Hemos dejado tierra y nos hemos embarcado. Hemos quemado los puentes que dejábamos atrás; no sólo eso, hemos ido aún más lejos y hemos destruido la tierra que dejábamos atrás. ¡Ahora, barquito, ten cuidado! A tu lado está el océano: no siempre ruge, por supuesto, y a veces se extiende como seda y oro y ensueños elegantes. ¡Pero llegarán las horas en que te des cuenta de que es infinito y de que no hay nada más impresionante que el infinito! ¡Oh, el pobre pájaro que se sentía libre y que ahora golpea la pared de su jaula! Ay de ti, cuando sientas nostalgia por la tierra, como si ésta hubiera ofrecido más libertad, y no haya ninguna «tierra».
Y añadió Yavé: «He aquí… retiraré mi mano, y me verás las espaldas, pero mi faz no la verás».
A la memoria de mi suegro, Albert L. Pierce