistazo al terreno.
Bajaron hasta que la astronave casi rozaba el terreno rocoso y desnudo y fue entonces cuando se dieron cuenta de que la llanura estaba salpicada con innumerables pequeños agujeros de no más de una o dos pulgadas de anchura. Al exterior de la estacada, sin embargo, el terreno aparecía libre de aquellas misteriosas mareas. Sé detuvieron en seco en la misma línea de la valía.
— Tienes razón dijo Hilvar —. Estaba hambriento. Pero no era un animal, creo que sería más atinado considerarlo una planta. Sin duda había agotado el suelo del interior de su refugio vallado y ha tenido que salir a buscar nuevo alimento al exterior. Probablemente ha debido moverse con lentitud; es posible que le haya llevado años el romper el cerco.
La imaginación de Alvin comenzó a divagar con los detalles relativos a aquel fantástico suceso, que nunca le serían conocidos con exactitud. No puso en duda que el análisis de Hilvar era básicamente correcto, y que alguna especie de monstruo botánico, tal vez moviéndose de forma tal que apenas si el ojo pudiera apreciarlo, había ido deslizándose lentamente, pero sin descanso, luchando contra las barreras que le habían tenido confinado.
Es posible que aún estuviese vivo en alguna parte, incluso después de aquel inmenso período de tiempo transcurrido, corroyendo otro lugar del planeta y buscando en su superficie su especial alimento mineral. Él haberse dedicado a buscarlo, no obstante, habría resultado una tarea imposible, ya que sería preciso rastrear la totalidad del planeta. Hicieron un inútil intento de buscarlo durante algunas millas cuadradas y localizaron una gran zona circular moteada con aquellos mismos agujeros, en una distancia de casi quinientos pies de anchura, donde obviamente aquella criatura tuvo que haberse detenido en busca de alimento… si podía aplicarse tal término a un organismo que de algún modo obtenía sus elementos nutritivos de la roca al desnudo.
Al elevarse una vez más en el espacio, Alvin sintió una extraña fatiga adueñarse de toda su persona. Había visto muchas cosas, y con todo, aprendido muy poco. Existían muchas otras maravillas en aquellos planetas. Pero su búsqueda resultaba un proyecto sin límites de tiempo y el resultado les hubiera sido inútil, en seguir visitando aquellos mundos de los Siete Soles. De existir inteligencia en alguna parte del Universo, ¿a dónde ir a buscarla? Miró a las estrellas esparcidas como un polvo brillante en la pantalla de la astronave y pensó que no disponían de tiempo para poder explorar ni una millonésima de todo aquello, ni una porción infinitesimal.
Una sensación de soledad y de opresión pareció sobrecogerle, como jamás la había sentido en su vida. Entonces comprendió el temor de las gentes de Diaspar, ante la contemplación de los inmensos espacios del Universo, el terror que había hecho que su pueblo se reuniese en el pequeño microcosmos de su ciudad. Era duro creerlo; pero después de todo, tenían razón y por primera vez tuvo que admitirlo.
Se volvió hacia Hilvar como buscando apoyo en su amigo. Pero Hilvar aparecía con los puños cerrados, tenso y con una brillante mirada en sus ojos. La cabeza la tenía ladeada hacia un lado y parecía escuchar, como queriendo captar el menor sonido que pudiese existir en aquella soledad y en aquel vacío que les rodeaba por doquier.
¿Qué ocurre, Hilvar? — preguntó Alvin. Tuvo que repetir la pregunta hasta que Hilvar mostrase algún signo de haberle escuchado.
Hay algo que se aproxima — repuso Hilvar lentamente —. Algo que no comprendo…
A Alvin le pareció que la cabina de la astronave se volvía repentinamente muy fría y que la pesadilla racial de los Invasores resurgía para enfrentarse a ellos en todo su inmenso terror. Con un esfuerzo de voluntad que agotó sus fuerzas, forzó a su mente a no caer presa del pánico.
— ¿Es… amistoso? — preguntó. ¿Deberé poner proa a la Tierra?
Hilvar no contestó a la primera pregunta… sólo a la segunda. Su voz apenas si era audible; aunque sin mostrar signos de miedo ni temor. Más bien parecía sorprendido y fascinado por la curiosidad, como si se hubiese encontrado tan sorprendente que le resultase imposible satisfacer la curiosidad de Alvin.
— Demasiado tarde — contestó. Ya está aquí.
La Galaxia había girado varias veces sobre su eje, desde que la consciencia llegó por primera vez a Vanamonde. Apenas si podía recordar algo de los primeros eones de tiempo y de las criaturas que le habían cuidado entonces… aunque recordaba todavía su desolación cuando se habían marchado y le dejaron solo entre las estrellas. Desde entonces y al paso de las edades, había ido errando de sol en sol, evolucionando lentamente e incrementando sus poderes y facultades. Una vez había soñado el encontrar a aquellos que le atendieron en su nacimiento y aunque el sueño ya se había desvanecido, no había muerto del todo de sus inmensos recuerdos y su fabulosa capacidad mental.
Sobre incontables mundos, había ido encontrando la catástrofe y las ruinas que la vida había dejado tras de sí, pero sólo encontró la inteligencia una vez… y desde el Sol Negro había escapado presa del terror. Pero el Universo era demasiado grande y su búsqueda apenas si había comenzado para él…
Desde la inmensa lejanía del espacio y el tiempo, aquel inmenso y aterrador despliegue de energías surgidas del corazón de la Galaxia, parecía hacerle señales de aliento a Vanamonde a través de los años luz de distancia. Fue algo totalmente desemejante de la radiación de las estrellas y había aparecido en el campo de su consciencia tan súbitamente como la traza de un meteoro a través de un cielo sin nubes. Se movió hacia aquella llamada a través del Espacio y el Tiempo y así lo haría hasta el último momento de su existencia, desprendiéndose de él en la forma que conocía la muerte, como una pauta incambiada del pasado.
Aquella forma metálica alargada, con sus infinitas complejidades de estructura, era algo que se escapaba a su comprensión, ya que le resultaba tan extraño como casi todas las cosas del mundo físico. A su alrededor notaba el aura del poder que le había lanzado a través del Universo; pero no era aquello precisamente lo que tenía entonces interés para Vanamonde. Cuidadosamente, con la delicada nerviosidad de una bestia solitaria, se dirigió hacia las dos mentes que acababa de descubrir.
Y entonces comprendió que su larga búsqueda había terminado.
Alvin cogió a Hilvar por los hombros y le sacudió varias lentamente, tratando de sacarle del mundo de los sueños hacia el de la realidad.
— ¡Dime qué es lo que está ocurriendo! — suplicó a su amigo. ¿Qué es lo que quieres que haga?
Aquella remota mirada de los ojos de Hilvar, se desvaneció de su vista.
— Todavía no lo comprendo muy bien; pero no es preciso asustarse. De eso estoy bien seguro. Sea lo que sea, no nos hará ningún daño. Parece simplemente… interesado.
Alvin estuvo a punto de replicar a su amigo, cuando se sintió súbitamente sobrecogido por una sensación como jamás hubiese experimentado antes en su vida. A través de su cuerpo pareció extenderse una oleada de ternura y de calor que sólo duró algunos segundos, pero cuando desapareció, ya había dejado de ser el Alvin de siempre. Algo compartía ahora su cerebro, envolviéndole como un círculo puede encerrar a otro en su interior. Se dio perfecta cuenta también de que Hilvar tenía su mente igualmente hechizada por la criatura, cualquiera que fuese, invisible pero perfectamente perceptible, que había descendido sobre ellos. La sensación era extraña más que desagradable y proporcionó a Alvin su primera experiencia de la telepatía… el poder que su pueblo había perdido, habiendo degenerado tanto que sólo sabían utilizarla las máquinas con su control ultrasensible.
Alvin se había rebelado una vez, cuando Seranis había intentado dominar su mente; pero no había luchado contra su intrusión. Habría resultado un esfuerzo infructuoso y supo que aquella criatura, cualquiera que pudiera ser, no era hostil ni inamistosa. Se dejó relajar, aceptando sin resistencia el hecho de que una inteligencia infinitamente más grande que la suya, estaba explorando su mente. Pero en aquella creencia no tuvo toda la razón.
Una de aquellas inteligencias, según pudo comprobar en el acto Vanamonde, era más afín y accesible que la otra. Pudo darse cuenta de que ambas se hallaban asombradas con la maravilla de su presencia, lo que le sorprendió extraordinariamente. Resultaba difícil creer que ellos hubieran olvidado; el olvido, como la mortalidad, era algo más allá de la comprensión de Vanamonde la comunicación era muy difícil; muchas de las imágenes — pensamientos eran tan extrañas que apenas si pudo reconocerlas. Se encontró confuso y un tanto asustado por la insistente idea de los Invasores, entre el tumulto de pensamientos de los jóvenes en sus respectivas consciencias y le recordó su primera emoción cuando el Sol Negro llegó la primera vez al campo de su conocimiento.
Pero aquellos dos lo ignoraban todo respecto al Sol Negro y entonces sus propias preguntas comenzaban a tomar forma en su mente.
—¿Quién eres tú?
Y suministró la única pregunta que tenía a mano.
— Yo soy Vanamonde.
Entonces se produjo una pausa. ¡Cuánto tiempo tardaban aquellas criaturas en dar forma a sus pensamientos! Después repitieron la pregunta. Ellos no habían comprendido; aquello resultaba extraño, ya que seguramente aquella especie de inteligencias vivas le habían dado sus nombres que podían hallarse entre las memorias y recuerdos de su nacimiento. Aquellos recuerdos eran escasos, y comenzaron como un simple punto en el tiempo; pero resultaban ya claras y diáfanas como el cristal.
De nuevo sus débiles pensamientos lucharon por abrirse paso en su consciente cósmico.
—¿Dónde está la gente que construyó los Siete Soles? ¿Qué les ocurrió en el paso del tiempo?
Vanamonde lo ignoraba; ellos apenas si podían creerle y la decepción de Alvin e Hilvar le llegó clara y aguda a través del abismo que separaba su mente de la de los otros. Pero parecían pacientes y contentos de ayudarle y Vanamonde también sintió la alegría de saberse acompañado en su soledad eterna a través del Universo ya que al fin le proporcionaban la única compañía que jamás hubiera conocido.
Por tanto tiempo como viviera, Alvin no hubiera podido creer de nuevo el sufrir tan extraña experiencia ni aquella conversación sin palabras y sin sonidos. Le resultaba duro de imaginar que apenas si él contaba allí poco menos que un simple espectador de algo inasible, ya que no se preocupó de admitir, incluso para sí mismo, que la mente de Hilvar era en ciertos aspectos mucho más capaz que la suya propia. Sólo podía esperar y sentirse maravillado, medio hechizado por el torrente de ideas y pensamientos que se escapaban fuera de los límites de su comprensión normal.
A poco, Hilvar, más bien pálido y bajo una inmensa tensión interior, rompió aquel contacto mental y se volvió hacia Alvin.
— Alvin — le dijo con voz cansada —. Aquí hay algo muy extraño. No acabo de comprenderlo del todo.
Aquellas palabras devolvieron un poco de confianza a la capacidad mental de Alvin y su rostro mostró una sonrisa de simpatía hacia su camarada de aventuras.
— No puedo descubrir bien qué es Vanamonde… continuó —. Es una criatura que posee un tremendo conocimiento; pero da la impresión de poseer una pequeña inteligencia. Por supuesto — añadió— su mente puede ser de un orden tan diferente que no podamos comprenderla muy bien y con todo, de alguna forma, no creo que esta sea la explicación correcta de los hechos.
— Bien ¿y qué es lo que has aprendido? — preguntó Alvin con cierta impaciencia —. ¿Sabe algo respecto a los Siete Soles?
La mente de Hilvar daba la impresión de hallarse todavía muy alejada de allí.
— Fueron construidos por muchas razas, incluida la nuestra — dijo como ausente —. He podido sacar eso en consecuencia; pero no parece comprender su significación. Creo que es la consciencia del Pasado sin tener la capacidad para interpretarlo. Todo lo que ha ocurrido, parece bullir conjuntamente en su mente como algo caótico y sin ordenación comprensible.
Se detuvo pensativamente por unos instantes y después su rostro se iluminó.
— Hay sólo una cosa que debemos hacer, de una u otra forma, y es llevarle a la Tierra para que nuestros filósofos puedan estudiarlo.
— ¿Sería eso una medida razonable y segura? — preguntó Alvin.
— Sí. Vanamonde es una criatura amistosa. Más que eso, de hecho, parece incluso afectiva.
Y súbitamente, el pensamiento que durante todos aquellos momentos había estado rondando por el borde de la consciencia de Alvin, se hizo claro como la luz del día. Recordó a Krif y a todos los animales que escapaban continuamente para molestia o alarma de los amigos de Hilvar. Y recordó —¡qué lejos le parecía aquello! — el propósito zoológico que se escondía detrás de su expedición a Shalmirane.
Hilvar había encontrado otro animal doméstico.
Qué inimaginable, murmuró para sí Jeserac, habría resultado aquella conferencia, sólo unos cuantos días antes. Los seis visitantes procedentes de Lys, estaban sentados frente al Consejo de Diaspar, en la abertura de la mesa en forma de herradura de la gran mesa del Consejo de la Ciudad. Resultaba irónico recordar, que Alvin había permanecido en aquel mismo sitio y escuchando al Consejo dictaminar que Diaspar sería cerrada de nuevo para el resto del mundo. Y ahora, el mundo había roto aquella disposición como una especie de venganza, y no sólo el resto de la Tierra, sino del Universo.
El Consejo había cambiado en sí mismo también. Faltaban cinco de sus miembros, incapaces de encararse con las responsabilidades y problemas con que ahora tenían que enfrentarse, habiendo seguido el mismo camino que Khedrom ya había tomado poco antes. Aquello era, según pensó Jeserac, una demostración de que Diaspar había fracasado, si sus más eminentes ciudadanos se sentían faltos de valor para dar cara al desafío que se les planteaba en millones de años. Muchos miles de ellos ya se habían apresurado a dirigirse al breve olvido de los Bancos de Memoria, con la esperanza de que al volver a cobrar vida en el futuro, la crisis hubiera ya pasado y Diaspar les resultase familiar otra vez. Pero se encontrarían, a no dudarlo, totalmente decepcionados.
Jeserac había sido invitado a ocupar uno de los asientos vacantes del Consejo. Su presencia había sido acogida con satisfacción y nadie sugirió la menor idea de excluirle del alto Tribunal de la Ciudad. Tomó asiento a uno de los extremos de la mesa en forma de herradura, dándole ciertas ventajas. No sólo podía estudiar los perfiles de los visitantes, sino ver además las expresiones de sus conciudadanos… y tales expresiones resultaban altamente instructivas.
No existía la menor duda de que Alvin había tenido razón, y el Consejo iba digiriendo la verdad incontrovertible de los hechos. Los delegados de Lys podían pensar con una asombrosa rapidez, superior, en mucho, a las mentes más agudas de Diaspar. No sólo era aquélla su única ventaja, ya que disponían además de un alto grado de coordinación que Jeserac supuso se debería a la utilización de sus poderes telepáticos. Quiso saber si estarían ya leyendo los pensamientos de los Miembros del Consejo; pero decidió finalmente que no romperían su solemne juramento, sin el cual aquella reunión habría sido imposible.
Jeserac no pensó que se harían muchos progresos. El Consejo, que apenas si admitía, ni había admitido nunca la existencia de Lys, todavía parecía incapaz de darse cuenta de lo que estaba sucediendo realmente. El resultado es que se mostraban profundamente afectados con el temor, hecho en sí extensible igualmente a los visitantes, aunque éstos se las arreglaban mucho mejor en tal aspecto.
El propio Jeserac no se hallaba tan aterrado como él mismo supuso de antemano; sus temores aún permanecían latentes; pero se encaró valientemente con ellos al fin. Algo de la propia decisión de Alvin, o tal vez de su mismo valor contagioso había comenzado a cambiar su mentalidad y a ensanchar el perfil de sus concepciones en un nuevo horizonte. Seguía creyendo que no se atrevería a poner un pie fuera de las fronteras de Diaspar; pero entonces comprendió, al menos, qué fuerza era la que había impulsado a Alvin a hacerlo.
La declaración primera del Presidente del Consejo, les cogió de sorpresa, de la que Jeserac se repuso inmediatamente.
— Creo — dijo— que esta situación no se hubiera producido antes por una predeterminada idea. Sabemos que han existido catorce Únicos anteriormente, y que ha debido existir un plan definido y específico tras su creación. Este plan, a mi entender, se concibió para asegurar que Lys y Diaspar no permaneciesen apartados eternamente. Alvin lo ha visto y comprendido por alguna misteriosa intuición; pero además, ha hecho algo que no puedo imaginar que existiese en el propósito original de su personalidad al ser creada. ¿Podría confirmar esto el Computador Central?
La voz impersonal de la maravillosa máquina replicó en el acto.
— El Consejero sabe que no puedo comentar nada respecto a las instrucciones que me dieron mis constructores.
Jeserac aceptó la suave reprobación del Computador Central.
— Sea cual sea la causa, no podemos disputar sobre los hechos. Alvin ha salido al espacio exterior del Universo. Cuando vuelva, podéis impedirle que vuelva a salir de nuevo, aunque dudo mucho que la medida tenga éxito, ya que ha debido aprender muchas cosas. Y si lo que teméis ha sucedido, no hay nada por nuestra parte que podamos hacer. La Tierra se halla totalmente indefensa… como lo ha estado durante millones de siglos.
Jeserac hizo una pausa y miró a los reunidos en la gran asamblea. Sus palabras no parecía haberle gustado a nadie, aunque tampoco había esperado que así sucediera.
— Pero así y todo — continuó no veo por qué razón deberíamos sentirnos alarmados. La Tierra no está ahora en mayor peligro de lo que lo ha estado antes. ¿Por qué tendrían dos simples hombres que han viajado en una nave espacial traernos la maldición de los Invasores de nuevo sobre nosotros? Si somos honestos con nosotros mismos, tenemos que admitir que los Invasores nos habrían destruido hace ya mucho tiempo.
Se produjo entonces un silencio desaprobador. Aquello era como una herejía, cosa que el propio Jeserac, en otros tiempos, lo habría condenado por sí mismo.
El Presidente interrumpió, frunciendo el ceño pesadamente.
— ¿No existe acaso una leyenda que dice que los Invasores dejaron en paz a la Tierra, sólo a condición de que el Hombre no volviese de nuevo al espacio? ¿Y no hemos roto tales condiciones ahora?
— Una leyenda, en efecto — dijo Jeserac —. Aceptamos muchas cosas sin discusión, y ésta es una de ellas. Sin embargo, no tenemos de todo esto la menor prueba. Encuentro difícil de creer que nada de ello se encuentre, siendo de tanta importancia, registrado en los Bancos de Memoria del Computador Central, quien no sabe absolutamente nada de semejante pacto. Lo he preguntado, aunque sólo a través de las máquinas de información. El Consejo puede ahora hacer la pregunta directamente.
Jeserac no vio razón alguna del por qué tendría que arriesgarse a recibir una admonición al traspasar sobre territorio prohibido y esperó la respuesta del Presidente.
No llegó nunca, ya que en aquel momento los visitantes de Lys se removieron en sus asientos, con los rostros nerviosos y como reflejando en ellos una expresión le profunda incredulidad y alarma. Daban la impresión de estar escuchando algo que una voz lejana vertía un mensaje en sus oídos.
Los Consejeros aguardaron, con la aprensión creciendo por instantes, según continuaba aquella conversación silenciosa. Entonces, el jefe de la Delegación de Lys sacudió la cabeza como saliendo de una especie de trance y se volvió como pidiendo excusas al Presidente.
— Acabamos de escuchar algunas noticias extrañas y sorprendentes procedentes de Lys.
— ¿Es que Alvin ha vuelto a la Tierra? — preguntó el Presidente.
— No, no es Alvin. Es alguien más.
Mientras conducía a la fiel espacionave a las llanuras de Airlee, Alvin se preguntó si alguna vez en la historia de la humanidad alguien habrían traído tal cargamento a la Tierra, y si, ciertamente, Vanamonde se hallaría localizado físicamente en el espacio de la máquina. No hubo el menor signo de él durante el viaje de retorno; Hilvar creyó y su conocimiento era más discreto, que la esfera de atención de Vanamonde podría más bien estar situada en cualquier posición del espacio. El propio Vanamonde no podía ser localizado en ninguna parte y probablemente, ni incluso en cualquier momento.
Seranis y cinco senadores, les estaban esperando al emerger de la nave espacial. Uno de los senadores a quien Alvin ya había conocido en su última visita se hallaba presente, así como otros dos de la primera reunión, en cambio, se hallaban en Diaspar.
Se preguntó qué tal le iría a la Delegación enviada a Diaspar y de qué forma habría reaccionado la ciudad a los primeros intrusos del exterior en tantos millones de años de aislamiento.
— Parece, Alvin — le dijo Seranis secamente, tras haber saludado cariñosamente a su hijo que tienes un notable genio para descubrir entidades tan extraordinarias. Creo, sin embargo, que transcurrirá algún tiempo antes de que sobrepases el logro adquirido ahora.
Por una vez, fue Alvin el sorprendido.
— Entonces… ¿es que ha llegado Vanamonde ya?
— Sí, hace horas. De alguna forma se las ha arreglado para trazar la ruta de vuestra astronave en su viaje cósmico, lo que nos ha planteado una serie fenomenal de problemas filosóficos. Hay alguna evidencia de que llegó a Lys en el preciso momento en que le descubristeis, lo que prueba que es capaz de desarrollar velocidades infinitas. Y eso no es todo. En las últimas horas, nos ha enseñado más historia de lo que nosotros pensábamos que existiera en el mundo.
Alvin la miró maravillado. Y entonces comprendió; no era difícil imaginar el impacto que Vanamonde tuvo que haber producido sobre aquella gente, con sus poderes de percepción y su maravillosa facultad de intercomunicación mental. Habían reaccionado con sorprendente rapidez, apareciéndosele entonces Vanamonde con una súbita imagen, tal vez un tanto temerosa, rodeado por las mentes más finas e inteligentes de todo Lys.
— ¿Han descubierto ustedes quién es? — preguntó.
— Sí. Eso ha sido una cosa sencilla, aunque aún desconocemos su origen. Es una mentalidad pura y su conocimiento parece ser ilimitado. Pero es infantil, y quiero recalcarlo así, literalmente.
— ¡Claro está! —exclamó Hilvar —. ¡Tuve que haberlo imaginado!
Alvin aparecía desconcertado y Seranis se sintió apenada por él.
— Quiero decir que Vanamonde tiene una mente colosal, tal vez prácticamente infinita; pero es algo inmaturo y sin desarrollar. Su inteligencia actual es menor que la de un ser humano — y sonrió un poco torcidamente —, aunque el proceso de sus pensamientos es mucho más rápido y aprende las cosas con enorme rapidez. Además posee algunos poderes que desconocemos y que no podemos comprender por ahora. Parece que la totalidad del pasado se halla presente y fresco en su mente en una forma difícil de describir. Tiene que haber utilizado tal capacidad para seguir vuestro paso de retorno a la Tierra.
Alvin permaneció en silencio y por una vez como sobrecogido. Se dio cuenta de la razón que había tenido Hilvar de llevarlo a Lys. Supo también la suerte que había tenido siempre en ser más listo que Seranis; pero era algo que se da dos veces a lo largo de toda una vida.
— ¿Quiere usted decir — pregunto— que Vanamonde es algo así como un recién nacido?
— Para su propia forma de ser, sí. Su edad actual tiene que ser enorme en el tiempo, aunque aparentemente menor que la del Hombre. Lo extraordinario del asunto, es que insiste en que nosotros le creamos a él y no parece haber duda de que su origen se halla ligado a todos los grandes misterios del pasado.
— ¿Que está ocurriendo ahora con Vanamonde? — Preguntó Hilvar.
— Los historiadores de Grevarn le están haciendo preguntas. Intentan hacer un bosquejo de las líneas más principales de la historia pasada; pero esa tarea llevará años. Vanamonde puede describir con perfecto detalle, pero no comprende bien lo que ve, resulta bastante difícil trabajar con él.
Alvin hubiera querido saber cómo Seranis lo sabía; pero después cayó en la cuenta de que todas las mentes de Lys observaban paso a paso el progreso de la gran búsqueda en aquella mente cósmica. Y sintió el orgullo de haber dejado la impronta de su personalidad de una forma tan grandiosa tanto en Lys como en Diaspar, aunque en cierta forma, tal orgullo se hallaba mezclado con una cierta frustración. Allí existía algo siempre presente con lo que nunca podría enfrentarse ni compartir: el contacto directo entre mentes humanas distintas a la suya. Un misterio para él, como lo es la música para un sordo, o los colores para un ciego. Y con todo, las gentes de Lys intercambiaban entonces sus pensamientos con aquel inimaginable ser extraterrestre a quien había traído hasta la Tierra; pero a quien jamás podría detectar con ninguno de los sentidos que poseía.
Allí no había lugar para él; cuando la encuesta estuviera terminada, se le darían a conocer las respuestas. Él había abierto las puertas de lo infinito y ahora sentía miedo por todo lo que había hecho. Por su propia paz mental, tenía que retornar a su diminuto y familiar mundo de Diaspar, buscando en su refugio un descanso para dejar en paz por algún tiempo sus ambiciones y sus sueños. Aquello era una terrible ironía; el único que había sacado a la Ciudad hacia la aventura y abierto el camino de las estrellas, se volvía a casa como un niño que vuelve corriendo al regazo de su madre, temeroso y asustado.
En Diaspar no había nadie a quien agradase volver a ver nuevamente a Alvin. La ciudad parecía inmersa en una verdadera ebullición, tal y como una colmena que ha sido removida con un palo. Seguía con repugnancia frente al hecho de encararse con la realidad; pero aquellos que rehusaban admitir la existencia de Lys y el mundo exterior ya no tenían lugares en donde poder esconderse. Los Bancos de Memoria habían rehusado ya aceptarlos y los que buscaban refugio en el sueño y el olvido haciendo una inmersión hacia el futuro, caminaban inútilmente a la Sala de la Creación. Aquella flama disolvente sin calor, rehusaba él darles la bienvenida y ya no serían de nuevo despertados con sus mentes en blanco, frescas y recién nacidas a mil años de distancia en el fluir del tiempo futuro. De nada servía el llamamiento al Computador Central, quien por lo demás tampoco explicaba la razón de sus acciones.
Los que intentaban tal refugio, tuvieron que volver nuevamente a la vida de la ciudad, con el rostro compungido y obligados a dar frente a los problemas de su época.
Alvin había tomado tierra en la periferia del Parque, no lejos de la Sala del Consejo. Hasta el último momento, no estuvo cierto de poder llevar la astronave a la ciudad, y a través de las pantallas misteriosas que aislaban a Diaspar del resto del mundo en su cielo artificial. El firmamento de la ciudad, como las demás cosas, era un producto de alta tecnología y naturalmente artificial o al menos en su mayor parte. La noche, con su cielo estrellado era como un recuerdo permanente de lo que el Hombre había perdido por lo que no se la permitía introducirse en la ciudad, por lo mismo que estaba protegida de las tormentas que a veces se desencadenaban a través del desierto y llenaban el cielo con sus móviles cortinas de arena.
Los invisibles guardianes de su cielo dejaron pasar a Alvin y Diaspar apareció extendida a sus pies. Sintió un inmenso alivio al estar ya seguro de encontrarse nuevamente en el hogar. No obstante la grandiosidad del Universo que había contemplado y los misterios que le atraían, era donde en definitiva había nacido, y a donde pertenecía. Podría ser que nunca se sintiera satisfecho; así y todo, debía volver. Había sido preciso que recorriera media Galaxia para aprender aquella simple verdad.
Las multitudes de gente de la ciudad se habían arracimado mucho antes de que tomase tierra y Alvin sé preguntó de qué forma le recibirían sus conciudadanos. Le resultaba fácil leer en sus rostros, al observarlos a través de la pantalla visora de la astronave y antes de descorrer la cámara de compresión. La emoción dominante parecía ser la curiosidad… en sí misma, algo nuevo en Diaspar. Entremezclada con tal sentimiento, se hallaba la aprensión, y de tanto en tanto, los inequívocos signos del temor y la ansiedad. Parecía que nadie se alegrase de verle volver a Diaspar.
El Consejo, por otra parte, le dio la bienvenida positivamente, aunque no sólo por pura amistad. Aunque era el responsable de la crisis, él solo podría suministrar la evidencia y los hechos sobre los cuales se debería asentar la futura política a seguir.
Fue escuchado con una profunda atención mientras describió el viaje hacia los Siete Soles y su encuentro con Vanamonde. Después, contestó a innumerables preguntas con una tal paciencia que sin duda debió sorprender a sus mismos interrogadores. Oculto en sus mentes, cosa que pronto descubrió Alvin, se hallaba siempre latente el terror de los Invasores, aunque nunca mencionaron su nombre y aparecieron claramente confusos, cuando se atacó el sujeto directamente.
— Si los Invasores se encuentran todavía en el Universo — dijo Alvin al Consejo— debería haberlos hallado en alguna parte y desde luego en el centro. Pero no existe traza alguna de vida inteligente entre los Siete Soles; esto es cosa que ya habíamos supuesto antes de encontrarnos con Vanamonde y que éste lo confirmará. Yo creo que los Invasores partieron hace muchos siglos ya; y desde luego, Vanamonde que por lo menos tiene que tener la misma edad que Diaspar, no sabe absolutamente nada de ellos.
Una sugerencia, Alvin — interrumpió repentinamente uno de los Consejeros —. Vanamonde puede ser un descendiente de los Invasores, y en cierta forma que se halla más allá de nuestra comprensión actual. Ha olvidado su origen; pero eso no significa que un día pueda volver a ser peligroso.
Hilvar, que estaba presente y como un simple espectador, no esperó el permiso adecuado para tomar la palabra. Era la primera vez que Alvin le vio tan irritado.
— Vanamonde ha mirado en el interior de mi mente — dijo— y yo tengo a mi vez una visión general de su ser. Mi pueblo ya ha aprendido muchísimo de él, aunque no haya terminado de descubrir quién es. Pero una cosa es cierta: es amistoso y pareció muy contento de hallarnos. No tenemos nada que temer de él.
Tras aquella explosión de Hilvar, se produjo un corto silencio e Hilvar se relajó un tanto de su expresión apasionada. Pudo notarse a partir de entonces, que la tensión del Consejo fue menguando paulatinamente, como si se hubiese apartado una nube sombría del espíritu de aquellos honorables miembros del Consejo de la Ciudad. Y el Presidente no hizo nada, como era de esperar, para censurar a Hilvar por su inesperada interrupción.
Para Alvin estuvo claro, conforme continuaba el debate, que allí se hallaban presentes, tres escuelas de pensamiento, representadas en el Consejo de Diaspar. Los conservadores, que se hallaban en minoría, aún esperaban que las cosas volvieran a su punto de partida y que de algún modo se restaurase el viejo orden. Contra toda razón, mantenían la esperanza de que Diaspar y Lys se persuadieran de que deberían volver a olvidarse para siempre unos a otros.
Los progresistas estaban igualmente en una notable minoría; y el hecho de que algunos de ellos estuviesen presentes en el Consejo fue una circunstancia que agradó y sorprendió a Alvin. Ellos no son que diesen exactamente a la invasión procedente del mundo exterior, pero estaban en cambio, determinados a hacer lo mejor que pudiesen en favor de la realidad presente. Algunos de ellos fueron tan lejos, que sugirieron que podría existir un medio de romper las barreras psicológicas que por tanto tiempo habían mantenido apartadas a Diaspar y a Lys, de forma más efectiva que las puramente físicas.
La mayor parte del Consejo, reflejando claramente el estado de ánimo de la Ciudad, había adoptado una actitud de prudente espera y observación de los hechos, mientras se preparaban para encararse con las nuevas disposiciones a seguir en el futuro que tenían a la vista, pronto a emerger a la superficie. Se dieron cuenta de que no podrían hacer planes generales, ni poner en práctica una política definida, hasta que la tormenta hubiera pasado.
Jeserac se reunió con Alvin e Hilvar una vez que la sesión hubo terminado. Parecía haber cambiado ostensiblemente desde la última vez que le vieron en la Torre de Loranne, con el desierto extendido a sus pies. El cambio no era el que Alvin había esperado, aunque lo tendría que ver en días sucesivos, conforme el tiempo fuese pasando.
Jeserac parecía más joven, como si el fuego de la vida hubiese encontrado un nuevo combustible y estuviera quemándose en sus venas. A despecho de su edad, era uno de los que habían aceptado abiertamente el desafío que Alvin había llevado a Diaspar.
— Tengo noticias para ti, Alvin — le dijo —. Creo que conoces al Senador Gerane.
Alvin le miró confuso por el momento; pero después recordó.
— Ah, sí, por supuesto, fue uno de los primeros hombres con quien me encontré en Lys. ¿No es un miembro de la delegación?
— Sí, hemos llegado a incrementar nuestra amistad bastante. Es un hombre brillante y tiene un conocimiento de la mente humana que me hubiera resultado imposible concebir antes, aunque me ha dicho que para los usos y costumbres de Lys sólo es un principiante. Mientras permanece aquí, ha comenzado un proyecto que estará muy cerca de tu corazón. Está esperando analizar la compulsión que nos mantiene en la ciudad y cree, que una vez que haya descubierto cómo fue impuesta, estará en condiciones de suprimirla. Unos veinte de nosotros estamos cooperando sinceramente con él.
— ¿Y usted es uno de ellos?
— Así es, hijo — dijo Jeserac, con un aire de juventud que a Alvin le resultó increíble. No es nada fácil y ciertamente poco agradable… pero resulta estimulante.
— ¿Y cómo trabaja Gerane?
— Está actuando e investigando a través de las Leyendas. Tiene a su disposición una buena serie de ellas y estudia la reacción que nos produce cuando experimenta con ellas. ¡Nunca pensé que a mi edad, pudiera encontrar un nuevo entretenimiento como en mi infancia!.
— ¿Qué son las Leyendas? — preguntó Hilvar, curioso.
— Sueños de mundos imaginarios — explicó Alvin —. Cuando menos, muchos de ellos, son puramente imaginarios, aunque probablemente muchas de esas leyendas estén basadas en hechos históricos. Existen millones de esas Leyendas almacenadas en las células de los Bancos de Memoria de la ciudad; puedes elegir cualquier clase de experiencia o de aventura que te agrade y aparecerá tan absolutamente real que no podrás distinguirlo de la ficción mientras que los impulsos convenientes están siendo alimentados en tu mente. — Y se volvió hacia Jeserac —. ¿Con qué clase de Leyendas está operando Gerane?
— La mayor parte de ellas son las relativas al hecho de abandonar Diaspar. Algunas llevan casi hasta los principios de la construcción de la ciudad. Gerane está seguro de que cuanto más nos aproximemos al origen de esa compulsión miedosa de abandonar Diaspar más fácilmente estará en condiciones de determinar su causa y erradicaría.
Alvin se sintió inyectado de un nuevo valor frente a aquellas noticias. Su trabajo sólo estaría hecho a medias, si después de haber abierto las puertas de Diaspar, nadie quisiera pasar por ellas.
— ¿Usted desea realmente salir de Diaspar? — le preguntó Hilvar al anciano maestro de Alvin.
— No — repuso Jeserac sin vacilar —. La sola idea de hacerlo, me aterra. Pero me doy cuenta de que estuvimos equivocados al pensar que Diaspar era todo lo que importaba del mundo y la lógica me dice que hay que hacer algo para enmendar semejante equivocación. Emocionalmente, yo aún continúo incapaz de abandonar la ciudad; tal vez lo haya estado siempre. Gerane piensa que puede conseguir que algunos de nosotros vayamos a Lys y quiero sinceramente ayudarle en tal experimento… aunque la mitad de las veces me parece que sería un fracaso.
Alvin miró a su tutor con un nuevo respeto. No descontaba ya más el poder de la sugestión, ni subestimaba las fuerzas que compelían a un hombre a actuar con tal desafío frente a la lógica de los hechos. No pudo evitar el comparar el valor tranquilo de Jeserac, con el pánico incoercible de Khedrom volando hacia el futuro y hurtando el bulto al peso de la realidad presente, aunque con su nuevo conocimiento de la naturaleza humana, ya había dejado de preocuparse por condenar al Bufón por lo que había hecho.
Gerane llevaría a cabo lo que se había propuesto, parecía no quedarle duda alguna a Alvin al respecto. Jeserac era demasiado viejo como para echar por la borda una forma de vivir de toda una vida, a pesar de su gran deseo de recomenzar una nueva. Pero aquello no importaba, ya que otros tendrían éxito con la diestra inteligencia y hábil guía de los psicólogos de Lys. Y una vez que unos cuantos escapasen del molde de mil millones de años todo se reduciría a una cuestión de tiempo en que el resto siguiera los mismos pasos.
Se preguntó qué ocurriría a Diaspar y a Lys cuando las barreras hasta entonces existentes entre dos mundos tan diversos cayeran. De algún modo, los mejores elementos de ambos mundos subsistirían, mezclándose y creando una nueva cultura, más saludable y poderosa. Era una tarea formidable y necesitaría toda la sabiduría y toda la paciencia que todos y cada uno pudiera aportar.
Ya se habían encontrado algunas de las dificultades de los reajustes que tendrían que tener lugar en el futuro. 1,05 visitantes de Lys, aunque cortésmente, habían rehusado vivir en los hogares que se pusieron a su disposición en la ciudad. Dispusieron una acomodación temporal en el Parque, entre un entorno que les recordaba algo de la tierra de Lys. Hilvar fue la única excepción, aunque le disgustaba vivir en una casa con paredes indeterminadas y mobiliario fantasmal y efímero, aceptó de buen grado la hospitalidad que le brindó Alvin, con la seguridad de que no sería por mucho tiempo.
Hilvar no había sentido la soledad en toda su vida; pero la conoció en Diaspar. La ciudad le resultaba más extraña que Lys para Alvin, sintiéndose oprimido y sobrecogido por su infinita complejidad y las minadas de seres extraños que parecían colmarlo todo a rebosar en cada pulgada de espacio que le rodeaba por doquier. Hilvar estaba acostumbrado a conocer más o menos directamente a todo el mundo en Lys, tanto si le había saludado o no. Pero en mil vidas que tuviera, creyó que jamás llegaría a conocer a nadie en Diaspar y aunque supuso que era un sentimiento irracional en el fondo, se sintió vagamente deprimido. Sólo su lealtad a Alvin le sostuvo en un mundo que nada tenía en común con él.
Había tratado muchas veces de analizar sus sentimientos respecto a Alvin. Su amistad había surgido de la misma fuente que inspiraba su simpatía hacia todas las pequeñas criaturas que luchaban por la vida. Aquello habría sorprendido a los que pensaban que Alvin era un hombre voluntarioso, tenaz y dueño de sí mismo, sin necesitar afecto de nadie e incapaz de devolverlo en el caso de que le fuese ofrecido tal afecto.
Hilvar conocía el problema mejor; lo había sentido instintivamente desde el principio. Alvin era un explorador, y todos los exploradores están buscando algo que creen haber perdido. Suele ser raro que lo encuentren y más infrecuente todavía, que el hallazgo y el logro de sus propósitos les haga más felices que la búsqueda y la exploración. Hilvar ignoraba qué era lo que Alvin buscaba, en realidad. Se sentía impulsado por fuerzas puestas en juego, edades antes, por los hombres geniales que planearon Diaspar con tal perversa destreza… o por los grandes hombres igualmente de genio que se habían opuesto a ellos. Como cualquier ser humano, sus acciones estaban predeterminadas por su herencia. Aquello no alteraba su necesidad por comprensión y simpatía, ni le hacían tampoco inmune a la soledad y a la frustración. Para su propia gente, era una criatura insólita y que era incapaz de compartir sus emociones. Necesitaba la presencia de un extraño procedente de un entorno totalmente distinto para verse como otro ser humano.
A los pocos días de haber llegado a Diaspar, Hilvar conoció a más personas de las que hubo conocido en toda su vida anterior. Las había conocido, aunque prácticamente lo ignoraba todo respecto a ellas. A causa de su vivir multitudinario y de proximidad como en una colmena, los habitantes de la ciudad mantenían paradójicamente una reserva que resultaba difícil penetrar. La única sensación de vida privada que conocía era de su mente, y aun así resultaba difícil mantenerla a través de las actividades sin fin en el aspecto social de la vida en Diaspar. Hilvar sintió pena por ellos, aunque se dio cuenta de que para nada necesitaban su simpatía.
Sin duda, no sabían lo que se perdían; ellos no podían comprender el sentido de la comunidad, la sensación de pertenecer y que como un eslabón encadenado ligaba a cada miembro con los demás en la sociedad telepática de Lys. Naturalmente, aunque procuraban comportarse con extremada cortesía, la gente de Diaspar, a su vez, miraba a Hilvar con cierta lástima, aunque procuraban ocultarlo, al considerarle como a un ser extraño que arrastraba una existencia sombría y monótona.
Eriston y Etania, los guardianes de Alvin, fueron descartados rápidamente por Hilvar como perfectas nulidades como personas. Halló algo confuso el oír a su amigo referirse a ellos como a padre y madre; palabras que en Lys seguían teniendo su viejísimo sentido biológico, tan profundo y emotivo. Requería para Hilvar, un continuo esfuerzo de imaginación el recordar que las leyes de la vida y de la muerte habían sido cambiadas por los constructores de Diaspar y había veces, en que Hilvar encontraba la ciudad medio vacía, a pesar del bullicio y sus multitudes, sencillamente por la ausencia de niños en ella.
Se preguntó qué sería ahora de Diaspar, cuando su larguísimo aislamiento había terminado. Lo mejor que podría hacerse, pensó, sería el destruir los Bancos de Memoria que la habían tenido petrificada durante tantos siglos. Milagrosos como eran en realidad, tal vez el supremo triunfo de la ciencia que jamás hubieran producido, eran las creaciones de una cultura enfermiza, una cultura que había tenido miedo de tantas cosas. Algunos de tales temores tenían una sólida base en la realidad; pero otros eran sólo producto de la imaginación. Hilvar tenía algún conocimiento de la pauta general y que iba emergiendo de la exploración de la mente de Vanamonde. En poco tiempo, Diaspar lo sabría también, y entonces descubriría cuánto de su pasado era realmente un puro mito.
Pero con todo, de ser destruidos los Bancos de Memoria, dentro de mil años, la ciudad entera estaría muerta, puesto que sus habitantes ya habían perdido el poder de reproducirse por sí mismos. Aquél era el tremendo dilema con que había que encararse y ya Hilvar había oteado una posible solución. Siempre había existido y existirá la respuesta a cualquier problema técnico y sus gentes eran maestros de las Ciencias Biológicas. Lo que podía ser hecho, podía deshacerse, si es que Diaspar así lo deseaba.
Primero, sin embargo, la ciudad debería aprender lo que había perdido. Su educación en tal aspecto llevaría muchos años, tal vez siglos. Pero sería el principio; muy pronto, el impacto de la primera lección sacudiría a Diaspar hasta los cimientos en cuanto tomase contacto con la propia Lys.
Lys, a su vez, también se sentiría profundamente sacudida en sus estructuras de vida. No había que olvidar que las raíces profundas de ambas culturas, procedían del mismo árbol y en tiempos habían compartido las mismas ilusiones y esperanzas. Y ambas resurgirían con más riqueza y saludables efectos, cuando llegara el momento de mirar, con ojos tranquilos, en el pasado que habían perdido en el decurso de cientos de siglos de apartamento y separación.
El anfiteatro había sido diseñado para soportar perfectamente a la totalidad de la población de Diaspar y apenas sí alguno de sus diez millones de asientos aparecía vacío. Al mirar la gigantesca curva de su estructura impresionante, vista desde el ventajoso punto que ocupaba, Alvin no pudo evitar que volviera a su recuerdo la idea de Shalmirane. Los dos cráteres tenían casi las mismas dimensiones y aproximadamente la misma forma. De haber llenado con personas el cráter de Shalmirane, el resultado habría sido muy parecido.
Rabia, sin embargo, una fundamental diferencia entre ambos. La gran hoya de Shalmirane existía, aquel anfiteatro, no. Ni siquiera se había construido, era sencillamente un fantasma, un dispositivo de cargas electrónicas, manipulado desde el Computador Central y existente en él, hasta que llegado el momento se le daba vida efímera y pasajera. Alvin sabía que en realidad se encontraba en su habitación y que las miríadas de personas que aparecían rodeándole, se hallaban igualmente en la comodidad de sus hogares respectivos. En tanto no hiciera esfuerzo alguno para moverse del lugar que ocupaba, la ilusión era perfecta. Podría imaginarse y hasta creer que Diaspar había desaparecido y que todos los ciudadanos son hallaban reunidos en aquella enorme concavidad. Ni una sola vez en mil años la vida de la ciudad se había detenido y todos sus habitantes reunidos en la Gran Asamblea. También en Lys, según supo Alvin, estaba procediéndose a una reunión a toda escala en forma parecida. Allí habría una reunión de mentes; pero tal vez asociadas con ellas, habría una aparente reunión de cuerpos, tan imaginario y con todo, tan decididamente real como lo que Alvin contemplaba.
Pudo reconocer muchos rostros a su alrededor, hasta los límites de su visión natural. A más de una milla de distancia y a mil pies por debajo, se hallaba el pequeño escenario circular sobre el que la atención del mundo entero estaba fija entonces. Resultaba difícil creer que pudiera verse algo desde semejante distancia, pero Alvin estaba seguro de que tan pronto como alguien tomase la palabra, le vería y le oiría tan perfecta y claramente como el resto de los ciudadanos de Diaspar.
El escenario apareció como sumido entre niebla y la niebla se convirtió en Callitrax, el líder del grupo cuya tarea había sido la de reconstruir el pasado, a partir de la información que Vanamonde había traído a la Tierra. Aquello había sido un esfuerzo estupendo, casi imposible y no solamente por lo que concernía al vastísimo espacio de tiempo que implicaba. Solamente una vez y con la ayuda mental de Hilvar, Alvin había percibido un breve vistazo de la mente del extraño ser que habían descubierto… o quien les había descubierto a ellos. Para Alvin, los pensamientos de Vanamonde resultaban tan incomprensibles como mil voces gritando al mismo tiempo juntas, en una especie de enorme cueva subterránea llena de ecos. Pero así y todo, los hombres de Lys habían sabido desentrañarlo y después registrarlo y analizarlo a placer. Por lo que ya se rumoreaba — aunque Hilvar ni lo negaba ni lo confirmaba— lo que habían descubierto era tan extraño, que apenas si tenía parecido alguno con la historia que toda la raza humana había aceptado durante mil millones de años.
Callitrax comenzó a hablar. Para Alvin, como para cualquier otra persona de Diaspar, su voz, clara y precisa, parecía proceder de un punto situado a unas cuantas yardas de distancia. Después, en una forma difícil de definir, de la misma manera que la geometría de un sueño desafía a la lógica y con todo no produce sospecha alguna en la mente del que está soñando, Alvin se encontró situado junto a Callitrax mientras que al mismo tiempo mantenía su posición allá en lo alto de la falda del anfiteatro. Aquella paradoja no le produjo ninguna confusión, como las demás obras maestras del dominio del tiempo y del espacio que la Ciencia le había proporcionado.
Brevemente, Callitrax recorrió la aceptada historia de la raza. Habló de los pueblos desconocidos de las Civilizaciones del Amanecer, que no habían dejado nada tras ellas, excepto un puñado de nombres y las desvaídas Leyendas del Imperio. Incluso al principio, según la historia había ido discurriendo, el Hombre había deseado las estrellas, y finalmente había logrado alcanzarlas. Durante millones de años, se había expandido por toda la Galaxia, reuniendo sistema tras sistema tras su gobierno. Después, procedentes de la oscuridad existente en los límites del Universo, los Invasores habían surgido destrozando y — venciendo todo el esfuerzo del Hombre, en todo lo que había logrado.
La retirada hacia el Sistema Solar había sido amarga y tuvo que haber durado por varias edades. La propia Tierra apenas si se había salvado por las fabulosas batallas que habían tenido a Shalmirane como escenario. Cuando todo acabó, el hombre se quedó solo con sus recuerdos y el mundo en que había nacido.
Desde entonces, todo lo demás había sido un largo y penoso anticlímax. Como última ironía, la raza que había esperado gobernar el Universo había abandonado la mayor parte de su diminuto mundo y se había dividido en dos aisladas culturas, las de Lys y Diaspar; oasis de vida de un desierto, tan separadas entre sí como los inmensos espacios existentes entre las estrellas.
Callitrax hizo una pausa. Para Alvin, como para todos los demás ciudadanos presentes en la gigantesca asamblea, parecía que el historiador estaba mirando directamente a su propia persona, con ojos que habían sido testigos de cosas, que incluso en aquel momento, parecía imposible darle crédito.
— Y así es cómo hemos creído tantas cosas desde que nuestros registros comenzaron a funcionar continuó Callitrax —. Tengo que deciros que todo es falso, falso en la totalidad y en cada detalle, tan falso que incluso ahora no podemos reconciliarlo con la verdad.
Esperó a que el significado de sus palabras calase hondo en todos y cada uno de los asistentes. Después, hablando lenta y cuidadosamente, fue proporcionando el conocimiento que había extraído de la mente de Vanamonde, tanto a los ciudadanos de Diaspar como a los de Lys.
Ni siquiera había sido cierto que el Hombre llegara a las estrellas. La totalidad de su pequeño imperio estaba limitado a las órbitas de Plutón y Perséfone, ya que el viaje interestelar había demostrado ser una barrera infranqueable para los poderes humanos, y como algo más allá de su alcance posible. Toda la civilización humana se había escondido y quedado encerrada alrededor del Sol, que todavía era muy joven cuando las estrellas le alcanzaron.
El impacto tuvo que haber sido terrible. A despecho de sus fracasos, el Hombre no había dudado nunca de que un día conquistaría las profundidades del espacio. Creyó también que si el Universo mantenía a sus iguales, no serían éstos superiores.
Ahora ya sabía que ambas creencias eran un error y que allá, entre las estrellas, — existían mentes mucho más poderosas que la suya. Por muchos siglos de duración, primero en las naves de otras razas y más tarde en máquinas construidas con conocimientos prestados, el Hombre había explorado la Galaxia. Por todas partes, encontró culturas que pudo comprender, pero no dominar, y aquí y allá, entre las vastas inmensidades del Cosmos, encontró mentalidades que le sobrepasaban mucho más allá de toda comprensión.
El choque fue tremendo; pero demostró la estructura de la raza y su hechura, su composición. Más triste e infinitamente más prudente, el Hombre había vuelto al Sistema Solar para retener y alimentar el conocimiento que había ganado. Tendría que aceptar así el desafío y lentamente fue dando forma a un plan que le iría proporcionando — esperanzas para el futuro.
Una vez, las ciencias físicas habían disfrutado del mayor interés por parte del Hombre. Ahora se volvió con más fuerza hacia la genética y al estudio de la mente. Fuera lo que fuera el costo que el plan supusiera, se conduciría a sí mismo hacia los límites extremos de su evolución.
El gran experimento había consumido todas las energías de la raza durante millones de años. Todos aquellos enormes sacrificios y luchas, se convirtieron sólo en un puñado de palabras en la narración de Callitrax. Aquello comportó para el Hombre sus más grandes victorias. Había barrido la enfermedad, podía vivir por cuanto tiempo deseara y dominando la telepatía había inclinado a su voluntad los más sutiles poderes de la mente.
Estaba ya dispuesto para salir de nuevo al exterior, confiando en sus propios recursos, y hacia los inmensos espacios de la Galaxia. Se encontraría entonces como de igual a igual con las demás razas de los mundos, de los cuales tuvo una vez que volver la espalda. Y jugaría así su papel completo en la historia del Universo.
Y así es como hizo tales cosas. Desde aquella edad, tal vez la más dilatada de toda la historia, llegaron las leyendas del Imperio. Había sido un Imperio de muchas razas; pero se había olvidado en el drama, demasiado tremendo, como una tragedia, en donde había llegado su fin.
El Imperio había durado cuando menos un millón de años. Tuvo que haber conocido sus crisis, tal vez incluso guerras, pero todo aquello fue perdido entre el devenir de las grandes razas caminando juntas hacia la madurez.
— Podemos estar orgullosos continuó Callitrax— de la parte que nuestros antepasados jugaron en la historia. Incluso cuando alcanzaron su cima cultural, nadie perdió la iniciativa. Ahora hemos de enfrentarnos con las conjeturas más que con los hechos probados, pero parece cierto que los experimentos que determinaron la caída del Imperio y su máxima gloria, fueron inspirados y dirigidos por el Hombre.
«La filosofía que se desprende de estos experimentos, parece haberse desarrollado así: el contacto con otras especies mostraron al Hombre qué profundamente la imagen del mundo para una raza dependía de su cuerpo físico y de los órganos sensoriales con los que estaba equipado. Se discutió que una imagen verdadera del Universo podría obtenerse, de ser posible, sólo por una mente que estuviese libre de tales limitaciones físicas… de hecho, una mentalidad pura. Esto siempre fue una concepción común entre los credos de las antiguas religiones de la Tierra, y parece extraño que una idea que no tiene origen racional, llegaría finalmente a ser una de las metas más grandes de la Ciencia.
«Jamás llegó a encontrarse una inteligencia desprovista de cuerpo en el universo natural; el Imperio se dispuso a crear una. Nosotros lo hemos olvidado, como tantas otras cosas, y no podemos imaginar la destreza y el conocimiento que pudo hacer eso posible. Los científicos del Imperio habían dominado todas las fuerzas de la Naturaleza, todos los secretos del Tiempo y el Espacio. De la misma forma que nuestras mentes son el producto subsiguiente de un intrincado arreglo y disposición de las células del cerebro, así lucharon para crear un cerebro cuyos componentes no fuesen materiales, sino modelos y pautas cincelados sobre el propio espacio. Tal cerebro, si se le puede llamar así, debería utilizar la energía eléctrica o incluso fuerzas más poderosas para su forma de operar y desde luego, verse por completo libre totalmente de la tiranía de la materia. Debería poder funcionar con muchísima mayor rapidez que cualquier inteligencia orgánica y perdurar en tanto que quedase un ergio de energía libre en el Universo, sin que sus poderes conociesen límites. Una vez creado, desarrollaría potencialidades que incluso sus creadores no podían predecir.
«Al igual que el resultado de la experiencia obtenida en su propia regeneración, el Hombre sugirió que la creación de tales seres debería ser intentada. Era el mayor desafío jamás lanzado a la inteligencia del Universo y tras siglos de debate, la idea fue aceptada. Todas las razas del conjunto galáctico se reunieron en común para su logro.
«Más de un millón de años separó al sueño de la realidad. Las civilizaciones se irguieron para caer después una y otra vez, poniendo en peligro el gigantesco proyecto; pero la meta propuesta y el fin deseado, nunca cayó en el olvido. Un día podemos conocer la historia completa de esto, del esfuerzo más grandioso que conoce la historia. Hoy sólo sabemos que su final fue un desastre que casi llevó a una catástrofe completa a toda la Galaxia.
«En todo este período, la mente de Vanamonde rehusó moverse. Existe una estrecha región de tiempo que aparece bloqueada para su mente; pero creemos que solamente se debe a sus temores personales, si así podemos llamarlo. En sus principios, podemos ver al Imperio en la cúspide de su gloria, preparado y tenso frente a la expectación del éxito que llegaba. En su fin, sólo unos pocos miles de años después, el Imperio aparece desintegrado y roto en mil pedazos y las estrellas oscurecidas como si hubieran perdido toda su energía. Sobre toda la Galaxia se extiende un manto de temor, un temor al que va unido un nombre: «La Mente Loca».
«Lo que tuvo que haber sucedido en ese corto período, no es difícil de imaginar: se había creado la mentalidad pura; pero o bien era algo insano, o, como parece más verosímil por nuestros propios recursos informativos, resultaba algo implacablemente hostil hacia la materia. Durante siglos vagó locamente por el Universo hasta poner bajo control fuerzas tales que no podemos ni suponer siquiera. Fuese cual fuese el arma que el Imperio utilizó en su extrema crisis, despilfarró los recursos de las estrellas; y de los recuerdos que tal conflicto produjo, surgieron algunos, aunque no todos, relativos a las leyendas de los Invasores. Pero de esto, tendré que deciros algo más.
«La Mente Loca no pudo ser destruida, ya que era inmortal. Fue conducida hacia un extremo de la Galaxia y allí aprisionada en forma que ahora no comprendemos. Su prisión la constituyó una estrella extraña y negra, conocida como el Sol Negro que aún subsiste en nuestros días. Cuando el Sol Negro muera, se verá libre de nuevo. A cuanta distancia en el futuro descansa este evento, es algo imposible de determinar por el momento.
Callitrax permaneció silencioso, como perdido en sus propios pensamientos, totalmente inconsciente del hecho de que los ojos de todo el mundo se hallaban fijos en él. En aquel largo silencio, Alvin fue mirando sobre la inmensa multitud existente a su alrededor, buscando la forma de leer en sus mentes conforme se enfrentaban con la revelación, y su desconocida amenaza que ahora reemplazaba al mito de los Invasores. En su mayor parte, los rostros de todos los ciudadanos aparecían como helados por la duda, luchaban por echar fuera de sí su falso pasado, sin poder aceptar todavía la tremenda realidad que lo había sobrepasado.
Callitrax comenzó a hablar nuevamente con voz tranquila segura conforme iba describiendo los últimos días del Imperio. Aquélla era la edad en— que Alvin tuvo que haber vivido, según se desprendía de las imágenes desveladas ante él, ya que un secreto instinto le llevaba con todas sus fuerzas a imaginarlo así. Entonces existía el gusto por la aventura y un soberbio y desprendido valor, el valor capaz de arrancar la victoria de los mismos dientes del desastre.
— Aunque la Galaxia había sido saqueada por la Mente Loca, los recursos del Imperio eran todavía enormes y su espíritu todavía permanecía coherente. Con un valor frente al cual sólo nos queda el poder maravillarnos, el gran experimento se convirtió en la gran búsqueda del tallo que había causado la catástrofe. Hubo entonces, por supuesto, muchos que se opusieron a la operación y predijeron más catástrofes; pero fueron arrollados. El proyecto continuó hacia delante y, con el conocimiento tan duramente adquirido, esta vez tuvo éxito.
«La nueva raza nacida tenía un intelecto potencial que no podía ni siquiera ser calculado. Pero, paradójicamente, era completamente infantil; no sabemos si esto era algo esperado por sus creadores; pero parece inverosímil que sabían que ello sería inevitable. Millones de años fueron precisos antes de que alcanzase su madurez y nada podía hacerse para acelerar su proceso. Vanamonde fue el primero de esos seres de mente pura; tiene que haber otros en cualquier parte de la Galaxia; pero creemos que debieron crearse muy pocos otros, ya que Vanamonde jamás ha encontrado a ninguno de sus congéneres.
«La creación de las mentalidades puras fue el más grandioso logro de la civilización de la Galaxia, y en ello el Hombre jugó un mayor y tal vez más dominante papel. No he hecho referencia a la propia Tierra, ya que su historia es un hilo diminuto en un enorme tapiz. Puesto que había sido casi siempre desprovista de sus más valiosos espíritus aventureros, nuestro planeta se convirtió inevitablemente en un mundo altamente conservador y al final, se opuso a los científicos que crearon a Vanamonde. Ciertamente, él no tomó parte alguna en el último acto.
«La tarea del Imperio se encontró ya terminada, los hombres de aquella época miraron a su alrededor a las estrellas que habían saqueado en su desesperado estado de peligro y tomaron su decisión. Dejarían el resto del universo a Vanamonde.
«Y aquí hay un misterio, un misterio que puede que jamás lo podamos resolver, ya que Vanamonde no puede ayudarnos. Todo lo que sabemos, es que el Imperio hizo contacto con… algo, muy extraño y muy grande, en las lejanías insondables de la curva del Cosmos, a la otra extremidad del propio espacio. Lo que ello pudiera ser, es algo que sólo podemos imaginar; pero su llamada tuvo que haber sido de una inmensa urgencia, y una inmensa promesa. Dentro de un corto periodo de tiempo, nuestros antepasados y las razas amigas habían hecho una jornada que no podemos seguir con la imaginación. Los pensamientos de Vanamonde parecen estar constreñidos por los confines de la Galaxia; pero a través de su mente hemos observado los principios de esta grande y misteriosa aventura. Aquí está la imagen que hemos reconstruido; pero para entenderlo en parte, es preciso que todos tratéis de volver a mil millones de años en el pasado…
Un pálido espectro de su gloria pasada, la rueda de la Galaxia lentamente girando y suspendida en la nada. A todo lo largo de su inmensidad, estaban las grandes riquezas vacías que la Mente Loca había saqueado… heridas que en las edades por venir, tendrían que ir sanando y completando las estrellas. Pero ellas nunca podrán jamás volver a reemplazar el esplendor que había desaparecido.
El Hombre estaba a punto de dejar su Universo, como tanto tiempo atrás había dejado su mundo. Y no sólo el Hombre, sino las miles de otras razas que habían trabajado con él para construir el Imperio. Se reunieron juntas, aquí en el borde de la Galaxia sumando sus potencialidades; pero separadas todas de la meta que ya no podrían alcanzar en edades por venir.
Reunieron una flota ante la cual falla toda imaginación. Sus naves insignias eran soles, sus naves más pequeñas, los planetas. Todo un enjambre globular con todos sus sistemas y todos sus mundos correspondientes, estaban a punto de lanzarse hacia el Infinito. La gigantesca línea de fuego se aplastó destruyendo el corazón del Universo, yendo de una a otra estrella. En un momento del Tiempo, un millar de soles habían muerto, alimentando con sus energías la monstruosa forma que había desgarrado el eje de la Galaxia, retrocediendo entonces hacia el abismo…
— Y así —siguió Callitrax— el Imperio abandonó nuestro Universo, para encontrar su destino en otra parte. Cuando sus herederos, las mentalidades puras, hubieran alcanzado su completo desarrollo, puede que vuelvan de nuevo. Pero ese día, puede hallarse aún muy lejano.
«Esto es, dentro de la más breve y resumida sinopsis y en sus perfiles más superficiales y generalizados, el relato de la civilización de la Galaxia. Nuestra propia historia, que tan importante nos parece a nosotros, no es más que un epílogo trivial y trasnochado, aunque tan complejo que no estamos capacitados para desentrañar sus detalles. Parece ser, que muchas de las más antiguas y menos aventureras razas, se negaron a abandonar sus hogares de origen y nuestros antepasados se encontraron entre ellas. La mayor parte de estas razas cayeron en la decadencia y ahora se han extinguido, aunque algunas otras pueden subsistir todavía. Nuestro propio mundo apenas si pudo escapar al mismo destino. Durante los Siglos de la Transición que continúa durando por millones de años, el conocimiento del pasado se ha perdido o tal vez deliberadamente destruido. Esto último, aunque duro de creer, parece más probable. El Hombre se hundió en un supersticioso, y con todo aún, científico barbarismo durante el cual ha distorsionado la historia para suprimir de ella su impotencia y su fracaso. Las Leyendas de los Invasores son completamente falsas, aunque la desesperada lucha contra la Mente Loca ha contribuido, indudablemente, a todo ello. Nada impulsó a nuestros antepasados a refugiarse en la Tierra, excepto la enfermedad de su propio espíritu.
«Cuando hicimos este descubrimiento, un problema, en particular, nos llenó de confusión en Lys. La Batalla de Shalmirane nunca tuvo lugar… así y todo, Shalmirane ha existido y existe hoy. Y lo que es más, fue una de las armas más grandes de destrucción jamás construidas.
«Nos llevó algún tiempo resolver este rompecabezas; pero la respuesta, una vez hallada, fue muy sencilla. Hace mucho tiempo, nuestra Tierra contaba con un solo satélite de gran tamaño, la Luna. Cuando entre la lucha terrible y la guerra entre las mareas y la gravedad, la Luna cayó al fin de su órbita y se hacía necesario destruirla, Shalmirane se construyó para tal propósito y a su alrededor se tejieron las leyendas que todos conocemos.
Callitrax sonrió ligeramente frente al inmenso auditorio.
— Hay muchas otras leyendas parecidas, en parte verdad y falsas en otra parte y otras paradojas en nuestro pasado que aún no han sido resueltas. Este problema, sin embargo, es más bien para los psicólogos que para los historiadores. Incluso los registros del Computador Central no pueden ser creídos en su totalidad y muestran una clara evidencia de haber sido manipulados intencionadamente en un remoto pasado.
— «Sobre la Tierra, sólo Diaspar y Lys sobrevivieron al período de decadencia; Diaspar gracias a la perfección de las máquinas, y Lys debido a su parcial aislamiento y a los poderes intelectuales, poco corrientes, de sus gentes. Pero ambas culturas, aun habiendo luchado para volver a sus antiguos niveles, fueron también distorsionadas por los temores y los mitos heredados.
«Esos temores no tienen ya por qué seguir hechizándonos. No es mi papel, como historiador, el predecir el futuro, solo observar e interpretar el pasado. Pero la lección está bastante clara y evidente; hemos vivido por demasiado tiempo fuera del contacto de la realidad, y creo que ya es llegada la hora de que reconstruyamos nuestras vidas».
Jeserac paseaba en silencioso asombro a través de las calles de una Diaspar que jamás había visto. Tan diferente era, ciertamente de la ciudad en la que había pasado muchas de sus vidas, que le costaba trabajo reconocería de nuevo. Sabía, por supuesto, que era Diaspar, aunque cómo lo sabía era algo que no se detenía a preguntar.
Las calles eran estrechas, los edificios más bajos y… el Parque había desaparecido. O más bien, había dejado de existir. Aquélla era la Diaspar anterior al cambio, la Diaspar que había sido abierta al mundo y al universo. El cielo tenía un azul pálido, moteado con la gracia de unas nubes pasajeras, que se retorcían y cambiaban de forma lentamente por los vientos que ahora soplaban a través de la superficie de aquella nueva Tierra, más joven.
Por encima de aquellas nubes y en la lejanía, se desplazaban los viajeros del cielo. Por millas de distancia por encima de la ciudad, enlazando los cielos con su silenciosa tracería, las naves aéreas que enlazaban a Diaspar con el resto del mundo exterior iban y venían en sus apresurados negocios. Jeserac se quedó mirando fijamente durante un cierto tiempo al misterio y a la maravilla del cielo abierto y por un momento el temor antiguo volvió a trastornarle el espíritu. Se sentía como desnudo y desprotegido, consciente de que aquella cúpula pacífica y azul por encima de su cabeza, no era más que la más delgada de las envolturas… y que más allá, se extendía el Espacio, con todo su misterio y sus amenazas.
El temor no fue tan fuerte como para paralizar su voluntad. En parte de su mente, Jeserac sabía que aquella experiencia era un sueño y un sueño no podía hacerle ningún daño. Se sintió arrastrado por el hechizo de la fantasía, saboreando cuanto podía darle, hasta despertar una vez más en la ciudad que tan bien conocía.
Estaba paseando en el corazón de Diaspar, hacia el punto donde en su propia edad se había levantado la Tumba de Yarlan Zey. Ya no había tumba alguna allí, en aquella vieja ciudad… solamente un edificio pequeño y circular con muchas arcadas que daban acceso a la construcción. Junto a una de aquellas arcadas, un hombre estaba esperándole.
Jeserac debería haberse sentido sobrecogido por el asombro; pero ya nada podía sorprendente. De alguna forma parecía correcto y natural que tuviera que encararse frente por frente con el hombre que había construido Diaspar.
— Me reconocerás, imagino — dijo Yarlan Zey.
— Por supuesto; he visto tu estatua millares de veces. Tú eres Yarlan Zey y ésta es la Diaspar de hace mil millones de años. Sé que estoy soñando y que ninguno de nosotros tiene nada que ver con la realidad presente.
— Entonces, no tienes por qué alarmarte por cualquier cosa que pueda ocurrir. Por tanto, sígueme y recuerda que nada te hará ningún daño, puesto que en cuanto lo desees puedes despertar en Diaspar… en tu propia edad.
Obedientemente, Jeserac siguió a Yarlan Zey al interior del edificio con su mente receptiva y falta de crítica como una esponja. Algún recuerdo, o el eco del recuerdo, le avisó de lo que iría a ocurrir a renglón seguido y sabía que una vez habría huido de aquello surgido en el horror. Ahora, sin embargo, no sintió temor alguno. No solamente se sintió protegido por el conocimiento de que aquella experiencia no era real, sino que la presencia de Yarlan Zey parecía un talismán contra cualquier peligro con el que tuviera que encararse eventualmente.
Había poca gente que se dirigía por los caminos deslizantes hacia el interior subterráneo y a las profundidades del edificio y que no tenían otra compañía cuando a poco, quedaron en pie junto al largo y rayado cilindro metálico, que les conduciría fuera de la ciudad en una jornada, que Jeserac una vez contempló con verdadero horror. Cuando su guía señaló hacia la puerta abierta, se detuvo sólo un instante en el umbral, para pasar inmediatamente al interior.
— ¿Lo estás viendo? — le dijo Yarlan Zey con una sonrisa —. Ahora, cálmate y recuerda que estás seguro de que nada podrá tocarte ni dañarte en lo más mínimo.
Jeserac le creyó. Oyó sólo el suave zumbido vibratorio de la máquina y una cierta aprensión al pasar la entrada del túnel ante él, mientras que la máquina ganaba rápidamente velocidad al ir discurriendo entre las profundidades subterráneas. Fuese cual fuese el temor que había tenido, todo quedó olvidado ante la idea de conversar animadamente con aquella figura, casi mítica, del pasado.
— ¿No te parece extraño comenzó a decir Yarlan Zey — que aunque los cielos estén abiertos para viajar por ellos, hemos tratado de enterrarnos a nosotros mismos en las entrañas de la Tierra? Es el principio de la enfermedad cuyo fin has visto en tu propia edad. La Humanidad está intentando ocultarse, está asustada de lo que se extiende por el espacio y pronto cerrará las puertas que conducen al Universo.
— Pero yo he visto espacionaves por el cielo de Diaspar — repuso Jeserac.
— No las verás por mucho tiempo. Hemos perdido el contacto con las estrellas y pronto otros planetas también serán abandonados. Nos llevará millones de años el hacer la jornada hacia el exterior… pero sólo pocos siglos para volver de nuevo al hogar. Y dentro de bien poco, incluso tendremos que abandonar la propia Tierra en su mayor parte.
— ¿Y por qué lo hiciste? — preguntó Jeserac. Sabía la respuesta, pero así y todo se sintió impulsado a hacer la pregunta.
— Necesitábamos un refugio para protegernos contra dos clases de temor, el temor a la muerte y el temor al espacio. Éramos un pueblo enfermizo espiritualmente y ya no deseábamos ir a ninguna parte del Universo… y así, pretendimos creer que no existía. Vimos el caos extenderse entre las estrellas y ansiábamos la paz y la estabilidad. En consecuencia, Diaspar tenía que ser resguardada, cerrada, de forma que nada ni nadie pudiese entrar más en ella.
— Diseñamos la ciudad que tú conoces e inventamos un falso pasado para esconder nuestra cobardía. Oh, no fuimos nosotros los primeros en hacer eso; pero sí los primeros en llevarlo a cabo con todas sus consecuencias. Y rehicimos el espíritu humano, reconformándolo, suprimiéndole sus pasiones y su ambición de tal forma que quedase contento y feliz con el pequeño mundo que poseía.
«Se llevó mil años en construir la ciudad y todas sus máquinas. Mientras que cada uno de nosotros cumplía su tarea, su mente iba siendo lavada de sus recuerdos, al propio tiempo que se insertaba en ella la idea de su personal identidad para ser restaurada, tras haber quedado encerrada en los Bancos de Memoria, y resurgir llegado el momento en el futuro.
«Y así, al final llegó el día en que no quedó ni una sola persona viviente en Diaspar; quedando sólo el Computador Central que obedecía fielmente las órdenes que se habían alimentado en su complicada estructura electrónica, y controlando los Bancos de Memoria en donde estábamos en estado latente, durmiendo. No quedó uno sólo que tuviese cualquier contacto con el pasado… y a partir de ese momento, comenzó su historia.
«Después, uno tras otro, en una secuencia predeterminada, fuimos siendo llamados fuera de los circuitos de memoria y reencarnados de nuevo. Como una máquina que— acaba de ser construida y comenzaba a operar por primera vez, Diaspar comenzó a cumplir con sus deberes en la forma en que había sido diseñada y concebida.
«Así y todo, algunos de nosotros, tuvimos nuestras dudas desde el principio. La eternidad era demasiado tiempo, reconocimos los riesgos que implicaba el no dejar una espita abierta, al tratar de encerrarnos completamente al margen del resto del Universo. No podíamos desafiar los deseos de nuestra cultura, por lo que trabajamos en secreto, haciendo las modificaciones que estimamos necesarias.
«Los Únicos fueron invención nuestra. Ellos deberían aparecer a largos intervalos e intentarían, si las circunstancias se lo permitiesen, descubrir si existía algo más allá de Diaspar que valiese la pena de ser contactado. Nunca imaginamos que se llevaría tanto tiempo para que uno de ellos tuviera éxito… ni tampoco que semejante éxito fuese tan grande.
A despecho de la suspensión de las facultades críticas, que es la pura esencia de un sueño, Jeserac quiso saber y se preguntó inconscientemente cómo Yarlan Zey podía hablar con tal conocimiento de las cosas que habían ocurrido hacía mil millones de años antes de su tiempo. Resultaba muy confuso… sin saber en qué lugar del tiempo o del espacio se hallaba.
La jornada llegaba a su fin; las paredes del túnel dejaron de pasar rápidamente ante sus ojos a tan tremenda velocidad. Yarlan Zey comenzó a hablar con verdadera prisa y con una tal autoridad, como no había mostrado antes.
— El pasado ha terminado — continuó —, hicimos nuestro trabajo, para bien o para mal y con esto terminó. Cuando tú fuiste creado, Jeserac, se te imprimió un tal miedo al mundo exterior que por nada del mundo hubieras abandonado la ciudad, impulsándote instintivamente a permanecer en ella siempre, temor que compartes con todos los demás ciudadanos de Diaspar. Ahora sabes que ese temor está carente de fundamento y que fue impuesto artificialmente en tu personalidad. Yo, Yarlan Zey, que te lo impuso, desde este momento te relevo de semejante esclavitud espiritual. ¿Comprendes bien?
Y con aquellas últimas palabras, la voz de Yarlan Zey se hizo más y más fuerte hasta que parecía reverberar a través de todo el espacio. El transporte subterráneo en donde se iba deslizando, comenzó a borrarse y a desintegrarse alrededor de Jeserac como un previo aviso de que el sueño estaba llegando a su fin. Y con todo, mientras que la visión se desvanecía, todavía pudo oír aquella imperiosa voz tronar en sus oídos:
— ¡Ya no volverás a sentir miedo, Jeserac! ¡No volverás a temer nada!
Luchó por despertarse, como un submarino salta desde el océano a la superficie del mar. Yarlan Zey se había desvanecido, pero existía un extraño interregno en que voces que conocía por su matiz, aunque irreconocibles en las personas que las usaban, le hablaron dándole ánimos y se sintió como sostenido por manos amistosas. Después, como un relámpago que cruzara su mente, volvió a la realidad.
Abrió los ojos y vio a Alvin, Hilvar y Gerane permanecer ansiosamente junto a él. Pero Jeserac no les prestó atención, su mente estaba demasiado repleta con la maravilla que ahora se extendía ante él… el panorama de bosques y ríos y la bóveda azul del cielo abierto.
Se hallaba en Lys y no sentía el más pequeño temor.
Nadie le molestó en aquel momento sin tiempo, cuya huella había quedado estampada en su mente para siempre. Al fin, cuando estuvo satisfecho de que el entorno era real, se volvió hacia sus amigos.
— Gracias, Gerane. Nunca creí que tendría semejante éxito.
El psicólogo, con aire satisfecho de sí mismo, estaba haciendo unos delicados ajustes en una pequeña máquina que colgaba en el aire junto a él.
— Nos dio usted unos momentos de ansiedad — admitió —. Una o dos veces, comenzó a hacer preguntas que no podían ser respondidas lógicamente y tuve miedo de que se rompiese la secuencia.
— Suponiendo de que Yarlan Zey no me hubiera convencido… ¿qué habría hecho entonces?
— Le habríamos mantenido inconsciente y devuelto a Diaspar donde hubiera despertado en una forma natural, sin haber sabido nunca que había estado en Lys.
— Y esa imagen de Yarlan Zey que alimentó en mi mente… ¿cuánto de lo que dijo era verdad?
— Creo que la mayor parte, ciertamente. Yo estaba realmente ansioso de que mi pequeña leyenda tendría que convencerle con bastante precisión histórica: Callitrax la ha examinado y no ha encontrado errores en ella. Puede considerarse ciertamente consistente en todo cuanto conocemos respecto a Yarlan Zey y a los orígenes de Diaspar.
— Así, podemos ahora abrir realmente la ciudad — dijo Alvin —. Puede que se lleve mucho tiempo; pero eventualmente, estaremos en condiciones de neutralizar ese temor, de forma que quien lo desee, pueda salir de Diaspar.
— Se llevará mucho tiempo, desde luego — asintió Gerane —. Pero no olvides que Lys es lo suficientemente grande como para albergar a varios millones de personas más, en el caso de que todo tu pueblo decida venir aquí. No creo que será verosímil; pero es posible.
— Ese problema se resolverá por sí mismo — repuso Alvin —. Lys, puede ser diminuto; pero el mundo es muy grande. ¿Por qué deberíamos dejar al desierto que lo impida?
— Vaya, otra vez estás soñando, Alvin — dijo Jeserac con una sonrisa —. Estaba preguntándome qué es lo que va a quedarse sin que tú no intervengas.
Alvin no respondió, aquélla era una cuestión que se había hecho más y más insistente en su propia mente durante las últimas semanas pasadas. Permaneció como perdido en sus propios pensamientos, quedándose detrás de los demás, mientras caminaban colina abajo y en dirección a Airlee. ¿Acaso los siglos que tenía frente a sí se convertirían en un largo y penoso anticlinal?
La respuesta estaba en sus propias manos. Había cumplido ya con su destino; ahora, tal vez, podría empezar a vivir.
En todo objetivo conseguido hay siempre una especial tristeza, en el conocimiento de que una meta largamente deseada se ha logrado al fin, y que la vida tiene entonces que ser moldeada y encaminada en busca de nuevos fines. Alvin conocía aquella tristeza, mientras vagaba por los bosques y los campos de Lys. Ni incluso Hilvar le acompañaba, ya que hay veces en que un hombre necesita hallarse solo y aparte incluso de sus más íntimos amigos.
Alvin no es que caminase sin objetivo determinado, aunque nunca sabía qué próxima población sería su puerto de escala. No se hallaba en busca de ningún lugar determinado sino de un estado de ánimo, una influencia… ciertamente, de una forma de vida. Diaspar ya no le necesitaba, los fermentos que había introducido en la ciudad estaban ya produciendo su efecto rápidamente, y nada que pudiese hacer por su parte, aceleraría o retardaría los cambios que tendrían que llevarse a cabo allá.
Aquella pacífica tierra, cambiaría también. Con frecuencia se preguntaba si habría obrado equivocadamente, en aquel impulso incontrolable de satisfacer su propia curiosidad, al abrir un camino antiguo entre las dos culturas. Pero seguramente sería mucho mejor que Lys conociera la verdad, ya que como Diaspar, en parte había sido fundada y establecida sobre temores y falsedades.
A veces trataba de imaginarse qué forma de nueva sociedad iría a producirse. Creía que Diaspar necesitaba escapar de la prisión de los Bancos de Memoria y restaurar de nuevo el ciclo del nacimiento y de la muerte. Hilvar, según sabía Alvin, estaba seguro de que aquello se llevaría a cabo, aunque sus propósitos eran demasiado técnicos para ser seguidos por Alvin. Tal vez el tiempo llegaría donde el amor en Diaspar no estuviese completamente olvidado y como inexistente.
¿Era eso, se preguntó Alvin, lo que siempre había echado en falta en Diaspar… lo que realmente estaba buscando? Ahora sabía lo que era el haber satisfecho el poder y la ambición, e incluso la curiosidad; pero quedaban todavía los sentimientos pertenecientes al corazón. Nadie había vivido realmente hasta que ellos hubieran logrado aquella síntesis de amor y deseo que jamás pudo haber soñado que existiese, hasta que llegó a Lys.
Alvin había llegado hasta los planetas de los Siete Soles, hazaña realizada por el primer hombre en mil millones de años. Y con todo, ahora le importaba muy poco, a veces pensaba que daría todos los logros obtenidos en sus aventuras, por poder oír el llanto de un niño recién nacido, sabiendo que era suyo, de su propia carne y su propia sangre.
En Lys, podría encontrar un día lo que deseaba, existía una ternura, un calor humano y una comprensión que faltaba por completo en Diaspar. Pero antes de que pudiera descansar y antes de hallar la paz, había aún una decisión que tomar.
Tenía en sus manos el poder, un poder que seguía poseyendo. Era una responsabilidad que había buscado y aceptado con decisión y coraje; pero ahora no habría paz en su corazón mientras fuera suyo. Así y todo, él tirarlo por la borda y despojarse de él, sería como una traición a una confianza puesta en su persona…
Se hallaba en una población de diminutos canales, al borde de un anchuroso lago, cuando tomó la decisión. Las casas de distintos colores, alegres y llenas de luz, parecían flotar como ancladas sobre las suaves olas del lago, formando una escena de belleza irreal. Allí había vida, alegría de vivir, calor humano… todas las cosas que había echado de menos entre la desolada grandeza de los Siete Soles.
Un día la Humanidad estaría de nuevo dispuesta para salir al espacio. Alvin no sabía qué nuevo capítulo iría a escribir el Hombre entre las estrellas. Pero aquello no debía importarle, su futuro yacía en la Tierra.
Pero era preciso hacer un vuelo todavía, antes de volver la espalda definitivamente a las estrellas.
Cuando Alvin comprobó la ascendiente marcha de la nave, la ciudad se hallaba ya demasiado distante para ser reconocida como producto del hombre, y la curva del planeta aparecía claramente visible. Entonces, comprobó la línea del crepúsculo a millares de millas de distancia en su marcha sin fin a través del desierto. Por encima y a su alrededor, estaban las estrellas, tan brillantes como siempre, con toda la gloria que los hombres habían perdido. Hilvar y Jeserac permanecían silenciosos, imaginando, pero sin saber a ciencia cierta el motivo que impulsaba a Alvin a realizar aquel vuelo del espacio ni del por qué les había pedido que le acompañaran. Ninguno pronunció una palabra, mientras que el desolado panorama se extendía bajo ellos en la distancia. Su vaciedad y quietud oprimieron a ambos y Jeserac sintió un súbito desprecio e irritación por los hombres del pasado que habían permitido que la Tierra perdiese toda su belleza, por negligencia y cobardía.
Esperó que Alvin tuviese razón al soñar que todo aquello podía cambiarse. El poder y el conocimiento aún existía, todo era cuestión de volver hacia el pasado y hacer que los océanos volvieran a cobrar vida. El agua estaba allí, en las profundidades escondidas de mil lugares de la Tierra y de ser preciso, la transmutación de las plantas podían hacerlo posible.
Había mucho que hacer en los años por venir en el futuro. Jeserac se dio cuenta de que se hallaba entre dos edades; a su alrededor podía sentir el pulso del género humano comenzando a despertar de nuevo. Había muchos y graves problemas con que enfrentarse; pero Diaspar lo haría. El rehacer el pasado, se llevaría siglos, sin duda; pero cuando todo estuviese concluido, el Hombre habría recobrado casi todo lo que había perdido.
¿Podría ganarlo todo? se preguntó Jeserac. Era difícil imaginar que la Galaxia pudiese ser vuelta a conquistar e incluso de llegar a semejante logro ¿a qué propósito podría servir? Alvin pareció salir de su ensoñación y Jeserac se volvió de la pantalla.
— Quiero que veas esto — dijo Alvin con calma —. Puede que nunca tengas otra oportunidad.
— ¿No vas a dejar la Tierra?
— No, no quiero nada más del espacio. Incluso en el caso de que hubiese otra civilización superviviente en esta Galaxia, dudo que valiese la pena el esfuerzo de hallarla. Hay muchas cosas que hacer aquí, sé ahora que este es mi hogar, y nunca más volveré a dejarlo.
Miró hacia abajo y a los grandes desiertos; pero sus ojos veían en su lugar las aguas que allí se almacenarían a mil años de distancia en el futuro. El Hombre había redescubierto su mundo, y volvería a hacerlo tan bello como lo fue una vez para permanecer en él. Y después…
— No estamos dispuestos para ir a las estrellas, y pasará muchísimo tiempo todavía antes de que podamos encararnos con ese desafío. He estado preguntándome qué debería hacer con esta astronave, si dejarla aquí en la Tierra, donde siempre me tentará para utilizarla y jamás me dejaría paz en la mente, pero con todo, no puedo desperdiciar esta maravilla. Siento que me ha sido confiada para una gran misión y puede ser utilizada para beneficio del mundo.
«Por esto, he tomado una decisión definitiva. Voy a enviarla a la Galaxia, con el robot en el control, para descubrir qué ha sido de nuestros antepasados… y de ser posible, qué es lo que ha quedado en el Universo digno de ir en su busca. Tuvo que haber sido algo maravilloso para ellos, él haberlo dejado todo para ir en su busca.
«El robot no se cansará jamás, por largas que sean las jornadas que tenga que realizar en el espacio. Un día, nuestros parientes recibirán nuestro mensaje, y sabrán que les estamos esperando en la Tierra. Volverán y espero que para entonces valdrá la pena, por grande que sea lo que hayan conseguido.
Alvin permaneció en silencio, mirando fijamente en el futuro que había conformado en su mente; pero que sin duda nunca podría ver en la realidad. Mientras que el Hombre permaneciese reconstruyendo su mundo, aquella nave estaría cruzando los negros espacios del Universo entre las estrellas y los sistemas y en un millar de años en el futuro, volvería. Quizá aún estaría allí para recibirla; pero de no ser así, se sentiría contento de todos modos.
Creo que es una postura sabia y prudente, Alvin — le dijo su viejo tutor. Entonces, por última vez, el eco de un antiguo temor volvió a surgir en su mente como una enfermedad crónica —. Pero supongamos — añadió, que la nave hace contacto con algo que no queramos conocer…
— Y su voz se desvaneció al reconocer el origen de su ansiedad y sonrió despectivamente como queriendo barrer para siempre el fantasma de los Invasores.
— Has olvidado — repuso Alvin más seriamente de lo que esperaba— que pronto tendremos a Vanamonde para que nos ayude. No sabemos qué clase de poderes posee en la realidad; pero todos en Lys parecen creer que son potencialmente ilimitados. ¿No es así, Hilvar?
Hilvar no replicó al instante. Era cierto que Vanamonde era otro gran enigma, el gran problema que permanecería latente para el futuro de la Humanidad, mientras residiese en la Tierra. Era cierto, que ya Vanamonde había evolucionado hacia la autoconsciencia en un progreso acelerado por su contacto con los filósofos de Lys. Ellos tenían grandes esperanzas de la futura cooperación con aquella supermente infantil, creyendo que conseguirían ir acortando los eones de tiempo que su natural desarrollo requería.
— No estoy seguro confesó Hilvar —. En cierta forma, no creo que debiéramos esperar demasiado de Vanamonde. Podemos ahora ayudarle; pero seremos sólo un breve incidente en su total extensión vital, prácticamente infinita. Tampoco creo que su destino último tenga nada que ver con nosotros.
Alvin le miró sorprendido.
— ¿Por qué lo crees así?
— No puedo explicarlo. Es sólo una intuición. — Hilvar pudo haber añadido algo más; pero continuó silencioso. Aquellas cuestiones no eran apropiadas para la comunicación y aunque Alvin no se burlaría de su sueño, no se preocupó de discutirlo con su amigo.
Era algo más que un sueño, estaba seguro de ello, y le hechizaría para siempre. De alguna forma algo había quedado impreso en su mente durante la indescriptible toma de contacto que había tenido con Vanamonde, algo por lo demás, imposible de compartir, al no poseer una mente especial como la de Hilvar. ¿Sería Vanamonde solamente, quien supiese en realidad cuál iría a ser su destino?
Un día, las energías del Sol Negro fallarían y dejarían suelto a su prisionero. Y entonces, al fin del Universo, cuando tal vez el propio Tiempo fuese a detenerse también, Vanamonde y la Mente Loca se encontrarían el uno con la otra entre los cadáveres de las estrellas.
Tal conflicto podría afectar a la propia Creación. Pero así y todo, era un conflicto que nada tendría que ver con el Hombre y cuya llegada, jamás conocería…
— ¡Mira! — exclamó Alvin súbitamente —. Eso es lo que quería enseñaros. ¿Comprendéis lo que significa?
La astronave se hallaba entonces sobre el polo, y el planeta, situado debajo de la astronave, aparecía como un perfecto hemisferio. Mirando el cinturón formado por el crepúsculo, Jeserac e Hilvar pudieron ver en un instante tanto el amanecer como el crepúsculo de la Tierra en sus lados opuestos. El simbolismo era tan perfecto y tan sorprendente, que tendrían que recordarlo por el resto de sus vidas.
En este universo, la noche está cayendo; las sombras se alargan hacia un oriente, que podría alguna vez no conocer otra aurora. Pero en otros lugares, las estrellas son jóvenes todavía y la luz de la mañana llega despacio; y a todo lo largo del sendero que una vez hubo seguido, el Hombre volverá a marchar de nuevo.
FIN