Capítulo 12 – La carta de Martin

Después de la salida de Anatoli, permanecí largo rato junto a la ventana, observando detenidamente el camino de asfalto cubierto de nieve que unía mi entrada con los límites de la calle. Tenía la esperanza de que Irina llegara. Ella podía venir, no por ternura, naturalmente, sino porque de otro modo no me podría informar sobre las noticias ni transmitir los encargos: yo no tenía teléfono. A nosotros nos unía ahora un mismo trabajo, pues ella era la secretaria del Comité especial y yo un colaborador del mismo, con una variedad de obligaciones, desde agregado de prensa hasta mecánico de cine. Por lo demás, a nosotros nos esperaba un trabajo mancomunado en Paris, ciudad a la que iríamos a fin de tomar parte en el Congreso internacional de científicos dedicado a las "nubes" rosadas: ese fenómeno incomprensible que inquietaba a todo el mundo. El académico Osovets encabezaría la delegación; Zernov y yo iríamos en calidad de testigos oculares; Irina, en cambio, nos acompañaría con un cargo más modesto, pero probablemente más importante que el nuestro, el de secretaria-traductora, dominando seis idiomas. En la delegación se incluyó también a Rogovin, físico de fama mundial, dueño de aquella voz de bajo que me intrigaba tanto durante la proyección de la película en la sala de conferencias. La designación ya estaba preparada, todos los documentos necesarios habían sido recibidos y sólo quedaban días contados para nuestra partida y teníamos aún que discutir muchas cosas. Zernov se encontraba en Leningrado despidiéndose de la familia y debía llegar de un día a otro…

Pero, hablando honestamente, ésa no era la razón por la que deseaba ver a Irina. Yo simplemente añoraba su presencia durante esta semana de confinamiento involuntario. Quería escuchar sus palabras irónicas y ver sus espejuelos ahumados, rectangulares, que le privaban en parte de encanto y feminidad. Me empujaba hacia ella, no la amistad ni el amor, sino algo vago e imperceptible que nos obliga a veces a buscar la presencia de alguien y que se esfuma cuando ese alguien aparece ante nosotros.

“¿Qué? Te gusta ella?" me pregunté a sí mismo. "Sí, mucho". "¿Estás enamorado?" "No lo sé". A veces ella me resultaba difícil y otras veces me hacía enfadar. A veces la simpatía que le profeso se vuelve repulsión y me dan ganas de hablar palabras ofensivas. Quizás se deba a que somos completamente diferentes y esa diferencia se aguza a veces como una navaja de afeitar. Cuando tal cosa ocurre, ella dice que mi cultura no es más que una ensalada hecha de Kafka, Hemingway y Bradbury; y mi respuesta es que la de ella es una sopa hecha con la revista "Técnica para la juventud" del año antepasado. Pero a pesar de todo tenemos algo de común que hace que nuestros encuentros sean interesantes y agradables.

Esta amistad tan extraña y graciosa empezó justamente al concluir la proyección memorable de la película en la Academia de Ciencias. A la sazón permanecí sentado en mi sillón, esperando la salida de los doctores y candidatos a doctor en ciencias y la extinción de la luz. Recogí todo mi bagaje y equipo, los introduje en mi maletín deportivo y me senté de nuevo.

Irina, en silencio, me observaba a través de sus espejuelos ahumados.

– ¿No es usted el doble? -inquirió de improviso.

– Sí, yo soy el doble -afirmé-. ¿Cómo lo ha adivinado?

– Comparando su actitud con la de una persona normal. Una persona normal, no agravada por conocimientos especiales, se hubiera marchado antes de concluir la reunión. Empero, usted sigue sentado, escuchando y dando vueltas en un mismo sitio, y no se va. ¡Qué extraño!

– Estoy estudiando la vida terrestre -le respondí fatuo-. Nosotros, los dobles, somos sistemas autoprogramados, capaces de cambiar el programa de acuerdo con el objeto que se estudia.

– ¿Y ese objeto soy yo?

– Usted posee una intuición asombrosa.

– La función ha terminado. Ahora puede considerar que ha terminado su estudio.

– Tiene usted razón. Ahora encargaré una copia suya con algunas correcciones.

– ¿Sin espejuelos?

– No sólo sin espejuelos, sino también sin aires de sabelotodo y sin megalomanía. Mi copia será una muchacha corriente que poseerá su inteligencia y su físico y que adorará ir al cine y pasear por las calles.

Tomé mi maletín y eché a andar en dirección a la salida.

– A mí también me encanta ir al cine y pasear por las calles -dijo a mi espalda.

Me di la vuelta. Al otro día llegué a la sala de conferencias todo limpio y afeitado, como un agregado diplomático. Ella estaba escribiendo algo en una máquina. La saludé y me senté a su mesa.

– ¿Qué desea? -me preguntó.

– Vengo a trabajar -repuse.

– A usted todavía no lo han designado para trabajar con nuestro grupo.

– Me designarán.

– Debe pasar por la sección de personal…

– La sección de personal no representa nada para mí -le respondí con ademán de desprecio-. Sólo me interesan los estenogramas de anteayer.

– ¿Para qué? Usted no comprenderá nada.

– Me interesa, en particular, la resolución de la reunión -continué con majestuosidad y sin prestar atención a sus ataques-. Si no me equivoco, ya se han designado cuatro expediciones: al Ártico, al Cáucaso, a Groenlandia y al Himalaya.

– Cinco expediciones -corrigió ella-. La quinta irá al Glaciar Fedchenko.

– Yo eligiría Groenlandia -insinué.

Ella se rió, como si hablara con un miembro del equipo de ajedrez escolar que se presentara para jugar con el campeón del mundo. Me turbé:

– Entonces, ¿a dónde debería ir?

– A ninguna parte.

No entendí:

– Pero, es que en cada expedición es necesario un operador de cine.

– Lamento desilusionarle, Yuri, pero nosotros no necesitamos su ayuda. En la expedición tomarán parte científicos y técnicos de institutos especializados. Y, por favor, no me mire con esos ojos de carnero. Observe que no le digo: "ojos tontos". Quisiera preguntarle sólo una cosa: ¿Sabe usted trabajar con un introscopio? No, no sabe. ¿Sabe fotografiar a través de una "pared opaca", digamos, utilizando rayos infrarrojos? No, no sabe. ¿Sabe transformar lo invisible en visible con la ayuda del transformador acústico-electrónico? Tampoco lo sabe. Lo puedo leer en su rostro idealmente afeitado. Así que, hizo muy mal en afeitarse.

– Bien, pero, ¿y qué me dice de los trabajos ordinarios de operador? -inquirí sin comprender nada-. ¿De la filmación vulgaris?

– Para realizar una filmación vulgaris se necesita tan sólo una cámara de aficionado. Eso lo pueden hacer todos. Lo fundamental consiste en captar la imagen situada dentro de un medio opaco, o sea, oculta en el interior de las nubes. Así podríamos saber, por ejemplo, lo que le sucede a la copia dentro del tubo morado que vimos en la película.

Yo guardaba silencio: para un operador corriente esto era igual al cálculo diferencial.

– Esa es la realidad, Yuri -afirmó, y se echó a reír de nuevo-. Usted no puede hacer nada. ¿Y sabe usted emplear el método de Kirlian? ¿Eh?

Yo ni había oído hablar de ese método.

– Ese método, entre otras cosas, permite distinguir lo vivo de lo no vivo.

– Eso lo puedo hacer yo con mis propios ojos -repuse.

Ella tomó una pose de conferenciante:

– En la foto tomada con la ayuda de ese método, el tejido vivo aparece rodeado por un halo transparente, formado por las descargas de corriente de alta frecuencia. Cuanto más intensa es la actividad vital, tanto más claro es el halo.

– Incluso para un erizo desnudo está claro que ése es un tejido vivo -afirmé furioso y me levanté-. Olvide la sección de personal; no necesito hacer nada en ese departamento, ni aquí tampoco.

Ella se rió esta vez de un modo diferente, alegre y amablemente:

– Siéntese, Yuri, y no se altere. Usted irá junto con nosotros.

– ¿A dónde? -Yo seguía ofendido-: ¿A los alrededores de Moscú?

– No, a Paris.

No le creí a esta pequeña diabla hasta tanto no vi en sus manos el papel de nuestra designación al congreso de Paris. Ahora, junto a la ventana de mi habitación, yo esperaba a esta misma diabla como se podría esperar tan sólo a un ángel, apoyando mi cuerpo sobre una pierna y otra y mordiendo fósforos con impaciencia. Y, por ir a buscar cigarrillos en la mesa, no la noté al cruzar en dirección a mi edificio. Ella llamó a mi puerta en los momentos en que por mi mente cruzaban ya ideas sobre el rompimiento de relaciones diplomáticas.

– ¡Dios mío! ¡Por fin! -exclamé.

Lanzó su capa a mis manos y empezó a bailar dentro de la habitación:

– ¿Ya eres un creyente?

– Sí, desde ahora. Ya creo en el ángel que me trajo la gracia de los cielos. ¿Cuándo partiremos? ¡Dímelo!

– Pasado mañana. Zernov retornará mañana y al otro día, por la mañana, volaremos a Paris. Los pasajes han sido ya reservados. Pero, ¿por qué nos hablamos de "tú"?

– Por instinto. Pero creo que no es eso precisamente lo que te intranquiliza.

– Tienes razón. Me intranquiliza el hecho de que "ellos" ya están en el Ártico, ¿comprendes lo que eso significa? El capitán del rompehielos "Dobrinia", que acaba de retornar a Arjánguelsk, estuvo ayer en nuestro Comité. Asegura, que un área extensa del Mar de Kara y del Océano Glacial, al norte de la Tierra de Franz-Joseph, está libre de hielo. Del observatorio de Púlkovo han informado que los satélites de hielo circunvuelan el Polo Norte varias veces al día.

– Y sin embargo, el Comité acordó suspender la filmación -dije con desaliento-. Este es precisamente el momento para filmar.

– Ya los aficionados lo están haciendo. Dentro de poco recibiremos paquetes de películas. Eso no es lo más importante.

– ¿Y qué es lo más importante?

– Hacer contacto con los visitantes.

Silbé.

– No silbes. Ya se ha intentado, aunque sin resultado hasta ahora. Científicos holandeses e ingleses han propuesto un programa para establecer contacto con ellos. Todo el material está en las manos de Osovets. Por otra parte, quiero decirte que el grupo de Thompson nos dará dolores de cabeza en el Congreso. La delegación norteamericana está actualmente dividida en dos grupos. Un grupo, el mayoritario, no apoya a Thompson; empero, el otro ha formado un bloque a su alrededor. Este último no es muy sólido, a decir verdad, pero nos podría traer problemas en Paris. He ahí lo más importante. ¿No lo ves? Espera un minuto. -Riéndose, tomó su capa de entre mis manos y sacó del bolsillo un paquete voluminoso cubierto con sellos extranjeros-. Me olvidé de lo más importante. Aquí tengo una carta para ti recibida desde los Estados Unidos.

– Es de Martin -le dije al ver la dirección. Era una dirección extraña:

"Para Yuri Anojin, el primer observador de los fenómenos de las "nubes" rosadas. Comité de Lucha Contra los Intrusos del Cosmos. Moscú. URSS".

– "Comité de Lucha…" -repitió riéndose Irina-. He ahí un programa para establecer contacto. El programa Thompsoniano.

– Ahora la leeremos.

Martin escribía que él había retornado de la expedición antártica a su base situada cerca de Sand City, en el suroeste de los Estados Unidos. Por una proposición de Thompson fue designado a una sociedad de voluntarios creada por el almirante para combatir a los intrusos del cosmos. Martin no se sorprendió por la designación, pues Thompson le había hablado de ella en el avión que los conducía a América. Tampoco fue una sorpresa para él el nombramiento que le dieron. Cuando el almirante se enteró de que Martin había escrito artículos en las revistas estudiantiles del colegio, lo nombró su agente de prensa. "Yo creo que el viejo no se fía de mí y piensa que yo soy un doble, algo así como un agente de la quinta columna, y trata de conservarme a su lado para verme y comprobar sus conjeturas. Este es el motivo por el cual no le he relatado lo que me sucedió en la carretera que conduce desde la base aérea a Sand City. Pero, ¿a quién más que a ti podría comunicárselo? Eres el único capaz de desentrañar los misterios de esta diablura. Ambos, tú y yo, conocemos esas brujerías por lo que ocurrió en el Polo Sur; pero aquí las cosas están maquilladas de una forma muy diferente".

La misiva estaba a máquina y tenía más de diez páginas abarrotadas de líneas: "…Mi primer artículo no es para el periódico, sino para ti -escribía Martin-. Apreciarás si tengo o no dotes de periodista". Hojeé varias páginas y quedé atónito.

– Lee las primeras páginas -le dije a Irina, entregándole las páginas leídas-. Creo que todos nosotros nos hemos metido en un buen embrollo.

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