19 El bosque de Beryl

El dragón pasó rozando la frondosa cúpula. Su silueta negra como la noche contrastaba con el pálido cielo de la mañana. El Dragón de las Tinieblas giró su largo cuello a un lado y a otro para ver mejor entre las ramas. Al no hallar lo que buscaba, empleó la magia de su mente para localizar a los dragones inferiores en el bosque de Beryl. Muerte Verde, la señora suprema que regía el territorio qualinesti, tenía dragones subalternos desperdigados por todo su reino.

El dragón emitió un suave gruñido, un sonido semejante al del viento al pasar tras la rendija de una ventana, mientras abría y cerraba las garras negras como el azabache. Aunque ese día había planeado matar a un Dragón Verde, ahora se contentaría con un Negro. De modo que había restringido la búsqueda al bosque y los pantanos donde era fácil encontrar a esa clase de dragones.

—Tal vez al noreste —dijo el Dragón de las Tinieblas y ahora su voz sonó como un fuerte viento—. Un Negro pequeño en el pantano de Onysablet. O puede que...

Las palabras flotaron en el aire. Algo había llamado su atención. El dragón clavó sus negros ojos en los dos humanos, un enano y una elfa que se abrían paso entre la densa vegetación.

—Palin Majere —dijo el Dragón de las Tinieblas—, y también su esposa, Usha. —Los siguió, volando tan cerca de la bóveda del bosque que sus garras rozaban las ramas. Escuchó la intrascendente conversación del hechicero y sus amigos y trató de adivinar sus propósitos—. La elfa también tiene poderes mágicos. Fascinante. Pero los muy necios no saben que los estoy vigilando.

El dragón tuvo la paciencia necesaria para observar y esperar, hasta que olfateó a una presa más interesante a pocos kilómetros de allí. Sus negros ollares temblaron y sus ojos se entornaron.

—Un Negro —susurró. Volvió a olfatear el aire—. Un jovencito. Otra vez será, Palin Majere.

El Dragón de las Tinieblas giró hacia el norte y dejó que su mente mágica localizara a la presa.


En opinión del enano, había demasiado verde; tanto que apenas podía ver el cielo o el suelo. Naturalmente, las tonalidades variaban: verde pálido, verde intenso, verde pardo —a juego con la túnica y las polainas de Usha—, verde esmeralda, verde oliva, un verde tan oscuro que parecía negro y un verde tan claro que parecía blanco.

Si el enano miraba el suelo con atención, entre las matas de hierba y las enredaderas, también podía vislumbrar algo de marrón: el barro producido por la lluvia torrencial que había caído poco antes del amanecer. Unos días antes, cuando habían desembarcado, el cielo estaba completamente despejado, sin rastro de nubes. Sin embargo, el clima había cambiado rápidamente y desde entonces había llovido a diario. La humedad hacía que las distintas tonalidades de verde parecieran más intensas.

Pero, si Jaspe miraba a los árboles, podía ver el marrón y el gris de los troncos entre las manchas de musgo y el tupido velo de las plantas trepadoras. Aquí y allí había también vetas azules y púrpura y estallidos de rojo: flores. Pero prácticamente pasaban inadvertidas entre tanto verde. Tanta vegetación lo hacía estornudar y lagrimear.

—Gilthanas pensaba que yo los obligaría a ir más despacio en Ergoth del Sur —dijo con una risita mientras se secaba la nariz con la manga—. ¡Vaya! —Pisó algo blando y al principio creyó que era musgo. Pero tras un rápido vistazo vio que en su esfuerzo por eludir un charco de barro había metido el pie en un tronco podrido y cubierto de musgo—. Demonios —gruñó mientras trataba de liberar el pie.

—¿Qué pasa, Jaspe? —preguntó Usha.

—No es la vegetación —murmuró él a modo de respuesta—, es este lugar. Debería haber ido con Gilthanas. ¿Cómo se las arreglarán él y Ulin sin mí para comunicarse con Groller? Debería haber discutido con ellos.

—¿Jaspe? —llamó la voz de Feril.

La kalanesti y Palin habían estado andando unos metros por delante, hablando de Dhamon y de la escama adherida a su pierna, cuando les llamó la atención el súbito silencio. Ya no oían el crujido de las ramas bajo los pies del enano.

—Había barro alrededor del tronco —explicó Jaspe—. Sólo quería evitar ensuciarme las botas.

Usha y la elfa rieron.

—Jaspe es incapaz de apreciar este paisaje —dijo Feril a la esposa del hechicero.

—A mí también me está costando bastante —respondió Usha en voz baja mientras se apartaba del enano—. Quizá no debería haber insistido en venir. Pero estoy cansada de oír hablar a terceros de las aventuras de Palin. Me gusta participar en ellas de vez en cuando.

Palin se arrodilló para ayudar al enano. El tronco podrido estaba lleno de barro, musgo e insectos. Cuando el enano consiguió sacar el pie, saltó a la pata coja sobre el otro y buscó un trozo de tierra seca. Cuando lo encontró, debajo de un gigantesco roble, se quitó la bota y dejó caer el agua y el barro. De inmediato lo envolvió una nube de tábanos.

Palin esperó pacientemente mientras miraba a su esposa. No había puesto demasiadas objeciones cuando ella había dicho que quería acompañarlo. Sabía que podía ser peligroso, pero Usha tenía razón: ya no había un solo lugar seguro en todo Krynn. Palin le sonrió y vio un brillo de alegría en sus ojos. El hechicero pensó que estaba preciosa rodeada de tanto verde.

—No quería demoraros —se disculpó el enano.

A pesar de sus cortas piernas, hasta el momento no lo había obligado a ir más despacio. Ahora desenvainó una daga y la usó para retirar todo el barro posible de la bota. Luego se quitó el fajín y secó la plantilla. Finalmente se guardó el fajín sucio en el bolsillo.

Usha le decía una palabra de ánimo de vez en cuando, mientras Palin espantaba a los mosquitos que se habían unido a los tábanos, formando una nube densa como la niebla. La kalanesti se alejó unos pasos, atenta a los sonidos del bosque.

—Me encantaría vivir en un sitio como éste —dijo.

—Apuesto a que Dhamon no estaría de acuerdo —replicó Jaspe—. Hay demasiados bichos. —Satisfecho con la limpieza de la bota, se la calzó e hizo una mueca de disgusto—. Todavía está un poco húmeda —protestó—. Bueno; supongo que podría haber sido peor. Podía haber metido los dos pies dentro del tronco.

Palin lo ayudó a levantarse.

—Feril, hace décadas éste era un bosque templado, muy distinto de esta... jungla. Yo estuve aquí en una ocasión.

—Beryl lo ha cambiado —dijo Feril mientras miraba hacia arriba con expresión ceñuda.

Los árboles más grandes medían más de treinta metros y sus troncos, más anchos que una casa, formaban una cúpula a través de la cual sólo se filtraba la luz más intensa. La kalanesti percibió docenas de aromas embriagadores: a madera podrida; a tierra húmeda; a flores silvestres, la mayoría ocultas bajo las gigantescas hojas de los helechos; al denso musgo que cubría la tierra, las piedras y los troncos. Pero había otros olores, aromas almizcleños que Feril no alcanzaba a identificar y que la inquietaban.

La elfa procuró olvidar que ese bosque era una degeneración de la naturaleza, una abominación, una afrenta a los dioses que habían ayudado a crear el mundo. Sí; era una abominación, pero la kalanesti necesitaba explorarlo. Había pasado tanto tiempo en el Yunque de Flint que casi había olvidado lo maravilloso que era el bosque.

—Ojalá tuviéramos tiempo para explorar el bosque de Beryl —dijo mientras pensaba que ojalá Dhamon estuviera allí para recorrerlo con ella—. Me gustaría descubrir qué animales despiden algunos de estos olores. Hablar con este lugar —musitó en voz alta. Las hojas parecían hablar con ella. Únete a nosotras, imaginó que decían. Tal vez después de que ella y sus compañeros se apoderaran de los cuatro objetos mágicos, ella podría regresar allí y cumplir sus deseos. Con Dhamon, naturalmente. La kalanesti esperaba que, incluso si conseguían vencer al Verde, el bosque no recuperara su forma original de inmediato—. Es hermoso.

—Sí, lo es —asintió Usha.

—Y verde —añadió Jaspe.

Se adentraron más en el bosque tropical, con Feril a la cabeza. Los ojos de la elfa se iluminaron al ver un trillium, una flor de tres pétalos de color rojo oscuro, sobre una mata de helechos aterciopelados. La planta debería haberle llegado al tobillo, con una flor del tamaño de un pulgar, pero ésta en particular le llegaba a la cintura. Feril se acercó y acarició los pétalos de la flor, que tenía forma de cono y el tamaño de un puño. Aspiró su fragancia embriagadora.

—¡Demonios!

Feril oyó un crujido a su espalda y se volvió.

—Lo siento —dijo el enano mientras sacaba el pie de entre dos raíces—. No es mi intención insultar a tu precioso bosque, Feril. Pero es difícil caminar por aquí. Todo es tan grande.

—Tú quisiste venir —le recordó Palin.

—Sólo porque Gilthanas no quiso llevarme a Ergoth del Sur. Y porque no quería que volvieran a dejarme solo en el barco. Mira lo que me perdí por no ir al desierto con vosotros. Había elefantes y todo.

—Podrías haber ido a Schallsea con Dhamon y Rig —dijo Usha.

Jaspe alcanzó a la kalanesti.

—En mi opinión, deberías haberte quedado en el barco. A Dhamon no le hizo ninguna gracia que te fueras.

Feril frunció el entrecejo.

—Yo tampoco quería separarme de él, pero más tarde estaremos juntos. Además, Goldmoon tiene que examinar la escama.

El enano sonrió.

—Si es posible hacer algo al respecto, seguro que Goldmoon lo hará. Ahora apresuremos el paso; ya prácticamente no hay luz.

—Queda mucho tiempo de luz —respondió la elfa con una sonrisa—. Lo que pasa es que no llega hasta aquí.

—Entonces por la noche estará muy oscuro.

—Como una cueva —murmuró Palin.

El enano suspiró.

Los monos gritaban y saltaban de rama en rama. Entre la multitud de pájaros, algunos lanzaban chillidos estridentes y otros cantaban melodiosamente. Había muchos loros, pájaros tropicales que no eran nativos de esa región pero que habían llegado allí atraídos por la cálida y densa vegetación y se habían reproducido rápidamente. Feril echó la cabeza atrás y vislumbró las plumas amarillas y anaranjadas de los guacamayos más grandes. Se lo señaló a Jaspe, que sólo demostró interés por cortesía. Usha, sin embargo, quedó fascinada por ellos y continuó la marcha con la cabeza inclinada. Cogida del brazo de Palin, los miraba saltar de un árbol a otro.

Cuando llevaban aproximadamente una hora de viaje, los sonidos se apagaron de forma súbita. Feril fue la primera en reparar en el misterioso silencio. Se paró en seco para aguzar sus sentidos: sus ojos de elfa rastrearon el follaje, sus fosas nasales temblaron tratando de detectar olores nuevos. Quizá se tratara de un carnívoro grande, un animal que había asustado a los pájaros.

—Mira, Palin, allí. ¡Hay una especie de red en el suelo! —gritó Jaspe.

—¡No la toques! —exclamó Feril mientras corría a su encuentro.

Palin y Usha la siguieron de inmediato. Cuando la kalanesti llegó junto al enano, sintió que se elevaba junto con sus tres amigos. Mientras ascendía hacia las copas de los árboles, la red se cerró con fuerza, hundiéndose en la piel de los aventureros. Las ramas espinosas les desgarraron la ropa y los llenaron de rasguños.

La red se detuvo a más de seis metros por encima del suelo y comenzó a balancearse. Las ramas protestaron con crujidos.

—Yo no la toqué —se quejó Jaspe.

Miró hacia abajo y apretó los dientes para contener las náuseas. Tenía la sensación de que el estómago iba a escapársele por la boca.

Feril también miró hacia abajo y luego a sus compañeros. Usha se aferraba con tanta fuerza a la red que tenía los nudillos blancos. Palin intentaba mover las piernas. El hechicero llevaba consigo la daga que había cogido en los Eriales del Septentrión. Jaspe también tenía un cuchillo y un martillo amarrado a la cintura. Quizá entre los dos pudieran cortar la red; luego treparían a una rama y bajarían por el tronco. Debajo, algo se movió entre los arbustos y finalmente salió al claro. Feril tiró de la manga de Palin y señaló a la qualinesti que los miraba.

La elfa vestía un largo vestido verde, de un tono casi idéntico al de los helechos. Tenía el cabello corto de color miel y sus azules ojos observaban con curiosidad a los tres amigos.

—Espías del dragón —declaró después de mirarlos un rato—. Estáis perdidos.

Más de una docena de elfos salieron de entre el follaje para unirse a ella. Varios de ellos llevaban arcos y apuntaron con sus flechas a Palin y sus amigos. La qualinesti levantó una mano y los señaló.

—¡Esperad! —gritó Palin asomando parte de la cara por un agujero de la red—. ¡No somos espías! No trabajamos para los dragones; luchamos en contra de ellos. Yo soy Palin Majere y...

—¿Majere? —dijo la qualinesti rápidamente—. ¿Uno de los pocos sobrevivientes de la batalla con Caos?

—¡Sí, luché en el Abismo! —respondió Palin—. ¡Y seguiré luchando!

—Eso si te perdonamos la vida. —La elfa estaba directamente debajo de la red—. Parece que tenemos al hechicero más famoso de Krynn atrapado en nuestra red —comentó a los demás elfos. Luego clavó la mirada en Palin—. Por lo visto, nos has tomado por idiotas.

—¡Es verdad! —exclamó Feril—. ¡Es Palin Majere!

La mujer la miró con furia.

—Una kalanesti —dijo en voz alta—. Huida de Ergoth del Sur. ¿Acaso eres espía del Blanco?

—No os haremos ningún daño —aseguró Palin con serenidad.

—Eso ya lo sé. Después de todo, tú y tus amigos hechiceros salvaron a nuestra raza de Muerte Verde. Y todavía ayudais a algunos qualinestis a escapar de los dragones. Cuando no estáis atrapados en una red, naturalmente.

La elfa soltó una carcajada y sus compañeros la imitaron.

—¿Conque tú te has enfrentado a Muerte Verde? —preguntó uno de los arqueros a Feril.

Los que estaban a su lado rieron y su risa sonó como el rumor del viento entre las hojas.

—También estamos en contra de Beryl... y del Blanco de Ergoth del Sur —añadió Feril. Giró la cabeza y murmuró a Palin:— La resistencia está formada por grupos desperdigados de qualinestis, unidos por una red. He oído que vigilan a los dragones y atacan con precisión militar a sus esbirros.

—Luchamos contra todos los señores supremos —gritó Usha.

—¿Y cómo esperáis vencer a los grandes dragones? —preguntó la mujer con voz cargada de escepticismo—. Cuatro personas contra los dragones.

—Somos más —dijo Jaspe. La elfa murmuró una orden a un arquero, que bajó el arco y se perdió entre la vegetación—. ¡Los demás no están aquí porque han ido a Ergoth del Sur y a Schallsea! Vaya, ¿para qué me molesto en hablar? Ni siquiera me escucháis.

—¿Qué prueba de confianza podéis ofrecernos? —replicó la elfa—. ¿Cómo vais a demostrar que lo que decís es cierto? Responded rápidamente o mis hombres lanzarán sus flechas.

—Os ofrecemos esta prueba de confianza —dijo Palin. Respiró hondo y les contó la verdad sobre la búsqueda de los objetos mágicos y de sus intenciones de recuperar la magia para Krynn—. Ahora nos dirigíamos hacia el viejo fuerte, la antigua torre —concluyó—. Dicen que allí se encuentra uno de esos objetos, un cetro de madera conocido como el Puño de E'li.

—Buena historia —repuso la elfa—. Si es verdad, es una misión de locos. En ese sitio sólo os aguarda la muerte. Hasta nuestros mejores guerreros evitan entrar en esa torre en ruinas. ¿Qué más da, entonces, si os matamos aquí? —añadió haciendo una seña a los arqueros para que aprestaran sus arcos.

—¡No! —exclamó Usha—. ¿Por qué os negáis a creernos?

—Sólo creemos en nosotros mismos.

—Es lógico que no os fiéis de los desconocidos, y no os pido ningún tratamiento especial —declaró Palin.

—Retenedme aquí. Soy la esposa de Palin y también estuve en el Abismo y vi morir a los dragones. Yo os serviré de garantía de que él ha dicho la verdad. Permitidle ir al fuerte para encontrar lo que hemos venido a buscar.

La qualinesti inclinó la cabeza hacia un lado.

—Seas quien seas, es obvio que eres valiente. —Frunció los finos labios y se llevó un delgado dedo a la barbilla—. Pero ¿crees que tu oferta es suficiente? —Cerró los ojos y arrugó la frente, como si sopesara la cuestión.

—No hagas esto —susurró Palin a su esposa con voz cargada de inquietud—. Mi magia...

—¿Prefieres que nos maten? —respondió Usha en voz baja—. ¿Crees que tu magia es más rápida que esos arqueros?

—Trato hecho —aceptó por fin la elfa, sorprendida por la actitud protectora de Palin—. Hechicero, el viaje hasta el fuerte es largo para aquellos que no conocen el bosque. Te daré tres semanas para cumplir tu descabellada misión. Si para entonces no has regresado a este claro con pruebas de que lo único que quieres de estas tierras es el cetro, sabremos que has fracasado o que eres un espía. Como castigo, mataremos a tu mujer. Y, si sigues con vida, te buscaremos para acabar el trabajo.

La elfa hizo una seña a los arqueros, que bajaron los arcos y retrocedieron hacia los árboles. Un instante después, ella también había desaparecido entre la vegetación.

La red se sacudió con violencia y descendió como una roca. Sin sitio para maniobrar en la estrecha trampa, los cuatro amigos no pudieron prepararse para el golpe. El suelo pareció subir a su encuentro y el impacto del choque fue feroz. Feril cayó sobre su hombro, aplastándose el brazo, y Usha encima de ella. Palin aterrizó en parte sobre su estómago y en parte sobre Jaspe.

El hechicero desenvainó la daga y comenzó a cortar la red. Unos instantes después estaban libres. Los cuatro movieron las extremidades con cuidado para asegurarse de que no se habían roto ningún hueso.

Palin abrazó a su esposa.

—Soy yo quien debería quedarse, no tú.

—Estaré bien; no te preocupes. Tú eres el único que ha estado en la torre con anterioridad.

—Eso fue hace años, cuando ayudé a Gilthas a encontrar la guarida de Beryl, pero el lugar ha cambiado demasiado. Si pudiera representármelo con la suficiente claridad para transportarnos allí...

—Estaré bien, de veras. Tú asegúrate de no perder el tiempo.

El hechicero miró los ojos dorados de su esposa igual que había hecho años atrás, antes de aventurarse en el Abismo durante la guerra de Caos.

—No hay rastro de ellos —dijo Jaspe.

No vio huellas en el suelo y advirtió que la hierba pisoteada volvía a su posición original.

—Están cerca, vigilándonos —afirmó Feril.

Palin cogió la barbilla de Usha con una mano temblorosa, besó a su esposa y la miró a los ojos por última vez.

—Volveremos a tiempo —prometió.

—Entonces marchémonos ya —sugirió el enano mirando alrededor con una expresión de inquietud en su ancha cara.

No vio a la qualinesti, pero sabía que Feril estaba en lo cierto. Sentía una especie de hormigueo en la nuca que le indicaba que los estaban mirando. Su túnica estaba cubierta de barro y con manchas de hierba, y la red había dejado marcas rojas en su cara. Sus compañeros tenían un aspecto igualmente desaliñado.

Palin señaló hacia el este.

—Por aquí.


Una semana después encontraron el fuerte. Habían pasado dos veces por ese lugar, y sólo la insistencia de Palin en que la torre se encontraba cerca había impedido que continuaran la búsqueda en otro sitio.

La torre estaba oculta en una grieta en la cuesta rocosa de una colina cubierta de musgo. Era como si el bosque y la tierra quisieran devorar el edificio para evitar que los humanos mancillaran la belleza primigenia del lugar. El musgo había teñido de verde los escasos fragmentos de piedra visibles, por lo que parecían formar parte de la colina. Densas matas de helechos rodeaban el edificio y una maraña de plantas trepadoras ascendía desde los cimientos hasta las almenas, que se alzaban a más de quince metros del suelo del bosque. Otras plantas caían desde la cima de la colina hasta la base, ocultando casi completamente el edificio con un manto verde.

Los monos araña subían y bajaban por las plantas trepadoras, y docenas de loros amarillos y anaranjados anidaban en las hendiduras de la roca. Algunas enredaderas de tallo estaban separadas de lo alto de la torre, como si un mono o un gorila las hubiera usado para trepar. En la base, una sombría abertura cubierta por una cortina de lianas permitía adivinar la entrada.

Feril y Palin miraron fijamente el edificio mientras Jaspe se abría paso entre los arbustos que obstruían el paso.

—¿Venís?

El enano apartó una resistente planta de grandes hojas, ajeno a los titubeos de la kalanesti.

La puerta de madera, combada a causa de la humedad y el tiempo, estaba entreabierta.

—Alguien ha estado aquí —murmuró Feril.

—Tal vez los elfos de la resistencia —especuló Palin—. Puede que esa mujer haya mentido cuando dijo que sus hombres evitaban este sitio.

—¿Y si ha sido el dragón? —se preguntó Jaspe en voz alta.

Palin respiró hondo, abrió la cortina de hojas, y tiró del oxidado picaporte.

La vieja puerta se abrió con un suave crujido, revelando el oscuro interior. Un par de ojos dorados los observó desde las sombras.

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