Hal Clement Aclimatación

Del nº 9 de la revista Isaac Asimov’s Picazo Editores Nov. 1980

Traducción Miguel Gimenez Sales

Escaneado por Diaspar en abril de 1998


El viento procedente de la costa había amainado, aunque aún soplaba con fuerza suficiente para hacer que los arbustos se inclinasen hacia tierra. La pequeña chalupa podía hacerle frente, pero Faivonen tenía que andar despierto. El Fahamu era su único lazo con el resto de la humanidad de Medea, numéricamente escasa, pero la única que al presente contaba para él. Los millones de habitantes de la Tierra ya no formaban parte de su existencia.

Sullivan le había prometido regresar a mediados del verano, treinta días medeanos a partir de ahora. Faivonen confiaba en él, puesto que la gente maleante había sido apartada del mando de la colonia, pero cualquier compromiso en el nuevo mundo llevaba consigo una calificación inédita. «Todavía vivo», era todo.

A pesar de los numerosos niños que había en el satélite, apenas habían aumentado en número los terrestres que habían llegado dos décadas antes.

Aprender lo más y lo antes posible respecto al nuevo mundo era una necesidad admitida por toda la colonia, pero había resultado algo difícil para algunos de sus miembros.

Faivonen, aunque había perdido su carácter extrovertido y alegre en la muerte de Ruta, no era, sin embargo, un misántropo, y nunca renunciaba completamente a la compañía de sus amigos. Aun con la compañía de Beedee, tendría mucha soledad durante las dos mil horas siguientes.

La chalupa no era demasiado visible. La luz era tenue, lo suficiente como para haberle obligado a abandonar la vigilancia treinta años antes. pero el ojo humano sabe adaptarse, y la memoria humana te trae oportunamente los datos que necesitas. Castor A y B se hallaban ya casi en lo alto. Juntos, proporcionaban menos luz que la luna llena en la Tierra, pero era suficiente.

Llegarán a la bahía en la próxima travesía.

La voz se filtraba ligeramente en la oreja izquierda de Faivonen: hubiese sonado completamente humana para cualquiera que no conociese al ser que hablaba.

Faivonen, sin mirar siquiera, asintió.

Esto es lo que supongo. ¿Se trata de una extrapolación lineal o permitirá cambios de viento?

El viento decrecerá durante unas horas. Lo he permitido yo — había cierta indignación en la voz —. No poseo información segura respecto a las corrientes, pero como no afluye ninguna a esta bahía, deben ser sencillas. ¿Vas a vigilar la embarcación sin poder ver? Esto te hará perder unas horas muy valiosas.

Vigilaré algún rato. De nada sirve empezar hasta que salgan los soles verdaderos, y antes de irnos no tengo nada que comprobar. Tu no me dejas olvidar lo importante y, aunque no lo hicieras, no sería posible enmendar nada.

La voz no respondió; su dueño ya sabía que había logrado ahuyentar hasta cierto punto las ideas del hombre, relativas a sus compañeros que estaban fuera de vista. Faivonen, no obstante, tenía muy poco en qué pensar por el momento. Ya había planeado con todo detalle la tarea a realizar, que consistía en seguir vivo y aprender cuanto pudiese de la zona a registrar. Si no lograba conservar la vida, lo que aprendiese aún podría serle útil siempre y cuando hallasen su cuerpo y a Beedee. Era lo que por el momento absorbía sus pensamientos, el recuerdo que siempre evocaba. Había hallado a Beedee en el esqueleto de Ruta. La había registrado contra el mejor de los consejos; y el éxito casi le había convertido en algo inútil para sí mismo, para sus hijos y para la colonia.

Esta vez, había logrado una promesa firme de Sullivan: si Faivonen no volvía al barco, alguien iría en busca de Beedee y de la información correspondiente, aunque no lo haría ninguno de sus hijos ni de Ruta. No importaba que cuando llegasen a la edad conveniente fuesen exploradores (tal edad la habían casi alcanzado), pero por el momento tal cosa no era posible. Los chicos no podían…

Vigila al barco, si lo deseas, pero aparta de ti esos pensamientos — la voz de Beedee se inmiscuyó en sus ideas —. Si no tienes nada más constructivo que meditar amargamente, insisto en que empecemos. Los soles ya han salido prácticamente.

Esta vez, Faivonen miró al objeto unido a su muñeca izquierda. Sabía que Beedee no podía leer en las mentes. Sin embargo, desde los veinticuatro años que hacía que había conocido a Ruta él sabía leer la mente de cualquiera. Durante los primeros veinte años de matrimonio, y hasta que encontró y heredó el diamante negro, había tenido muchas oportunidades de comprobarlo.

— No estás en situación de insistir en nada — indicó, como era su costumbre, cuando la discusión llegaba a este punto.

— Verdad — replicó Beedee, también según su costumbre —, pero sabes que tengo razón.

Ya hay luz suficiente para la inspección. Recoge el resto de tu equipo y empecemos.

— Tengo hambre.

— Sí, sólo has comido “queso» desde que emprendimos la marcha. Mataste un poco el apetito al cabo de una hora de haber desembarcado y nada más.

— De acuerdo. Acceder es más fácil que discutir.

Faivonen ató el cuchillo, la pala, la cantimplora, el incubador de quesos, la mochila, el arco y el carcaj a diversas partes de su cuerpo. Luego echó una última ojeada al Fahamu que destacaba sobre el rojo horizonte por donde Argo se había puesto unas horas antes, le volvió la espalda a la bahía, y echó a andar por el valle.

Desde el mar, le había parecido un producto de la glaciación. No le sorprendió puesto que conducía hacia el hemisferio frío. Sin embargo, no había el menor signo de arroyo o río que desembocase en la bahía, pese a la intensa vegetación que se divisaba desde la chalupa. La vida vegetal resultaba un poco asombrosa para aquella latitud (ochenta y seis grados al norte del ecuador), donde Castor C ayudaba muy poco a Argo en el recalentamiento del mundo. Un cuidadoso registro de aquellos parajes no ofreció ni siquiera un rastro de riego estacional. Elisha Kent Faivonen se cuidó de corroborar esta observación.

Algunos hechos ya habían quedado comprobados antes de que zarpase la embarcación. Había animales que podían servir de alimento, y multitud de plantas cuya savia servía para el cultivo de los «quesos». Se trataba de la mezcla de bacterias engendradoras de genes que producían media docena de aminoácidos, necesarios para los seres humanos e inexistentes en los medios vitales de Medea. Era uno de los pocos productos de la avanzada tecnología terrestre que los colonizadores habían conservado. No deseaban depender de nada que tuviese que ser sustituido desde la Tierra, pero en esto apenas habían tenido elección. Las plantas terrestres todavía luchaban por acomodarse al satélite, y hasta que creciesen verdaderas cosechas, la gente tendría que alimentarse con la comida nativa y el «queso».

Faivonen caminó pegado al lado izquierdo del valle mientras se alejaba de la bahía. De este modo obtendría mejor luz cuando los soles se elevasen un poco más. Tenía que examinarlo todo: las plantas, los animales, el suelo, las rocas, los vientos, el clima. El viento había soplado en la costa y en el valle días antes de que el Fahaniu anclase en la bahía. Era ésta otra peculiaridad por explicar, aunque la explicación podía ser tan trivial como solía serlo la del clima local. Beedee había manifestado un interés especial, y le pedía constantemente a Faivonen que se mantuviese lo más alto posible para que sus delicados sentidos pudieran registrar las corrientes atmosféricas con un mínimo de perturbación.

Faivonen no presentó ninguna objeción, como de costumbre. El diamante negro sólo pesaba tres cuartos de kilo, una fracción pequeñísima en comparación con el equipo que transportaba. Que la cosa hubiera ser llamada equipo u objeto personal era otra cuestión, claro; Faivonen sabía que era de origen artificial, pero no podía considerarlo como una simple computadora. Decía demasiadas cosas que velaban una personalidad. Entre el entramado de átomos que formaban la estructura básica de aquello existía una programada tendencia aprendida o generada, a imitar el lenguaje humano, así como las voces y los giros. Cuando lo encontró el cadáver de Ruta le había hablado con la voz de su esposa.

Inmediatamente llegó a un compromiso: Beedee había prometido no repetir la ofensa.

¿Cortesía? ¿Simpatía? Faivonen lo ignoraba, pero tampoco podía dejar de considerar al objeto como una persona, lo mismo que siempre había hecho su mujer.

Naturalmente, una persona está viva, y las cosas vivas no emanan de simples fuentes de energía. Las cosas vivas, cuando desaparece su fuente de energía y dejan de actuar, no vuelven a empezar hasta después de períodos de tiempo indefinidamente largos.

Beedee había estado «muerta» dos años entre la muerte de Ruta y el descubrimiento de su cadáver por parte de Faivonen. Él (¿?), había estado «muerto» durante dos mil millones de años entre el tiempo en que él (?) se había hundido con un barco en su mundo semejante a la Tierra, y el tiempo en que él (?) había sido descubierto por la abuela de Ruta en un planeta falto de aire, que sobrevivía bajo un gigantesco sol rojo, en un montón de óxido de calcio que había sido el depósito de la caliza marina.

Sólo las máquinas pueden desconectarse y conectarse, por lo que Beedee debía de serlo, y no un él o una ella. Y la experiencia de Faivonen insistía en esto.

¡Elisha! Hay un enorme animal detrás del arbusto… a treinta metros de las dos en punto. ¿Tienes hambre? ¡Pues prepárate!

Se hallaban a dos kilómetros de la bahía, y el hombre estaba más hambriento que al iniciar el viaje. Tenía el arco inclinado, y una flecha saltó antes de que el diamante terminase de hablar. En silencio, evitando el ruido que ahuyentaría a la presa, Faivonen avanzó hacia el arbusto. Todavía se hallaba a una docena de metros de distancia, cuando un animal del tamaño de una ternera, con seis patas, saltó al aire, dispuesto a huir. Faivonen le clavó una flecha en el lomo, entre el primero y el segundo par de patas. Si era como los animales que ya conocía en el ecuador, no poseía un corazón centralizado, sino una aorta mayor que corría por su cuerpo por debajo del espinazo.

Cortar el vaso sanguíneo o el nervio principal resultaría igual de eficaz. Lo demostró la caída del animal cuando efectuó su segundo salto.

Faivonen ejecutó una combinación de carnicería y disección anatómica, mientras Beedee anotaba los datos. Luego, recogió combustible, formó una hoguera con pirita y acero y cocinó la comida. No le gustó demasiado; ni la carne de Medea ni el «queso» eran especialmente sabrosos, pero el hambre no reparaba en tales minucias.

Cortó un par de kilos de carne en tiras para sus próximas comidas, extrajo los trozos restantes de «queso» maduro del tanque incubador y los metió en la cámara almacén; llenó de nuevo el tanque con la savia de las plantas cheddar que ya había reconocido, y reemprendió el viaje, después de preguntarle a Beedee si su batería debía recargarse.

— Oh, no, todavía funciona… Oh, eres muy gracioso… Perdóname.

Ya había sucedido antes. Los procesos calculadores del diamante, si así podía llamársele, actuaban a velocidad electrónica; y por eso sabia que él bromeaba antes aún de que terminase de pronunciar la primera palabra. Sin embargo, había imitado un toma y daca humano, de acuerdo con su humor. Faivonen ignoraba si el diamante sentía algo que correspondiera a la extraña sensación con que el sistema nervioso humano responde a la incongruencia. Si lo sentía o no era otra cuestión a dilucidar.

Cuando los mellizos Castor C se hallaban a mitad de su carrera hacia la posición de mediodía, unos grados por encima del horizonte sur, Faivonen ya estaba cansado. La verdad era que, no obstante las frecuentes pausas para examinar los datos biológicos o geológicos, habían avanzado más de treinta kilómetros desde la costa. Descansó y comió de nuevo, y luego se metió en su saco de dormir. Sabia que su propio reloj biológico nunca concordaba con las setenta y cinco horas que duraba la rotación de Medea, pero el dormir era tan necesario como la comida. Se colocó los anteojos y se relajó. Beedee vigilaría. Era casi imposible que se acercase algo sin que lo registrase el supersensible sentido del diamante. Podía ser necesario un centinela, pues aunque las alimañas de Medea tal vez no gustasen del alimento humano, nadie lo sabía con certeza.

Esta vez, Faivonen tuvo suerte y no se despertó hasta que lo llamó la voz insistente de Beedee.

— Ocho horas, holgazán — le gritó al oído.

Faivonen se incorporó, se quitó los anteojos y miró a su alrededor. Los soles estaban casi en el sur, justo encima del punto donde Argo había desaparecido. Dos globos flotaban a unos cien metros más arriba. Beedee tal vez no los hubiese oído, pues siempre parecían volar con el viento; pero no importaba. Nadie sabía gran cosa al respecto. Faivonen ni siquiera estaba seguro de que fuesen comestibles; tal vez sólo fuesen un poco de tejido que no valiese la pena cazar; pero, eso sí, eran totalmente inofensivos. Por el momento, no parecían moverse en absoluto, lo cual resultaba interesante.

— Sullivan opina que el viento se torna más débil a cada ciclo — observó Faivonen. Y por lo visto tiene razón.

— Sí — asintió el diamante —. Existía una buena oportunidad de que así fuese cuando lo dijo, pero hay demasiadas variantes desconocidas para una auténtica comprobación.

Ah, empiezo a sospechar que algunas de esas variantes son culpa de la forma de este valle. Tendríamos que ir mucho más tierra adentro para asegurarnos.

— Demasiada tierra adentro comporta que Argo no se levante en absoluto. No quiero llegar hasta la Cara Fría — refutó Faivonen —. Tampoco te gustaría a ti. Es posible que allí haya mucho que aprender, pero sin tu poder no aprenderíamos nada.

— Podrías colocarme una batería. Se me ocurren varias maneras de aprovechar su fuerza, incluso a muy bajas temperaturas.

— El frío es muy intenso, y a ti te gusta tan poco dejar de funcionar como a mí morirme, aunque sea posible volver a ponerte en marcha de nuevo.

— Lo sé. Pero odio perder alguna información. Sin embargo, creo que me gustaría correr el albur; y tú, Sullivan y otras personas siempre decís que el peligro es la salsa de la existencia.

— Creo que decimos «la vida», no la existencia. Y decimos peligro, claro, no suicidio.

— Olvídalo, Beedee; quédate conmigo y nos detendremos muy lejos del frío, aunque este valle desemboque directamente en él. Imagina todo lo que quieras o puedas de estas rocas, de este clima y de la vida de estos contornos, y ya será suficiente.

— Nunca es suficiente. Yo puedo calcular, pero he de comprobar si tengo razón. Y tú deberías tener esto en cuenta. Tu esposa siempre lo hacía.

El silencio de Faivonen fue largo. Un ser humano se habría mostrado cohibido ante aquel paso en falso, pero Beedee no cometía tales equivocaciones. Debía de haber una buena razón, muy buena.

El hombre sabía que probablemente no la adivinaría. La docena de diamantes negros que había traído la expedición Tamniuz no había celado su composición, aunque tal conocimiento no les sirvió de nada a los ingenieros humanos, toda vez que era imposible fabricar uno de los componentes con las técnicas que poseían.

Eran exactamente lo que parecían: diamantes, estructuras de carbono con átomos sustitutivos y cristales defectuosos, construidos deliberadamente en sus entramados de forma que parecieran las operaciones de la humanidad con fichas de sílice como las fichas de circuito se parecían a los cuchillos de pedernal. Unas mil doscientas unidades celulares del entramado del diamante componían una sola unidad de estructura básica de los artefactos. Un cálculo mucho menos exacto, normalmente decía cinco mil unidades, poseían la capacidad de tomar decisiones y recordar cosas de una sola célula del cerebro humanó.

Aquellas cosas (Beedee era típico, aunque no había dos idénticas) eran como si alguien hubiese fabricado un cilindro de cristal negro, un poco mayor de seis centímetros de radio y diez de longitud, encajando los extremos con hemisferios del mismo material, y haberlos dividido para formar dos unidades. Con este volumen, un poco más de doscientos mililitros, poseían aproximadamente la capacidad de doscientos millones de células de los cerebros humanos. Algunas personas las tenían, si bien había habido una fuerte demanda (para destruirlas tal vez o enviarlas a la Tierra), por parte de algunos de los habitantes más paranoicos del planeta. No había sido ciertamente la alta estima de los derechos de la propiedad privada, característica de la cultura de aquella época, lo que le había permitido a Beedee venir a Castor.

Faivonen, por su parte, no estaba más asustado de aquella cosa de lo que había estado su esposa, pero estaba seguro de que podía pensar muchas veces más deprisa y con mayor precisión e infinitas variantes que cualquier ser humano. Había sido uno de los compañeros de Beedee, uno de los diamantes como él, quien había demostrado que el ajedrez era algo tan trivial como el más simple y aburrido de los juegos.

Algunas personas no lo habían olvidado.

Faivonen no recordaba todo esto conscientemente. Sólo se preguntó por que Beedee había mencionado a Ruta sabiendo que él sufriría; después, supuso que nunca obtendría la respuesta, y reanudó su labor. Guisó y volvió a comer, cargó su equipo y hasta que no llevaban algún tiempo caminando no volvió a hablar con su computadoragrabadora.

Entonces cambió de tema, pasando a uno de importancia más inmediata.

— No hay ningún río en este valle…

Naturalmente, puesto que ninguno llega al mar — replicó Beedee.

Ni hay charcas o balsas, pese a haber mucha vegetación. Y la cantimplora empieza a estar vacía. ¿Alguna sugerencia práctica?

— Desde el mar se veía nieve en lo alto de los acantilados. Aquí, la temperatura está muy por encima del cero. Por tanto, tiene que haber algo de agua cerca del borde, aunque sólo sea esporádicamente. Examinemos más atentamente la base del acantilado; la información geológica será útil de todos modos.

Faivonen se abstuvo de todo comentario y echó a andar hacia la parte más próxima del valle. Ya sabía que había sido excavado en roca sedimentaria, fina arenisca, cuyo actual nivel elevado sobre el mar implicaba muchas cosas respecto a las fuerzas de Medea. Al pie de los acantilados había, inevitablemente, guijarros. Estaban depositados en forma de U cerca de la bahía, contorneando el valle, lo cual indujo a los exploradores a deducir una formación glaciar anterior. Un examen más atento reveló sólo un material muy fino que parecía haber sido traído por el viento. Ahora, lejos ya de la bahía, la redondez persistía e incluso estaba exagerada; el acantilado, al menos en este lado, parecía ligeramente minado.

Lejos de las paredes del valle, la tierra parecía granito muy fino. Más cerca, contenía rocas cuyo tamaño aumentaba a medida que el acantilado iba quedando más lejos. Las partes rocosas expuestas al aire estaban muy redondeadas por la erosión.

El suelo era muy seco, a pesar de la abundante vegetación. Faivonen arrancó algunas plantas muy pequeñas y vio que sus raíces no eran profundas. Beedee estuvo de acuerdo conque debía haber un buen suministro de agua en la superficie o cerca de ella, puesto que las plantas mostraban la capacidad normal de almacenamiento de agua.

El diamante, como de costumbre, tenía razón; el suelo era sensiblemente húmedo cerca del acantilado, y por la ladera hallaron algunos charcos y balsas, donde las rocas formaban como compuertas de contención. Muy aliviado, Faivonen bebió el primer sorbo desde que había desembarcado, y llenó de nuevo la cantimplora.

Ya estaba de mejor humor, y deseoso de seguir avanzando hacia el frío. Su atavío era otra muestra de la tecnología terrestre que guardaba para usos especiales: una especie de mono de trabajo, de polimeral fino, cuya conductividad termal era extremadamente baja. Era transparente cerca de la radiación infrarroja, de forma que él podía apreciar el calor de un fuego o el de los gemelos Castor C sin tener que quitárselo. Con una especie de máscara antigua podría enfrentarse contra temperaturas muy por debajo del punto de congelación del agua, y también frente a grandes vendavales. Las temperaturas bajas significaban algo más, pero harían falta aún muchos días de viaje para llegar a tal clase de ambiente.

Cuando reanudó su camino por el valle empezó a charlar agradablemente con Beedee.

Caminaba oblicuamente al suelo a fin de que le resultase más fácil andar. La conversación giró casi por entero en torno a lo que observaban. El diamante no se mostraba muy dispuesto a contentar al humano con una conversación banal, sino que en la misma incluía mucha especulación. ¿Cuál era la causa de la elevación de toda la región de rocas sedimentarias como un solo bloque a más de quinientos metros?

Beedee efectuó ciertas mediciones donde pudo, y no encontró más de dos grados de profundidad. ¿Qué había excavado aquella garganta? ¿Un río, un glaciar? ¿Por qué no había el menor rastro ahora? Los valles sin un río central son infrecuentes, excepto en los desiertos, y aun en éstos suele haber cauces secos por donde antes fluía el agua.

Los dos globos habían derivado hacia el valle; el viento había cambiado finalmente de dirección, y todo ello podía ser un fenómeno de las mareas, como Sullivan había supuesto al acercarse con el Fahamu a esta región. Beedee se mostró de acuerdo en que tal cosa era bastante posible. Pero no quiso arriesgarse a hacer una predicción.

— Si esto es realmente una corriente de la marea, y entra en este valle por sus dos extremos, la anchura del valle, la altura de sus paredes y la dimensión de las áreas con vida, es algo importante. En el extremo que da al mar, el depósito de suministro es efectivamente infinito, pero no hemos observado aún los demás factores. Suponer que el valle conserva su actual anchura y altura en toda su longitud no sirve de nada en tanto no se sepa la longitud de las demás variantes. Yo puedo tratar esto matemáticamente, como un tubo de órgano de un corte seccional con una fuerza inductora del período de un día de Medea, pero…

— Olvídalo — le interrumpió Faivonen, que era un matemático perfecto como todos los seres humanos, pero conocía la futilidad de intentar seguir los cálculos de Beedee.

Guárdate tus ideas y comprobaremos su exactitud cuando hayamos ascendido un poco más por este tubo de órgano. ¿No es ésta una planta nueva?

— No. Es bastante común en alguna de las islas próximas al ecuador. Es la primera vez que la veo tan al norte. Claro que la latitud significa mucho menos que la longitud, en lo que respecta al clima.

La última frase llegó tras una leve pausa, como una idea repentina.

Si, lo estoy olvidando todo. Y has sido muy diplomático al conversar como si también lo hubieras olvidado; aunque no necesitaba realmente esta clase de enfriamiento. Sé cómo funciona tu cerebro.

¿Y te ofende? He observado que los seres humanos se sienten mas a gusto cuando empleo artimañas dialécticas.

— Bueno… no, no. Yo sólo deseaba no perder tiempo si nos metíamos en algún apuro.

— Naturalmente.

Cualquiera que fuese la opinión de Faivonen acerca de Beedee, sus sentimientos hacia aquella «cosa» eran fundamentalmente amistosos. Aquel diamante era una personalidad. Era incluso una persona. Su conversación normal casi hubiera podido ser grabada a la hora de la sobremesa en una convención científica; y para sus dos primeros días en Medea resultaba más excitante que una charla de sobremesa. Las únicas complicaciones se debían a los interminables problemas planteados entre el ciclo de veinticuatro horas de Faivonen y la rotación de setenta y cinco horas del satélite. Tenía que malgastar horas por la «noche». Los soles blancos y la continuidad de la aurora le concedían bastante luz para permitirle viajar cuando los soles anaranjados se hallaban por debajo del horizonte, pero el hombre y la máquina se mostraban reluctantes a ello. La vista era lo suficientemente escasa como para poder dejar de ver un dato importante, posibilidad que molestaba a Beedee aun más que al hombre. Reunir y almacenar información era el principal motivo del diamante, el equivalente de una combinación de hambre, sed y libido. Al tercer día, Faivonen despertóse pronto, al oír la voz de Beedee en su oído.

— ¡Elisha!. ¡Algo intenta reptar hasta nosotros silenciosamente!. Prepara las armas.

El hombre salió de su colchoneta neumática con el mayor silencio y la máxima rapidez posible.

— ¿Está muy lejos? — inquirió, sin saber qué resultaría más apropiado: el arco, el hacha o el cuchillo.

Ignoro la distancia lineal, puesto que no sé cuál es la energía sonora que produce. Si mantiene su actual promedio de avance, llegará dentro de unos cien segundos.

Faivonen ya estaba de pie; cogió el arco y le puso una flecha.

— ¿Qué dirección?

Las cuatro hacia donde miras ahora.

Faivonen giró a la derecha. No veía nada, pero había muchas matas, de tres metros de altura, que le impedían ver. Aún no oía nada, pues el suelo se hallaba cubierto casi por completo de musgo y hojas blandas, igual que en muchos trechos de Medea, por lo que incluso un animal grande apenas produciría ruido.

Argo empezaba a salir. El disco rojizo, adornado en el borde superior izquierdo por media luna brillante, donde los soles gemelos iluminaban su hemisferio más alejado, proporcionaba un fondo sangriento en el que el recién llegado quedaría contrastado en cualquier momento. Faivonen se preguntó si aquel ser seguía su rastro, o había tropezado con él por casualidad. Tal vez se guiase por el aire de las mareas, pero éstas apenas se habían registrado durante los dos últimos ciclos, enviando solamente una suave brisa a lo largo del valle. La brisa, pues, había cesado casi en las últimas horas, justo al levantarse el planeta de fuego; pero aún así el olor humano podía llegar hasta un olfato bien equipado.

— Se ha detenido. Ahora sólo oigo su respiración murmuró de pronto Beedee.

Faivonen levantó el arco y tensó la cuerda. Algunas alimañas de Medea podían dar saltos de varios metros…

Ésta no lo hizo. Se presentó repentinamente a la vista, por un lado de la espesura, corriendo hacia Faivonen a gran velocidad. Se movía muy de prisa, y la luz era muy pobre para que fuese posible contar sus patas y descubrir otros detalles; pero esta idea no se le ocurrió hasta más tarde. Faivonen tensó más el arco, apuntó hacia la bestia en una fracción de segundo, y disparó. El animal se ladeó ligeramente, tropezó con Faivonen y le hizo perder el equilibrio. Debía tener al menos dos veces la masa del hombre. Faivonen consiguió recuperar rápidamente el equilibrio, soltó el arco y cogió el machete.

— Calma. Aún corre. Tu flecha se ha hundido en su hombro izquierdo, lo has herido, tal vez lo hayas matado.

¿Algún otro detalle?

— Era una especie de lancero, el mayor que he visto. Tenía una rádula… la clase de lengua dentada que todos tienen, y corría con ella fuera. Si no le hubieras acertado con la flecha, la lengua te habría herido en la garganta, y ahora quedaría poco de tu cuello.

Pensé aconsejarte que lo esquivases, pero era obvio que tu reacción habría sido demasiado lenta.

¿Aún se aleja de nosotros?

Sí. No existe la menor posibilidad de que recuperes tu flecha.

— No pensaba en esto.

Al menos aquel incidente le había entretenido un poco. El diamante no lo comprendía, y le dijo a Faivonen que, de haber muerto en esta ocasión, habría terminado ya con sus aburrimiento. Faivonen no vio ninguna gracia en esta frase, aunque pensó que lo que Beedee intentaba era mostrar emoción humana. De pronto, formuló una pregunta.

— ¿De veras quieres que todas tus predicciones se cumplan y que tus cálculos sean correctos? He oído decir que tu diversión consiste en comprobar las cifras contra la observación. Es como comprobar si estás acertado constantemente, ¿verdad? La vida necesita un poco de salsa.

— ¿Te refieres a los alimentos que dejaste en la Tierra? Ya sé que no es posible realizar alguna investigación sin un poco de riesgo, pero no comprendo cómo el peligro mejora el sabor (si es esto a lo que te referías) del conocimiento o del descubrimiento.

— Estás consiguiendo comportarte como una verdadera máquina observó Faivonen.

Jugar debe reservarse para cuando la suerte está de tu parte. Mi conocimiento de los jugadores humanos es muy limitado, pero siempre me ha parecido uno de sus principales procedimientos la manipulación de la suerte.

Esos no son jugadores. Mira, tú has ganado una apuesta, ya que tu existencia está unida a la mía. Y si no te alegras, es que no estás vivo.

Nunca he presumido de estar vivo — replicó el diamante con énfasis —. Gracias por haberlo olvidado.

Faivonen no supo qué contestar.

Ya no era de noche, ni siquiera la brillante noche de la aurora y los soles blancos Castor. El viaje había empezado en el equinoccio. Cuatro días medeanos después, los puntos de levante y poniente estaban por delante de los exploradores. Los gemelos Castor C permanecían toda la jornada en el firmamento, y no se pondrían durante las treinta revoluciones de Medea en torno a Argo. Esto, al menos, resolvía la cuestión de si era o no conveniente viajar de noche.

En los días siguientes no hubo más ataques, y el aburrimiento volvió a amenazar con minar la moral del miembro humano del equipo explorador. Al séptimo día experimentó la necesidad de aliviar el aburrimiento.

Beedee, con su exacto sentido visual, había medido la distancia recorrida, trazando el mapa del valle con una exactitud muy superior a la de la raza humana. Se hallaban a la sazón a algo más de quinientos cincuenta kilómetros de la bahía, y también los globos viajaban, como hacían muchos. Los vientos aumentaban de velocidad en ambas direcciones, y cada vez había más organismos en el valle. Los vientos inferiores, cara a la bahía, eran menos intensos y de menor duración que los que soplaban a espaldas de los viajeros, pero a medida que transcurrían los días se adivinaba un cambio.

Beedee — observó Faivonen al terminar de desayunarse el séptimo día —, me hallo cansado de aguardar que suceda algo. Hace dos días me sentía inclinado a animar las cosas, osea a sazonar esta comida de tus conocimientos, apostando contigo una o dos veces. Luego, no se me ocurrió nada digno de apostar. Pero ahora ya lo tengo. Lo malo es que no estoy seguro de que la apuesta sea justa, ya que tú calculas las cosas mucho mejor que yo. Bien, creo que vale la pena probar, si has de decirme la verdad.

— ¿Probar qué? ¿Y por qué no habría de decirte la verdad?

— Lo contrario comportaría unas características humanas, que afirmas no poseer. Lo que deseo probar es una apuesta. Por ejemplo, pensaba en esos globos. El viento los impulsa hacia la cara fría del planeta; una vez allí no creo que puedan hacer nada, aparte de helarse. Podríamos apostar respecto a cuántos globos helados hay en los glaciares que los dos creemos que están a unos centenares de kilómetros de aquí, con los inciertos métodos naturales de escape que no he sido capaz de imaginar.

Faivonen hizo una pausa y tras una corta reflexión, añadió: — podríamos apostar por los vientos, que nosotros creemos afectados por la estación y las mareas. ¿Qué intensidad alcanzarán al tercer mediodía a partir de ahora? Yo sólo puedo calcularlo muy elementalmente, mientras que tus cálculos no significan nada sin unos datos referentes a la forma y longitud del valle y a la zona en que se forman los vientos.

— Cierto. Mi serie de soluciones posibles es tan amplia que cualquiera de ellas seria una mera sospecha. Sí, podríamos hacer esta apuesta, pero ¿qué podemos usar como dinero?

— Si yo pierdo, recorreremos cincuenta kilómetros más allá del mundo donde mi juicio me dice que deberíamos empezar a regresar. De este modo, tú conseguirás más datos.

— Una oferta muy tentadora ¿Puedes adelantarme el criterio en que basas este juicio?

— ¿No confías en mí? Puedo darte varios en realidad, pero no puedo adivinar qué podría suceder antes o exigir una mayor altura. Por ejemplo, si caminamos unas veinte horas sin hallar un animal comestible, ciertamente pensaré en volver. Si los vientos helados llegan muy cerca del límite inferior al que puedo continuar con vida…

— Pero si llegamos al punto superlímite, tú puedes morir. Y estos, por tanto, son los mismos factores que me recomendarían el regreso.

— Bien, esto constituiría otra apuesta. Si yo no sobrevivo, alguien te encontraría alguna vez y tú habrías ganado.

— No deseo estar desconectado, ni siquiera temporalmente. No, esto no lo consideraría como una victoria.

— ¿No quieres apostar?

— No. ¿Qué intentas conseguir? Tú no has dicho nada de lo que yo debería pagar si ganaras. Y nunca he sabido de ningún jugador que no se refiera primero a sus ganancias.

Repito que no has conocido a un verdadero jugador. Yo me contentaría con haber tenido razón en una discusión contigo. ¿Nunca te desafió Ruta a algo semejante? ¿A formular predicciones, a ver quién tenía razón?

Creí que no querías hablar de ella conmigo. Me pareció que su recuerdo te causaba un gran trastorno emocional.

Esto no es hablar de ella, sino simplemente hacerte una pregunta.

Sí, a veces trató de obligarme a adivinar lo que iba a suceder, pero nunca en forma de desafío formal.

Tengo la impresión de que intentas confundirme. La serie de posibles explicaciones… o mejor, la serie de explicaciones que se me ocurren, es mayor para tu acción que la serie de soluciones posibles al problema de los vientos del valle.

— Ya he pensado qué podrías pagarme. Sólo cesan en estos artefactos. La corrección en tu elección de palabras fue intencionada. Habías planeado la frase mucho antes de que surgiese del altavoz.

Dijiste que esto no te molestaba ni enojaba.

— Pues empieza a fastidiarme. Me recuerda, cada vez que lo haces, que tu cerebro trabaja mucho más deprisa que el mío.

Entonces, lo pararé. No es preciso apostar nada.

— Gracias. Bien, de todos modos voy a hacer una predicción. Yo afirmo que el viento que descenderá por este valle a mediodía dentro de tres días a partir de hoy tendrá una velocidad superior a los setenta y cinco kilómetros hora. ¿De acuerdo?

— Esto se halla muy cerca de la media de mi serie de posibilidades.

¿Cuál es esta media?

— Setenta y siete punto uno cuatro.

Está bien. Creí que era más alto… ¿Quieres engañarme? No serviría de nada. Sin embargo, no te permitiré cambiar los datos si te equivocas.

— No podrás impedirlo si lo exige mi conciencia observó Faivonen.

¿Quieres decir que haces esto para recordarme que controlas todas nuestras acciones? Me parece tonto.

— No había pensado en esto. Gracias.

— Me pregunto si realmente es cierto.

Faivonen no respondió, aunque la última observación del diamante le había sobresaltado de manera considerable. Calló y recogió su equipo para la reanudación del viaje. Los soles daban vueltas en el horizonte, ocultándose primero tras unos acantilados y después tras otros.

Unas noventa horas mas tarde el recorrido volvió a animarse, sin necesidad de apuestas. Sobre un espacio de unos dos kilómetros, el suelo duro del valle se humedeció, después se mostró mojado, y finalmente quedó cubierto con una capa de escarcha. El primer pensamiento del hombre fue un enfriamiento de la radiación, aunque no había habido verdadera noche. Luego, observó que la escarcha se extendía por igual en ambos lados del valle, incluso ascendiendo por las paredes, como si algo hubiese descendido por allí, enfriándolo todo, para volver a retirarse. El hecho de que los cristales de escarcha fuesen tan profundos en la parte inferior de los ramajes y sobre las rocas, implicaba lo mismo: que todo se había enfriado por un proceso distinto de una radiación.

— Esto es bueno aprobó Faivonen —. ¿Alguna idea?

— Claro contestó Beedee. Esto estrecha mi serie de soluciones posibles en más del noventa y cinco por ciento.

— ¿Y dónde deja a mi apuesta?

Vas muy adelantado. Te hallas cincuenta veces más en peligro de lo que yo había calculado.

¿De veras? ¿Te refieres a que debemos regresar ahora mismo?

— Debería darte un consejo. En realidad, mi cálculo sigue siendo muy incierto en vista de las incógnitas que nos aguardan en fisiografía. Si quieres correr el riesgo de aprender más hechos interesantes, yo también.

¿Pero qué produce esta escarcha? ¿Y por qué tarda tanto en fundirse, incluso con el brillo de los soles?

Antes de contestar a esta pregunta, he de hacerte una que se refiere a tu esposa. ¿Te importa?

— Adelante asintió Faivonen, tras una breve vacilación.

— Fue un deseo claramente expresado por ella que yo no debería solucionarle ningún problema que pudiese solucionar por sí misma. Tal vez no lo dijo con estas palabras, pero no deseaba depender tanto de mí. Se sentía culpable por haberme traído a Medea.

Pensaba que los colonizadores no debían depender de nada que no pudieran producir o fabricar aquí. Si tú compartes sus puntos de vista, yo no puedo responder a tu pregunta. Sé que tienes datos suficientes, y criterio bastante para hallar tú mismo la solución.

Faivonen meditó en silencio unos segundos. Deseaba enfrentarse solo con el problema, pues esto le ayudaría a combatir el aburrimiento de coleccionar datos. Sin embargo, estaba menos seguro de la opinión de Ruta, expresada en términos generales. Beedee, pese a la necesidad de independencia, era altamente importante para la colonia, pues tenía en su memoria la mayor parte de los datos obtenidos en Medea. Algunos del grupo se habían opuesto a permitir que aquel objeto estuviera en los viajes de exploración, y habían cedido solamente por el hecho de que, a través de los sentidos del diamante, era posible reunir mucha más información. Algunos miembros de la tripulación del Faharnu se habían mostrado más preocupados por el diamante que por Faivonen, cuando desembarcaron.

Si, como decía Beedee, el peligro era mayor ahora, tal vez lo más sensato fuese regresar y llevar a la colonia toda la información obtenida.

Por otra parte, estaba seguro de que el diamante afirmaría que los datos conseguidos aumentarían de valor si podían saber algo más de la zona: la meteorología local especialmente, que proporcionaría pistas respecto a las condiciones de la cara fría, que, de otro modo, tal vez se tardarían varios años en obtener, tanto de allí como de cualquier otro lugar. No se trataba solamente de saciar la sed de información que atosigaba siempre a Beedee, sino que el clima de Medea podía ser literalmente asunto de vida o muerte para la humanidad del satélite. Era imposible reunir tal información sin riesgo, y este conocimiento era en sí mismo la vida.

Está bien asintió finalmente. Yo mismo buscaré la solución. Vámonos.

Beedee aprobó esta decisión.

Los soles iban fundiendo lentamente la escarcha de las ramas y de las hojas de los arbustos, pero esta fusión era más lenta todavía en la capa que recubría el suelo y las rocas. Era probable que esta última capa se hubiera helado a considerable profundidad, lo que a su vez sugería una pérdida de calor más conductivo que radiactivo. Faivonen, por el momento, no podía figurarse nada más. El único cambio observado en diez kilómetros de camino era una escarcha más espesa, con señales de nieve, montones de cristales que aparentemente habían sido enviadas a zonas abrigadas por los vientos que recorrían el valle, y luego, de manera extraña, habían producido cristales de escarcha encima. Según Beedee la distinción entre el material procedente de alguna parte y la que se había formado en el sitio era bien definida, cosa que el mismo Faivonen podía ver con claridad.

No veía, en cambio, la situación física que producía tal fenómeno. No había habido nubes en muchos kilómetros de firmamento, y era difícil comprender cómo había podido caer nieve sin nubes. Por otra parte, era difícil comprender cómo podía existir suficiente radiación de enfriamiento si había nubes. Una breve nevada, posiblemente, seguida por un despeje rápido del cielo, explicaría por qué él y Beedee no habían reparado en la pequeña nevada. Este fenómeno habría formado parte de un sistema de exploración: un frente climático; y el por qué tal cosa podía haberse adelantado o retrocedido, o extinguirse dentro del radio de unos pocos kilómetros del último campamento, era también muy difícil de entender. No había habido una sola nube; lo único que ambos viajeros habían visto en el cielo, desde que los soles ya no se ponían, eran los globos.

Estos habían flotado en número creciente, a veces hacia la bahía, a veces adelantando a los viajeros hacia la cara fría. Las mareas, si los vientos eran realmente un fenómeno de las mareas, parecían favorecer el alejamiento de Argo.

Los globos parecían flotar cada día a menos altura. Unas cien horas antes, algunos sólo habían estado a pocas decenas de metros de altura; ahora, la mayoría rozaban prácticamente el suelo escarchado. Faivonen pensó que podría atrapar a una de tales cosas por sus raíces rastreras, tentáculos o lo que fuesen. Luego, se le ocurrió que también podía suceder a la inversa. Sin embargo, como de costumbre, se negó a inquietarse.

Sugiero, Beedee interrumpió sus pensamientos, que examinemos algunas grietas o chimeneas del acantilado. De esta manera, quizás consigamos más pruebas respecto a la naturaleza de esta extraña depresión calurosa.

De acuerdo, accedió el hombre. Mientras yo subo, tú podrías escrutar todo el valle en busca de vida animal. Estamos faltos de carne, y no puedo vivir indefinidamente sólo de «queso». Es posible que esta helada haya alejado a los animales, o los haya impulsado a hibernarse o algo por el estilo.

Buena idea — concedió el diamante. Sería una lástima regresar, ahora que los datos empiezan a fluir con mas abundancia. Puedo predecir que, en los próximos diez kilómetros, este valle duplicará al menos su anchura.

Puedo continuar sin comida si tienes razón, pero antes hay que explorar la chimenea.

La chimenea en cuestión era una hendidura clásica, que desde un metro se ensanchaba hasta dos en la pared del acantilado. Parecía empezar en el punto donde la roca se elevaba en vertical; probablemente continuaba también hacia abajo, pero esta parte quedaba oculta por los cascotes que formaban la base redondeada de la pared. Era necesario trepar más de cien metros para estudiar lo que deseaban.

La subida costó unos cuantos minutos. Las numerosas rocas salientes que servían de peldaños estaban desgastadas, seguramente por el polvo o la arena acarreada por el viento, pero se hallaban encajadas con tanta firmeza que no ofrecían peligro alguno.

Crujiendo los cristales de escarcha bajo sus pies, Faivonen emprendió la ascensión en zigzag sobre la roca desnuda. Desde aquel sitio logró seguir por un repecho de arenisca erosionada, que se dirigía directamente a la chimenea.

El examen fue breve; la grieta estaba casi sólidamente rellena por la escarcha.

No hay enfriamiento de radiación — afirmó Faivonen categóricamente.

De acuerdo asintió Beedee.

Ya sabes qué lo hizo — era una declaración, no una pregunta. Creo que tengo una solución única para este aspecto del problema.

Y yo debería ser capaz de encontrar la misma. Sí. Posees ya todos los datos.

Faivonen meditó profundamente mientras descendía al valle, pero no halló ninguna solución, ni única ni siquiera válida. Finalmente, le obligó a olvidarse del problema el creciente apetito que tenía.

¿Viste algunos animales mientras estábamos allí arriba? — le preguntó al diamante.

Ninguno, nada que se moviera por el valle. No lo mencioné porque dijiste que avanzarías al menos otros diez kilómetros por el valle.

Gracias. ¿Cuáles crees que son las probabilidades de hallar animales en esta zona helada?

No poseo información para formular un cálculo aproximado.

¿Podrían sobrevivir esos animales en las condiciones que tú juzgas fueron la causa de la helada?

No, al menos por medio de ninguna maquinaria fisiológica entre las encontradas.

Técnicas como la hibernación entrañarían factores bioquímicos poco claros para un examen algo burdo, claro.

¿Sobreviviría yo en esas condiciones?

— No.

— Pero podrías advertirme a tiempo para huir de ellas.

— Creo que sí. Claro que hay variantes…

— Ya sé que hay variantes, maldito seas. ¿Quieres meterme en donde tenga que atrapar dos docenas de globos para que me ayuden a escapar?

— Dos docenas no bastarían, y tal vez tuvieses dificultades para conseguir su colaboración…

— Basta. Sabes de sobra cuándo soy un imaginativo.

— Nunca estoy seguro de ello. Era mucho más fácil juzgar a tu esposa…

— Calla.

Faivonen anduvo en silencio dos o tres kilómetros. Al cabo de cinco minutos, comprendió que Beedee había realizado un trabajo competente al cambiar de tema, y que él todavía ignoraba qué riesgos corría, pero no veía la necesidad de insistir sobre aquel asunto, y estaba seguro de que el diamante no querría correr ningún peligro con su transporte. Poco a poco se sosegó, hasta el punto de prestar atención a su misión.

La escarcha se fundía por el lado más próximo del valle, bajo el brillo fulgurante de los soles gemelos, un resplandor reducido por el hecho de que uno de ellos eclipsaba al otro. Argo, el verdadero manantial calorífero de su satélite, estaba demasiado bajo para ayudar en algo, aunque un ligero recodo del valle no hubiese bloqueado su radiación del suelo del valle, a varias decenas de kilómetros de distancia.

Cuando finalmente volvió a hablar con Beedee, no fue respecto a los riesgos personales.

¿Cuánta información útil crees que podemos conseguir recorriendo cien kilómetros más? Suponiendo que esto sea posible, claro — preguntó Faivonen —. Ya tenemos una idea acertada de la geología local sin necesidad de excavar, y aún mejor respecto a la ecología y la biología. Naturalmente, cualquier información adicional siempre servirá, en esto estoy de acuerdo contigo, aún cuando no te haya atosigado para obtener más detalles precisos. Pero dime, por favor, ¿no hemos llegado ya al punto en que es necesario regresar y comunicar todo lo que hemos averiguado?

En estos aspectos, tal vez sí, fue la respuesta —. Mas la meteorología sigue inquietándome. Tenemos que aprender más cosas referentes a las mareas atmosféricas, que creo controlan todo lo que sucede en este valle. Si puedo examinarlas en detalle, opino que podemos saber mucho más respecto a la fisiografía del lado frío de Medea, mucho más de lo que podría aprenderse en muchos centenares de días terrestres en Medea, trazando su mapa… si lográsemos llegar allí. Considero vital que continuemos avanzando por algún sitio.

— Sin pensar en los riesgos.

— No, claro. Yo haré lo que pueda para mantenerte informado sobre todo lo que pueda devolvernos sanos y salvos a la colonia, aunque, igual que tú, comprendo que una exploración entraña riesgos. Al fin y al cabo, sí bien estaba seguro de que buscarías a tu esposa y, precisamente por esto, me encontrarías, no estoy tan seguro de que alguien te buscase en esta parte del satélite.

Seguramente, te buscarían a ti.

— Lo dudo. Sullivan se sentiría terriblemente tentado a buscarme, pero no abandonaría su embarcación. Y yo no apostaría mi conciencia a la probabilidad de que otro individuo del Fahamu viniese, aunque Sullivan deseara insertar tal viaje en el programa de la embarcación. Me siento tan preocupado por tu seguridad como lo estaba por…

La máquina se interrumpió.

Faivonen sabía cuál era la palabra que faltaba, así como sabía que la interrupción de la frase no era un error, sino otro acto deliberado por parte del diamante. Esta vez decidió no seguirle el juego.

De acuerdo. Continuaremos unas doce horas más, a no ser que me aconsejes que retrocedamos. Y, por favor, mantén tus sentidos alerta para descubrir animales. La situación alimenticia va empeorando.

Beedee accedió a la demanda y ambos atravesaron otra docena de kilómetros sin más incidencias que la fusión de la escarcha y el cumplimiento de la profecía de Beedee respecto al ensanchamiento del valle. Finalmente se detuvieron a descansar. No tenían nada que comer, aparte del «queso», puesto que no había vida animal; pero Faivonen encendió fuego, y con un poco de molestias excavó un hoyo para no dormir en el helado suelo. El viento empezó a contender con el calor de la manta y el saco de dormir. Los globos flotaban a gran velocidad, chocando a veces contra los arbustos.

— ¿Supones que llegan tan lejos a causa de la baja temperatura? — inquirió el hombre.

No son razones físicas tan simples. Una masa de hidrógeno u otro gas ligero sufriría la misma elevación en una atmósfera determinada a cualquier temperatura. Esos globos no se han achicado, al parecer, y un descenso de la temperatura para cierto volumen, compartido por la atmósfera ambiental, aumentaría la elevación. Naturalmente, si esas cosas pueden alterar la presión interna por medio de la contracción muscular de sus bolsas o hacer algo semejante para elevar la temperatura interna, la serie de respuestas posibles queda grandemente ampliada. Sería interesante y útil el examen detenido de una clase de esos globos.

— ¿No se ha hecho ya?

— Si se ha hecho, nadie me lo ha comunicado. Esos globos quedaron relegados a segundo término cuando se supo que no eran comestibles. Por mi parte, no aprobaría esta elevación.

— Claro que no. Bien, lo investigaremos si podemos. Tú, vigila; yo voy a dormir algunas horas.

Faivonen se colocó los anteojos.

Se despertó cinco o seis horas más tarde, terriblemente enfriado. Manteniéndose lo más abajo posible del hoyo que había cavado, donde el viento soplaba con menos fuerza, aunque seguía molestando, Faivonen colocó encima de los restos de la hoguera la mayor parte del combustible que había amontonado junto al hoyo para resguardarse del viento, y la encendió. Cuando llameó, se sentó para que el calor penetrara mejor en su cuerpo. Entonces, la voz de Beedee… no, ¡la voz de Ruta!. sonó de pronto.

— ¡Elisha!. ¡Corre al acantilado y sube deprisa!. ¡No pierdas tiempo Siendo humano, Faivonen perdió algún tiempo. Buscó el equipo que había dejado por el suelo, lo cual le costó un par de segundos. Mientras corría hacia el lado más próximo del valle, anudándose aún todo el equipo, miró hacia el valle y perdió unos segundos más.

A unos kilómetros de distancia (no pudo calcularlo con exactitud) una nube blanca bastante difusa se acercaba a ellos. Iba extendiéndose por toda la anchura del valle.

Su superficie superior estaba bien definida, pero el hombre pudo mirar hasta muy lejos por la parte inferior. Su altura en aproximadamente la mitad de la de los acantilados.

Desde el suelo no pudo calcular su velocidad, pero tuvo la fuerte impresión de que se acercaba rápidamente. La opinión de Beedee era que se trataba de algo peligroso, opinión seguramente acertada, y Faivonen aceleró la carrera.

Estaba ya a corta distancia del sitio donde los guijarros le obligaron a acortar la marcha. Poco después, llegó a una altura desde la que pudo juzgar la distancia y la velocidad de aquella amenaza. La información recibida no resultó alentadora. Faivonen comprendió que tenía muy pocas posibilidades de situarse por encima de la nube antes de que le alcanzase, pero no pensó ni un instante en rendirse y perder el tiempo intentando saber si la nube era inofensiva o no.

Los detalles se fueron aclarando cuando la nube estuvo más cerca y él hubo trepado más arriba. Recordó haber visto algo semejante en un museo de la Tierra, en un tanque de demostraciones, en donde dos líquidos repelentes entre sí se agitaban arriba y abajo. Recordó cómo se arrastraba el fluido más denso por el fondo del tanque cuando éste se inclinó lentamente, y cómo el material más ligero se vio proyectado hacia arriba y a un lado.

También recordó detalles de una situación parecida que había visto más adelante, cuando estudiaba meteorología: el corte seccional de un frente frío.

De repente supo lo que debía ser y redobló sus esfuerzos de escalada. Maldeciría su miopía más tarde, cuando recobrase el aliento.

Beedee jadeó —, supongo que ésta era tu solución. Pero no acertaste bien el tiempo.

No podía acertarlo. La región que está más allá de nuestra vista debe de ensancharse y formar una hondonada, pero no poseo datos sobre las dimensiones de tal hondonada. El enturbiamiento del gas denso bajo la influencia de las mareas tiene un período natural que no pude calcular, aunque los cambios observados en los vientos del valle eliminaban muchas posibilidades. Debía de haber efectos de embudo en varios lugares del valle, imposible de evaluar. También debe haber algún momento crítico, cuando llega la primavera, y cuando el contenido de la hondonada no sólo se vierte a cierta distancia del valle sino que inicia un efecto de sifón. Confío en que no se trate de este momento. Cuando ocurre, tiene que soplar un viento alto y continuo de bióxido de carbono hacia el mar, lo cual es sin duda la causa de la erosión peculiar observada desde el principio.

Supuse lo del CO2 cuando vi lo bien definida que estaba la parte superior del río gaseoso. Es el frente más frío que he visto en mi vida…

No malgastes el aliento hablando. Creo que has analizado correctamente la situación, pero tendrás que remontarte más alto que ese gas, o te ahogarás. Probablemente ya comprendes como yo de qué modo se formó, pero éste no es el momento adecuado para discutirlo. ¡Sube!

Está bien. Pero no emplees más la voz de Ruta, por mucho que desees llamarme la atención.

Beedee no replicó, y Faivonen continuó trepando y echando furtivas ojeadas al río de gas helado que se acercaba. Su frontera estaba claramente marcada por el agua que se congelaba en el aire al tocarla. Por en medio se divisaban diminutos copos de nieve, dando a toda la masa un aspecto brumoso desde cierta distancia.

Había también una especie de motas; Faivonen vio que eran globos, que flotaban por encima del bióxido de carbono y se elevaban cuando los alcanzaba la nube. Parecían completamente indefensos.

Faivonen empezó a experimentar dolor en sus extremidades y sintióse tentado de abandonar parte del equipo, pero pensó que, si lograba mantener aquel paso, no tardaría mucho en estar a salvo.

El borde del frente a nivel del suelo ya había pasado por debajo de él. El valle, a su derecha, estaba oculto por una capa neblinosa y blanquecina cada vez más aguda y más opaca. La hoguera ya no se distinguía a simple vista.

Elisha… a tu derecha, a diez metros… una chimenea. ¡Métete dentro'.

¿Por qué? Preguntó Faivonen torciendo hacia la dirección indicada, aunque sin comprender el motivo. Estará llena de gas, como el resto del valle dentro de poco, y no creo poder trepar por ella más deprisa.

Probablemente no, pero presiento turbulencias en los bordes. Allí, el gas está mezclado con el aire y será respirable por más tiempo. Inténtalo.

Faivonen no tenía nada que perder, aunque pensó que la escalada por el interior de la chimenea resultaría más lenta, pese a conocer bien la técnica.

Mantente lo más cerca que puedas le instruyó Beedee Habrá oxígeno más tiempo. Y unos sesenta metros más, nos salvarán de todo peligro.

Yo…

¡No hables ¡Calla y sube!. Acabo de recordar otro factor importante: el lago gaseoso que alimenta al río no debe enturbiarse por la influencia de las mareas, sino que se expande térmicamente a medida que avanza la primavera.

Faivonen miró atrás y abajo y vio que los copos de nieve se hallaban muy cerca de sus pies.

Veinte metros y estaremos relativamente a salvo. Allí hay un reborde…

El frío cortaba y penetraba profundamente en la carne. Las rocas, por contraste, parecían calientes, y Faivonen sintióse tentado de apretarse contra ellas y dejar de subir. Sin embargo, todavía quedaba oxígeno, puesto que él conservaba el conocimiento lúcido. Beedee hablaba, dándole instrucciones de cómo debía asirse con una mano, cómo debía colocar un pie…

Su visión se aclaró, y poco a poco hizo lo mismo su mente. La nieve había quedado abajo y Faivonen respiraba ya sin esfuerzo. Pero aún no estaba completamente a salvo.

Se sostenía en un reborde y no parecía hallarse en peligro de caer, pero tampoco podía abandonarlo. Por abajo, el acantilado por donde había trepado ya estaba bañado por el gas helado. Arriba, la roca era vertical y, a primera vista, imposible de escalar. A su izquierda, el reborde terminaba a unos metros de la chimenea, y en la otra dirección, aunque se extendía algo más, su final también era visible.

¿Alcanzará el gas esta altura?

No, mientras fluya en esa dirección. El lago gaseoso se está vaciando fluidamente.

Entonces, quizás bajará su nivel cuando esté vacío.

Quizás. No tengo ninguna base para calcular su volumen global.

Faivonen se puso de pie. No podía hacer más que buscar una manera de salir del reborde. Quince minutos más tarde, estaba aún en el mismo sitio. Soltó un gruñido de cansancio. No podía subir, y la bajada solamente conducía hacia el gas.

Beedee, creo que sólo me queda desearte suerte. Tal vez dentro de unos años te buscará alguien. Espero que no sea uno de mis chicos.

La máquina sólo respondió a la primera frase.

Podrías improvisar una célula para darme poder y mantenerme consciente hasta entonces. Posees varios objetos de metal, y si unes dos piezas de composición diferente en mis facetas redondas y planas respectivamente, usando una tira de cuero de uno de esos globos, yo tendría una diferencia potencial adecuada. La humedad natural de los tejidos aportaría la electrólisis, probablemente a temperaturas muy bajas… aunque estaría lejos del agua pura. Tendría que intentarlo antes de que los globos vuelen lejos del reborde.

Faivonen no había prestado atención a la media docena de globos que aparentemente flotaban aprovechando la calma del reborde. Aunque algunos de ellos llegaban a medir hasta dos metros de diámetro, habría necesitado al menos varias docenas para que soportaran su peso.

¿Quieres apostar algo? Te dije que esto era la salsa de la existencia… y digo ¡La existencia! puesto que aseguras que estás vivo.

No lo veo como una apuesta. Sólo trato de aumentar mis probabilidades de continuar observando. Dijiste que esto no era una verdadera apuesta.

— No lo es, de acuerdo, apostaré yo solo. Hay unas matas en el acantilado, algo más arriba, entre nosotros y la chimenea. Yo tengo veinte metros de cuerda y un garfio de escalada. Si logro engancharlo a una mata, podré cruzar hacia la chimenea, mientras la cuerda sostiene nuestro peso.

— Ya me fijé en esas matas. Están a veintisiete metros del reborde.

Entonces, usemos la correa. La ligereza debe ser la principal cualidad.

Bien, utiliza la correa de los globos… sí puedes.

Faivonen se levantó y se acercó al globo más próximo. Obviamente era un ser vivo: sus tentáculos se movían, aunque aparentemente sin objetivo alguno. No mostró enterarse de la proximidad del hombre, ni reaccionó cuando éste se colocó al alcance de sus tentáculos y hurgó en él con el machete. La bolsa de gas era más alta que el propio Faivonen, aunque traslúcida, teñida delicadamente de rosa y naranja. Los órganos vitales, si así podían llamarse. Estaban amalgamados en una estructura del tamaño de la cabeza de un ser humano, en el extremo inferior. Las raíces se irradiaban por encima de esa cabeza, de un modo que a Faivonen le recordaron los círculos antárticos.

Si se trataba de un animal, no respondía a ningún acto de provocación. Faivonen, tras decidir que no corría ningún peligro, examinó las raíces con atención.

Acto seguido, diseccionó rápidamente la mesa central, y permitió que Beedee examinase su interior. Los órganos no daban el menor indicio, por lo que el diamante se sintió defraudado en sus ansias de información. Aquellos globos no presentaban la menor relación con ninguna otra clase de vida medeana o terrestre.

Faivonen procedió luego a cortar tiras de la bolsa de gas. Tardó mucho en convertirlas en una correa, y quedaba poco tiempo. Tenía que apresurarse. A continuación eligió dos fragmentos de metal de su equipo y cortó otra tira de la bolsa de gas del globo, de cinco centímetros de anchura. Desanudo las cintas que mantenían a Beedee unido a su muñeca, colocó una pieza de metal contra la superficie plana y la otra en la curvada, y envolvió la piel en torno al conjunto. Dejó sueltos los extremos de la máquina donde estaban localizados sus ojos y sus sentidos de presión. Luego, cortó varios fragmentos de correa y los usó para atar el «vendaje» en su lugar. El paquete parecía resistente.

He observado, murmuró poco después que del valle sube una brisa a nuestro nivel, mientras que el río gaseoso fluye en dirección contraria. ¿ Alguna explicación?

Si. Llegas esta realizando una acción parecida de sillón, por lo que ahora sentimos el viento normal, por encima del bióxido de carbono.

Osea que el río gaseoso fluirá varias semanas.

Es probable.

Y yo no puedo salvarme.

No sé como.

Está bien.

Faivonen cogió el diamante, se aproximo a otro globo, y con unos fragmentos de correa ato el paquete a uno de sus tentáculos más gruesos, dejando libres los sentidos del diamante. Luego, se levantó a mirar durante unos segundos el semicilindro.

No es nada personal gruñó —. Tú pusiste a mi esposa en una situación que la mataría si no cambiaba de personalidad. Y has hecho lo mismo conmigo. Tal vez no seas culpable de matarnos, pero no quiero exponerme. Si alguna vez me buscan mis hijos, no quiero que te encuentren.

El globo no me sostendrá — gimió el diamante, débilmente.

Te sostendrá en el bióxido de carbono. Intenta calcular qué viento te arrastrará. Seguro que hacia el lado frío… que tanto deseas ver y estudiar.

Faivonen empujó el globo fuera del reborde con el pie.

Gracias, Elisha la voz era más débil. pero perceptible aún. Empiezo a entender a los seres humanos. Esto es lo que yo esperaba que hicieras. Según la velocidad del glaciar, regresaré entre tu gente dentro de unos milenios. Sí, seguro que seré arrastrado hacia el lado frío. Bien, soy el vencedor. Naturalmente, si esos globos poseen el medio de regresar, tardaré menos en estar entre los hombres. Lamento que tú no puedas estar presente. Ah. Has resultado casi tan interesante como tu esposa. Y claro, si regreso dentro de unos meses y no dentro de milenios, no te aconsejo que esté aguardándonos tu informe sobre mi conducta antihumana.

La voz calló. Faivonen vio cómo el globo iba flotando sobre el valle. Luego, se acercó al extremo del reborde más cercano a la chimenea, cogió la cuerda y el garfio y los aseguro a una mata.

Inició el descenso.

¿Qué haremos sin el diamante? se horrorizó Sullivan.

— Muy sencillo. Nos hemos quedado — respondió Faivonen — sin calculadores, aviones, radios y todo eso que decidimos eliminar hasta que pudiéramos construirlos con materiales locales. Esta embarcación es la prueba de lo que somos capaces de fabricar. La joven generación decía que, teniendo a Beedee como archivo, no hacía falta aprender a leer y escribir. Beedee era, en realidad, nuestro fracaso. Y tú lo sabes.

— Yo lo sé. Pero otros no. Y querrán lincharte por haber echado a perder todos los datos reunidos acerca de Medea en esos veinte años. Ah. No podremos sobrevivir sin esos datos.

— Nadie me linchará y lograremos sobrevivir aseguró Faivonen. En primer lugar, no hemos perdido nada. La mayoría de los datos ya son de conocimiento general y están anotados, o los recordará alguien. En segundo lugar… Sullivan, hace años que Beedee sabía que esos globos son inteligentes, pero no lo comunicó a nadie porque previó que se interferirían con su estilo de vida. Sabía de sobras que el río de bióxido de carbono fluye en un sentido y el aire atmosférico en otro, y que los gases tenían que mezclarse, por lo que habría oxígeno suficiente varios metros por debajo de la nube gaseosa. La verdad es que ya era imposible confiar en él, y una vez la gente lo comprenda no pensarán en lincharme.

— ¿Quieres decir que esto ya lo hizo antes?

Sí. Debí destruirle por matar a Ruta, pero me engañó y creí que sólo había sido un error suyo. Tal vez si regresa pronto y yo sigo con vida y he olvidado un poco lo sucedido, podré preguntarle cuáles son los detalles exactos.

— Hablas de Beedee como si fuese una persona y no un objeto. ¿Consideras de veras que es… un ser vivo?

Sí, tan vivo como tú o como yo, y potencialmente un miembro de la sociedad. Pero, ¿qué finalidad tiene un embustero EN UNA SOCIEDAD?


FIN

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